Dos mundos opuestos - Barbara Boswell - E-Book

Dos mundos opuestos E-Book

Barbara Boswell

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Beschreibung

Trey Weldon era un soltero empedernido. Y aunque no descartaba el matrimonio, aquel atractivo cirujano tenía el empeño de permanecer soltero hasta el momento adecuado y con la persona adecuada. Ninguna mujer que trabajara con él sería nunca apropiada. Sin embargo, esa era una máxima por la que tenía que luchar, haciendo acopio de toda su buena voluntad, cuando tenía a Callie Sheely cerca, pues su sola presencia lo excitaba. Todavía más difícil le resultaba resistirse a su dulce y cálida mirada. ¿Podría un beso acabar con aquella inquietud?

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Seitenzahl: 145

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Barbara Boswell

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dos mundos opuestos, n.º 1003 - julio 2019

Título original: Bachelor Doctor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-421-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La sala de operaciones estaba repleta de estudiantes que habían acudido para observar el trabajo del ilustre doctor Weldon, extraordinario neurocirujano. El paciente estaba en una situación desesperada, cuando el doctor Weldon le ofreció un nuevo procedimiento experimental que él mismo había desarrollado.

–Este es el mejor espectáculo que hay hoy en el centro médico. Todo el mundo quiere ver al maestro haciendo su labor.

–Callaos –dijo una enfermera estudiante–. El doctor Weldon está diciendo algo.

Pronunció el nombre con sonora reverencia.

Mientras explicaba su teoría, el neurocirujano miró a su enfermera jefe, Callie Shelley.

Trey se dio cuenta de que bajo la máscara quirúrgica, había una sonrisa.

Él no reprimió otra sonrisa en respuesta. Sabía que a Callie siempre le parecían exageradas las adulaciones de los alumnos.

Tiempo atrás, Weldon había recibido aquellos cumplidos de otro modo, nunca considerándolos motivo de sorna y, en ningún caso, como algo exagerado.

Eso fue así hasta que conoció a Callie Sheely y su punto de vista sobre ciertas cosas cambió.

Mientras algunos compañeros suyos dejaban constancia de su admiración hacia él, ella sonreía divertida al fondo.

Un día, Trey decidió preguntarle sobre aquella sonrisa. Ella respondió sin ningún tipo de reparos: le divertía oír a la gente haciendo semejante despliegue de piropos, tratando de convertirse en sus favoritos, mientras se empujaban unos a otros.

Trey se había quedado atónito ante la franqueza de sus palabras

–Es cierto que te admiran –le aseguró ella a pesar de todo, pero aquel comentario había despertado cierta consciencia en él.

Los comentarios de Callie, siempre llenos de humor, le resultaron cálidos y reveladores. Se dio cuenta de que no necesitaba la admiración de unos cuantos adolescentes. La sola idea era irrisoria.

A partir de aquel momento, cada vez que alguien le hacía un cumplido, miraba a Callie y compartían una sonrisa en silencio.

Trey continuó operando, mientras le explicaba la operación a su auditorio. Cada vez que necesitaba un instrumento, no tenía más que chascar los dedos y Callie le entregaba lo que necesitara. Muy rara vez tenía que especificarle algo, solo cuando se presentaban problemas y tenía que improvisar. Generalmente, ella recordaba perfectamente la rutina a seguir.

Trey admiraba su excelente memoria y su gran capacidad como enfermera, así como la calma que mantenía cuando estaban bajo mucha presión. Nunca antes había trabajado así de bien con nadie, nunca había tenido esa compenetración con nadie. En la sala de operaciones, sentía como si ella fuera una extensión de él.

Aquello era completamente nuevo para él, un intercambio puramente intuitivo. Ciertamente, nunca había sentido nada igual en su vida personal. Callie y él se convertían en una sola persona cuando trabajaban juntos.

Trey levantó la vista y miró a Callie. Tenía unos ojos enormes y expresivos, de un color oscuro que parecía terciopelo líquido, y que estaban inundados de calor e inteligencia, siempre vivos y alerta.

–¿Alguna pregunta? –dijo Trey, en un intento por interrumpir su cadena de pensamientos.

En las últimas semanas, los pensamientos sobre Callie Sheely eran cada vez más frecuentes y constantes. Cuando estaba en la sala de operaciones, o con sus amigos, o, en su apartamento, muchas veces lo asaltaban imágenes de Callie: sus ojos, su sentido del humor.

Pero aquel tipo de pensamientos no tenían lugar en una relación profesional, que era el único tipo de relación que se establecería entre ellos.

