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En esta nueva edición revisada, casi, 30 años después de la edición original, se actualizan los datos, pero siempre manteniendo los pensamientos originales con la frescura literaria que caracteriza al autor y el lenguaje sencillo que usa en la formación de estudiantes. Enseñando, bíblicamente, las principales ideas y mensajes que nos aporta el libro del Apocalipsis en todo su lenguaje figurativo y literal. Son las propias palabras del autor las que nos introducen en la importancia del estudio del Apocalipsis: "Vivo enamorado de su composición literaria, de su lenguaje real y figurado, y de su enfoque escatológico".
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Veröffentlichungsjahr: 2014
APOCALIPSIS, LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
Dr. Kittim Silva Bermúdez, B.A., M.P.S., D. Hum., D.D.
EDITORIAL CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS
(Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
http://www.clie.es
© 2014 Kittim Silva Bermúdez
Esta obra, Apocalipsis, la revelación de Jesucristo, está basada en la edición original de 1985
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org <http://www.cedro.org> ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».
© 2014 Editorial CLIE
APOCALIPSIS, LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
ISBN: 978-84-8267-945-7
COMENTARIOS BÍBLICOS
Antiguo Testamento
Referencia: 224865
El RVDO. KITTIM SILVA BERMÚDEZ, M.P.S., D. HUM., D. D. es puertorriqueño radicado en Nueva York. Su formación académica es amplia y excepcional: Graduado en el Inst. Bíblico Internacional, Inc., N.Y. (1974); Theological Seminary N.Y. (1976); (B.A.) del College of New Rochelle (1980); Maestría (M.P.S.) en Theological Seminary N.Y. (1982). Profesor Honoris Causa en Teología (1994), Doctor Honoris Causa en Humanidades (1998) por la Universidad Evangélica de la Rep. Dominicana y Doctor Honoris Causa en Divinidades otorgado por la Latín University de California (2001).
El obispo Kittim Silva ha sido profesor de escatología en el Instituto Bíblico Internacional, especializándose en el estudio e interpretación del libro de Apocalipsis.
Ministro ordenado en el Concilio Internacional de Iglesias Pentecostales de Jesucristo, Inc., desde 1974. Fue ordenado al completo ministerio por los reverendos W. R. Rasmussen y James A. Cymbala (del Brooklyn Tabernacle). Obispo/Presidente de su organización por unos 20 años. Ha servido en el Ejecutivo del mismo, 25 años. Y ha ejercido la docencia teológica con el Instituto Bíblico Internacional por tres décadas.
Miembro fundador de Radio Visión Cristiana Internacional, Inc., sirviendo como presidente (1994 al 2001). Trabajó con el Comité de A.V.A.N.C.E. en 2009. Desde 1984 es anfitrión del programa radial y de TELEVISIÓN «Retorno», en los condados de la ciudad de Nueva York.
ÍNDICE GENERAL
Portada
Portada interior
Créditos
Rvdo. Kittim Silva Bermúdez
Abreviaturas
Prefacio
PRIMERA DIVISIÓN «Las cosas que has visto»
1. La revelación de Jesucristo (Apocalipsis 1:1-20)
SEGUNDA DIVISIÓN «Las que son»
2. Las siete iglesias (Apocalipsis 2:1-29 y 3:1-22)
TERCERA DIVISIÓN «Las que han de ser después de estas»
3. El trono en los cielos (Apocalipsis 4:1-11)
4. El rollo con siete sellos (Apocalipsis 5:1-14)
5. Juicio de los sellos (Apocalipsis 6:1-11)
6. Los salvados durante la gran tribulación (Apocalipsis 7:1-17)
7. Las primeras cuatro trompetas (Apocalipsis 8:1-13)
8. Quinta y sexta trompetas (Apocalipsis 9:1-21)
9. El ángel con el librito en su mano (Apocalipsis 10:1-11)
10. El templo y los dos testigos (Apocalipsis 11:1-14)
11. La mujer, su simiente y el dragón (Apocalipsis 12:1-17)
12. El anticristo y el falso profeta (Apocalipsis 13:1-18)
13. Comunión y juicio (Apocalipsis 14:1-20)
14. La preparación para las copas (Apocalipsis 15:1-8)
15. Las siete copas de la ira de Dios (Apocalipsis 16:1-21)
16. La Babilonia religiosa (Apocalipsis 17:1-18)
17. La Babilonia comercial (Apocalipsis 18:1-24)
18. Una nota de triunfo (Apocalipsis 19:1-24)
19. El reinado milenario del Cordero (Apocalipsis 20:1-15)
20. El nuevo orden eterno (Apocalipsis 21:1-27)
21. Conclusión apocalíptica (Apocalipsis 22:1-22)
Epílogo
Bibliografía
ABREVIATURAS
BA
Biblia de las Américas
BJ
Biblia de Jerusalén
DHH
Dios Habla Hoy
NBE
Nueva Biblia Española
NBL
La Nueva Biblia Latinoamericana
NC
Sagrada Biblia
NTV
Nuevo Testamento Viviente
NVI
Nueva Versión Internacional
RV
Reina Varela, versión clásica
VM
La Santa Biblia, Versión Moderna
PREFACIO
El Apocalipsis ha sido para mí un libro interesantísimo. Lo he predicado y lo he enseñado. Cada vez que vuelvo a leerlo mi interés por el mismo se intensifica. Vivo enamorado de su composición literaria, de su lenguaje literal y figurativo y de su enfoque escatológico.
En el año 1973 fui expuesto al mismo a través de un estudio sistemático dirigido por mi profesor, el reverendo William Torres. Poco me imaginaba el que yo mismo en septiembre de 1974 comenzaría a enseñar sobre tan profundo libro. A partir de ese año hasta el año 1980 dicté conferencias audiovisuales sobre el Apocalipsis.
Durante los años que diserté sobre escatología produje algún material escrito que compartí con mis estudiantes. Ante la insistencia de muchos de ellos he decidido compartir con otros lectores algunas de nuestras reflexiones sobre el libro de Apocalipsis.
Consciente estoy que sobre el raudal de libros que se han escrito sobre el Apocalipsis uno más sería insignificante. No obstante, creo que nuestro intento no será infructuoso. Oro a Dios para que algún día este libro sea una fuente de bendición a muchos lectores.
No podría pasar por alto a mi esposa, la Dra. Rosa M. Silva, pastora, educadora y consejera cristiana, quien supo comprender la necesidad que yo tenía hace tres décadas atrás de escribir este libro en aquellos años que ni soñábamos con la tecnología que tenemos hoy día. Era todo realizado en mecanografía, cortando con unas tijeras y pegando literalmente. Las versiones bíblicas las ponía sobre la mesa del comedor y así las comparaba. Hoy todo es tan fácil… Pero gracias doy a Dios por eso.
