Amores rengos - Luis Sáez - E-Book

Amores rengos E-Book

Luis Sáez

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Beschreibung

¿El amor es siempre perfecto, bello, paseable? ¿No podemos considerar, por lo tanto, genuinos a los amores prohibidos, a los amores-estigma, o a los amores que concebimos y nos constituyen desde nuestras vergüenzas y miserias? Por no mencionar a los otros amores, aquellos que ni siquiera la muerte ha podido erradicar de nuestro corazón. De todo eso, de esos territorios sólo transitables desde el oxímoron y la paradoja, hablan estos bosquejos de sueños. Y por extensión, todo lo que escribo, o si se prefiere, todo aquello que se escribe a través mío. El autor

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Seitenzahl: 145

Veröffentlichungsjahr: 2023

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AMORES RENGOS

y otros desvaríos

Cuentos de

LUIS SAEZ

Saez, Luis AlbertoAmores rengos : y otros desvaríos / Luis Alberto Saez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4342-4

1. Narrativa. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Ilustración de tapa "El Hombre y la mujer besándose": artista noruego Edvard Munch (1863-1944).Diseño de tapa: Eduardo Grilli.

Índice

Amores rengos

Arévalo

Oh Gran Maestro

Nada de preguntas idiotas

Sobre el autor

Si alguien —supongamos que alguien interesado en este libro— me preguntara qué tienen en común las historias que recorren sus páginas, no dudaría en responder: la precariedad de lo real, asediada por lo inexplicable. De ahí, de esa tensión, las más de las veces inquietante, nace a menudo lo fantástico. Pero no sería ésta la unica voluntad presente en esta suerte de cuentos largos o más bien novelas-bastante-breves. También hay, en ellas, historias de des-amores, o si se prefiere, de amores rengos. ¿Porqué rengos, y no ciegos o simple —y fatalmente— neuróticos? La respuesta a este interrogante sólo será posible, casi paradojalmente, si nos dejamos ganar por otro interrogante, a saber: ¿El amor es siempre perfecto, bello, paseable? ¿No podemos considerar, por lo tanto, genuinos a los amores prohibidos, a los amores-estigma, o a los amores que concebimos y nos constituyen desde nuestras vergüenzas y miserias? De todo eso, de esos territorios sólo transitables desde el orímoron y la paradoja, hablan estos bosquejos de sueños. Y por extensión, todo lo que escribo, o si se prefiere, todo aquello que se escribe a través mío.

Este libro está, pues, dedicado a quienes creyeron, más que en mí, en mis historias. Que se sintieron ganados y ganadas por ellas. Y que se animaron a entrar a mis infiernos hasta sentirlos propios.

Estamos —y conviene no olvidarlo, o tal vez sí— de paso. No somos mucho más que eso: una circunstancia. Sólo el fruto de lo que hayamos creado y sentido nos sobrevivirá.

Y no siempre.

Una vez más, gracias por leerme.

LS

Gratitudes

Para Lili, Sabri y Juan.

Gracias a

Osvaldo Rasetto, Miguel Diani y Mariano Cossa,

por las generosas lecturas...

AMORES RENGOS

Nací muerta, le confesó la Selma al Gordo.

Quiero decir que me sacaron muerta. Y que no me podían hacer reaccionar. Tres minutos así estuve. Puede hacerse a la idea? Se lo puede imaginar?

Eso le dijo, o le terminó preguntando, aquella tarde, la Selma Luchessi al Gordo Sambueza. Pero para llegar al momento de semejante confesión, fué necesario que ocurrieran otros asuntos. De esos devenires, y de cómo se fueron hilvanando para que termine pasando lo que finalmente pasó, trata, o pretende tratar, esta historia, a saber:

Los Luchessi vinieron después.

Primero estaban los uruguayos aquellos, no me acuerdo cómo se llamaban, que se fueron al interior, a Mendoza o a Tucumán, o por ahí. Otra versión señalaba que se habían vuelto a su tierra. Buena gente, buenos vecinos, solidarios, gauchitos, pero de pocas pulgas, especialmente cuando el escabio se les subía a la cabeza y eran capaces de salir a la calle a provocar al primero que se les cruzara. En esa época fue que el Negro Luna vivió la anécdota ésa que cuenta siempre, que pasó por la vereda de la casa, año 73 mas o menos, y escuchó una música que le llamó la atención, una música rara, el negro tendría unos... catorce años. No pudo, el Negro, con la tentación, tocó el timbre para preguntar. Y lo atendió un ángel. Así la describió él, y lo sigue haciendo al día de la fecha. No podía ser otra cosa que un ángel. Quedó deslumbrado inmediatamente.

— Sí? –le dijo ella, pero él estaba enmudecido. Entonces ella insistió y le sonrió y él casi se desmaya.