A pesar de todo, extrañas e inesperadas sensaciones estaban empezando a perturbarlo. La cabeza de Trey no podía permitirse aquel tipo de negligencias.

No obstante, lo cierto es que últimamente, Callie Sheely le inspiraba un desconcertante desvío de emociones.

–Repito, ¿tienen alguna pregunta? –dijo en tono impaciente.

Normalmente, era impaciente, aunque no solía serlo con los estudiantes que seguían en silencio, quizás intimidados por él.

–Así que asumo que todo el mundo ha entendido los pasos que he seguido –insistió pasando de la impaciencia al sarcasmo.

Por fin, uno de los estudiantes se atrevió a formular una estúpida pregunta. Sí, era realmente estúpida, pero, después de todo, el pobre crío no era más que un estudiante. Se compadeció de él y le respondió.

De un modo u otro, estaba decidido a apartar de su cabeza aquellos pensamientos sobre los ojos de Callie Sheely. Se negaba a dejarse influir por aquella compenetración que compartían, y por el modo en que su sentido del humor había afectado a su visión del mundo.

No, no le interesaba para nada, o al menos eso era lo que se aseguraba Trey a sí mismo.

No eran más que colegas. Ni siquiera eran amigos. Trabajaban juntos, eso era todo.

Así quería que siguieran las cosas.

Y, por supuesto, no le interesaba Callie para nada.

 

 

La enfermera jefe, Callie Sheely escuchaba con detenimiento cada palabra que decía el doctor Trey Weldon. Como siempre su tono de voz insinuante y varonil le provocaba cierta agitación. Solo una voz como aquella podía sonar seductora mientras explicaba una disfunción del cuerpo y los distintos modos de corregirla.

Callie lo observaba mientras trabajaba, anticipando, siempre, qué venía inmediatamente después y qué instrumento médico necesitaba.

La verdad es que no era justo el efecto que aquella voz provocaba en ella. No solo tenía un jefe guapo y con talento, sino que, además, tenía una voz sugerente y sensual. Lo peor de todo era que, inevitablemente, había de escucharla a cada momento, mientras que, se suponía, debía de permanecer inmune a sus encantos.

Callie conocía las normas. Como compañera de trabajo de Trey y su subordinada, ese era su papel y su única relación posible con él. Así era como la veía y siempre la vería.

Había un inevitable abismo que los separaba, pues Trey Weldon, de clase alta, nunca salía con enfermeras de clase media. Callie Sheely pertenecía a estas últimas.

Callie suprimió un suspiro. Deseaba que Trey Weldon se callara, pero no fue así. Continuó durante un buen rato explicando paso por paso cuanto estaba haciendo. Callie escuchaba y observaba, mientras él operaba meticulosamente.

Su técnica era impecable y siempre le impresionaba su destreza, pues sabía que usar aquellos instrumentos con tal precisión era lo que le garantizaba el éxito de su trabajo.

Nadie más actuaba con tan notable perfección. Era un reconocido neurocirujano respetado pro sus colegas y los poderes establecidos.

Trey Weldon era una estrella, una «supernova de la cirugía», tal y como lo había descrito un periodista científico en el periódico de Pittsburgh.

Callie había guardado aquel artículo y lo leía de vez en cuando, particularmente, cuando se veía en peligro de olvidar lo lejos que estaba del mundo al que pertenecía Trey Weldon.

Trey procedía de una rica familia de Virginia, dinero viejo que los distanciaba inevitablemente. Aunque eso era algo que, aparentemente no debía de importar, ella sabía que era un motivo de rechazo para la aristocrática familia Weldon.

El hijo de Winston y Laura Weldon no tenía nada en común con la hija de Jack y Nancy Sheely, cuyos abuelos habían llegado hasta allí huyendo de la pobreza de Irlanda y de Rusia. El trabajo duro y el tesón les había hecho ganar un puesto notable en la sociedad, pero aristocráticos no eran.

Los Weldon, sin embargo, sí llevaban siéndolo desde hacía un par de siglos.

–¿Estás bien? –la pregunta de Trey la sobresaltó, y casi suelta lo que tenía en la mano. Por suerte, sus impecables reflejos, le evitaron un lapsus semejante.

–¿Yo? –preguntó ella sorprendida. Trey acababa de dejar de explicar y se había detenido a hacerle una pregunta personal. Nunca antes había sucedido nada así.

En muchas ocasiones habían pasado hasta nueve horas en la sala de operaciones, sin que él mencionara sed, hambre, dolor de músculos o, algo tan simple, como necesitar ir al servicio. No reconocía semejante vanalidades.

