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Los ocho pasos de Patánjali son un camino que va integrando los cinco cuerpos que son fundamentales para la vida. En este libro podés encontrar las herramientas prácticas que me ayudaron y me ayudan en el día a día para estar mejor. Comenzó en una charla de café con Martu, que dictaba filosofía práctica en el profesorado de mi método. Es un honor que sus poemas estén presentes en estas páginas. Son paisajes que iluminan cada capítulo. Es mi deseo que esta experiencia de lectura despierte tu vitalidad y tu luz. Sigo recorriendo la práctica del Yoga con el mismo entusiasmo del primer día. Sigo aprendiendo con la mirada del turista. Te invito a que recorramos este viaje. Podés seguirme en el canal de YouTube Nancy Nakazato Yoga, Spotify, Instagram y Facebook. "Creo en el milagro de la transformación. Creo en la alquimia interior. El milagro deviene con la práctica (Abhyasa) Perseverancia, compromiso y amor".
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Seitenzahl: 174
Veröffentlichungsjahr: 2022
Nancy Nakazato Marta Elena Assandri de Cuadros
Nakazato, Nancy Alquimia interior / Nancy Nakazato ; Marta Elena Assandri de Cuadros. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2840-7
1. Espiritualidad. I. Assandri de Cuadros, Marta Elena. II. Título. CDD 133.901
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1: Alquimia Interior
CAPÍTULO 2: La palabra Yoga
CAPÍTULO 3: Método
CAPÍTULO 4: El trípode del Yoga
Las tres palabras claves del Yoga
El trípode del Yoga según Martu
CAPÍTULO 5: Mis Instrumentos
1. Afirmaciones (Sutra)
2. Introspección (Vichara)
3.Proceso espiralado (Vynyasa Krama)
4. Mirada del turista (Chitta)
5. Palabras de poder (Mantra)
6. Compromiso personal (Sadhana)
7. Observar el Ego como instrumento: ¿qué es y cómo trabajarlo? (Ahamkara)
8. Práctica de agradecimiento (Danyavad)
9. Corte de raíz. Upekshanam.
CAPÍTULO 6: Los ocho pasos de Patánjali
CAPÍTULO 7: Primer paso
I. Primer paso: Yama (Virtudes)
II. Bramacharya (Abstinencia). Sobriedad. Moderación.
III. Aparigraha (no posesión, ambición o codicia). Soltar
IV. Asteya (no robar: ideas, bienes, tiempo). Respeto por la energía propia y la del otro. Respeto por la naturaleza.
V. Sathya (no mentir). Luz, Verdad, Coherencia.
CAPÍTULO 8: Segundo paso
CAPÍTULO 9: Tercer paso
CAPÍTULO 10: Cuarto paso
CAPÍTULO 11: Quinto paso
CAPÍTULO 12: Sexto paso
CAPÍTULO 13: Séptimo paso
CAPÍTULO 14: Octavo paso
CAPÍTULO 15: Martu
Agradecimientos
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
A mis padres Ernesto y Susana por darme la vida y apoyarme para que mis sueños se realicen.
A Pablo, Sofi, Ivi y Hana, que son mis maestros inspiradores día a día.
A Mili Vásquez, Diego Aszenberg, Valeria Cuadros y Agustina Driollet (hija y nieta de Martu), que colaboraron en estas páginas.
A los que se sienten parte de la familia yóguica y me acompañan o acompañaron en el camino. Los honro y los respeto.
Abrazo del alma, Nan.
¿Qué vas a encontrar en este libro?
“Se puede y se debe evitar el sufrimiento futuro”
“Heyam dukham anagatam”
file:///private/var/folders/24/4x241my50nbc2csw0l93t8lh0000gn/T/InDesign Snippets/Snippet_3197AF83B.idmsPatánjali, capítulo II, versículo 14
Este Sutra lo escuché del maestro Walter Gardini y en aquel momento de mi vida de mucho sufrimiento quise investigar al autor que me daba una luz.
