Alberdi, ese desconocido y otros ensayos históricos - Roberto Pucci - E-Book

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Roberto Pucci

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Beschreibung

Este volumen contiene un pequeño conjunto de estudios históricos que comparten un rasgo común: el de su tucumanidad, si bien entendida en el más neutro sentido del término dado que se ocupan de temas y figuras vinculadas con la provincia, pero sin adherir a ningún tipo de ciego localismo. El primero de ellos examina la evolución del pensamiento de Juan Bautista Alberdi y pone de relieve el hecho de que fue el máximo intérprete del federalismo republicano y democrático en la historia de las ideas argentinas. Para comprender cómo fue posible que las nobles expectativas de 1810 derivaran en setenta años de cruentas luchas fratricidas, así como en el régimen latifundista de opresión y de terror de Juan Manuel de Rosas, la lectura de los textos de Alberdi sigue siendo imprescindible. El siguiente trabajo propone un examen comparativo del momento histórico en el que tuvo lugar la revolución industrial azucarera en Cuba, Brasil y Argentina, países que figuraban entre los principales productores de América Latina a fines del siglo XIX. En aquellos tiempos, tanto en el campo azucarero como en el de la industria en general, decir Argentina era como decir Tucumán, ya que la pequeña provincia constituía lo más avanzado del país en tecnología y en capitales fabriles invertidos, lo que parecerá una fantasía para cualquiera que contemple su realidad actual.

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ALBERDI, ESE DESCONOCIDO, Y OTROS ENSAYOS HISTÓRICOS

Este volumen contiene un pequeño conjunto de estudios históricos que comparten un rasgo común: el de su tucumanidad, si bien entendida en el más neutro sentido del término dado que se ocupan de temas y figuras vinculadas con la provincia, pero sin adherir a ningún tipo de ciego localismo.

El primero de ellos examina la evolución del pensamiento de Juan Bautista Alberdi y pone de relieve el hecho de que fue el máximo intérprete del federalismo republicano y democrático en la historia de las ideas argentinas. Para comprender cómo fue posible que las nobles expectativas de 1810 derivaran en setenta años de cruentas luchas fratricidas, así como en el régimen latifundista de opresión y de terror de Juan Manuel de Rosas, la lectura de los textos de Alberdi sigue siendo imprescindible.

El siguiente trabajo propone un examen comparativo del momento histórico en el que tuvo lugar la revolución industrial azucarera en Cuba, Brasil y Argentina, países que figuraban entre los principales productores de América Latina a fines del siglo XIX. En aquellos tiempos, tanto en el campo azucarero como en el de la industria en general, decir Argentina era como decir Tucumán, ya que la pequeña provincia constituía lo más avanzado del país en tecnología y en capitales fabriles invertidos, lo que parecerá una fantasía para cualquiera que contemple su realidad actual.

 

 

Roberto Pucci. Cursó sus estudios en el Gymnasium Universitario y en la Universidad Nacional de Tucumán, institución de la que fue expulsado por los militares en 1976, y donde, luego de su reincorporación en 1984, desarrolló su carrera como docente e investigador en Historia. Allí fue profesor titular de la cátedra de Metodología de la Historia. Es autor, entre otras obras, de Historia de la destrucción de una provincia. Tucumán 1966 (2007), de la selección de textos y el estudio preliminar de la Antología conmemorativa de Juan Bautista Alberdi (2011), y de Pasado y presente de la Universidad de Tucumán (2013).

ROBERTO PUCCI

ALBERDI, ESE DESCONOCIDO, Y OTROS ENSAYOS HISTÓRICOS

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaNoticia preliminarAlberdi123456789BibliografíaApéndice. Las cosas del Plata, explicadas por sus hombres: escrito en Buenos Aires por un vecino de esa ciudad. Juan Bautista AlberdiLa revolución industrial azucarera en Cuba, Brasil y Argentina, 1870-1930IntroducciónModernización y cambio tecnológico en las fábricas azucarerasEl momento histórico de la modernización azucarera“El” central cubanoArgentina: una transformación aceleradaBrasil, una modernización frustradaLos resultados: el azúcar como productoConclusiones: modernización y concentraciónBibliografíaMás títulos de Editorial BiblosCréditos

