Amante rebelde - Sharon Kendrick - E-Book

Amante rebelde E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

¡Estaba a las órdenes de un multimillonario griego! Cuando Constantine Karantinos se enteró de que tenía un heredero, hizo todo lo que estaba en sus manos para reclamarlo. Apenas recordaba haberse acostado con Laura, al fin y al cabo no era más que una insignificante camarera…Quizá volver a acostarse con ella le refrescara la memoria… Una vez en Grecia, resuelta a mantener su independencia como ama de llaves, durante el día Laura insistió en cocinar y limpiar. Sin embargo, por la noche Constantino le exigió cumplir con su deber en la cama.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Sharon Kendrick

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amante rebelde, n.º 1954 - enero 2022

Título original: Constantine’s Defiant Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-584-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

FUE oír su nombre en la radio y todos sus sentidos empezaron a gritar. Laura no tenía tiempo para los periódicos, incluso si su dislexia no le hubiera dificultado tanto la lectura, pero se mantenía al día de la actualidad escuchando las noticias de la mañana en la radio. Normalmente le prestaba sólo relativa atención, y desde luego no le interesaba en absoluto nada relacionado con las finanzas internacionales.

Pero Karantinos no era un nombre frecuente. Y era griego.

Laura estaba preparando el pan, echando un puñado de semillas sobre la masa antes de meter la última bandeja en el horno. Pero de repente se quedó inmóvil y escuchó con atención, como un animalito que se veía de repente atrapado y asustado en medio de un territorio hostil.

–El multimillonario griego Constantine Karantinos ha anunciado los mayores beneficios de la historia de la naviera propiedad de su familia –estaba diciendo la voz de la radio–. El playboy Karantinos se encuentra en estos momentos en Londres para ofrecer una fiesta en el hotel Granchester, donde se rumorea que anunciará su compromiso con la modelo sueca Ingrid Johansson.

Laura tuvo que sujetarse a la mesa para no caerse, sin poder creer lo que estaba oyendo, con el corazón latiendo dolorosamente. Porque continuaba llevando a Constantine en el corazón, recordándolo tal y como era cuando lo conoció, como si el tiempo no hubiera pasado. Unos recuerdos agridulces de un hombre que todavía era capaz de afectarla profundamente cada vez que pensaba en él. Pero el tiempo nunca se detenía, y eso ella lo sabía mejor que nadie.

Pero, ¿qué esperaba? ¿Que un hombre como Constantine continuara soltero eternamente? En realidad, lo que debería sorprenderle es que no se hubiera casado antes.

Oyó ruidos en el piso de arriba y se apresuró a recoger la cocina antes de subir a despertar a su hijo. Con frecuencia se repetía lo afortunada que era de poder vivir encima de la panadería, y aunque ocuparse de la misma no era el sueño de su vida, al menos le daba unos modestos ingresos con los que complementar sus ocasionales trabajos de camarera. Pero sobre todo les proporcionaba un lugar donde vivir, lo que significaba una cierta seguridad para Alex, y eso era para Laura lo más importante.

Su hermana Sarah ya se había levantado.

–Buenos días, Laura –murmuró Sarah bostezando al salir de una de las tres pequeñas habitaciones del pequeño apartamento que compartían, pasándose los dedos por el pelo. Al ver la cara de su hermana mayor parpadeó y frunció el ceño– ¿Qué demonios ha pasado? ¿No me digas que se ha vuelto a estropear el horno?

Laura negó con la cabeza, y después señaló hacia el dormitorio de su hijo.

–¿Se ha levantado? –preguntó gesticulando sin voz.

Sarah negó con la cabeza.

–Aún no.

Laura miró el reloj de pared y vio que todavía podía permitir diez minutos más de descanso a su hijo antes de llamarlo para que se preparara para ir al colegio. Sujetando a su hermana del brazo, la llevó al pequeño salón del apartamento y cerró la puerta.

–Constantine Karantinos está en Londres –empezó, susurrando las palabras.

Su hermana arqueó las cejas.

–¿Y?

Laura hizo un esfuerzo para controlar el temblor de sus manos.

–Va a dar una fiesta, y dicen que va a comprometerse, con una modelo sueca.

Sarah se encogió de hombros.

–¿Qué quieres que diga? ¿Que es una sorpresa inesperada?

–No, pero…

–Pero ¿qué, Laura? –preguntó Sarah con impaciencia–. No entiendo por qué eres incapaz de aceptar que el cerdo con el que te acostaste hace nueve años no tiene conciencia. Y que después de acostarse contigo no volvió a pensar en ti –su hermana lanzó los brazos al aire–. ¡Ni siquiera se quiso poner nunca al teléfono para hablar contigo! –le recordó furiosa subiendo la voz–. ¡Tú eras lo bastante buena para compartir su lecho, pero no para que te reconozca como la madre de su hijo!