El trabajo más arduo de este libro fue soltar, discernir, cernir la información, la bibliografía complementaria, neutralizar mi ego, y volver al “menos es más”: deseo que su lectura despierte la práctica, que evite el sufrimiento futuro…
Me gustaría que los instrumentos sean vivenciados, que estén en la mesada de la cocina, al alcance de la mano, para usarlos en lo cotidiano. Por eso es importante que el conocimiento se concentre en una frase corta (Sutra) y que la “practique” para que ese conocimiento devenga en “sabiduría”.
En las páginas de este libro me gustaría desmitificar la filosofía como algo puramente intelectual y que lo que leamos convoque al cuerpo físico, energético, psíquico, intuitivo y espiritual.
La columna principal del libro son los ocho pasos de Patánjali. Simplifiqué los contenidos porque me gustaría que los ocho pasos sean integrados en el día a día, que las palabras y frases queden grabadas para poder disponer de la filosofía como un botiquín de primeros auxilios, o como una infusión preventiva, o como un viaje de placer.
Bajamos a la tierra la filosofía en los trabajos prácticos, en los compromisos (Sadhanas) que voy proponiendo en cada capítulo para ir aprendiendo a modo de juego cómo usar la sabiduría milenaria para estar más sanos, más amorosos, más libres.
El objetivo es llegar al octavo paso de Patánjali: Samadhi, Iluminación, Éxtasis, Éntasis. Señalamos el lugar al que queremos llegar para saber qué ruta tomar. La práctica de los primeros pasos de Patánjali son el camino directo. El viaje no es puro placer, les aseguro pozos, avances y retrocesos, esfuerzo y también disfrute, descubrir paisajes nuevos.
El Samadhi es Luz, es vivenciar lo Espiritual, es un estado que no se puede expresar con palabras… mi forma de bajarlo a tierra es resumirlo en: Salud, Amor y Libertad.
Cuando comencé a hacer yoga para estar mejor, mi único objetivo era sanarme, sanar mi cuerpo, sanar mis emociones. Después vino el servicio, la amorosidad y la Libertad que es el salto al Alma…
Muchas veces me ilusioné con los libros de autoayuda para lograr la felicidad. Comprendí que eso era una ilusión (Maya) y por ahora tengo Petit Samadhis, pequeñas luces que son señales del camino, cada año me siento más sana, más amorosa, más libre.
En este libro colabora Martu Cuadros. Fue la primera alumna del primer año del profesorado, que anoté antes de que ella lo supiera. Es mi gran asistente en las clases grupales y mi gran compañera en este nuevo viaje. Les presento a Martu en Sutras: “Madre, abuela, odalisca, cocinera, poeta, escultora, guerrera, buscadora: una maestra en miles de detalles de amor”.
Te invito a un trabajo de reflexión: ¿qué te gustaría encontrar en este libro? ¿Qué estás buscando en la vida? ¿Cuál es tu objetivo para este año? Esa es la primera práctica de introspección.
Gracias por compartir el camino.
No sé si será mi vocación de psicóloga, pero cuando leo algo, veo un hecho artístico o escucho una conferencia, me interesa saber más sobre la vida personal del autor, artista, profesional.
Me gustan los Sutras… Se trata de afirmaciones breves que condensan el saber. En Oriente, la sabiduría es poner en práctica el conocimiento. El aprendizaje es acción. La sabiduría se sintetiza en Sutras. Etimológicamente Sutra significa “hilo”. Este hilo (Sutra) se incorpora en el entramado simbólico de cada persona y transforma ese “telar” de creencias y culturas que cada uno/a viene entretejiendo desde que nació.Me gusta la poesía… será porque son Sutras, será porque se parece a la música que nos mueve fibras misteriosas, será porque alimenta la intuición, será porque nos acerca a lo divino en una imagen, una sensación, una vivencia.
