A la luz de las estrellas - Un oscuro pasado - Raeanne Thayne - E-Book

A la luz de las estrellas - Un oscuro pasado E-Book

Raeanne Thayne

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

A la luz de las estrellas Su hijo de cinco años había prendido fuego a la cocina. Su hija estaba de mal humor, como siempre. Nadie había dado de comer al bebé. Y la abuela de las criaturas, que era la "niñera", se había fugado con un artista. ¿Qué más podía pasarle? Pues que apareciera la bellísima hija del artista ofreciéndose a cuidar a los niños hasta que volvieran los recién casados. ¿Podía confiar en ella y, sobre todo, podía fiarse de sí mismo. Un oscuro pasado Lo único que deseaba Emery Kendall era huir de los dolorosos recuerdos. Buscaba distracción y curación, y las montañas de Idaho ofrecían ambas cosas. Sin embargo, el recibimiento de su anfitrión, Nate Cavazos, fue de todo salvo caluroso. Aun así, Nate era incapaz de ignorar la salvaje atracción que sentía hacia Emery… hasta que el secreto de aquella mujer hizo añicos sus sueños de un futuro juntos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 457

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 238 - Septiembre 2021

 

© 2006 RaeAnne Thayne

A la luz de las estrellas

Título original: Light the Stars

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2009 RaeAnne Thayne

Un oscuro pasado

Título original: A Cold Creek Holiday

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2006 y 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-970-8

Índice

 

Portada

Créditos

A la luz de las estrellas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

 

Un oscuro pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL día de su trigésimo sexto cumpleaños, la madre de Wade Dalton huyó.

Le dejó una tarta de chocolate alemán sobre la encimera de la cocina, dos nuevas novelas de misterio de dos de sus autores favoritos y una breve, pero sucinta, nota escrita a mano.

 

Cariño, Feliz cumpleaños. Siento no poder estar ahí para celebrarlo contigo, pero para cuando leas esto yo estaré en Reno y me habré convertido en la nueva señora de Quinn Montgomery. Sé que pensarás que debería habértelo dicho, pero mi osito de peluche pensó que sería mejor así. Más romántico. ¿No es dulce? Te encantará, te lo prometo. Es guapo, divertido y me hace sentir que puedo alcanzar mis sueños. Diles a los niños que los quiero y que los veré pronto.

Pd. Nat tiene que hacer la exposición hoy. No dejes que se olvide.

Pd2. siento dejarte así, pero imaginé que Seth y Nat podrían apañárselas sin mí durante una semana. Sobre todo tú. Tú puedes apañártelas siempre.

No me malinterpretes, hijo, pero no te viene mal recordar que tus hijos son más importantes que tu maldito ganado.

Regresaré después de la luna de miel.

 

Wade se quedó mirando la nota durante cinco minutos. El único sonido que se escuchaba en la cocina del rancho de Cold Creek era el del reloj en forma de cerdo que a Andi tanto le encantaba colocado sobre la cocina y el compresor del frigorífico.

¿Qué diablos se suponía que debía hacer en ese momento?

Su madre y aquel oso de peluche no podían haber elegido momento peor para desaparecer. Marjorie lo sabía. Necesitaba su ayuda. Tenía seiscientas cabezas de ganado que llevar al mercado antes de que llegara la nieve, una exhibición de caballos y una subasta en Cheyenne en pocas semanas, y además un equipo de noticias de la televisión nacional llegaría en menos de una semana para filmar un reportaje sobre el futuro del ganado en Estados Unidos.

¿Cómo iba a asegurarse de que todo marchara bien mientras le cambiaba los pañales a Cody, perseguía a Tanner y le preparaba el almuerzo a Nat?

Mientras reflexionaba sobre la nota de su madre, escuchó el crujido de la puerta del porche y vio cómo entraba su hermano pequeño con ojos cansados y barba incipiente.

—Café. Necesito café solo y muy cargado.

—Tienes un aspecto horrible —le dijo Wade.

—Volví tarde —dijo Seth encogiéndose de hombros—. Era la noche de las chicas en el Bandito y no podía dejar a todas esas jovencitas jugando al billar solas. ¿Dónde está el café?

—No hay café, ni desayuno tampoco. Supongo que no habrás visto a mamá escabullirse a las dos de la madrugada cuando te arrastrabas con alguna de esas chicas hacia la casa de invitados.

—¿Qué? —preguntó su hermano sin comprender nada.

Wade le entregó la nota y observó cómo una multitud de emociones cruzaban el rostro de su hermano mientras la leía.

—¿Sabías algo de esto? —preguntó Wade.

—No esto, precisamente —dijo Seth derrumbándose sobre una silla.

—¿Y qué sabías precisamente de lo que planeaba nuestra querida madre? —preguntó Wade.

—Sabía que se escribía correos electrónicos con un tipo que había conocido mediante esa consejera con la que había estado hablando. No pensé que fuera nada serio. Al menos como para huir a Reno.

En ese momento Wade recordó el nombre que aparecía en la nota. Quinn Montgomery.

Montgomery era el apellido de la tarada a la que su madre había estado pagándole durante los últimos seis meses, todo en un supuesto esfuerzo por mejorar su vida.

Caroline Montgomery.

Conocía perfectamente aquel nombre desde la vez en que se había dirigido a actualizar la chequera de su madre y había encontrado ese nombre escrito varias veces.

Todo era culpa de Caroline Montgomery. Tenía que serlo. Debía de haberle metido ideas en la cabeza diciéndole que no era feliz y que necesitaba más en la vida. Entonces le habría presentado a un hermano, o a un tío suyo para encender la chispa en la vida de una viuda solitaria.

De acuerdo, su madre tenía ciertas peculiaridades. Ese mismo día, aparte de ser su cumpleaños, era el decimoctavo aniversario de la muerte de su padre, y durante esos años, Marjorie había ido cada vez detrás de algo distinto. Hacía yoga, controlaba sus chacras en vez de su chequera, esponsorizaba reuniones incendiarias del club de lectura en la biblioteca de Pine Gulch, donde ella y sus coetáneas leían todos y cada uno de los libros feministas más controvertidos.

Wade había tratado de ser comprensivo en todo. El matrimonio de Marjorie con Hank Dalton no había sido precisamente feliz. Su padre había tratado a su madre con la misma condescendencia fría con que había tratado a sus hijos. Una vez liberada tras la muerte de su padre, Wade no podía culpar a su madre por querer ir a veces demasiado lejos en la dirección contraria.

Además, cuando la había necesitado en los días posteriores a la muerte de Andrea, Marjorie había estado allí. Sin necesidad de pedírselo, ella había hecho sus maletas y se había instalado en el rancho para ayudarlo con los niños. Él habría estado perdido sin ella, con tres hijos de menos de seis años, uno con tan sólo una semana.

En ese momento escuchó unos gritos en el piso de arriba y le entraron ganas de golpearse la cabeza contra la mesa. Eran las seis y media de la mañana y ya había comenzado. ¿Cómo diablos iba a poder con todo?

