De la autora de superventas del New York Times, Sawyer Bennett, llega un nuevo y SENSUAL romance en solitario… Cuando eres un dios del rock, la fama y la fortuna son tus dos mejores amigos, pero pueden ser compañeros de cama inconstantes. Parece que todo el mundo quiere una parte de mí. Me demandan, me presionan para que firme contratos y me defienden de las mujeres rabiosas que quieren robarme mi virtud. Es una broma. Todos sabemos que no me queda mucha virtud. Por eso necesito a Emma Peterson. La abogada más aguda y sensual que el pecado me ha salvado el trasero antes y sé que puede hacerlo de nuevo. El único problema es que la dulce y educada Emma no quiere tener nada que ver conmigo. Nada profesionalmente, y con certeza, nada personalmente. Pero vamos. Todo el mundo me desea, y aunque se necesitaría una palanca de proporciones épicas para conseguir que abra esas piernas sensuales para mí, todo lo que quiero es su mente. Lo juro. Su hermosa y brillante mente para darle sentido a mi loco mundo. Menos mal que tengo algo en la manga para que diga «sí». Algunos podrían llamarlo chantaje. Yo lo llamo otra cosa. Parece que Emma Peterson acaba de convertirse en mi mayor defensora. Si sólo puedo resistirme a querer coger a mi abogada de seis maneras hasta el domingo. «Mentiras Sensuales y Rock & Roll» es un libro independiente y puede leerse independientemente de los otros libros de Asuntos Legales.
PUBLISHER: TEKTIME
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Sawyer Bennett
Al llamado del Amor y Rock & Roll
Traducido por Azael Avila Reyes
Al llamado del Amor y Rock & Roll
Por Sawyer Bennett
Azael Avila Reyes
Todos los derechos reservados.
Derechos de autor © 2016 por Sawyer Bennett
Publicado por Big Dog Books
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con hechos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.
Ninguna parte de este libro puede reproducirse en forma alguna ni por medios electrónicos o mecánicos, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin la autorización expresa por escrito de la autora. La única excepción es la de un crítico que puede citar breves extractos en una reseña.
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Boom… Boom… Boom…
Mis ojos se abren lentamente e inmediatamente se entrecierran contra la dura luz de la mañana. No puedo decir si el sonido fuerte, tipo golpeteo, está dentro de mi cabeza o no, pero si la forma en que mi lengua está pegada al paladar es una indicación, voy a suponer que tengo resaca.
No es una sorpresa. Anoche tuve una fiesta de muerte para celebrar la finalización de mi segundo álbum, Core Deviance, y tomé suficiente whiskey para desahogar toda la presión y el estrés que conlleva el proceso de grabación. Sin embargo, no bebí tanto como para no saber por qué hay un cuerpo desnudo y suave apretado contra mí. Vuelvo a abrir los ojos y giro la cabeza hacia la derecha, para contemplar a la pelirroja dormida a mi lado. Sí… recuerdo totalmente haberme acostado con ella anoche… dos veces.
Boom… Boom… Boom…
Eso de ahí… es el sonido de alguien golpeando la puerta de mi habitación, y definitivamente no es el fuerte dolor de cabeza que sospeché al principio. De hecho, mi cabeza se siente bastante bien. No hay ningún malestar revelador que indique que me pasé de copas anoche.
—Evan —dice Tyler Hannity desde el otro lado de la puerta. Boom… Boom… Boom…
—¿Estás despierto?
—Sí, un momento —le respondo con voz de rana y empujo a la mujer para que se aleje de mí, lo cual no es del todo fácil ya que es un completo peso muerto mientras duerme. Le pongo una mano en el hombro y le doy una ligera sacudida.
Ella gime y abre los ojos para mirarme sin comprender.
—¿Qué pasa?
—Tienes que irte —le digo sin rodeos, y luego ruedo en dirección contraria, alejándome de ella. Atravieso la extensión de mi colchón y llego al suelo, donde están mis pantalones de mezclilla. Me los coloco y cierro el cierre mientras rodeo la cama hacia la puerta. Cuando vuelvo a mirar hacia ella una vez más y veo que vuelve a tener los ojos cerrados, le grito:
—Oye… tienes que irte. Levanta el trasero y vete.
Su cabeza se levanta de la almohada y me mira fijamente, así que no está tan «dormida» como estaba aparentando.
—En serio... ¿me estás echando después de lo que compartimos anoche?
Agarro la camiseta que cuelga del extremo de la cama y me la pongo por encima de la cabeza. Oculta mi molestia y, cuando mi cabeza sale, digo:
—Cogimos. Los dos nos hemos corrido. Un par de orgasmos es todo lo que compartimos. Ahora levántate y vístete. Puedo hacer que alguien te lleve a casa si lo necesitas.
Sé que suena duro, pero es necesario. He sido abusado demasiadas veces por mujeres que sólo querían mi fama y fortuna. Se aprovecharon de mí unas cuantas veces antes de que me diera cuenta.
Ahora, prácticamente sólo salgo de fiesta, me acuesto con mujeres sin nombre, y luego las echo por la mañana. Una rutina sólida.
