Sus besos prohibidos - Jessica Lemmon - E-Book
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Sus besos prohibidos E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

Siempre había estado fuera de su alcance, ahora habían traspasado la línea. La heredera Taylor Thompson se quedó sorprendida cuando el misterioso desconocido al que había besado en una fiesta resultó ser Royce Knox; un importante ejecutivo del imperio tecnológico que sus progenitores habían creado juntos. Era el hombre que su padre nunca querría para ella, además del que mejores besos le había dado. Separados por los negocios además de por sus familias, ¿podría Royce convertirse en algo más que en un compañero de trabajo? Taylor estaba dispuesta a hacer lo que fuera para descubrirlo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Jessica Lemmon

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sus besos prohibidos, n.º 179 - julio 2020

Título original: His Forbidden Kiss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-630-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Capítulo Veinticuatro

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Con el corazón retumbando en sus oídos y el resonar de sus tacones en el mármol, Taylor Thompson corría tan rápido como podía con su vestido de Versace. Lo había elegido para asistir a la gala de San Valentín en River Grove y resultaba extravagante aun para una fiesta tan elegante. Lo que no se había imaginado era que tendría que emprender una huida con aquella falda tan estrecha enredada en los tobillos.

Se subió el vestido hasta las pantorrillas, pasó de largo por delante de los aseos de señoras y fue a refugiarse al guardarropa.

O a lo que creyó que era el guardarropa.

Con la puerta cerrada, aquel cuarto oscuro y diminuto parecía un armario.

No importaba. Tan solo necesitaba treinta segundos a solas, lejos de los mirones, para no tener que fingir que no sabía que estaba a punto de que le hicieran una proposición matrimonial.

Había asistido a la gala todos los años excepto uno. Era lo que todos los jóvenes de River Grove hacían.

Su familia había contribuido al progreso de la ciudad, junto con la de su pareja de aquella noche, Brannon Knox. Los Thompson y los Knox eran famosos por haber creado una de las mayores compañías tecnológicas del país. El grupo ThomKnox había sido fundado veintiséis años atrás por su difunto padre, Charles, y el de Brannon, Jack, cuando Taylor tenía dos.

Esa noche, Brannon parecía pretender una unión de otro tipo.

–Brannon Knox, ¿en qué estabas pensando?

Siendo justos, ella debería hacerse la misma pregunta. Debería haberle dicho que no cuando le había pedido que fuera su acompañante esa noche. En vez de eso, había accedido a un último encuentro con él antes de mantener la conversación que llevaba posponiendo tres semanas, esa en la que tenía que haberle dicho que lo suyo no estaba funcionando y que siguieran siendo amigos.

No podía quedarse en aquel armario el resto de la fiesta, así que consideró sus opciones. No podía enfrentarse a la señorita Mueller o a Patsy Sheffield. Eran encantadoras y habían sido muy amables después de la muerte de su padre en otoño, pero también eran… cotillas. No quería que toda la ciudad se enterara de que se había escondido de su cita, y Patsy y la señorita Mueller gustosamente harían correr ese rumor.

Si no hubiera sido porque su padre había perdido la batalla contra el cáncer recientemente, no habría salido nunca con Brannon. Se conocían de toda la vida, pero jamás se habían sentido atraídos el uno por el otro.

No iba a ser divertido explicárselo. «Lo siento, Bran. He salido contigo solo porque estaba triste y, en cierto modo, quería agradar a mi padre más allá de la tumba». Con un compromiso en ciernes, explicarle a Bran que debería haberle dicho que no antes de esa noche, era una agonía.

–Maldita sea.

Apretó los puños y clavó un tacón en el suelo con rabia. Hacía calor allí dentro y sentía que las paredes se le venían encima.

Decidida a encontrar otro lugar en el que ordenar sus pensamientos, buscó el pomo de la puerta. Lo giró una vez, dos veces, pero no consiguió abrir la puerta. A la tercera, tampoco. Se trataba de una cerradura antigua y se había encajado.

–Mierda.

