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Enrique Butti, conocido por su vasta obra narrativa, presenta en este su primer libro de poesía una selección de los tres conjuntos que reúnen su producción lírica. El primer apartado toma el título de algunos poemas breves que remedan la forma que Lugones llamó Antífonas: tres versos, el primero y el tercero idénticos, con uno central que varía, contrasta o refuerza esa identidad. El segundo apartado apela al poema de Macedonio Fernández Amor se fue y en sus dos secciones Mientras duró y Cuando se fue, propone un itinerario que, con tantos bemoles, ejercita la aventura de la pasión y la lírica amorosa. El tercer apartado convoca, a través de citas y glosas de la gran novela y de la biografía de Marcel Proust, versos en los cuales una interrupción del pretérito perfecto ligado al recuerdo y a la memoria instalan un suceso o una anécdota en la acción de la lectura, de manera que lo subrayado crea un nuevo tiempo para la emoción de quien lee.
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Seitenzahl: 63
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Antífonas.
Amor se fue.
Apuntes sobre Proust.
Enrique Butti
Editorial Palabrava
Diagonal Maturo 786
Santa Fe
www.editorialpalabrava.blogspot.com
Colección Rosa de los vientos
Directora de colección: Patricia Severín
Revisión de textos: Alicia Barberis
Diagramación: Álvaro Dorigo y Noelia Mellit
Diseño de Colección y Tapa: Álvaro Dorigo y Noelia Mellit
Santa Fe – www.sugoilab.com
Primera edición en formato digital: enero de 2021
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
ISBN edición digital (ePub): 978-987-4156-14-3
Butti, Enrique M.
Antífonas. Amor se fue. Apuntes sobre Proust. / Enrique Butti ;
editado por Patricia Severín; 1a ed revisada. - Santa Fe : Palabrava, 2020.
Libro digital, EPUB - (Santa Fe Rosa de los vientos ; 2)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-4156-14-3
1. Poesía Argentina. 2. Relaciones Interpersonales. I. Título.
CDD A861
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Prólogo
Se me dio en la infancia conocer algunos ramala-zos de una poesía que mantenía algún dominio en la vida social. Había en mi barrio una casa con una osten-tosa placa que anunciaba a la Escuela de Recitación Ru-bén Darío, en la que entraban y de la que salían niñas con hermosos vestidos y peinados cinematográficos; en mi familia se contaba una anécdota grotesca sobre una de esas niñas, prima lejana: en un cumpleaños le habían pedido que declamara su poesía parada sobre una silla, y los aspavientos de sus aleteos la hicieron trastabillar y caer encima de la torta de merengue (narraban el suceso con perfidia: a ver si se le bajan los humos, decían. Años más tarde oiría repetirse esa sorna ante las variadas desgracias que suelen perseguir a los poetas, sobre todo a quienes, como confiesa en una de estas páginas un imaginario Kavafis, son arrebatados cada noche por el martirio de un placer distinto). También había poemas en los libros escolares, la mayoría dignos de olvido, pero ahí quedaron “Amor eterno”, de Lugones, y “La vuelta al hogar”, de Andrade. Estaba la obligatoria memorización de muchas estrofas del Martín Fierro. Estaban los recita-dos en los actos escolares, aunque casi siempre de malas
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composiciones sobre efemérides rezadas a las corridas y con el micrófono atragantado. Y en una revista que andaba por mi casa había una publicidad de perfume con unos versos muy sentidos, a juzgar por el rostro de los enamorados que se aprestaban al beso, y resultó una suerte de inspirado ensayo emular esos tres versos para ofrendárselos a unas señoras muy distinguidas que se sentaban en reposeras a tomar fresco en la vereda de la otra cuadra. Ellas encarnaban, para mi horizonte socio-cultural y para mi magín infantil, el máximo de inten-sidad intelectual; las tres hermanas iban a ver estrenos de películas (después sabría que eran las de Hitchcock y las de Bette Davis) y a pesar de que sus comentarios en esas largas veladas de verano se limitaban al minucioso análisis de los modelos que las actrices lucían en cada secuencia –el celeste acampanado en el que aparece en-fundada Grace Kelly cuando se inclina sobre la asesina-da y una mancha de sangre se le estampa en el pecho como un gran clavel– lograban revivir el fulgor estelar para el extasiado oyente que las señoras olvidaban a sus espaldas, acurrucado en la penumbra del escalón de su casa. No recuerdo aquel terceto pergeñado; el original habrá aludido a que el hombre no puede resistirse a tal fragancia, yo habré querido adular la vibrante sensibili-
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dad de las vecinas y ahora solo puedo adivinar la rima fácil y la escansión de sílabas como redobles de timba-les. En fin, una noche les presenté la hoja (tuvieron que encender la luz del zaguán para leer la cuidada caligra-fía) e irrumpieron en grititos de admiración. Al otro día le dijeron a mi hermana mayor, de quien eran amigas, que yo era un poeta. De ahí nomás me habrá quedado la idea.
De escritor, la definición que prefiero es la de Tho-mas Mann: alguien para quien escribir es más difícil que para el resto de la gente. De poeta, no sé, hay tanta buena y mala variedad en la misma veta, carbón y dia-mantes, ajos y zafiros.
Como podrá advertir quien tenga la paciencia de recorrer las páginas que siguen, varias de ellas buscan remedar o intentan recuperar aquellos versos olvidados sobre dos rostros buscando un beso, o lamentándose de haberlo perdido. Sin inventar nada (ya la habían practi-cado Arquíloco, Marcial, Dante) nuestro tiempo demues-tra una exagerada afición a la metaliteratura, y varios de los poemas encerrados en este libro no pudieron escapar a esa imposición histórica. Otros temas que distingo re-currentes son el yugo de la Historia sobre el individuo y la otra vida que recauda la memoria, y quizás de ahí la
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evocación a Proust, sumo sacerdote.
De estos textos apenas puedo decir que se escribie-ron sin querer en medio de la oscuridad y, sobrevivientes de los naufragios del amanecer, fueron largamente repa-sados y pronunciados con la pretensión de alcanzar la voz que supongo las hermosas niñas, las fervorosas pro-fesoras de declamación también buscaban a su manera entonar. Perdidos, a los tumbos, como vamos todos, ya que todos somos chicos perdidos en el bosque.
E.B. 2019
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Antífonas
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Artistas del hambre
En los últimos decenios
ha disminuido el interés
por los ayunadores.
La diáspora sobrevino
sin suicidios ni resistencia;
un mozo de restaurante,
un gasista o un gerente de ventas
pueden hoy ocultar
una remordida
profesión de hambre.
Los que estaban demasiado viejos
permanecieron en el circo
dando de comer a las bestias
o vendiendo maníes en los intervalos.
Engordan,
se arrastran pesados
entre las jaulas y las tarimas,
ellos,
que soñaban volar
como una pluma
a merced del viento.
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Hubo uno, cuenta Kafka,
que persistió
hasta desaparecer entre la paja sucia
de su corralito.
A un inspector que lo descubre
en su último suspiro
el artista revela
que su ayuno
no admite admiración
ya que es una actividad forzosa.
Si hubiese encontrado
comida que