–¿Sheely? –insistió él, con aparente preocupación en su voz.

–Estoy bien –se apresuró a responder ella, todavía perpleja ante semejante actitud. ¿Es que había cometido algún error?

Trey asintió y continuó operando.

Mientras otros se movían a su alrededor Trey continuaba con su trabajo.

–Ver al doctor Trey Weldon operar un cerebro es como observar a un virtuoso en el momento culminante de interpretación –le decía Jimmy Dimarinno a Callie muy a menudo. Jimmy Dimarinno era un médico residente del hospital, que aspiraba llegar a ser neurocirujano.

Su relación con Callie se remontaba a los primeros años de colegio, pues siempre habían vivido puerta con puerta. Su relación había sobrevivido a un pequeño interludio amoroso cuando estaban en octavo, pero el amor y la admiración de Jimmy por Callie no había hecho sino crecer con los años, aún más desde que trabajaba con el doctor Trey Weldon.

–El daño ya está reparado y, por cómo ha ido la operación, la recuperación habría de ser rápida.

Afirmó él con rotundidad, como si fuera un edicto ha seguir por la naturaleza. Callie sonrió y miró a Trey. Sus ojos se encontraron una vez más.

–Cosa –dijo Trey a uno de los médicos residente.

Scott Fritche, un residente de neurocirugía, se aproximó al enfermo dispuesto a ejecutar la orden.

Callie le dio todo lo necesario, antes de que él tuviera que pedirlo. Había trabajado en más de una ocasión con Fritche, antes de que pasara a formar parte del equipo permanente de Trey, pero nunca lo había visto trabajar tan despacio.

–Fritche ha tardado en cerrar la herida más de lo que ha tardado Trey en operar –protestó Quiana Turner, una de las enfermeras del equipo de Callie.

Ésta sonrió.

–Estamos mal acostumbradas por Trey –dijo Callie–. Es difícil igualarlo.

–Fritche no es tan bueno como él piensa –dijo Leo Arkis. Leo trabajaba, también, como enfermero en equipo de Weldon–. ¿Cómo es posible hacer una chapuza semejante?

–No ha sido para tanto, Leo. Fritche no lo ha hecho mal –lo defendió Callie–. Lo que ha ocurrido es que se ha puesto nervioso.

–Me gustaría que Trey hubiera visto lo que ha hecho –insistió Leo.

–Sé lo que sientes con respecto a Fritche, pero no creo que criticarlo delante del doctor Weldon sea…

Callie se detuvo de golpe. En mitad del vestuario estaba el doctor Trey Weldon quitándose la camisa. La visión la dejó sin habla. Trey tenía un torso musculoso y unos hombros anchos y fuerte. Los pantalones verdes que se ajustaban a la cintura revelaban un vientre plano y turgente, sembrado de un reguero de vello sugerente.

Durante el año que llevaba formando parte del equipo de Trey, había intuido muchas veces lo que había debajo de su ropa, pero nunca había tenido la oportunidad de verlo así.

De pronto, se le secó la boca.

–Dios santo –murmuró Quiana, mientras miraba a Trey–. Me encanta esto de los vestuarios compartidos.

Trey miró a Callie.

–¿Criticar a quién? –le preguntó–. ¿De quién estaban hablando, Sheely?

Al parecer había oído, al menos, parte de la conversación.

Callie abrió mucho los ojos y se obligó a sí misma a concentrarse en la pregunta. Sabía que a Trey Weldon no le iba a gustar saber de lo que estaban hablando. Era un hombre que no admitía errores, mucho menos en su sala de operaciones.

Trey Weldon nunca los cometía cuando operaba.

No, no le iba a gustar nada enterarse de lo que estaban comentando, y no quería ser ella la que se lo dijera.

–¿Nunca has oído eso de que es bueno todo aquello que acaba bien? –dijo ella–. Apliquémoslo a este caso.

Fue un buen intento, pero Trey no tenía paciencia. Cuando hacía una pregunta, quería una respuesta.

–Sheely –insistió impaciente–. Ya basta de acertijos.

Callie se movió nerviosamente. ¿Por qué estaba allí, de pie, medio desnudo? La visión no la ayudaba en absoluto.

–Bueno…

Leo intervino.

–Yo creo que usted debe saberlo –dijo rápidamente.

–¿Es sobre mi paciente?

–Está perfectamente –dijo Callie–. Fritche cometió algunos errores, todos ellos corregibles. El paciente está bien. Le habríamos llamado de no haber sido así.