La frente se le perló de gotas de sudor mientras forcejeaba con la puerta. Tenía que haberse llevado el bolso en vez de dejarlo en la mesa, al cuidado de Addison. Al menos así habría podido usar la linterna del teléfono.

No le agradaba la idea de morir asfixiada en un armario ni perder el conocimiento presa del pánico. En el momento en el que había visto a Brannon contemplando el anillo en el estuche de Tiffanny & Co., debería haber reaccionado de otra manera.

Aguzó el oído para oír música o voces. En aquel rincón aislado, no llegaba ningún sonido. Soltó el pomo y justo cuando se echaba hacia atrás para tomar impulso y dar un empellón al panel de madera, la puerta se abrió como si tal cosa.

Bajo el marco y a contraluz, una figura enfundada en un esmoquin de amplios hombros y largas piernas, tomó forma. En la penumbra, imaginó su expresión con el ceño fruncido.

Era el hermano mayor de Brannon.

–¿Taylor? ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Se adivinaba curiosidad en la voz de Royce Knox.

–Royce, gracias a Dios.

Lo tomó por los antebrazos. A pesar del grueso tejido de la chaqueta, sentía sus músculos, aquellas tensiones que hacían sus brazos tan atractivos.

En una ocasión, hacía ya años, había dado un traspié de camino a una limusina y él la había sujetado. Tenía por entonces dieciséis años y, al igual que en aquel momento, se había aferrado a sus brazos. No eran tan musculosos ni tan fuertes como ahora, pero el batir de mariposas en su estómago era el mismo. Nunca había tenido ninguna duda de que se sentía atraída por Royce. Más tarde, durante la fiesta, su padre le había dirigido una mirada reprobadora y le había dicho que se mantuviera alejada del mayor y más serio de los Knox. No había querido que tuviera nada con él. Soñaba con una unión entre su hija y Brannon, el más joven e inquieto de los hermanos.

Retiró las manos de los brazos de Royce sin saber muy bien si lo hacía por obedecer los deseos de su padre de salir con Brannon. Pero ahí estaba, bombeando en su flujo sanguíneo.

–Pensaba que iba a morir aquí dentro –murmuró desde el interior del armario.

Un gruñido escapó de la garganta de Royce.

–Eso sería altamente improbable. Bran te está buscando.

–Lo sé –dijo, y al recordar el anillo de compromiso, el estómago volvió a darle un vuelco–. Esta ha sido nuestra última cita.

–¿Qué?

El tono alarmado de Royce fue interrumpido por otra voz. Bran se acercaba por el pasillo.

–¿Alguien ha visto a Taylor?

El armario estaba a la vuelta de la esquina y todavía no los había visto ni a ella ni a su hermano. No estaba preparada para enfrentarse a él y no iba a dejar que la viera, así que tiró de Royce hacia el interior y cerró la puerta. Prefería asfixiarse allí dentro a enfrentarse al hombre que estaba a punto de arrodillarse y pedirle matrimonio.

–¡Eh! –protestó Royce al oír el clic de la puerta.

Taylor le tapó la boca con la mano y sintió su barba incipiente. Él la tomó de la muñeca y se quedó de piedra cuando le chistó. Juntos, permanecieron a la escucha. Con los latidos de su corazón resonando en sus oídos, la voz de Brannon se fue perdiendo mientras seguía buscándola.

Fue consciente de dos cosas: de los dedos largos de Royce que la sujetaban por la muñeca y de su cálido aliento bajo la mano con la que le cubría la boca.

–Aquí es donde mis padres se comprometieron.

La voz de Taylor era suave. Royce no podía distinguir su expresión en aquella luz tenue, pero sí su tristeza.

–Fue en la gala de San Valentín –prosiguió–. Mi madre siempre cuenta que fue la noche más romántica de su vida.

Sintió lástima por Taylor y su madre. Perder a Charles había sido un golpe muy duro para ellas. Los Knox y los Thompson eran casi familia.

–Probablemente por eso quiere hacerlo hoy –continuó con pesar y, antes de que Royce pudiera preguntarle si sabía de la sorpresa, se la confirmó añadiendo–: Sí, me refiero a Brannon.

