Amor en la red - Nina Harrington - E-Book
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Amor en la red E-Book

Nina Harrington

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Beschreibung

¿Acudir a una cita ajena? A Andy Davies le había pedido su jefa que le organizara una cita a través de una página de contactos. Había escogido al que le parecía el mejor candidato, pero, justo antes de la primera cita, ella le dijo que la cancelara. Andy, que sabía lo humillante que era que a una la dejasen tirada, decidió ir a disculparse con él en persona. Para su sorpresa, sin embargo, Miles Gibson la deslumbró, dejándola aturdida por la increíble conexión que sentía con él. Y aunque se había jurado olvidarse de los hombres por una temporada, aceptó una segunda cita... solo una. Pero esa clase de atracción irresistible a primera vista solía acabar complicándose.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Nina Harrington

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor en la red, n.º 2586 - enero 2016

Título original: Truth-Or-Date.com

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-687-7670-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: Esa «querida» compañera de colegio, y las citas por Internet.

Hola, Saffie:

Lo sé, lo sé… Debería haberte escuchado cuando intentaste advertirme de que no era una buena idea aceptar ese trabajo de media jornada como secretaria de Elise.

¿Recuerdas que te conté que se había apuntado a una exclusiva agencia de contactos por Internet para jóvenes ejecutivos? Bueno, pues ahora resulta que está demasiado ocupada para escribir mensajes a los hombres que puedan interesarle, y se le ha ocurrido que sea yo quien se los escriba. Me dijo que solo serían unos cuantos mensajes, lo justo para «echar la pelota a rodar». En fin, ¿para qué están las secretarias si no, verdad?

Estuve a punto de decirle que lo dejaba, y que se buscase a otra tonta, pero me ofreció un extra, con el que tendría bastante para pagarme ese curso de ilustración profesional que me muero por hacer. Con esa formación podría conseguir que me tomasen en serio como artista.

Como ves, las cosas no han cambiado mucho desde el colegio; estoy segura de que Elise sabía que sería incapaz de rehusar.

Así que llevo toda la semana mensajes van, mensajes vienen, «cortejando» a varios posibles candidatos a llevar del brazo a nuestra «querida» Elise a la fiesta de Navidad de la empresa.

Bueno, pues las cosas acaban de ponerse aún peor. Hace diez minutos me mandó un mensaje al móvil para decirme que tenía que marcharse a Brasil por un negocio urgente y, espera a oír esto, que había cambiado de opinión respecto a lo de las citas por Internet. Ahora dice que le parece algo demasiado sórdido y arriesgado que podría estropear su reputación. ¿Te lo puedes creer?

Creo que no se ha leído ni un solo mensaje de los que envié a través de la página, ni las encantadoras respuestas que recibí de esos hombres, que habían reorganizado su agenda para tomar un café con ella esta semana.

Pero el problema es que la primera cita era esta tarde… dentro de una hora, y es demasiado tarde como para cancelarla. El nombre de usuario del tipo en cuestión es @deportista, y parece muy simpático.

Me sabe fatal pensar en ese pobre hombre sentado en la cafetería esperando a @chicadeciudad, y que Elise no se presente. Sé lo que es que te dejen tirado, y no se lo desearía a nadie. Además, en cierto modo me siento responsable. ¿Crees que debería ir a esa cita y explicarle lo ocurrido? ¡Dios!, ¡esto es una locura!

Espero que ese chef que tienes por jefe no te esté matando a trabajar.

¡Deséame suerte!

Andy

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: Re: Esa «querida» compañera de colegio, y las citas por Internet.

Andy Davies, ¡me vas a volver loca! No puedo creerme que hayas aceptado fingir que eres Elise en esa página de contactos. ¿Hablamos de la misma Elise van der Kamp, la mujer con las habilidades sociales de una piraña y el doble de rastrera que uno de esos bichos?¡Por Dios!

No me sorprende nada que escogiera a alguien amigable como tú para que escribiera esos mensajes por ella. Si no, no le habría respondido ni un solo hombre.

En cuanto a lo de ir a esa cita en su lugar… Entiendo que te sentirás mejor si vas a disculparte en persona, pero ten cuidado. ¿Un ejecutivo al que le han dado plantón y le han mentido? Podría enfadarse y pagarlo contigo, así que haz uso de tu encanto personal y llévate unos lápices bien afilados, por si acaso.