También deseo reconocer a mis dos hijas, Janet, nuestra primogénita, casada con David Soto, ahora padres de nuestro nieto Josiah Kittim Soto. A mi hija Aimee Rebeka, quien nos asiste en las labores de oficina.
Deseo también reconocer al reverendo Flor Cruz, director del Instituto Bíblico Internacional, donde Dios me concedió ser maestro. Su sinceridad ha fertilizado nuestra amistad.
Esta nueva edición corregida toma lugar 30 años después de la edición original. Lo que he hecho es actualizar algunos datos, pero siempre manteniendo los pensamientos originales con la frescura literaria que le caracteriza.
Sea este libro una ofrenda de gratitud al Señor Jesucristo, sin cuya ayuda nada hubiera sido posible. Que en cada página sea yo «menguado» para que Él «crezca». Que la unción del Espíritu Santo haga viva y penetrante cada palabra escrita.
El Autor
PRIMERA DIVISIÓN
«Las cosas que has visto»
CAPÍTULO 1
La revelación de Jesucristo (Apocalipsis 1:1-20)
«Apocalipsis» no es una palabra castellana, sino griega, significa «revelación». El libro comienza con la frase «la revelación de Jesucristo». Comúnmente se le llama a este libro «la revelación de Juan»; lo correcto es llamarle «la revelación de Jesucristo». Esta revelación se originó en Dios, el Padre, este se la dio a Cristo, Cristo la envió y se la declaró a Juan por medio de un ángel. El texto lee: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto, y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan» (Apocalipsis 1:1).
El escritor del libro
Juan, el apóstol, fue el escritor de este libro. Era hijo de un tal Zebedeo (Mateo 4:21) y de Salomé (Mateo 27:56); hermano de Santiago el Mayor, de Betsaida, pescador, como su padre (Mateo 4:21). Su padre era acomodado; tenía jornaleros (Marcos 1:20), poseía por lo menos una barca y pescaba con red (Mateo 4:21). Su madre servía a Jesús (Mateo 27:56). Fue antes discípulo de Juan el Bautista (Juan 1:25-40), y luego llamado por Jesús al apostolado (Marcos 1:19). Junto a su hermano Santiago y con Simón Pedro formó parte del círculo íntimo de Jesús, testigos de la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37), de la transfiguración sobre el monte Tabor (Marcos 9:2), y de su agonía en el huerto de Getsemaní (Marcos 14:33). A Juan se le conoce en el cuarto evangelio como «el discípulo amado» (Juan 13:23, 19:26, 20:2, 21:7, 20). En la última cena se reclinó sobre el pecho de Jesús (Juan 13:23). A él Jesús le encomendó su madre (Juan 19:27). Juan fue el único apóstol que estuvo junto a la cruz de Jesús (Juan 19:26).
En el año 95 o 96 fue deportado a la isla de Patmos por Domiciano, por la predicación de la «palabra de Dios» y por dar testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 1:19). Después regresó a Efeso y murió a una edad muy avanzada.
La isla de Patmos
He visitado la isla de Patmos cinco veces. Es una pequeña isla rocosa situada en el mar Egeo frente a la provincia de Caria, en el suroeste de Asia Menor. Esta isla fue usada por los romanos como lugar de destierro para los criminales. En el día presente, allí existe un monasterio sobre una colina, que según la tradición en su ubicación tiene una caverna que fue donde Juan recibió las revelaciones apocalípticas.
En las circunstancias más terribles y desoladoras para Juan se cumplió ese versículo bíblico: «A los que aman a Dios todas las cosas les obran para bien» (Romanos 8:28). Patmos fue el contexto para el Apocalipsis.
El medio de la revelación
En Apocalipsis 1:1 leemos: «Y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan». A través de todo el Apocalipsis la actividad de los ángeles se hace patente. Por eso es necesario saber algo de su naturaleza, personalidad y obras.
Los ángeles son seres creados por Dios, hechos de la nada por su poder. Fueron creados antes que el hombre, reconociendo que son creación de Dios, no aceptan adoración (Apocalipsis 19:10, 22:8, 9). Tienen cuerpos espirituales, es decir, no tienen cuerpos humanos (Hechos 1:10-11). No mueren, el Señor Jesucristo dijo: «Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles…» (Lucas 20:36). El Señor, mediante la inmortalidad de los ángeles, ilustraba a los saduceos que los que resuciten no han de morir jamás, serán inmortales. El número de ángeles es incontable (Daniel 7:10; Mateo 26:53; Hebreos 12:22).
La personalidad de los ángeles es ejemplar. En el cielo hacen la voluntad de Dios (Mateo 6:10). Son fieles adoradores de Dios (Hebreos 1:6). Su sabiduría es superior a la humana (1.a Pedro 1:12).
Las obras de los ángeles son maravillosas. Son los que ejecutan la voluntad de Dios para cuidado de los creyentes: «¿No son todos espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?» (Hebreos 1:14). Ellos ejecutan los juicios de Dios (Génesis 19:1-32). Entre sus funciones en el Apocalipsis podemos mencionar: siete ángeles poderosos tocarán durante la gran tribulación las siete trompetas de juicios (Apocalipsis 8:2, 6). Siete ángeles arrojarán sobre la tierra siete tazones de juicios (Apocalipsis 16:1 ss.). Un ángel aprisionará a Satanás en el abismo (Apocalipsis 20:1). El arcángel Miguel y sus arcángeles arrojaron del cielo a Satanás y a los ángeles caídos; en los días de la gran tribulación les van a arrojar a la tierra (Apocalipsis 12:7-12). Después los van a confinar al abismo, y por último al lago de fuego y azufre (Apocalipsis 20:10).
Triple bienaventuranza (Apocalipsis 1:13)
Hay una triple bendición de bienaventuranza al leer, oír y guardar las enseñanzas del libro del Apocalipsis. Lee como sigue: «Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca».
Este versículo le acerta un golpe certero al tabú que se ha levantado sobre el Apocalipsis. Al contrario, invita a todo el que pueda leer a estudiarlo, a escuchar predicaciones y estudios sobre el mismo, y más que todo, a atesorarlo. Es la voluntad divina que sus siervos sepan lo que Dios va a hacer en relación con este mundo apóstata y blasfemador. En Amós 3:7 leemos: «Porque no hará nada Jehová, el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas».
