Antología ecuatoriana: cantares del pueblo - Juan León Mera - E-Book

Antología ecuatoriana: cantares del pueblo E-Book

Juan León Mera

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«Antología ecuatoriana: cantares del pueblo ecuatoriano» es una recopilación crítica de poemas y canciones populares compilada por el escritor y académico Juan León Mera. Esta obra es una valiosa muestra del saber popular y de la literatura oral de Ecuador, con un estudio preliminar y notas críticas de un miembro de la Real Academia Española.-

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Juan León Mera

Antología ecuatoriana: cantares del pueblo

Ilustraciones de Joaquín Pinto

MUSEO DEL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR

Saga

Antología ecuatoriana: cantares del pueblo

 

Copyright © 1892, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680041

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

El Banco Central del Ecuador, a través de su Museo, entrega al país los “Cantares del Pueblo Ecuatoriano” de Juan León Mera, ilustrados por Joaquín Pinto. Parte sustancial de una manera de ser, la poesía y el canto son el pueblo mismo.

 

Por largos años, el Instituto Emisor ha venido contribuyendo al afianzamiento de la identidad nacional con la conformación de sus museos y rescate de los monumentos del país, donde se hace tangible esa personalidad. Los objetos son los testimonios palpables de la relación del hombre con su medio ambiente, del enfrentamiento con su destino, de la visión del Universo.

 

Cuando Juan León Mera se sumergió en el estudio de nuestra realidad, precursor, pudo asir aquello que se había venido transmitiendo de generación en generación, enriqueciendo con el paso del tiempo y autentificándose en cada circunstancia histórica o acontecimiento cotidiano. Aquello que podía haberse diluído como el canto en el aire mismo, fue capturado para retenerlo, afianzarlo y hacerlo permanente. Ahora, luego de que se ha celebrado, jubilosamente, el sesquicentenario de Mera, a los 151 años de su nacimiento, le reconocemos como uno de los forjadores de nuestra nacionalidad.

 

Los “Cantares del Pueblo Ecuatoriano” regresan al pueblo enriquecidos por la policromía de un pintor que fue uno de los primeros en percatarse de cómo somos, quiénes somos o qué podemos ser. Poesía y pintura, juntas para redefinir el alma popular con este antiguo y renovado aliento.

Abelardo Pachano B.

GERENTE GENERAL

BANCO CENTRAL DEL ECUADOR

JUAN LEON MERA Y JOAQUIN PINTO, TESTIGOS DE SU TIEMPO

“. . . . . . . . . . . . . . . .

juntos estudiaremos y ensalzando

hermanadas Pintura y Poesía,

tú pintarás lo que inspirado cante

y a mis versos darás forma divina;

yo cantaré lo que inspirado pintes

y tus cuadros tendrán calor y vida.”

(Juan León Mera, de “Epístola a Rafael Salas”, 1855)

Todo pueblo, nación o grupo étnico, responde fiel y verazmente al mundo que le rodea, a la época en la que vive, a los sucesos que en ella acontecen; el pueblo es esencialmente sincero, y sin tapujos de ninguna clase expresa sus sentimientos, ideales, anhelos y también sus frustraciones, odios y rencores; lo hace en forma espontánea y generalmente colectiva; no busca ni el reconocimiento ni la fama, no pretende que su nombre se conozca ni que su producción se divulgue, en ello radica el anonimato de su obra y por lo mismo, la inmediata y rápida difusión de su quehacer; es por ello también que a cada paso que recorre, nuevos “autores” van incorporando sus propias variaciones y a pesar de la adulteración del producto primigenio, todas son verdaderamente originales y auténticas.

El cantar es sin lugar a dudas, la forma más hermosa de expresión que tiene el pueblo; lo crea para confesar un amor, para llorar una pena, para exaltar sus creencias, para combatir los defectos; lo emplea con pasión, con sátira, con rencor o con indiferencia; lo canta durante los autos populares, en las fiestas familiares, mientras dura la siembra o la cosecha, en las actividades cotidianas o cuando a la luz del fogón se sienta a reponer las fuerzas perdidas en el transcurso del arduo día de trabajo.

El cantar, producido sin presiones, es el instrumento más ameno del que pueda valerse el estudioso de una etnia, de una sociedad o de una época para llegar a las profundas motivaciones del grupo que lo creó, para desentrañar los episodios de los cuales la historia no se ocupa, o para completar o aclarar los sucesos que objetivamente los historiadores nos relatan. El pueblo, creador y difusor del cantar, es el verdadero testigo de la historia y es al pueblo al que debemos recurrir para comprender, no solo el auténtico desenvolvimiento de los acontecimientos –que para ello tenemos documentos fieles– sino sobre todo la forma como tales acontecimientos afectaron a la sociedad y al hombre. A través del cantar se pueden develar emociones, comprender costumbres, reconocer creencias, en fin, adentrarse en el conocimiento del alma de los pueblos.

En el caso americano, el pueblo es producto de la “extraña y valiosa composición del alma aborigen y del aliento conquistador” (Isaac J. Barrera) y por lo tanto el cantar es también producto de la métrica española y del sentir nativo, es mestizo como todo lo auténticamente americano, no se puede deslindar de su pasado hispano, pero tampoco desea abandonar su espíritu vernáculo. Cuando toma cantares venidos de la península, los americaniza a tal punto que en muchos casos es difícil reconocer su origen; desaparecen los vocablos castizos para emplear los populares e incluso los quichuas; los acontecimientos en que los canta, le hacen poco a poco perder su filiación original para prohijarse en el pueblo mestizo americano; pero junto a ellos hay también la creación propia, lo hay en mayor abundancia y con mayor emoción.

Producto de esta nación mestiza, a mediados del siglo pasado, surgen dos hombres, que contemporáneos en su época y copartícipes en la idea de formar y crear algo auténticamente ecuatoriano, laboran y se desenvuelven en ámbitos diversos y ambos tratan de destacar la valía del indio, del hombre del pueblo, del americano desplazado de la historia pero verdadero dueño y testigo de la misma; Juan León Mera en las letras y Joaquín Pinto en la pintura ven en la tierra, en la naturaleza y en su habitante, el motivo de sus desvelos, la fuente de inspiración de su producción; recoge el primero sus cantares, lo plasma en magistrales dibujos el segundo; Mera y Pinto, sin saberlo, han coincidido en sus intereses y por ello su obra se fusiona en esta reedición de los CANTARES DEL PUEBLO ECUATORIANO.

