Amor en juego - Barbara Boswell - E-Book
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Amor en juego E-Book

Barbara Boswell

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Beschreibung

Era un millonario de incógnito Nueve años antes Ty Hale había obrado contra lo que decía su corazón y había sacado a Shannen Cullen de su vida. Después de aquello creyó que no volvería a verla... pero lo que desde luego jamás habría esperado era que se la encontraría como participante de un programa de televisión en una isla desierta. Como cámara del programa, Ty tenía que filmar todos y cada uno de sus movimientos cuando lo que realmente deseaba era dejar el trabajo a un lado y besar a aquella indómita belleza hasta dejarla sin sentido. Y, aunque era obvio que la atracción era mutua, Ty necesitaba estar seguro de que Shannen lo quería a él y no a su dinero, por eso decidió fingir que ya no era rico. Pero, ¿podría perdonarlo Shannen cuando la verdad saliera a la luz... o tendría que resignarse a perder a la única mujer que había amado y por la que había luchado tanto?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Barbara Boswell

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Amor en juego, n.º 1209 - julio 2014

Título original: All in the Game

Publicada originalmente por Silhouette Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4674-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

–¿Listos para filmar otro día en el paraíso?

Tynan Hale, el cámara del reality showVictorioso, reunió a su equipo para organizar el trabajo de aquel día antes de salir de su campamento hacia el alojamiento de los participantes.

–¿El paraíso? Vamos, Ty, todos sabemos que lo que estamos filmando es el infierno –comentó Reggie Ellis, uno de los ayudantes de cámara.

El resto de los miembros del equipo hicieron comentarios burlones. Ty sonrió maliciosamente, a pesar de ser consciente de que no debía apoyar ese tipo de sarcasmos respecto al programa y a los participantes.

Los directivos, los creativos, los patrocinadores... prácticamente todo el que tenía algo que ver con Victorioso veía el programa con una seriedad comparada a la que provocaba el armamento nuclear. Con el programa no se bromeaba.

Ty encontraba su trabajo, que consistía en seguir a los participantes por la isla hora tras hora filmándolos, aburrido en ocasiones; en otras, interesante o pesado, pero nunca un asunto de gravedad.

No tenía nada de extraño que él jamás fuera a formar parte de la dirección de la empresa; y no solo debido a que su actitud no era la adecuada, sino también debido a su familia.

La caída en desgracia de su familia había sido espectacular, no pasaba un solo día sin que él se alegrara del anonimato del que disfrutaba en la actualidad.

Ahí estaba, Ty Hale, cámara del programa, buen profesional y, fundamentalmente, nadie importante. No era el típico sueño convertido en realidad, pero era su sueño.

Y era el apellido Hale lo que lo había hecho posible. Lo había cambiado hacía siete años, aunque no legalmente porque ello habría atraído la atención de los medios de comunicación, y no cesaba de alegrarse de ello.

Si algún periodista se enterase de que él era Tynan Howe, hijo del famoso parlamentario Adison Howe, miembro del infame clan Howe...

No, no podía ocurrir, se aseguró Ty a sí mismo. Los participantes eran el centro de atención. Nadie sabía cómo se llamaban el cámara ni sus ayudantes ni los encargados del montaje, ni a nadie le interesaba. Para los entusiastas de Victorioso, él era el hombre invisible detrás de la cámara.

Y eso era lo que Ty quería.

Por las mañanas, poco después del amanecer, los del equipo de Victorioso llegaban en barco a la parte de la isla donde estaba el campamento de los participantes. Había un camino más directo que atravesaba la selva, pero nunca lo utilizaban. Tenían que evitar que los participantes se enterasen de lo cerca que realmente estaban de las comodidades de la civilización que el campamento del equipo disfrutaba. Además, andar por la selva con todo el material técnico no era práctico.

Ty divisó el campamento de los participantes, que dejaba mucho que desear, excepto por el emplazamiento, una maravillosa isla del Pacífico, además de por el hecho de que sus habitantes estaban allí por voluntad propia y para ganar un millón de dólares.

Ty comprendía la obsesión de la cadena televisiva con Victorioso. Unos años atrás, cuando todas las cadenas televisivas producían reality shows, el público acabó cansándose de ellos; por consiguiente, las empresas dejaron de pagar sumas astronómicas por anunciarse durante los intermedios de los programas.

La falta de ingresos de publicidad fue la gran pesadilla de las cadenas televisivas.

Al final, dejaron de producirse ese tipo de programas y, oficialmente, se pronunció la muerte del reality show.