Lentamente le hizo apartar la mano de la boca y percibió el suave aroma de su perfume. Olía bien, siempre había disfrutado de su olor en las escasas ocasiones en las que la había tenido cerca.

–¿Sabes lo de la proposición?

–Digamos que me he enterado hace muy poco.

No parecía muy entusiasmada con la idea, pero no le sorprendía. ¿Cuánto tiempo llevaba saliendo con su hermano? ¿Tres semanas? Cuando Brannon le había enseñado el anillo, su reacción había sido inmediata y no precisamente favorable. Brannon se dejaba guiar por el corazón y Royce era más racional, así que había sido sincero con su hermano y le había dicho que le parecía demasiado pronto.

–Es un poco precipitado –dijo Taylor.

Royce sintió algo parecido a alivio. El plan de Bran de pedirle matrimonio era un error. Tres semanas saliendo no parecía tiempo suficiente para dar un paso tan importante.

–Se supone que iba a ser una sorpresa. ¿Quién te lo ha contado?

–He visto a Bran con el anillo.

–Es impresionante –comentó Royce recordando el solitario.

–¿Te lo ha enseñado? –preguntó casi angustiada.

Le soltó la muñeca y buscó el interruptor de la luz. Tras varios intentos y hacer mover a Taylor a derecha e izquierda, dio con él. Una vez encendida la luz, vio perchas vacías, contenedores de plástico llenos de adornos navideña y el rostro de Taylor, tan bonito como angustiado. Su belleza ya la conocía, pero aquella angustia era algo nuevo.

Para la fiesta, se había recogido la melena rubia y se había pintado los labios unos tonos más oscuros de lo habitual. Taylor encajaba en aquel entorno de opulencia y estilo. Estaban acostumbrados a asistir a actos como aquel, en los que se mezclaban varias generaciones. Royce llevaba décadas participando en aquel juego. Lo habían educado para desenvolverse tanto en sociedad como en el trabajo. Para él, era algo natural y suponía que para Taylor también.

Ni con aquel vestido llamativo podía disimular la gravedad de su expresión, aquella contrariedad que ni con brillo y glamour podía enmascarar. Eso era en parte por lo que la idea de Bran de casarse con ella había pillado a Royce por sorpresa. Habían formado una extraña pareja desde el principio. Taylor era para ellos una hermana pequeña, algo mayor que su verdadera hermana Gia.

Cuando Bran había insistido en seguir adelante con su proposición de matrimonio, Royce había llegado a pensar que no conocía tan bien como pensaba a su hermano y a Taylor, que tal vez estaban enamorados después de todo.

Hasta aquel momento. A la vista de sus palabras, Taylor no parecía una mujer enamorada. Royce no era el único que pensaba que aquel compromiso era una mala idea.

–Hace calor aquí. Intenta abrir la puerta.

Taylor no esperó a que le hiciera caso y le hizo apartarse. Después de girar el pomo sin éxito, golpeó la puerta y gruñó al no conseguir abrirla. Royce le puso la mano en el hombro en un intento por calmar su ansiedad, que parecía deberse a algo más que a estar encerrada en un armario.

–Estamos en un club de campo lleno de gente. Alguien vendrá antes o después. Respira hondo.

–No puedo. Llevo una faja –dijo y se mordió el labio.

Royce contuvo la risa.

–Inténtalo, saldremos de esta. Mírame.

Se agachó un poco para mirarla a los ojos. Era unos veinte centímetros más baja que él, pero con los tacones que llevaba, los labios le llegaban a la barbilla. Sus ojos color avellana se encontraron con los de él y, a pesar de la luz tan tenue, vio que seguía intranquila.

–Respira conmigo –le dijo con su voz más dulce.

Taylor exhaló antes de inspirar hondo y volver a soltar el aire por la boca. Lo hizo de nuevo y esta vez una lágrima corrió por su mejilla.

–No quiero herir sus sentimientos, Royce –dijo ella tomándolo por las solapas.

–Lo sé.