Noticia preliminar

Este volumen contiene un pequeño conjunto de estudios históricos que comparten un rasgo común: el de su tucumanidad, si bien entendida en el más neutro sentido del término dado que se ocupan de temas y figuras vinculadas con la provincia, pero sin adherir a ningún tipo de ciego localismo. El primero de ellos, redactado como estudio introductorio para una antología de textos de Juan Bautista Alberdi, examina la evolución de su pensamiento y pone de relieve el hecho de que Alberdi fue el máximo intérprete del federalismo republicano y democrático en la historia de las ideas argentinas. En su extensa producción intelectual, proporcionó las claves que explican la causa de las guerras civiles argentinas y los motivos que frustraron los objetivos de la Revolución de Mayo, señalando que, aunque puso fin al colonialismo español, fracasó sin embargo en su propósito de crear un orden civil y un gobierno representativo de todas las provincias fundado en la libertad y en el trabajo creativo, agrícola e industrial de los habitantes del Plata, elevándolos de su condición de súbditos a la de ciudadanos de pleno derecho. Para comprender cómo fue posible que las nobles expectativas de 1810 derivaran en setenta años de cruentas luchas fratricidas, así como en el régimen latifundista de opresión y de terror de Juan Manuel de Rosas, la lectura de los textos de Alberdi sigue siendo imprescindible.1

El siguiente trabajo, publicado en una revista académica de México, propone un examen comparativo del momento histórico en el que tuvo lugar la revolución industrial azucarera en Cuba, Brasil y Argentina, países que figuraban entre los principales productores de América Latina a fines del siglo XIX.2 En aquellos tiempos, tanto en el campo azucarero como en el de la industria en general, decir Argentina era como decir Tucumán, ya que la pequeña provincia constituía lo más avanzado del país en tecnología y en capitales fabriles invertidos, tal como se registra en el Tercer Censo Nacional de 1914, lo que parecerá una fantasía para cualquiera que contemple su derrengada realidad actual. Quizá este solo hecho motive la curiosidad de los lectores sobre aquel proceso de acelerada expansión de los ingenios azucareros tucumanos, tan denostado como escasamente estudiado.

El libro se cierra con un apéndice en el que se reproduce un texto de Alberdi muy poco conocido, que el tucumano editó en su momento como folleto en forma anónima. Se trata de un trabajo que, exceptuando la edición original de mediados del siglo XIX y la contenida en la Antología mencionada, no fue reeditado en ninguna otra ocasión. La obra apareció originalmente en francés, pero fue difundida por Alberdi también en castellano con el título de Las cosas del Plata, explicadas por sus hombres, versión que aquí se reproduce. Alberdi prefirió el anonimato debido a que, en esos años, se desempeñaba como diplomático de la Confederación Argentina en Europa y no quería comprometer al gobierno del presidente Urquiza, ferozmente agredido por el Estado separatista de Buenos Aires.

En una carta a Javier Villanueva del 16 de julio de 1858, Alberdi le decía, haciéndole un guiño al amigo: “Le prohíbo a usted pensar que sea mío el cuadernito que le envío […] Yo creo que, en efecto, ha sido escrito en Buenos Aires. Coincido, sí, con todas sus ideas”.3 Con Juan María Gutiérrez también bromeó acerca del folleto anónimo: “Aquí anda un cuadernito sobre las cosas del Plata, que las malas lenguas se lo atribuyen a usted, otras a Frías. Al presidente le mando algunos ejemplares”.4 En Las cosas del Plata, la sátira política, la argumentación polémica y el análisis penetrante se combinan de manera ejemplar en la concisa prosa de Alberdi, y el lector se encontrará con el Alberdi que no temía efectuar la crítica más acerada contra los gobernantes y los políticos de su tiempo por influyentes que fuesen, poniendo en evidencia las contradicciones y desmentidos en los que incurrían sus propios antagonistas. Este compromiso con la verdad histórica le costó ser un desterrado de por vida: si la historia arrojase lecciones útiles para el presente –algo que, en el caso de nuestro país, dudo seriamente–, la vida y la obra de Juan Bautista Alberdi debieran figurar en primer lugar. No siendo así, espero, al menos, que el contacto con sus ideas contribuya a suscitar la reflexión de todos los argentinos de bien.