—¿Quieres que me ocupe de Cody? —preguntó Seth mientras los lloros aumentaban de volumen.

Wade sabía que la oferta sonaba tentadora, pero tuvo que negarse. Eran sus hijos y era él el que debía ocuparse de ellos.

Se quitó la cazadora vaquera y colgó su sombrero del gancho de la puerta.

—Yo me encargo. Tú ve a ocuparte del ganado. Luego tendremos que traer la última parte del heno que cortamos ayer. En el parte meteorológico han dicho que lloverá esta tarde, así que hemos de darnos prisa. Me encargaré de los niños y saldré a ayudarte lo antes posible.

—De acuerdo —dijo Seth—. Buena suerte.

 

 

Dos horas más tarde, Wade comenzaba a darse cuenta de que iba a necesitar algo más que suerte.

—Estate quieto —le ordenó al pequeño Cody mientras trataba de colocarle el pañal. A través de la puerta abierta de la cocina podía oír a Tanner y a Natalie discutiendo.

—Papaaaa —gritó su hija de ocho años—, Tanner me está tirando los cereales. ¡Dile que pare! Me está ensuciando la camiseta que me compró la abuela.

—Tanner, estate quieto —gritó Wade—. Nat, si no te comes rápido el desayuno, vas a perder el autobús, y no tengo tiempo para llevarte hoy.

—Nunca tienes tiempo para nada —le pareció escuchar decir a su hija, pero en ese momento miró hacia Cody y vio cómo el niño le sonreía.

—Cody pis —balbuceó el niño.

—Sí, hijo —dijo Wade al ver la mancha extendiéndose por su camisa—. Ya me lo imaginaba.

No se le daba bien aquello. Adoraba a sus hijos, pero todo había sido mucho más fácil cuando Andrea estaba viva.

Era ella la que mantenía unida a la familia. La que se encargaba de recogerle el pelo a Nat con preciosas coletas y la que se tiraba horas jugando al juego de la escalera. Su papel había sido el de padre benevolente que aparecía a la hora de irse a la cama y que a veces se saltaba las tareas del rancho para asistir al almuerzo del domingo.

Dos años después de la muerte de su mujer, Wade seguía dándose cuenta de lo inepto que era con todo el asunto. Si Marjorie no hubiera acudido a su rescate, no sabía lo que habría hecho.

Wade trató de llevar a Cody a la cocina para terminarse el desayuno, pero el pequeño comenzó a agitarse en sus brazos balbuceando:

—Abajo, papá. Abajo.

De modo que su padre lo colocó en el suelo y vio cómo salía corriendo hacia la cocina.

—¿Nat, puedes ocuparte de Cody un minuto? —gritó Wade—. Tengo que ir a cambiarme la camisa.

—No puedo —gritó su hija—. El autobús está aquí.

—No te olvides de la exposición —gritó Wade al recordarlo en el último minuto, justo antes de oír cómo la puerta se cerraba de golpe.

Tras ordenarle a Tanner que se comportara durante, al menos, cinco minutos, se llevó a Cody arriba y sacó del armario la última camisa limpia que le quedaba.

Cuando regresaba abajo con el niño, sonó el timbre de la puerta.

—Ya voy yo —gritó Tanner dirigiéndose hacia la puerta delantera.

—¡No, yo! ¡Yo! —exclamó Cody zafándose de sus brazos y recorriendo los pocos peldaños que quedaban de la escalera. Wade no supo cómo, pero los dos niños llegaron a la puerta antes que él.

Tanner abrió y luego se dio la vuelta avergonzado al ver a la desconocida que allí se encontraba. Wade no podía culparlo. La recién llegada era adorable, con su pelo castaño recogido en una coleta, sus ojos color chocolate y sus rasgos suaves y delicados.

Llevaba puesta una chaqueta roja, unos pantalones tostados y una camisa blanca. Un collar de bronce hacía juego con los pendientes que colgaban de sus orejas.

—¿Puedo ayudarla?

—Oh, sí —dijo la mujer, sonrojada—. El cartel de ahí fuera decía que éste es el rancho Cold Creek. ¿Estoy en lo cierto?

—Nos ha encontrado.

—Oh, me alegro. Las indicaciones no estaban claras, y he pasado por otros dos ranchos antes de éste. Querría ver a Marjorie Dalton, por favor.

—Ahí me temo que no ha tenido mucha suerte. No está aquí.

—¿Y puede decirme dónde puedo encontrarla?

—¿Puede decirme usted qué asunto tiene con ella y yo dejaré el mensaje?

—Es complicado, y personal.

—Entonces tendrá que regresar más o menos en una semana.

—¿Una semana? —preguntó la recién llegada—. ¡Oh, no! He llegado demasiado tarde. No está aquí, ¿verdad?

—Eso es lo que he dicho.

—No, me refiero a que realmente no está aquí. No está en el pueblo comprando ni nada de eso. Han huido, ¿verdad?

Wade se quedó mirándola con suspicacia.

—¿Quién es usted y qué tiene que ver con mi madre?

—Usted debe de ser Wade —dijo ella tras emitir un suspiro—. He oído mucho sobre usted. Mi nombre es Caroline Montgomery. He estado manteniendo correspondencia con su madre durante seis meses. No sé cómo decirle esto, señor Dalton, pero creo que Marjorie se ha fugado con mi padre.

 

 

Aquel hombre tan atractivo que tenía enfrente con un niño en brazos no pareció sorprenderse por la noticia. No, sorpresa no era la emoción que había hecho que su mandíbula se tensara y sus ojos azules se convirtieran en dos meras hendiduras.

—¡Su padre! —exclamó—. Debería haberlo imaginado. ¿Qué es eso que dicen de que las manzanas no caen lejos de los árboles?

—¿Perdón?

—¿Cuál es el problema, señorita? ¿No le parecía suficiente engañar a Marjorie con sus tarifas como consejera vital y ha decidido ir un paso más allá?

Caroline apenas tuvo tiempo de respirar antes de que aquel hombre continuara hablando.

—Menudo descaro tienen usted y ese viejo. ¿A cuántas viudas habrán engañado con esto? Las embauca, consigue los detalles sobre sus cuentas corrientes y luego ese hombre entra a matar.

Caroline se sentía mareada y furiosa porque Quinn hubiese vuelto a ponerla en esa situación. ¿Qué otra cosa podría parecer, y más teniendo en cuenta el pasado de su padre?

—Se equivoca.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! —exclamó ella—. Yo me quedé de piedra cuando me enteré. Mi padre no me había dicho nada. No sabía que él y Marjorie se hubiesen conocido hasta que me envió un correo anoche diciéndome que se marchaba para conocerla y que, de ahí, se irían a Reno.

—¿Por qué debería creerla?

—¡No me importa si me cree o no! Es la verdad.