Me gusta comenzar, contándoles casi en Sutras, un poco de mi vida. Nací en Argentina el 6 de noviembre de 1965. Escorpio ascendente en Cáncer, luna en Aries. Serpiente de madera.
Mis abuelos, desde la isla de Okinawa, vinieron a este país después de la Segunda Guerra Mundial. Mis abuelos maternos vivieron un tiempo en las Sierras de Córdoba, mi mamá es cordobesa. Mis abuelos paternos se instalaron en Buenos Aires, mi papá es porteño.
En mi infancia era inquieta y curiosa (igual que ahora): aprendí danza japonesa, hice volley, scout, atletismo y estudié guitarra pero el solfeo me sacó las ganas de seguir con la música…
Terminé el bachillerato en el Colegio “Divino Rostro” (religioso) frente al Museo de Ciencias Naturales de Parque Centenario. Me encantaba estudiar (igual que ahora). Fui abanderada, me emocionaba hasta las lágrimas el Himno Nacional Argentino y las canciones dedicadas a los próceres (igual que ahora).
Me recibí en la Universidad del Salvador de Licenciada en Psicología con Diploma de Honor. Estuve como ayudante de cátedra en una materia de Psicología de la universidad, haciendo pasantías en hospitales. Me gustaba el servicio (igual que ahora).
Me casé con un nissei, descendiente de japoneses, y me fui a vivir a Japón. Pasé la luna de miel en Okinawa y conocí el paraíso en la tierra. No conocía el idioma pero todo me parecía familiar: una pequeña isla, un gran hogar. Crucé a la Isla Grande y viví entre Tokyo y Kamakura durante cuatro años: fue una segunda universidad. Vivía cerca del mar, me sentía de vacaciones todo el tiempo: fue vivir en un sueño. El Fujiyama apareciendo en el mar, calles sinuosas, templos, esculturas budistas, una escenografía oriental con aroma a incienso, monjes de shopping y restaurantes modernos. En ese momento yo trabajaba en una fábrica de montaje de televisores. Todo me parecía nuevo y fascinante pero con el correr de los años el sueño se fue transformando en una pesadilla. El paisaje zen, la calma del Océano Pacífico contrastaba con el conflicto de aquel matrimonio. Un sutil maltrato, una sutil infelicidad, un sutil manejo perverso que me impedía discernir con claridad qué me estaba pasando. Mi ex marido decía que me amaba, mi cuerpo sentía otra cosa.
El entusiasmo de un trabajo nuevo se fue transformando en la monotonía de hacer lo mismo durante horas y meses. Admiré profundamente la voluntad y la disciplina de los japoneses en comparación con mi ser argentina: qué difícil sostener lo humano cuando el trabajo me estaba convirtiendo en una máquina.
Toqué un fondo oscuro, casi eterno.
Las sutiles críticas y la sutil subestimación de mi exmarido se fueron transformando en una terrible depresión. Pensé en matarme, deseaba la muerte para terminar con la sensación de agobio, de un día más. Por suerte, un cachetazo me “despertó” y me di cuenta que los golpes verbales, las amenazas de muerte, los gestos con cuchillos, eran un infierno al que me había acostumbrado, y en el medio del tifón (tsunami) apareció un atisbo de luz, apareció el valor del samurai de mis ancestros, y me separé.
Viví sola casi un año en Japón.
Gracias a mis padres, que me dieron el ejemplo del respeto y del amor. Jamás los vi gritarse, putearse ni pegarse. Aquel cachetazo de mi ex marido me despertó del maltrato sutil que va hiriendo profundamente, sin dejar marcas físicas externas, pero que van generando quebraduras que llevan años curar.
Gracias a mis abuelos que atravesaron la guerra y transformaron el dolor en fuerza, garra, voluntad (Gambatte es un dicho japonés que resume “vamos, adelante”, “arriba”, “a seguir”) y me transmitieron esa forma de mirar la vida.