Besos,

Saffie, la esclava de la cocina

 

 

ANDRÓMEDA Davies se bajó del autobús rojo de dos pisos, y corrió a ponerse a cubierto bajo la marquesina de la tienda más próxima. La lluvia de noviembre caía incesante sobre la ciudad de Londres. Sus ojos se posaron en el letrero de la cafetería al otro lado de la calle.

Inspiró profundamente, tiró un poco del bolso, cruzado sobre el pecho, y abrió su paraguas morado. Luego dejó caer los hombros y se metió la mano libre en el bolsillo de su gabardina, de color azul marino con ribetes blancos. Aunque esas gabardinas estaban a la última, la había comprado en una tienda de ropa de segunda mano. ¡Las cosas que hacía por ahorrar dinero para su vocación artística!

Claro que, mientras se atuviera al plan, tampoco tenía que preocuparse por lo que llevaba puesto ni dónde lo había comprado. Lo único que tenía que hacer era entrar en la cafetería, esperar a que llegara @deportista, disculparse educadamente en nombre de Elise y marcharse. En diez minutos habría terminado.

Aunque la @chicadeciudad a la que estaba esperando era la sofisticada y eficiente directora de la mayor agencia de publicidad de Inglaterra. De hecho, Elise había insistido en que en su perfil de la página de contactos escribiera que aspiraba a convertirse en «una gurú del marketing a nivel internacional».

Andy puso los ojos en blanco. En fin, todo eso daba igual. Despacharía a @deportista en diez minutos, se subiría de nuevo al autobús y volvería a ser la Andy Davies de siempre: secretaria por las mañanas, proyecto de ilustradora por las tardes e historiadora de arte los fines de semana, cuya única aspiración, de momento, era pagar sus facturas.

Enarbolando su paraguas, se lanzó a cruzar la calle, zigzagueando entre los coches parados por el típico atasco de la hora punta. Casi había llegado a la otra acera cuando, al esquivar a un mensajero en bicicleta, plantó sin querer el pie derecho en un charco.

El agua, fría y sucia, le salpicó la pantorrilla y se le coló por dentro del chic botín de tacón, haciéndola estremecer.

Maldiciendo entre dientes, Andy subió a la acera, cerró el paraguas, que con el viento que hacía no le había servido de mucho, y entró en la cafetería. El delicioso aroma a café recién molido y el runrún de las conversaciones la envolvieron de inmediato.

Paseó la vista por el local, pero no había ningún hombre ataviado con una camisa hawaiana, lo que @deportista le había dicho que iba a llevar. Y sería difícil que escapase a su mirada alguien con esa clase de atuendo en una tarde de noviembre en el centro de Londres.

Andy fue al mostrador a pedir un café, y cuando se lo sirvieron fue a sentarse en una mesita libre en el rincón, de espaldas a la pared. Apoyó en ella el paraguas, se quitó la gabardina y la colgó en el respaldo de la silla antes de alisarse con las manos la falda gris de su traje preferido.

Sintió un cosquilleo nervioso en el estómago. Aquello era ridículo. No era una cita de verdad; no tenía por qué estar nerviosa. Había ido allí para disculparse en nombre de Elise; eso era todo.

Además, ¿y qué si había intentado imaginar cómo sería @deportista en persona? En la pequeña fotografía de su perfil no se le veía demasiado bien, y las fotografías podían ser engañosas.

Era normal que sintiese curiosidad, ¿no? Sobre todo cuando @deportista le había hablado de su intensa vida social, de que hacía surf en lugares como Hawái o California, y la había hecho reír con sus historias. Tenía sentido del humor y eso, al principio, le había parecido un punto a su favor, puesto que cualquiera que pretendiese salir con Elise lo necesitaría.

 

 

Andy se mordió el labio. Quizá ir allí no hubiera sido tan buena idea. Como había dicho Saffie, @deportista tenía todo el derecho a enfadarse con ella, y con Elise, por haberlo engañado. Pero tenía que hacer lo correcto; tenía que decirle la verdad a la cara y disculparse. Se lo debía, y a sí misma también.

Además, aunque resultase ser guapísimo, y tan simpático como en sus mensajes, ella tampoco andaba en busca de una relación. Había aprendido la lección con su exnovio, Nigel. No más mentiras; no más media verdades; no más autoengaños. Y sí, por el momento, no más novios. Estaba muy feliz soltera y sin compromiso.

Miró su reloj. Solo serían diez minutos, se repitió. Y luego podría dedicar las pocas horas libres que le quedasen para dedicarse a lo que más le gustaba: dibujar.