¿Cuánto tiempo de su vida había pasado defendiéndose por algo que hubiera hecho Quinn? Se había jurado que nunca más, pero una vez más se preguntaba si alguna vez podría acabar con aquello.

¿Qué se proponía Quinn? Deseaba con todo su corazón que aquel súbito romance fuese tan idílico como había descrito en su correo.

 

Nunca pretendí que esto ocurriera. A los dos nos ha pillado por sorpresa. Pero en unos pocos meses he descubierto que no puedo vivir sin ella. Marjorie es mi otra mitad, la pieza que faltaba en el puzzle de mi vida. Conoce todos mis fallos, pero me quiere de todas formas. Qué afortunado soy.

 

Caroline era lo suficientemente romántica como para albergar la esperanza de que todas esas cosas fueran genuinas. Su madre llevaba muerta veintidós años y, por lo que ella sabía, la vida amorosa de su padre era tan excitante como la suya propia, es decir, tan excitante como ver secar la pintura.

¿Pero podía confiar en su palabra después de todos sus chanchullos a lo largo de los años? Sobre todo teniendo en cuenta que esa pieza que faltaba en el puzzle de su vida era una de sus clientas. No podía. Simplemente no podía confiar.

Caroline sabía que estaba en juego su reputación, lo cual lo era todo en el competitivo mundo de la terapia personal. Tan pronto como había leído el correo, había sentido un terror muy familiar junto con la necesidad de ir a buscarlo para juzgar por sí misma sus motivos, o para quitarle de la cabeza esa locura de casarse con una mujer con la que simplemente había tenido relación por mail.

Su primer libro de autoayuda saldría en cinco meses y, si su editor se enteraba de aquello, no le haría ninguna gracia. Tendría suerte si no sacaban su libro de la agenda.

Por eso había viajado durante toda la noche, acabando allí a las nueve de la mañana, frente a un atractivo ranchero y a sus dos hijos.

—Mire, lo siento. Ha sido una noche larga. He tomado dos vuelos desde Santa Cruz y he tenido que conducir durane una hora desde Idaho Falls para llegar aquí, y me temo que no estoy en mi mejor momento. ¿Puedo pasar para que podamos discutir lo que han hecho nuestros padres?

No estaba segura de cómo habría respondido él a eso si no hubiera sonado el teléfono móvil que llevaba en el cinturón.

—¿Sí? —contestó él al teléfono mientras le hacía un gesto a Caroline para que entrase. Wade Dalton dejó al niño en el suelo y continuó hablando con tono acalorado por teléfono discutiendo sobre algún problema con ciertas máquinas—. No tenemos opción. La empacadora tiene que estar arreglada hoy. Tenemos que guardar el heno.

Mientras escuchaba la conversación, Caroline tuvo la oportunidad de echar un vistazo al hogar de Wade Dalton.

Aunque la casa del rancho tuviese unos techos altos y unas maravillosas vistas a las montañas, no era para nada ostentosa. Los muebles parecían cómodos, pero gastados, había juguetes apilados en una esquina, y la mesa de café estaba cubierta de revistas.

La sala en la que se encontraban obviamente servía de zona de reunión para la familia Dalton. En una enorme televisión podían verse dibujos animados, y allí era donde se había dirigido el pequeño después de que Wade lo dejara en el suelo. El chico mayor había desaparecido.

—Perdón —dijo Wade tras colgar el teléfono—. ¿Dónde estábamos?

—Estábamos discutiendo sobre lo que deberíamos hacer con nuestros padres, creo.

—Tal como yo lo veo, no tenemos muchas opciones. Es demasiado tarde para ir tras ellos. Imagino que se marcharon sobre la medianoche, lo que significa que nos sacan nueve horas de ventaja. Ya estarían casados para cuando nosotros llegásemos a Nevada. Además no puedo dejar el rancho en este momento, y tampoco sabría por dónde empezar a buscarlos en Reno, dado que mi madre no contesta al teléfono.

—Tampoco Quinn —dijo Caroline.

—No puedo creer que mi madre haga algo así. Marcharse y dejar a los niños. Todo esto es cosa suya.

—¿Mía?

—Es usted la que le ha estado diciendo que persiga sus sueños, o cualquier cosa que le diga durante esas sesiones con ella.

—¿No cree que perseguir los sueños sea importante?

—Claro que sí. Pero no cuando significa huir de las responsabilidades.

—¿Desde cuándo son sus hijos responsabilidad de su madre? —preguntó Caroline.

Una vez más, Caroline tuvo que controlarse para no salir corriendo al ver la furia en sus ojos.

—Lo siento. Eso no venía a cuento —añadió—. Marjorie lleva dos años cuidando de Nat, Cody y Tanner. No lo ve como una carga en absoluto.

—Eso es. Por eso ha estado pagándole una fortuna a una desconocida, para que pueda decirle qué cosas están mal en su vida y cómo arreglarlas.

—Yo no hago eso en absoluto —insistió ella—. Trato de ayudar a mis clientes a hacer que sus vidas sean más felices y satisfactorias destacando algunos de sus comportamientos autodestructivos y dándoles los pasos concretos que necesitan para cambiar aquello por lo que no son felices. Marjorie nunca ha sido infeliz con respecto a los niños.

Antes de que pudiera continuar, el teléfono de Wade volvió a sonar. Lo ignoró durante cuatro tonos, pero finalmente emitió un gruñido y contestó.

La conversación fue similar a la anterior, sólo que Wade Dalton parecía estar más frustrado a cada segundo que pasaba.

—Mira —dijo finalmente—, simplemente llama a la compañía de tractores de Rexburg y pregunta si tienen algún repuesto. Entonces podrás mandar a Drifty a recogerlo. Yo saldré tan pronto como pueda. Si conseguimos tenerlo todo esta tarde, es posible que consigamos meter el heno antes de que llueva —colgó el teléfono y volvió a mirar a Caroline—. No tengo tiempo de discutir esto con usted hoy, señorita Montgomery. Siento que haya venido hasta aquí para nada, pero creo que ya es demasiado tarde para que podamos hacer nada con respecto a los tortolitos. Sin embargo le advierto que, si su padre piensa que va a tocar un penique de los ingresos de este rancho, se encontrarán con una gran resistencia.

—Advertencia registrada —dijo ella seriamente antes de dirigirse hacia la puerta. Entonces advirtió un olor agrio proveniente de la parte de atrás de la casa—. ¿No huele a nada?

—Estamos en un rancho. Tenemos todo tipo de olores.

—No, éste es distinto. Parece como si algo se estuviese quemando.

Wade olfateó el aire por un instante y entornó los ojos. Entonces observó al niño pequeño frente a la televisión y advirtió la ausencia del mayor.

—¡Tanner! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

—¡Nada! —contestó una voz asustada desde la parte de atrás—. No estoy haciendo nada. Nada en absoluto. No vengas a la cocina, papá. ¿De acuerdo?

