Amor en exclusiva - Valerie Parv - E-Book

Amor en exclusiva E-Book

VALERIE PARV

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Beschreibung

Rico y famoso, Nicholas Frakes era el soltero más atractivo del mundo. El día que Bethany conoció al magnate, éste acunaba tiernamente a su sobrina huérfana contra su pecho desnudo y bronceado… Bethany enseguida perdió el corazón y la cabeza. Pronto se encontró a sí misma haciendo el papel de niñera de la pequeña… y enamorándose de la niña y del hombre. El sentimiento era mutuo. El problema era que Bethany no podía darle a Nicholas los hijos que él deseaba…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Valerie Parv

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor en exclusiva, n.º 1054 - enero 2021

Título original: Baby Wishes and Bachelor Kisses

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-100-9

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BETHANY Dale se había quedado parada frente a la casa de Nicholas Frakes al oír el inesperado llanto de un niño. Había leído un artículo sobre el tórrido romance que Nicholas mantenía con una modelo, pero no mencionaba niño alguno. Sin embargo, el sonido que llegaba desde la casa era inconfundible.

A pesar de que la puerta estaba cerrada, los gritos del niño llegaban claramente al porche. Quizá Nicholas Frakes tenía invitados en su casa. Invitados con un niño, pensaba, con un nudo en la garganta. Tenía que controlarse antes de llamar al timbre. El mundo estaba lleno de niños. Que ella no pudiera tenerlos no era razón para que se viniera abajo cada vez que oía llorar a uno.

Ni siquiera la terapia la había ayudado. Y trabajar unas horas al día en un albergue para niños sin hogar en Melbourne sólo aumentaba la sensación de pérdida.

Como distracción, había decidido volcarse en la revista sobre casas de muñecas y miniaturas que editaba y que tenía un nombre irónico: La Casita Del Niño. Por supuesto, le había puesto aquel nombre antes de enterarse de que no podría tenerlos, pero era increíble como desde entonces todo en su vida parecía girar alrededor de ese tema.

Respirando profundamente, Bethany se decía a sí misma que no iba a dejarse abatir. Sus propios padres eran un ejemplo de que había otras formas de paternidad igualmente gratificantes. La familia Dale estaba formada por tres hijos adoptados, además de Bethany, su hermano mayor Sam y la pequeña Joanie. Y los seis se querían y se pegaban igual que si hubieran sido hermanos de sangre.

Podría soportar aquella entrevista aunque hubiera un niño presente, se repetía a sí misma. Sobre todo, si eso servía para persuadir a Nicholas Frakes de que la dejase escribir un artículo sobre la casa de muñecas de su familia. Cuando a él se le hubiera pasado el enfado con ella por esconder la auténtica intención de la entrevista. No había mentido, simplemente no se lo había contado todo.

Le hubiera gustado saber algo más sobre su protagonista, pero él había aceptado la entrevista por fax un par de días antes y no había tenido tiempo de investigar.

Estaba segura de que él se hubiera negado si le hubiera contado la auténtica razón por la que quería entrevistarlo. Había sido el propio Nicholas quien había retirado la famosa casa de muñecas de su familia de la exhibición, después de la muerte de su padre. Nadie sabía por qué; él se había negado a contestar las preguntas de los periodistas al respecto. Sería una suerte conseguir que contestase a sus preguntas y la dejase fotografiar el famoso tesoro familiar.

Bethany dejó escapar otro suspiro. Su socio había abandonado la revista un mes antes y, si no conseguía el artículo, no podría seguir editándola. Pero no podía seguir pensando aquellas cosas, porque tenía que concentrarse y mostrarse segura de sí misma, se decía. Y no habría historia si no conseguía convencer al formidable Nicholas Frakes.

Estirando al máximo su metro setenta y cinco con tacones, apretó el timbre, decidida. En ese momento, los gritos del niño parecieron aumentar de volumen y el corazón de Bethany dio un vuelco de tristeza. ¿Por qué no hacían algo para que dejase de llorar?, se preguntaba. A pesar de su decisión de mantenerse fría, hubiera deseado abrazar a aquel bebé y acunarlo hasta que dejara de llorar.