Laura dirigió una mirada preocupada a la puerta cerrada, preguntándose si Alex se habría despertado y les estaría oyendo.

–¡Shh! No quiero que Alex lo oiga.

–¿Por qué no? ¿Por qué no puede saber que su padre es uno de los hombres más ricos del planeta mientras su madre se está dejando la piel en una panadería para mantenerlo?

–Porque no quiero… –Laura se interrumpió.

¿Qué era exactamente lo que no quería?, se preguntó. No quería hacer daño a su querido hijo porque era deber de toda madre proteger a sus hijos. Sin embargo cada vez le resultaba más difícil hacerlo. Hacía menos de un mes que Alex había vuelto a casa con un moretón en la mejilla, y cuando ella le preguntó qué había pasado, el niño se puso a la defensiva y no le respondió. Más tarde descubrió que había tenido una pelea durante el recreo. Y poco después, cuando fue al colegio a hablar con la directora, se enteró del verdadero motivo.

Entonces supo que los niños se metían con Alex porque era «diferente». Porque su piel morena, sus ojos negros y su alta estatura le hacían parecer mayor y más fuerte que el resto de los niños de su clase. Porque las niñas de su clase, incluso a la tierna edad de seis y siete años, habían estado siguiendo a su hijo como perritos falderos. De tal palo tal astilla, había pensado ella recordando al padre de su hijo.

De regreso a casa, Laura había sentido una conflictiva mezcla de emociones. Por un lado quería preguntar a su hijo por qué no se había defendido, pero eso habría ido contra todo lo que ella le había inculcado: a ser amable, a razonar y no a pelear. Si hubiera podido habría llevado al niño a otro colegio, pero era un lujo que no se podía permitir. La escuela pública más próxima estaba a bastantes kilómetros de allí, y además de que Laura no tenía coche, el servicio de autobuses no era muy fiable.

Además, últimamente su hijo cada vez le preguntaba más por su aspecto, tan distinto al de los demás niños de su entorno. Era un niño inteligente y no tardaría en pedir información sobre el padre que no había conocido nunca. Si al menos Constantine hablara con ella, aunque sólo fuera una vez. Si pudiera reconocer a su hijo y dedicarle algo de su tiempo, era lo único que ella quería. Que su querido hijo supiera de dónde venía.

Distraída, preparó el desayuno de Alex y lo acompañó hasta el colegio. Aunque estaban cerca de las vacaciones estivales, últimamente no había parado de llover, y aquella mañana la lluvia continuaba cayendo persistentemente. Laura se estremeció un poco e intentó hablar animadamente con su hijo, pero sentía un fuerte peso en el pecho que casi le impedía hablar.

Alex levantó la cabeza y miró a su madre con sus ojos negros:

–¿Pasa algo, mamá? –preguntó.

«Tu padre está a punto de casarse con otra mujer y seguramente tendrá hijos con ella».

Recordándose lo ridículo que era sentir celos en aquellas circunstancias, Laura despidió a su hijo con un fuerte abrazo.

–No pasa nada, cariño –le sonrió ella, y lo observó meterse por el patio del colegio rezando para que el pequeño discurso de la directora sobre acoso escolar hubiera tenido algún efecto en los salvajes que se habían metido con él.

De vuelta en la panadería, colgó el impermeable mojado en la trastienda e hizo una mueca al ver la cara pálida que la miraba desde el diminuto espejo colocado en la parte posterior de la puerta. La expresión de sus ojos grises era de inquietud. Con el ceño fruncido, buscó un cepillo y se recogió el pelo rubio y liso en una trenza sobre la cabeza.

Poniéndose la bata salió a la panadería donde su hermana ya estaba encendiendo las luces. Sólo faltaban cinco minutos para abrir y atender a clientes deseosos de adquirir pan y bollería recién hecha. Laura sabía lo afortunada que era por tener la vida que tenía, y lo afortunada que era con su hermana, que quería a Alex tanto como ella.

Las dos jóvenes quedaron huérfanas cuando Sarah aún estaba en el colegio. Su madre viuda murió repentinamente una noche mientras dormía y Laura se vio obligada a posponer sus planes de recorrer el mundo para asegurarse de que su hermana pudiera continuar con sus estudios. Pero entonces el destino le hizo olvidarse definitivamente de ellos, porque Laura descubrió poco después que estaba embarazada de Alex.