Preparé esta edición en circunstancias personales un tanto difíciles, por motivos de salud y por los duros tiempos que vive nuestra República. Una tarea que no hubiese podido afrontar sin el apoyo de los seres queridos: mis hijos, su madre, mis hijos políticos, mis nietos, mis sobrinos, mis hermanos y los amigos y amigas de todos los tiempos, quienes conforman una larga lista que no habré de enumerar aquí, para no cometer injusticias. Con ellos compartimos realizaciones y sueños, pero también pesares y persecuciones en las que nuestro país suele ser tan pródigo, acompañando la interminable decadencia en la que ingresó desde mediados de la centuria pasada. Una larga crisis que desembocó en el extraño tiempo que nos toca vivir, en el que reinan nuevamente la intolerancia, la violencia física y verbal y la agresión cotidiana contra el ciudadano independiente ejercida por el partido hoy gobernante, al punto de que las viejas solidaridades se han abismado y pulverizado, convirtiendo en algo irreconocible a la sociedad argentina que alguna vez supo ser.

 

Yerba Buena, Tucumán, 13 de abril del 2022

 

1. Juan Bautista Alberdi, Antología conmemorativa 1810-2010 (selección y estudio preliminar de Roberto Pucci). Buenos Aires, Honorable Cámara de Diputados de la Nación, 2011, 2 vols. La edición, realizada en homenaje a Alberdi por el bicentenario de su nacimiento, fue fruto de un proyecto presentado en la Cámara por la entonces diputada nacional Norah Castaldo. Gran parte de sus ejemplares se entregaron en las escuelas medias de la provincia de Tucumán, pero no llegaron a las librerías y, por ende, escasamente al público lector.

2. La revista, publicada por el Instituto Mora de México, se titula América Latina en la Historia Económica. Ver núm. 16, julio-diciembre de 2001.

3. Alfonso Bulnes (ed.), Epistolario 1855-1881. Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1967, p. 131.

4. Carta desde Londres del 5 de julio de 1858, en Jorge M. Mayer y Ernesto A. Martínez (recop.), Cartas inéditas a Juan María Gutiérrez y a Félix Frías. Buenos Aires, Luz del Día, 1953, p. 153.

Alberdi

Primera impresión tipográfica de la Constitucion, realizada por la Imprenta del Ejército Federal al mando de Justo José de Urquiza. Fechada el 25 de mayo de 1853 en San Jose de Flores, sede del Ejército en campaña tras derrocar a Rosas. El ejemplar se encuentra en el Museo Internacional para la Democracia, Rosario de Santa Fe.

1

Juan Bautista Alberdi fue uno de los escritores más prolíficos de nuestra historia. Desde su temprana juventud y a lo largo de su vida (nació en Tucumán en 1810, falleció en París en 1884) se consagró a pensar el país en formación, reflexionando sobre la causa de sus conflictos y buscando, angustiosamente, poner un fin a nuestras sangrientas guerras civiles. A su talento debemos la organización constitucional de la República por medio de la Carta de 1853, y el trazado de un programa que debía conducir al desarrollo equilibrado de todas sus regiones y provincias, mediante el imperio de la ley y de la justicia, del bienestar y de los derechos de sus ciudadanos. Al fin de sus días, no obstante, advirtió con amargura que ese programa solo a medias se había realizado.