Después de llamar tres veces más sin conseguir respuesta, decidió buscar otra entrada. La casa era una mezcla deliciosa de estilos clásico y moderno. Estaba hecha de ladrillo y madera, con ventanas salientes y puertas con cristales emplomados, que se abrían al porche que rodeaba la casa. Una de ellas estaba abierta y Bethany se dirigió hacia allí.

–Hola. ¿Hay alguien en casa? –llamó. Pero no hubo respuesta. Cuando entró en la habitación, se dio cuenta de que era un dormitorio masculino muy desordenado. La cama de nogal, con sábanas de seda negra, parecía no haber sido hecha en mucho tiempo y el edredón estaba tirado en el suelo, como si su ocupante hubiera tenido que saltar de la cama a toda prisa.

La seda negra de las sábanas hizo sonreír a Bethany. Desde luego, era un hombre soltero. Ninguna mujer elegiría un material tan delicado de lavar para su cama. Había ropa tirada por todas partes y Bethany se puso colorada al ver ropa interior femenina sobre una cómoda. Evidentemente, a Nicholas Frakes le gustaba la ropa interior pequeña y casi transparente. Cuando vio su imagen en el espejo que había frente a la cama, se quedó parada. Su traje de chaqueta color verde parecía fuera de lugar en aquel sitio. Una combinación de seda negra hubiera sido más apropiada, pensaba. No, negra no, decidió. Demasiado contraste con su complexión de porcelana. De color coral sería mejor. Y debería soltar su pelo de color miel para que los rizos cayeran sobre sus hombros. Sus ojos de color azul grisáceo distraerían la atención de las pecas que cubrían su piel. De ese modo, haría juego con aquella habitación… Horrorizada, Bethany se dio cuenta hacia dónde la estaban llevando aquellos pensamientos. No tenía ningún derecho a entrar allí y mucho menos a pensar de aquella forma sobre Nicholas Frakes. Apartando los ojos de la cama, salió apresuradamente de la habitación y, orientándose por el llanto del niño, llegó hasta la cocina, que era muy grande, con una chimenea de piedra y el techo artesonado. En medio de la habitación había una mesa de nogal y, sentada sobre una sillita, una niña con la carita roja de tanto llorar. A su lado, un hombre con cara angustiada intentaba darle de comer. Bethany se quedó petrificada. Había visto fotografías de Nicholas Frakes, pero no la habían preparado para el aspecto real del hombre. Medía más de un metro ochenta y sólo llevaba puestos unos pantalones que se ajustaban magníficamente a sus piernas, separadas en aquel momento. No llevaba camisa y su bronceado torso brillaba bajo la luz del sol que entraba por una de las ventanas; una imagen que la dejó sin aliento durante un segundo. En ese momento, se dio cuenta de que una mancha verde estropeaba la visión de aquel perfecto torso masculino. Tenía el aspecto de un atleta, pero al fin y al cabo era humano. Ni siquiera un hombre tan fuerte podía conseguir que la niña se comiera las espinacas, pensaba Bethany, sonriendo interiormente.

–¿Nicholas Frakes? –preguntó, después de tomar aire.

–¡Cielo Santo! –exclamó el hombre, dando un salto–. ¿De dónde sale usted?

–Soy Bethany Dale. Teníamos una cita, ¿recuerda? He llamado a la puerta varias veces, pero no ha abierto nadie.

–¿Por dónde ha entrado?

–La puerta de su habitación estaba abierta –confesó ella–. Perdone si molesto.

El hombre se pasó una mano por el pelo, negro y tan corto como si estuviera en el ejército. La textura de aquel pelo la intrigaba. ¿Sería suave o áspero al tacto?… De nuevo aquellos absurdos pensamientos. ¿Qué tenía aquel Nicholas Frakes que la hacía sentirse casi como una voyeur?, se preguntaba.

–Da igual –dijo el hombre–. La señorita no quiere comer –añadió, haciendo un gesto hacia la niña que golpeaba la silla con una cucharita de plástico–. Bueno, espero que me avise cuando tenga hambre.

–¿Está usted solo con…

–Maree –la interrumpió él–. Sí, estoy solo con mi ruidosa amiguita.