Wade cerró los ojos durante un segundo y salió corriendo por el pasillo.

Caroline sabía que aquello no era asunto suyo, pero no le quedó más opción que seguirlo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA cocina era inmensa y con un aspecto antiguo. Tenía una enorme barra para el desayuno y múltiples sillas apiladas junto a una mesa de madera.

Caroline imaginó que, en otras circunstancias, el lugar habría resultado acogedor, pero en ese momento un humo negro lo inundaba todo, junto con el olor a papel quemado y a algo dulce.

Los fogones estaban en llamas y pronto se dio cuenta del motivo. Había un rollo de papel de cocina junto al quemador y las llamas ya comenzaban a chamuscar los armarios.

—Lo siento, papá —dijo el hijo mayor de Wade subido a una de las sillas junto al fuego.

—¡Bájate de ahí ahora mismo! —gritó Wade con un tono que, obviamente hizo que el niño se quedase quieto por el miedo.

Su padre tuvo que bajarlo de la silla para poder recoger los papeles quemados y echarlos al fregadero antes de poder regresar a los armarios para supervisar el daño.

El niño seguía sin moverse y estaba en el camino de su padre. Así que, aun recordándose a sí misma que no era asunto suyo, Caroline se acercó a él y dijo:

—Tanner, ¿por qué no dejamos a papá que se ocupe de todo?

El niño la miró absorto por un momento, luego le dio la mano y Caroline pudo llevárselo de la habitación. Lo condujo hasta la sala en la que su hermano seguía viendo la tele y, a la vez, jugando con sus camiones, ajeno a todo lo que estaba sucediendo en la cocina.

Caroline vio entonces que Tanner tenía la mano izquierda apretada contra la camiseta del pijama.

—¿Puedo echarle un vistazo a tu mano? —le preguntó—. ¿Te has hecho daño?

El niño asintió lentamente y extendió la mano con una mueca de dolor.

—¡Oh, cariño! —exclamó Caroline al ver la enorme mancha roja que cubría la palma de su mano.

—No quería que se prendiera fuego —dijo el niño llorando—. No quería. Sólo quería tostar malvaviscos como hacíamos Nat, la abuela y yo con el tío Seth cuando íbamos de camping. ¿Crees que mi padre se enfadará conmigo?

—Estoy segura de que se preocupará por ti —le aseguró a Tanner, aunque no estuviese convencida de ello.

—Se pondrá furioso. Se supone que no puedo estar en la cocina yo solo —añadió el niño llorando cada vez con más intensidad.

—Mira, vamos a curarte esa mano y luego nos preocuparemos de tu padre, ¿de acuerdo?

Él asintió y Caroline recordó a toda velocidad sus conocimientos básicos de primeros auxilios.

—Primero tenemos que echarle agua —le dijo a Tanner—. ¿Puedes llevarme hasta el baño?

—Sí. Hay uno yendo por esas puertas.

Caroline lo condujo hasta allí, llenó el lavabo con agua fría y le sumergió la mano al niño, que no parecía muy contento con la idea.

—No quiero —dijo—. Me duele.

—Lo sé, cielo. Siento tener que hacerte más daño, pero así nos aseguramos de que deje de quemar.

—¿Tanner?

Caroline miró hacia abajo y descubrió que el niño pequeño los había seguido hasta el baño, aunque parecía más interesado en la tapa del váter que en la quemadura de su hermano, pues no paraba de subirla y bajarla constantemente.

—Oye, niño —dijo Caroline.

—Se llama Cody —le informó Tanner—. Tiene dos años y yo tengo cinco. Acaba de ser mi cumpleaños.

—Cinco es una edad muy divertida —dijo ella, pero sus palabras fueron interrumpidas por una voz furiosa proveniente de fuera.

—¡Tanner Michael Dalton! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí y ayúdame a limpiar el desastre que has organizado!

—Estamos en el baño —dijo Caroline—. ¿Puede venir aquí un momento?

—¿Qué pasa? —preguntó Wade pasados unos segundos—. Tengo cosas de las que ocuparme aquí.

Y allí apareció, en el cuarto de baño, totalmente furioso, como si ella le hubiese interrumpido mientras salvaba al mundo para preguntarle qué tono de brillo de labios utilizar.

—Nosotros también tenemos algo de lo que ocuparnos —dijo Caroline levantando la barbilla—. Algo que creo que querrá ver.

—¿Qué pasa? —preguntó él entrando en el baño.

Caroline le enseñó la mano de su hijo y, al ver la cara de preocupación en el rostro de Wade, tuvo que admitir que su concepto de él había cambiado.

—¡Tanner! —exclamó—. ¿Te has quemado?

—Ha sido un accidente, papá.

—¿Por qué no has dicho nada?

—Trataba de ser un niño mayor, no un bebé —dijo Tanner encogiéndose de hombros—. Lo siento, papá. Lo siento —añadió entre llantos—. No lo volveré a hacer. No lo haré, te lo prometo. Me duele mucho.

Wade tomó a su hijo en brazos y lo apretó contra su pecho.

—Tranquilo, hijo. Tranquilo. Nos ocuparemos de ello, te lo prometo. Encontraremos a tu tío Jake y él lo solucionará.

Cody observó a su hermano llorando y la preocupación en el rostro de su padre y comenzó a llorar también. Pronto el baño retumbaba con los sollozos.

Tras un momento, Wade pareció entrar en pánico, como si acabara de darse cuenta de que estaba metido en una jaula llena de serpientes, salvo que Caroline tenía la impresión de que habría preferido las serpientes a dos niños vociferantes.

Finalmente Caroline se apiadó de él y tomó al más pequeño en brazos.

—Tranquilo, cielo. Tu hermano sólo tiene una quemadura.

—Tanner… quemadura —dijo el pequeño sonándose la nariz.

—Sí, pero se pondrá bien. Te lo prometo —le aseguró Caroline.

—El tío Jake lo curará —dijo Wade—. Venga, vamos a buscarlo.

Wade llevó a Tanner hacia la puerta principal y Caroline lo siguió con Cody en brazos.

—Oiga, me imagino que ya tendrá bastante de qué ocuparse en la clínica —dijo ella—. ¿Por qué no me quedo aquí con Cody mientras usted está con Tanner?

—No. Él puede venir con nosotros a la clínica.

—¿Está seguro? No me importa vigilarlo por usted.

—Señorita, no la conozco de nada —dijo Wade—. No pienso dejarla con mi hijo.

—¿Quiere que yo vaya con usted a la clínica para que cuide de él allí?

Wade frunció el ceño, obviamente molesto por su perseverancia. ¿Acaso pensaba que iba a secuestrar a su hijo?

—No. Conmigo estará bien. Seguro que en la oficina de Jake habrá alguien que pueda ocuparse de él mientras yo estoy con Tanner en la consulta.

Con Tanner en un brazo, tomó al pequeño en el otro y los sacó por la puerta, dirigiéndolos hacia una furgoneta polvorienta aparcada enfrente.