Entonces, una de las cadenas decidió resucitar la idea y lanzar uno de estos programas los sábados por la tarde. Ty sabía que los ejecutivos de televisión tenían la idea de que nadie menos de noventa años de edad estaba en casa los sábados por la tarde viendo televisión, pero decidieron arriesgarse.

Y así nació Victorioso. Con algunas variaciones, era lo mismo que el reality show original, el patrón en el que se basaban el resto de esos programas. Y como no había que pagar enormes salarios a estrellas de la pantalla ni tampoco a escritores, incluso con el millón de dólares del premio el programa salía muy barato.

Perfecto para los sábados por la tarde.

Cuando le contrataron como cámara, Ty se enteró de que la filmación y el montaje de Victorioso se iba a realizar en una isla desierta del Pacífico y que su duración era de sesenta y tres días. Cada semana, se montaba lo que se filmaba y se emitía.

–Es auténtica televisión en vivo –había declarado el productor ejecutivo, Clark Garrett–. O lo que más se le parece.

Clark se vanagloriaba del hecho de que nadie, ni siquiera él, se enteraría de quién había ganado el premio hasta el último momento.

El programa empezó con dieciséis participantes divididos en dos tribus; en aquel momento, después de las expulsiones, quedaban seis concursantes y solo una tribu.

Ty y su equipo sacaron el material de rodaje del barco mientras esperaban a que los concursantes salieran de su habitáculo, hecho a base de cañas de bambú y mosquiteras. Los concursantes lo llamaban tienda, aunque a Ty le parecía un paracaídas que hubiera caído de mala manera encima de unas cañas de bambú.

Como de costumbre, filmaron a cada uno de los concursantes saliendo de la tienda, desde los primeros en levantarse a los últimos. Las gemelas, Shannen y Lauren Cullen, eran siempre las más madrugadoras; Jed era siempre el último. Rico, Cortnee y Konrad variaban en su orden de aparición, siempre después de las gemelas y antes de Jed.

Los seis, al principio, habían formado parte de la misma tribu y establecido una inquebrantable alianza: siempre votando en bloque, nunca contra uno de ellos mismos. Y habían sobrevivido así a las expulsiones.

Con las conexiones de Internet que había en el campamento del equipo de técnicos, la antena satélite y los periódicos que les llevaban en helicóptero, Ty sabía que las aventuras de los seis finalistas eran motivo de conversación los lunes por la mañana en los lugares de trabajo por todo el país. Victorioso se había convertido en un programa sumamente popular, para alegría de los ejecutivos de la cadena televisiva que lo había lanzado.

Pero los seis concursantes que quedaban no sabían la fama que habían alcanzado.

Ty se preguntó cómo les afectaría este hecho, hasta qué punto cambiarían cuando regresaran al mundo real. Suponía que bastante, a él también le había ocurrido cuando su familia ocupaba las primeras páginas de los periódicos.

Enfocó con la cámara a las gemelas, que se estaban lavando la cara, como todas las mañanas, en el manantial de agua dulce, un lugar idílico en el que la selva se encontraba con la playa. Sabía que las gemelas habían descubierto aquel lugar a las pocas horas de llegar mientras exploraban la isla, lo que las convirtió en las heroínas de la tribu.

–¿Quién es tu concursante preferido? –le preguntó Heidi, la joven ayudante de producción que estaba a su lado mientras él filmaba.

Pero Ty no estaba dispuesto a dar semejante información, permaneciendo siempre neutral.

–Todos tienen sus días buenos y sus días malos.

–Pues mis preferidas son las gemelas –dijo Heidi.

–Son tus preferidas y las de la mayoría de la gente –comentó Ty.

–Los gemelos idénticos son una novedad en todos los programas televisivos –observó Heidi, no por primera vez–. Y estas son completamente idénticas. Llevamos semanas filmándolas y todavía nadie consigue distinguirlas. Por supuesto, los espectadores tampoco.

–Naturalmente –comentó Ty en tono burlón.

Shannen y Lauren Cullen, de veintiséis años de edad, eran prácticamente idénticas.

–¿Qué se sentirá teniendo una hermana que es igual que tú? –dijo Heidi–. Y son muy guapas.

Él no pudo por menos que asentir.

Sí, las hermanas Cullen eran muy guapas. Morenas, de espesa melena que les caía hasta los hombros y enormes ojos azules adornados con espesas pestañas negras. Con su juventud, su bonita piel y su delicada estructura ósea, no necesitaban maquillaje.