— La música ésa... que están escuchando. Cómo se llama?

— Los Gatos –dijo ella. Y el Negro L se quedó otro ratito más, enmudecido, no sabiendo cómo seguir, o qué más preguntarle a un ángel que le contestaba que la música que estaba escuchando se llamaba Los Gatos.

— Los Gatos se llama el conjunto –le aclaró la ángela– la música se llama “Ayer nomás”...

Y después se quedaron un rato así, sin hablar, ella como preguntándose qué pasaba con el tipo que tenía parado enfrente, o tal vez pensando en lo que haría esa noche con su novio, él preguntándose qué viene ahora, hasta que ella dijo “bueno”, y carraspeó, y él le dijo “gracias” y ella le dijo “de nada, chau” y cerró la puerta y nunca pero nunca más se volvieron a ver, a pesar de que el Negro se pasó semanas enteras merodeando la casa, tratando de pesquisar la música de Los Gatos ésos o cualquier otra música, cosa de volver a tocar el timbre y volver a preguntar cualquier cosa con tal de verla, a ella, al ángel–gato, pero ocurrió que no volvió a escuchar la música ni ninguna otra música porque resultó que tanto el ángel–gato como el resto de su familia se habían mudado, ya no vivían más ahí, y entonces el negro L anduvo deprimido y emborrachándose con ginebra por un tiempo, no muy largo, a esa edad un amor se olvida con otro, hasta que un buen o mal día llegaron los albañiles y un señor bien vestido con pinta de arquitecto y parecía que tirarían abajo la casa porque arrancaron con todos los ímpetus pero no, sólo la reformaron, eso sí, a fondo, la convirtieron en una casa de un discreto lujo, si cabe el cuasi–oxímoron, donde vendrían a vivir los Luchessi, liderados por Don Franco, el páter familia que venía como Gerente General nada menos que del Provincia, y empezó a nacer esta historia, una historia rara, lector/ lectora, que tuvo lugar a mediados de los 70, calculen el tiempo que pasó y sin embargo algunos muchachos del barrio, ya devenidos gente mayor, la recuerdan y comentan que fue una historia de amor mas bien dramática y en cierto sentido inexplicable, misteriosa, como salen a veces algunas historias, con finales imprevistos, o incluso sin final, que son las más descabelladas o las más difíciles de contar, porque tanto lector como narrador comparten el dudoso privilegio o sombría sensación de que nunca terminarán (las historias, de transcurrir) provocando por lo tanto, en el narrador, y también en el lector, un inevitable sabor amargo o agridulce, ya que, a poco de comenzar a narrarlas, el narrador comienza a sentir la angustia inevitable de no saber cómo demonios hará para darles un buen (o al menos decoroso) cierre...

Llegada de los Luchessi, ahora sí.

Eran (Don Franco y Doña Pía) un matrimonio de italianos, con dos hijos: uno, Carlo (rebautizado más adelante como Lito por el propio Gordo Sambueza) que al fútbol jugaba bárbaro, pintaba para crack –incluso pasó por las inferiores de dos o tres equipos del ascenso– y Selma, unos años mayor. Cuando llegaron al barrio, Selma ya andaba en silla de ruedas, y sonreía de una manera particular, entre dulce y extraviada, detalle que de ninguna manera conspiraba contra su belleza. Por el contrario, se diría que la realzaba. Porque Selma era, ante todo, o pese a todo, hermosa. De una belleza singular, con un rostro perfecto, armonioso, y una mirada envolvente y seductora, pero de una seducción que le salía con naturalidad, como sin proponérselo. Y un cuerpo largo y delgado, que hacía pensar en una silueta como de espiga, que alguna vez pudo ser atractiva y hasta tentadora para el sexo, pero fragilizada por la delgadez de quien pasó últimos años de su vida condenada a la cuasi total inmovilidad.

No le costó mucho a Carlitos integrarse a la fauna social del club.

Bastó que él mismo se ofreciera, en un partido en el club, una tarde de Jueves, en reemplazo del japonés Uheara que ni podía apoyar el pié, para que el Tito Bertarini, responsable del Departamento de fútbol, lo probara en la cuarta. Otra que prueba: entró faltando diez minutos con el marcador dos uno abajo, nada menos que contra el Haedo Jr., que era la contra, una rivalidad de toda la vida, y en un par de jugadas hizo los dos goles con que el representativo del Social y Deportivo Garra y Tesón dió vuelta el resultado y quedó tercero en la tabla del Interbarrial, a escasos cinco puntos del puntero, Defensores del Oeste. Como si los goles fueran poco, el nuevo se permitió el lujo de estrellar una pelota contra el travesaño, después de una apilada memorable. En el vestuario lo ovacionaron, pero él apenas respondió con algun gesto ambiguo, como relativizando lo ocurrido, con la cabeza gacha y una sonrisa mas bien escueta, contaminada de una timidez que en la cancha se volvía elegancia, virtuosismo y atrevimiento. Así empezó la carrera ascendente del Lito (así lo empezó a llamar el Gordo Sambueza en los entrenamientos, cuando le gritaba Lito morfón porque no se la pasaba a nadie)