Alberdi tradujo su labor de pensador en una febril escritura, pero los argentinos de las últimas generaciones apenas lo recuerdan, si acaso, por el título de las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, un libro que muy pocos leen hoy en día, pese a contener, además del programa para la conformación constitucional de la República, una notable síntesis de la historia argentina desde la Revolución de Mayo hasta la caída de Rosas. Por añadidura, fue el autor de no menos de unas sesenta obras de gran trascendencia. Espíritu curioso y creativo, dotado de múltiples talentos y a la vez un estudioso metódico y sumamente erudito, su producción comprende obras musicales, piezas dramáticas, ensayos filosóficos y de teoría política, estudios económicos y literarios, tratados jurídicos y constitucionales, y una vasta meditación sobre la historia de los pueblos del Plata y de la América del Sur. En su extensa labor periodística, que contiene certeros análisis sobre la política, la economía y la sociedad de su tiempo, diseminó además –como pequeñas gemas ocultas en su interior– unos celebrados ensayos satíricos y de costumbres, algunos de los cuales pertenecen por derecho propio a los orígenes del cuento y de la literatura argentinos.

Escribió, además, crónicas de viajes y descripciones, como su temprano ensayo sobre Tucumán de 1834, y ensayó la ficción novelística con Peregrinación de Luz del Día, un libro que perdura y que merecerse leerse en estos días, más que como obra del género, por su brillante sátira acerca de la venalidad, el cinismo y la corrupción de los gobernantes de su tiempo, así como por sus tesis políticas. Cultivó la biografía y la autobiografía, y fue un diestro polemista con sus Cartas quillotanas, en aquel histórico debate con Domingo Faustino Sarmiento en el que desnudó la conducta segregacionista del sanjuanino aporteñado, género en el que se deben contar otras de sus obras, como Facundo y su biógrafo y Belgrano y sus historiadores. Un estudioso de su producción registró 693 títulos de su autoría, de los cuales cerca de 400 pertenecen a sus colaboraciones en la prensa de Buenos Aires, Montevideo, Chile y, en menor medida, de Europa.1 Alberdi llegó a publicar alrededor de 90 de esos títulos, los que fueron reeditados en la década de 1880 por el Congreso de la Nación en las llamadas Obras completas, merced a la iniciativa del presidente Julio Argentino Roca, no sin antes doblegar la tenaz resistencia de Sarmiento y de Bartolomé Mitre, sus implacables enemigos.2 Tales obras no llegaron en realidad a ser completas, ya que a su muerte dejó otro medio centenar de trabajos de largo aliento y una gran cantidad de ensayos breves, en 119 pequeños cuadernos manuscritos. La mayor parte de ese material fue publicado en los denominados Escritos póstumos.3

Juan Bautista Alberdi fue, además, un tesonero cultivador del género epistolar. Desde sus tiempos de estudiante en Buenos Aires, y a lo largo de su extensa vida de exiliado iniciada en 1838, no cesó de intercambiar cartas con sus amigos de la juventud, como Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría, Miguel Cané (padre) y Félix Frías; con políticos y gobernantes de su tiempo, como Justo José de Urquiza y, años más tarde, Julio Argentino Roca; con su admirada (y admiradora) Mariquita Sánchez de Thompson; con su médico y amigo personal, el mendocino Francisco José Villanueva; con aquellos otros que llegaron a ser sus fieros adversarios, como Mitre y Sarmiento; con políticos y dirigentes provinciales, del norte y de Cuyo, de Córdoba o Rosario; con parientes de Tucumán y Salta, en fin. Escritor infatigable, con el correr de los años Alberdi acumuló una correspondencia monumental, de tanto o mayor valor que su escritura pública. Hombre reservado y prudente como fue, no cabe esperar que se prodigara en confesiones a lo Rousseau, pero aun así sus cartas sirven de acceso al Alberdi íntimo, a su exquisita sensibilidad. Por lo demás, en esa correspondencia se halla contenida la entera historia del país en el siglo XIX, cuyas vicisitudes, seguidas año a año, son analizadas e interpretadas allí por el más inteligente de sus protagonistas.4

1. Alberto Octavio Córdoba, Bibliografía de Juan Bautista Alberdi. Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1968.

2. Juan Bautista Alberdi, Obras completas. Buenos Aires, La Tribuna Nacional, 1886-1887, 8 t.

3. Juan Bautista Alberdi, Escritos póstumos. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1895-1901, 16 vols. Estos fueron objeto de una segunda edición a cargo de la Universidad Nacional de Quilmes, en 2002. (Las Obras completas se citarán en adelante como OC, y los Escritos póstumos como EP, estos últimos en su edición de 2002.)

