Amor para toda la vida - Melissa Mcclone - E-Book
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Amor para toda la vida E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

No creía en el amor, ni en el matrimonio, por lo menos para ella. Para los demás, Kelsey Armstrong Waters organizaba las mejores bodas y les deseaba lo mejor. Pero los fracasos matrimoniales de sus padres la hicieron jurarse que nunca recorrería el camino hasta el altar. Hasta que conoció a Will Addison. Llegó pidiendo ayuda para organizar la boda de su frívola hermana, y contra lo que le decía su instinto, Kelsey accedió. Él era guapo, sexy, un romántico que creía en el amor. Provocaba en ella sueños y sensaciones que creía que nunca experimentaría. Se le estaba olvidando la norma principal: "Recuerda, Kelsley, ¡tú nunca serás la novia en una boda!"

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Seitenzahl: 142

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Portadilla

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Melissa Martinez McClone

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor para toda la vida, n.º 1286 - julio 2016

Título original: His Band of Gold

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8717-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Sabes lo que esto significa, ¿verdad? –la sonriente novia, Su Alteza Real la Princesa Cristina Armstrong de Thierry, del principado de San Montico, no dio tiempo a Kelsey a contestar–. Tú serás la próxima en casarte.

Kelsey Armstrong Waters miró el ramo de novia que tenía en las manos. El aroma de los capullos de rosa le hacía cosquillas en la nariz, como tomándole el pelo. Aquel ramo había llegado a sus manos sin que se diera cuenta. Su primer pensamiento fue dejarlo caer al suelo, pero era una de las damas de honor y la organizadora de la boda, de modo que no podía hacerlo. Y tampoco iba a preocuparse por aquel mito tan tonto. Aunque lo dijera su prima favorita.

–Yo no pienso casarme.

–Eso lo dices ahora –sonrió Christina mirando a su marido, el príncipe Richard de Thierry–. Pero cuando conozcas al hombre de tus sueños… Ya verás cómo cambias de opinión.

Kelsey no quería estropearle la boda, así que no dijo nada. La institución del matrimonio podía ser perfecta para Christina y para mucha otra gente, pero a ella no le atraía en absoluto.

–¿Por qué no lo tiras otra vez? Puede que llegue a manos de alguien que crea en esa tradición.

–No podrás evitar que la tradición continúe –sonrió su prima, prácticamente flotando por la sala de baile. Christina vivía un cuento de hadas y después de su boda real nadie podría culparla por estar en las nubes–. Hay algo mágico en el amor…

Kelsey sabía de primera mano que la mayoría de los matrimonios fracasaban. Sus padres y muchos de sus clientes no eran más que un número para las estadísticas. El matrimonio era tan fácil como decir: «sí, quiero», pero el divorcio era más fácil aún. Triste, pero así era la vida. Y ella no quería saber nada del asunto.

–Yo solo tengo el ramo por casualidad. No tengo el anillo real de San Montico, como tú.

Christina movió la mano y la luz de los candelabros hizo brillar como un prisma el diamante que la había unido al príncipe. Kelsey dio un paso atrás, por si acaso. Un arco iris iluminó el ramo de novia.

–No tienes elección –dijo Christina–. Un día aparecerá tu príncipe encantado y antes de que te des cuenta, estarás casada.

Eso solo ocurría en los cuentos de hadas… aunque a su prima le había ocurrido. Pero Kelsey era diferente. Ella podía tener novio, pero marido…

De eso nada.

Demasiados problemas.

Demasiado dolor.

–Nunca voy a casarme.

–Nunca digas nunca –sonrió Christina–. Hazme caso.

Capítulo 1

 

31 de enero

Una pareja perfecta

 

Kelsey Armstrong Waters estaba mirándose en el espejo, con una sonrisa en los labios. El velo de encaje antiguo que había comprado en Londres parecía hecho expresamente para la diadema de flores y perlas que había encontrado en París. Cualquiera de sus clientes estaría encantada de llevar una pieza tan exquisita el día de su boda.

Mientras ajustaba el velo, tuvo que parpadear.

Había ocurrido algo increíble. Parecía una novia y se sentía como tal. Radiante, bellísima. El amor, el final feliz, e incluso la magia, parecían llenar el despacho. Una emoción inesperada la sobrecogió y dejó escapar un suspiro.

¿Era así como se sentían todas las novias? ¿Era eso lo que causaba que sus ojos se llenaran de lágrimas?