 

JUAN LEON MERA (1832-1894), fue un hombre polifacético: poeta, narrador, novelista, político, periodista, historiador, crítico y folklorólogo. Pretendió a través de su obra, crear una literatura nacional, destacando al hombre y su entorno. Su producción, de carácter romántico y sentimental responde a un temperamento tranquilo y ecuánime. Su infancia transcurrió en Atocha, en donde el contacto permanente con la naturaleza, forjó n él un espíritu contemplativo y una mente observadora y perspicaz que más tarde se evidenciará en su magistral capacidad descriptiva. Lamentablemente careció de la presencia paterna y fueron su madre y su abuela quienes se encargaron de orientarlo dentro de una moral rígida y una religiosidad profunda; circunstancias familiares le impidieron asistir a ninguna escuela o colegio y por ello, su formación, en parte enrumbada por su madre que se encargaba de proporcionarle lecturas, y su propio afán investigador, le dieron una sólida concepción universalista y fueron gestando en él un carácter severo y disciplinado; careció de una dirección docente, pero su apego al estudio y su mente inquisidora, le convirtieron en un verdadero humanista.

Su carrera política se inicia alrededor de 1859, año crucial y tormentoso en la política nacional, dirigida entonces por Robles; el país entero luchaba contra el militarismo, tratando de reinvindicar el orden constitucional. Para ello se organiza en Quito el triunvirato de García Moreno, Jerónimo Carrión y Pacífico Chiriboga. Cuenca acepta únicamente a Jerónimo Carrión. Loja, a Manuel Carrión Pinzano. En la costa se proclama el General Guillermo Franco, apoyado por el General Ramón Castilla, Presidente del Perú, que luchaba por sus intereses expansionistas y que a cambio de su ayuda pedía el reconocimiento de la cédula de 1802 que restaba territorios amazónicos. Resultado de esta propuesta fue el lamentable tratado de Mapasingue. García Moreno y el ejército a órdenes de Juan José Flores logran vencer a Franco y expulsarlo junto con Castilla. A fin de retomar el orden constitucional, se convocó a una Asamblea Constituyente que dió fin al período marcista y reconoció a García Moreno como Presidente Constitucional. En esta Asamblea de 1861, Juan León Mera tuvo una destacada actuación como diputado, propugnando personalmente algunos aspectos que bien merecen la pena destacarse: extensión de la ciudadanía a los analfabetos, autonomía seccional en lugar de las corrientes imperantes de unitarismo o centralismo y de federalismo; reunión anual de los Congresos; limitación de las amplias facultades del poder del presidente; elección directa para Gobernadores y Jueces (se aprobó el voto general para la elección de Presidente, Vicepresidente, Senadores y Diputados); libertad absoluta de imprenta; abolición de la pena de muerte.

Durante la presidencia de Jerónimo Carrión, Mera es designado Secretario del Senado en 1865; entre este año y el 67 es Oficial Mayor del Ministerio de lo Interior y Relaciones Exteriores; durante varios períodos ejerce las funciones de Gobernador de Tungurahua.

Después de la renuncia de Carrión, el Congreso designa Presidente a José Javier Espinosa; pero ante brotes militaristas que se estaban dando en el país, García Moreno realiza la revolución de 1869 en la cual contribuyó Mera con su consejo político; movimiento equivocado según lo han apreciado los historiadores. García Moreno se proclamó Jefe Supremo pero inmediatamente reunió la Asamblea Constituyente que reconoció legalmente su segunda administración y dió importantes aportes al régimen de justicia, sancionando el Código Civil y su Código de Procedimientos, el Código Sustantivo Penal y leyes referentes a las Cortes de Justicia, al sistema educativo y al régimen administrativo.

La actividad política de Mera continúa y entre 1872 y 74 es Senador de la República. En 1875 propicia en el Congreso la reelección de García Moreno, decisión de la cual se arrepentiría más tarde.

A raíz del asesinato del mandatario y frente al deterioro en el que se hallaba el movimiento conservador, Mera se constituye en el ideólogo del partido, encausando y orientando las proposiciones e intereses de las diversas facciones del mismo. Trata de llevar adelante una completa renovación, acepta valiosas ideas liberales, actualiza su doctrina y propicia inclusive el cambio del nombre tradicional del partido por el de Católico-Republicano.

Después de la corta administración de Antonio Borrero, vino la amarga dictadura del General Ignacio Veintemilla, contra la cual Juan León Mera combatió a través de la prensa nacional, y desde su retiro en Atocha sigue trabajando por la consolidación de su partido.

En 1883, luego del derrocamiento de Veintemilla, se funda el periódico “La República” que es el portavoz del nuevo partido. Mera redacta el programa cuyas ideas fundamentales estaban centradas en la defensa de la religión y de la democracia fortificada a través de elecciones populares, igualdad ciudadana, autonomía del Estado frente a la intervención extranjera; postulaba igualmente una moralización administrativa, apoyo fundamental a la instrucción pública y protección a la agricultura, comercio, industria y vialidad.

En 1886, durante la administración de José María Plácido Caamaño, Mera es Presidente del Senado y bajo el gobierno de Antonio Flores Jijón, quien aceptó el programa católico-republicano de Mera, actuó como Ministro del Tribunal de Cuentas y Presidente del mismo en 1891.

Juan León Mera, de fino espíritu ante la belleza, incursionó también en la pintura; sus obras, de corte clásico, están en perfecta armonía con sus dotes de escritor romántico; prefiere el paisaje y su paleta de matices serenos y luminosos transporta la belleza de la naturaleza ecuatorial a sus lienzos.

Mera desarrolló su actividad literaria dentro de un romanticismo caracterizado por la afirmación del yo y la libertad frente a los rígidos convencionalismos sociales y las estrictas normas académicas, por el descubrimiento de la naturaleza y por el afán de rescatar la herencia aborigen, todo ello imbuído además por un profundo nacionalismo. En 1872, fue nombrado Miembro Correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española y tres años más tarde, junto con Pedro Fermín Cevallos, su dilecto amigo, consejero y primer crítico de su obra, funda la Academia Ecuatoriana Correspondiente de la Real Española.

En su época florecieron numerosos poetas y escritores, destacándose entre ellos Dolores Veintimilla de Galindo (1830-1857) cuya poesía dramática y afligida responde fielmente a la incomprensión que le rodeó por dedicarse a actividades intelectuales “no propias para la mujer”; Julio Zaldumbide (1833-1887) poeta sobrio y mesurado, pretendía una renovación métrica y junto con Mera es un defensor del retorno al indianismo; Numa Pompilio Llona (1832-1907) neoclásico y romántico, su trabajo es esmerado en la forma, en la pureza verbal y riqueza descriptiva; Juan Montalvo (1832-1889), posiblemente el escritor más controvertido del siglo por su vinculación con la política liberal; figura eximia de la literatura nacional, polemista, ensayista, hombre de estudio, brillante y ardoroso escritor.

