Al servicio del italiano - India Grey - E-Book

Al servicio del italiano E-Book

India Grey

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Beschreibung

Aunque Sarah Halliday es muy sencilla, su peligrosamente atractivo nuevo jefe, Lorenzo Cavalleri, no está contento con que se limite a limpiar los suelos de mármol de su palazzo de la Toscana… Un perfecto maquillaje y los preciosos vestidos que perfilan su figura la hacen apta para acompañarlo a diversos actos sociales, pero en el fondo, Sarah sigue siendo la vergonzosa y retraída ama de llaves de Lorenzo… y no la sofisticada mujer que éste parece esperar en la cama.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 India Grey. Todos los derechos reservados. AL SERVICIO DEL ITALIANO, N.º 2071 - abril 2011 Título original: Powerful Italian, Penniless Housekeeper Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-260-5 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Al servicio del italiano

India Grey

Inhaltt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

UN BUEN partido.

Sarah se quedó paralizada en medio del aparcamiento y apretó en su puño el sobre que sujetaba en la mano.

Tenía que elegir un buen partido. Pero como había fallado por completo en encontrar uno en la vida real, sus posibilidades de éxito aquella noche no eran muchas.

Un poco más adelante de los Mercedes y BMWs que había aparcados a la entrada del pub más de moda de Oxfordshire, podían observarse los valles, arroyos y bosquecillos junto a los que ella había crecido. Bajo el sol veraniego tenían un precioso aspecto dorado.

Sintiendo como la adrenalina le corría por las venas, pensó que no tenía por qué entrar en el pub, no tenía que participar en aquella estúpida despedida de soltera ni ser el objeto de las bromas de todas... Sarah, con casi treinta años, iba a quedarse para vestir santos.

Se pasó una mano por sus enredados rizos y suspiró. Esconderse en la copa de un árbol podía resultar mucho más apetecible que entrar en un pub y tener que buscar un buen partido, pero a sus veintinueve años resultaba menos respetable. Y no podía estar el resto de la vida escondiéndose. Todo el mundo decía que debía enfrentarse de nuevo a la realidad por el bien de Lottie. Los niños necesitaban dos progenitores. Las niñas necesitaban un padre. Antes o después debía por lo menos intentar encontrar a alguien que llenara el repentino hueco dejado por Rupert. Aunque sólo de pensarlo se ponía enferma.

Cuando por fin entró en el oscuro local, con una temblorosa mano se metió el sobre en el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros. Durante los años que había estado alejada de Oxfordshire, The Rose and Crown había cambiado mucho. Había pasado de ser un pequeño pub rural con envejecidas moquetas y paredes ennegrecidas por el humo a un templo del buen gusto.

Disculpándose al abrirse paso entre la gente, se acercó a la barra y miró a su alrededor. Las puertas que daban al jardín del local estaban abiertas y vio a Angelica y a sus amigas alrededor de una gran mesa. Era imposible no verlas; formaban el grupo más ruidoso y glamuroso del lugar, el grupo que atraía todas las miradas de los hombres que había alrededor. Todas llevaban puesta la camiseta que les había dado la dama de honor principal de Angelica, Fenella, una estilizada joven que trabajaba como relaciones públicas y que era responsable de aquella estúpida reunión social. En las camisetas, que eran de talla pequeña, podía leerse en letras rosas, La última juerga de Angelica.

Con disimulo, Sarah intentó estirar la suya para que le cubriera la cintura. Ésta le había quedado al descubierto por encima de los demasiado apretados pantalones vaqueros que llevaba. Tal vez, si hubiera cumplido con la dieta que había prometido hacer aquel año, en aquel momento estaría riéndose junto a sus amigas e incluyendo algún soltero más en su lista de amantes. Si fuera más atractiva, quizá no estuviera necesitada de encontrar un buen partido ya que tal vez Rupert no hubiera sentido la necesidad de comprometerse con Julia, una fría rubia que era analista de sistemas. Pero demasiadas noches, mientras Lottie dormía, se había quedado en el sofá con la única compañía de una botella de vino barato y una caja de galletas...