Sin estar muy segura de lo que debía hacer, Caroline se quedó de pie en el porche de la casa y observó cómo Wade colocaba a ambos niños en el vehículo. Parecía haberse olvidado de su existencia. De hecho, acto seguido se subió al asiento del conductor y se alejó sin mirar atrás.

Cuando por fin comenzó a pasársele el susto del fuego y de la quemadura de Tanner, Caroline se dio cuenta de lo cansada que estaba. Se había olvidado por completo de su viaje y de su preocupación por el romance de su padre. En ese momento el viento frío de octubre acariciaba su rostro y comenzaba a recordarlo todo.

Dado que parecía demasiado tarde para evitar que su padre se fugara, sabía que debería regresar con su coche de alquiler al aeropuerto y tomar el primer vuelo a California.

Por otra parte, la cocina seguía hecha un desastre, de eso estaba segura. Podría limpiarla un poco mientras Wade estuviera fuera, e incluso preparar algo de comida para cuando regresaran.

Era lo menos que podía hacer. Nada de eso hubiera ocurrido si su padre no se hubiera fugado con Marjorie.

Mientras regresaba a la cocina, trató de decirse a sí misma que no estaba dando la cara por los desastres de su padre, pero la verdad era que no estaba muy convencida de ello.

 

 

—Ya está, chaval. Ahora tienes la garra de la momia y podrás asustar a Nat con ella cuando llegue del colegio.

Tanner se carcajeó ante el comentario de su tío Jake y movió su mano vendada.

—Aún me duele —se quejó.

—Lo siento —dijo Jake apretándole el hombro—. Puedo darte alguna medicina para que no te duela tanto. Pero, cuando intentas apagar un fuego tú solo, a veces te quedan heridas de guerra. La próxima vez, llama a tu padre primero.

—No habrá próxima vez, ¿verdad, Tanner? —dijo Wade—. Ya has aprendido la lección sobre tostar malvaviscos, o cualquier otra cosa, tú solo.

—Supongo —suspiró Tanner—. No me gusta quemarme.

—Has sido muy valiente mientras te examinaba —dijo Jake—. Estoy orgulloso de ti. Ahora tienes que ser mayor y asegurarte de que te la cuidas bien. No puedes mojarte la venda y has de procurar mantenerla limpia, ¿de acuerdo? Escucha a tu padre y haz lo que te diga.

—De acuerdo —dijo Tanner bajándose de la camilla—. ¿Puedo ir a pedirle a Carol mi piruleta?

—Claro. Dile que un niño tan valiente como tú se merece dos piruletas.

—¿Y una pegatina?

—Supongo —dijo Jake con un suspiro.

Tanner levantó el brazo en señal de triunfo y salió corriendo de la sala, dejando a Wade solo con su hermano menor.

Wade lo observó mientras escribía algo en el ordenador y se preguntó cómo aquel mocoso con sombrero de vaquero demasiado grande que solía seguirlo por todo el rancho cuando eran pequeños había llegado a ser un médico tan competente.

Aquélla no era la vida que Wade habría elegido, ni para él ni para su hermano, pero siempre había sabido que Jake no era carne de rancho. Su hermano mediano tenía tres años menos que él y, por lo que Wade recordaba, siempre había soñado con convertirse en alguien importante.

Recordaba que, de jóvenes, Jake siempre andaba leyendo, a cada momento que tenía libre, siempre aprendiendo.

Wade quería a su hermano, pero no lograba entenderlo.

Aunque no hubiese un solo momento en que no se sintiese orgulloso de Jake por su determinación y su tesón, y por la compasión y cariño que mostraba hacia todo el mundo en Pine Gulch, y por regresar a casa en vez de decidir trabajar en otro lugar donde ganara más.

—Bueno, te diría «feliz cumpleaños» —dijo Jake tras terminar de escribir—, pero me temo que es un poco tarde para eso.

—Y que lo digas. Ha sido un infierno de día.

—Y piensa que sólo es mediodía. Quién sabe qué otras cosas estarán por venir.

Wade suspiró amargamente. Ya era mediodía y no había hecho nada. Tenía un millón de cosas por hacer, y encima tenía que ocuparse de un niño que no podía ensuciarse la venda.

—¿Qué sugieres que hagamos con mamá? —preguntó.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —preguntó Jake—. Parece que el daño está hecho.

—Sin embargo, no tenemos por qué aceptarlo.

—No sé. Lleva sola mucho tiempo. Hace dieciocho años que murió Hank e, incluso antes de eso, su vida con nuestro querido padre no creo que fuera un camino de rosas. Si este tal Quinn le hace feliz, creo que deberíamos apoyarla.

—¿Qué quieres decir con eso? Ni siquiera lo conoce. ¿Cómo podemos apoyar que se fugue con un hombre con el que sólo ha mantenido relación mediante correo electrónico y llamadas clandestinas? ¿Y qué tipo de bastardo se fuga con una mujer que no ha visto en su vida? Tiene que estar tramando algo. Él y su hija están juntos en esto.

—Eso no lo sabes.

—Tienen que estarlo. Se hace amiga de las mujeres mayores mediante la terapia, encuentra un blanco fácil como mamá y entonces entra su padre para quitarles todo lo que tienen.

—Eres un romántico —dijo Jake.

—No tengo tiempo para ser romántico. Un equipo de la televisión nacional llegará al rancho en seis días. ¿Cómo puedo prepararlo todo teniendo tres niños de los que ocuparme?

—Siempre podrías cancelarlo.

—No me estás ayudando, ¿sabes?

—¿Por qué no? Sólo es un reportaje.

—¡Un reportaje para el que llevo preparándome casi un año! Es una gran publicidad para el rancho. Somos uno de los pocos ranchos del país que utiliza el chip de recolección de datos con el ganado. Sabes lo mucho que tuvimos que invertir en ello, pero es parte de nuestra estrategia para poner al rancho en la cima de la industria. Ser reconocido por eso en este momento es un gran paso para Cold Creek. No entiendo cómo mamá no pudo planear su escapada para después del reportaje.

—¿Entonces qué vas a hacer con los niños?

—Todavía no lo he pensado. Tú eres el listo. ¿Alguna sugerencia?

—Podrías contratar a una niñera temporal hasta que acaben el reportaje. ¿No dijo mamá en su nota que volvería en una semana?

Estaba a punto de contestar cuando oyó a Cody berrear desde la zona de recepción.

—Sí, una semana —dijo—. Espero que siga estando cuerdo para entonces.

 

 

Cody se quedó dormido en el camino de vuelta desde la clínica hasta el rancho. Tanner, probablemente alterado por todo lo que había sucedido, no paraba de hablar, impidiéndole a Wade pensar en lo que iba a hacer.