Su situación económica era difícil, pero al menos tenían la pequeña panadería y el apartamento de la planta superior donde habían pasado buena parte de su infancia. Dado que las dos hermanas siempre habían ayudado a su madre en la panadería, Laura sugirió modernizarla y continuar con el modesto negocio familiar, mientras Sarah dividía su tiempo entre sus estudios y ayudar a su hermana.

Hasta ahora las cosas habían funcionado bien, y aunque los beneficios no eran excesivos, les permitían mantenerse. Pero últimamente Sarah había empezado a hablar de lo mucho que le gustaría poder estudiar Bellas Artes en Londres, y Laura era consciente de que no podía continuar utilizando a su hermana menor como niñera de su hijo. Sarah tenía que hacer su vida.

–Todavía pareces enfadada –comentó Sarah al verla entrar, mientras pasaba un trapo por la encimera.

Laura miró las bandejas de pasteles y tartas bajo la vitrina.

–No enfadada –respondió–. Es que me estoy dando cuenta de que no puedo seguir escondiendo la cabeza en la arena.

Sarah parpadeó.

–¿De qué estás hablando?

Laura tragó saliva.

«Dilo», pensó. «Venga, dilo en voz alta, así las palabras cobrarán vida y te verás obligada a hacerlo. Lucha por tu hijo».

–De que tengo que ver a Constantine y decirle que tiene un hijo.

Sarah entrecerró los ojos.

–Pero ¿por qué? ¿Porque por fin va a sentar la cabeza? ¿Crees que cuando te vea pasará de la modelo sueca y se pondrá de rodillas para pedirte que te cases con él?

Laura sabía que Sarah hablaba con una dureza sólo permitida a las hermanas, pero también que sus palabras eran verdad. Tenía que olvidarse de todo tipo de noción romántica con el griego multimillonario. Además, ahora Constantine ni siquiera se molestaría en mirarla. A los veintiséis años, tras años de duro trabajo y sin cuidarse, Laura se sentía como si tuviera diez años más. E incluso si todavía su corazón seguía latiendo fieramente por el padre de su hijo tenía que hacer un esfuerzo para apagar completamente unas llamas que eran inútiles y vanas.

–Claro que no –respondió ella amargamente–. Pero se lo debo a Alex. Constantine tiene que saber que tiene un hijo.

–En eso estoy de acuerdo, pero ¿no te olvidas de algo? –dijo Sarah con paciencia–. La última vez que intentaste ponerte en contacto con él no conseguiste nada. ¿Por qué crees que lo conseguirás ahora? ¿Qué ha cambiado?

Laura caminó despacio hacia la puerta de la panadería. No estaba segura de qué había cambiado; quizá se había dado cuenta de que el tiempo pasaba muy deprisa, y de que aquélla podía ser su última oportunidad. Lo que sí sabía era que ahora ya no estaba dispuesta a aceptar que el círculo que rodeaba al magnate griego le impidiera ponerse en contacto con él. Se lo debía a su hijo.

–¿Qué ha cambiado? –Laura repitió lentamente las palabras de Sarah–. Supongo que yo he cambiado, y esta vez hablaré con él. Esta vez lo miraré a los ojos y le diré que tiene un hijo.

–¡Oh, Laura, volverá a pasar lo mismo de siempre! –exclamó Sarah–. No permitirán que te acerques a un kilómetro de él.

Laura quedó pensativa un momento y por fin dijo:

–Buscaré otra forma de hacerlo.

–¿Cómo?

–En la radio han dicho que va a dar una gran fiesta en Londres –dijo ella pensando rápidamente, tratando de poner sus pensamientos en orden–. En un hotel.

–¿Y?

Laura tragó saliva.

–¿Y en qué sector se da la mayor rotación de personal del mundo? ¡En la hostelería! –dijo triunfal–. Piénsalo, Sarah. Seguro que necesitan un montón de personal extra para esa noche, ¿no crees?

–Un momento… –Sarah abrió desmesuradamente los ojos–. ¿No estarás diciendo que quieres…?

Laura asintió, viendo sus planes cada vez más claros.

–Llevo años trabajando como camarera en el hotel del pueblo. Seguro que puedo conseguir una buena referencia.

–Vale. Imagina que te contratan para ese día –dijo Sarah–. ¿Después qué? ¿Qué harás, plantarte delante de Constantine con el uniforme, en medio de su elegante fiesta, y anunciar delante de todo el mundo, además de su futura esposa, que tiene un hijo de siete años?

Laura sacudió la cabeza, tratando de no asustarse ante la audacia de su plan.

–Intentaré ser un poco más sutil –dijo ella–. Pero no pienso irme hasta que se lo haya dicho.