Saludo a las siete iglesias (Apocalipsis 1:4-8)
«Juan, a las siete iglesias que están en Asia: “Gracia y paz a vosotros del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono”» (Apocalipsis 1:4).
En los días de Juan, estas siete iglesias eran siete congregaciones que existían en lo que se conocía como el Asia Menor (no el continente). La historia de la Iglesia, desde que comenzó en Pentecostés hasta la revelación de Jesucristo, se resume en estas siete iglesias.
La expresión «del que es y que era y que ha de venir» presenta algunas enseñanzas. Primero, «del que es», eternidad. Segundo, «y que era», inmutabilidad. Tercero, «y que ha de venir», retorno a la tierra. En Hebreos 13:8 leemos: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Él, siendo inmutable, hace que sus promesas tampoco cambien. Él «ha de venir en secreto para su Iglesia» (1.a Tesalonicenses 4:16-17); a esta venida se la conoce como el rapto o traslación. Jesús vendrá públicamente para el mundo en su revelación (Apocalipsis 1:7).
La plenitud del Espíritu Santo se prefigura en la declaración «y de los siete espíritus que están delante de su trono». El Espíritu Santo es pleno, total y abarcador.
En el versículo 5 se describen tres oficios del Señor: profeta, sacerdote y rey. Lee el texto así: «Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra…». El profeta Isaías dijo: «He aquí yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones» (Isaías 55:4). Como profeta, Jesús se hizo «el testigo fiel». Como «el primogénito de los muertos», Él hizo su labor sacerdotal muriendo como cordero y presentándose al Padre como sacerdote, luego resucitó, como primicias garantizando la resurrección a todos los creyentes (1.a Corintios 15:20-24). En su revelación, Jesús afirmará su señorío como «el soberano de los reyes de la tierra».
A través de Cristo somos hechos «reyes y gobernadores para Dios» (Apocalipsis 1:6). Reyes porque en el milenio gobernaremos con Él. Sacerdotes porque podemos interceder ante la misma presencia de Dios cuando oramos.
La visión de Patmos (Apocalipsis 1:9-18)
La frase «en el día del Señor» (Apocalipsis 1:10) se escribe en griego kuriakos, y se ha traducido erróneamente «domingo». Aunque lo cierto es que «el día del Señor» parece referirse a este día en particular. Jesús resucitó en domingo, se manifestó a sus discípulos en días de domingo, y envió el Espíritu Santo en domingo, pero hay quienes entienden que se refiere al día (o tiempo) de su venida.
Juan «estaba en el Espíritu». Por esto debemos entender un estado espiritual producido por el mismo Espíritu Santo. Ese día, él nos dice «y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta». Esa voz es la del Señor Jesús, que le habló a Juan estando este de espaldas.
Jesús le dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (Apocalipsis 1:11). El alfa y la omega son la primera y la última letras del alfabeto griego, como la A y la Z lo son del castellano. El Señor es principio y fin de todo. En Él las cosas comienzan y en Él terminan. El apóstol recibió la orden de escribir lo que veía. No era un analfabeto.
Juan, inquieto por aquella voz, decide volverse de su posición. Dice él: «Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y vuelto vi siete candeleros de oro» (Apocalipsis 1:12). Los siete candeleros simbolizan las siete iglesias (Apocalipsis 1:20).
La visión de Jesús
«Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre» (Apocalipsis 1:13). Para el apóstol no fue ningún problema el identificar al personaje de esta visión. Jesús, «en medio de los siete candeleros» indica que el Señor se pasea y está en medio de sus iglesias, no importando su tamaño o ubicación geográfica o estado económico. «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre», dijo Jesús, «allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20).
«Vestido de una ropa que llegaba hasta los pies» (Apocalipsis 1:13). Estas vestiduras señalan la labor sacerdotal de Cristo. En Hebreos 9:11 leemos: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación».
«Ceñido por el pecho con un cinto de oro» (Apocalipsis 1:13). Entre las vestiduras que usaba el sumo sacerdote en el Antiguo Testamento se puede mencionar: el efod de oro hecho de lino torcido y teñido de azul, púrpura y carmesí. Era una obra esmerada. Se sujetaba por un cinturón o cinto fabricado de los mismos materiales (Éxodo 28:8-9). El efod tenía dos hombreras, y sobre ellas tenía dos piedras de ónice, grabadas con los nombres de los hijos de Israel. Todo esto era un recordatorio al sumo sacerdote de que estaba ministrando a favor del pueblo (Éxodo 28:9, 12).
El cinto de oro que ceñía a Cristo simboliza su obra y ministerio intercesorio en favor de los creyentes, recordándose siempre que Él tiene que abogar por ellos (1.a Juan 2:1; Isaías 11:5, 42:1-4; Filipenses 2:5-8). «Su cabezay sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve» (Apocalipsis 1:14). El color blanco simboliza pureza, gloria, santidad y, sobre todo, representa la justicia y el perdón de Dios (Isaías 1:18). Puede que también signifique la eternidad del Señor (Juan 1:1; Hebreos 13:8).
«Sus ojos como llama de fuego» (Apocalipsis 1:14). En el original griego, según algunos comentaristas, parece rendirse, «sus ojos arrojaban fuego». La Nueva Biblia Española traduce «sus ojos llameaban». Jesús se indigna ante un cuadro desordenado de sus criaturas. Más adelante, en el desarrollo apocalíptico, entenderemos la indignación del Señor.
«Sus pies eran semejantes al bronce bruñido refulgente como en un horno» (Apocalipsis 1:15). Esto nos habla del juicio que Cristo traerá en su revelación después de la gran tribulación, cuando pisará el lagar de la ira de Dios trayendo juicio y desolación a los impíos y pecadores que estén sobre la tierra (Apocalipsis 14:20; Isaías 63:1-6).
«Su voz como estruendo de muchas aguas» (Apocalipsis 1:15). He tenido la bendición de visitar las cataratas del Niágara. Recuerdo haber caminado debajo de las cataratas que están en el Canadá y aproximarme en bote a las dos cataratas, la americana y la canadiense. Si algo me impresionó fueron las caídas de las aguas sobre el vacío, encontrándose luego con el otro cuerpo de agua, haciendo un ruido ensordecedor. De estas características se produce energía hidroeléctrica tanto para el Canadá como para los Estados Unidos.
La voz estruendosa que oyó Juan, simbolizada por muchas aguas, parece indicar el poder creativo,regenerador y desplazador de las palabras de Jesús. Él tiene autoridad en todo lo que dice.