Tanner ni siquiera dejó de hablar mientras Wade contestaba a la llamada de Seth, que le informó de que la tienda de Rexburg no conseguiría la pieza que necesitaban para la empacadora hasta el día siguiente. Sin ella, no podrían traer el heno, lo que significaba que lo perderían todo por culpa de la lluvia.

—Ya casi estoy en casa. Les prepararé a los niños algo de comer y bajaré a ver si podemos ingeniar algo hasta mañana.

Wade a veces odiaba tener tanta responsabilidad. Odiaba saber que de él dependía no sólo la subsistencia de su familia, sino la de las familias de tres hombres más que estaban a sus órdenes.

No podía tomarse una semana libre para ocuparse de los niños. Tenía demasiadas responsabilidades en ese momento.

¿Pero a quién podía pedirle ayuda? La familia de su mujer había vendido el rancho hacía un año y los padres de ella estaban en Suramérica de misioneros de la Iglesia.

Viviana Cruz habría sido la siguiente opción. Era la dueña del pequeño rancho situado junto a Cold Creek, y la mejor amiga de su madre. Por desgracia se había marchado la semana anterior para pasar un tiempo con su hija en Arizona.

Seth conocía a todas las mujeres en un radio de sesenta kilómetros a la redonda. Quizá él pudiera pensar en alguien que fuera capaz de cuidar a los niños durante una semana. Aunque suponía que tampoco era estrictamente necesario que fuese una mujer.

—¿Puedo ver la televisión? —preguntó Tanner mientras Wade aparcaba frente a la puerta trasera de la casa.

—Claro, pero nada de culebrones.

—Ya —dijo el niño—. Sabes que odio esos programas. La abuela los ve a veces, pero son muy aburridos.

Tanner salió corriendo y entró en la casa, dejando a Wade en la furgoneta mientras le quitaba el cinturón a Cody, que seguía durmiendo.

Mientras subía las escaleras hacia el cuarto de Cody, Wade se dio cuenta de que se acercaba la parte complicada: meterlo en la cama sin que se despertara. Una vez en la habitación, contuvo la respiración y colocó al niño suavemente sobre la cuna.

Cody se arqueó un poco y se deslizó hacia el borde del colchón, donde le gustaba dormir, pero no abrió los ojos. Tras unos segundos, Wade lo cubrió con una manta y regresó abajo para preparar la comida.

Encontró a Tanner en el salón con la tele puesta, pero casi sin volumen.

—¿Puedes oír algo? —preguntó Wade.

—Calla, papá. Vas a despertar a la señorita.

—¿Qué señorita?

Tanner señaló hacia el otro sofá, Wade giró la cabeza en esa dirección y vio a Caroline Montgomery acurrucada allí.

Parecía que había decidido sentirse como en casa mientras él había estado fuera.

No supo por qué aquel descubrimiento hizo que se sintiera furioso, pero no pudo evitarlo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

EH, señorita! ¡Despierte!

Caroline apenas advirtió la voz, dormida como estaba. Soñaba que iba montada en una yegua, subiendo una montaña. Nunca antes se había subido a un caballo, y había imaginado que la experiencia sería aterradora y peligrosa, pero no lo era. Era algo tranquilo y relajante.

Las montañas prometían la paz, el equilibrio y la serenidad que había estado buscando siempre.

—¡Señorita! —exclamó de nuevo la voz, sacándola del sueño—. ¿Quiere decirme por qué sigue aquí?

Confusa y desorientada, Caroline abrió los ojos y se encontró mirando directamente a un cuadro en el que se veía a un jinete a lomos de un caballo subiendo una montaña.

Bajo el cuadro, un hombre con sombrero vaquero la miraba con ira, y a su cerebro dormido le costó unos segundos adivinar de quién se trataba.

Wade Dalton.

Caroline tomó aire para terminar de despejarse y se incorporó, sabiendo que debía de tener un aspecto horrible.

—Lo siento —murmuró—. No pretendía quedarme dormida. Me senté a esperar y me adormilé.

—¿Por qué?

—Probablemente porque he viajado toda la noche para llegar aquí —para su bochorno, sus palabras acabaron con un bostezo, aunque él no pareció advertirlo.

—No le estaba preguntando por qué se quedó dormida, sino por qué demonios pensó que tenía que esperarnos. Por lo que a mí respecta, nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos.

—Quería asegurarme de que Tanner estuviese bien.

—Está bien —contestó Wade—. Una quemadura de segundo grado, pero podría haber sido peor.

—El tío Jake me ha puesto una venda —dijo Tanner desde el otro sofá—, y ha dicho que tengo que llevarla durante una semana salvo cuando me vaya a dormir. Es la garra de la muerte de la momia.

Le hizo un gesto amenazador a Caroline y ella no pudo evitar reírse.

—Tendrás que asegurarte de hacer todo lo que te ha dicho tu tío. No querrás que se te infecte.

—Lo sé —dijo el niño—. Y no puedo volver a tostar malvaviscos yo solo o si no papá me arrastrará detrás de Júpiter hasta que se me caiga la piel.

—¿Júpiter?

—El caballo de papá. Es muy grande y muy malo.

—Estaba bromeando con lo del caballo, hijo —dijo Wade—. Lo sabes, ¿verdad? Sólo quería que supieras que tu castigo si vuelves a utilizar la cocina tú solo será severo.

—Lo sé. Ya te he dicho que no lo volveré a hacer jamás, jamás, jamás.

—Buena decisión —dijo Caroline—. Porque estarías horrible sin la piel.

Tanner se carcajeó y regresó su atención a la televisión.

Caroline volvió a mirar a Wade y se dio cuenta de que la estaba observando atentamente con una mirada extraña.

—He preparado algo de sopa —dijo ella tras un largo silencio—. Está en el fuego.

—¿Qué? —preguntó él frunciendo el ceño.

—Me imaginé que para la hora de comer ya habrían vuelto, así que encontré unas patatas en la despensa y he preparado sopa de patatas.

No sabía por qué, pero aquella frase hizo que la extraña expresión de sus ojos se convirtiera en una que reconocía demasiado bien. Observó las nubes de tormenta en sus ojos azules y vio cómo Wade apretaba la mandíbula.

—Es curioso, pero no recuerdo haberle dicho en ningún momento que se sintiera como en casa.

—No lo hizo. Sólo trataba de ayudar.

—Puede que mi madre haya sido lo suficientemente estúpida como para casarse con su padre, pero eso no le da derecho a campar a sus anchas por Cold Creek, señorita.

—Me llamo Caroline —dijo ella tratando de no perder la compostura.

—Por mí como si es la reina de Inglaterra. Éste es mi rancho y ahora mismo está en él sin permiso.

—¿Va a hacer que me metan en la cárcel porque he cometido la temeridad de preparar una sopa?

—¡Es una idea que se me antoja factible en este momento, créame!

A pesar de saber que no lo decía en serio, Caroline no pudo evitar estremecerse ante la posibilidad de regresar a la cárcel. De pronto recordó los muros de cemento, la desesperanza y la humillación de estar privada de libertad.

