Irresistible - Barbara Boswell - E-Book
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Barbara Boswell

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Beschreibung

¿Cómo podían elegirlo a él, Luke Minteer, como jurado, y además, estar contento? Quizás su felicidad tenía algo que ver con aquella madre soltera, embarazada de nueve meses, que se sentaba a su lado y por la que sentía una sorprendente atracción. Pero, por supuesto, ese deseo que Luke sentía por Brenna no significaba nada. Que no pudiera alejarse de ella, la cuidara constantemente, la invitara a comer o soñara con hacer el amor no tenía significado alguno. Aunque Luke sospechaba que en un juicio de amor el veredicto sería "enamorado".

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Barbara Boswell

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Irresistible, n.º 1034 - abril 2019

Título original: Irresistible You

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-854-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

¡Ser jurado!

Luke Minteer todavía no salía de su asombro. Al día siguiente, se suponía que tendría que ser el jurado de un caso civil. Por los pocos datos que había podido obtener del abogado, Luke ya sabía que aquello iba a ser una pérdida de tiempo. ¡Del poco tiempo que tenía!

A pesar de lo complicado que era para él formar parte de un jurado, se había presentado, cumpliendo con su obligación, a la preselección que se hacía en los tribunales.

Había contado de antemano con que lo iban a rechazar. Por primera vez en su vida, le habría venido bien que lo rechazaran y, después de sus tormentosos días en el mundo de la política, no esperaba menos. ¿Quién iba a quererlo a él como jurado?

Pues aparentemente todo el mundo, porque lo habían seleccionado.

Desesperado, miró al resto de los miembros del jurado que estaban sentados con él. Se esperaba de ellos que metieran sus vidas en un cajón durante el tiempo que durara aquello, y permanecieran cautivos en un juzgado. ¡Y todo porque dos idiotas, ayudados por sus respectivos abogados, habían decidido acusarse el uno al otro!

¡Él era Luke Minteer! ¡No podía ser jurado!

Miró a la mujer embarazada que estaba sentada junto a él. Parecía una adolescente, pero no podía ser, pues en el estado de Pensilvania solo podían ser miembros de un jurado los ciudadanos mayores de veintiún años.

Luke no podía saber de cuántos meses estaría embarazada. Soltero y sin hijos, las futuras madres seguían siendo para él un misterio.

Luke gruñó.

–¡Cómo me gustaría conocer algún tipo de conjuro que me sacara de esto!

–Has dicho, exactamente, lo que yo estaba pensando –dijo la mujer embarazada.

Luke se sorprendió, pues su intención no había sido hablar en alto.

–Deben de estar realmente desesperados por un jurado, porque yo voy a tener el bebé en cuestión de seis semanas. Los abogados dijeron que el juicio habrá concluido antes de eso –añadió ella esperanzada.

–No creas todo lo que te digan –dijo Luke–. Especialmente, si es un abogado el que lo dice. He estado metido en política y sé de lo que hablo.

–¿No le has dicho que te dedicabas a la política? –dijo ella, abriendo los ojos con sorpresa–. Se supone que eso es suficiente para descalificarte como jurado.

–Este caso es civil, no tiene nada que ver con una cuestión política.

–Y por cierto, un caso bastante estúpido –añadió ella.

–Me has quitado las palabras de la boca –dijo Luke–. Las acusaciones son absurdas: un chico le da a una chica un anillo de compromiso. Él la abandona y ella se niega a devolverle el anillo, que él reclama por ser una herencia familiar.

–Pero ella dice que es un regalo y que tiene derecho a quedárselo –dijo su embarazada compañera.

–O a vender –añade Luke–. Para ponerse unos pechos de silicona, esenciales en su carrera como bailarina de strip tease.

–Al parecer, ella también lo acusa de interferir en su derecho a trabajar –dijo la joven mujer.

–¿Sabes que los dos están pidiendo indemnización por los daños emocionales sufridos? Como si alguien capaz de llegar a esto pudiera sentir algo más que un deseo de venganza.

–¿Por qué será que la gente no puede solucionar las cosas como personas civilizadas? –dijo ella–. ¿Por qué tienen que llegar hasta un juicio y arrastrarnos a todos? Me parece imposible que alguien pueda dar la razón a alguno de los dos. Yo, por mi parte, ya no los soporto a ninguno de los dos y ni siquiera los conozco.

–¿Le has dicho eso a los abogados? –preguntó Luke.

Ella asintió.

–Sí, claro que sí.

–Yo también. Debe de ser por eso por lo que nos han elegido. Es mejor que no te caiga bien ninguno, a que te inclines por uno de ellos. Supongo que los abogados considerarán eso como justo e imparcial.