«Tenía en su diestra siete estrellas» (Apocalipsis 1:16). Las siete estrellas simbolizan los ángeles de las siete iglesias (Apocalipsis 1:20). La palabra «ángel» en griego es angelos, significa «mensajero». En este caso denota a los pastores de las siete iglesias.
El estar las siete estrellas en la mano derecha de Cristo significa la autoridad, dominio y protección del Señor para con los pastores. Ellos deben hablar siempre la palabra de Dios (acciones y dichos), procurando que los creyentes imiten su fe (Hebreos 13:7). Los pastores son responsables de las almas bajo su cuidado, velando por ellas, pero es responsabilidad de los creyentes obedecerlos y sujetárseles (Hebreos 13:7).
«De su boca salía una espada aguda de dos filos» (Apocalipsis 1:16). Esta espada no es manejada por la mano, sino que sale de la boca. Es la palabra de Cristo, la cual es omnipotente en ejecutar su voluntad sobre los pecadores. Es la espada del Espíritu suyo (Efesios 1:17).
La espada tiene doble filo, habla de la doble eficacia de la palabra del Señor. Esta corta en el mundo condenando sus pecados. Y en la Iglesia condena las faltas de esta amonestando y exhortando. Ese filo todopoderoso corta en la vida del creyente todo aquello que le impide gozar a plenitud la presencia de Dios.
«Su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza» (Apocalipsis 1:16). Cuando mayor fuera resplandeciente tiene el sol es al tiempo del mediodía. Durante este tiempo sus rayos solares nos hacen más conscientes de su presencia, aunque durante todo el día esté presente. El mundo, hoy día, no quiere estar consciente de la presencia de Cristo, pero llegará el día en que han de sentir la fuerza del resplandor de ese «sol de justicia» (Malaquías 4:2-4).
El sol sustenta la vida de la naturaleza. De igual manera Cristo sustenta la vida espiritual del creyente. El creyente debe reflejar la imagen del Señor, así como la luna, no teniendo luz propia, refleja la luz del sol (Mateo 5:14-16).
Resultado de una visión
Como resultado a la gloriosa visión que Juan tuvo, él nos dice: «Cuando le vi caí, como muerto, en sus pies. Y Él puso su diestra sobre mí, diciéndome: “No temas, yo soy el primero y el último, y el que vivo y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”» (Apocalipsis 1:17-18).
Es significativo que Daniel, en el año tercero de Ciro, rey de Persia, tuvo una visión semejante a la de Juan (Daniel 10:1-6). Al igual que este, Daniel se desmayó. En Daniel 10:8-9 leemos: «Yo solo veía la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no veía la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo; al ver aquella magnífica visión me sentí desfallecer, mi semblante quedó desfigurado, y no lograba dominarme. Entonces oí el ruido de palabras, y al oírlas caí en un letargo, con el rostro en tierra» (NBE).
Notemos que Jesús puso su diestra sobre Juan, mientras le impartía valor diciéndole: «No temas…». El Señor le recuerda a Juan que él es principio y fin de todo. Además le confirma la realidad de su resurrección: «Y el que vivo y estuve muerto…». Los que creen en Jesús también vivirán eternamente. «Y tengo las llaves de la muerte y del Hades»; esto habla del poder que Jesús tiene sobre el infierno. Satanás y sus ángeles caídos (demonios) y todos los hombres que persistan en seguirle, ya están sentenciados a eterna reclusión en el infierno (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10, 15; 21:8).
En ese caso de Daniel se nos dice: «Una mano me tocó, me sacudió poniéndome a cuatro pies. Luego me habló: “Daniel, predilecto: fíjate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque me han enviado a ti”. Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando» (Daniel 10:10-11, NBE).
Daniel fue tocado por el ángel Gabriel, y mientras el ángel le hablaba Daniel tenía sus ojos puestos en tierra y estaba enmudecido (Daniel 10:12-15). Los labios de Daniel fueron tocados «por una figura humana» (NBE) y él pudo hablar. Luego fue de nuevo tocado para que se fortaleciera (v. 18). A Daniel se le llamaba «el muy amado». Juan era conocido como «el discípulo amado».
Saulo de Tarso, quien posteriormente llegó a ser el apóstol Pablo, viajaba camino a Damasco, repentinamente fue rodeado por un resplandor del cielo, cayó a tierra, viendo al Señor Jesucristo, y también lo oyó hablarle (Hechos 9:1-7; 1.a Corintios 15:8).
Lo que Daniel, Pablo y Juan habían visto les hizo caer en tierra. Ante la sublimidad de la gloria celestial sus fuerzas humanas flaquearon. Ante la presencia de Dios tiembla toda la tierra (Salmo 114:7).
SEGUNDA DIVISIÓN
«Las que son»
CAPÍTULO 2
Las siete iglesias (Apocalipsis 2:1-29 y 3:1-22)
En estos capítulos hemos de estudiar las siete iglesias de Asia Menor. Estas son: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Los mensajes del Señor encierran cuatro grandes propósitos: primero, eran para estas siete iglesias locales. Segundo, eran para todas las iglesias o congregaciones en general. Tercero, eran para dar la plenitud de la historia del desenvolvimiento de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el tiempo del fin. Cuarto, eran para dar un mensaje individual y personal a cada pastor y a cada creyente.
¿Por qué siete iglesias? El número siete se menciona en el Apocalipsis unas treinta y ocho veces. Este número se asocia con la idea de un todo acabado y perfecto. Significa totalidad, es decir, aquella querida y ordenada por Dios. En el Antiguo Testamento, los nombres de Dios, Eli-Seba, Yo-Seba y Beer-Seba, lo relacionan con el siete.
El número siete es visto en el Antiguo Testamento muchísimas veces. Siempre habla de plenitud, de totalidad y de un todo acabado: siete días de la creación denotan el poder creador de Dios (Génesis 1:3-31 y 2:1). Siete veces sería castigado el que matara a Caín, denota la plenitud del castigo divino (Génesis 4:15). Siete parejas de todo animal limpio y siete parejas de las aves de los cielos hablan de la plenitud de la creación viva que sobreviviría al diluvio (Génesis 7:2-3). Las siete vacas y las siete espigas hermosas que vio Faraón hablan de la plenitud de abundancia sobre Egipto (Génesis 41:27, 30). Las siete lámparas encendidas del candelero simbolizan la plenitud del Espíritu Santo (Números 8:1, 2). Las siete veces que estornudó el hijo muerto de la sunamita simbolizan la plenitud de la resurrección (2.a Reyes 4:32-35). Las siete zambullidas de Naamán en el Jordán hablan de la plenitud de la sanidad divina (2.a Reyes 5:14). Los siete tiempos que Nabucodonosor estuvo con las bestias del campo se refieren a la plenitud del castigo divino (Daniel 4:16).