La vivencia que tuve en mi primer matrimonio en Japón, fue como atravesar la guerra. Soy una sobreviviente… me cambió la forma de priorizar la vida.
Todos los días tenía mucha angustia y ganas de morirme. El valor me hacía levantarme a las cinco de la mañana, andar en bici hasta la estación de tren, bajarme y caminar veinte cuadras hasta la fábrica de televisores.
Fue como un retiro espiritual. Sin familia, sin amigos (mi ex marido se había encargado de apartar sutilmente mis amistades), pero la paz no llegaba nunca, tenía mucha confusión.
Mis padres me fueron a rescatar de la locura y la depresión: fue como un segundo alumbramiento. Estoy eternamente agradecida a mis padres por haberme dado la vida dos veces, por el esfuerzo emocional y económico de viajar treinta y seis horas en avión para darme a luz. Pesaba cuarenta y un kilos entre la anorexia, la bulimia y la depresión.
Volví a la Argentina en 1993 en un estado deplorable. Parecía que me ahogaba, pero no me moría. Entonces dije “a remar, saco fuerzas de mis ancestros y salgo de esta agonía”.
Busqué en la terapia lacaniana, guestáltica, psicodramática, psicoanalítica, colónica… Busqué en el estudio de postgrado en psicosomática y adicciones. Busqué en el trabajo, asistencia en hospitales y clínicas. Busqué en el running, karate, tai-chi, aikido. Busqué en el canto, cocina, medicina china, shiatsu, ayurveda, chamanismo, plantas maestras, ayunos, Ashtanga, Iyengar, meditación…
Hasta que encontré el Yoga como una forma de vida.
Encontré en la práctica durante años, cada día, con constancia, compromiso, con la
humildad de un campesino, sembrando amor cada día.
El mantra que me repetía y me repito es “confío, tiempo de siembra, suelto…”.
Práctica (Abhyasa) para ordenar el caos.
Sané con mucho trabajo y esfuerzo.
Me hubiera gustado tener más paciencia. Por momentos (casi siempre) hubo ansiedad y desesperación. Si hubiera sabido que lo mejor estaba por venir, tal vez hubiera sufrido menos. Agradezco al Universo la voluntad, el esfuerzo inquebrantable. Pude integrar-me con esta forma de vida que es un milagro. Creo en la transformación y el renacimiento.
Después de varias convivencias fallidas aprendí que mi felicidad no dependía del otro. Experimenté sentirme muy sola en pareja. Cuando aprendí que la soledad es un estado interno de no estar conectado con el alma, cuando aprendí a meditar (sigo aprendiendo), aprendí también a vivir sola conmigo misma, feliz. El pensamiento de “estar solo” es una ilusión de la mente, una mala pasada del ego. Ignoramos que somos Alma y parte del Todo.
Cuando aprobamos una materia, Dios nos manda otra para seguir aprendiendo. Cuando aprendí a disfrutar de la soledad, el Universo hizo que Pablo se cruzara en mi camino, tal vez para aprender a convivir, a compartir, tal vez como un regalo después de tanto esfuerzo. Cuando nos encontramos, no queríamos vivir en pareja, ni tener hijos. Éramos dos solterones casi felices. “Uno propone y Dios dispone”. Nos atravesó el amor. En Capilla del Monte cambiamos los planes y encargamos a Sofía. En el 2005 vino a bendecirnos con su luz. Cerca del mar encargamos a Iván, en el 2007, y vino a bendecirnos con su energía.
Gracias al Universo por haberme dado la oportunidad del Amor con Pablo y con mis hijos. Ser mamá me hace mejor persona. Eso que leía en el Bhagavad Gita del Karma Yoga, el servicio desinteresado, la ofrenda por el otro, sin esperar nada a cambio, lo aprendo cada día con mis hijos. Sofi e Iván son mis grandes maestros (la maternidad será un libro aparte).