La producción poética de Mera es abundante, su primer libro “Poesías” aparece en 1858, seguido más adelante con “La Virgen del Sol” (1861) que relata la resistencia indígena contra los españoles, “Mazorra” (1875) situada en ambiente colonial, “Melodías Indígenas” (1887) en donde pretende un rescate del pasado precolombino; en 1892 publica una nueva recopilación de su producción poética, titulada “Poesías” dividida en capítulos acorde al tema presentado, así dentro de –Fantasías– tiene “Sueño de Amor” escrita en 1854 y corregida en 1870, “Amor ideal” (1858), “El Yaraví” (1859); en –Afectos Intimos–, “La Partida al campo” (1865), “La mujer” (1869), “A mis hijos” (1872); en –Poesías Morales–, “Himno del Hogar Campestre” (1876), “Epístola” (1857) en que habla sobre la modestia, “Al siglo diez y nueve” (1881), “¿Qué es el dolor?” (1884); entre las –Elegías– aparecen “A la luna” (1860) dedicada a su amigo el escritor y poeta Julio Zaldumbide, “En la muerte del llmo. Obispo Yerovi” (1867), “A un arroyo de los Andes” (1860), “A la laguna de Colta” (1863), “El martirio y la iniquidad” (1877) escrito a raíz del asesinato de Monseñor Checa y Barba, “Premios del Mundo” (1890), dedicada a su amigo el Dr. Honorato Vázquez; en el capítulo referente a –Patriotismo y Política– tiene entre otras “El Héroe-mártir” (1876) escrito a la memoria de don Gabriel García Moreno, “Grito de Guerra” (1886), “Canto a Olmedo” (1880) que es una de sus poesías épicas que más elogios ha recibido, fue escrita al conmemorar un centenario de su natalicio, “Ultimos momentos de Bolívar” (1883), “Canto de Colombia a los Héroes y la Gloria”; incluye también algunas de sus producciones de carácter místico en –Poesías Religiosas– como “Dios” (1864) dedicada a Fray Vicente Solano, “La fe cristiana” (1866), “Dies Irae” (1868), “A Jesús en la Cruz” (1866), “Canto a María” (1882); finaliza esta abundante recopilación con algunas –Composiciones diversas– entre las que merecen destacarse “El Genio de los Andes” (1873) escrito a los viajeros Reiss y Stübel con motivo de su ascensión al Cotopaxi y al Tungurahua, “Epístola a Rafael Salas” (1855), “Los Jilguerillos” (1860). Como poeta Juan León Mera llega a la inmortalidad con el canto patriótico que constituye el Himno Nacional del Ecuador (1865), cuya música la compuso Antonio Neumane.

A pesar de su abundantísima producción en verso, los críticos literarios han dado más valor a su prosa, en la que el relato y la novela ocupan un lugar preponderante, siendo su obra más conocida “Cumanda” (1879), que dentro de moldes clásicos y románticos menciona aspectos de la historia nacional con una riqueza descriptiva impresionante que le brinda la exhuberante naturaleza que le apasionaba; sin embargo, a pesar de su deseo, no logra crear personajes auténticamente ecuatorianos, los suyos tienen mucho de europeos, pero esto logra superarlo más tarde con sus “Novelas Ecuatorianas” que se publican por primera vez en España en un solo libro que reúne “Entre dos tías y un tío”, “Por qué soy cristiano”, “Un matrimonio inconveniente”, “Historieta”, “Un recuerdo y unos versos” y “Una mañana en los Andes”, junto a las cuales debe mencionarse además a “Los novios de una aldea ecuatoriana”; todas ellas son producto de un profundo examen de la naturaleza y sobre todo del hombre ecuatoriano; allí los personajes son auténticamente nuestros, son singulares y verosímiles, su argumento es sencillo pero fiel a la idiosincracia del pueblo; son novelas criollas por su esencia y su contenido, por su carácter y su aspecto formal, y son éstas las que marcarán el inicio de la auténtica novela ecuatoriana.

Mera además fue costumbrista y humorista como aparece en “La Escuela Doméstica” o en “Tijeretazos y Plumadas”. Sus cualidades de biógrafo se evidencian cuando escribe sobre Nicolás Martínez, Pedro Fermín Cevallos, Joaquín de Araujo, Vicente Cuesta y su obra póstuma sobre Gabriel García Moreno. Aparece como pedagogo cuando escribe su “Catecismo de Geografía de la República del Ecuador”, el “Catecismo de la Constitución” o su “Curso de Retórica”.

Su actividad de periodista se vincula con la de político conservador; permanentemente escribe crónicas en periódicos nacionales, elogiando la actividad gubernamental de García Moreno (1861-65, 1869-75), atacando con acres artículos la dictadura de Veintemilla (1876-83), propiciando la consolidación del partido Católico-Republicano en el periódico “La República” (1883) y apoyando la labor del Presidente Antonio Flores Jijón en el “Semanario Popular de Quito” (1889-90); mantuvo también a través de la prensa, ardientes polémicas con Juan Montalvo. Escribió además para periódicos de otros países como en “El Eco de Córdova” o “Las Novedades de Nueva York”.

Se le encuentra como sociólogo e historiador cuando escribe sus “Observaciones sobre la situación actual del Ecuador” y su “Historia de la Dictadura y la Restauración”, en donde con absoluta sinceridad confiesa que los acontecimientos que relata están todavía muy frescos para lograr una visión objetiva.

Como crítico literario destaca con su obra “Ojeada Histórico-Crítica sobre la Poesía Ecuatoriana” (1868) en la que muestra una profunda labor investigativa desarrollada con gran rigurosidad científica; en esta obra Mera reúne nombres y producciones literarias, que de no haber sido por su acuciosidad, hubieran permanecido en la sombra del anonimato; como crítico se revela prolijo y meticuloso, tal vez extremadamente duro; llevado por su afán nacionalista es intransigente con la mala obra, pero exhaustivo en la recopilación histórica.

Como precursor en el campo del folklore es brillante su compilación de los “CANTARES DEL PUEBLO ECUATORIANO” (1892). Su trabajo de investigador en un campo por muchos menospreciado o simplemente ignorado, se inicia alrededor de 1884 según lo atestigua su correspondencia con Luis Cordero, quien fuera su más valioso colaborador.

La obra está formada por cuatro partes, cada una de ellas sumamente valiosa: Indice, Estudio sobre los Cantares del Pueblo Ecuatoriano, Compilación y un apéndice intitulado Antiguallas Curiosas.