No es la vida que había imaginado para mí, pero supongo que la fama cambia las cosas. Claro, es el cliché de lo que todo el mundo piensa que hace una estrella de rock, pero realmente no es lo que yo quería. Lo patético es, sin embargo, que esta vida no es propicia para las relaciones serias.
Lo sé.
Lo he intentado.
No ha funcionado.
La pelirroja me maldice algo, pero no le presto atención. Alargo la mano y abro la puerta de mi habitación.
Tyler está de pie, con una expresión sombría en el rostro. Su cabello rubio está desordenado, sobresaliendo por todas partes, y supongo que anoche debió de desmayarse en un sofá o en una de las habitaciones de invitados. Sus ojos se dirigen a la pelirroja y se quedan clavados en ella un minuto. Giro la cabeza para mirar por encima del hombro y la veo pavoneándose desnuda mientras recoge su ropa, con las tetas balanceándose de un lado a otro mientras se agacha y recupera sus cosas del suelo.
Me vuelvo para mirar a Tyler con una leve sonrisa, pues sé que probablemente esté pensando… «maldito afortunado». En cambio, sus ojos vuelven a mirarme, su expresión no cambia. Es mi representante y mi amigo más cercano en el mundo, y tiene el aspecto como si alguien acabara de morir.
—Oh, carajo… ¿se ha muerto alguien? —pregunto, mi corazón se hunde inmediatamente en mi estómago. Mis pensamientos se dirigen primero a Midge, porque, admitámoslo, es la persona más importante de mi vida, incluso más que mis propios padres.
Tyler hace un rápido movimiento de cabeza, pero mi alivio inmediato se ve anulado cuando dice en voz baja:
—La policía está aquí para verte.
—¿Para qué? —pregunto, completamente desconcertado. Cuando me desperté, ví en el reloj de cabecera que eran las malditas nueve y media de la mañana. La fiesta hace tiempo que terminó, y no hay necesidad de que la policía esté aquí.
Tyler se encoge de hombros mientras da un paso atrás, pero su voz es tensa cuando dice:
—No lo dijeron. Sólo que necesitaban hablar contigo de algo.
Midge.
Carajo… ¿y si le ha pasado algo?
Ya he terminado de interrogar a Tyler cuando está claro que no tiene respuestas. Lo empujo y prácticamente corro por la escalera curva que lleva al primer piso, con el corazón retumbando de miedo. Él me sigue y murmura:
—Están en la cocina esperándote. Yo iré a la sala de estar.
—No —digo secamente mientras llego al vestíbulo de mármol, que se siente helado contra mis pies descalzos—. Te quiero ahí dentro.
No tengo ni maldita idea de por qué la policía estaría en mi casa un miércoles por la mañana temprano, pero sea cual sea la razón, va a tener un impacto en los medios de comunicación. Tyler va a tener que encargarse de eso —lo que apesta porque es malo con la publicidad— así que necesita saber qué está pasando. Espero por Dios que no sea Midge.
Por favor, que se trate de cualquier cosa menos de Midge, y no volveré a pedir otra cosa mientras viva.
Botellas de cerveza vacías, vasos individuales, bolsas de papas fritas… hay basura esparcida por todas partes mientras salgo de la escalera y me dirijo a la cocina. Otra noche entre semana en casa de Evan Scott. Normalmente, Tyler tendría a alguien preparado para limpiar este desorden, pero creo que los planes han cambiado un poco con la llegada de la policía.
Echo un vistazo a la sala de estar y veo a algunas personas durmiendo en el suelo. Los reconozco a todos… amigos casuales, no cercanos. Pero de suficiente confianza como para que no me importe que se hayan colado aquí. Tyler se habría asegurado de que cualquier persona desconocida para mí saliera personalmente antes de que las puertas se cerraran y echaran el cerrojo una vez terminada la fiesta. No tengo ni idea de a qué hora fue eso, porque sé que estuve metido hasta el fondo dentro de la pelirroja por primera vez alrededor de la medianoche.
Cuando me dirijo a la cocina, me sorprenden inmediatamente los dos hombres que están allí. Cuando Tyler dijo policía, yo esperaba que fueran oficiales con los uniformes azul oscuro del Departamento de Policía de Raleigh. En cambio, estos hombres llevan ropa de civil. Uno de ellos lleva pantalones caqui y una camisa rosa abotonada con una placa de policía enganchada al cinturón. El otro lleva un traje gris oscuro con camisa blanca, sin corbata. No veo ninguna placa visible, pero como si pudiera leer mi mente, se lleva la mano al bolsillo interior del pecho y la saca.
La abre de un tirón, inclinándose hacia mí mientras la sostiene para que la inspeccione.
—Sr. Scott… Soy el detective Simon Turnbull. Este es mi compañero, el detective Grady Kasick.
Dejo que mi mirada se dirija brevemente a su placa antes de decir:
—¿En qué puedo ayudarles?
El detective Turnbull mira detrás de mí, y sé que Tyler debe estar allí.
—Tenemos que hablar en privado.
—Lo que necesiten de mí pueden decirlo delante de Tyler. Es mi representante —le digo con firmeza—. Está al tanto de todo.