Aunque sin duda iba a intentar perder algunos kilos hasta la boda, que iba a celebrarse en la antigua casa que Angelica y Hugh habían comprado en la Toscana y que estaban reformando.

Fenella, que volvía a la mesa con una bandeja llena de coloridas bebidas, la vio.

–¡Aquí estás! Pensábamos que no ibas a venir –le dijo–. ¿Qué quieres beber?

–Oh... sólo quiero tomar una copa de vino blanco –contestó Sarah.

Fenella se rió. Al hacerlo, echó la cabeza para atrás y captó la atención de todos los hombres que había alrededor.

–Buen intento, pero creo que no. Mira en tu sobre... es el siguiente reto –comentó, esbozando una sonrisita. A través de la muchedumbre reunida en el bar, se acercó a la puerta del jardín. Con el corazón revolucionado, Sarah tomó el sobre del bolsillo trasero de sus pantalones. Tras leer la siguiente instrucción, emitió un gemido de consternación.

El guapo camarero que había detrás de la barra la miró y negó con la cabeza de manera obvia, lo que ella interpretó como una cansina invitación para que pidiera. Se ruborizó intensamente.

–Me gustaría tomar un Orgasmo Ruidoso, por favor –dijo con la voz entrecortada.

–¿Un qué? –preguntó el camarero, levantando una ceja de manera desdeñosa.

–Un Orgasmo Ruidoso –repitió Sarah, abatida.

Le quemaban las mejillas y sintió como si alguien estuviera observándola. Desesperada, pensó que desde luego que estaban observándola; todas las amigas de Angelica habían dejado apartadas sus tácticas de flirteo para poder mirarla a través de la puerta del jardín.

–¿Y eso qué es? –preguntó el camarero, echándose para atrás su rubio flequillo.

–No lo sé –contestó ella, levantando la barbilla–. Nunca he tomado uno.

–¿Nunca ha disfrutado de un Orgasmo Ruidoso? Entonces, por favor, permítame... –dijo alguien detrás de ella con una voz profunda y rica, una voz con acento.

Sarah no pudo identificar de dónde era aquel hombre, al que parecía divertirle aquello. Se dio la vuelta, pero debido a la aglomeración que había en la barra le resultó imposible poder ver bien a aquel extraño; estaba de pie justo detrás de ella, era muy alto y tenía la piel aceitunada.

–Es una combinación de vodka, Kahlua y Amaretto... –le explicó él al camarero.

Aquel hombre tenía una voz increíble. Era italiano. Finalmente ella pudo identificar su acento debido a la manera en la que dijo Amaretto, como si fuera una promesa íntima. Sintió una extraña sensación en la pelvis y como se le endurecían los pezones.

No sabía qué estaba haciendo. Sarah Halliday no permitía que hombres desconocidos la ayudaran. Era una mujer adulta con una hija de cinco años. Había estado enamorada de un mismo hombre durante siete años. No era su estilo desear a desconocidos.

–Gracias por su ayuda –ofreció–. Pero puedo ocuparme yo –añadió, mirándolo de nuevo.

Sintió un nudo en el estómago. El hombre tenía el pelo oscuro, unas facciones angulares y una fuerte mandíbula cubierta por una barbita de tres días. Exactamente lo contrario al aspecto impecable y muy inglés de Rupert, que era el prototipo de chico dorado.

El atractivo hombre se giró para mirarla. Tenía los ojos tan oscuros que Sarah no fue capaz de diferenciar el iris de la pupila.

–Me gustaría invitarla –ofreció de manera simple, impasible.

–No, de verdad –contestó ella–. Yo puedo...

