Una isla en el corazón - Valerie Parv - E-Book

Una isla en el corazón E-Book

VALERIE PARV

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Beschreibung

La reputación de la princesa Talay Rasada quedó en entredicho cuando los periódicos publicaron una fotografía en la que aparecía besándose con el empresario australiano Jase Clendon. Indignado, él se preguntó si habría sido un ardid para obligarlo a abandonar la isla. De todas formas, no iba a permitir que nadie lo echara de allí, aunque, desde luego, estaba exponiéndose a demasiados peligros. Sin embargo, a Talay lo que le preocupaba era lo que podría suceder si Jase conquistaba su corazón. Él no podía desear casarse con una mujer tan inexperta, y ella no debería querer casarse con un playboy...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Valerie Parv

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una isla en el corazón, n.º 1408 - febrero 2022

Título original: The Princess and the Playboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-556-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO SIEMPRE es fácil ser princesa», pensó con un suspiro Talay Rasada. Había tantas reglas, cosas que podías o no podías hacer y un interminable protocolo.

–Si fuera una mujer corriente, podría concertar una reunión con ese tal Jase Clendon y exponerle todos los motivos por los que sus planes son absolutamente inaceptables.

–Pero eres una princesa, Talay –su amiga, Allie Martine, sonrió con gesto comprensivo–. Probablemente tu tío tiene razón. No es bueno para tu imagen pública ser vista con un hombre con la fama que tiene Jase con las mujeres. Para empezar, ¿qué pensaría Luc Armand?

–Luc Armand no es mi guardián –Talay dejó que sus ojos centelleates revelaran lo que opinaba–, sin importar cuán atractivo y adecuado lo considere mi tío.

–Debe de ser duro provocar tantas expectativas –Allie dijo con tono serio.

–Va con la realeza –aceptó Talay–, aunque estoy tan alejada del trono que podría ser una vieja doncella y nadie lo notaría.

–Yo lo notaría –afirmó su amiga–. No tiene nada que ver con la realeza. Es sobre ti y el matrimonio, ¿no? –Talay asintió–. Al perder a tus padres, perdiste más que lo que nadie debería soportar, pero negarte amor para el resto de tu vida no modificará lo que sucedió.

–Lo sé.

–Entonces, ¿por qué no darle una oportunidad a Luc Armand en vez de agotarte librando batallas que no puedes ganar? Por lo que me ha dicho Michael, Jase Clendon está acostumbrado a hacer las cosas a su manera, de modo que es poco factible que puedas influir en él con argumentos emocionales, aunque pudieras encontrarte con él, lo cual no es el caso.

–Tú lo has conocido –se burló Talay.

–En primer lugar, yo no pertenezco a la familia real, y, en segundo lugar, Michael conoce a Jase desde hace años, ya que fueron a la misma universidad en Australia.

–Pero, ¿aún no lo has conocido? –Talay se mostró intrigada.

–No, y desearía no tener que hacerlo en este momento. ¿Por qué ha de venir a Sapphan ahora, cuando Michael había organizado una segunda luna de miel para los dos? –suspiró con expresión soñadora–. Imagínate, París. Nunca he estado allí y, con Jase que llega la semana que viene, me parece que pasará mucho tiempo hasta que vaya –palmeó la suave curva de su vientre–. En cuanto llegue Michael hijo, no quedará mucho tiempo para segundas lunas de miel.

–París es gloriosa –indicó Talay–. Durante un año estudié allí diseño de joyas y jamás me cansé de los museos, las galerías, los cafés al aire libre. En Sapphan tenemos tanta herencia francesa que me sentí como en casa.

–Te envidio. En vez de tomar un café au lait en la terraza de algún bistró, haré de anfitriona aquí, mientras Michael y Jase no paran de hablar de negocios. Al estar ambos metidos en la industria del turismo, probablemente no pueda decir ni una palabra.