Ty filmó a la siguiente participante del concurso que salió de la tienda. Era Cortnee, una aspirante a gran estrella de la pantalla, como se había definido a sí misma. Cortnee estaba utilizando el programa Victorioso como medio de darse a conocer y mostrar sus talentos como bailarina y cantante. Cortnee, rubia y de veintidós años de edad, era la concursante más joven.

Después salió Rico, un joven de veinticinco años carismático, enérgico y también aspirante a estrella. Su talento como bailarín y cantante igualaba al de Cortnee. A menudo, los dos entretenían a sus compañeros de fatigas con danzas y cantos improvisados.

Y para el público no adepto a las representaciones de Cortnee y Rico, siempre estaba la mirada irritada e impaciente de Shannen. Ty, cada vez que Rico y Cortnee se ponían a bailar, volvía la cámara hacia ella, que nunca dejaba de mirarla con sorna.

El comentario exasperado de Shannen, «¡Oh, no, otra vez no!», se había hecho famoso.

La «hermana perversa», «la de mal humor». Shannen había acabado apareciendo en páginas Web criticando a todos los miembros de la isla. Lauren era la hermana buena, la simpática. A pesar de que, físicamente, no se las podía distinguir, cada vez que Shannen arqueaba una ceja se descubría.

Después salió el musculoso y guapo Jed, de veintiocho años de edad, un dedicado deportista. Siempre iba vestido con el mínimo de ropa posible y la piel bien hidratada.

Por fin, Konrad, de treinta años de edad y el mayor del grupo. Un ex delincuente que llegó a la isla con la cabeza afeitada y el tatuaje de un lobo en la espalda. Tenía más tatuajes en el pecho y en los brazos, todos ellos de aves de rapiña. Konrad jamás sonreía durante las filmaciones.

Su primer comentario al llegar a la isla fue: «Ya he pagado mi deuda a la sociedad y quiero abandonar la delincuencia. Si gano, lo haré. Pero si pierdo... en fin, he aprendido lo suficiente en la cárcel como para convertirme en un ladrón a nivel internacional». Ese comentario también se había convertido en objeto de discusiones en las conferencias de Internet.

Todo el mundo, incluido el equipo de técnicos, estaban de acuerdo en que había afinidad entre los concursantes que quedaban. El público especulaba incesantemente sobre el comportamiento de los concursantes cuando no eran filmados.

¿Se habían acostado las gemelas o Cortnee, con Rico o Jed? ¿Se había acostado Rico con Jed? Por unanimidad, se había decidido que nadie intimaría físicamente con Konrad.

Los del equipo también especulaban. Ty, como de costumbre, prefería no hacerlo. Tenía que ser lo más discreto posible, y por dos motivos. En primer lugar, para evitar que su nombre se conociera. Y también para evitar que su otro secreto se revelara.

Pero había una persona en la isla que conocía ambos secretos; sin embargo, Shannen no había revelado su identidad. Ty empezó a pensar que quizá no se acordara de él. Un golpe muy duro, ya que se prometió a sí mismo no olvidarla nunca. Volverla a ver después de tantos años había reafirmado la huella que Shannen había dejado en él.

Por lo tanto, ahora, cada vez que ella le lanzaba una mirada furiosa y arqueaba una ceja cuando él la enfocaba con la cámara, suponía que no era nada personal. Shannen lanzaba miradas furiosas a todo el que estaba detrás de una cámara. No iba a engañarse a sí mismo pensando que ella sentía una especial animosidad hacia él.

Sin embargo, Ty no podía evitar observarla con especial interés. No podía apartar los ojos de ella, ni su cámara.

Tynan no tenía problemas en distinguir a las gemelas. Sabía cuál era «su gemela» instantáneamente, tanto si estaban juntas como separadas.

A pesar de su empeño en ser diferente de los demás miembros de su familia, quizá fuera tan estúpido como el resto de los Howe. Era típico de un Howe obsesionarse con una persona que podía destruir la productiva vida que tanto había luchado por conseguir.

Pero su obsesión con Shannen no era nada nuevo. Si acaso, seguía siendo tan intensa como nueve años atrás. Más si cabía, ahora que había dejado de ser una adolescente para convertirse en una mujer.

Nueve años atrás la había deseado; ahora, la deseaba aún más.

Pero no podía tenerla. No pudo entonces y no podía ahora.