El Gordo Sambueza era el asistente del Tito Bertarini en las divisiones cuarta y quinta. Había jugado de joven en el club y aunque en su momento insinuó algunas condiciones, jamás trascendió de los campeonatos zonales de lo que ahora llaman futsal. Andaría por los cuarentipico, pero la calvicie incipiente y los kilos de más contribuían a que la gente le diera más edad. Para nosotros, sus entrenados, era una especie de tío postizo, buenazo y hasta medio pavote, aunque cuando no le hacíamos caso se cabreaba feo y empezaba a los gritos, y entonces nos sentábamos en el piso y hacíamos como que le prestábamos atención, más por miedo a que le agarrara un ataque fatal que por aplicar sus estrategias, que de todos modos siempre terminaban resultando incomprensibles, como si el susodicho se sintiera algo así como la versión Beta de Zubeldía, que por entonces estaba más de moda que La Joven Guardia...

Una historia oscura, o al menos extraña.

Relacionaba a Franco Luchessi con su esposa. Se decía que su primera mujer, la madre de sus hijos, había muerto hacia años en Italia. Y que Franco, mortificado por la viudez temprana y la soledad, había terminado por proponerle matrimonio a la hermana de la finada, es decir, a su cuñada.

Y que ésta, fatalmente, había aceptado.

De ser cierta la historia, la tía había pasado a ser madrastra de sus sobrinos. Y los sobrinos, sus hijastros. Esta curiosa forma de parentesco, parienta a su vez (al menos para la maledicencia pública) del incesto, habría motivado el viaje de la familia a la Argentina. Era necesario empezar de nuevo, lejos del dolor y la condena social y familiar.

Crece la fama del Lito. Nacimiento de un amor.

A todo esto, mientras crecía su fama de crack, sucedió que al Lito empezó a venir a verlo un señor que después supimos era promotor de jugadores. Se llamaba Canevaro, le decían el Oso, había sido representante (o al menos eso de eso se jactaba) de algunos más o menos célebres, lo suficientemente reconocidos como para que su presencia en el club despertara inevitable revuelo y expectativa. Una tarde de sábado, en un partido con el Setenta y Siete de Morón, Selma, la hermana de Lito, lo vino a ver jugar. Llegó en su silla de ruedas, empujada (la silla) por Doña Pía, su tía–madrastra. No lo sabíamos, pero era una de las últimas veces que Lito se calzaría la camiseta del club. Como si él sí lo supiera, o lo sospechara, esa tarde jugó mejor que nunca. La descosió, todo el club se había dado cita en la cancha para verlo desplegar su magia y al final del partido (que el Trébol ganó cinco a uno, con tres goles del Lito, uno de ellos eludiendo a todo el equipo rival, arquero incluido) la concurrencia en pleno lo aplaudió y ovacionó a rabiar. Casi toda la concurrencia, menos Doña Pía y la Selma, que apenas lo saludaron con tímidas sonrisas y enseguida lo fueron a esperar al salón familias. Pero además, ese día, se produjo otro hecho importante, digamos crucial, al menos para el desarrollo de esta historia. Y es que en la cancha, además de la hermana de Lito y del promotor que lo iba a terminar fichando para el Deportivo Morón, estaba al mismísimo Gordo Sambueza, detalle que en sí mismo no revestiría demasiada importancia (el Gordo invirtió gran parte de los sábados de su vida en acompañar a la cuarta de baby fútbol, jugara donde jugara) si no fuera porque, además de asistir al equipo, el Gordo, apenas la vió a la Selma, quedó como prendado de su belleza. Se entiende? Se enamoró a primera vista y ya no pudo sacársela de la cabeza, por más que lo intentó, en las semanas siguientes, y por más que los hechos se encargarían de confirmar, también con posterioridad, que su amor estaría lejos de ser aprobado, o favorecido por el destino.

Primeros ensayos del Gordo.

El primer paso del Gordo fué intentar, por todos los medios posibles, acercarse a Selma, darse a conocer. Los vagos del buffet del Chino al principio lo tomaron para la joda, cruel, solapada. El novio de la paralítica, decían apenas él se iba, cada vez más temprano, abandonando las clásicas tertulias de ginebra y billar. Pero al Gordo no le importaba lo que dijeran o pensaran de él. Su único, excluyente deseo, era estar cerca de ella. Como fuera. Por intermedio del propio Lito, (tratando de sacarle, discretamente, mentira por verdad) o incluso en un gesto de intrépida osadía, animándose a visitar a Luchessi Padre en su despacho de la Sucursal Haedo del Provincia, haciéndose pasar por experto en jugadores, para alertarlo sobre los riesgos de mal vender los talentos de su hijo a uno de esos vivos que nunca faltan. Y la osadía del Gordo tuvo éxito, al menos inicialmente, si consideramos que ese mismo día, tentado por su labia, Luchessi lo invitó a su casa para conversar mejor del asunto.

