Artesanales - Julián Contreras Ordóñez - E-Book

Artesanales E-Book

Julián Contreras Ordóñez

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Beschreibung

¿Cuántos sentimientos y emociones caben en siete días? El protagonista de esta historia está dispuesto a averiguarlo y se deja llevar por ese momento casi suspendido en el tiempo que es el verano en una gran ciudad. Descubre entonces que solo tiene que esperar, porque la vida, el destino o el karma le va a dar en cada momento lo que es justo y perfecto para él. Un pie con un anillo en el dedo, un wasap en el momento más adecuado, una fiesta de máscaras… La vida vista a través del cristal deformado por las gotas de agua que despiertan el deseo, pero también a través de los corazones de cada mujer que ama. Sexo y amor. Ternura y amor. Deseo y amor. Siempre amor, porque Artesanales es una oda a Eros, ese dios imprescindible que ha tocado a este protagonista sin nombre para que en siete días construya su propio mundo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Artesanales

© 2021 Julián Contreras Ordóñez

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Ilustración de cubierta: Patricia Rodríguez Pérez

 

ISBN: 978-84-9139-843-1

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Abre… y muerde

Lunes

Te odio. Te quiero

Martes

Siempre hay gente mirando

Miércoles

¿Es más hombre que yo?

Jueves

El lenguaje universal

Viernes

¿Has terminado?

Sábado

Ni he empezado…

Domingo

Agradecimientos

 

 

 

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(Escanea o clica)

 

 

 

 

 

 

A quienes viven en la cordura y aman hasta la locura

Abre… Y muerde

LUNES

 

 

 

 

 

Cuando llegaban estas fechas, todo el mundo huía de las ciudades hacia destinos más frescos y veraniegos, pero yo, un año más, decidí quedarme contra todo pronóstico y consejo. En cierto modo, me había acostumbrado. Mentiría si no dijese que me causaba curiosidad. Porque los años anteriores me habían ocurrido muchas cosas. Inesperadas y sorprendentes, la verdad. Y eso, al final, engancha. La incertidumbre, en muchas ocasiones, es el motor para gran cantidad de las decisiones que tomamos en nuestra vida. ¿Volverá a ocurrir? Quién sabe. Pero me servía de aliciente. Eso y evitar el éxodo de los desplazamientos.

No había sido un gran fin de semana porque, si esos días están llenos de misterio, los previos son terribles. Todo el mundo estresado, pensando en las vacaciones, no están ni aquí ni allí. Zombis bajo el sol. Pero estaba mentalizado en que aquella mañana sería el pistoletazo de salida.

Seguía en la cama y tenía las persianas levantadas, ya que me gusta dormir así. Debía ser temprano, cerca del amanecer, y ya había un sol radiante. Cogí mi móvil y puse música, mi verdadera gasolina. La primera canción del día era importante. Entre otras cosas, jamás la elegía, eso era cosa del destino. Mannish Boy de Muddy Waters. «El día pinta bien», pensé.

Me levanté, estiré suavemente y me dirigí hacia la cocina para preparar el desayuno. Exprimí unas naranjas, tosté algo de pan con semillas de amapola y me puse con el plato fuerte: una tortilla a baja temperatura con colas de langosta troceadas. Desmitificado que sea la comida más importante del día, sí que suele ser especial. Y yo eso me lo tomaba muy en serio. Batí los huevos, templé la sartén, preparé los acompañamientos… y listo para cocinar. Lo bueno de hacerlo tan temprano es que pocas cosas pueden molestarte. Estás tranquilo, a tu ritmo, con tus pensamientos. Después de tomarme el desayuno, y tras recoger todo, volví a mi habitación, ya que me había dejado allí el móvil. E iba decidido a que la semana, efectivamente, empezase bien.