Ser el jefe de cámara tenía sus ventajas, una de ellas era que disponía de una tienda para él solo en el campamento. No era una tienda lujosa, pero si más espaciosa que la de sus ayudantes. El equipo de montaje estaba albergado de acuerdo con su posición, mientras que los ayudantes de producción ocupaban el espacio más reducido.

El equipo había dejado de filmar a las ocho de aquella tarde, siguiendo las órdenes de Clark. Cuando Ty, después de la cena, se despidió de Reggie y de los demás y entró en su tienda, era casi de noche.

No había querido jugar a las cartas ni ver la televisión con el resto del grupo. Quería acostarse temprano; no lograba dormir bien y estaba cansado.

Llevaba demasiadas noches seguidas despertándose tras sueños con Shannen Cullen, sueños que le dejaban frustrado cuando, realmente, le deberían haber dejado satisfecho. Era humillante que le traicionara el cuerpo de esa manera. ¡Tenía treinta y cuatro años, no diecisiete!

Tan pronto como se acercó a la cama, vio la nota. Estaba escrita en un papel con el logotipo de la cadena televisiva. Agrandó los ojos al ver aquella letra inconfundiblemente femenina. Después, leyó la nota...

¡Tenía que tratarse de una broma!

Recordó la conversación que había tenido ese día con Heidi sobre las gemelas. ¿Se trataría de una trampa? ¿Cómo si no podía explicarse la firma de la nota con el nombre de Shannen ordenándole que se reuniera con ella en un lugar específico aquella noche?

A Ty no le hizo gracia. No, no tenía ninguna gracia. ¿Acaso se había puesto en evidencia? Pero no creía haber mostrado un visible interés por Shannen Cullen delante de los miembros del equipo.

Por supuesto, no iba a ir. Lo mejor era hacerse el desentendido.

Pero... ¿y si la nota la había escrito Shannen? ¿Y si ella había encontrado el camino al campamento a través de la selva? Una vez allí, agarrar un papel con el logo de la empresa y escribir la nota era juego de niños.

¿Debía acudir a la cita?

¡No, en absoluto!

Ty pasó las dos horas siguientes dudando; por fin, decidió ir.

–Vaya, al fin has aparecido.

Fue más una acusación que una observación. Shannen lo miraba con furia iluminada por la luz de la luna. La espesa atmósfera estaba cargada con el aroma de las plantas tropicales.

Ty se encogió de hombros y mantuvo una expresión imperturbable.

–Admito que me ha sorprendido encontrar tu nota –respondió él en tono neutral–. Dime, ¿cómo has logrado encontrar nuestro...?

–Lo he encontrado, ¿vale? –los ojos azules brillaron.

–Está bien.

Ty esperó a que ella le explicase el motivo del encuentro.

Shannen no dijo nada.

El silencio se prolongó. A Ty se le ocurrió que ella estaba esperando a que él hablase primero. Y, por lo que se veía, parecía estar dispuesta a esperar toda la noche si era preciso.

Ty suspiró.

–Se trata de una estrategia, ¿verdad? ¿Podrías dejar de preocuparte por este concurso un momento y...?

–Ya que me consideras una estratega consumada, ¿podrías decirme en qué crees se basa esta supuesta estrategia mía? –le preguntó ella en tono desafiante.

–Tu ego te está traicionando, cielo. Yo no he dicho que te considere una estratega consumada.

Shannen se limitó a mirarlo con sumo desprecio.

–No, de consumada nada –enfatizó Ty, contento de haberle parado los pies–. Está clarísimo lo que quieres hacer. Crees que te dará ventaja que yo te pregunte por qué has «ordenado» que me reúna contigo.

Ty estaba seguro que eso la enfadaría.

No se equivocó.

–¡No me llames cielo! Y ha sido una petición, no una orden –declaró ella con gesto altanero.

–No estás dispuesta a ceder, ¿verdad? –Ty se echó a reír–. Como en los viejos tiempos.

–¿Se trata de una ironía? En fin, olvídalo. Olvida la estúpida nota que te he escrito y...

–Supón que estoy dispuesto a rendirme a tu extraordinaria estrategia y te pregunto por qué has solicitado que me reúna contigo aquí esta noche.

Shannen respiró profundamente y apartó la mirada de él.

–Yo... quiero que dejes de seguirme por todas partes –contestó ella.

Ty se la quedó mirando boquiabierto.

–Debes estar bromeando –murmuró él sin saber si se trataba realmente de una broma–. ¿Una ironía por tu parte? Dadas las circunstancias...

–Sabes perfectamente lo que he querido decir –le espetó Shannen.