El siete, en el Nuevo Testamento, conlleva el mismo significado: los siete espíritus que acompañan al espíritu inmundo que, habiendo dejado un cuerpo humano libre, se va, y cuando lo encuentra desocupado vuelve acompañado y lo posesiona simboliza la plenitud de la posesión demoníaca (Mateo 12:43-45). Las setenta veces que Pedro tenía que perdonar hablan del perdón pleno (Mateo 18:21, 22). Las siete estrellas simbolizan la plenitud de los pastores (Apocalipsis 1:20). Las siete lámparas o los siete espíritus son la plenitud del Espíritu Santo (Apocalipsis 4:5). Los siete cuernos y los siete ojos del Cordero describen el poder total y la omnivisibilidad plena de Cristo (Apocalipsis 5:6). Los siete sellos describen la plenitud legal del Señor (Apocalipsis 5:1). Las siete cabezas de la bestia señalan el gobierno total del anticristo (Apocalipsis 13:1). Las siete trompetas y las siete copas describen la plenitud de la ira y el castigo de Dios en los días finales (Apocalipsis 8:2, 6; 15:7; 16:1).
Efeso (Apocalipsis 2:1-7)
La ciudad de Efeso fue fundada en los tiempos pregriegos y reedificada en el año 356 a. C. Desde el año 133 a. C. fue capital de la provincia romana de Asia. Estaba situada en un lugar excelente a la desembocadura del Asestro, en el cruce de las rutas de Grecia y del Asia Menor.
En Efeso estaba el famoso templo de Artemisa. Allí se practicaba la magia y era conocida por sus papiros. Pablo visitó Efeso en su segundo viaje misionero (Hechos 18:19-21), y en su tercer viaje también la visitó (Hechos 19:1-20). La segunda vez residió tres años en Efeso, hasta que el tumulto promovido por Demetrio el platero le hizo abandonarla (Hechos 19:23-41). El Nuevo Testamento menciona a personas naturales o residentes en Efeso. A saber, Apolo, Aquila y Priscila, Timoteo, Prasto, Trófimo, Tíquico, Onesíforo, Escevas, Figelo, Hermógenes, Himeneo y Alejandro.
El Señor se le identifica a la Iglesia de Efeso como el protector de los pastores y el santificador de la Iglesia (Apocalipsis 2:1). Él reconoce las obras de esta Iglesia (Apocalipsis 2:2, 3). Estas eran: había trabajado arduamente y con paciencia. No podía soportar a los malos, hallando mentirosos a muchos que reclamaban ser apóstoles. Había sufrido sin desmayar por amor al nombre del Señor.
A pesar del peso de las cualidades, esta Iglesia estaba poseída por una falta, había dejado su primer amor (Apocalipsis 2:4). La razón para este abandono es:
Cayó espiritualmente y no se había arrepentido. «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete…» (Apocalipsis 2:5). Son muchas las iglesias actuales que están en la misma condición de Efeso: son sanos en la doctrina que proclaman, rechazando lo falso. Sufren y desmayan por amor a Jesucristo. Sin embargo, han caído espiritualmente. No existe comprensión entre los laicos y ministros. El celo personal los tiene paralizados.Dejó de hacer las primeras obras «y haz las primeras obras» (v. 5). Cuando el amor hacia Cristo se pierde, el trabajo cristiano se paraliza. El que deja el primer amor puede continuar haciendo obras, pero las hará mecánicamente o humanamente, y no movido por la dinámica del amor expresado al Señor Jesús.El Señor Jesús le dijo a la Iglesia de Efeso que se arrepintiera, «pues si no vendré pronto a por ti y quitaré tu candelero de su lugar si no te hubieras arrepentido» (v. 5). El candelero simboliza la Iglesia misma, el hecho de quitarlo es que sin amarle a Él (Cristo) sería un candelero sin luz que brindar al mundo. Sería una iglesia que adornaría la comunidad. Esto es una terrible exhortación para muchas congregaciones que han dejado sus primeras obras; si no se arrepienten pronto pueden ser cerradas para siempre. Jesús dijo: «Separados de mí nada podréis hacer…» (Juan 15:5).
«Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco» (v. 6). ¿Quiénes eran los nicolaítas? ¿Qué hacían? ¿Por qué aquí se mencionan? Eran partidarios de una ideología gnóstica-liberal dentro de la Iglesia de Efeso y Pérgamo. Posiblemente estaban asentados en muchas otras congregaciones cristianas. El origen de su nombre es muy discutido. Quizás el fundador y originador de ellos fue un Nicolás de origen desconocido. El escritor de la antigua Isemec identificó a este grupo con el diácono «Nicolás prosélito de Antioquía» (Hechos 6:5). El nombre Nicolás, en griego significa «el que vence con el pueblo o vence al pueblo». Esta secta pretendía el liderato sobre la Iglesia, usurpándole su derecho a gobierno congregacional.
«… Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios» (v. 7). Dios siempre tuvo el plan original de que el hombre comiera del árbol de la vida si obedecía, viviendo eternamente (Génesis 2:16, 17; 3:22). Por su desobediencia, Adán y Eva fueron sacados del jardín del Edén, privándoseles de comer del árbol. El árbol de la vida está ahora en la nueva Jerusalén, a uno y a otro lado del río celestial que atraviesa la calle principal de esta ciudad eterna (Apocalipsis 22:2).
La palabra «Efeso» significa «deseada», la Iglesia es deseada por Cristo. Representa la Iglesia apostólica (año 30 d. C.) y se extiende hasta el final del primer siglo o la muerte de Juan. Es un cuadro de la Iglesia apostólica, de aquí aprendemos que la Iglesia del primer siglo se distinguió por su lealtad al Señor, pero tuvo sus faltas.
Esmirna (Apocalipsis 2:8-11)
La ciudad de Esmirna, originalmente, fue una colonia eólica (griega). Estaba localizada en la desembocadura del Hermo. Alejandro Magno reconoció que Esmirna tenía una ubicación privilegiada para el comercio. En el año 300 a. C., después de ser destruida, el rey Lisimaco la reedificó. Se hizo muy famosa como puerto y ciudad comercial. A partir del año 133 a. C., la ciudad era romana, y junto con Pérgamo el centro más importante del culto imperial.
