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«El chico asintió y el extraño le tendió la mano. Titubeó unos segundos, se la agarró y continuaron andando juntos por la carretera. La nieve comenzaba a cuajarse de nuevo, apenas unos centímetros, pero eran suficientes para sentir la humedad y el frío a través de las suelas rotas de sus zapatos. Desanduvo parte del camino que había hecho con su padre días antes; los árboles habían ardido y todo estaba desolado. El mundo se había convertido en una hoguera inmensa donde debían purgarse todos los pecados del hombre». «Apuntes macabros» es la primera antología de relatos de terror de Juan de Dios Garduño, una compilación de diez textos imprescindibles dentro del panorama literario español de género.
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Seitenzahl: 137
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Juan de Dios Garduño
Saga
Apuntes macabros
Copyright © 2011, 2021 Juan de Dios Garduño and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726841503
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Tengo frío, mucho frío. Apenas hay una manta que me abriga en esta destrozada cama. La manta huele mal y está podrida y desgarrada por varios sitios.
Papá discute con mamá. Papá me golpeó en la barriga y me mandó a la habitación. Creo que ahora le está pegando a mamá. Dios, no. Me conozco ya esto. Papá le pegará y se irá durante unos días. Entonces mamá irá al puerto de Essex a prostituirse, pero antes… no, no quiero pensar en eso.
Quiero cerrar los ojos con fuerza, pensar que estoy en otro sitio. Más bonito. Un campo verde, sí. Como los que hay a las afueras de Londres. De esos que tienen miles de flores y huelen a fresco, y hay caminillos que te acercan a pequeños riachuelos donde puedes beber agua limpia. No como aquí, en la City, que huele a pescado podrido, a excrementos y siempre hay niebla, y borrachos y prostitutas.
He oído gritos, eran de mamá. También han dado un portazo, ese seguro que es mi padre que se ha marchado enfu- recido. Dejándome otra vez aquí…
Con ella.
Dios, no puedo contener el temblor de mi cuerpo, ni creo que pudiera con tres mantas más encima. Sé lo que ocurrirá ahora. Lo sé y no quiero.
Una vez incluso me escapé de casa, fui a mendigar a Whitechapel pero pasé mucha hambre. Nadie me ayudaba y los tenderos me pegaban porque les espantaba a la clientela, así que tuve que volver.
Con ella.
Oigo pasos en la madera del pasillo. Me arrebujo en la manta, aunque me dé asco. En realidad odio todo lo que hay en esta casa.
Se abre la puerta, poco a poco, chirriando. Me hago el dormido, algunas veces me ha funcionado. Me concentro en hacerlo. No debo apretar los ojos o ella lo notará. Tengo que respirar profundo, incluso roncar, ella me ha dicho que ronco por las noches.
Mamá se sienta al borde de la cama. Me acaricia el pelo y me llama por mi nombre. No respondo. Estoy dormido. Hasta mí llega una vaharada de su aliento, huele a alcohol. Está borracha, como casi siempre.
De nuevo me llama por mi nombre y deja de acariciarme el pelo para moverme el hombro sin parar y con fuerza, hundiéndome sus uñas en la carne. Me dice que despierte. Le tiembla la voz y yo no quiero estar allí, prefiero estar muerto.
Tengo que abrir los ojos o me pegará, ella ya sabe que no estoy dormido. Tiene sangre en la boca y la barbilla. Me mira tiernamente con un ojo sano y con el otro morado, y cuando sonríe me muestra una dentadura imperfecta donde faltan algunas piezas. Los dientes que le quedan están teñidos de rojo.
Me repugna.
Con una mano me acaricia el pelo y con la otra agarra una botella medio vacía de ron, que se mece de un lado a otro como un barco en una tormenta.
Odio el alcohol.