Reprimiendo una sonrisa, sacó de su enorme bolso un lápiz y su cuaderno de bocetos. El museo en el que trabajaba los fines de semana había llegado a un acuerdo con ella: les presentaría cinco diseños de tarjetas navideñas dibujadas por ella, y si eran de su agrado las venderían en la tienda. Casi estaban terminados. Aquella era su oportunidad para persuadirles de que le permitiesen también exponer algunas de sus obras.

Tan enfrascada estaba retocando uno de los bocetos, que cuando se abrió la puerta de la cafetería, dejando pasar una ráfaga de aire frío y húmedo, volvió de golpe al presente con un escalofrío y alzó la vista sorprendida.

Acababa de entrar un hombre alto, de rostro bronceado y pelo castaño, algo largo, despeinado y mojado por la lluvia. Justo en ese momento estaba bajándose lentamente la cremallera de la cazadora impermeable que llevaba, como si fuese un stripper. Umm… Si lo fuera, ella estaría sentada en primera fila, diciéndole que no se diese prisa.

Cuando fue a quitarse la cazadora, Andy contuvo el aliento. No había duda, era él; debajo llevaba una camisa hawaiana de color azul con flores blancas. Su mandíbula cuadrada parecía esculpida, pero sus labios eran carnosos y muy sensuales.

En la foto de su perfil solo se veía, de hombros para arriba, a un tipo con el pelo corto con chaqueta y corbata que parecía un clon de tantos otros ejecutivos. Pero en carne y hueso era muy distinto; aquella fotografía no le hacía justicia en absoluto.

Los vaqueros, que le sentaban como un guante, insinuaban los fuertes músculos de sus piernas, y por un momento se quedó allí de pie, con las manos en los bolsillos, paseando la vista de mesa en mesa.

De pronto era como si el local hubiese encogido con su presencia, como si lo dominase todo. ¿Cómo había hecho eso? ¿Cómo, si acababa de entrar, parecía de repente que fuese el amo y señor del lugar?

El nombre de usuario que utilizaba en la página de contactos le iba como anillo al dedo. Más que el dueño de una empresa de ropa deportiva, parecía la imagen de la misma. No le costaba nada imaginárselo al timón de un yate de regatas.

Era una lástima que estuviese en periodo de celibato autoimpuesto, porque era el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo.

En ese momento sus ojos se posaron en ella, y se quedó mirándola unos segundos antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa relajada, cuya calidez hizo que el corazón le diera un brinco en el pecho a Andy y que una ola de calor le subiera por el cuello y encendiera sus mejillas.

Por un instante se sintió como si fuera la persona más importante y hermosa en el local, y a pesar de la agitación que se había apoderado de ella, en vez de moverse nerviosa en su asiento, o esconderse debajo de la mesa, alzó la barbilla.

El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho y su mente era un torbellino de pensamientos. De pronto sentía deseos de atusarse el cabello, erguirse en su silla y sacar pecho. Era como si la hubiesen rociado con unos polvos mágicos que hubiesen disparado su libido.

 

 

Andy se apresuró a guardar el lápiz y el cuaderno y se irguió en su silla mientras @deportista avanzaba sin prisa hacia ella. Cuando se detuvo frente a su mesa, Andy alzó la vista hacia sus ojos. Eran tan oscuros como el chocolate negro y tan profundos que podría mirarlos durante horas y perderse en ellos.

–Soy un tipo deportista –le dijo–. ¿Es a mí a quien esperas, chica de ciudad?

Se quedó allí de pie, aguardando pacientemente su respuesta con esa sonrisa de modelo de revista en los labios.

Tenía una voz profunda y aterciopelada, como la de esos locutores de radio que ponían baladas románticas de madrugada. Suerte que estaba sentada, se dijo Andy, porque al oírla le flaquearon las rodillas. Y, a juzgar por las miradas de las mujeres que estaban en las mesas más próximas, parecía que el poder de atracción de @deportista tenía un radio de al menos tres metros.

¿Qué necesidad tenía un hombre así de citarse con mujeres por Internet?, se preguntó tragando saliva.

–Yo diría que sí –levantó un extremo del pañuelo lila de seda que tenía liado al cuello.

Era la prenda que le había dicho que llevaría para que la reconociera.

–Perdona que llegue tarde –se disculpó él con otra sonrisa. Se quitó la cazadora y la arrojó al suelo, junto a su paraguas–. Tenía que llevar a alguien al aeropuerto y el tráfico estaba horrible. Gracias por esperar.

–No pasa nada. Me alegra que por fin nos conozcamos –contestó ella tendiéndole la mano.