Si hay algo que predomina en mi vida es el sexo. A algunas personas les gusta pasear o citarse para tomar un café y contarse las más interesantes mentiras sobre sus vidas. Yo prefiero follar. Antes que otras muchas cosas. Sin pudor. Sin temor. Desde que era prácticamente un niño, lo he visto con una gran naturalidad. Todo el mundo se besa, se acaricia y hace el amor. Y siempre se ha hablado en mi entorno de manera positiva sobre ello. Yo lo practicaba, veía, hablaba y leía, cualquier modalidad me servía. Pero, claro, como ocurre con casi todo en la vida, lo nuevo solo sorprende la primera vez.

Las caricias dejaron muy pronto de quemarme en la piel y los besos ya no me arrancaban medias sonrisas de sorpresa. Y, poco a poco, fui profundizando en la búsqueda de nuevas y desconocidas sensaciones. No soy un adicto al sexo. Jamás he sentido un deseo irrefrenable, ni lo vivo de manera traumática; nunca me he sentido controlado por él. Me gusta follar, sin más. Como deporte, encuentro social o pasatiempo, siempre he pensado que es lo mejor que pueden hacer dos personas que se atraen y desean. En estos tiempos de tanta libertad, hay mucha hipocresía en torno a todo lo sexual.

Podemos decir que vivimos en una de las épocas más sexuales de la historia, pues el sexo está presente en todo y en todos. Los estímulos son constantes en el cine, la moda y la música. Cada día se obtiene de manera más sencilla, solo hay que saber buscarlo y esperarlo. Adolescentes que realizan shows a través de sus webcams en la intimidad de sus dormitorios, y que reciben cuantiosos ingresos por ello, se mezclan con amas de casa que buscan alegrar sus mustias vidas. Pensar que unas lo hacen solamente por rebeldía y las otras por hartazgo sería camuflar, innecesariamente, la realidad de ambas. Estamos en la era sexual. La generación de la última generación. O degeneración. El ser humano ha cometido y cometerá las mayores locuras y tonterías, porque a veces no son lo mismo, por el sexo. Y entremedias hay millones de hombres y mujeres, normales y corrientes, con la única voluntad de satisfacer sus deseos. La dinámica no cambia mucho: ellas, más o menos reticentes en apariencia, y ellos, sin disimular en exceso, pero ambos con el mismo objetivo.

Mi teléfono vibró anunciando que había recibido una nueva visita en una de las muchas aplicaciones que tengo instaladas. Un vistazo rápido a las fotos era suficiente para decidir si me interesaba o no. Siempre esperaba unos segundos antes de iniciar la conversación, y esta podría alargarse en función de lo inspirado que me sintiera y de lo ingeniosa que fuera mi interlocutora. Si pasados unos cinco minutos el agua no hervía, desistía. Me habría topado con otra cosa distinta a lo que buscaba.

Con Patricia, que así se llamaba, tuve una conexión muy intensa desde el primer momento. Era una chica muy atractiva y ella lo sabía. Hay pocas cosas que me resulten más irresistibles que eso. Disfruto mucho cuando una mujer se gusta y goza envolviendo a los demás con sus encantos. De estatura media, treinta y tantos, con el pelo rubio y largo, muy largo, de apariencia suave y brillante, uno de mis grandes fetiches. Sus labios, jugosos y carnosos, anunciaban horas de placer. Una bonita sonrisa, de dientes blancos, remataba un rostro precioso.

Tenía tres fotos, un número perfecto. Algunas personas ponían un álbum entero y aquello era un error inmenso. Pocas y efectivas. En este caso, una era en ropa normal, pero elegante. Otra con atuendo deportivo y una última en la playa. Al atardecer, ante una radiante puesta de sol. Me encantaban aquellas fotos que, de manera sutil, enseñaban todo lo bueno que ocultaban. En la que salía con ropa deportiva, parecía realizar unos estiramientos sobre el césped y estaba descalza sobre la hierba. Sus pequeños y delicados pies se veían lo suficientemente bien como para ampliar más la foto en ese punto exacto. Otro de mis grandes fetiches…, esto prometía. Pero, sin duda, lo que me cautivó de Patricia fue su culo. Esperando justo al final de unas piernas delgadas, pero torneadas. Irresistible. Daban ganas de comérselo en la foto, como cuando vemos un pastel y nos relamemos. Inicié la conversación y tuve suerte, porque era una chica muy simpática.