No estaba tan seguro, pero le pareció que lo mejor era mostrarse comprensivo.

–Por culpa de mi padre accedí a la primera cita –afirmó tirando con más fuerza de la chaqueta–. No debería haber llegado tan lejos. Bran es buena gente, pero… Tenía pensado aclarar las cosas con él este fin de semana. Solo accedí a ser su pareja esta noche por cortesía.

–No tienes que darme explicaciones.

–No quiero hacerle daño –farfulló.

–Taylor, no te sientas obligada a aceptar su proposición de matrimonio solo por ser amable –dijo tomándola de la barbilla para que lo mirara–. Da igual lo que quisiera tu padre.

Ella asintió levemente, sin soltarle el esmoquin. Debería haberse apartado, pero se quedó donde estaba, feliz de tener toda su atención. Era la primera vez que le hacía tanto caso.

–Todo va a salir bien, ya lo verás.

Estuvo a punto de añadir unas cuantas perogrulladas más, pero no tuvo oportunidad. Taylor acercó los labios a los suyos y lo besó.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Royce intentó romper el beso. Aquella mujer no era para él. Era la princesa de los Thompson, y él el primogénito de los Knox. No importaba que no hiciera buena pareja con Bran ni lo que le había confesado en la intimidad de aquel armario. Por más que se repetía todo aquello, no era capaz de separarse de aquella boca ansiosa.

Sus labios eran carnosos, y sabía a champán y a sexo. Hacía tiempo que no tenía buen sexo y se tomó su tiempo para explorar. Tal vez descubrir fuera la palabra más adecuada para describir la sensación que estaba encontrando en el beso. Aquello le resultaba fresco, novedoso, emocionante…

No importaba cómo se calificara. Ahora que la había saboreado, quería disfrutar un poco más, deleitarse en aquello que le había estado prohibido reclamar. Aunque estrictamente hablando, era Taylor la que lo reclamaba. En realidad, no estaba siendo más que un mero espectador. Hasta que la tomó de la nuca y le introdujo la lengua en la boca. Entonces, la saboreó intensamente, dejándose arrastrar por aquel anhelo.

A Royce le gustaba tener bajo control todas las facetas de su vida organizada. Siempre había asumido que era su forma de ser. Había heredado de su padre su inteligencia para los negocios, mientras que de su hermano su espontaneidad y alegría.

Sabía de presupuestos y estrategias financieras. Disfrutaba en su papel de director financiero porque era predecible; las matemáticas no tenían ningún misterio para él, pero Taylor sí.

En ThomKnox había iniciado su carrera a los veintitrés años. Era considerado un joven genio por la prensa, pero a él no le preocupaban los apodos ni la atención mediática. A él lo que le gustaban eran los números, ellos nunca mentían. Las revistas de cotilleos no podían decir lo mismo. Cuánto disfrutarían si descubrieran que estaba enrollándose con la novia de su hermano pequeño.

Aquella reflexión impidió que empujara a Taylor contra la puerta para seguir besándola por el cuello y más abajo, a pesar de que Bran no pudiera reclamar ningún derecho sobre ella como le había dicho. Su hermano pequeño tenía pensado pedirle matrimonio y ella, dejarlo plantado. ¿Qué más pruebas necesitaba para saber que aquellos dos no estaba hechos el uno para el otro?

Se apartó y trató de recuperar el aliento.

Taylor lo miraba con los ojos abiertos de par en par y expresión salvaje, los labios abiertos. Deseaba tomarla y aceptar lo que generosamente le ofrecía.

Por una vez, su sentido práctico le estaba fallando. En contra de todo buen juicio, se inclinó para besar sus labios una vez más. Ya llegaría el lunes por la mañana y se enfrentaría a las consecuencias. En aquel momento todo le daba igual. Lo único que le importaba era la atracción que llevaba años conteniendo y que en aquel momento se había desatado.

Justo cuando unía los labios a los suyos y la atraía hacia su cuerpo, la puerta se abrió de golpe. Se separaron rápidamente.

Brannon apareció en la puerta y su expresión cambió de la sorpresa a la rabia.