Turnbull se vuelve para mirar a su compañero y algo silencioso pasa entre ellos, pero no me gusta la ligera sonrisa de Kasick. Turnbull se vuelve hacia mí y, con un breve suspiro, dice:
—Señor Scott… Keith Carina fue encontrado muerto anoche.
El aliento de Tyler se escapa con incredulidad, pero yo no puedo ni siquiera emitir un sonido porque el aire está obstruido en mis pulmones. Sorprendentemente, mi primera reacción interna es de profundo dolor mezclado con sorpresa aturdida.
—¿Qué ha pasado? —consigue preguntar Tyler.
—Le han disparado —responde Kasick sin rodeos—. Asesinado por la nuca.
—Maldita sea —logro finalmente exhalar con dificultad.
—¿Puede decirnos dónde estuvo anoche entre la medianoche y las cuatro de la mañana aproximadamente? —pregunta Turnbull con frialdad. Mi mirada se dirige a la suya, mi estómago se revuelve y luego cae ante la dureza de sus ojos.
—Estaba en mi habitación —murmuro, con la voz temblorosa. Y carajo… ¿pensarán que eso significa que soy culpable?
—¿Solo? —me pregunta Turnbull.
Niego con la cabeza.
—No, había una mujer conmigo.
—¿Toda la noche? —pregunta Kasick con interés.
—Desde aproximadamente la medianoche. De hecho, ahora está en mi habitación —digo, echando el pulgar por encima del hombro—. Antes de eso, estaba aquí en mi casa. Hay un par de cientos de personas que pueden dar testimonio de ello.
—Iré por ella —dice Tyler rápidamente, pero Turnbull dice—: Espere… deje que el detective Kasick suba con usted.
Esto me pone muy nervioso, porque debe significar que piensan que Tyler intentará contarle una historia o algo para reforzar una coartada. Mis dedos se doblan hacia dentro, presionando las palmas de las manos, y respiro profundamente mientras Tyler y el otro policía salen de la cocina.
—Bonito lugar el que tiene aquí —dice Turnbull conversando, su mirada recorre la cocina gourmet con gabinetes personalizados, electrodomésticos Viking y azulejos italianos. Parece que pertenece a una villa toscana y no a mí, pero ¿qué carajos me importaba? Ahora tengo mucho dinero y quería una casa bonita. Me importaba un carajo el aspecto de la cocina.
—Gracias —murmuro y me dirijo a la cafetera Keurig que hay junto al fregadero. Saco una taza del armario. Por cortesía, que definitivamente no siento, pero también sabiendo que no puedo ser antagonista, le ofrezco al otro hombre—: ¿Quiere una taza de café?
—Estoy bien —dice, y no me molesto en responder. En lugar de eso, pongo la cápsula en la máquina y observo cómo el café empieza a echar vapor en la taza.
—Lleva viviendo aquí… ¿cuánto… unos nueve meses? —pregunta el detective Turnbull.
—Más o menos —digo sin ofrecer nada más.
—Ha tenido un gran ascenso a la fama —dice, y mi espalda se tensa. No me gusta hablar de cómo he llegado a donde estoy. Ha sido a base de mucho trabajo, de romperme el trasero y de mucha suerte. Muchas veces la gente se centra en esa suerte y no parece dar crédito a mi talento o perseverancia. No tengo ni idea de en qué categoría entra este tipo, así que no me molesto en participar.
—Rechazado por todos los grandes sellos discográficos —dice Turnbull, sonando como si estuviera recitando un informe de un libro—. Decidió producir su propia grabación LP y lo lanzó en iTunes. Hizo un marketing creativo, incluyendo un vídeo en YouTube de su primer sencillo, que obtuvo más de nueve millones de visitas en menos de una semana, y disparó su álbum a la cima de las listas de Billboard. Ahora tiene a todas las grandes discográficas clamando por su fichaje, y está en la portada de Rolling Stone.
No puedo soportarlo, carajo. La conmoción de que me digan que Keith está muerto y que yo podría ser una persona de interés, así como el hecho de que este policía me recite mi loco, pero meteórico ascenso en la industria musical como si fuera casi una casualidad, me tiene en vilo.
—Bueno, enhorabuena, agente —digo con lo que pasará a la historia como mi voz más sarcástica—. Sabe leer la Wikipedia.
No se inmuta y se limita a reírse antes de decir:
—Es detective. No agente. Los patrulleros no suelen investigar homicidios.
Me estremezco. Su mensaje es directo y me da en el centro. Puede que me meta en un maldito problema.
Y como si las cosas no pudieran empeorar, Kasick vuelve a entrar en la cocina con Tyler justo detrás de él. Tyler me mira con ojos desorbitados.
—No hay ninguna chica ahí arriba —dice Kasick.
—Debe haber salido rápido de aquí —dice Tyler disculpándose mientras me mira.
Ni idea de por qué debería disculparse. Yo soy el que prácticamente la empujó de la cama y le exigió que se fuera.
Hasta aquí mi coartada.
—Creo que lo mejor es que venga a la comisaría con nosotros —dice Turnbull, intentando sonar como si fuera un día cualquiera—. Nos detendremos a comprar café y rosquillas en el camino… Queremos que esté cómodo mientras hablamos.