El Gordo visita a los Luchessi.

Lo recibieron en un living espacioso y amoblado con un estilo tradicional, lujoso pero sin ostentaciones. Luchessi padre lo esperaba sentado de piernas cruzadas en un amplio sillón estilo San Remo Bari, provisto de generosos almohadones, con un carrito surtido de bebidas de todo tipo, desde licores hasta vinos espumantes y coñac añejo, como el propio Luchessi se jactó, del año que me pida. También estaba Doña Pía, vestida con discreta elegancia, que apenas le dió la bienvenida al Gordo y enseguida los dejó solos. Mientras cambiaba con ellos algunas palabras de rigurosa formalidad, el Gordo buscaba a Selma con la mirada, hasta que la encontró en el salón vecino, especie de jardín de invierno con enormes ventanales que daban al jardín. Estaba sentada en su silla, con un vestido claro de algodón fino, contemplando las plantas y los árboles, pero como desinteresada, o como pensando en otra cosa, o en nada en especial.

El Gordo no pudo evitar fijar en ella su mirada, como quien pone en evidencia que encontró lo que buscaba, mientras Luchessi padre registraba el detalle con medida indiferencia. De manera que en determinado momento se produjo la particular circunstancia según la cual Luchessi miraba al Gordo que miraba a Selma que miraba a un colibrí revolotear alrededor de una flor. Así los encontró Doña Pía en el momento de acercar la bandeja con las copas y el hielo. Tampoco pudo evitar –Doña Pía– preguntarse qué empezaba a pasar ahí. Pero nadie pareció dispuesto a contestarle.

Continuidad de ciertas historias, a tientas.

Aquella primera vez no pasó de una serie de formalidades, como los boxeadores que se estudian antes de trenzarse en lucha franca. Luchessi padre le contaba al Gordo historias referidas a su Italia Natal y a Bragado, su destino anterior a ser designado Gerente de Sucursal en Haedo. En pocos años se había forjado una posición meritoria en el escalafón gerencial. Y le gustaba hacer calculada jactancia de sus logros. Pero cómo lo había conseguido? Y porqué, un hombre tan capaz, había tenido que validar su capacidad en tierras tan lejanas? El Gordo hacía como que lo escuchaba pero con los sentidos puestos en la mujer que, en la habitación contigua, parecía ensimismada en el espectáculo del jardín.

— Es mi hija Selma –le comentó en un momento Luchessi, como legitimando la curiosidad del Gordo, que le pareció, al padre, ligeramente obscena– ¿le gustaría… conocerla?

Y cuando el Gordo estaba por esbozar un ansioso pero al mismo tiempo tímido, “sí, claro”, Luchessi padre batió las palmas y Selma, sin el menor titubeo, enfiló con su silla hacia los dos hombres.

— Se conocen? –preguntó Luchessi, y Selma desde luego recordaba al Gordo como el sujeto voluminoso que gritaba como un poseso el día que fueron a verlo jugar a su hermano, pero prefirió guardarse esa precisión por las dudas, o porque a la Selma, al fin de cuentas, el Gordo Sambueza también le había caído bien, acaso por ese mismo gesto desaforado pero al mismo tiempo apasionado que había llamado su atención en el club, o porque lo adivinó un hombre sólo, porque sólo un loco solitario hasta el patetismo puede ser capaz de gritar y gesticular de esa forma en un partido de sábado a la tarde en un club de barrio. Sí, al menos se había sentido atraída por él, a pesar de sus zapatos mal lustrados y su saco con cueritos en los codos y su camisa que le cerraba mal y que no alcanzaba a simular los excedentes de su abdomen excedido.

— Encantado –le dijo el Gordo, mientras tomaba la frágil muñeca de ella con una delicadeza llamativa, amanerada– me llamo Délfor.

— Délfor? –preguntó ella, en un tonito burlón– igual que el cómico?

Algo parecido a una vacilación, que no llegaba a resolverse en tartamudeo, se dejó oír en las palabras de Selma.

— No sé –mintió el Gordo– no conocí a nadie con ese nombre.

Ella se rió por la ocurrencia. Él sonrió, como “animándose a animarla”, o como diciéndole en clave que tenía una sonrisa encantadora, a pesar de las arrugas en las comisuras de los labios, y a pesar especialmente de la silla de ruedas y de sus extraños titubeos y vacilaciones.