—Sólo estaba tratando de ayudar. Pensé que quizá Tanner necesitara algo caliente después de su aventura.

—No necesito su ayuda, señorita Montgomery. No necesito nada de usted. Fue la ayuda que le prestó a mi madre la que ha hecho que las cosas acaben así.

Ese hombre sí que sabía cómo hurgar en la herida. Primero la amenazaba con su peor pesadilla, y luego le echaba toda la culpa que ella había estado tratando de sublimar.

Antes de poder idear una respuesta, el móvil de Wade comenzó a sonar y, al mismo tiempo, Cody comenzó a llorar desde su habitación.

—No estoy de acuerdo —dijo finalmente—. Creo que sí necesita mi ayuda. Y, si puede tragarse su ira, justificada o no, y escucharme, tengo una proposición que hacerle.

Wade la miró como diciendo que la única proposición que le interesaría sería una que implicara que Caroline se marchara, pero ella se negó a dejar que la intimidara.

Él contestó al teléfono y salió de la habitación para ir a buscar a Cody.

Cuando regresó, ella había sentado a Tanner a la mesa de la cocina. El niño estaba comiéndose la sopa y contándole su excursión al médico, y las pegatinas que su tío Jake le daba, y cómo había escuchado a Amber, una de las enfermeras, decir que su tío Seth era el hombre más sexy de todo el condado.

Caroline se imaginaba a ese tal Seth como a una persona interesante y atractiva, aunque al ver a Wade en la cocina con Cody en brazos, se preguntó cómo podía ser alguien más atractivo que él.

No es que a ella le importara. Por lo que a ella respectaba, Wade Dalton era grosero y cabezón. Una persona empeñada en que todo en la vida tenía que salir según sus planes.

—¿Os apetece sopa? —preguntó Caroline—. Te prometo que no le he echado mata ratas.

A Wade no le gustaba la sensación que tenía de que Caroline lo encontraba fascinante por alguna razón. A él no le gustaba ella. Caroline Montgomery representaba todo lo que no le gustaba en una mujer. Era dogmática y mandona, y no se fiaba de sus intenciones ni una pizca.

El problema era que no tenía ni idea de qué podría andar buscando. ¿Qué tipo de mujer viajaba más de mil kilómetros en busca de su padre y, al no encontrarlo, se quedaba por allí preparando sopa en la casa de un extraño?

Caroline decidió por él antes de que contestara y colocó dos cuencos de sopa sobre la mesa para que se enfriaran.

Wade colocó a Cody en su silla junto a Tanner y entonces se dio cuenta de algo más. La cocina brillaba con la luz del sol que entraba por las ventanas.

Al marcharse por la mañana, el lugar era un completo desastre. Todo había desaparecido.

—Has limpiado —dijo él con un tono más acusador de lo que le habría gustado, pero ella simplemente sonrió. Se dio cuenta mientras sonreía de que uno de sus colmillos solapaba ligeramente al diente de al lado. Parecía una tontería, pero se sintió menos molesto con ella al descubrir aquella pequeña imperfección.

—Supuse que ya tendrías bastante por hacer en este momento. Era lo menos que podía hacer. Si no hubieras estado distraído gritándome… —se detuvo y volvió a sonreír—. Perdón, si no hubieras estado hablándome en voz alta, probablemente habrías podido evitar que Tanner prendiera fuego a la cocina y se lesionara.

—Habría encontrado la manera —murmuró Wade—. Este niño se busca problemas incluso dormido. Se le da de maravilla.

—Tiene mucha energía, pero parece muy dulce. Los dos lo parecen.

—Claro, ahora que están ocupados comiendo.

—Lo cual deberías hacer tú.

Se recordó a sí mismo que no le gustaban las mujeres mandonas. Incluso aunque tuvieran una sonrisa adorable y oliesen a helado de vainilla.

Aun así, obedeció y probó la sopa de patata. Estaba perfecta, espesa y cremosa, y aderezada con una especia que quizá pudiese ser estragón.

Tanner y Cody mantenían una de sus conversaciones, con Tanner hablando de cualquier cosa que se le ocurriese y Cody riéndose de vez en cuando y balbuceando ante lo que decía su hermano. Wade los escuchaba mientras saboreaba la sopa.

—Sé que Marjorie te ha ayudado a criar a tus hijos —dijo Caroline al cabo de un rato—. ¿Tienes a alguien a quien recurrir ahora que se ha ido?

—Todavía no. Ya se me ocurrirá.

Antes de que Caroline pudiera contestar, Tanner eructó y, acto seguido, comenzó a reírse junto con su hermano.

—Oye, eso no ha sido muy educado —dijo Wade—. Discúlpate con Caroline.

—Nat dice que, en algunas partes, la gente da las gracias así cuando ha tomado una comida deliciosa —dijo Tanner.

—Bueno, pues nosotros no estamos en esas partes. En Cold Creek eso se considera malos modales.

De pronto Cody eructó también, algo que a Tanner le pareció lo más gracioso del mundo.

—¿Ves? Mira lo que le estás enseñando a tu hermano. Discúlpate con Caroline.

—Lo siento —dijo Tanner obedientemente.

—Lo ziento —repitió Cody.

—¿Podemos irnos ya a jugar? Ya hemos terminado.

Wade les limpió las manos y la cara, bajó a Cody de la silla y lo colocó en el suelo.

—Recuerda que tienes que tener cuidado —le dijo a Tanner, que asintió y salió de la cocina siguiendo a su hermano.

—No parece que su lesión lo detenga en lo más mínimo —dijo Caroline.

—Nada detiene a ese niño.

—¿Entonces qué harás con ellos mientras trabajas?

—Ya se me ocurrirá algo.

—Me gustaría ofrecerme voluntaria —dijo ella.

—¿Voluntaria para qué?

—Para ayudarte con los niños —contestó Caroline con una sonrisa—. Soy autónoma y mi horario es muy flexible. Resulta que tengo algo de tiempo libre en este momento y me gustaría ayudar.

—A ver si lo he entendido. Te estás ofreciendo a hacer de niñera mientras mi madre y tu padre están de luna de miel en Reno.

—Eso es.

—¿Y por qué piensas que iba a aceptar la oferta?

—¿Y por qué no?

—Porque eres una extraña. Porque no te conozco y no confío en ti.

—Entiendo tus dudas. Yo no querría que un extraño se ocupara de mis hijos, si los tuviera. Pero puedo darte referencias. Fui niñera en Boston durante dos años mientras terminaba la universidad. Tengo mucha experiencia con niños de todas las edades y sé cocinar.

—La respuesta es no.

—¿Así, sin más? ¿Ni siquiera vas a considerarlo?

—¿Qué hay que considerar? Si tú fueras la madre aquí, ¿dejarías a tus hijos con un total desconocido? —le preguntó Wade.