Con manos temblorosas, abrió su bolso y rebuscó en éste, pero la reacción que había sufrido a la altura de la pelvis estaba poniéndole difícil pensar con claridad. Aturdida, se dio cuenta de que sólo llevaba unas pocas monedas. Recordó que le había dado a Lottie para la caja de las palabrotas el último billete que había llevado. La política de su hija acerca de las palabrotas era draconiana y, como había introducido un sistema de multas, muy lucrativa. Estaba claro que había heredado de su padre el buen ojo para los negocios. Lo frustrada que había estado ella debido a aquella despedida de soltera le había costado muy caro.

–Son nueve libras con cincuenta –dijo el camarero, mirándola fijamente.

A Sarah aquel precio le pareció desorbitado. Había pedido una bebida, no una comida completa. Horrorizada, volvió a buscar en su bolso pero, cuando levantó la mirada, vio que el atractivo italiano estaba dándole al camarero un billete y que, a continuación, se alejaba de la barra con la bebida. Sin pensar, siguió a su salvador y no pudo evitar admirar la anchura de sus hombros.

Él se detuvo al llegar a la puerta del jardín y le entregó la bebida, que tenía un aspecto lechoso.

–Su primer Orgasmo Ruidoso. Espero que lo disfrute –comentó sin ninguna expresión reflejada en la cara y con un tono de voz diligentemente cortés.

Al tomar ella el vaso, los dedos de ambos se rozaron y sintió como una corriente eléctrica le recorría el brazo. Apartó la mano tan bruscamente que parte del cóctel le salpicó la muñeca.

–Lo dudo –espetó.

Las oscuras cejas de aquel extraño reflejaron cierta burla.

–Oh, Dios, lo siento tanto –se disculpó Sarah, horrorizada ante lo grosera que había sido–. Ha sido muy maleducado de mi parte decir eso después de que usted me haya invitado al cóctel. Es sólo que no es algo que normalmente elegiría, pero estoy segura de que estará delicioso –añadió, dando un largo sorbo a la bebida–. Está... muy rico.

Él la miró a los ojos fijamente.

–¿Por qué lo ha pedido si no es de su gusto?

–No tengo nada en contra de los orgasmos ruidosos, pero... –comenzó a explicar ella, mostrándole el sobre– todo esto es un juego. Es la despedida de soltera de mi hermana...

Tras decir aquello, pensó que debía haberle explicado a aquel extraño que la que iba a casarse era en realidad su hermanastra. Sin duda, él estaría preguntándose cuál de las numerosas bellezas que había congregadas en el pub podía compartir un conjunto de genes completo con ella.

–Me lo imaginé –comentó el italiano, mirando la camiseta que Sarah llevaba puesta y al numeroso grupo de mujeres que había en el jardín–. No parece que lo esté pasando tan bien como las demás.

–Oh, no. Estoy divirtiéndome mucho –respondió ella, forzándose en parecer convincente. Volvió a dar un trago a aquel desagradable cóctel e intentó que no le diera una arcada.

Con delicadeza, aquel extraño tomó el vaso de sus manos y lo dejó sobre la mesa que había tras ellos.

–Es usted una de las peores actrices que he conocido en mucho tiempo.

–Gracias –dijo Sarah entre dientes–. Mi prometedora carrera como actriz de Hollywood se ha echado a perder –bromeó.

–Créame, era un cumplido.

Ella levantó la mirada y se preguntó si él estaba tomándole el pelo, pero la expresión de su cara era extremadamente seria. Durante un momento, se miraron fijamente a los ojos. El intenso deseo que se apoderó de su cuerpo le sorprendió mucho. Sintió como se ruborizaba.

–¿Qué más cosas tiene que conseguir? –preguntó el italiano.

–Todavía no lo sé –respondió Sarah, dirigiendo la mirada al sobre que tenía en las manos–. Todo está aquí. Cuando se consigue uno de los retos, se abre el siguiente.

–¿La bebida era el primer reto? –preguntó él, esbozando una sonrisa.

–En realidad, era el segundo. Pero me rendí con el primero.

–¿Qué era?