–Tiene que haber una solución –dijo Talay con voz sosegada, aunque la cabeza iba a un kilómetro por minuto–. Es una locura que tú te veas obligada a conocer a Jase Clendon y yo no pueda, cuando soy la que desea hacerlo. No creo que se le autorice a abrir uno de sus lugares de recreo de cinco estrellas en Pearl Coast. Estoy a favor del progreso, pero su plan es inviable para una de las zonas más hermosas y vírgenes de nuestro país.

–No son exactamente de cinco estrellas –señaló Allie–. De acuerdo, resultan atractivos para los multimillonarios, pero sólo porque están diseñados con un gusto exquisito. Por lo que me ha dicho Michael, Jase insiste en utilizar siempre lo mejor. Prefiere emplazamientos como el de Pearl Coast porque son remotos y exóticos.

–Y atraen los gustos decadentes de la gente que ha hecho y lo ha visto todo, como el propio Jase Clendon, según he leído –soltó con desdén–. Desde que anunció sus planes para Crystal Bay, no paro de ver su fotografía en todas partes –por lo general del brazo de alguna mujer asombrosamente hermosa. Incluso había leído algo sobre una ex-mujer que tenía en Australia. La imagen de playboy de Jase era el motivo principal por el que su sobreprotector tío, el rey Philippe, había considerado poco apropiado que la vieran en su compañía. Pero quizá no tuvieran que verla…–. ¿Cuánto deseas ir a París con Michael?

–Daría todo por poder hacerlo –contestó Allie desconcertada–, pero no es posible.

–Quizá sí. ¿Has dicho que Jase Clendon y tú nunca os habéis visto?

–Michael y él fueron juntos a la universidad, pero al terminar Michael vino a pasar unas vacaciones aquí, se casó conmigo y jamás regresó a Australia. Jase ya ha estado aquí, pero, por un motivo u otro, nuestros caminos nunca se cruzaron. Se suponía que iba a asistir a la boda, pero naufragó en mitad del Pacífico durante una regata alrededor del mundo y no pudo llegar a la ceremonia. Aunque Michael se siente tan decepcionado como yo por lo de nuestra segunda luna de miel, le gusta la idea de que al fin voy a conocer a su amigo –se dirigió a una vitrina en la que había algunas fotos enmarcadas. Entre ellas figuraba la de la graduación de Talay. Allie eligió la que había al lado y se la pasó a su amiga–. La tomaron el año pasado cuando Michael y Jase compitieron en la regata Sydney-Hobarth.

La foto mostraba a los dos hombres tirando de unos cabos en la cubierta de un yate, y Talay sintió una descarga eléctrica al contemplar al hombre que había junto a Michael. El marido de Allie medía un metro ochenta, pero Jase le sacaba media cabeza; exhibía un cabello ondulado de color negro. Le caía por la frente dándole un atractivo aire infantil.

Aunque eso era lo único infantil que tenía. En la foto aparecía empapado, con el polo pegado a unos hombros que daban el aspecto de poder soportar el peso del mundo sin pestañear. El efecto lo potenciaba un pecho bien desarrollado y unos brazos musculosos.

También notó que tenía ojos del color del mar revuelto. La miraban desde la fotografía con una familiaridad que la inquietó. ¿Lo había conocido en alguna parte? ¿O reaccionaba a su evidente atractivo sexual?

Parpadeó con furia para desterrar la sensación. Era el enemigo, el hombre que quería saquear su amada Pearl Coast para obtener beneficios comerciales. ¿Cómo podía pensar en él en términos que no fueran de menosprecio? Pero le costaba apartar la vista de esos ojos hipnotizadores. Sintió la garganta seca al imaginar que lo conocía en persona. El pensamiento resultó tan abrumador que dejó la foto.

–¿A Michael le molestaría que Jase Clendon cambiara de planes y llegara unas dos semanas más tarde, de forma que tuvierais tiempo de ir a París?

–¿Qué estás tramando, Talay Rasada, y por qué me da la impresión de que lo que vas a sugerir no será apropiado para una princesa? –preguntó Allie con ojos entrecerrados.

–Entonces no lo sugeriré. Digamos que tengo la fuerte sensación de que Jase está a punto de recibir un mensaje sobre esa demora de dos semanas.