En ese momento, notó que olía a rosas. Era imposible. Las únicas rosas que había en su despacho eran las del ramo que le tiró Christina el día de su boda, guardado en una urna de cristal para que lo vieran sus clientes. Y las rosas estaban secas. Aquel ramo se había convertido en un icono cultural para los fans de las bodas reales.

Sin duda, Christina soltaría una carcajada si pudiera verla en aquel momento. No, todo lo contrario. Seguramente le diría, emocionada, que iba a ser una novia preciosa.

Pero eso no iba a ocurrir. Ni el ramo de su prima, ni estar probándose aquel velo y aquella elegantísima diadema iban a hacerle cambiar de opinión. El matrimonio no era para ella.

Frunciendo el ceño, Kelsey volvió a mirarse en el espejo. Probarse el velo había sido una estupidez.

–¿Por qué no me he comido una caja de bombones en lugar de hacer esta tontería? –murmuró, para sí misma.

–A mí también me gustan los bombones –la voz, profundamente masculina, hizo que sintiera un escalofrío.

Pero, aunque estaba sola, no se asustó. Tener la oficina en uno de los edificios más seguros de Beverly Hills le daba tranquilidad. Kelsey se volvió.

En la puerta había un hombre vestido con pantalones de color caqui, camisa blanca y una chaqueta de cuero marrón. Informal, pero elegante. Su pelo castaño caía sobre el cuello de la chaqueta y llevaba el flequillo hacia atrás, de una forma encantadoramente descuidada.

Era, en una palabra, espectacular.

Y considerando que ella conocía a los actores más guapos de Hollywood, eso era decir mucho. Podría haber sido modelo. Tenía la nariz ligeramente torcida, pero eso le daba personalidad. Mucha personalidad. Kelsey sonrió. Sus pómulos parecían moldeados por un artista. Sus labios generosos parecían prometer besos de cine. Y su mirada la hacía sentir como si fuera la mujer más importante del mundo.

«Este es el hombre con el que voy a casarme», pensó.

Aquel pensamiento la dejó sorprendida. Había estado rodeada de hombres guapísimos toda su vida y no se dejaba impresionar fácilmente por una cara bonita. Sin embargo, el aspecto tranquilo y la sonrisa fácil de aquel hombre la atraían de una forma curiosa.

Apenas había dicho unas palabras, pero su encanto parecía envolver la oficina. Una pena que no hubiera oído campanas cuando lo vio; si hubiera sido así…

¿Si hubiera sido así qué? ¿Por qué se estaba comportando como una adolescente?

–Buenos días.

–Buenos días. Estoy buscando a Kelsey Armstrong Waters –sonrió él, mostrando unos dientes perfectos.

–Pues… –Kelsey tuvo que respirar profundamente. No podía recordar la última vez que un hombre la había dejado sin palabras. Tenía veintiséis años, no quince, se dijo–. Yo soy Kelsey Armstrong Waters.

–Entonces es usted a quien estoy buscando.

–¿Qué desea? –preguntó ella, intentando sacudirse aquel extraño sopor.

–Necesito que me ayude a organizar una boda.

La realidad se abrió paso entonces. Aquel hombre guapísimo era un cliente. El marido de otra mujer.

Sin saber por qué, se sintió decepcionada. Ella no buscaba novio, pero no le importaría nada salir con él un par de veces…

¿En qué estaba pensando? Necesitaba unas vacaciones más de lo que creía. Necesitaba alejarse de novias histéricas y novios angustiados. Afortunadamente, solo faltaban un par de horas para tomar el avión.

–Perdone, no me ha dicho su nombre.

–Will Addison –se presentó él, sonriendo. La sonrisa formaba arruguitas alrededor de sus ojos verdes y le daba un atractivo muy peligroso.

Addison. El apellido le resultaba familiar, pero no se conocían. De eso estaba segura.

–Encantada –dijo Kelsey, estrechando su mano. Al hacerlo, una especie de corriente eléctrica recorrió su brazo y todo su cuerpo hasta llegar a los carísimos zapatos de tacón.

Tenía que concentrarse en otra cosa, se dijo. No podía portarse como una cría.

Aunque medía un metro setenta y cinco, se sentía pequeña al lado de aquel hombre de casi un metro noventa. Dándose cuenta de que el apretón de manos duraba demasiado, apartó la suya, nerviosa.

–Bonito velo –dijo Will entonces, con aquella voz ronca y profundamente masculina–. Está muy guapa vestida de novia.