Ella negó con la cabeza y permitió que el cabello le cubriera la cara.

–No tiene importancia.

Pero aquel hombre tomó el sobre de su mano con delicadeza. Durante un segundo, Sarah intentó recuperarlo, pero él era demasiado fuerte. Avergonzada, apartó la mirada cuando su acompañante abrió el sobre y leyó la primera instrucción que éste contenía.

–Dio mio –dijo el italiano con desagrado–. ¿Tiene que conseguir un «buen partido»?

–Sí, algo que no se me da muy bien precisamente –contestó ella, consciente de que su hermana y Fenella estaban mirándola–. Supongo que usted no será uno, ¿verdad?

Volvió a ruborizarse intensamente al darse cuenta de que parecía estar desesperada.

–Lo siento –se disculpó–. Finjamos que nunca he preguntado eso...

–No –respondió el hombre lacónicamente.

–Por favor... –suplicó Sarah, clavando la mirada en el suelo– olvídelo. No tiene que responder.

–Acabo de hacerlo. La respuesta es no. No soy un buen partido ni estoy soltero –dijo él, levantándole la barbilla con los dedos para que a ella no le quedara otra opción que mirarlo a la cara. Sus ojos eran negros y reflejaban una ilegible expresión–. Pero sus amigas no lo saben –añadió antes de besarla.

Al acercarse a besar a aquella joven, Lorenzo pensó que tal vez no fuera una de las mejores ideas que había tenido. Vio como los oscuros ojos de ella reflejaban una enorme sorpresa.

Pero estaba aburrido. Aburrido, desilusionado y frustrado. Y aquélla era una manera tan buena como cualquier otra de escapar durante un rato a las sensaciones que lo atormentaban. Los labios de aquella extraña eran tan suaves y dulces como había imaginado. Mientras la besaba con una enorme delicadeza, respiró la fresca fragancia que desprendía su piel.

Ella estaba temblando. Tenía el cuerpo muy rígido debido a la tensión y la boca firmemente cerrada bajo la suya. Sintió un cierto enfado hacia las mujeres congregadas en el jardín ya que obviamente le habían hecho pasar a su inesperada acompañante un mal rato. Le acarició a ésta la cara con una mano mientras con la otra le tomaba la nuca para acercarla aún más a él.

Sabía lograr que las mujeres se relajaran y se olvidaran de sus inhibiciones. La sujetó con mucha delicadeza y le hizo sentirse deseada, pero en ningún momento amenazada. Comenzó a acariciarle el cuello mientras lánguidamente le exploraba la boca con los labios.

Se vio embargado por una sensación de triunfo al oír que ella gemía y sentía que se relajaba. En ese momento aquella extraña separó los labios y comenzó a devolverle el beso con una vacilante pasión muy tentadora.

Él sonrió. Por primera vez en días... en realidad, en meses, estaba sonriendo. Estaba sonriendo en la boca de aquella dulce mujer poseedora de un espectacular pelo rizado color caoba, unos increíbles pechos y unos ojos muy, muy tristes.

Había ido a Oxfordshire en una corta peregrinación en busca de lugares sobre los que había leído en un viejo libro hacía algunos años. Nunca había podido dejar de pensar en los paisajes que se describían en la novela de Francis Tate, por lo que había ido a Inglaterra con la esperanza de recuperar parte de la creatividad que había muerto junto con el resto de su vida sentimental. Pero la realidad del lugar era decepcionante; no se parecía en nada al paraíso rural descrito en El roble y el ciprés. Había descubierto un lugar aburrido y falto de carácter.

Aquella mujer era lo más real con lo que se había encontrado desde que había llegado a Inglaterra. Probablemente incluso antes. Las emociones se reflejaban intensamente en su cara.

Tras haber sufrido el prolongado y sofisticado engaño de Tia, aquello era algo que le resultaba extremadamente atractivo.

Y era muy, muy sexy. Bajo la actitud autocrítica que tenía, la mujer estaba llena de pasión.