–Ya lo entiendo –rió–, vas a tirar de algunos hilos reales para retrasarlo, de forma que no pueda llegar hasta después de nuestro viaje a París.

Talay no había pensado en eso, pero era una buena idea, y mucho menos atrevida que lo que realmente se le había ocurrido. Sonrió.

–¿Qué sentido tiene pertenecer a la realeza si de vez en cuando no puedes aprovecharlo a tu favor? –se acercaba lo suficiente a la verdad como para no despertar las sospechas de Allie.

–A veces es estupendo tener contactos reales –su amiga se mostró aliviada–. ¿Sabes?, antes de conocerte y compartir la habitación en el internado, pensé que serías una arrogante horrible.

–¿Y ahora?

–Eres una de las personas más dulces y cariñosas que he conocido –la abrazó–. ¿Es que el rey no se da cuenta de que lo único que te perturba sobre esos planes de construcción es el bien de tu país?

–A él también le importa –dijo Talay–, pero la mayor parte del tiempo vive en la capital. Y Andaman está muy lejos de Pearl Coast. Se ha acostumbrado a ir a todas partes con un gran séquito que ya no ve lo que yo veo, un estilo de vida sencillo y tradicional que quizá no sobreviva a la enorme entrada de turismo.

–¿Y así se lo has indicado al rey?

–Sí, pero, ¿quién le hace caso a una diseñadora de joyas de veintiséis años? No soy político ni miembro del gabinete.

–Pero el rey te confió la presidencia de la junta de asesoramiento cultural para esta provincia.

–Un puesto honorífico, eso es todo –bufó–. Pusieron asesoramiento en el título por un buen motivo, para que no pudiéramos hacer otra cosa que no fuera asesorar, y no siempre nos escuchan, como en este caso.

–¿Y qué vas a hacer?

–Michael y tú seguid adelante y marchaos en vuestra segunda luna de miel –sonrió–. Yo encontraré un modo de hacerle saber al señor Clendon qué pienso –con la máxima indiferencia que pudo, añadió–: Necesito un lugar tranquilo e íntimo para trabajar en algunos nuevos diseños. ¿Puedo usar vuestra villa mientras estáis fuera?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

JASE Clendon llenó sus pulmones con el estupendo aire con aroma a jengibre único del reino de Sapphan e intentó relajarse. Era una contrariedad que Michael Martine tuviera que marcharse en viaje de negocios en el último minuto, pero no había nada que pudieran hacer. A menudo a Jase le había sucedido lo mismo.

Resultaba extraño que Michael le hubiera enviado un mensaje en vez de llamarlo. Pero tuvo la delicadeza de dejarle la villa. En cuanto vio la piscina, Jase se puso el bañador, dispuesto a aprovecharla. Le hacía falta un chapuzón para ayudarlo a adaptarse a la hora de Sapphan.

Estaba acostumbrado al lujo, pero ese pertenecía a una escala desconocida en Australia. La villa le recordó un palacio pequeño, con antiguos muros de piedra, jardines tropicales con estatuas y estancias amplias y frescas. A Michael le había ido bien, pensó mientras atravesaba la sala de estar que conducía a la zona abierta de la piscina.

Sobre una cómoda había una colección de fotografías familiares, la mayoría de las cuales no le decía nada. Consideraba a Michael un amigo, pero a veces estaban un par de años sin hablarse, aunque cuando se reunían era como si nunca se hubieran separado.

Hizo una mueca. La amistad masculina era algo que a las mujeres les costaba entender. Querían que estuvieras ahí en todo momento, preferiblemente hablando o escuchándolas… al menos esa había sido la actitud de su anterior esposa. Jamás comprendió su necesidad de soledad y tranquilidad, legado directo de haber crecido en un orfanato donde había docenas de niños que jamás paraban.