–¿Quiere que le ayude?

Él la miraba con tal expresión de agradecimiento mientras le daba la cuchara que el corazón de Bethany se encogió. El pobre hombre estaba agotado y, bajo sus ojos, de un gris acerado, había marcas oscuras.

–Si consigue que coma, le estaré eternamente agradecido.

–Lo intentaré –dijo ella, tomando una cucharada de espinacas y dándole la cuchara a la niña. Como había imaginado, la cría dejó de llorar un momento, confundida y después, sorbiendo las lágrimas, estiró la manita y tomó la cuchara torpemente.

–Ah, ah, ah –sonreía la niña mirando la cuchara..

–Eso es, hazlo tú misma. Ya eres una mujercita, ¿verdad? –dijo Bethany, ayudándola a meterse la cuchara en la boca.

–¿No me diga que era eso lo que estaba intentando decirme? –preguntó Nicholas, asombrado–. ¿Lo que quería era comer sola?

–Sí –contestó Bethany–. ¿Qué tiempo tiene, nueve, diez meses?

–Diez –contestó él.

–A esa edad, casi todos los niños quieren comer solos –sonrió Bethany–. Y lo mejor es dejar que lo intenten, aunque se les caiga la mitad de la comida.

Nicholas sonrió, agradecido por el consejo. Tras la reciente experiencia con su prometido, Alexander Kouros, que la había dejado en cuanto le había dicho que no podría tener hijos, le gustaba que un hombre la mirase como si fuera especial. Pero aquello cambiaría en cuanto se enterase de la razón por la que estaba allí, pensaba Bethany, intentando ganar tiempo.

–Se le da muy bien –dijo él, con aquella voz de barítono–. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que los gritos eran una declaración de independencia.

–Yo también tuve que aprenderlo –explicó ella. Además de trabajar con niños en el albergue, había cuidado de sus tres hermanos adoptivos. Por ello, saber que nunca podría hacer uso de esa experiencia con sus propios hijos era aún más doloroso. Cuando Bethany sintió que sus ojos se humedecían, parpadeó con fuerza. Se había prometido a sí misma no dejarse vencer por aquello–. ¿Tiene algún plátano maduro?

–¿Qué le parece éste? –preguntó él, tomando uno del frutero que había sobre la nevera.

–Bien –contestó Bethany apretándolo con los dedos para comprobar que era suficientemente blando. Después, lo peló y cortó unos pedacitos, que dejó en el plato de la niña–. Muy bien, bonita. Vamos a ver si te gusta.

Con otro balbuceo, la niña tomó un pedazo de plátano, lo miró durante unos segundos como para averiguar qué era y después se lo metió en la boca tan contenta.

Bethany, que se había colocado de rodillas frente a la niña, se levantó sonriendo.

–Lo mejor será que la dejemos comiendo su plátano a solas.

–¿Y si se atraganta?

–Nos quedaremos en la cocina. Pero es mejor que no la prestemos atención, para que ella vea que lo está haciendo sola. En cuanto empiece a jugar con la comida, bájela de la silla. Así tendrá hambre la próxima vez.

–¿Seguro que es usted real? ¿No será un hada madrina? –preguntó él con un alegre brillo en lo ojos grises. En aquel momento, Bethany podía imaginarlo de niño; un niño simpático, travieso e irresistiblemente atractivo. Todas aquellas cualidades seguían allí, pero dentro de un cuerpo tan innegablemente masculino que Bethany sintió una involuntaria atracción hacia el hombre. La reacción era tan inapropiada como inesperada, pero Bethany se decía a sí misma que era normal. Alexander la había dejado y ella estaba frente a uno de los hombres más atractivos que había conocido nunca.

–Todos los niños pasan por las mismas fases –dijo ella, apartando la mirada–. Están aprendiendo a usar sus cuerpos y quieren controlarlo todo. Lo primero que quieren controlar es a sus padres, por supuesto. Estoy segura de que Maree ha hecho levantarse a su madre por la noche más de una vez. Es una especie de prueba para ver si pueden hacer que sus padres respondan cuando ellos quieren.

En ese momento hubo un largo silencio, sólo roto por el ruido de la niña comiendo el plátano.