¿De novia? Ella se llevó la mano a la cabeza. Estupendo, seguía llevando el velo. Menuda forma de recibir a un cliente. Kelsey se quitó el velo y la diadema y los dejó sobre la mesa.

–No voy a casarme, solo me lo estaba probando. Me gusta ofrecer lo mejor a mis clientes.

–Pues la novia que elija ese velo tendrá mucha suerte.

Kelsey se puso colorada. ¿Qué le estaba pasando? Ella no era de las que se ponen coloradas.

–¿Qué deseaba? –preguntó, después de carraspear un par de veces.

–Mi hermana va a casarse y quiere que usted organice la boda.

Su hermana. El pulso de Kelsey se aceleró. Saber que Will Addison no era el novio la alegraba tanto como si una de sus bodas hubiera salido en la mejor revista del mundo. Realmente necesitaba unas vacaciones si un extraño podía hacerla sentir así.

–¿Quiere sentarse?

–Gracias. Bonita oficina.

–Gracias.

Debería sentirse incómodo en un despacho decorado de una forma tan femenina, pero no lo parecía. En absoluto. Y eso la molestó. Aquel era su territorio. Pero Will Addison no parecía incómodo entre velos, flores, diademas y lazos.

En ese momento, él hizo un gesto con la mano y Kelsey vio un anillo. Una alianza.

Estaba casado.

El hombre de sus sueños era el marido de otra. Sin embargo, había coqueteado… bueno, coquetear no era la palabra, pero…

Tenía que concentrarse, se dijo.

Will Addison no era el hombre de sus sueños. Ese hombre no existía. Kelsey sabía muy bien que era absurdo enredarse en fantasías románticas. Y menos con un hombre casado.

–¿Cuándo se casa su hermana, señor Addison?

–Mis amigos me llaman Will.

–Muy bien, Will –murmuró ella, sacando su agenda–. ¿Cuándo se casa tu hermana?

–El catorce de febrero.

–Lo siento, pero tengo el año próximo completo.

–El catorce de febrero de este año –dijo él entonces, inclinándose un poco hacia delante. Olía a jabón y a una colonia muy masculina. Olía de maravilla.

–Pero estamos a treinta y uno de enero. Solo quedan…

–Dos semanas. Ya sé que debería haber venido antes…

–Lo siento, pero no puedo –lo interrumpió ella, cerrando la agenda. Era mejor así, mucho mejor.

–¿Tienes que organizar otra boda ese día?

Kelsey vaciló un momento.

–Iba a hacerlo, pero la cancelaron cuando la novia conoció a otra persona.

Will sonrió.

–Entonces, puedes organizar la boda de mi hermana.

No era una pregunta, era una afirmación.

–No puedo, lo siento. He decidido aprovechar estos quince días para darle vacaciones a mi personal. Todo el mundo está fuera.

Los ojos del hombre eran como esmeraldas. No, como esmeraldas, no; eran verdes como las acelgas, se dijo. Pero estaba casado.

–Tú no te has ido.

–Me voy de vacaciones a Europa dentro de tres horas –dijo Kelsey, tomando un papel–. Puedo darte el teléfono de otra agencia y…

–No me entiendes –la interrumpió él entonces, pasándose la mano por el pelo–. Tienes que ser tú.

–¿Por qué?

–Porque mi madre y mi hermana quieren que seas tú.

La desesperación en la voz del hombre casi la enterneció. Era un buen actor, muy bueno.

–Si tan es importante para ellas, ¿por qué no han venido personalmente?

–Es un poco complicado.

–Pues lo siento, pero yo no tengo tiempo para complicaciones.

Will la miró directamente a los ojos y Kelsey tuvo que tragar saliva.

–Mi hermana es Faith Starr.

–¿Faith Starr? –repitió ella, furiosa.

Por eso el apellido Addison le resultaba familiar. Era un pariente, un hermano ni más ni menos, de la peor cliente de la historia. Will debía ser aquel hermano mayor que recorría el mundo dirigiendo los hoteles y balnearios de lujo que llevaban el nombre de su madre. Como lo utilizaba Faith, la famosa actriz de Hollywood. Starr Addison era una mujer llena de energía, famosa por su mente para los negocios y sus amistades en el mundo de la política y la vida social.

Pero a Kelsey todo eso le daba igual.

Faith Starr era un monstruo.

Intentando contener la furia, se levantó. Ella era una Armstrong y la habían educado para respetar el protocolo y las buenas maneras, pero solo podía ser amable hasta cierto punto.

–Le ruego que salga de mi oficina, señor Addison –dijo entonces, volviendo a llamarlo por su apellido.