Dejo escapar un suspiro de dolor y me paso las manos por el cabello. Está largo y desordenado en la parte superior, colgando en capas enmarañadas hasta mis orejas. Miro a Turnbull.
—¿Puedo ducharme primero?
—Preferiría que no lo hiciera —responde casi con una burla—. Vamos a pedirle que nos deje tomar algunas muestras para comparar el ADN y comprobar si sus manos tienen residuos de armas. No podemos permitir que borre las pruebas ahora, ¿verdad?
Una oleada de náuseas se apodera de mí cuando el problema empieza a ser real. Por supuesto que no encontrarán nada en mí que me vincule al asesinato de Keith, porque no lo hice, pero he visto suficiente mierda a través de Midge para saber que la policía fabricará pruebas, especialmente en un caso de alto perfil.
Me dirijo a Tyler.
—Llama a Midge. Voy a intentar llamarla de camino, pero dile lo que está pasando y que se reúna conmigo en la comisaría.
Tyler asiente con la cabeza, con su propia cara verde de miedo. Intento recordarme que no tengo nada de qué preocuparme porque no he hecho nada malo. No he matado a nadie y la verdad prevalecerá.
Al menos, espero que así funcione el sistema de justicia penal.
El Foso bulle de energía esta mañana. Una de nuestras mejores abogadas de litigios civiles, Leary Michaels, salió hacia el tribunal hace una hora donde dará los argumentos finales en una demanda por muerte injusta. Este caso en particular ha capturado los corazones de casi todos aquí en Knight & Payne, ya que Leary representa el patrimonio de una niña de cuatro años que fue asesinada por un conductor ebrio.
Que resulta ser el alcalde de nuestra ciudad.
Bueno, en realidad, antiguo alcalde. Había sido acusado de una serie de cargos criminales, incluyendo soborno, y estaba esperando el juicio cuando una noche se emborrachó demasiado en un bar local y cometió el terrible y estúpido error de tratar de conducir a casa. Se saltó un semáforo en rojo y chocó con el coche que conducía la madre de la dulce Caroline Allen.
La madre salió con el fémur roto. Caroline murió en su asiento del automóvil.
Lo último que he oído es que la compañía de seguros del antiguo alcalde había ofrecido siete millones anoche al cierre del tribunal, y Leary los mandó al diablo. Tiene unas agallas de mujer, y aunque admiro su tenacidad, a veces creo que podría suavizar su forma de actuar. ¿Decirles que se vayan al infierno? Bueno, eso no es decoroso… ni profesional… ni cómo debe actuar un abogado.
Al menos, esa es mi opinión, pero sé que no es compartida por nadie más en esta firma que yo. Ni siquiera mi padre me apoyaría en esto.
Miro a través del Foso hacia el despacho de mi padre. Es socio de Knight & Payne y tiene uno de los codiciados despachos perimetrales de cristal. Puedo ver al carismático Cary Peterson sentado detrás del escritorio, recostado en su silla y hablando por teléfono con las manos moviéndose animadamente. Tengo este trabajo por la única razón de que mi padre es socio, y no me ofrecieron trabajo en ningún otro sitio después de aprobar el examen de abogacía. Este es un hecho que me ha desanimado un poco, ya que cuando recibes un rechazo tras otro, empiezas a dudar de tus capacidades. Pero mi padre me asegura que el mercado está saturado y que hay muchos abogados nuevos que no reciben ofertas, y que tal vez debería darle una oportunidad a Knight & Payne ya que no se presentan otras opciones.
Mi padre es un gran abogado y un padre maravilloso. No es de extrañar que quisiera seguir sus pasos para convertirme en abogado, pero no quería ser exactamente el tipo de abogado que él es. No, mi pasión por la prosa jurídica, la investigación y la facilidad para leer la letra pequeña de los contratos la heredé de mi madre. Ella también era abogada, pero un tipo de abogado muy diferente al de mi padre.
Mi padre está lleno de esta ardiente necesidad de trabajar con la gente. Le gusta estar en medio de una pelea, y defiende al hombre común con una venganza que es casi surrealista. Es libre de convencionalismos, un poco chiflado —como este bufete— y corre muchos riesgos.
Mi madre era todo lo contrario a él y, sin embargo, se amaban profundamente. Tenía un vínculo especial con mi madre, definitivamente más profundo que el que tengo con mi padre, y eso no hizo más que reforzarse cuando crecí y empecé a prestar verdadera atención a lo que mis padres hacían para ganarse la vida. Desde el principio, me fascinaba el derecho… cualquier tipo de derecho. Escuchaba a mis padres contar sus propias historias de guerra. Pero a medida que crecía, en la universidad y finalmente en la facultad de Derecho, me di cuenta de que mi pasión era idéntica a la de mi madre. Apreciábamos la palabra jurídica escrita. Teníamos un don para interpretarla. Teníamos una habilidad especial para leer líneas y líneas de la jerga legal y ser capaces de darle sentido a todo.