Me ha vuelto a pegar, ¿sabes?, me dice mamá escrutándome en la penumbra. Asiento, no puedo hablar. El miedo me lo impide. Ojalá que no vuelva, que se enrole en cualquier barco y no le veamos más añade ella dando un trago y escupiendo al suelo una mezcla de sangre y ron. Yo asiento de nuevo. Ella sonríe. ¡No, por favor! Así es como empieza todo siempre. Cuando me dice la siguiente frase sé que estoy condenado, otra noche más. Menos mal que te tengo a ti, tú quieres mucho a tu madre, ¿verdad?, me dice. No asiento y ella me pega en la cara con el puño cerrado. Siento el dolor por segunda vez en el día. El dolor es un punto blanco en la oscuridad de la habitación. ¿Me quieres, verdad?, me pregunta borrando de su cara la sonrisa sangrienta que papá le ha dejado. ¿Tú nunca serás como ese cerdo de tu padre, no? Yo niego con la cabeza, estoy nervioso, el cora- zón me late muy deprisa. Mamá me insiste en que beba de la botella. No quiero pero ella me obliga, como siempre. Doy un trago y ella levanta el culo de la botella para que beba más. Me atraganto, toso, y al momento me encuentro peor, tengo ganas de vomitar pero si lo hago mamá se enfure- cerá. Ella se levanta, se desabrocha el vestido y se queda completamente desnuda. Me da asco verla así, está muy delgada y sucia y tiene mucho pelo ahí abajo. Pero ella me dice que la mire y me pregunta ¿Soy bella? Yo miento, cada día que pasa me parece más horrenda. Entonces ella se echa a mi lado, arropándose con la manta. ¿Tú quieres a tu madre, eh? ¿A que sí? Siento cómo me acaricia la barriga haciendo círculos con sus dedos, sé lo que va a pasar, lo sé y la odio por ello.
Ya ha comenzado a bajar su mano y a hurgar allí abajo. Ella dice que me gustará, pero se equivoca, nunca me ha gus- tado y nunca me gustará. Me obliga a acariciarla. No me gusta tampoco que haga eso. Se pone encima de mí y me aplasta con su peso, y me hace daño con sus huesos. Arrima su boca a la mía y el aliento le huele fatal. Ya no es sólo el alcohol, sino que huele como la manta, todo en su ser huele a manta podrida. Te pareces tanto a tu padre, me dice al oído. Y no sé si eso ahora le parece bueno o le parece malo. Si me hace esto porque odia a mi padre o porque le ama.
Odio todo. Nadie me ayuda. Ella me pone su sexo en la boca y grita Jack, Jack, Jack que es el nombre de mi padre y no el mío.
Me pega bofetadas, aquello huele fatal y no puedo respirar, me ahogo. Pero a ella le da igual.
Entonces dejo volar mi imaginación y me imagino cortán- dole el cuello a mamá, de lado a lado. Me imagino a mí mismo cortándole las orejas, y la nariz y sacándole las tripas.
Por Dios, que acabe ya, pienso desde el infierno que es mi vida cada noche.
Que acabe ya.
No es cuestión de presentarnos, principalmente porque no hay tiempo. Así que puedes llamarme «Narrador», si necesitas ponerme un nombre. Quiero que a partir de este mismo mo- mento te olvides de mí y prestes atención a esta historia. Son tres instantáneas. El mundo se acaba, lo sé, lo sabes. En cuanto esos meteoritos comiencen a impactar contra la Tierra, tú, yo, y todos, volaremos por los aires. Seremos historia. Ni polvo quedará de nosotros. No hay tiempo, te repito. No quiero preguntas, solo disfruta de...
Todos están quietos, a oscuras. Jonathan mira la enorme pantalla de televisión de la discoteca. La gala hace rato que ha empezado. A decir verdad, no oye lo que los presen- tadores hablan porque la música está demasiado alta. Solo se deja bañar por la luz del aparato y lo mira hipnotizado. Piensa que la presentadora —¿quién es? ¿Paz Padilla?— tiene unas tetas bonitas. Operadas, pero bonitas. ¿y el presentador? Se parece un huevo a Joaquín Prats, quizá sea su hijo. En fin, que tras unos instantes de observar la gala mira de reojo el reloj de su muñeca y se percata de que queda poco tiempo, y él tiene que hablar con mucha gente todavía. Se gira y allí está Marcos. Con su tupé perfecto, con su sonrisa de anuncio, con su cuerpo de atleta, con su chaqueta de jugador de rugby. Le odia, fue uno de esos hijos de puta que le amargaron la existencia en el instituto. Jonathan aprieta los puños con fuerza, tensa la mandíbula y entorna los ojos. Sopesa el dirigirse a él y romperle su dentadura perfecta. Piensa que sería una buena manera de morir. Imagina su puño chocando contra los piños de Marcos y en ese momento, ¡Kaboooon! La Tierra explota. Todo en consonancia. Armonioso.