Will se levantó también.

–Comprendo que estés enfadada. Faith no es precisamente…

–Su hermana no es más que una caprichosa estrella de cine que colecciona novios como otros coleccionan cuadros.

Faith Starr, estrella y famosa «novia a la fuga», casi le había provocado una úlcera… cuatro veces en los últimos tres años. Faith era una experta en su oficio de actriz y en organizar bodas de escándalo que se cancelaban unas horas antes. Nunca en su vida Kelsey había trabajado tanto con tan pobres resultados.

–Pero…

–Ya he organizado cuatro bodas para ella. Y no pienso organizar la quinta.

–¿No podemos discutirlo?

–No tengo nada más que decir, señor Addison.

–Pero las circunstancias…

–Mire, entiendo la preocupación por su hermana –dijo entonces Kelsey–. Es muy noble por su parte. Pero yo me dedico a organizar bodas de verdad, no espectáculos para la prensa. Y nada de lo que diga me hará cambiar de opinión.

La mirada del hombre la hizo sentir incómoda. Casi estuvo a punto de pasarse la mano por la blusa para comprobar si estaba arrugada.

–¿Siempre eres tan cabezota?

–Váyase de mi oficina, por favor. Si no lo hace, llamaré a seguridad.

 

 

Esperar a Kelsey en el pasillo no era lo que había imaginado hacer aquella mañana, pero no pensaba marcharse hasta que tuviera oportunidad de hablar con ella de nuevo.

Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos en una hora. ¿Cuándo pensaba ir al aeropuerto? Will miró la puerta de la oficina. Kelsey Armstrong Waters, organizadora de esponsales. Un título muy sencillo. Una lástima que no hubiera nada sencillo en aquella mujer.

Debería haber empezado la conversación de otra forma, pero Kelsey lo había sorprendido y él no estaba acostumbrado a eso. Y no le gustaba nada.

No debería haberse ofrecido a organizar la boda de su hermana mientras ella terminaba su última película. Faith le había dicho que sería muy fácil. Tan fácil como meter un elefante en un ascensor, se dijo Will a sí mismo. Y la boda no era lo peor.

Will estaba acostumbrado a las mujeres guapas, ricas y seguras de sí mismas. Estaba acostumbrado a que coqueteasen con él y era un experto en quitárselas de encima cuando no le interesaban. Pero nunca iba más allá. Ninguna de ellas le había interesado lo suficiente.

Hasta aquel día.

Algo había ocurrido cuando vio la imagen de Kelsey en el espejo. Se había quedado mirándola como si fuera una obra de arte. La había mirado… emocionado. Alta y esbelta, con una larga melena de color castaño claro, parecía tan joven, tan inocente con aquel velo en la cabeza… La sonrisa que iluminaba sus labios había tocado el corazón de Will. Por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa femenina había hecho que su pulso se acelerase. Y le gustaba. Le gustaba mucho.

Pero, en cuanto Kelsey se dio cuenta de que él no estaba solo, se había metamorfoseado en la profesional seria y distante que era.

Y cuando supo que era el hermano de Faith Starr… Entonces la pasión incendió aquella fría fachada. Sus ojos violeta echaron chispas. Ningún coqueteo, ninguna medida de encanto la habrían hecho cambiar de opinión. Ni siquiera había funcionado la sonrisa de él.

Will no lo entendía. Él siempre conseguía lo que quería de las mujeres. Incluso de Sara.

Sara.

Su corazón se encogió.

¿Qué estaba haciendo? No había pasado los últimos ocho años como un ermitaño, pero tampoco le gustaba sentirse tan intrigado por Kelsey Armstrong. Debía convencerla para que organizase la boda de su hermana. Nada más. Su familia, sobre todo su madre, contaba con que llevaría a Kelsey al lago Tahoe. Y no podía defraudar a su madre.

La puerta de la oficina de Kelsey se abrió por fin. En cuanto lo vio, hizo un gesto de disgusto.

–¿Qué está haciendo aquí?

El traje de chaqueta gris le quedaba como un guante y Will tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en su cara. Tenía unos rasgos delicados y, a la vez, firmes. Su belleza clásica incluso mejoraría con los años. Los altos pómulos, los labios pintados de color ciruela, la raya negra en los ojos… Iba maquillada a la perfección. Y tenía un precioso lunar junto a la boca.

Ella lo miraba como si fuera un mosquito. Pero le daba igual. Will sabía cómo tratar a las mujeres. Aunque Kelsey no parecía nada fácil.