Lo compartí con ella durante casi toda mi carrera de Derecho. La llamaba después de haber leído un caso especialmente difícil y le pedía ayuda. Me aconsejaba y luego discutíamos algunos de los puntos más delicados, sólo para asegurarme de que lo entendía todo. Lo hacíamos varias veces a la semana, y ese era mi momento más especial con ella.
Murió hace casi un año y medio, justo unos meses antes de que terminara la carrera de Derecho. No pudo verme graduada. No llegó a verme aprobar el colegio de abogados.
Ella no me vio conseguir un trabajo que no me gusta. No puedo hablar con ella sobre el hecho de que estoy completamente infeliz con mi carrera en este momento. Tampoco puedo hablar de ello con mi padre, porque a él le encanta estar en Knight & Payne y cree que yo también debería hacerlo.
Mi mirada viaja alrededor del Foso, que es un ejemplo clásico de lo diferente que soy del núcleo de este bufete. Knight & Payne es probablemente el bufete de abogados más vigilado del estado de Carolina del Norte. Actualmente cuenta con sesenta y ocho abogados, y su eslogan «Venga cualquier pobre alma que necesite ayuda» lo dice todo. Este es un bufete que baja a las trincheras y ayuda al hombre común.
Eso me parece muy valiente, muy inspirador y es lo que más respeto por este bufete.
Pero al adoptar esa postura, Midge Payne, la única socia original superviviente, decidió que su bufete sería tan único como su política de brazos abiertos. El bufete ocupa las plantas veintisiete y veintiocho del edificio Watts, también propiedad de Midge en su totalidad. Estoy en la planta 27, en la división civil, y trabajo en lo que se llama El Foso. Es una gran zona abierta que ocupa el centro de la planta, con nada más que filas de mesas agrupadas en secciones de cuatro, sin paneles divisorios ni cubículos. Se trata de un diseño colaborativo, con la intención de fomentar el debate y promover el trabajo en equipo. Los abogados trabajan junto a las secretarias, sin que nada distinga a unos de otros, salvo los títulos académicos obtenidos. No se puede distinguir a la gente por su forma de vestir, porque Midge Payne no tiene código de vestimenta. La gente puede vestir lo que quiera, lo que significa que la mayoría de las personas visten de forma muy casual.
Miro mi propio traje de crepé negro de Anne Klein, perfectamente confeccionado, con medias de seda y zapatos de tacón negros. En mi opinión, esto es lo que debe llevar un abogado.
A mi derecha, Krystal Nichols, que es abogada, lleva unos pantalones de spandex de camuflaje verde con tacones rojos brillantes y un top de gasa de color crema. Que parece toda una pueblerina. En estos momentos está hablando por teléfono con un perito de seguros y amenazando con comerse sus pelotas para almorzar. Se graduó como la mejor de su clase de derecho en Duke.
A mi izquierda está Fletch Stiles. Es un tipo grande y corpulento que ha sido secretario en la empresa durante los últimos quince años. Probablemente tenga unos cuarenta años y participa en competiciones de culturismo. Su sentido de la moda sigue anclado en los años 80, como demuestran los pantalones de mezclilla deslavados que lleva y que apenas le caben sobre sus abultados muslos. Su camiseta de Led Zeppelin está igualmente estirada sobre unos bíceps que tienen más o menos el tamaño de unos jamones. Fletch es sarcástico y ligeramente abusivo, incluso con los abogados que trabajan aquí, y me intimida muchísimo. Gracias a Dios que no hace ningún trabajo para mí.
En los siete meses que llevo aquí en Knight & Payne, no he podido acostumbrarme a este entorno de trabajo. Es ruidoso y no puedo concentrarme. No me gusta que la gente pueda escuchar mis conversaciones y no soporto las risas y bromas que se producen a lo largo del día. No es como me imaginaba que iba a ejercer la abogacía.
Pensaba que tendría mi propio despacho, como el de mi madre, con paredes de paneles de madera, un lustroso escritorio de caoba y estanterías repletas de libros de derecho que me suplicaban que los leyera. Imaginaba que trabajaría horas y horas estudiando documentos legales y tratando de descubrir lagunas para poder impresionar a mis clientes. Almorzaría en el Capital Club con mis compañeros y discutiríamos sobre derecho y política. Llamaría a mi madre por la noche para discutir y debatir. Me mirarían con respeto y, con el tiempo, conocería a un buen hombre con intereses y ambiciones similares, nos casaríamos y tendríamos tres hijos, y quizás un perro.
Al menos, ese era el plan.
En lugar de eso, acepté un trabajo en el bufete de mi padre porque no me ofrecieron nada más. En lugar de seguir el derecho corporativo, estoy haciendo el trabajo de ayudante para Leary, que siempre está fuera tratando de salvar la dignidad de algún pobre imbécil.
No quiero decir que haya nada malo en su práctica del derecho. Es admirable, sin duda.
No es lo que quería.
Vuelvo a mirar alrededor del Foso.
No quiero nada de esto y estoy esperando hasta que aparezca una oportunidad mejor.
Mi teléfono suena en mi mesa, sacándome de mis pensamientos. Miro a mi alrededor para ver si alguien se ha dado cuenta de que he estado soñando un poco, pero todo el mundo está ocupado con su propio trabajo o discutiendo casos. Aunque Midge da mucha libertad personal a las personas que trabajan para ella, nadie se aprovecha de ello. Tengo que decir que este es el grupo de personas más trabajadoras que he encontrado en mi vida.