Creo en el milagro de la transformación.
Creo en el milagro de los renacimientos.
Creo en el milagro del yoga que es salud, amor, libertad.
Creo en el milagro de la filosofía práctica.(Alquimia Interior).
El milagro deviene con la práctica (Abhyasa),
perseverancia, compromiso, amor.
Me presento: Soy Martu, bautizada por Nancy, agradezco este nuevo nombre, más dulce, marcando un nuevo principio, un nuevo comienzo.
Soy del 41’ (parece el título de un tango). Nací en Buenos Aires, primogénita conejillo, prueba y rigor, ignorancia y miedo, exigencia extrema, léase padres que se trasladaron a Córdoba cuando yo tenía 2 años, dejando una numerosa familia de ambos lados y una brecha de distancia dolorosa y desarraigo para ellos; mientras, yo perdía un enjambre de tíos que me mimaban y atendían. Abuelos, solo conocí a uno, que vi dos veces, con fama de malísimo. Con esta mudanza, drástica, sobrevino el desconcierto, la soledad, la exigencia, y una terrible sensación de desamparo.
Mis padres me amaban mucho, y me protegían, prohibiendome todo, forma cómoda de cuidar y socavar la autoestima, aunque ningún buen padre se equivoca adrede.
Me colgaron el cartel de cabeza de chorlito, vaga, irresponsable, etc. porque me gustaba la música, el arte, pintar, dibujar y EL BALLET. Fui a clases de danzas, como se estilaba en esa época, descubriendo algo inefable, un mundo creíble, un refugio, una pasión, que me salvaba de la chatura y la rutina tediosa de la escuela, que aborrecía. Vivía para las clases de baile, cuando al final del primer año, era solista de mi grupo, de un día para el otro (no vaya a ser que la nena me salga bailarina), se acabó todo, y no se habló más del tema. Por eso a mí, nunca me preguntaron “¿qué querés ser cuando seas grande?”. Todos sabían.
Así apareció la rebeldía y fui pésima alumna, eso sí, buena en conducta y filosofía.
A los 16 me enamoré, en ese momento no lo sabía, pero encontré el amor de mi vida, Jorge, ya cumplimos cincuenta años de casados, con dos hijos hermosos, Valeria y Nicolás, y cuatro nietos que más bellos no hay, que me disculpen las otras abuelas.
Cuando los chicos comenzaron a ir al colegio, yo necesitaba expresarme, encontrar algo para mí. Así comencé a estudiar cerámica y escultura, en distintos talleres. Presenté obras en salones, gané premios, trabajé ad honorem en El Centro Argentino de Arte Cerámico, siempre con el apoyo incondicional de Jorge, mi marido. Después de más de quince años, de probar, experimentar y disfrutar la conexión de mis manos y mi pasión, amasando arcilla, decidí alejarme de ese mundillo, egocéntrico, quisquilloso y competitivo, de los ceramistas. Cerré las puertas de mi taller y Vairagya (desapego). Dolió pero la ley de las compensaciones se cumplió cuando apareció el Yoga con Nancy.
Era como una madrugada, una hora semi oscura, indefinida, opaca, ni noche serena ni estrellada, ni mañana soleada, una zona que no había logrado iluminar, con las experiencias vividas hasta ese momento, así sentía mi alma, en ese entonces, aún cuando agradecía y valoraba, el amor de los afectos que bendecían mis días, en un pequeño rincón de mí, estaba la creencia de mi equivocado pensamiento, esa sensación de querer bajar del subte cuando todos subían, de corroborar (desde muy chica) que los grandes piensan una cosa y dicen otra, la sociedad, la viveza, la mayoría, el qué dirán.