Una vez recogidos y seleccionados los cantares, Mera procedió a una clasificación conforme al índice de motivos que Francisco Rodríguez Marín empleara en sus “Cantos Populares Españoles” (1882) y usado también por Fernán Caballero y Antonio Trueba en sus escritos sobre poesía popular de España; este índice constituye por sí solo un valioso intento de clasificación del folklore poético ecuatoriano. Paulo de Carvalho-Neto en su “Diccionario del Folklore Ecuatoriano” (1964) esquematiza dicha clasificación y de los veinte y tres grupos anotados por Mera, registra los trece motivos fundamentales con sus respectivas subdivisiones:

“1. Religión 2. Sentencies { morales amatorias 3. Amor { Amor simplemente Amor triste 4. Tristeza: Tristeza de varias clases 5. Celos 6. Desdenes y desprecios 7. Diversos 8. Burlas contra { las mujeres (amor, etc.) las mujeres (matrimonio) celos e infidelidades diferentes motivos 9. Baile 10. Aguardiente y borrachos 11. Mala justicia y malos jueces 12. Murmuradores 13. Militares y políticos” (p. 293)

Después del Indice viene el “Estudio sobre los Cantares del Pueblo Ecuatoriano” que es, sin lugar a dudas, el primer trabajo sistemático, claro y ordenado en cuanto a crítica y análisis, sobre la poesía popular; en él explica, aclara, presenta una clasificación de su trabajo y una exaltación del pueblo creador y divulgador de sus cantares. El mismo Carvalho-Neto, con una clara visión crítica, comenta este Estudio o prólogo indicando que “Aunque él no lo haya estructurado en subtítulos, podemos nosotros subdividirlo en párrafos nítidos, registrando así los siguientes tópicos tratados: Por qué canta el pueblo; Lo anónimo de la poesía popular; Características de la poesía popular ecuatoriana; La Mashalla; Versos alternados entre quichua y español; Variantes ecuatorianas del cancionero español; Los temas religiosos y patrióticos en el cancionero ecuatoriano; La persistencia de la cuarteta; De la corrección gramatical de los versos folklóricos; De la selección moral en las antologías populares; “¿Hay verdadera poesía en las coplas populares?” y “De la utilidad que entrañan algunos cantares aún como breves datos históricos” (p. 294).

Un aspecto sumamente importante del trabajo de Mera es la labor de equipo que realiza, claro antecesor del trabajo interdisciplinario de la investigación actual; son Luis Cordero, Honorato Vásquez, Rafael Arízaga, Tomás Rendón, Juan Abel Echeverría, Celiano Monje, Nicolás Vacas, Francisco Moscoso y José Trajano Mera, los nombres que el propio Mera registra en la addenda al estudio preliminar de su obra, demostrando una vez más su seriedad y honestidad al reconocer a quienes le brindaron su ayuda y fueron de una u otra forma copartícipes de la mencionada compilación.

La obra pretende ser únicamente una recopilacion de las coplas populares conocidas en el país, mas no un tratado antropológico de literatura popular ya que para ello hubiera requerido no sólo la ordenación por temas, sino una rigurosa clasificación según los acontecimientos en los que se los canta (autos populares, rondas, juegos infantiles, fiestas religiosas o familiares, enamoramiento, etc.), sobre ello tenemos únicamente una breve explicación sobre el cantar “Mashalla”. Hubiera sido deseable el registro geográfico de las áreas de recolección, consejo que lamentablemente no siguió pese a la opinión favorable al respecto que le expresara Luis Cordero. Hubiese sido también importantísimo el registro del acompañamiento musical a fin de tener la globalidad del cantar. Causa también profundo pesar en el investigador actual la decisión de Mera de “mejorar” la dicción y el vocabulario de las coplas recogidas, lo cual adultera, en buena parte, la autenticidad del cantar, pero este punto es plenamente aclarado por el compilador, que si bien no lo justifica, al menos nos permite entender su punto de vista, digno de todo respeto: “Cosa de examen y detenido pensar ha sido también para mí el lenguaje de la mayor parte de los versos que he colectado. No ha faltado quien me aconsejara que en este punto fuese nimiamente respetuoso para con la musa popular; pero me he decidido por lo contrario. Con tal de que se conserve puro el espíritu que informa y caracteriza la poesía popular, ¿por qué no ha de corregirse su lenguaje? ….. Todo cuanto tiende a la enseñanza es bueno y debe practicarse”. Otro asunto pesaroso es la decisión de Mera “de no conservar….. el gran número de versos ofensivos a la moral, y no pocos conque se ha tratado de lastimar el buen nombre de algunas personas….. Entre las coplas de esta compilación creo, pues, no haber incluído ninguna de color escandaloso….. Por lo que respecta a las tinturadas de odiosas personalidades, si ha pasado tal cual, son de seguro de las que no determinan nombres, especialmente cuando éstos pertenecen a la política, avispero de pasiones violentas y de execrables injusticias que inspiran epigramas sangrientos y a veces nauseabundos”, con ello oculta una parte importante de la vida política de la nación, aquellos aspectos de trasfondo que tampoco la historia registra y que debido a su pulcritud moralista se perdieron para siempre. Elimina también de la publicación la faceta “secreta”, picante y mordaz, del diario vivir de los pueblos y bien lo dirá posteriormente Darío Guevara en “Juan León Mera o el Hombre de las Cimas” (1944): “La catolicidad y moral puritana de Mera fueron causa para que no entren en el libro muchas coplas que no existen ni en el cuidadoso archivo de sus hijos. Lástima es, porque lo que es del pueblo –arte auténtico y natural– nunca debiera desaparecer, aunque nos coloreen las mejillas y se santigüen las beatas” (p. 242).

Si bien la obra adolece de algunos defectos a la luz de la metodología actual, hemos de considerar que ella fue compilada, analizada, corregida y publicada hace aproximadamente cien años, cuando las normas de conducta eran regidas más por un estricto comportamiento social que por una rigurosidad científica, prioritaria en el siglo actual. Además la mayoría de estas omisiones son explicadas en forma sincera y auténtica, con lo cual Mera crece en su valía como hombre y como investigador honesto, pues la honradez científica es la mejor cualidad que se puede pedir a un verdadero estudioso.

En la parte medular de la obra, es decir en la compilación de cantares, Juan León Mera abunda en citas explicativas sobre el vocabulario popular y términos quichuas que aparecen en las coplas; tan solo las citas de pie de página harían valedero y perdurable el trabajo de Mera; un estudio de ellas daría luces sobre el desarrollo y evolución del lenguaje, tanto español como quichua; la lingüística podría encontrar allí valiosas fuentes de información al igual que el mismo folklore e incluso la ciencia histórica.