Alargo la mano y recojo el teléfono. Acercando el auricular al oído, digo:
—Emma Peterson.
—Emma —al oír la suave y sedosa voz de una mujer, me pongo inmediatamente en alerta máxima. Aunque no interactúo mucho con ella, reconocería la voz de Midge Payne en cualquier lugar. Estoy aturdida porque ella no trata nunca con los abogados asociados, y mi corazón comienza un latido errático.
—Hum… sí, señorita Payne… ¿qué puedo hacer por usted? —pregunto, con la voz temblorosa.
—Es Midge —me dice secamente pero no con poca amabilidad, un rápido recordatorio de que aquí todos nos tuteamos. Este es otro ejemplo de cómo este bufete no se ajusta a mis ideales de cómo debería ser un bufete de abogados.
Por ejemplo, Fletch debería llamarme Srta. Peterson, no renacuajo, que al parecer es el apodo que me ha puesto debido a mi diminuto tamaño. No me atrevo a corregirlo.
—Sí, por supuesto, Midge —me disculpo a trompicones—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito verte —dice—. En mi despacho. Ahora.
Y cuelga.
Miro atónita al teléfono durante unos tres segundos y luego levanto la cabeza para que mi mirada se centre en la puerta del despacho de Midge, en la esquina este de la planta veintisiete. Probablemente hay al menos veinte escritorios del Foso alineados entre Midge y yo en este momento, pero por alguna razón siento que necesito más protección.
La enorme puerta de madera se abre lentamente, revelando a la solitaria y hermosa mujer conocida como Midge Payne. Es la única abogada de este bufete que tiene un despacho de verdad con paredes reales que le dan total privacidad. Todos los demás despachos están rodeados de paredes de cristal. Me mira directamente con el silencioso mensaje de: «Levanta el trasero y entra en mi despacho».
Me sorprende que mis piernas puedan aguantar mi peso mientras me levanto lentamente del escritorio y me dirijo hacia ella. Paso por delante de las otras mesas del Foso, del ruido de la gente que habla, ríe y debate. Paso por delante de su secretaria, que parece haber salido de las páginas de Vogue, y me doy cuenta de que no tengo ni idea de cómo se llama.
Midge retrocede hasta su despacho, me indica que entre y cierra la puerta tras de mí.
Es un sonido siniestro, y me limpio las manos sudorosas en el material de crepé de mi falda.
Sin decirme nada, Midge rodea el escritorio y se sienta en una silla ejecutiva de respaldo alto, de cuero crema y madera de cerezo. Tomo una de las sillas de invitados frente a ella, agradeciendo que el escritorio nos separe. No recuerdo haberme sentido nunca tan intimidada, ni siquiera cuando el profesor Loughlin me dejó plantada en la clase de Contratos durante mi primer año en la facultad de Derecho y me interrogó durante tres días seguidos sobre un caso.
Ahora me mira fijamente, sus ojos azules no son antipáticos, pero sí fríos. Siempre he pensado que Midge Payne es una mujer hermosa. No tengo ni idea de su edad, probablemente de unos sesenta años, pero nunca lo adivinarías. Juro que parece que podría pasar por los cuarenta y tantos. Es la segunda vez que hablo con ella, la primera fue en la fiesta de Navidad de la empresa hace unos meses. Me deseó Feliz Navidad mientras me entregaba un cheque de bonificación.
—Tengo un caso para ti —dice.
Su voz rompiendo el silencio me sobresalta tanto que prácticamente salto en la silla. Vuelvo a limpiarme las manos sudadas.
—Eh… claro —digo, con la voz casi chirriante por la inquietud. Que yo sepa, Midge Payne nunca ha cedido un caso a un asociado de primer año. Que yo sepa, Midge Payne nunca ha hablado con un asociado de bajo nivel de primer año fuera de la entrega de los bonos de Navidad.
Sé que la mayoría de los abogados jóvenes estarían encantados de llamar la atención del socio principal de su bufete, pero lo único que puedo pensar en este momento es que me va a dar algo que no puedo manejar. No encajo en este grupo de abogados progresistas, radicalizados y eclécticos que empujan los límites de la ley y llevan pantalones de mezclilla rotos mientras lo hacen.
No encajo.
Tal vez ni siquiera soy digna de encajar, y eso es algo que ha estado pesando en mi conciencia.
—Necesito que vayas a la comisaría de Raleigh. Van a traer a Evan Scott para interrogarlo en un presunto caso de homicidio —dice, con un tono serio.
¿Evan Scott?
¿Homicidio?
No puedo evitarlo. Mi cabeza gira lentamente, mi cuerpo se desplaza ligeramente hasta que puedo ver detrás de mí. Tengo que asegurarme de que no está hablando con otra persona.
Con otro abogado.
Alguien mejor que yo. Alguien con más experiencia, que sería casi cualquier abogado del Fosa. Alguien a quien le guste más la gente que los contratos largos.