—Probablemente no —admitió Caroline—. Pero, si realmente lo necesitara, puede que lo considerara tras comprobar las referencias del desconocido.

En ese momento sonó el móvil de Wade. Vio el número de Seth en la pantalla y suspiró.

—¿Sí? —contestó.

—¿Dónde diablos estás? Dijiste que vendrías —Seth sonaba tan frustrado como se sentía Wade.

—Estoy trabajando en ello.

—Esas nubes no se van. En una hora vamos a estar empapados y a perder todo el cargamento. Estaba pensando en llamar a Guillermo Cruz y ver si podemos usar la empacadora de La Luna.

El rancho de La Luna era el de su vecina, Viviana Cruz. A pesar de que ese rancho tuviera una actividad menor que Cold Creek, Guillermo Cruz mantenía los equipamientos de su cuñada a la última.

—Sí, haz eso —le dijo a Seth—. Iré lo antes que pueda. Quizá se me ocurra algo para arreglar la otra temporalmente. Si podemos utilizar dos máquinas, puede que tengamos aún una oportunidad.

Cuando colgó el teléfono, vio que Caroline lo estaba observando atentamente.

—Tal como yo lo veo, no tienes muchas opciones —dijo ella—. Tanner necesitará cuidados con la quemadura, al menos durante unos días, para que no se le infecte. No puedes llevarlos contigo por el rancho porque sería peligroso. Y, por lo que he oído, parece que hay bastantes problemas.

—Demasiados —convino él—. Tu padre ha elegido un mal momento para echarse novia.

—Lo siento. Sé que no me quieres aquí, pero, por el bien de los niños, deja que te ayude durante un par de días al menos, hasta que se te ocurra otra cosa. He venido hasta aquí para nada. Por lo menos podría ser útil.

Wade se frotó las sienes y pensó en qué daño podría hacer. Era una desconocida, cierto, pero, le gustase o no, estaba conectada a él gracias al matrimonio de sus padres.

Al fin y al cabo, el trabajo que tenía que realizar los próximos días en el rancho no estaba muy lejos de la casa, así que podría vigilarla.

Puede que no fuese tan mala idea. Y si ella y su padre estuviesen maquinando algo, sería mejor tenerla controlada para saber lo que se proponía.

Hank Dalton tenía un axioma al respecto. «Mantente cerca de tus amigos y más cerca de tus enemigos».

—Tienes razón —dijo finalmente—. No tengo muchas opciones. Aprecio la oferta. ¿Cuáles son tus números de referencia?

Caroline lo miró durante un instante, luego garabateó algunos nombres y números de teléfono en una hoja que había junto al auricular. Wade agarró la hoja y se dirigió a su despacho.

Diez minutos después reapareció. Sólo había conseguido localizar a alguien en uno de los números, una mujer llamada Nancy Saunders. Sabía que podría ser todo un montaje, pero no le quedaba más opción que confiar en su palabra. Había hablado de lo bien que Caroline había cuidado a sus hijos hacía doce años, y de cómo se habían mantenido en contacto, alegando que Caroline era una de las personas más responsables que había conocido.

—¿He aprobado? —preguntó ella mientras terminaba de limpiar los platos de la comida.

—Por ahora —murmuró él mientras se ponía el abrigo y el sombrero—. Natalie llega a casa en el autobús como a las tres y media, así que podrá ayudarte con los chicos y con la cena. El congelador está lleno de comida. No sé cuándo volveré, probablemente cuando haya anochecido. Tú y los niños deberíais comer, aunque mi madre suele dejar un par de platos preparados en el frigorífico para mí y para Seth.

—Tu hermano.

—Sí. Es el segundo a cargo del rancho y vive en la casa de invitados que hay atrás, aunque normalmente suele comer aquí con la familia.

—¿Qué tipo de comida os gusta?

—Cualquier cosa que se pueda comer —contestó Wade dirigiéndose hacia la puerta. Apuntó su número de móvil en el cuaderno que había junto al teléfono antes de salir—. Me encontrarás en este número si necesitas algo.

Se apresuró hacia su furgoneta tratando de ignorar la voz que le decía que se arrepentiría de dejar que Caroline Montgomery entrara en sus vidas.

 

 

Caroline vio por la ventana de la cocina cómo Wade se aproximaba a su furgoneta como si estuviera siendo perseguido por una manada de búfalos.

Seguía sin poder creer que hubiese aceptado su oferta. Debía de estar verdaderamente desesperado. Ésa sería la única razón por la que la habría dejado al cuidado de los niños.

Tenía que admitir que aquel hombre la intrigaba. No podía evitar preguntarse cómo sería cuando no tuviese que ocuparse de un niño herido, una madre huidiza y varias crisis en el rancho.

Se sentía intrigada y atraída por él, aunque no lograba comprender por qué. Había algo en sus ojos azules y ese aura de poder y fortaleza que la maravillaba.

Los hombres grandes y furiosos no eran sus favoritos. Aunque realmente no sabía cuáles eran sus favoritos. Pero estaba claro que sus anteriores relaciones habían sido con hombres pensativos e introspectivos. Un profesor del departamento de Historia en la universidad de Santa Cruz había sido el último hombre con quien había salido, y era incapaz de imaginarse a dos hombres más opuestos.

Aun así, había algo en Wade Dalton…

¿Dónde diablos se había metido? O mejor dicho, ¿dónde diablos la había metido Quinn?

Se había jurado que nunca más iba a dar la cara por él. La última vez que la había involucrado en uno de sus planes, había acabado pasando cuatro meses en la cárcel en Washington.

A pesar de que no sabía nada del tema ni había tenido nada que ver con ello, había acabado pagando el precio hasta que le habían quitado los cargos.

Incluso entonces no había sido capaz de romper relaciones con su padre. Quinn no era realmente destructivo, al menos no adrede. La quería y había hecho todo lo posible por sacarla adelante después de que su madre muriera cuando ella tenía ocho años. Pero era débil en lo que a él respectaba, y tenía la sensación de haber ido toda su vida con un cepillo y un recogedor detrás de él.

Pero se dijo a sí misma que aquello era distinto. En esa ocasión había tres niños inocentes sufriendo las consecuencias de los actos de su padre. Sabía gracias a las terapias con Marjorie, que ella era la que se ocupaba principalmente de sus nietos desde que la mujer de Wade muriera dos años antes.

A Marjorie no le importaba cuidar de ellos, pero se sentía sola y ansiaba encontrar significado a su vida más allá de aquel rancho.

Aunque sabía que no era responsable de la soledad de Marjorie, no podía evitar sentirse culpable, pues sabía que, si no hubiese sido por su intervención, nunca se habrían conocido y Marjorie estaría allí en ese momento, cuidando de sus nietos.

Caroline no tenía más opción que ayudar a Wade en ausencia de su madre. Era lo más sensato.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

PARA cuando dieron las tres y media, Caroline no comprendía cómo podía Marjorie ocuparse de dos criaturas tan llenas de energía.