El apéndice de la obra, intitulado “Antiguallas Curiosas” recoge bastante material poético de la época de la Independencia, la gran mayoría de carácter patriótico pero también registra algunos versos amatorios, satíricos, anecdóticos y de otros géneros.

Impresionado favorablemente por los cantares registrados por Mera, encontramos a otro importante personaje del siglo pasado: Joaquín Pinto, que movido por su afán de conocer al hombre ecuatoriano, dibuja profusamente al personaje popular y con el ingenio propio de los artistas, transcribe en muchos de ellos las más adecuadas coplas para el personaje retratado.

 

JOAQUIN PINTO (1842-1906) es uno de los más altos exponentes de las artes plásticas del siglo XIX; perteneció a una época de intensos y permanentes cambios en el orden político, social, filosófico. El pensamiento escolástico imperante en el siglo anterior había sido desplazado por las tendencias liberales. La nación sujeta al régimen colonial, finalmente superado, debía debatirse en el nuevo y difícil campo de la libertad dentro de un ambiente lleno de conflictos sociales, económicos y administrativos. El arte, expresión sustancial de los pueblos, también evoluciona, la temática religiosa, imperante en las épocas anteriores, no es del todo abandonada, pero tiene que compartir su lugar con nuevos intereses: el retrato y los temas patrióticos se imponen a raíz de la Independencia, la vida republicana provoca hondos sentimientos de nacionalismo que en las artes se ve reflejado en un mayor interés por lo nuestro, lo cual unido a las corrientes románticas, hacen del paisaje nativo uno de los temas preferidos; el ecuatoriano se siente dueño de su propio destino y vuelve sus ojos a su país y a su habitante, por ello el tema costumbrista ocupa en la plástica del siglo pasado un sitial preponderante.

Junto con Pinto, se destacan en el campo de la pintura los maestros Antonio Salas (1780-1860) quien a más del tema religioso, tuvo gran éxito como retratista de los próceres de la Independencia, fue el primero de una familia que durante varias generaciones estaría imbuída de espíritu artístico; Juan Agustín Guerrero (1818-1880), agudo caricaturista, produjo abundante obra de temática costumbrista, su actividad pictórica la compartió con la docencia en la Escuela Democrática Miguel de Santiago y en el Conservatorio de Música; Rafael Salas, hijo de Antonio Salas, retratista y paisajista, sus excelentes cualidades de pintor inspiraron a Juan León Mera en la composición de una hermosa poesía titulada “Epístola a Rafael Salas”; Luis Cadena, nació en 1830, se formó inicialmente en el taller de Antonio Salas, estudió posteriormente en Chile e Italia, en 1872 dirigió la Escuela de Bellas Artes; Juan Manosalvas (1840-1906) estudió desde temprana edad en la Escuela Democrática Miguel de Santiago, obtuvo de García Moreno una beca para estudiar en Italia y junto con Cadena dirigió la Escuela de Bellas Artes; Rafael Troya (1845-1920), discípulo de Cadena y colaborador de los viajeros Reiss y Stübel, desarrolló magistralmente la temática del paisaje. Junto a esta proliferación de pintores, se puede decir que la escultura prácticamente se estancó; en Quito encontramos a José Carrillo quien fue también pintor; Manuel Benalcázar y Juan Díaz, quienes continúan produciendo imaginería religiosa; Cuenca va en primer lugar en la escultura del siglo pasado, siendo sus mejores exponentes Gaspar Zangurima apodado “El Lluqui” y José Miguel Vélez quien a más de sus magistrales Cristos de encarne mate y profundo realismo, se especializó en la escultura de bustos como los de Sucre, Bolívar, Olmedo y otros. En arquitectura Juan Pablo Sanz (1820-1897) es el más destacado, fue también pintor y grabador; Gualberto Pérez, agrimensor graduado en la Escuela Politécnica y Mariano Aulestia, discípulo de Sanz; son también importantes algunos arquitectos extranjeros como el francés Sebastián Wisse, el inglés Tomás Reed que construyó el penal y los alemanes Francisco Schmidt, Menten y Dressel, estos dos últimos jesuitas que enseñaron en la Escuela Politécnica y construyeron el observatorio astronómico.

Joaquín Pinto demostró desde niño excelentes dotes de pintor; gracias al apoyo de su padre, el portugués José Pinto Valdemoros, comenzó a aprender dibujo con Cipriano Borja, su compañero de escuela, frecuentó luego el taller del maestro Ramón Vargas y posteriormente con el maestro Rafael Venegas; estudió también con Andrés Acosta, Tomás Camacho, Santos Cevallos y Nicolás Cabrera. Quedó huerfano de padre a los once años y desde tan temprana edad se vió en la necesidad de ayudar a su madre Doña Encarnación Cevallos, en el sostenimiento de la familia, lo cual no impidió en ningún momento su carrera en el arte; en sus horas libres se dedicaba al estudio de Geometría, Anatomía, Plástica, Historia del Arte Universal y Perspectiva; tuvo gran afición a los idiomas extranjeros y la abundante lectura le convirtieron más tarde en un políglota conocedor de latín, griego, hebreo, francés, inglés y alemán. Su actividad artística fue paralela a su labor docente que era ampliamente reconocida, en 1876 se casa con Doña Eufemia Berrío, una de sus más destacadas discípulas y quien colaboraría con él en la ejecución de dibujos y grabados; se establecen en el barrio de San Roque desde donde tenía una vista espectacular de la ciudad, allí instala su taller, constantemente frecuentado por alumnos, artistas y pensadores de la época; tuvo dos hijas, Josefina y Raquel, quienes compartieron con sus padres su pasión por el arte. Por petición de Honorato Vásquez, dirigió a partir de 1902 la Escuela de Pintura de Cuenca y dos años más tarde regresó a Quito para hacerse cargo, junto con los maestros Salas y Manosalvas, de la sección de pintura de la Escuela de Bellas Artes, por petición expresa de Luis Martínez quien era por entonces Ministro de Instrucción Pública bajo la presidencia de Leonidas Plaza.

Extraordinario dibujante, cultivó las más distintas técnicas desde el rápido apunte a lápiz o carbón, hasta la ligera acuarela –técnica traída por Manosalvas desde Roma–, el tradicional óleo, la tinta, el grabado, el pastel y el curioso esgrafiado en sebo. La temática por él escogida es también sumamente variada; maestro de la pintura religiosa, ha sido considerado como el último artista de la Escuela Quiteña; son notables en este orden la “Inmaculada” que realizó para la Universidad de Cuenca en 1880, la “Transverberación de Santa Teresa” para las carmelitas de la Asunción de Cuenca, ejecutada al año siguiente, el “Soliloquio de María” (1886), del cual existen algunas versiones, la “Virgen de las Mercedes” (1886), “Mariana de Jesús enseñando la Doctrina Cristiana”, la “Oración en el Huerto” (1894), “Apoteosis de la Virgen Inmaculada” (1905), el “Dies Irae” (1905) que es una dramática representación del Juicio Final, con el mismo título, Juan León Mera escribió una poesía de carácter épico-religioso en 1887; “La Ultima Velatura en la Obra de la Redención” (1905) y muchas otras obras en que se evidencia su profundo respeto por la temática religiosa al igual que su excelente conocimiento de la materia.