Sonrió aún más al bajar la mano y acariciarle la escultural cintura que tenía. La acercó hacia sí y sintió como el deseo se apoderaba de su estómago al tocar la piel que se escondía bajo su camiseta...

Sarah se quedó paralizada. Abrió los ojos y repentinamente lo apartó. Tenía los labios enrojecidos. Sus ojos reflejaron un gran dolor al mirar hacia el grupo de alborotadoras chicas que aplaudían desde el jardín.

Durante unos segundos, volvió a mirar al extraño que la había besado antes de darse la vuelta y marcharse del local.

Era una broma, desde luego. Precisamente en aquello consistían las despedidas de soltera; en bromear para divertirse.

Al pasar por un hueco que había en la alambrada que rodeaba al aparcamiento del pub, sintió que algunos alambres le pinchaban los brazos. Se secó las lágrimas que comenzaron a caerle por las mejillas. Le dolía. Por eso estaba llorando, no porque no supiera aceptar una broma... incluso una tan dolorosa y humillante como el ser besada en un pub por un completo extraño que ni siquiera podía dejar de reírse al hacerlo.

Mientras caminaba enfadada entre los trigales, recordó que hacía tan sólo una semana se había encargado del catering de una fiesta de compromiso y delante de todos los invitados y de la feliz pareja se le había caído la tarta al suelo. El novio había resultado ser su amante desde hacía siete años y el padre de su hija. La vergüenza era algo que la había acompañado con frecuencia en su vida, por lo que el pequeño detalle de que la hubieran utilizado para divertirse en la despedida de soltera de su hermana no suponía nada para ella; siempre la humillaban todos.

El sol estaba poniéndose en el horizonte mientras teñía de dorado el paisaje. Furiosa, apartó el trigo de su camino de muy malas maneras. Lo peor de todo era que, hacía tan sólo unos minutos, en vez de frustración había sentido un intenso deseo. Se había sentido maravillosamente bien. Estaba tan sola que el vacío beso de un extraño le había hecho sentirse apreciada, especial, deseada y... bien.

Hasta el momento en el que se había dado cuenta de que él estaba riéndose de ella.

Al llegar a la cima de la colina, echó la cabeza para atrás y respiró profundamente. Pensó en Lottie y sonrió, tras lo que se apresuró en llegar a casa.

Lorenzo se agachó para tomar el sobre que ella había dejado caer al haberse apresurado en alejarse de él. Le dio la vuelta y leyó el nombre que había escrito en la solapa.

Sarah.

Era un nombre sencillo y fresco.

Al salir del The Rose and Crown, cruzó a la acera de enfrente y miró a su alrededor. No había rastro de ella. Todo estaba muy tranquilo. Parecía que Sarah había desaparecido.

Pero cuando estaba a punto de regresar al pub, un movimiento en la distancia captó su atención. Había alguien subiendo por la colina que había detrás de los edificios. Sin duda era una mujer. Los últimos rayos de sol iluminaban sus abundantes rizos y le otorgaban un aura dorada. Era una imagen preciosa.

Era ella. Sarah.

Sintió una extraña sensación en el estómago y, de inmediato, deseó tener una cámara en las manos. Aquello era por lo que había ido a Oxfordshire. Delante de sí tenía la esencia de la Inglaterra que Francis Tate había reflejado en su libro.

Al llegar a la cima de la colina ella se detuvo y echó la cabeza para atrás. Entonces, tras un momento, comenzó a bajar por el otro lado de la colina y desapareció de su vista.

No sabía quién era aquella tal Sarah ni por qué se había marchado tan abruptamente del pub, pero no le importaba. Simplemente estaba muy agradecido de que lo hubiera hecho ya que, al hacerlo, le había dado algo que había pensado que había perdido para siempre. Su deseo de volver a trabajar. Su visión creativa.

Lo único que le quedaba por resolver era el complicado asunto de los derechos de copyright.