–Me temo que Maree no puede permitirse ese lujo. Sus padres murieron hace siete meses y yo soy lo único que tiene.

La mirada de Bethany fue de la niña al hombre que estaba tras ella. Sus facciones parecían estar esculpidas, pero había un brillo en sus ojos que le llegaba al corazón.

–Lo siento. No lo sabía.

–¿No ha leído el artículo del periódico?

Bethany negó con la cabeza y él la miró sorprendido, como si no entendiera entonces por qué estaba allí.

–Si lo prefiere, puedo volver otro día –dijo ella, tomando su bolso.

–No se vaya –dijo Nicholas, tomándola del brazo–. Sigue siendo algo muy doloroso, pero he tenido tiempo para acostumbrarme.

El roce de la mano del hombre enviaba escalofríos por su piel y tuvo que apartar la mirada para que no se diera cuenta.

–¿Fue un accidente?

–Un accidente de coche –asintió él–. Maree sobrevivió de milagro. Ni siquiera tenía un rasguño.

–Qué horror –exclamó Bethany, sin poder disimular su emoción–. ¿Su sobrina va a vivir con usted?

–Yo soy el único pariente que tiene en el mundo y pienso cuidarla lo mejor posible.

La niña, con los carrillos llenos de plátano era la viva imagen de la felicidad. Además de alguna mancha verde en el babero, estaba muy limpia, con un vestido rosa adornado con ositos y un lacito rosa en el pelo.

Estaba en mejores condiciones que su tío, desde luego, pensaba Bethany. Nicholas parecía haberse puesto lo primero que había encontrado aquella mañana y no había tenido tiempo de afeitarse. La sombra de la barba marcaba su mandíbula cuadrada, dándole un aspecto de pirata tan atractivo que Bethany tenía que disimular su admiración. Una admiración mezclada con el deseo de ayudar a aquel hombre que parecía no saber qué hacer con una niña de diez meses.

Bethany había ido allí con un solo propósito: convencerlo de que la dejara escribir un artículo sobre la casa de muñecas de su familia. Pero, ¿cómo podía decirle aquello cuando él acababa de descubrirle una tragedia personal de tal magnitud?

–Creo que debería marcharme –insistió ella–. Podemos hacer la entrevista en otro momento.

–Maldita sea, no tiene por qué sentir pena por mí –exclamó él de repente, dejándola helada–. Me las arreglaré, no se preocupe. Sólo tengo que acostumbrarme –añadió, intentando controlar su temperamento–. Cuando usted ha entrado aquí, portándose con naturalidad, ha sido como un soplo de aire fresco. Al menos quédese para tomar una taza de café. Usted misma ha dicho que lo mejor es hacer otras cosas para que Maree se sienta independiente.

–De acuerdo, una taza de café –sonrió Bethany.

–¿Cómo le gusta?

–Solo y con una cucharada de azúcar –contestó ella, sentándose en un taburete frente a la encimera, que estaba llena de platos y vasos de la noche anterior. Bethany sonrió, imaginando que él ni siquiera habría desayunado.

–¿Qué? –preguntó él al verla sonreír.

–No me extraña que esté tan cansado si no ha desayunado.

–No tengo tiempo de nada últimamente.

–Si quiere, puedo prepararle una tortilla –dijo ella, sorprendiéndose a sí misma.

–Pues…, si no le importa, me encantaría. Mientras tanto, yo limpiaré un poco esto –dijo él. Bethany empezó a preparar el desayuno con aprensión. No sabía por qué se estaba tomando tanto interés y no debía engañarse a sí misma sintiendo compasión por aquel hombre. O quizá simplemente estaba retrasando el momento de decirle la verdadera razón de su visita. Pero, fuera cual fuera la razón, era demasiado tarde. Mientras batía los huevos, Nicholas colocaba los platos en el lavavajillas, echando un vistazo de vez en cuando sobre la pequeña–. Me parece que no estaba equivocado –sonrió él, cuando unos minutos más tarde Bethany puso sobre la mesa una tortilla de aspecto excelente–. Si además de saber cómo tratar a los niños sabe cocinar, es usted un hada madrina.

–Gracias.