–Es como la política –dijo ella pensativa–. Generalmente no te gustan ninguno de los candidatos, pero se supone que tienes que votar por alguno. Se trata de elegir al menos malo.

Luke suspiró descorazonado.

–Algo me dice que piensas que todos los políticos son gentuza, moralmente corruptos… Puedes detener mi retahíla de descalificaciones cuando gustes.

Ella no lo hizo. ¿Significaría que pensaba así de los políticos?

–Trataba de ser irónico –trató de aclarar él–. Te aseguro que hay excepciones de políticos no corruptos.

–Te creo –dijo ella en tono aburrido.

Luke tenía la experiencia de que la política o bien aburría o bien exaltaba los ánimos. En cualquiera de los casos, era recomendable cambiar de tema. No fue capaz.

–Una de esas excepciones es mi hermano, Matt Minteer. Es congresista –dijo Luke con fraternal orgullo–. Representa al distrito de Johnstown, que incluye este condado, de modo que sería tu representante en el congreso.

–Matt Minteer –repitió ella–. ¿Es ese el que despidió a su propio hermano por trucos sucios y tácticas poco claras en la campaña electoral? Sí, oí hablar de él cuando me trasladé aquí, el año pasado.

–Sí, ese es Matt. Me echó del partido hace dos años y ocho meses, pero todavía cuentan la misma historia.

–¿Y te han elegido como jurado a pesar de todo? –preguntó la mujer incrédula–. Están realmente desesperados.

–Nunca pudieron imputarme los cargos –dijo Luke en tono defensivo–. Aunque, a Luke y a sus allegados les dio igual. Son un grupo muy tradicional, asentados como el cemento en un modo de hacer las cosas. Cuando traté de ser innovador y competitivo, de asumir riesgos y de implantar nuevas ideas para…

–Traducido –dijo ella–. Cuando intentaste usar trucos sucios, ellos no lo aprobaron y te cortaron las alas.

–¿Eres siempre tan incisiva?

–Sí –respondió ella.

–Bueno, ¿por qué ibas a ser diferente al resto de la gente? –Luke se dio cuenta de que parecía estar autocompadeciéndose, pero le dio igual–. Nadie en este distrito se molestó en plantearse dos veces si las acusaciones eran fundadas o no, incluyendo a mi familia. Todo el mundo me lo recuerda aún hoy, que ya no soy un congresista, sino un renombrado escritor de novelas de intriga.

Ella alzó las cejas.

–¡Crímenes!

Luke sonrió. Aunque la gente de la zona discrepaba de sus tácticas innovadoras, todos compraban sus libros. Todo el mundo en todas partes, reconocía su triunfo como escritor de novelas de ficción.

–He escrito un bestseller sobre un asesino en serie, que se colocó como número uno en la lista de ventas del New York Times.

–No me gustan las novelas sobre crímenes, y jamás leo cosas sobre asesinos en serie –dijo ella, claramente en desacuerdo con ese tipo de literatura–. No entiendo por qué la gente quiere leer sobre esas cosas y, menos aún, que alguien las escriba.

Él hizo una mueca.

–Eso mismo alega mi familia. Sin embargo, una de mis tías insiste en que haga los crímenes más escabrosos.

–Pues yo no estoy de acuerdo con ella. Glorificar el crimen es tóxico.

–Yo no glorifico… –empezó a defenderse, pero la miró pensativo–. Eres brutalmente franca. Sospecho que esos abogados han debido pensar que eres fácilmente maleable, como futura mamá, pero me temo que se equivocan.

El alguacil apareció y les informó a los doce miembros del jurado que tendrían que estar allí a las nueve y media del día siguiente, para el comienzo del juicio y que se podían marchar.

Los doce protestaron, uno a uno por tener que estar allí y por tener que marcharse, por tener que volver y por muchas otras cosas, algunas pertinentes y otras menos.

–Bueno –le dijo Luke a su compañera embarazada–. Puesto que vamos a pasar bastante tiempo juntos, no estaría de más que nos presentáramos. Yo soy Luke Minteer.

Le tendió la mano.

–Brenna Morgan –dijo ella y se la estrechó con vertiginosa rapidez.

–Cualquiera diría que tengo un virus. Soy solo el hermano malo de un honorable congresista. Pero eso no es contagioso.

Ella lo miró dispuesta a debatir el tema

–Así que cambiaste tu carrera de político corrupto por la de escritor de novelas de asesinos en serie.

–Y por el tono con que lo dices, no sabes cuál es peor –dijo él y ella lo miró sorprendida–. No, no es que lea el pensamiento, sino que mi madre, mis hermanas, mi abuela y mis tías piensan exactamente lo mismo, con la única excepción de mi tía Helen. Nunca pierden la oportunidad de darme la charla. Te llevarías estupendamente con todas ellas.