–Eso no me vale –dijo Trey–. Espero siempre que se me llame antes de que nada pueda ira mal.

Leo continuó.

–No ocurrió nada, gracias a que Sheely estaba allí para evitar que ese patoso de Fritche cometiera un daño irreparable –dijo–. Es cierto, no obstante, que no ha pasado nada.

–De acuerdo, entonces –dijo Trey y le dio una paternal palmada a Leo en el hombro–. Siempre puedo contar contigo para que me cuentes la verdad, ¿no? Respecto a ti, Sheely, quiero hablar en privado.

La agarró del codo y se la llevó a un rincón, obligándola a que lo mirara.

La mano continuó donde estaba y Callie trató de obviarla. Trey la tocaba con cierta frecuencia en el hombro cuando se disponían a entrar en la sala de operaciones, o la agarraba de la muñeca cuando le describía, emocionado, algo relativo a su profesión, o la guiaba a donde quería tomándola del codo, tal y como estaba haciendo en aquel momento.

Ella fingía no prestar atención a su contacto, pues sabía que para Trey no significaba nada. Para él era como si tocara un lápiz o cualquier otro objeto.

En ocasiones, ella sentía no ser ese ente inanimado que él pensaba que era, pues había hecho mucho más fácil las cosas. El calor de sus dedos le transmitía una sensación que la hacía sentir indefensa y perdida, lo cual le costaba asimilar. Callie siempre había sido racional y práctica, nunca había caído en esos enamoramientos adolescentes que enfermaban a la mayoría. Era el colmo verse afectada por un mal semejante a la avanzada edad de veintiséis años.

La situación la sobrepasaba. No solo era una empleada enamorada de su jefe, sino una enfermera enamorada de un médico y una proletaria enamorada de un aristócrata. Cumplía el cliché por tres caras y eso hacía que se sintiera humillada.

Callie no se quería engañar a sí misma, y sabía que Trey no pensaba jamás en ella fuera de la sala de operaciones. No, claro que no.

A pesar de todo, su contacto le afectaba visceralmente, sin que hubiera nada que pudiera hacer al respecto.

Estaba claro que nadie, y mucho menos Trey, debía saber lo que sentía, nunca le dejaría adivinar el dolor acuciante que a veces amenazaba con doblarle las rodillas cuando aquellos ojos azules y profundos la miraban.

En aquel preciso instante, sus ojos estaban teñidos de fría rabia.

Callie mantuvo la mirada con firmeza, como un verdadero acto de fuerza de voluntad, pues no era fácil cuando el hombre que tenía delante estaba especialmente dotado para intimidar sin palabras.

Pero Callie nunca se dejaba vencer por el abatimiento o el miedo ante él. Quizás porque sabía que eso era lo que él esperaba de ella.

–Esperaba algo más de ti, Sheely –le dijo él, con esa frialdad con la que lograba siempre arrancar lágrimas de otros ojos.

Pero Callie no lloraba. Le había oído una vez decirle a Leo que era una mujer fuerte, la única con la que había trabajado que nunca lloraba.

Eso no era cierto, y solo probaba lo poco que sabía de ella. Callie lloraba muchas veces, cuando tenían casos complicados y veía a tantas familias destrozadas por familiares a los que no podía salvar ni siquiera Trey Weldon.

Pero nunca lloraba delante de él.

–Los pacientes merecen algo mejor de ti –continuó Trey–. Si se ponen otros intereses por delante…

–No he puesto nada por delante del bienestar de un paciente. Obtienen de mí lo mejor que puedo darles –Callie trató de igualar aquel tono frío y distante que él también usaba, aquel modo tan particular de expresar rabia comportándose como un témpano de hielo.

Eso no quería decir que ella no tuviera su propio modo de mostrar enfado y, en aquel momento, estaba enfadada. Nada le molestaba más que el que pusieran en duda su profesionalidad.

Todavía más grave era si lo hacía Trey Weldon, cuando él sabía cuánto trabajaba por el bien de sus pacientes.

No pudo evitar que su voz saliera cortante como una hoja de afeitar.

–Respecto a Scott Fritche, sencillamente estaba un poco nervioso hoy. Es su primer año de especialidad y la primera vez que tenía que suturar con público.

–No inventes excusas, es intolerable.

Ninguno de los dos parpadeó. Se miraron fijamente, el uno al otro, creando un mundo cerrado y propio al que nadie más tenía acceso.

Callie se quitó el gorro verde y lo lanzó a una cesta de ropa sucia.

–¿Intolerable? ¿Y qué vas a hacer, despedirme? –lo estaba retando.