Él dio un paso adelante para estrechársela, y en el momento en que sus largos y fuertes dedos se cerraron en torno a los suyos, Andy se encontró teniendo pensamientos de lo más inapropiados sobre el efecto que provocarían esos mismos dedos en otras partes de su cuerpo.

Cuando por fin le soltó la mano y tomó asiento frente a ella, respiró aliviada.

–Lo mismo digo. Así que… publicidad para empresas, ¿no? Un sector complejo el de la publicidad.

No podía soltarle la verdad así, de sopetón. Le daría cinco minutos para que pidiera un café y luego se lo diría con suavidad.

Tomó un sorbo de su taza para darse tiempo a pensar en algo inteligente que contestar.

–Bueno, sí, a veces lo es. Pero para tener éxito un emprendedor tiene que correr riesgos, ¿no?

Los labios de él se curvaron en una nueva sonrisa.

–Yo diría que esa es la mejor parte. Desafiar los límites, a pesar de los riesgos. ¿Me dejas que te pida otro café? –le preguntó.

Y, sin esperar una respuesta, giró la cabeza hacia la barra. Una de las camareras apareció solícita al otro lado de la nada, como el genio de la lámpara.

–Tráiganos dos cafés como el que está tomando la señorita. Y también una tortilla de tres huevos con jamón, champiñones y muchas especias; pero nada de cebolla. Ah, y también un panini y un par de galletas. Gracias.

La camarera asintió con una sonrisa.

Increíble. Atónita, Andy se quedó mirando la barra, tras la cual las dos camareras se afanaban para preparar lo que @deportista había pedido.

Se volvió hacia él y le preguntó, señalando la barra con la cabeza:

–¿Siempre haces eso?

Él parpadeó, y le contestó con otra deslumbrante sonrisa:

–¿El qué?, ¿pedir café? Pues sí, de vez en cuando. Sobre todo cuando estoy en una cafetería.

–Me refería a que si siempre pides desde la mesa en la que estás sentado en vez de ir a la barra, como todo el mundo. ¿Y por qué has pensado que me apetecía otro café? A lo mejor habría preferido un té. O uno de esos emparedados de ternera.

Él apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia delante. Llevaba desabrochados los dos primeros botones de la camisa, y Andy no pudo evitar que sus ojos se desviaran hacia el trozo de torso bronceado que se entreveía. Inspiró, tratando de no pensar en lo que estaba pensando, pero el corazón le palpitó con fuerza cuando él le respondió en un susurro:

–Decidí arriesgarme, chica de ciudad.

Y luego se echó hacia atrás, y le guiñó un ojo.

Capítulo 2

 

¿ARRIESGARSE? ¿Que había decidido arriesgarse? Hablaba como si fuera James Bond, y estaba segura de que lo hacía con toda la intención, que sabía perfectamente el efecto que tenían en las mujeres esa clase de frases.

De pronto saltó en su interior una señal de alarma. ¿Qué necesidad tenía un hombre tan atractivo y seguro de sí mismo de recurrir a una página de contactos para conseguir una cita?, se preguntó, mirándole recelosa.

Un mechón de cabello castaño cayó sobre la frente de @deportista, que lo echó hacia atrás con las puntas de los dedos, como un modelo, pero sin perder ese aire viril y rudo.

En sus labios se dibujó una sonrisa, entre sugerente y descarada, tan contagiosa que Andy tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír también.

Según su perfil de la página de contactos, dirigía con su hermano una compañía de ropa deportiva, dentro de la cual él promocionaba la línea de deportes marítimos, entre ellos el surf, que además practicaba.

Por su aspecto daba la impresión de ser otro emprendedor guapo y arrogante que había tenido suerte en los negocios, y que aprovechaba cualquier oportunidad para alardear de su dinero a la más mínima oportunidad. No le extrañaba que esperase que todo el mundo saltase solo con que chasquease los dedos.

«Dile la verdad y acaba con esto; lo soportará», se dijo. Inspiró para reunir el valor suficiente y se irguió en la silla. Estaba a punto de decirle quién era y por qué estaba allí, cuando llegó la camarera con lo que él había pedido, y la distrajo el delicioso aroma del panini con jamón y queso recién tostado y de las galletas con trocitos de avellana.

–Las damas primero –le dijo @deportista, señalándole el panini, que acababa de cortar en dos. Aunque se le había hecho la boca agua al ver el queso derretido, Andy iba a declinar su ofrecimiento cuando le sonó el estómago.