Descartó el recuerdo y fue a darse la vuelta, pero una fotografía en especial captó su atención. Debía ser la mujer de Michael, a quien Jase aún no había conocido; estaba sacada en algún tipo de ceremonia de graduación. Al estudiarla, sintió que el bañador se tornaba incómodamente prieto. No sólo era espléndida, sino que tenía una expresión como si fuera dueña del mundo. Irradiaba algo… real.

El cabello oscuro le caía como una cortina de satén por la espalda. Era alta, a juzgar por el marco de la puerta que tenía detrás, y su figura era la de una modelo, estrecha de cintura y plena… bueno, plena en todo lo demás. Tenía algo familiar que no pudo localizar.

Jase esbozó una sonrisa tonta. Estaba casada. Michael se partiría de risa si pudiera ver a su amigo mirando la fotografía de una mujer embobado como un adolescente. Si no se andaba con cuidado, su fama de playboy correría peligro, y había trabajado duro para crearla. Le venía muy bien como para perderla.

Cuando habías conseguido tanto éxito y riqueza como él, te convertías en presa de todas las mujeres en kilómetros a la redonda, así como de sus padres, madres y feas hermanas. Su única experiencia con el matrimonio lo había convencido de que era un lobo solitario. Tendría que andarse con cuidado en Sapphan si había tantas mujeres cautivadoras como Allie.

Si ésta regresaba pronto de su viaje de una semana a la capital, tal como le indicaba el mensaje de Michael, Jase debería ir con cuidado. Michael le había garantizado que su presencia no interferiría con la estancia de Jase en la villa, pero eso no solucionaba el problema del extraordinario efecto que surtía en él.

También había otro problema. La llave que Michael le había enviado no encajaba en la puerta del pabellón de invitados, que él asumió que era el que iba a usar. Pero sí abría la entrada principal de la casa, por lo que Jase decidió instalarse allí de momento. Si Allie regresaba mientras él aún estaba en la villa, le pediría que habilitara el pabellón y gustoso se trasladaría a él. Otro vistazo a la foto le indicó que quizá lo mejor fuera mantener alguna distancia entre ellos.

Terminó la cerveza, devolvió el vaso a la cocina y abrió las anchas puertas que daban a la piscina y la cascada. Fuera del frescor de la villa, hacía mucho calor. Después de su reacción a la foto de Allie, necesitaba más que nunca refrescarse. Corrió hacia la piscina.

Se zambulló con limpieza y su cuerpo hendió las aguas como un torpedo hasta que salió a la superficie en el otro extremo de la piscina.

 

 

Talay oyó los sonidos provocados por alguien en la piscina y se paralizó. Ahora que había llegado el momento tuvo la tentación de dar media vuelta y huir antes de que Jase Clendon descubriera su presencia. Éste había aceptado sin ninguna duda su mensaje, en el que ponía que Michael estaría en el extranjero cuando llegara. No era precisamente una mentira. Allie y Michael estarían en París; también Michael había recibido un mensaje que decía que la llegada de Jase se retrasaría un par de semanas.

No falsificó la rúbrica de nadie. Sencillamente había «olvidado» añadir nombres o firmas. En estos días de faxes y correos electrónicos, mucha gente olvidaba firmar. Era un pecado de omisión, reconoció, pero estaba lo bastante desesperada como para intentar cualquier cosa.

Aún quedaba tiempo para cambiar de idea, se recordó mientras se acercaba con sigilo a las puertas abiertas. Primero le echaría un vistazo al adversario.

Al verlo, el efecto fue instantáneo y electrizante. Se había sentado en el borde de piedra de la piscina y el agua caía por músculos que Talay apenas había visto en un cuerpo masculino fuera de las estatuas que había en el palacio de su tío.

Aparte de una delgada banda de licra color salmón que se ceñía a sus estrechas caderas, estaba desnudo. Tenía los hombros anchos y una postura erguida, probablemente de su experiencia como regatista. El pelo oscuro echado hacia atrás le llegaba al cuello, una elección inusual para un hombre de negocios, aunque le quedaba muy bien. Parecía un bucanero salido del lejano pasado de Sapphan, o un pirata moderno.