–¿Pero a ti te divierte escribir sobre el mal?

Lo miraba como si se tratara de Satanás.

–Te lo voy a explicar como trato de explicárselo a mi familia. Inventar un crimen y un caso, y resolverlo, es fascinante. Puedes meterte en la mente de los personajes. Luego, visto desde un punto de vista práctico, es algo con lo que ganarse la vida, y un buen cambio de carrera.

Luke tenía que reconocer que quería presumir de su éxito como escritor.

Brenna lo miró impasible.

–Así que lo lógico después de haber sido un político corrupto es hacerse escritor de novelas de asesinatos. ¿No había nada entre medias? Ya sabes, un trabajo normal…

–¡Ja! ¡Lo he visto, lo he visto! Te estás riendo. Puedo ver la chispa de humor que hay en tu mirada. Estás bromeando, ¿eh?

Luke utilizó la misma sonrisa que aparecía en la foto del libro, y por la que muchas mujeres le habían escrito, sin haberse molestado en leerlo.

Brenna le devolvió la sonrisa.

Luke había sabido de antemano que lo haría. Ninguna mujer era inmune a aquella sonrisa tan especial, con la única excepción de las mujeres de su familia.

–La verdad es que no estaba bromeando.

–Seguro que sí. Esos enormes ojos grises lo dicen todo.

–No, no dicen lo que tú crees que dicen.

–¿Eres de esas personas que siempre han de tener la última palabra? ¡Pobre marido y pobre de los abogados que te han considerado como alguien fácil de manipular!

Ya se dirigían hacia la puerta y, mientras caminaban, él notó que no era muy alta, como él. Luke tenía superado lo de su estatura. Y para demostrarlo, siempre salía con mujeres más altas, especialmente si llevaban tacones. Le gustaba el reto de la altura.

Volvió a mirar a la mujer. Era muy atractiva. Rápidamente, renegó de aquel pensamiento. Nunca se fijaba en las mujeres embarazadas. Pertenecían a otro hombre y a él no le gustaba pelearse con sus compañeros de sexo.

Además, las mujeres embarazadas eran futuras madres, y las madres merecían todo su respeto.

De modo que no podía pensar que una mujer embarazada era atractiva, pues de ahí era fácil pasar a desearlas, y una madre no podía resultarle sexy.

Pero Brenna Morgan, con aquel cabello largo y negro, sus ojos grises y grandes, y los labios sensuales… ¡No, sensuales no! ¡Los labios de una madre no podían ser sensuales!

En definitiva, preñada o no era una mujer muy atractiva.

Se fijó en su figura. Respiró aliviado. No tenía figura. Era solo un balón inflado.

Se alegró, porque aquella mujer pertenecía a otro hombre.

–¿Qué opina tu marido de esto de ser parte de un jurado?

Brenna se puso el abrigo y lo miró muy seria.

–No tengo marido. Este niño es mío solo.

Ella abrió la doble puerta y salió a la calle, dejándolo boquiabierto.

 

 

–¿Te han elegido como miembro de un jurado en tu estado? ¿Están locos? –dijo Cassie Walsh, la vecina de Brenna.

Abigail, la pequeña de tres años, hija de Cassie, miraba embobada la película de Winnie The Pooh, haciendo caso omiso a las exclamaciones de su madre.

Cassie le trajo un reposa pies a Brenna.

–Ya se lo he dicho, pero les ha dado exactamente igual.

–¿Cómo pueden pretender que estés sentada durante horas? ¿No puedes llevar un justificante de tu médico?

–Pero, entonces, me podrán llamar después de que el bebé haya nacido, y prefiero que lo hagan ahora. Al fin y al cabo, estar sentada ahí, es como estar sentada en mi estudio dibujando todo el día.

–Sí, supongo que sí.

–Uno de los miembros del jurado es el hermano del congresista Matt Minteer –añadió Brenna, haciendo un esfuerzo para mantener su voz neutra. Le preocupó ese empeño en tener que fingir desinterés. ¡Debería sentir un natural desinterés! Pero sabía que lo que intentaba era conseguir información sobre Luke a través de Cassie. Su hermano era un cabildero en Harrisburg y sabía cosas sobre los políticos de Pensilvania.

–¿Qué hermano? Matt Minteer tiene tres hermanos: Mark, Luke y John.

–Luke –respondió Brenna. Todavía no se podía creer que estaba jugando a aquel juego. No era su estilo.

–¡Vaya! El soltero de oro del condado de Cambria –Cassia soltó un carcajada.

Brenna se sintió incómoda con su propia preocupación por Luke. Sin duda, era uno de esos hombres demasiado guapos, demasiado carismáticos y demasiado masculinos.