Laura estiró el brazo y dio la vuelta al letrero de la tienda, de «cerrado» a «abierto». Afuera ya había un pequeño grupo de clientes esperando y, en cuanto ella abrió la puerta, entraron en la tienda sacudiendo los paraguas y los anoraks.

Mientras atendía a los clientes con su mejor sonrisa, Laura se dio cuenta de la ironía de su plan. Después de todo, cuando conoció a Constantine Karantinos ella estaba trabajando como camarera, y cayó en sus brazos con una facilidad increíble.

Después, al volver la vista atrás, se preguntó cómo pudo comportarse de una forma tan impropia de ella. Y sin embargo, ocurrió en un maravilloso verano libre de preocupaciones, antes de la muerte de su madre, cuando ella se sentía como si tuviera el mundo a sus pies y ahorraba dinero para viajar por el mundo.

Había sido una ingenua en todos los sentidos, pero unos meses trabajando como camarera en la pequeña ciudad de la costa de Inglaterra con una importante afluencia de veraneantes acaudalados le habían enseñado a tratar a los clientes que regularmente pasaban por allí a bordo de sus yates y atracaban unos días en el puerto deportivo.

Constantine fue uno de ellos, aunque muy distinto a todos los demás. Con su estatura, el resto de los hombres a su lado parecían insignificantes. El día que Laura lo vio por primera vez lo llevaba grabado en su mente para siempre: con todo el aspecto de un dios griego, la silueta de su cuerpo fuerte y musculoso se recortaba ante el sol del atardecer, y su belleza bronceada y morena sugería una tentadora imagen de fuerza y peligro.

Recordaba lo anchos que eran sus hombros, lo sedosa que era su piel morena, lo marcados que estaban los músculos. Y recordaba sus ojos, negros como el ébano y brillantes como el sol de la mañana sobre el mar. ¿Cómo resistirse a un hombre que era como todas sus fantasías hechas realidad, un hombre que la hizo sentir mujer por primera y única vez en su vida?

Laura recordaba despertar en sus brazos a la mañana siguiente y encontrarlo observándola. Y también cómo lo miró ella, buscando en su expresión alguna pista sobre lo que sentía, sobre ella, sobre ellos, sobre el futuro.

Pero en las profundidades de aquellos ojos negros no había nada.

Laura tragó saliva.

Nada en absoluto.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SÍ, VLASSIS –masculló Constantine con impaciencia, mirando a uno de sus ayudantes que se había asomado por la puerta y lo miraba con la expresión que solía adoptar cuando iba a darle una noticia que a su jefe no le iba a gustar–. ¿Qué ocurre?

–Es sobre la fiesta, señor –dijo Vlassis.

Constantine suspiró. ¿Por qué había accedido a dar aquella espantosa fiesta?, se preguntaba una y otra vez, aunque en el fondo lo sabía perfectamente. Porque hacía tiempo que oía comentarios del todo Londres que esperaba poder disfrutar de la legendaria fortuna de los Karantinos. La gente siempre trataba de arremolinarse a su alrededor, y probablemente pensaban que eso les daría la oportunidad de codearse con él. Además, siempre era interesante ver a amigos y enemigos en el mismo lugar, unidos por las emociones gemelas de amor y odio, cuyos límites se solapaban tantas veces.

–¿Qué pasa con la fiesta? Y por favor, no me molestes con tonterías, Vlassis.

Vlassis arrugó el ceño, como si la sugerencia de que él fuera capaz de molestar a su jefe con una tontería le resultara infinitamente ofensiva.

–Lo sé, señor, pero acabo de recibir un mensaje de la señorita Johansson.

Ante la mención de Ingrid, Constantine se recostó en el sillón y unió las puntas de los dedos en gesto pensativo. Conocía muy bien lo que publicaba la prensa. Era lo que publicaban siempre que salía con la misma mujer más de una vez. Que estaba a punto de casarse, como habían hecho la mayoría de sus coetáneos.

Quizá uno de los mejores argumentos a favor del matrimonio sería tener una esposa que se ocupara de la vida social propia de su posición y le dejara a él libre para ocuparse de sus negocios.

–¿Y? –preguntó–. ¿Qué ha dicho la señorita Johansson?

–Me ha encargado que le diga que no llegará hasta tarde.

–¿Ha dicho por qué?

–Algo sobre que la sesión de fotos se va a alargar más de lo previsto.

–Oh.

Constantine alzó sus potentes brazos por encima de la cabeza y se estiró. Después, bajó lentamente las manos y apoyó las palmas sobre el escritorio. El suave repiqueteo de los dedos sobre la superficie lisa era el único indicio externo de que estaba irritado.