4. Dicha correspondencia, dispersa en diversos archivos del país y del extranjero, se mantiene inédita en gran parte. Las ediciones más importantes son las siguientes: Ramón J. Cárcano, Urquiza y Alberdi: intimidades de una política. Buenos Aires, La Facultad, 1938; Jorge M. Mayer y Ernesto A. Martínez (recop.), Cartas inéditas a Juan María Gutiérrez y a Félix Frías. Buenos Aires, Luz del Día, 1953; Alfonso Bulnes (ed.), Epistolario 1855-1881 (compilación de las cartas de Alberdi a Francisco J. Villanueva. Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1967). Todas estas ediciones contienen las cartas escritas por el tucumano, pero no las de sus corresponsales. Agreguemos la edición de una parte reducida del intercambio epistolar de Alberdi con su amigo José Cayetano Borbón: Carolina Barros, Correspondencia Alberdi-Borbón, 1858-1861. Buenos Aires, Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, 1991. La única edición de una correspondencia completa es más reciente: Élida Lois y Lucila Pagliai (eds), Juan Bautista Alberdi-Gregorio Benites: epistolario inédito, 1864-1883. Buenos Aires, Academia Paraguaya de la Historia-Fundación Biblioteca y Archivo de Jorge M. Furt-Universidad Nacional de General San Martín, 2006, 3 t.

2

Dotado con una inteligencia pragmática y no doctrinaria (una rareza completa en estas tierras), Alberdi leyó muchísimo, más que nadie en el país de su tiempo, pero no fue un hombre de saber puramente libresco, un repetidor de dogmas. Tuvo que inventar el modo de entender el país y, nutrido de una gran erudición, repensó las ideas recibidas y las recreó para entender la realidad criolla. Sin embargo, obligado por su integridad moral e intelectual, sabía reconocer sus deudas: aquello que aprendió de Florencio Varela, de su amigo y mentor Esteban Echeverría, de Juan María Gutiérrez, y hasta del propio Sarmiento en su etapa de periodista en Chile. Pero fueron los dos primeros mencionados, no obstante sus distintas filiaciones, quienes atisbaron las verdaderas claves del conflicto argentino y esbozaron, parcialmente, la interpretación que Alberdi estaba llamado a desarrollar de modo pleno a lo largo de su vida. En unas notas manuscritas de 1871, el tucumano asentó que se debían a Varela las “tres grandes ideas políticas en que se encierra el problema argentino”, que ya llevaba sesenta años sin resolverse: la necesidad de constituir un gobierno nacional libre, elegido por todos los pueblos argentinos, que ese gobierno debía tener por capital a Buenos Aires y que debía eliminarse el monopolio portuario de Buenos Aires, habilitando los puertos fluviales del país al comercio directo, para acabar con su dictadura comercial, financiera y crediticia, fundada en la apropiación de las rentas que pertenecían a todo el país.5

Para los argentinos de las últimas generaciones, sin embargo, Alberdi, cuando no se encuentra sepultado bajo una maraña de vituperios, permanece como un gran desconocido, por lo que no resulta posible comprender sus ideas sin despejar, previamente, el sedimento de distorsiones y de malos entendidos que, deliberados o no, se acumularon en torno a su figura por obra de sus enemigos, los que, según apuntara Manuel Lizondo Borda, formaron legión.6 Pero, a decir verdad, no fueron legión tanto por su número como por su poderío, ya que sus amigos y seguidores, aquellos que admiraban sus ideas y se sintieron representados en ellas, constituían la inmensa mayoría del país. Lo atestiguan la admiración y el reconocimiento que le profesaron Esteban Echeverría, Miguel Cané (p.), Félix Frías, Juan María Gutiérrez, Mariquita Sánchez y, de las nuevas generaciones, aquellos que se educaron en sus ideas: figuras como José Hernández, el autor del Martín Fierro, Carlos Guido y Spano, Olegario Víctor Andrade y Miguel Navarro Viola, entre tantos otros.

