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Andrea Fuentes E-Book

Andrea Fuentes

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Beschreibung

¿Qué contiene un libro? ¿Qué libera? En estas cartografías, Andrea Fuentes responde a esas preguntas con una serie de mapas que son meditaciones profundas sobre el universo del libro como concepto, la práctica de la edición y la relación entre imagen y texto como motivador de una experiencia lectora híbrida y diversa. Se despliega aquí la introspección de una vida dedicada a pensar intensamente estos temas, de un ser de carne y hueso que escribe con el alma suspendida en la historia del libro y en quienes han abonado su florecimiento.

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Índice

Nota introductoria

Carla Faesler

De los libros como cuerpos irreductibles

La experiencia íntima del lenguaje. Lectura y promoción lectora

Libros álbum ilustrados: trascendencias imaginarias

Para una nueva cartografía de los libros ilustrados: prácticas editoriales, narrativas y discursos visuales

Notas al pie

Aviso legal

Nota introductoria

Carla Faesler

“El estatus ontológico del libro aún está por definirse, es un gerundio, un cuerpo vivo”, escribe Andrea Fuentes Silva en estos ensayos sobre el qué, el cómo, para qué y por qué de una de las invenciones más significativas de la cultura universal, que transformó nuestra experiencia del mundo y se instaló como medio predominante de intercambio de conocimiento e ideas. Desde su creación, el libro se constituyó como una tecnología, sí, indefinible, “un cuerpo vivo”, si la pensamos fuera de su materialidad y sus características más evidentes. Desde un punto de vista filosófico en general y en particular desde la semiótica, por ejemplo, este invento es inextricable pues “contiene” lo mismo que “libera”, anota la autora. ¿Qué contiene, qué libera? En estas cartografías, la destacada escritora y editora responde a esta pregunta creando una serie de mapas que son meditaciones profundas sobre el universo del libro como concepto, la práctica de la edición y la relación entre imagen y texto como detonador de una experiencia lectora híbrida y diversa.

En estas páginas se despliega la introspección de una vida dedicada a pensar intensamente estos temas, de un ser de carne y hueso que escribe con el alma suspendida en la historia del libro y en quienes han abonado su florecimiento. Aquí nos descubrimos, con ella, como libros-cuerpo/mente que surgen de la emocionante belleza de su inteligencia. Belleza como árbol, como rayo que descarga la claridad: aquí está la poesía como pensamiento, el argumento como hechizo, la sintaxis como uno más de nuestros sentidos. Orgánico —estable lo mismo que cimbreante— es este encantamiento que Andrea Fuentes nos lanza para activar nuestros imaginarios sobre cómo leemos y escribimos el mundo, cómo habitamos el libro y de qué maneras, a veces misteriosas, nos convertimos, sí, en eso que contiene y a la vez libera. Aquí somos ese pulso que se contrae y se expande, incesante y continuo, para mantener el hálito del pensamiento puesto en la imaginación y del entendimiento animado por la emoción.

La escritura de Fuentes Silva transforma nuestra experiencia de vida en un trayecto trazado —y sostenido— por la lectura y la escritura. Lectura en el sentido amplio de la palabra, pues leemos aun antes de haber aprendido el alfabeto y sus sonidos, antes de ser capaces de utilizar esa herramienta que compartimos en colectividad que es el lenguaje, escrito y hablado. Nuestro cuerpo y nuestra mente son un decodificador que, a través de sus sistemas sensibles y su habilidad intelectual, percibe, analiza, interpreta y produce sentido, y motiva así la introspección y la comprensión de nuestro entorno. En este sentido, todo es texto, como nos reveló Roland Barthes. De ahí, también, se desprende la realidad de nuestra escritura —simbólica— sobre el mundo, nuestro ser activo que participa en el intercambio de ideas e imaginación y que aporta al diálogo común sobre los hechos culturales, políticos, económicos y sociales que nos atraviesan.