Un perverso orgullo impidió a Bethany explicar que lo único que sabía cocinar eran tortillas. Su hermano Sam la llamaba «la maga de la cocina» porque nadie sabía nunca lo que iba a salir de sus ensayos culinarios y, casi siempre, lo que salía era algo quemado. Para desafiar las bromas de sus hermanos, se había especializado en tortillas y podía hacerlas de todas clases. Servida con una ensalada, su tortilla de queso podría pasar cualquier prueba.

Y estaba pasándola en aquel momento, mientras Nicholas se comía con apetito los cuatro huevos, sin miedo aparente al colesterol.

–Está buenísima –dijo el hombre, entre bocado y bocado.

Bethany se colocó un paño sobre el hombro y tomó a Maree en brazos para hacer que eructara. Siete eructitos más tarde, puso a la niña en brazos de su tío.

–Los dos tienen aspecto de haber comido bien –sonrió.

–Yo diría que hemos tenido suerte de encontrar un hada madrina, ¿verdad, Maree? –preguntó él, jugando con la cría sobre sus rodillas. La niña reía encantada–. ¿Lo ve? La experta en hadas madrinas está de acuerdo conmigo.

Bethany sintió en ese momento una punzada en el corazón. La imagen de aquel hombre apretando a la niña contra su fuerte pecho desnudo era demasiado dolorosa para ella y tuvo que darse la vuelta.

–Si no le importa, voy a hacer un poco más de café.

El simple acto de preparar el café y buscar las tazas la tranquilizó y, cuando se volvía para preguntarle a Nicholas cómo quería el suyo, sus manos habían dejado de temblar.

Pero no debería haberse preocupado, porque en los minutos que había tardado en hacerlo, los dos, la niña y el hombre que la sujetaba contra su pecho se habían quedado dormidos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

VAYA –susurró Bethany, apoyándose sobre la encimera. Era una imagen tan encantadora que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Pero la niña no era lo único que la emocionaba, tenía que admitir mientras tomaba su café. Nicholas Frakes también ejercía un extraño efecto sobre sus emociones. Cuando había planeado aquella entrevista, no se había imaginado que el hombre al que iba a entrevistar exudaría tal magnetismo animal. Era tan… tan masculino.

En la superficie era todo lo que ella odiaba en un hombre: físicamente imponente, lo que la hacía sentir pequeña y vulnerable; desordenado, cuando a ella le gustaba tener cada cosa en su sitio. Y tan atractivo que podía ser candidato al título de Mister Universo.

Aunque era cierto que Nicholas tenía algunas cualidades que lo redimían. No todos los hombres habrían aceptado la responsabilidad de adoptar a una niña tan pequeña ni se habrían empeñado en cuidarla personalmente. Pero seguía siendo demasiado grande y demasiado desordenado para su gusto y estar a su lado le hacía desear hacer cosas absurdas como cocinar y cuidar de su hija.

¿Qué le estaba pasando?, se preguntaba, sacudiendo la cabeza. Haberse encontrado con Nicholas Frakes cuidando de una niña era algo que no esperaba y había distorsionado su percepción de las cosas. Y también le estaba haciendo olvidar que él había aceptado la entrevista porque no sabía cuál era el tema en el que ella estaba interesada. Nicholas creía que La Casita Del Niño era una revista sobre niños y, cuando se enterase que, en realidad, era para fanáticos de las casas de muñecas, probablemente la echaría de su casa con cajas destempladas.

Aquel pensamiento fue suficiente para que volviera a recuperar la cordura. Hacerle la entrevista a Nicholas sería imposible hasta que él se despertara, así que podría echar una mano mientras tanto. Incluso podría beneficiarla si él decidía echarla de su casa, pensaba mientras se disponía a fregar los platos. Cuando buscaba el cubo de la basura se encontró con dos cestas llenas de ropa sucia y suspiró.

Afortunadamente, no tuvo problema para encontrar el detergente y poner la lavadora. Pero tendría que ponerla tres veces, pensaba mirando en las cestas. ¿Aquel hombre tan famoso no tenía a nadie que limpiara la casa por él?, se preguntaba. ¿O estaría esperando que lo hiciera la modelo con la que vivía un tórrido romance?