Esta Iglesia tal vez fue fundada por Pablo. El obispo de la misma, Policarpo, fue muy famoso (159-169 d. C.). Él fue discípulo del apóstol Juan. En la persecución ordenada por el emperador fue apresado. Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica, cita las palabras de Policarpo, dirigidas al procónsul: «Me amenazas con el fuego, dijo Policarpo, que arde por espacio de una hora y al instante se apaga. Desconoces el fuego del juicio futuro y de la condenación eterna que está reservado para el suplicio de los impíos; ¿mas qué te detiene? Di lo que quieras» (Martirio de Policarpo, libro IV, capítulo 15). A la edad de ochenta y seis años murió quemado dando testimonio de su fe cristiana.
Jesús se le identifica a esta Iglesia como «el primero y postrero, el que estuvo muerto y vivió» (Apocalipsis 2:8). Los atributos de Cristo, más que cualquier otra cosa, debieron consolar a la Iglesia perseguida de Esmirna. La muerte fue para Cristo la puerta a la resurrección. Para los miembros de Esmirna morir sería vivir.
En el versículo 9 Jesús encomía a esta Iglesia. a) Por la tribulación que estaba experimentando debido a la persecución. b) Por su pobreza estaba despojada y desprovista de sus bienes. Pero ante los ojos de Él era rica en su gracia y favor. c) Por ser blasfemada por muchos que reclamaban ser judíos, pero eran simplemente instrumentos de Satanás para tropiezo de esta congregación.
El Señor amonesta a la Iglesia de Esmirna: «No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días…» (v. 10). Jesús nunca les encubre a sus hijos las cosas que deben sufrir por su causa. Él no busca seguidores que crean que todo son rosas, sino que les deja ver que con las rosas están las espinas.
Los «diez días» de tribulación pueden referirse a una persecución breve que tendría la Iglesia. A la misma vez creemos que se aplica a las diez grandes persecuciones imperiales que sufrió ese período histórico representado por Esmirna. Estas comenzaron con Nerón (año 64 d. C.) y abarcaron hasta Diocleciano (año 312 d. C.); los últimos diez años fueron de un efecto descomunal. El instigador de esto fue el diablo. Dos armas empleó en su guerra contra la Iglesia primitiva; por dentro la falsa enseñanza y por fuera la persecución. En el día presente ataca a la Iglesia con el arma del modernismo y la del ritualismo.
A los vencedores de Esmirna el Señor les promete: «Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida» (v. 10). La corona de la vida simboliza la vida eterna. Esta promesa es reforzada en el versículo 11: «El que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte». La primera muerte, o sea la separación del alma y del espíritu del cuerpo, es para todos, justos e injustos (Hebreos 9:27). En el rapto de la Iglesia los creyentes que vivan serán librados de la muerte primera (1.a Tesalonicenses 4:15-17). La segunda muerte solo la librarán los que tengan sus nombres escritos en el libro de la vida (Apocalipsis 20:15). Esta muerte significa eterna separación de Dios. Hay consuelo en morir una vez para seguir viviendo eternamente.
«Esmirna» significa «mirra». La mirra, mezclada con aceite de oliva, produce un aceite muy aromático; mezclada con vino produce una bebida que embriaga (Marcos 15:23). La mirra también se mezclaba con aloe, y se usaba para embalsamar los cadáveres.
La tribulación, como la mirra, era amarga, pero salutífera para el futuro, preservando a los elegidos de la corrupción. La Iglesia de Esmirna fue muy sufrida, pero también fue muy bienaventurada. La época de las persecuciones imperiales romanas está ejemplificada en la Iglesia de Esmirna (año 64 d. C. a 312 d. C.).
Pérgamo (Apocalipsis 2:12-17)
La ciudad de Pérgamo fue una antigua capital de Misia en el valle del Caicos (Asia Menor). Estaba localizada al norte de Efeso, residencia de los atalidas, hasta el año 133 a. C. Según el historiador Plinio (Historia Natural, 13:21), la fabricación y el uso del pergamino se deriva de Pérgamo. En el año 129 a. C. fue capital de la provincia romana en Asia. Aquí se encontraban los templos erigidos a Roma y Augusto. El famoso altar de Zeus de la Acrópolis, hoy en Moscú, estaba ahí.
En Pérgamo había un templo dedicado a Esculapio, dios de la medicina, adorado bajo la forma de la serpiente viva, símbolo de la medicina moderna. Es posible que Pablo fundara esta congregación en Pérgamo.
Al Señor se le identifica como «El que tiene la espada aguda de dos filos…» (v. 12). Esta frase se aplica al doble propósito de esta carta: a) Redargüir y convertir a algunos (versículos 13 y 17). b) Redargüir y condenar a otros (versículos 14 al 16).
El Señor encomía a esta Iglesia con estas palabras: «Yo conozco tus obras y dónde moras, dónde está el trono de Satanás, pero retienes mi nombre y no has negado mi fe ni aun en los días en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros donde mora Satanás» (v. 13). Esto del «trono de Satanás» no significa que Satanás tuviera su control universal diabólico desde Pérgamo, sino que en Pérgamo se adoraba al dios Esculapio. El culto pagano a este dios-serpiente se le tributaba a Satanás, la serpiente antigua (Génesis 3:1; Apocalipsis 12:9).
Satanás no está en el infierno, como creía el gran escritor John Milton, en su famosa obra El paraíso perdido. Él está libre, siendo el dios de este siglo (2.a Corintios 4:4). Es el príncipe de la potestad del aire (Efesios 6:12). Satanás todavía no ha visitado el infierno ni el abismo (Apocalipsis 20:1-8).
Para muchos comentaristas, Pérgamo era «el trono de Satanás», porque ahí se estableció la religión babilónica de los sacerdotes caldeos, después de que estos huyeran de los ejércitos persas. Ellos deificaron a su emperador, Atalo III, rey de Pérgamo (año 133 a. C.). Además se le hizo acreedor del derecho sacerdotal. Este título, dado a él como «sumo pontífice», posteriormente fue heredado por Roma, de ahí que al papa se le llame así.
A pesar de la Iglesia de Pérgamo estar en un contexto tan pagano e idólatra, no negó su fe en Cristo, «ni aun en los días en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros» (v. 13). ¿Quién fue Antipas? ¿Cómo murió? Se cree que Antipas fue pastor (obispo) de la congregación en Pérgamo. Cuenta una antigua leyenda que él, durante el gobierno de Domiciano, fue encerrado dentro de un becerro de bronce candente y terminó su vida orando y dando gracias a Dios.