Si entendemos así la interacción humana con la realidad, la lectura y la escritura adquieren una dimensión de totalidad que la autora nos hace comprender por medio de sugerentes descripciones y fascinantes hallazgos en el bosque de símbolos de su pesquisa. Y es que, más allá de la embestida incesante de imágenes y textos comerciales y publicitarios a los que estamos expuestos a diario por el semiocapitalismo (Franco Berari, Bifo), nuestras emociones y sentimientos, utilizados para acicatear el consumo —ese innecesario atragantamiento— pertenecen, todavía, a una zona de nuestra individualidad de seres íntimos y espirituales que la mercadotecnia y la vida como mercancía no han podido colonizar del todo. En esta zona entrañable, literalmente, viajan estas Cartografías, cuyo rumbo nos conduce al encuentro de la experiencia de leer y escribir como acción e iniciativa y como realidad en movimiento: un ser parte de, un participar en lo que sucede en este lugar que llamamos mundo. Y compartirlo plenamente, habitarlo fuera de las fuerzas que nos empujan a una recepción pasiva de mandatos y órdenes, a una aceptación indiferente de su inercia que tiende a expulsarnos del pensamiento crítico. Los ensayos de Andrea Fuentes nos invitan a pensarnos así, lectores y escritores del mapa infinito de nuestras posibilidades, a crear y recrear constantemente nuestros imaginarios individuales y colectivos para concurrir decididamente en ese colosal e inabarcable libro que estamos leyendo, escribiendo y editando todas y todos al mismo tiempo, de manera sostenida y permanente.

El territorio libresco abarca, en primera instancia, la invención de una tecnología de comunicación y almacenamiento que lo mismo resolvió una necesidad de compilación, clasificación y organización de la memoria como conocimiento, que inauguró una era de discusión social y cultural sobre la materialidad e inmaterialidad del pensamiento mismo y el sueño de activar, nos inspira la autora, esa nuestra “capacidad de imaginar el mundo y recrearlo con el fin de experimentarlo. Criticarlo. Examinarlo”. El libro, sabemos, ya no es sólo un objeto de páginas unidas y protegidas por una cubierta y fabricado con materiales diversos. El universo de lo virtual y lo pantallístico potenciaron de manera inusitada su distribución y la divulgación de sus contenidos, por lo que podríamos pensar que ha terminado, o está a punto de ser sólo un recuerdo, ese tiempo pasado en el que el conocimiento estaba reservado a una élite que, además de poder comprar libros tenía tiempo para leerlos y, con ello, ser parte de la discusión de las ideas y los destinos de su época. Aun así, todavía existe una frontera que separa a diversos grupos de población de esta conversación pública basada en el texto/ imagen —impreso, virtual— aunque internet y el intercambio que facilita en las redes sociales, blogs y demás, ha impulsado la difusión de una apasionante pluralidad de ideas, posturas y demandas, exigencias y propuestas de vida alternativas al proyecto occidental. Y, sobre todo, ha permitido la divulgación de sistemas de conocimiento —epistemes— que habían sido casi borrados de una escena mundial que hoy en día los necesita más que nunca.

Es por eso que estas Cartografías nos convocan, también, a una cierta responsabilidad editorial, a una “política del hacer” a la que alude la autora como necesidad de prometerse a ciertas realidades y circunstancias implicadas en esa labor. Porque una gran parte de lo que sucede como determinante y transformador en el mundo del libro son las acciones de “recónditas y heroicas tribunas”, subraya, comprometidas en suscitar una conversación honda y extendida. En este sentido, Fuentes destaca y honra el trabajo de colectivos y editoriales independientes, espacios autogestivos, festivales autónomos y todos esos espacios en donde se dialoga, se discute y se propicia una reunión realmente significativa para hacer circular interpretaciones y propuestas diversas sobre el libro, sí, y más allá: todo eso que ahí se implica sobre la comunicación política, las prácticas decoloniales, el feminismo, el medio ambiente y la naturaleza. Porque todas estas personas —esa inmensa minoría, diría Juan Ramón Jiménez— involucradas en estos quehaceres “se dan cuenta que las narrativas con las que hemos crecido y a las que hemos alimentado no son las que nos representan”. Con esta convicción, en estos textos hay un particular énfasis en el papel que desempeña el trabajo de las y los editores, quienes, atravesados por sus subjetividades, se sitúan no sólo en el terreno de la lectura sino en el de la escritura misma como “creadores de archivos. Curadores”, dice la autora, esos personajes “que selecciona(n) del mundo lo que ha de ser libro, lo que habrá de perdurar […] y lo que ha de ser conocido.”