Pero algo le frena, y no es otra cosa que la presencia de Ana. La ha visto bailando al fondo, entre la marabunta aquella. ¿Para qué perder los últimos minutos de su vida con aquel gilipollas de Marcos pudiendo morir abrazándola a ella?
—Perdón, perdón —dice mientras se abre camino hasta Ana.
Ya casi ha llegado. Tiene calor, le sobra la chaqueta y las luces estroboscópicas y los flashes le traen mareado. El roce con la gente caldea su ánimo y le vuelve un poco violento. Aún así, no hay tiempo para peleas, se lo ha prometido. Al fin se encuentra frente a frente con Ana. La mira a los ojos, esos ojos verdes como los chicles de clorofila. Intenta sonreír y solo le sale una mueca. De tan nervioso que está se le suelta la lengua.
—¡Hola, Ana! —se acerca a su oído porque ve que no le escucha—. No sabes cómo me alegra que estés aquí. Pensé que ya no volvería a verte nunca. Escucha, sé que te preguntarás, ¿qué coño quiere este friki que no me deja disfrutar de mis últimos segundos de existencia? Bien, tengo que ser breve por cojones. Te quiero. Sí, no te rías, y por favor, no te burles de mí. Te quiero desde que te sentabas delante de mí en cuarto curso. Tú llegaste de Suiza, eras nueva y nadie te hacía mucho caso. Solo yo. No me creo que te hayas olvidado de que cuando llegaron las vacaciones de verano nos escribimos un par de cartas. Nunca entenderé qué pasó al inicio del curso siguiente. Quiero decir, hiciste nuevos amigos y comenzaste a dejarme de lado, hasta que me convertí en una especie de apestado. Pese a todo, no te guardo rencor; si hubieras seguido hablando conmigo también hubieran ido a por ti. A mí, gentuza como Marcos, me arruinó la vida. Me hicieron ser un antisocial, un solitario. Mi habitación se convirtió en mi fuerte, mis video- juegos y cómics en mis amigos. Internet y sus chats mis pubs particulares. El porno en mi sexo... en fin, no te quiero dar la brasa más. Quedan apenas unos segundos para que nos extin- gamos, y yo... yo quiero besarte.
Jonathan no se lo piensa y se lanza. Si ella hubiera querido pararle ya lo habría hecho. Sus labios se juntan, él la abraza y se empalma al instante. Es jodidamente feliz. Las lágrimas corren como galgos muertos de hambre por sus mejillas. Su mente, ida, ya no le advierte de que está besando un maniquí. Uno de los cientos que él mismo ha metido en la discoteca a lo largo del día.
En la gigantesca pantalla de la discoteca los presentadores vuelven al escenario tras la actuación de Raphael.
—No se marchen, damas y caballeros —pide Joaquín Prats Junior tras los aplausos—, porque en unos segundos, tras el anuncio, volvemos con...
Y la familia Carbajo, con Manuel Carbajo a la cabeza, cena en la mesa del comedor mientras un anuncio de compresas patrocina el fin del mundo. Imaginad la situación como si os pusiera un primer plano de Manuel, porque Manuel es director de cine y guionista, así que hay que hablar en términos cine- matográficos. Lo dicho, tenemos la cara de Manuel, el cuello y los hombros, y un tenedor aparece en el plano, porque como os he comentado, están cenando. ¡Psh! No me cortes. ¿Que quieres saber con qué cámara estamos grabando? Te lo digo y te callas, es una Canon 5D. Y ahora sigamos...