–No, desde luego que no. Y no olvides que eres tú quien me ha pedido que viniera, no viceversa. Me encantaría que me explicaras eso de que quieres que deje de seguirte cuando eres tú quien ha propuesto este encuentro.

Los ojos de Shannen empequeñecieron. Estaba furiosa.

Ty sonrió maliciosamente.

–Debo recordarte que estoy aquí haciendo mi trabajo y que tú estás desempeñando un papel que...

–Se trata de algo más que de tu trabajo y el papel que yo desempeño aquí y lo sabes muy bien –dijo ella–. He notado que no haces más que mirarme y que te pasas el tiempo filmándome. Y no te molestes en negarlo.

–Además de tus otros encantos, eres una niña paranoica –le espetó él.

–No soy una niña y tú... tú....

–¿Soy un sinvergüenza? –sugirió Ty–. Sí, Shannen, lo recuerdo muy bien. Pero no creía que tú lo recordases.

–¿Pensabas que no me acordaba de ti? –durante un momento, Shannen pareció realmente sorprendida, pero se recuperó inmediatamente–. Pues sí, te recuerdo muy bien, y lo de sinvergüenza te describe a la perfección.

–¿Cómo puedes saberlo? No nos hemos hablado desde hace...

–A los leopardos no les cambian las manchas. Bueno, ¡qué más da! Sé que puedo...

Shannen se interrumpió bruscamente, cuando Ty avanzó hacia ella.

–¿Que puedes qué? –preguntó Ty, justo delante de ella, mucho más alto.

Olió a agua de mar y a crema protectora mezclados con el aroma personal de ella.

–¿Que puedes qué? –repitió Ty.

Shannen tragó saliva.

–Olvidar.

–¿Qué te parece si me demuestras que ya no eres una niña?

Los ojos de Shannen se agrandaron cuando él bajó la cabeza, pero manteniendo los brazos caídos a ambos lados de su cuerpo, sin hacer intento por sujetarla o impedirle que se apartara.

Pero Shannen no lo hizo. Despacio, alzó los brazos y le rodeó el cuello. Se mantuvieron la mirada durante unos instantes. Él la vio cerrar los ojos cuando le tocó la boca con la suya.

Lo que comenzó como un beso suave y vacilante se convirtió en algo completamente diferente. No hubo suavidad ni duda en el ardiente beso que compartieron.

Ty murmuró algo ininteligible cuando ella abrió la boca para recibir su lengua.

El beso continuó mientras la pasión y el deseo empezaron a consumirlos. Lentamente, Ty la tumbó en el suelo, encima de él. Le abrió la camisa, liberando sus senos. Le cubrió un suave pecho con la mano y gimió de placer.

Un segundo después, Ty estaba tumbado en la arena, solo. Shannen se había levantado con velocidad sorprendente.

–¡No! –exclamó ella tratando de abrocharse la camisa, pero si conseguirlo.

Ty se levantó despacio, casi dolorosamente.

–Deja que te ayude a abrocharte...

–¡No! Te he dicho que te alejes de mí.

–Sí, lo has hecho –comentó él con sonrisa burlona–. Pero el mensaje ha sido... ¿cómo decirlo con delicadeza? ¿Confuso?

Shannen enrojeció.

–¡Eres una víbora!

–Me han llamado cosas peores –Ty se pasó una mano por el cabello–. ¿Algo más?

–No sé qué estás haciendo aquí ni por quién te estás haciendo pasar, ni por qué, pero no me fío de ti.

–Gracias –Ty rio quedamente–. Deja que te devuelva el cumplido... porque yo tampoco me fío de ti.

Shannen se volvió y se alejó de él.

Ty la contempló hasta que desapareció de la vista.

Capítulo Dos

–¿Crees que recibiremos correo hoy? ¿O quizá una visita de Bobby con instrucciones? –preguntó Cortnee durante sus ejercicios aeróbicos que realizaba a diario en la playa. Ese día llevaba un diminuto biquini color rosa–. Esta semana no hemos tenido ningún concurso de cocina ni ningún otro tipo de concurso.

Konrad, Rico y Jed estaban también en la playa, descansando y mirando a Cortnee. Las gemelas estaban allí también; Lauren se estaba recogiendo el cabello en una trenza, Shannen estaba poniéndole hilo de pescar a tres cañas de bambú.

–He ido al árbol donde nos dejan el correo hace un rato, pero no había nada –informó Shannen–. ¿Por qué no vais alguno a mirar otra vez?

–Luego –contestó Jed.