A pesar de la fidelidad tenida por los creyentes de Pérgamo tuvieron que ser amonestados por permitir la doctrina de Balaam y la doctrina de los nicolaítas (v. 14). Balaam enseñó a Balaac, rey moabita, a poner tropiezo para que los hijos de Israel comieran lo sacrificado a los ídolos y fornicaran. El Señor les hace mención de esta doctrina balaamita, dejándoles ver que la idolatría y corrupción de Pérgamo se estaba introduciendo en la Iglesia. Su fornicación espiritual los llevaría a perder su carácter de peregrinos y de pueblo escogido, así como le acaeció a Israel. La unión de la Iglesia con el mundo es adulterio espiritual (Santiago 4:4).
También retenían la doctrina de los nicolaítas. La Iglesia de Efeso aborrecía las obras de los nicolaítas (Apocalipsis 2:6), la de Pérgamo se le mostró indiferente (v. 15).
El Señor les promete: «Al que venciere daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce, sino aquel que lo recibe» (v. 17).
El maná, en el santuario, era preservado por el poder divino de la corrupción, Cristo en su cuerpo incorruptible ha entrado al santuario celestial para ser preservado hasta el día de su manifestación a su pueblo. Cristo es para el mundo el «maná escondido». Para los creyentes es algo revelado a través de sus bendiciones.
El sumo sacerdote en el Antiguo Testamento llevaba una piedrecita blanca (diamante), que era el Orim llevado dentro del choschen o corazade juicio con los nombres de las doce tribus sobre su corazón. Nadie sino el sumo sacerdote sabía el nombre escrito sobre esta piedrecita. Puede que haya sido el nombre incomunicable de Yahveh. Esta piedrecita era consultada por el sumo sacerdote cuando lo necesitaba. El nombre nuevo parece referirse a la triple bendición del nombre de Dios, del nombre de la ciudad celeste y del nombre nuevo de Cristo (léase Apocalipsis 3:12). En el cielo se nos dará la revelación de ese nombre nuevo.
«Pérgamo» significa «casamiento». Representa a la Iglesia casada con el mundo. Su período histórico comienza en el año 313 d. C. y se extiende hasta el principio del papado, en el año 606 d. C. La Iglesia cristiana en este tiempo se paganizó y llenó de formalismos, los sacramentos fueron más importantes que las experiencias de conversión. La Iglesia sustituyó los medios por el fin.
Tiatira (Apocalipsis 2:18-29)
La ciudad de Tiatira estaba localizada en vía de Pérgamo a Sardis. Originalmente fue una colonia militar de Macedonia. Fue un centro industrial y comercial. Lidia, la vendedora de púrpura, tuvo a Pérgamo por patria (Hechos 16:4). Se considera a Seleuco Nicanor como su fundador, obra que realizó después de la muerte de Alejandro el Grande. En la Antigüedad se le conoció por Pelopia, actualmente se llama Akhissar. Su población pasa de los 17.000 habitantes, en su mayoría turcos.
A Jesús se le identifica como: «El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego y pies semejantes al bronce bruñido» (v. 18). (Hasta este momento nos hemos dado cuenta de que Jesús se le identifica a cada una de las iglesias con alguna descripción de la visión de sí mismo que dio a Juan en el capítulo 1:12-18).
Mediante el título «Hijo de Dios» el Señor da su credencial divina. En las Sagradas Escrituras el título «Hijo de Dios» tiene diferentes acepciones: a) Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza. b) Los ángeles escogidos son hijos de Dios por creación. c) El pueblo de Israel son los hijos de Dios por haber sido escogidos de entre las naciones como pueblo de Dios. d) Los creyentes son hijos de Dios por adopción.
Los «ojos como llama de fuego» simbolizan su poder escudriñador. No hay nada grande en el cielo, ni pequeño en la tierra que escape ante la mirada del Señor. Jesús quería que los tiatirenses comprendieran que Él observaba todos sus actos, buenos o malos. Dijo David: «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres» (Salmo 11:4).
Los «pies semejantes al bronce bruñido» describen juicio y castigo (léase la explicación al Apocalipsis 1:15). El Señor luego pasa a encomiar a esta Iglesia: «Yo conozco tus obras y amor y fe y servicio y tu paciencia y que tus obras postreras son más que las primeras» (v. 19).
1. El amor. La Iglesia de Tiatira poseía el dinamo necesario para utilizar y gobernar los dones que es el amor. Una Iglesia puede poseer todos los dones, y si carece de amor no es nada ante los ojos de Dios.
Pablo dijo: «Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, que si no tengo amor no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que si no tengo amor no soy nada. Ya puedo dar en limosna todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que si no tengo amor de nada me sirve» (1.a Corintios 13:1-3, NBE).
2. La fe. Una de las obras que el Señor vio en Tiatira fue la fe. Esta corta palabra de dos letras encierra un mundo de bendiciones y promesas. Hoy en día se enseña, se predica y se testifica mucho de la fe, pero en la práctica pocos creyentes tienen la suficiente fe para vencer sus problemas y superar sus dificultades. ¿Por qué?
El escrito a los Hebreos define la fe: «¿Qué es fe? Fe es la plena certeza de que lo que esperamos ha de llegar. Es el convencimiento absoluto de que hemos de alcanzar lo que ni siquiera vislumbramos» (Hebreos 11:1, NTV).
He ahí la razón por la cual muchos creyentes, en la práctica, contradicen su fe. En una campaña de avivamiento gritan con voz en cuello de su fe; una vez termina la misma continúan acongojados, desanimados, pesimistas y carentes de entusiasmo. La razón es obvia; están confundiendo la fe con las emociones. Las emociones sazonan nuestra vida, pero no nos pueden traer sanidad ni salvación. Pueden ayudarnos a adaptarnos a nuestros problemas, pero no nos pueden ayudar a resolverlos. Fe es estar seguros de recibir lo que se espera, sea lo que sea.
3. El servicio. Esta fue la tercera obra sobresaliente de la Iglesia de Tiatira. El servicio tiene que ser vertical como horizontal. Servimos a Dios, pero también servimos al prójimo. Es nuestro deber conducirnos fielmente cuando prestamos algún servicio a los hermanos de la fe, así como a los desconocidos (Gálatas 6:10).
4. La paciencia. Una característica más de esta congregación era la paciencia. El creyente que es paciente, ante una situación temblorosa y tormentosa de la vida, no se hace presa del pánico, sino que con una intrépida y valiente calma hace frente a cualquier problema, levantando con gozo su estandarte de la victoria.
La paciencia es también conformidad. Una persona conforme no se rinde ante su estado, no se queja a otros, jamás se lamenta al mundo, mas al contrario recurre a Dios por ayuda.
Algunas consideraciones sobre la paciencia, de acuerdo al Nuevo Testamento, son: a) La prueba de la fe produce paciencia (Santiago 1:3). b) La paciencia debe tener su obra completa (Santiago 1:4). c) Hay que tener paciencia hasta la venida del Señor (Santiago 5:7). d) A la paciencia se le debe añadir dominio propio (2.a Pedro 1:6).