No le había pasado desapercibido su pelo oscuro, ligeramente largo, sus ojos azules, con cierto aire pícaro y su boca… ¡Ay, su boca!

Brenna se puso las manos sobre el rostro, para controlar el rubor que enardecía sus mejillas, y que precipitaba incontroladamente el recuerdo de Luke en la sala del juzgado.

La camisa de manga larga no hacía sino acentuar sus anchos hombros y su torso musculoso, y llevaba vaqueros, a pesar de que en el juzgado había un cartel explícito en el que se especificaba que no se podía llevar ese tipo de ropa.

Daba lo mismo que la mayoría de la gente llevara vaqueros, a él le quedaban muy bien, demasiado bien.

Brenna sacudió la cabeza para olvidar la imagen que tenía patente delante de ella.

Pero no consiguió sino excitar aún más su imaginación.

Pensó en sus manos, con dedos largos pero firmes. Llevaba las uñas bien cortadas y limpias. Le sorprendió haberse fijado en él con tanto detalle, y pronto se dio cuenta de que en su recuerdo también había quedado fijado el modo en que su pecho descendía hacia un vientre plano y…

Brenna se levantó de la silla de un salto.

–¿Estás bien? –le preguntó Cassie.

Brenna asintió.

–Una contracción.

–No te preocupes. Son normales –le dijo Cassie, experimentada madre de tres niños.

Pero a Brenna no le preocupaban las contracciones en absoluto, lo que le alarmaba era todo lo que ese tal Luke despertaba en ella.

Aquello la había tomado totalmente por sorpresa. ¿Se estaba volviendo loca o qué le pasaba? Ya estaba a punto de entrar en su noveno mes de embarazo y en lo último que debía pensar era en…

De pronto, esa idea la tranquilizó. ¡Era todo culpa de las hormonas!

Según había leído en varios libros, hacia el final del embarazo las hormonas comenzaban a hacer que sintiera todo tipo de cosas extrañas, incluso la obligarían a comportarse de modo raro.

–Estás muy cansada –dijo Cassie–. ¿Por qué no te quedas a cenar? Ray va a llegar tarde hoy y Brandon y Tim van a cenar en casa de su amigo Josh. He hecho macarrones con salsa de queso para Abigail y para mí, y hay muchísima comida. Tengo, además, tarta de chocolate para postre.

–Tengo que irme a casa a trabajar. No puedo cenar aquí –dijo Brenna.

–Anda, quédate, y te contaré todo lo que sé sobre Luke Minteer. Según dice mi hermano Steve, se convirtió casi en una leyenda durante el gobierno de Matt.

–¿Qué tipo de leyenda? –preguntó Brenna, con excesivo interés.

Su bebé le dio una patada que se notó por fuera.

–Al parecer, le gustaban los juegos psicológicos para vencer a sus oponentes y, muy particularmente, los juegos con las mujeres. Por aquel entonces, mi hermano era igual. Por suerte, Steve se ha enmendado, y tiene una familia ahora.

–No se puede decir lo mismo de Luke Minteer –dijo Brenna.

Por supuesto que a ella le daba lo mismo. Aquella no era más que una conversación para pasar el tiempo con Cassie, pues había decidido quedarse a cenar. La invitación era demasiado tentadora. Ya se quedaría trabajando por la noche.

–No, Luke no –dijo Cassie–. Cuando Matt salió elegido para el congreso, Luke se fue con él como su ayudante. No está muy claro el motivo, pero al final su hermano acabó echándolo del partido. Los Minteer se pusieron furiosos.

–¿Con Luke o con Matt?

–Con Luke, por supuesto. La familia le dejó muy claro que estaban decepcionados con él e incitaron a todo el mundo a sentir lo mismo –dijo Cassie.

–La verdad es que, después de todo aquello, no sé por qué ha regresado aquí –dijo Brenna–. Es una decisión extraña, volver a una pequeña ciudad, donde va a ser víctima del ostracismo y las críticas de su familia.

–Quizás quería demostrar que tiene una cara buena. Pero no lo consiguió. Después, ha escrito una novela de mucho éxito que, al parecer, va a ser llevada al cine, lo que significará mucho dinero. Pero su familia todavía no lo acepta. Son gente muy dura los Minteer.

–Al parecer, tiene una tía a la que sí le gusta su libro.

–No sé cuál será, porque hay muchísimos Minteer en esta zona. Pero ya es casualidad que justo te haya tocado junto a él en un jurado.

–¿Qué quieres decir?

–Bueno, que nunca se sabe. Quizás pueda suceder algo entre vosotros dos durante…

–¡Cassie! ¡Estoy embarazada de nueve meses, por favor!

–De un bebé que necesitará un padre, ¿o no?