–Te he mandado a buscar a Taylor no a besuquearte con ella.

–Eso no es…

–He visto luz bajo la puerta –dijo Brannon apretando los dientes–. Y ahora estoy viendo luz en otro sentido.

Royce llevaba toda la vida cuidando de sus hermanos y siendo el responsable.

–He sido yo –dijo, echándose la culpa para salvarla.

–Ahora entiendo por qué no te parecía bien que le propusiera matrimonio.

–¿Cómo dices? –intervino Taylor.

–Te iba a pedir matrimonio esta noche –dijo Bran alzando la barbilla.

–Lo sé –afirmó tranquilamente.

Se estaba mostrando dulce, tal vez demasiado, para haber estado saliendo con su hermano solo por cariño hacia su difunto padre y no porque quisiera estar con él. ¿Por qué no había aclarado las cosas con Bran antes de aquella noche? Si le hubiera dado calabazas, no le habría comprado el anillo.

«Y si no hubiera visto el anillo, ese beso nunca habría pasado».

No deberían haberse besado, pero Royce no se arrepentía.

–¿Lo sabías? –preguntó Bran a Taylor, rojo de ira.

–Te vi con el anillo y yo… yo… salí corriendo. Royce me ha encontrado. No pretendía… Yo, eh… Siempre he querido besarlo.

–¿De veras? –preguntaron al unísono los hermanos, antes de intercambiar miradas.

–Tenía pensado hablar contigo este fin de semana para dejarlo todo claro –explicó ella, dirigiéndose a Brannon–. Ya tenía la decisión tomada. No tenía ni idea de que ibas a… –dijo y señaló el bulto del bolsillo de su chaqueta.

–Entiendo.

Tan avergonzado como dolido, Bran se dio la vuelta y echó a andar por el pasillo.

–Brannon, espera.

Pero antes de que Royce pudiera añadir nada más, Taylor lo tomó del brazo.

–Espera, esto ha sido culpa mía.

Salió corriendo detrás de Bran tan rápido como se lo permitieron el vestido y los zapatos. Royce se quedó apoyado en el marco de la puerta, mirándola mientras se marchaba. De repente se dio cuenta de que dos mujeres que acababan de salir de los aseos lo estaban observando. Un camarero que también había presenciado la escena, apartó la mirada cuando sus ojos se cruzaron con los de Royce.

Taylor alcanzó a Bran en la puerta y juntos salieron caminando. Royce permaneció donde estaba. Taylor no era suya, nunca lo había sido. Y lo que había pasado en aquel cuarto oscuro no debería haber pasado jamás. Se había dejado llevar por las circunstancias. Debería haberse contenido. Tenía una visión de la vida muy rigurosa. Esas reglas y directrices también le servían para mantener el orden de todas las cosas que le eran importantes. En la situación en la que estaba, besar a Taylor podía hacer temblar los cimientos de su familia, algo que nunca había ocurrido y que no iba a dejar que ocurriera ahora. No mientras dependiera de él.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

El sábado por la tarde no podía haber ido peor.

No había encontrado nada que justificara lo que había pasado en el armario. Había besado a Royce porque había querido, tan simple como eso. Había aprovechado la ocasión para hacer realidad su fantasía más íntima. El beso no había sido planeado ni racional. Pero ¿desde cuándo las cosas del corazón eran racionales?

Brannon Knox había estado a punto de proponerle matrimonio. ¡Él había sido el inconsciente!

Como consecuencia de aquella sesión de besuqueos con Royce, había roto con Brannon de la peor manera. Aquel beso había sido la puntilla. Los hechos decían más que las palabras.

Hasta aquel momento a solas en la gala, Royce siempre había sido inalcanzable. Nunca habían pertenecido al mismo círculo porque él era mayor que ella. Se veían todos los días en la oficina y mantenían reuniones, a veces incluso a solas, pero como profesional era tan metódica como Royce. Nunca se había imaginado besándolo en un armario. De hecho, jamás se había imaginado besándolo.

Se echó sobre el escritorio y apoyó la cabeza en la mano. Quería morirse.