Incluso mejor que eso, ella debería elegir a alguien de una las oficinas exteriores. Como mi padre, por el amor de Dios. Es un abogado increíble, y estamos hablando de Evan Scott.
Sensual rockero independiente con una voz que hipnotiza.
No es que me haya pasado antes.
Pero él es un asunto importante y ha ascendido a la fama de superestrella este último año. Tengo su primer y único disco y me muero por el siguiente.
—No lo entiendo —digo, con la voz tan atascada que sale en forma de escofina. Doy un golpe de tos para aclararla—. ¿Por qué yo? Este caso es demasiado grande para alguien como yo.
Midge se limita a enarcar una ceja, se echa hacia atrás en su silla y cruza los brazos sobre el pecho.
—Emma… No permito que trabaje aquí nadie que no pueda manejar cualquier caso que se le presente.
—Yo trabajo aquí porque mi padre es socio de aquí —señalo suavemente. Porque es verdad… él me consiguió el trabajo.
—No, trabajas aquí porque yo di el visto bueno para contratarte —replica—. No lo habría hecho si no creyera que puedes hacerlo.
Por primera vez desde que empecé aquí, siento una pequeña medida de pertenencia. De acuerdo, es diminuta… casi infinitesimal. Me cuesta creerlo mientras miro a esta despampanante mujer en pantalones de mezclilla de diseño con el cuerpo de una modelo de Victoria's Secret y la cara de una también, que es tan brillante y feroz que ha dado forma personalmente a muchas de las leyes actuales de nuestro estado.
No hay manera.
Pero Midge parece pensar lo contrario. Descruza los brazos, se levanta del escritorio y dice:
—Tienes que ir para allá ahora. Probablemente ya esté allí y cuanto más tiempo lo tengan a solas, más posibilidades habrá de que hable.
—Pero espera —suelto mientras me pongo en pie, completamente enloquecida por la perspectiva de este caso. Incluso le tiendo las manos en una postura defensiva—. No sé qué hacer. Nunca he llevado un caso penal.
—¿Tomaste Derecho Penal en la universidad? —pregunta.
—Sí, pero…
—¿Práctica y procedimiento penal?
—Sí, pero…
—¿Tienes acceso inmediato a algunas de las mejores mentes jurídicas de este estado si volvieras a llamar aquí con preguntas?
—Bueno, por supuesto…
—¿Entonces cuál es el problema? —pregunta exasperada.
—Es que… Evan Scott… Quiero decir, esto es enorme. Sólo la repercusión mediática…
—Lo entiendo —dice, y casi detecto una pizca de empatía, pero ni un ápice de reticencia a enviarme—. Pero ¿cuál es la primera regla general en cualquier caso criminal cuando un sospechoso está siendo interrogado por la policía?
—No hables sin un abogado —digo automáticamente.
—Exactamente —elogia mientras camina alrededor del escritorio hacia mí—. ¿Y alguna vez dejarías que un cliente hablara con la policía?
—No hasta que me enterara de lo sucedido por el cliente —digo.
—Bueno, ahí lo tienes —dice asintiendo—. Ve allí y habla con Evan. Averigua lo que ha pasado. Averigua qué pruebas tiene la policía. Si te sientes segura de dejarlo hablar, hazlo, pero prepárate para intervenir si algo te parece sospechoso. Estoy bastante segura de que no tienen nada en este momento para hacer un arresto, así que debería salir contigo.
Asiento con la cabeza, dándole vueltas a sus consejos y también a un extraño cosquilleo en el vientre que, o bien son los nervios, o una indigestión, o quizá sea la perspectiva de conocer a Evan Scott.
En realidad, voy a ir a la comisaría de policía, donde me darán una insignia de visitante entrometida y me sentaré en una sala de interrogatorios con una ventana de observación que parece un espejo, pero que todos los sospechosos y abogados saben que es transparente para poder observar y juzgar el lenguaje corporal.
Midge hace un sutil movimiento de cabeza hacia la puerta, mi señal de que tengo que irme. Me alejo de ella, pero me detiene.
—Oh, y Emma…
Me giro para mirarla con las cejas levantadas.
—También te voy a nombrar punto de contacto para todas las consultas de los medios de comunicación. Espero que haya un circo si lo detienen —me dice.
—Pero…
—Nada de «peros» —me amonesta y me da la espalda mientras se dirige a su silla—. Cuando termines hoy, dile a Evan que me llame.
—¿Llamarte? —pregunto, confundida por qué pediría algo así.
Llega a la silla, se da la vuelta y se sienta, dirigiéndome una sonrisa sombría.
—Es mi sobrino. Quiero hablar con él y asegurarme de que está bien.
—¿Tu sobrino? —pregunto… bueno, prácticamente chillo.
Ella se ríe, y vaya… es aún más hermosa cuando se ríe.
—Sí, mi sobrino. Mi muy querido sobrino al que estoy excepcionalmente unida.
¿Es una advertencia para que no arruine este caso?
Ese cosquilleo en mi estómago se convierte en náuseas.
—Pero… ¿por qué no lo representas tú? Eres como la mejor abogada del estado.
—En este momento, creo que puedes encargarte de esto —dice con calma, y luego recoge un expediente de la esquina del escritorio. Observo cómo lo pone ante ella, lo abre y empieza a leer un documento.