Talay respiró hondo y sintió que el corazón se le aceleraba. Por lo que se refería a ella, era un pirata, tan peligroso para su amada costa y sus amables habitantes como cualquier bucanero de la historia. No obstante, con Jase llenando su campo de visión, no costaba entender cómo en el pasado las mujeres a veces se enamoraban de piratas y se hacían al mar para pasar el resto de su vida con ellos.

Entonces él alzó la cabeza y ella sintió un impacto tan fuerte que tuvo que agarrarse al marco para sostenerse. ¡Esos ojos! Nunca antes había visto a Jase Clendon, pero los ojos que inspeccionaban la superficie de la piscina parecían tan familiares como los suyos ante un espejo.

Era una locura, se dijo. Aparte de la fotografía que le había mostrado Allie, conocía muy poco de él como persona. Entonces, ¿por qué ese agudo sentido de familiaridad, como si se hubiera topado con un antiguo amante y no con un completo desconocido?

Mentalmente se sacudió. Era el enemigo, y no tenía sentido que permitiera que una tontas fantasías interfirieran con su misión.

–Está bien, puede acercarse. No muerdo.

Perdida en una ensoñación de piratas y pillaje, se sobresaltó al oír su voz. Poseía una profunda resonancia con un leve deje australiano, tan tentadoramente conocido como sus ojos, aunque la fuente para esa sensación se mantuvo elusiva. El impacto debió hacer que revelara su presencia, y experimentó una oleada de pánico. Debería marcharse antes de involucrarse más. En realidad no había hablado con Jase Clendon, de modo que el tío Philippe disculparía su conducta como curiosidad femenina.

Claro que el rey no le había prohibido de forma expresa que conociera a Jase, de lo contrario se habría sentido obligada a obedecer. Lo había desaconsejado porque la consideraba comprometida con Luc Armand. Pero a menos que conociera a Jase Clendon no tenía esperanza de convencerlo de que cambiara de planes. En cualquier caso, se dijo a sí misma, no era Su Alteza Real la Princesa Talay Rasada quien conocía a Jase Clendon, sino Allie Martine, la mujer de un viejo amigo de él. Ese pensamiento avivó su menguante coraje. Recogió el sarong floreado a su alrededor y salió de las sombras.

–Buenas tardes. Usted debe ser el señor Clendon.

Él se levantó y avanzó con soltura alrededor de la piscina hasta llegar a su lado y ofrecerle la mano.

–Hola. Imagino que es la mujer de Michael, Allie. La reconozco por la fotografía.

El contacto de sus dedos inició una reacción en cadena de temblores que recorrió su brazo y de algún modo encontró la vena que conducía al corazón.

–¿Mi fotografía?

–La que había en la cómoda –explicó–. Parecía sacada en una graduación.

Para darle verosimilitud a hacerse pasar por Allie, Talay había dejado la foto que Allie guardaba de ella. Jase debió verla y sacar su propia interpretación. En vez de sentirse aliviada, la inquietó el éxito de su engaño.

–Es de cuando recibí mi diploma en administración de empresas de la Universidad de Andamán –dijo, agradecida de poder ser sincera al menos en eso.

–Cerebro y belleza. Estoy impresionado –muy despacio, alzó la mano de ella a su boca sin dejar de mirarla a los ojos.

Cuando sus labios rozaron sus dedos, ella sintió una espiral ardiente y sensual en su interior. Era el saludo más caballeroso, quizá incluso pasado de moda, pero no hubo nada pasado de moda en su respuesta.

Jase vio la reacción sobresaltada que ella no pudo ocultar, aunque la malinterpretó y le soltó la mano.

–No quiero darle una impresión equivocada de mí, señora Martine.

–Llámame Allie, por favor –invitó, horrorizada por lo frágil que sonó su voz.

–Y yo soy Jase, Allie. No hace falta que te muestres tan ansiosa. Estoy seguro de que Michael te habrá puesto al día con… eh… mi fama con las mujeres, y puede que algo de ella sea merecida, pero las mujeres casadas son inabordables, como Michael bien sabe, de lo contrario no me habría invitado a su casa mientras se hallaba ausente.