Casi resignada, estaba en un estado casi de aceptación cuando dirigí mis pasos (hacía poco que me había mudado) a un lugar llamado Shuren. Me anoté en Yoga, neófita total, no sabía qué esperar. Me encontré con una menuda japonesa, que tímidamente, comenzó a enseñarme las Asanas (las posturas), el movimiento, la respiración… Con el tiempo y con perseverancia (de ella y mía), fui descubriendo, que aparte de mi cuerpo, el movimiento que estiraba, desbloqueaba, expandía mis músculos, también repetía esa danza internamente, y abría espacios desconocidos, misteriosos, que me ensanchaban el alma. Todo era para estrenar, todo era nuevo, el mundo insólito que se escondía en la filosofía de Patánjali, el paso a paso, de la enseñanza transmitida con generosidad, lo aprendido, poniendo el cuerpo y el alma en cada acción ¡ALELUYA, por fin había encontrado la coherencia! Uno de mis Sutras: “Lo que pienso, digo, lo que digo, hago”.
Siempre siguiendo a Nancy como Hansel y Gretel seguían las miguitas de pan en mudanzas, aventuras y desventuras, encontré respuestas a varias dudas, a observar la vida desde otros ángulos, a seguir agradeciendo, a relativizar, a tratar de minimizar el ego (trabajo arduo, si los hay), más alegría y voluntad y menos culpa, aceptación del irremediable pasado y más presente. Cada día tiene su aprendizaje, cada segundo, el universo vibra y cambia, gracias a esta experiencia, que me asombra y me fortalece, sigo en este camino que me apasiona.
Empecé, muchos pensarán que tarde, a los 56 años. Después de varios años de disfrutar de las clases de Nancy, ella decidió dictar un instructorado (yo ya iba por mi año 63). Me resistí a su sugerencia de cursarlo, pero su insistencia fue mucha, su audacia, admirable, y acepté. Fueron tres años de estudio, práctica, trabajos, introspecciones y descubrimientos.
Toda su energía estuvo puesta en la exigencia de ese primer instructorado, ahora la reparte entre sus hermosos hijos y su marido (algo que los/as nuevos/as alumnos/as ignoran) pero sigue convencida, con la fuerza que la caracteriza, de que este es el camino hacia la salud, la libertad, el conocimiento interior y el amor.
Le agradezco a Nancy (mi maestra, alias “samurai salvaje”) su enorme generosidad, su sabiduría práctica, su incansable búsqueda que invita siempre a seguirla. Aunque este sendero del Yoga sea empinado, nos muestra herramientas que nos posibilitan aquietar la mente, estar conectados, descubrir nuestro espíritu, buscando más armonía y más paz.
CAPÍTULO 1: Alquimia Interior
Cuando leí por primera vez el Kybalión, creo que en 1998/1999, tenía la sensación de poseer un gran tesoro entre mis manos, una llave maestra, un mapa secreto que me llevaría a la “tierra prometida”; una fórmula para desanudar las trabas mentales. Como es mi costumbre, quise compartirlo con alumnos/as, amigos/as y familia. Sigo sintiendo que es un libro “milagroso”, revelador, para abrir caminos.
Se cree que la sabiduría del Kybalión es el legado de Hermes Trimegisto, que fue dado a luz por “tres iniciados” del Maestro.
Entre los grandes maestros del Antiguo Egipto sobresalió Hermes Trimegisto (tres veces grande). Padre de la sabiduría, fundador de la Astrología, descubridor de la Alquimia. La fecha de su nacimiento no se sabe con exactitud. Lo creen contemporáneo a Abraham.
Después de haber transcurrido muchos años desde su muerte (la tradición afirma que vivió 300 años), los egipcios lo deificaron bajo el nombre de Tot.
El término “hermético” en el sentido de “secreto”, “reservado”, deriva de la tradición de Hermes. Los “Hermetistas” (los discípulos de Hermes) habían reservado el secreto de sus enseñanzas. La enseñanza era transmitida de forma oral. La compilación de las doctrinas se denominó El Kybalión, cuyo significado es un misterio.
“Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender”.