Conforme a las tendencias imperantes en la época, realizó también algunos retratos, siendo los más conocidos los varios de Federico González Suárez; hace también algunos autorretratos, el más fiel el fechado en 1892 del Museo de Arte Colonial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, ya que los otros no se confiesan como tales aunque su imagen aparece disimulada en escenas alegóricas; en “La Inquisición” (1825) aparece como una de las víctimas esperando el terrible juicio, en el “Purgatorio” se coloca entre las llamas implorando el auxilio de la Virgen de la Merced; se representa también como “San Joaquín” y de cuerpo entero en la imagen de un “Violoncelista”; su curiosidad por los acontecimientos populares le hizo retratarse también atizbando tras una choza el baile campesino en uno de sus bocetos para “Velorio” (ca. 1900).

Fue paciente y meticuloso observador de la naturaleza, la que plasma en regios paisajes como “La Gruta de la Paz” (1874), que es su paisaje más antiguo; “El Castillo de Ingapirca” (1894), “El valle de Yaruquí donde La Condamine leyó el centro del glovo (sic) 1738” hecho alrededor de 1889, “Vista panorámica del Chimborazo” (1901), “La Laguna de Culebrillas” (1903), “Vista de Quito con la primera luz eléctrica” (1905) y múltiples anotaciones de montañas, ríos, valles y quebradas. Pero se acerca a la naturaleza también con mente de estudioso investigador y por ello realiza perfiles montañosos con la exacta anotación de las altitudes, registra también datos astronómicos como la incidencia de las sombras en solsticios y equinoccios, dibuja paisajes con el debido registro del suceso histórico allí desarrollado. Al igual que le impresiona lo grandioso de la naturaleza, su sutileza de artista se conmueve con lo pequeño de una flor, un ave volando, un pequeño insecto; es perfecta su acuarela de “Tarqui” un pequeño pájaro que observó en Lloa en 1902, como también “Claveles, orquídea y mariposa” (1905). Su formidable habilidad hizo que Auguste Cousin, zoologo francés radicado en Quito, solicitara su ayuda para dibujar las nuevas variedades de moluscos que encontró en el país con lo cual pretendía completar su estudio “Faune Malacologique de la Republique de l’Equateur” que publicara en París en 1887.

La sátira no le fue ajena y así en 1895 pintó el “Cara-ajos”, formidable interpretación de la conocida interjección, representando un rostro rubicundo de enorme expresividad, coronado de ajos; pintó también en múltiples versiones “Capítulo que se le olvidó a Cervantes” (1906) en donde retrata a Don Gabriel García Moreno con armadura y lanza a modo del Quijote, cabalgando con un lego embriagado al que lleva en las ancas de su caballo, es tal vez la interpretación humorística de Pinto, sobre el deseo de García Moreno de moralizar al clero.

La temática mitológica ocupó también su atención y la copia de originales europeos fue una permanente herramienta de estudio y de perfeccionamiento de su habilidad. Merecen citarse sus representaciones de “El Sueño del Pastor” (1900) que es una clara imagen de Diana y Endimión según la versión de Francesco Bartolucci, escena que fue también interpretada por su hija Raquel; tiene también “Otero ante el Dux de Venecia”, “La Muerte de Dido”, “Lucha en el Estadio”, “Un Pasaje de la Eneida” y otros.

Realizó también obras de corte histórico como “El Sacrificio de los Hermanos Carrera” (1894), próceres de la Independencia de Chile; varios bocetos para el Monumento de Sucre y estudios anatómicos sobre la cabeza y cráneo de Sucre. Es importantísima la obra de registro arqueológico que realizó gracias a la amistad y aprecio que le dispensara González Suárez cuando pide su colaboración para realizar las ilustraciones del “Estudio Histórico sobre los Cañaris” publicado en 1878, del “Atlas Arqueológico de la República del Ecuador” que viera luz en 1892 y el “Estudio sobre los aborígenes de Imbabura y del Carchi” (1901) obra en la que también colaboraron José Domingo Albuja, Luis Garzón y Juan León Mera Iturralde.

Pero en el campo en que es verdaderamente magistral y real precursor de las corrientes indigenistas futuras es en la captación del personaje popular, el indio, el mestizo, el negro, el personaje de la ciudad; el ser humano en todas sus facetas le apasiona y por ello lo dibuja y pinta prolíferamente, retrata al aguatero, al barredor, la cocinera, el pisador de lodo, el vendedor ambulante, la cajonera; investiga los autos populares y capta al danzante, al disfrazado de mono, de vieja, al sacharuna, el cohetero, la vaca-loca, el gigante de Corpus; en los acontecimientos religiosos dibuja al monaguillo, al sacerdote, a la vendedora de estampas, al penitente, a la priosta, al cucurucho; observa el origen étnico del inmigrante a la ciudad y dibuja al vendedor de Nayón, de Zámbiza, de Guangopolo, de Otavalo o los ubica en su propio medio geográfico como la “Pastora de Atuntaqui”, el “Longo de Napo”, el “Tamboril de Latacunga”, el “Sombrerero de Manabí” e incluso de fuera del país como el “Indio de Chinchamayo, Perú”; inmortaliza en dibujos también al personaje de la urbe: al “Colegial del Seminario de San Luis”, el “Ministro de la Corte”, el arpista, el barbero, el taura.

Coincide con Juan León Mera en buscar y resaltar el valor de lo propio y conocedor de la recopilación de cantares por él realizada, ilustra muchos de sus dibujos de personajes populares con coplas tomadas de la publicación de 1892, vitalizando de esta manera el sincero cantar del pueblo. Así, cuando dibuja a la “Tropeña que va a dejar comida a su soldado” transcribe las coplas que reflejan la dureza de las permanentes luchas políticas que cobraban múltiples vidas de soldados y sus familiares:

“Pobre mujer del soldado

Mucha lástima me dais:

El, que va para la Guerra,

Y vos siguiéndole vais.