La sangre fría de Ingrid fue una de las primeras cosas que le atrajo de ella, además de su regia belleza nórdica. Con una licenciatura en políticas, Ingrid hablaba cinco idiomas con increíble fluidez y, con su más de metro ochenta de estatura, era una de las pocas mujeres que podían mirarlo a los ojos sin alzar la vista. Los labios de Constantine se curvaron en una sonrisa. Además de ser una de las pocas rubias naturales que conocía.

Cuando se conocieron, la reticencia de la modelo a comprometerse y la dificultad para concertar citas con ella lograron despertar su interés e intrigarle, seguramente porque no le había pasado nunca con ninguna mujer. La mayoría de las mujeres lo perseguían con la pasión de un cazador tras una valiosa presa.

Pero con el paso de los meses, Constantine se había dado cuenta de que la actitud de Ingrid era parte de un plan. Consciente de que su belleza podía conseguirle todos los hombres que quisiera, Ingrid no tardó en calcular los beneficios a largo plazo de hacerse la difícil con un hombre como él. Probablemente se dio cuenta de que Constantine nunca había tenido que esforzarse demasiado con las mujeres, por lo que decidió ponérselo más complicado. Y durante un tiempo funcionó y logró despertar su interés. Constantine se dejó llevar.

Ingrid sabía lo que quería, casarse con un hombre muy rico, y también que ya era hora de que Constantine eligiera esposa. ¿Y qué mejor esposa para un hombre como él que una con pocas exigencias emocionales? Incluso a su padre le parecía bien, y aunque nunca había tenido una relación muy estrecha con él, esta vez Constantine no rechazó sus consejos.

–¿Por qué demonios no te casas con ella y me das un nieto de una vez? –le había preguntado su padre.

Buena pregunta. La fortuna de los Karantinos necesitaba un heredero.

Sin embargo, la idea de casarse con Ingrid no le resultaba en absoluto agradable, aunque no sabía muy bien por qué.

¿Cuánto hacía que no se veían? Constantine trató de recordar las últimas semanas, cuando había estado totalmente ocupado con el trabajo. Entonces se dio cuenta de que hacía meses que Ingrid no compartía su cama. Sus caminos parecían cruzarse sobre el Atlántico mientras sus respectivas carreras profesionales continuaban su trayectoria ascendente. Constantine sonrió ligeramente.

–¿A qué hora llegará? –preguntó.

–Dice que espera estar aquí antes de medianoche –dijo Vlassis.

–Esperemos –masculló Constantine irritado antes de devolver de nuevo su atención al montón de documentos que tenía sobre la mesa.

Como era habitual, el trabajo le proporcionaba un agradable refugio que le hacía olvidarse del tema de las relaciones sentimentales. Porque Constantine había aprendido la lección desde muy joven: las relaciones sentimentales no traían más que dolor y complicaciones.

Sobre las seis de la tarde salió del despacho y se dirigió al Granchester, en cuya suite del ático se alojaba siempre que pasaba por Londres. Después de ducharse, se puso el esmoquin para la cena, un par de gemelos de oro y bajó al vestíbulo.

Automáticamente buscó con los ojos a sus hombres de seguridad, que se mezclaban discretamente con la clientela del hotel. Sabía que su jefe de seguridad no podría evitar la presencia de los paparazzi en la entrada principal, pero al menos evitaría que entraran en el edificio para acosar a los ricos y famosos invitados a la fiesta.

Ignorando las miradas de las mujeres que seguían sus pasos con ojos hambrientos, Constantine entró en el salón de baile y miró a su alrededor. El Granchester siempre destacaba por su elegancia, pero aquella noche el hotel se había superado a sí mismo. Ramos de flores decoraban profusamente el salón, que estaba iluminado por unas gigantescas y elegantes lámparas de araña que colgaban del techo.

Una suave voz interrumpió sus pensamientos.

–¿Desea… desea beber algo, señor?

Durante un fugaz momento, la voz pareció despertar en su mente un recuerdo lejano, tan ligero como el aliento en un claro día de verano. Pero al instante desapareció, y Constantine se volvió y se encontró con una camarera de veintitantos años que lo miraba nerviosa a la vez que se mordisqueaba el labio inferior. Los ojos masculinos la recorrieron rápidamente. Algo en su lenguaje corporal lo hizo detenerse y frunció el ceño.

–Sí. Tráigame un vaso de agua, por favor.

–Enseguida, señor.

Milagrosamente Laura logró hablar sin que le temblara la voz, aunque por dentro sintió el profundo dolor del rechazo. ¡El padre de su hijo ni siquiera la había reconocido!