–Desde luego –pero la dulce seguridad de Jase sólo aumentó su alarma. ¿En qué demonios se había metido? Había animado a Allie a darle a los criados sus vacaciones, pensando que cuanta menos gente hubiera cerca para poder delatarla, mejor, pero eso significaba que estaba completamente a solas con él.

Incluso Sam, su devoto guardaespaldas, había regresado a casa ante la insistencia de Talay. Le había dicho que pretendía pasar la noche en la villa de los Martine, lo cual era verdad. Por fortuna, a Sam no se le había ocurrido comprobar que los Martine estuvieran en casa. Dio por hecho que Talay se encontraba a salvo con el personal de la villa, al igual que con su moderno sistema de seguridad, hasta que fuera a recogerla al día siguiente.

–El mensaje de Michael indicaba que estabas pasando unos días en la capital –continuó él–. Estarás cansada después del viaje de vuelta. ¿Por qué no te unes a mí en la piscina? Según tu marido, eres una sirena que regresa al agua a la primera oportunidad.

–Hoy declinaré –era verdad que Allie era una sirena. A ella también le gustaba nadar, pero la sola idea de aparecer en bañador delante de Jase le aflojaba las rodillas.

–Entonces me vestiré y me reuniré contigo dentro. Cualquier otra cosa sería una descortesía –insistió él.

Volvió a sentir alarma. Con él dentro, la espaciosa estancia parecería pequeña. No costaba ver por qué su éxito en los negocios. Irradiaba el mismo tipo de autoridad natural que su tío, el rey. Philippe Rasada, apodado el Halcón tanto por sus seguidores como por sus adversarios políticos, tenía la misma destreza para dominar una sala con su simple presecia.

–En ese caso –se obligó a sonreír–, primero aceptaré nadar un poco. No deseo estropearte este momento de placer.

–Sapphan tiene muchos placeres –su mirada se demoró en ella mucho tiempo–. Sus aguas cristalinas no aceptan comparación con las atracciones más próximas –no le dio tiempo a asimilar el poético cumplido, menos aún a articular una respuesta coherente, antes de regresar a la piscina y dibujar un perfecto arco en el aire al zambullirse.

Ella contuvo el aliento al ver que se mantenía bajo el agua un buen rato, y sólo dejó escapar el aire cuando al fin emergió en el otro extremo. Con andar vivo se dirigió a los vestuarios, donde Allie guardaba bañadores para ella, ya que pasaba gran parte de su tiempo libre allí. Salió enfundada en un discreto traje que parecía muy cómodo.

Con los ojos de Jase sobre ella, fue consciente de las partes que el bañador no cubría, como la curva de las caderas, sus piernas, largas para una mujer de Sapphan, y el modo en que la tela perfilaba sus pechos.

Como miembro de la familia real, debería estar acostumbrada al escrutinio público, pero la inspección de Jase lograba transmitir un interés mucho más personal. Su contemplación fue abierta y francamente apreciativa al acercarse al borde del agua. La expresión parecía decir: «Si no fueras una mujer casada…»

Se lanzó a la piscina y le dio la bienvenida a la fresca sensación cuando el agua se cerró sobre ella. Por desgracia, Jase se movió mientras ella estaba sumergida, o de lo contrario Talay calculó mal la distancia, porque salió incómodamente cerca de él.

–Michael tenía razón… eres una verdadera sirena –comentó.

–En Sapphan tenemos una afinidad natural con el agua –sonrió para ocultar su nerviosismo–. Hace dos siglos gran parte de nuestro pueblo se ganaba la vida buscando perlas. A comienzos del siglo dieciocho, muchos buscadores de perlas de Sapphan trabajaban a lo largo de la costa noroeste de Australia.

–Junto a las embarcaciones que salían de Broome –confirmó él–. Al principio los buceadores eran aborígenes, luego vinieron de Sapphan y después los japoneses fueron mayoría.

–Conoces la historia, Jase.