Al desdichado sargento

En la guerra le mataron,

Y junto al cuerpo sangriento

A ella también encontraron”

Pinto busca entre las coplas aquellas que mejor se adecúan al personaje que representa como cuando retrata al “Hojalatero” y anota:

“Yo me llamo hojalatero

Pues señor mío, sabrá

Que a todo el que algo me pide

Yo le contesto: Ojalá”

Pero también la poesía más fina, fruto del espíritu romántico llama la atención de Pinto cuando la copia en su “Mulata lavandera”:

“Fragante a la hierba buena

Que crece al lado del agua,

Se viene la lavandera

Con su ropita lavada”

O aquella de simpática anfibología que aparece en la “Bolsicona”:

“Rosario del alma mía,

Aunque me fuera contrario

El rezo, yo rezaría

Con tan hermoso rosario”

De esta forma, el hombre y su cantar se vuelven una sola unidad, la poesía se encarna y recobra la vida que le fuera mutilada al sacarla de su medio e incrustarla en el papel, por esto en esta reedición de CANTARES DEL PUEBLO ECUATORIANO, Mera y Pinto aparecen juntos, su obra se fusiona, se complementa y se unifica, el hombre y el verso se encuentran para juntos ser el vital testimonio del alma ecuatoriana.

 

Magdalena Gallegos de Donoso

BIBLIOGRAFIA

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Ojeada Histórico Crítica Sobre la Poesía Ecuatoriana, Colección Clásicos Ariel, Vol. 23, sf.

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Poetas Románticos y Neoclásicos, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, Editorial J. M. Cajica Jr. S. A., 1960.

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Vargas, José María, Los Pintores del Siglo XIX, Quito, Editorial Santo Domingo, 1971.

Historia de la Cultura Ecuatoriana, Colección Clásicos Ariel, Vol. 87.

ADVERTENCIAS AL LECTOR

Las viñetas que ilustran el texto son reducciones de los bocetos de Joaquín Pinto, de la colección No. 12-77 del Museo del Banco Central. Estos bocetos tienen en su reverso algunas de las coplas que constan en “Cantares del Pueblo Ecuatoriano” de Juan León Mera, editados en 1892, por la Imprenta de la Universidad Central del Ecuador. En algunos de ellos Pinto transcribió varios versos, no necesariamente en el orden en el que aparecen en el original.

 

Las láminas a color son 30 acuarelas y 1 óleo (“Orejas de Palo”) que realizó Joaquín Pinto a base de los esbozos que se guardan en el Museo. Al alzar estas láminas, el lector podrá encontrar la reproducción de las coplas aludidas que constan en los bocetos; éstos, se encuentran en la siguiente página.

 

No se ha hecho constar en el índice la ubicación de los bocetos, pues su nombre figura ya en el de las viñetas.

 

La ortografía de toda la obra ha sido respetada, salvo casos obvios de errores de la impresión original.

Las coplas que constan en las guardas aparecen en su orden en las páginas: 129, 154, 158, 162, 159, 158, 157, 154, 221, 210, 223 (anverso); y, páginas: 293, 297, 293, 73, 288, 290 y 290 (reverso). Los números junto a las coplas del manuscrito corresponden a la edición de 1892.

EL MUSEO DEL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR AGRADECE EN FORMA MUY ESPECIAL LA COLABORACION DE LA SRA. JEANINE COUSIN.

 

Así mismo, la ayuda de:

 

Los museos Municipal Alberto Mena Caamaño de Quito y Jacinto Jijón y Caamaño de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, por el permiso para reproducir las obras de Joaquín Pinto de su propiedad, que constan en esta edición;

 

Doctor Luis Pachano Carrión, Alcalde de Ambato, por el préstamo del libro de Juan León Mera, primera edición de 1892, y;

 

Licenciado Francisco Mera Borja, por facilitar la reproducción de la portada de la edición original.

ANTOLOGIA ECUATORIANA

CANTARES DEL PUEBLO ECUATORIANO

COMPILACION FORMADA

por

JUAN LEON MERA,

M. C. de la Real Academia Española y de la de Buenas Letras de Sevilla; precedida de un estudio sobre ellos, ilustrada con notas acerca el lenguaje del pueblo y seguida de varias

ANTIGUALLAS CURIOSAS.

edicion hecha por orden y bajo el auspicio de la

Academia Ecuatoriana.

ESTUDIO

SOBRE LOS CANTARES DEL PUEBLO ECUATORIANO

Razón tienen los poetas cuando dicen que todo canta en la naturaleza; ó, en otros términos, que todo es poesía en ella. Canta el arroyo que se desliza entre césped y flores ó quiebra sus linfas entre guijas; canta el mar, ora reposado y majestuoso, ora revuelto é iracundo; cantan el céfiro suavemente inquieto y el huracán bramador y terrible; cantan el fuego sujeto al servicio del hombre y el que se desborda humeante de las entrañas del volcán; cantan con muda voz las flores, cantan con misteriosa voz las estrellas. Pero, sobre todo, canta siempre el corazón humano: la felicidad y la desgracia, la alegría y el dolor, el amor que le inflama, el desdén que le enfría y amarga, la bondad, el odio. . . . . todo le incita á cantar. Las lágrimas y los suspiros son poesías; hay sonrisas que son madrigales, cóleras que son poemas, gestos y movimientos que son epigramas, entusiasmos que son odas. No hay corazón que no tenga su poco de Teócrito, de Píndaro, de Juvenal ó de Marcial. La poesía es una de las condiciones esenciales de la naturaleza; el canto es necesidad natural del hombre. Sea bárbaro, sea civilizado, pobre ó rico, bajo el ardiente clima ecuatorial ó bajo el influjo de los hielos del polo, satisface esa necesidad sin esfuerzo ninguno.

De esta poesía que late y brilla en todo cuanto nos rodea y que sentimos en nuestro ser interior, como sentimos los movimientos del propio corazón, y el nacer y desenvolverse de las ideasen el fondo del cerebro á la contemplación de la naturaleza exterior, ó de aquel otro mundo inmaterial en que se gozan sólo los ojos del alma; de esta poesía, digo, participa el pueblo en todas partes. Más vecino á la naturaleza, si puede decirse, que los demás grupos de la sociedad que se le han sobrepuesto exaltados por la civilización, carece de arte para expresar en cantos elegantes sus conceptos y pasiones; pero, en cambio, siente con más intensidad y canta con sencillez á veces inimitable.

El pueblo es poeta; pero si le preguntáis individualmente por los ingenios que pulsan su lira, no os podrá contestar. Os enseñará sus coplas y cantares, mas nunca sus poetas, porque no los conoce. Las flores del Parnaso popular, modestas y, con frecuencia, olorosas como la violeta, brotan sin que nadie pueda conocer la mata que las ha producido.