–Hola, preciosa.

Gia, la pequeña de los hermanos Knox, entró en su despacho y cerró la puerta. Llevaba pensando en ella toda la mañana. Habían estudiado juntas en el colegio hasta que habían tomado caminos diferentes al llegar a la universidad. Taylor no había tenido la capacidad intelectual para formarse en el Instituto de Tecnología de Massachusetts como su amiga, pero poca gente la tenía. Bran tampoco había sido admitido. Royce no había querido estudiar allí, y su padre tampoco le había obligado. Jack era un empresario con una vena extravagante y había animado a sus hijos a seguir el dictado de sus corazones.

–Buenos días.

Taylor se mostró comedida. No sabía qué pensaría su mejor amiga de lo que había ocurrido el sábado.

–Si quieres saber mi opinión, los dos son una calamidad –dijo Gia guiñándole un ojo.

Llevaba su larga melena oscura suelta sobre los hombros y vestía un vestido escarlata que resaltaba sus curvas. Tenía la inteligencia de los Knox y el cuerpo de Jennifer López.

Era la mejor amiga de Taylor y la única persona a la que había pensado recurrir después de lo que había pasado el sábado por la noche. No había querido quedarse en aquel salón repleto de gente, cerca de Brannon. Se había quedado muy enfadado, algo totalmente comprensible.

Esa noche, cuando lo había seguido fuera para explicarse, su voz había sonado fría y cortante.

–¿Royce, Taylor? ¿De verdad?

–Brannon, no es lo que…

No había podido concluir aquella frase retórica, aunque era la verdad, no era lo que parecía. Tenía que reconocer que cualquiera pensaría que se habían encerrado en aquel armario para besarse. Lo cierto era que se había dejado arrastrar por aquella irresistible atracción.

–No pretendía hacerte daño.

A partir de ahí, la conversación se había estancado. A Bran le había cambiado la cara al enterarse de que había salido corriendo al ver el anillo. No había querido quedarse a escuchar sus explicaciones de por qué había besado a Royce, y seguramente había sido lo mejor. ¿Qué más podía haber dicho?

–¿Me odias? –preguntó Taylor levantando la vista del ordenador.

Gia le guiñó un ojo y acercó una silla a la mesa. Después de sentarse, clavó sus ojos marrón chocolate en su amiga.

–Te adoro –replicó–. No tenía ni idea de que Brannon se iba a declarar hasta que volvió a la fiesta farfullando que había cometido un error.

Taylor palideció. ¿Qué le había contado a Gia? ¿Lo sabría todo el mundo?

Gia cubrió su mano con la suya.

–Me fui del salón con él y me metí en un cuarto privado, así que no te preocupes de los cotilleos. Royce nos vio y se nos unió, y Bran reconoció haber cometido un error al declararse en una velada así. Yo no tenía ni idea de que iba a pedirte matrimonio, Taylor. Royce dijo que fue a buscarte y que te encontró encerrada en un armario, muy nerviosa. ¿Una cosa llevó a la otra o es que acaso hay algo más?

Taylor seguía sintiendo un nudo en la garganta, pero decidió decirle la verdad a su amiga.

–No tengo ni idea.

Ella también se había hecho la misma pregunta. ¿Sería aquel beso el inicio de algo? Si así era, ¿se estaría metiendo en aguas turbulentas? Gia sabía la verdad y no la odiaba. Royce la había saludado aquella mañana con un áspero «buenos días», pero no le había parecido que estuviera enfadado.

–¿Estás bien? –preguntó Gia frotándole la rodilla.

–Sí. Aunque imagino que Brannon me odia.

–Se siente herido en su orgullo. Pero no tienes por qué aceptar su proposición solo porque te sientas culpable.

Era prácticamente lo mismo que le había dicho Royce. «No te sientas obligada solo por ser amable».

–Sé que has aceptado unas cuantas citas solo por cortesía.

Taylor se quedó observando a su amiga. Gia se había dado cuenta sin que se lo dijera.

–No se te escapa nada –comentó Taylor.