Manuel está enfadado, escupe perdigones de comida cada vez que habla. Cuando Manuel habla su familia calla y escucha. En esta ocasión se dirige a su mujer, Estefi.
—Hoy Juande y yo hemos tenido reunión con una productora para venderles un guión. ¿Que cómo nos ha ido? Bueno, en cuanto les dijimos que era para una película de zombis les cambió la cara. Joder, es que no tienen ni puta idea, cariño. Pero a ver, si ahí tenéis a Jaume Balagueró y a Paco Plaza, o a Miguel Ángel Vivas... triunfando internacionalmente con películas de zombis. En definitiva, que fueron amables, pero en dos minutos nos habían despachado. Esta gente solo quiere miniseries de Rocío Jurado y Jesulín. Vaya mierda de país. Normal que los de nuestra generación vean todo a través de Internet y que el talento emigre a Estados Unidos. Aquí en España no se hace nada que merezca la pena. ¡Que ha habido un cambio generacional, hombre! Dadle a la gente lo que quiere. Aquí habría que hacer un Walking dead español, hostia. Coges «Los Caminantes» de Carlos Sisí y la lías gorda. Y no sigo que me altero. Estoy hasta la mismísima punta...
La cámara no ha perdido detalle de Manuel, de sus gestos, de su ceño fruncido. Desde luego que si Manuel fuera actor y esto fuese una película, le darían el Goya al mejor actor principal. No sé si os habéis percatado, pero la cámara se niega a hacer un contraplano de la cara de Estefi. Hay dos opciones: o la cámara ama a Manuel o el director oculta algo. Esto empieza a oler a chamusquina. Manuel se gira hacia el otro lado de la mesa.
—No, hija. No puedes leerte el guión, jaja. Es muy fuerte y no tienes edad. Digamos que hay mucha sangre. Pero te prometo que en un par de años esta película estará en los cines y yo mismo te acompañaré a verla.
Nadie le recuerda a Manuel que en un rato no habrá espectadores vivos para ver esa hipotética película. Su familia no le advierte de que todas las salas de cine arderán. De que se acabaron las polémicas sobre si doblar o no el cine de fuera. De que ya no importará una mierda la recaudación de taquilla. Por seguir con los símiles cinematográficos, Estefi no le dice a Manuel que ni Roland Emmerich conseguiría unas explo- siones tan logradas como las que se van a producir a lo largo y ancho del mundo en unos minutos. Así que Manuel habla, y habla, y habla.
—Héctor, deja de picar a tu hermana. No, a ti tampoco te dejaré leerlo. Joder, eres el mayor y a veces pareces un crío. ¿Es que no podemos cenar nunca tranquilos?
Manuel suspira hondo y aparta a un lado el plato con la cena fría y el estrés. Vuelve a mirar a Estefi, la agarra de la mano, y ahora sí, la cámara va alejándose hacia atrás. Este cortometraje ha sido narrado en un plano secuencia, así que vamos viendo poco a poco a la familia entera. Todos con una bolsa en la cabeza, muertos, degollados. Las bolsas son graciosas, porque Manuel les ha dibujado con rotulador unos ojos, una nariz y una sonrisa. Qué travieso es Manuel.
—¡Y quitad ya de la televisión esa puta...
Ahora, tú y yo, estamos sentados en la esquina de una hab- itación, pero nadie nos ve. Somos como fantasmas, es nece- sario para estar en todos sitios sin interrumpir lo que ocurre en esta noche tan especial. Echemos un vistazo: hay posters de tíos buenos de la SuperPop decorando las paredes, hay muñecas barbies en los estantes, y muchos libros. Entre esos libros vemos la saga de «Crepúsculo» y varios truños más. Solo hay un libro que no merezca la hoguera entre tanta bazofia, y es «Stardust» de Neil Gaiman. Un libro que sin duda su dueña compró al azar. Porque Mari Loli no tiene ningún criterio a la hora de leer, le basta con que haya enredos amorosos de por medio. Sobre la mesilla de noche descansa el primer tomo de «Los juegos del hambre». Le está gustando, aunque sabe que no podrá terminar la trilogía porque el mundo llega a su fin.