Sin embargo, esto no debe entenderse de una manera absoluta, pues el pueblo halla á veces en los poetas cultos armonías que le son simpáticas y sentimientos que responden á los de su corazón, y al punteado de rústica guitarra se le oye cantar estrofas que han sonado acompañadas de liras de marfil. Cuéntase que en Italia es común oir cantadas por campesinos y marineros octavas de Ariosto y Tasso; en Francia de los labios de Béranger, que aunque popular poeta no fué ni hijo del pueblo ni destituido del estro de los vates aristocráticos, han pasado innumerables canciones á la boca de la gente de blusa ó de mandil; entre nosotros es bastante común oir en los bailes de botón gordo y en las serenatas de los alegres cholos, estrofas de célebres poetas españoles y americanos: mozos de poncho, y mujeres de rebozo cantaban no ha muchas noches:

Una misma es nuestra pena,

En vano el llanto contienes:

Tú también como yo tienes

Desgarrado el corazón.

De seguro, ninguno de los pedestres músicos sabía quien había sido el cantor de Jarifa, y esos versos descendieron hasta ellos desde alguna soireearistocrática, bien sea que allí los oyesen, bien que algún tertulio los repitiese en popular diversión. Pues ¿quién ignora que mozos nacidos entre lino y seda gustan de rozarse con la humilde bayeta y de democratizarse hasta andar en fandangos y solaces propios del pueblo?

Y acontece también que esos mismos mozos que han olvidado su origen decente y aceptado poco ó mucho las costumbres populares, se dan con frecuencia á versificar en el tono y con el colorido de la clase á que han querido descender. Por lo común conservan, por mucho que por sus costumbres se alejen de la vida y tradición de sus familias, ciertas reminiscencias de su primera educación, cierta tintura de la instrucción que recibieran en el colegio, ó las maneras que aprendieron en el trato de personas de la buena sociedad; y las estrofas por ellos forjadas, si bien han llegado á ser populares, dan de sí un olorcillo peculiar, digámoslo, que está publicando su procedencia; esto es, que está diciendo que no son partos genuinos del pueblo. Vaya un ejemplo: cuando oigo,

Tu madre fué la inconstancia,

El orgullo fué tu padre,

Es tu hermana la arrogancia;

¿Habrá novio que te cuadre?

veo pueblo tan sólo en quien rasguea la guitarra y canta; mas no en el autor de los versos, que trascienden á epigrama labrado por culta mano. Pero ¿quién no ve al pueblo, y lo que es más al pueblo de cualquier punto de las serranías del Ecuador, en esta copla?

Para la chola el cholito,

Para señora el señor.

Váyase, caballerito,

A otra parte con su amor.

Además de que nuestro pueblo acepta gustoso las estrofas brotadas de ingenios que, sin ser de su clase, se han aproximado á él por las costumbres y los gustos, y además también de que son populares en el Ecuador muchos versos que lo son en España y en otros puntos de la América española, de suyo es fecundísimo, y de propia cosecha ha enriquecido el repertorio que luce en sus serenatas, en sus bodas y otras diversiones.

Millares de coplas pudieran contarse de origen popular genuino; y, en efecto, la colección que he formado pasa de dos mil, no obstante que está muy lejos de ser completa. Además, la mayor parte de los versos en que me ocupo desaparece con la ocasión que los ha inspirado: son verdaderas flores de un día que nadie se ha tomado el trabajo de recoger y colocar en fresco búcaro para que tuviesen algo más de vida. Por extremo curioso y útil habría sido que se colectasen los partos de la musa del pueblo desde el tiempo de la colonia, y en especial los de la época de la guerra de la independencia. ¿Quién duda que éstos habrían prestado servicios hasta á la historia? Pero desgraciadamente hace poco tiempo que se ha comenzado á prestar atención á tan importante materia, y á esto han contribuido los trabajos sobre la poesía popular de España de Fernán Caballero y D. Antonio Trueba, tanto y tan justamente apreciados entre nosotros.

El pueblo ecuatoriano todo lo canta: el suceso de la mañana suena en sus versos por la noche al tañido del arpa ó la guitarra; ni hay valiente Capitán ni áun criminal de nota que no venga á parar en héroe de nuestros fáciles trovistas de poncho y alpargata. Con frecuencia aciertan éstos á expresar su amor ó su pena con encantadora sencillez, ó son terribles en cantar sus odios y desdenes: puede decirse que les es familiar el epigrama, y, por desgracia, su vena abunda también en obscenidades y frases de repugnante bascosidad.

Mas es preciso no olvidar que á veces se calumnia al pueblo atribuyéndole versos que no ha producido, y que quizás ni ha querido adoptar, por ser contrarios á su sentido religioso y á la moral que éste ha hecho arraigar en su alma. Y en prueba de ello, ya que en la compilación que he formado está una copla de todo en todo ajena á las creencias é índole de los ecuatorianos, especialmente de los de humilde esfera, aunque no vaya inclusa en la mentada compilación cuando se publique, he de ponerla aquí como una de las muestras que pueden citarse del pensamiento y propósitos de cierta escuela política que pugna por surgir en el Ecuador, como por desdicha para los pueblos ha surgido en otras partes. La copla es esta:

Quisiera ver á Alfaro

Mandando en Guayaquil,

Y á todo fraile y monja

De estopa de fusil.

Esta es fotografía de una de las faces del radicalismo hecha de propia mano, que no de mano del pueblo.

A pesar de que éste se muestra á menudo poco ó nada escrupuloso en forjar coplas de verde subido, ó que por demasiado punzantes no se compadecen con la caridad, suele ser justo apreciador de las buenas obras; ó bien se deja arrebatar de loable indignación y fustiga á los viciosos y criminales. Hemos visto hechos punibles para los cuales la ley no ha tenido espada, pero que no han quedado bien librados ante el juicio de la musa popular. ¿Quién, por ejemplo, en Ambato y los pueblos vecinos no ha oído y todavía oye el Tacuamán? Este fué un infeliz indio, víctima de un asesinato clamoroso; el Jurado, sin embargo, absolvió al reo; pero al día siguiente se había inventado una tonada y forjado unos versos que el pueblo cantaba por todas partes, y en los cuales eran castigados asesino y jueces juntamente.

En los versos que vengo examinando, así de carácter erótico ó grave como satíricos y burlescos, hay la misma gradación que en el pueblo. En la clase que más se aproxima á la sociedad culta, se hallan también los que relativamente contienen más delicadeza de esencia y de forma, los que se han tomado de buenos poetas, y los que han sido hechos por gente de algunos conocimientos artísticos; y esa delicadeza y esa poesía van descendiendo hasta desaparecer á medida que bajan los quilates de la inteligencia y educación populares.