Alberdi tuvo tres grandes antagonistas: el dictador Juan Manuel de Rosas; Bartolomé Mitre, adalid del separatismo y del centralismo porteño, y Domingo Faustino Sarmiento, quien se lanzó, desde el día siguiente de Caseros, a una furiosa guerra política y periodística contra la Constitución de 1853, contra la figura de su autor y contra el gobierno de la Confederación Argentina en la década de 1850. Los tres fueron unos enemigos políticos cuya animosidad les llevó a agraviarlo y a perseguirlo encarnizadamente, sin perturbar por ello la serenidad y la altura intelectual de la réplica del tucumano. Como él mismo sostuviera reiteradamente, en sus escritos y polémicas no se interesaba en descalificar a las personas sino en la crítica de su política, por cuanto representaban, los tres, el porteñismo más recalcitrante, aquella fuerza que levantó los mayores obstáculos para impedir y retrasar la construcción de una Argentina unida y próspera, gobernada mediante una Constitución federal, la que fue finalmente adoptada en 1853 por todas las provincias, pero repudiada por Buenos Aires.

A pesar de que Alberdi triunfara en el plano de las ideas, la pintura maliciosa que aquellos hicieron del gran tucumano tendió a prevalecer al fin. Esa pintura se reprodujo una y otra vez en el sucederse de las escuelas historiográficas argentinas que, proviniendo del mitrismo o del revisionismo rosista, de la izquierda o del nacionalismo, y más tarde de la nueva academia neomarxista de las décadas de 1960 y 1970, resultaron ser, de manera dominante y más allá de ciertas variaciones poco sustanciales, una proyección ideológica actual de las viejas querellas. Tales lecturas sobre nuestro pasado nacional, acumuladas como capas geológicas, acabaron por entregarnos un Alberdi ficticio e irreconocible, al replicar los ataques lanzados contra él por el antiguo partido de los estancieros saladeristas, los tenderos y los grandes comerciantes exportadores e importadores del puerto, un bloque social e histórico que el propio Alberdi definió, con originalidad y agudeza (adoptando una denominación empleada en el lenguaje burocrático de las ordenanzas coloniales), como la Provincia-Metrópoli.

Un motivo añejo y reiterado con el que pretendieron denigrarlo fue atribuirle pasiones rencorosas y “odio” contra Buenos Aires, acusación que, como señaló con justeza Jorge M. Mayer, su más grande biógrafo, no era más que un recurso retórico del partido saladerista, crispado por no poder refutar la inflexible lógica con la que el tucumano supo defender el interés nacional.7 Uno de sus primeros biógrafos, el francés Theodore Mannequin, colega suyo en la Academia Francesa de los economistas, escribió un largo obituario editado en París en julio de 1884, poco después de su muerte, donde decía:

 

El cuidado escrupuloso, constante, infatigable, de denunciar así la política de Buenos Aires desde sus orígenes, sus fines y sus procedimientos, valió a Alberdi crueles preocupaciones durante los últimos veinticinco años de su vida […] Una parte de sus antiguos amigos, de sus compañeros de exilio durante la dictadura de Rosas, se habían unido a la política de Buenos Aires después de 1852; estos no podían perdonarle su constancia, su desinterés, su incorruptibilidad, y lo persiguieron sordamente hasta en sus medios de existencia.8

 

Este cargo del “odio” y del “rencor” fue un recurso desde siempre esgrimido por todos los regímenes belicistas y agresivos de corte autoritario o totalitario, como el fascismo, el nazismo o el comunismo, que se proclaman víctimas de aquellos a quienes persiguen y aniquilan implacablemente. En el caso de Alberdi, al acusarlo de “odiador” pretendían reducir el debate político, social e histórico entre el país interior y Buenos Aires a una cuestión de supuesta patología personal del tucumano y, pese a su puerilidad, sigue siendo empleado hasta hoy. Lo señaló el propio Alberdi en numerosas ocasiones, entre otras en sus Memorias sobre mi vida y mis escritos, donde afirmaba que su combate contra el localismo y el centralismo de la gran ciudad no era fruto del odio ya que, por el contrario, sus escritos, lejos de denigrar a Buenos Aires, se dirigían contra sus malos políticos, y se hallaban animados por su pasión por la integridad del suelo argentino, “del que Buenos Aires”, decía, “es la más bella porción”, a la que siempre quiso enaltecer, elevándola a la condición de capital política de la Nación que propiamente le correspondía, pero nunca a la de un Estado en competencia con el Estado argentino, “pues”, afirmaba, “un Estado no puede ser capital de otro Estado”.9 En sus manuscritos, diría que sus enemigos confundían el ejercicio de la libertad con el odio:

 

¿Me contradice, me critica? Luego es mi enemigo. ¿Me hace oposición? Luego me hostiliza […] ¿Me resiste? Luego me da derecho a exterminarlo. Insultar, hostilizar, calumniar al que piensa mal de nuestras obras y de nuestras doctrinas, no es de hombres de libertad, sino de inquisidores torpes y bárbaros.10

 

Existe, sin embargo, una segunda estrategia en esa misma persistente hostilidad contra Alberdi. Se trata de su negación o, más propiamente, del ninguneo de su figura, de sus ideas y de su accionar, pese a la enorme trascendencia que tuvieron en la conformación del país. Dudé en emplear el verbo mencionado, creyendo, erróneamente, que se trataba de un neologismo inapropiado, pero, como el Diccionario de la lengua española de la Real Academia lo define, ningunear significa “menospreciar, no tomar en consideración a alguien”, lo que describe adecuadamente la operación intelectual a la que aludo, porque para negar es preciso, primero, nombrar lo que se niega. En el caso de Alberdi se trata, por el contrario, de una amnesia calculada, vale decir, de ignorarlo, de hacerlo desaparecer, de sustraerlo de nuestra historia. Para mencionar tan solo unos pocos ejemplos característicos, señalemos que José Luis Busaniche, historiador santafesino de la primera mitad del siglo pasado, autor de una Historia argentina que no carece de méritos, entre otros la de ser una de las más elegantemente escritas, sucumbió sin embargo a su crudo rosismo, y apenas citó a Alberdi una sola vez en sus casi 800 páginas, pero de manera puramente ocasional. Mucho más recientemente, una historia de la atroz guerra contra Paraguay no lo cita jamás, ni siquiera menciona entre sus fuentes uno solo de los trabajos que Alberdi dedicó a su crítica implacable, los que eran devorados con fruición por los argentinos de entonces, incluidos aquellos que se desangraban en las trincheras.11 Y en el año del Bicentenario, un tiempo de conmemoraciones que inundó al país de palabras, textos e imágenes relativas a Mayo y a la forja de la patria, la ausencia de Alberdi volvió a ser notoria. Otro ejemplo más actual es el del Manual de historia argentina para colegios secundarios, editado en 2015, nuevamente distribuido desde 2020 por el Ministerio de Educación de la Nación, en el que Juan Bautista Alberdi, autor de la Constitución Nacional, ni siquiera es mencionado.12

5. EP XII, pp. 29-30.

6. Manuel Lizondo Borda, Juan Bautista Alberdi: su vida y su obra. Tucumán, Imprenta Violetto, 1960, p. 30.

7. Jorge M. Mayer, “La personalidad de Alberdi”, en Estudios sobre Alberdi. Buenos Aires, Edición de la Municipalidad, 1964, p. 306; ver, del mismo Mayer, la más notable biografía del tucumano: Alberdi y su tiempo. Buenos Aires, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales-Abeledo-Perrot, 1973, 2 vols.

8. Theodore Mannequin, Juan Bautista Alberdi. París, Guillaume, 1884, en EP XV, p. 54.

9. EP XV, p. 131.

10. EP XI, p. 162.

11. José Luis Busaniche, Historia argentina. Buenos Aires, Solar-Hachette, 1973; y Miguel A. de Marco. La guerra del Paraguay. Buenos Aires, Emecé, 2007.

12. Historia argentina. Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación, 2015, un manual elaborado para el Plan Fines del secundario, editado durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Es un material de adoctrinamiento burdo y falaz.