Tampoco me dice nada más.
En esencia, tengo que retirarme.
En realidad, es un cliché.
Una habitación pequeña con una única mesa cuadrada en el centro. Dos sillas, una a cada lado. Luz fluorescente encima que parpadea periódicamente. Un obvio espejo-cristal oscuro cortado en la pared que me refleja el austero interior, pero que claramente les permite observarme discretamente. Aunque probablemente no me estén observando, ya que no hago más que mirar mis manos juntas sobre la mesa.
Me condujeron hasta aquí hace unos quince minutos, me preguntaron si quería algo de beber, lo que rechacé porque he visto suficiente La ley y el orden durante mis pobres y esforzados años de músico como para saber que me robarían el ADN del vaso cuando terminara.
No los he visto desde entonces. Creo que el hecho de que llamara a mi tía Midge desde el asiento trasero de su automóvil sin marcas de camino a la comisaría tiene algo que ver con eso.
No tuve que admitirle por teléfono que estaba un poco alterado. Ella pudo oírlo en mi voz y me tranquilizó: «Todo irá bien. Me encargaré de todo».
Después de colgar, les dije a los dos detectives que no declararía hasta que llegara mi abogado. Turnbull conducía y Kasick se volvió para mirarme por encima del hombro.
—¿Quién es tu abogado?
—Midge Payne —dije y no me sorprendió que Kasick abriera mucho los ojos.
—Supongo que una estrella de la música se merece un abogado de primera, ¿eh? —le dijo a Turnbull mientras se giraba de nuevo para mirar al frente.
—Es mi tía —murmuré, pero no dijeron nada en respuesta.
Y aparte del ofrecimiento de algo de beber, no he oído ni pío. Tal vez Midge esté ahí fuera ahora mismo agitando alguna jurisprudencia mágica que haga que todo esto desaparezca.
Oigo que se abre la puerta detrás de mí y me giro ligeramente en la silla para mirar, esperando que pase uno de los detectives o Midge. En lugar de eso, entra una mujer bajita y menuda, vestida con un traje negro muy elegante, que lleva un portafolio delgado. Inmediatamente la identifico como una abogada, aunque no tengo ni idea de por qué está en esta habitación conmigo, ya que definitivamente no es mi abogada.
Sin embargo, es atractiva, lo reconozco.
Tiene el cabello rubio brillante, dorado claro, pero lo lleva en un elegante corte recto que le queda por encima de los hombros y tiene la raya a un lado. Sus ojos son de color marrón claro y están enmarcados por pestañas oscuras, que parecen no estar adornadas con ningún tipo de maquillaje. De hecho, no veo ninguna sombra de ojos ni colorete. Sólo un rostro claro con una piel de aspecto notablemente suave, una ligera mancha de pecas en la nariz, y eso es todo.
Hermosa… de una manera sana. Claramente reservada y parece que está estresada. Apuesto a que se necesitaría una palanca para separar esas piernas.
—Señor Scott —dice, y no puede ocultar el suave acento sureño de una chica de Carolina del Norte. Lo sé porque tengo el acento de la contraparte, habiendo nacido y crecido en este estado también—. Soy Emma Peterson y vengo de Knight & Payne.
Entra en la habitación con valentía y cierra la puerta tras de sí, antes de inclinarse y tenderme la mano para que la estreche. Me doy cuenta de que su mano es delicada, con dedos finos. Lleva un fino anillo de oro en el dedo corazón de la mano derecha con una piedra de amatista, pero esa es la única joya que lleva, aparte de unos pequeños pendientes de oro en las orejas. Todo muy sedoso y en línea con el aspecto de un abogado tradicional, que no es lo típico en un abogado de Knight & Payne. De hecho, no conozco a ningún abogado de allí que se vista así.
—No eres de Knight & Payne —le digo con seguridad mientras ignoro su mano extendida.
—Desde luego que sí —dice con indignación y mete la mano en el portafolio para sacar una tarjeta. Me la entrega y la tomo de mala gana.
Emma Peterson, abogada asociada
Parece bastante oficial, con el logotipo del bufete y el eslogan debajo. La arrojo sobre el escritorio y le pregunto:
—¿Dónde está Midge?
—En la oficina —dice y pasa junto a mí hacia la silla del lado opuesto de la mesa—. Me ha pedido que me encargue de esto.
Se sienta, deja su portafolio en el suelo junto a la silla y se inclina un momento. Cuando se endereza, tiene un bloc de notas amarillo en la mano y un bolígrafo negro. Coloca el bloc sobre la mesa y se sienta con la espalda recta mientras me mira. Me imagino esas piernas primorosas cruzadas por los tobillos y apretadas bajo el escritorio.
—Sr. Scott… me gustaría que…
—Es sólo Evan —digo con un suspiro, su rigidez profesional empieza a irritarme desde el principio. Para ser sincero, me pone nervioso.
Parpadea un par de veces, parece perdida, pero finalmente asiente con la cabeza.
—De acuerdo… Evan… Me gustaría que me contaras todo lo que ha pasado esta mañana cuando los detectives se han presentado en tu casa.