–Gracias –murmuró sonrojándose–, pero hay algo que tengo que decirte, y es importante. Es que… no soy quien crees que soy. Cuando te envié esos mensajes, yo…

De pronto se oyó un batacazo. El hombre mayor de la mesa de al lado se había levantado, dejando caer la silla, y jadeaba mientras se aferraba con las manos al borde de la mesa. Parecía presa del pánico. Se le salían los ojos de las órbitas, y estaba cada vez más rojo.

Andy se levantó como un resorte.

–¡Dios mío, se está ahogando! –exclamó–. ¡Necesita ayuda!

Y aunque la gente al oírla empezó a levantarse para ver qué pasaba, no esperó a que acudiera nadie en su rescate, sino que ella se adelantó.

Le dio un fuerte golpe entre los omóplatos con la base de la mano, pero no tuvo efecto alguno. Andy iba a repetirlo cuando @deportista apareció a su lado, rodeó el tronco del hombre con los brazos por detrás y tiró con fuerza hacia atrás.

De la garganta del hombre salió volando un trozo de bocadillo de ternera, con el que se había atragantado, y sus hombros se distendieron de alivio. Cuando se hubo recobrado del susto, le tendió la mano a @deportista, que se la estrechó y le dio una palmada en el brazo antes de volver a su mesa, aparentemente ajeno a los vítores y los aplausos de los otros clientes y las camareras.

–¿Te ocurre algo? –le preguntó Andy al verlo contraer el rostro, como dolorido, cuando se sentó.

–No es nada; solo un calambre –respondió él, masajeándose el muslo–. Es que no estoy acostumbrado a estar sentado mucho rato.

–Lo que has hecho ha sido impresionante –dijo Andy.

Él se encogió de hombros, como si no tuviese importancia.

–El primer empleo que tuve fue de socorrista en Cornualles; nos dieron un cursillo de primeros auxilios. Me alegra haber podido ayudar, aunque tú, para ser una chica de ciudad, no has estado mal. Solo que, si me permites un consejo, golpea con más fuerza la próxima vez.

–¿La próxima vez? Espero no volver a verme en una situación así –murmuró Andy–. ¿Cómo consigues mantenerte tan calmado? Yo estoy hecha un manojo de nervios –añadió mostrándole su mano, que estaba temblando, y se le había puesto helada.

Él, por toda respuesta, sonrió y la tomó entre las suyas para masajeársela y darle calor. A pesar de los callos que tenía en los dedos y en las palmas, sus manos eran sorprendentemente suaves. Andy sentía debilidad por las manos; era una de las primeras cosas en las que solía fijarse al conocer a una persona, y las de aquel hombre eran espectaculares.

Tenía los dedos largos y esbeltos, con las uñas limpias y cortas, pero en los nudillos se observaban algunas cicatrices. Tal vez se había equivocado al etiquetarlo como el típico directivo arrogante. Aquellas no eran las manos de alguien que se pasaba el día encerrado en un despacho. ¿Podría ser que no le hubiese mentido en sus mensajes cuando le había dicho que hacía surf?

–Simplemente sabía lo que había que hacer y lo he hecho –contestó finalmente–. ¿Estás más tranquila? –ella asintió–. Estupendo, pues vamos a comer –dijo apartando sus manos, para decepción de Andy.

Cortó la tortilla en cuatro trozos, y luego en ocho, antes de pinchar uno, junto con la ensalada de guarnición, y se llevó el tenedor a la boca. Cuando Andy vio sus sensuales labios cerrarse en torno al tenedor, y como lo sacaba luego lentamente de ella, sintió que una ola de calor la invadía, y tuvo que dejar en el plato la mitad del panini que había tomado para aflojarse el pañuelo.

Decididamente debía de tener algún problema, porque no acaba de explicarse que un hombre tan sexy estuviese soltero y buscando citas por Internet. Había oído hablar de hombres casados o comprometidos que se inscribían en páginas de contactos para tener aventuras con pobres chicas desprevenidas.

¿Sería uno de esos? ¿Y si fuera un periodista que estaba haciendo un documental sobre las tristes chicas desesperadas que se citaban con hombres por Internet? «Céntrate, Andy; no te dejes llevar por tu imaginación». Inspiró, y le soltó de sopetón:

–Tengo que decirte algo: no soy la ejecutiva que crees que soy. @chicadeciudad es mi jefa, pero tuvo que marcharse fuera por un asunto de negocios urgente, y era demasiado tarde para cancelar esta cita, así que he venido yo en su lugar para disculparme. Lo siento.