Qué triste es ser encomiado y alabado, como lo fue Tiatira, y luego ser reprendido con estas palabras: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti, que toleras que esa mujer, Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos» (v. 20).
Analicemos primero a la mujer llamada Jezabel, que se menciona en el Antiguo Testamento: fue hija de Etbaal, rey de los sidonios, y adoraba a Baal (1.a Reyes 16:31). Se casó con Acab, rey de Israel (1.a Reyes 16:31). Fomentó el culto a Baal, tolerado por su esposo Acab (1.a Reyes 16:32). En Samaria, a instancia suya, hizo construir un templo a Baal (1.a Reyes 18:25-41). A la muerte de Joram, hijo de Acab (2.a Reyes 8:29), Eliseo ungió como rey a Jehú (2.a Reyes 9:1, 4-10). Cuando Jehú estaba entrando a la ciudad arrojaron a Jezabel por la ventana del palacio, en la cual estaba asomada (2.a Reyes 9:30-34). El rey Jehú dio orden de recogerla para sepultarla, pero ya Jezabel había sido comida por los perros (2.a Reyes 9:35-37).
Jezabel había corrompido al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. En Tiatira se encontraba otra Jezabel, profetisa, que mediante falsas profecías estaba corrompiendo el carácter espiritual de los creyentes. Hay que tener cuidado con las muchas Jezabeles y Acabes que se levantan en medio de las congregaciones cristianas para corromperlas. Estas falsas profetisas siembran enemistades, traen divisiones en la Iglesia de Cristo y arruinan ministerios.
Son muchos los que pretendiendo ser enviados de Dios están diciéndole al pueblo cristiano que haga lo que Dios ha prohibido en su palabra. La Jezabel de Tiatira enseñaba y seducía a los creyentes para que fornicaran y comieran de lo sacrificado a los ídolos (v. 20). A los tales hay que rechazarlos. El apóstol Pablo condenó los alimentos sacrificados a los ídolos (1.a Corintios 10:18-22), condenó la fornicación (Gálatas 5:19; 1.a Corintios-10:8).
El Señor le dio tiempo a esta mujer para que se arrepintiera, pero ella no quiso hacerlo (v. 21). El juicio para ella está sumarizado en estas palabras: «Mira, la voy a postrar en cama, y a sus amantes los voy a poner en grave aprieto si no se enmiendan de lo que hacían con ella. A los hijos que tuvo les daré muerte; así sabrán todas las iglesias que yo soy el que escruta corazones y mentes y que les voy a pagar a cada uno de ellos conforme a sus obras» (vv. 22 al 23, NBE).
Esto no respalda la tradición de que el Señor envía las enfermedades sobre sus hijos para disciplinarles. Jezabel era más bien una hija del diablo que una hija de Dios. Dios es el autor de la vida y de la salud. El diablo es el autor de la muerte, el pecado, las enfermedades y de todo lo que haga daño a los seres humanos alejándoles de Dios. Fue el mismo diablo el que la enfermó de muerte, con la permisión de Dios. Porque ni una sola hoja de un árbol puede caerse sin el permiso de Dios.
Los que con Jezabel estaban adulterando pasarían por una gran tribulación (v. 22). Los hijos de ella mencionados en el versículo 22 pueden referirse a hijos ganados por su ministerio. Puede ser también que hayan sido hijos naturales de ella, que estaban tan corrompidos o aún peor que su propia madre. Sobre ellos había juicio divino predicho.
A pesar de que en toda época y en todas las iglesias hay cizaña, siempre encontramos el trigo. En Tiatira estaba aquel grupo lleno de amor, fe, servicio y paciencia.
A este remanente fiel el Señor le dice: «Ahora me dirijo a vosotros, los demás de Tiatira que no profesan esa doctrina ni han experimentado lo que ellos llaman las profundidades de Satanás. No les impongo ninguna otra carga, basta que mantengan lo que tienen hasta que yo llegue» (vv. 24 al 25, NBE). La idea céntrica aquí es que el creyente no debe abandonar jamás la sana doctrina.
La promesa a los tiatirenses es: «Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin yo le daré autoridad sobre las naciones y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero, como yo también la he recibido de mi Padre, y le daré la estrella de la mañana» (versículos 26 al 28).
Los creyentes de Tiatira son exhortados a no flaquear y a luchar hasta alcanzar la victoria. Esto es posible guardando las obras. Recibirían el glorioso privilegio juntamente con Cristo sobre las naciones. El alfarero, cuando la vasija no sirve, toma la vara de hierro y la desmenuza; así será el gobierno de Cristo con sus fieles sobre la tierra milenial, lo que no sirva de entre los hombres será echado para siempre en el infierno, después de que sea quebrantado por su palabra poderosa.
La expresión «y le daré la estrella de la mañana» significa que Jesús se dará a sí mismo, pues Él es la estrella de la mañana. En Apocalipsis 22:16 leemos: «… Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana».
«Tiatira» significa «aquella que no se cansa de sacrificar». Cubre un lapso de tiempo que comienza en el año 606 d. C. (asunción papal) y se prolonga hasta la reforma protestante, en el año 1520 d. C.
Fue durante este tiempo que la Iglesia católica, simbolizada por la Jezabel de Tiatira, corrompió la Iglesia cristiana con sus ritos y tradiciones paganas haciéndola fornicar. Pero hubo un remanente, en estos siglos de obscurantismo, que no se sumergió en «las profundidades de Satanás». Muchos fueron martirizados por decirle no a Jezabel. A estos se les conoce en la historia eclesiástica como «los protestantes».
Sardis (Apocalipsis 3:1-6)
La ciudad de Sardis fue la antigua capital de Lidia, famosa por su industria de lana en el año 546-550 a. C. Ciro, rey de los persas, la conquistó. En el año 17 d. C. fue destruida por un sismo y reconstruida por César Tiberio. Las ruinas de Sardis se llaman Sert Kalessi, y el sitio es insalubre y desolado.
El Señor se identifica a Sardis como «El que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas» (v. 1). «Los siete espíritus» denotan la plenitud de la acción y operación del Espíritu Santo dentro de las iglesias. El Señor le revela a Sardis que Él tiene la plenitud del Espíritu Santo y que es el único que puede bendecir plenamente.
«Las siete estrellas» son los siete pastores de las siete iglesias del Asia Menor. Cada pastor es guardado, protegido y dirigido por la mano gloriosa de Cristo.