 

Me alegra no ser el único que madruga

 

¿A esto le llamas madrugar? Pues qué bien vives…

Hoy es mi día libre, pero, aun así,

tengo que hacer cosas de trabajo.

Terrible.

 

Bueno, seguro que terminas pronto.

¿Has desayunado ya, Patricia?

 

Sí, me he tomado un té hace un rato.

Y más tarde picaré algo,

después de hacer deporte.

Desde luego, te funciona muy bien,

hagas el deporte que hagas.

No cambies.

 

Bueno… Se hace lo que se puede.

 

Hombre, yo diría que no puedes

quejarte mucho, eh.

 

¡Y no lo hago!

Siempre me ha gustado el deporte.

A ti también, por lo que veo.

 

O sea, yo me deshago en halagos,

y tú solo tienes un

«a ti también» para mí…

 

Escribí, fingiendo disgusto.

 

Ay, pobre.

Que no le he reforzado el ego.

¿Lo necesitas?

 

No, tranquila. Sobreviviré.

Bonito culo, por cierto.

Jajaja, pero ¿cómo me sueltas eso así?

 

Puedo hacerlo como te guste. Pero tienes

un culo precioso, y yo me he sentido

en la obligación de decírtelo…

 

Eres un cerdo…

 

Fue la respuesta que obtuve de ella. Y en contra de lo que pueda parecer, era una fantástica reacción, porque formaba parte del juego.

 

No estamos discutiendo si lo soy o no.

Lo que de verdad importa

es cuánto lo soy y si tú quieres descubrirlo.

O igual, es demasiado para ti…

 

Y ahí empezó realmente el juego. Pero antes de continuar, detuve brevemente la conversación. Tengo mucha imaginación y me gusta disfrutar de ella. En ese mundo inventado, que está creado enteramente por nosotros, todo es demasiado bueno. Demasiado nuestro. Si hay algo que para mí va de la mano con el sexo es la música. Aunque este tenga melodía y sonidos propios, me encanta vincular canciones con ciertas experiencias. Puede ser un encuentro más dulce, tórrido y violento, o completamente anodino, que todos tienen su banda sonora. Devil in me de Gin Wigmoreinundó mi habitación. Disfruto mucho esta parte. En algunas ocasiones, incluso, la disfruto aún más que el propio encuentro físico, el cual puede no resultar del todo satisfactorio o verse frustrado por mis altas expectativas. Pero ahí no. En este momento todo es perfecto. La imaginación, libre e infinita, ejerce como maestra de ceremonias y es la mejor. Hace lo que yo quiero, como yo quiero y cuando yo quiero. No me niega nada, por bizarro que sea. Patricia, desnuda, será impresionante. Sus caricias me erizarán la piel de todo el cuerpo, su boca hará que pierda el sentido de la vida y su sed de sexo será inagotable. Ella podrá tragar todo lo que yo le ofrezca, en cualquier sentido.

El móvil volvió a sonar devolviéndome a la realidad.

 

Vaya, ¡nos ha salido gracioso el pequeñín!

¿Eso se lo dices por aquí a todas?

En la distancia, todos sois muy valientes.

 

Me mordí el labio sonriendo, pues en mi mente todo iba mucho más rápido de lo que realmente estaba sucediendo.

 

Ojalá se lo pudiese decir a todas, te aseguro

que lo haría. Pero no abundan tantas oportunidades,

ni culos como el tuyo, créeme.

Y lo de las distancias, podemos acortarlas y así

compruebas que no hay nada pequeñín aquí…

¿Dónde vives?

 

Mientras escribía, mi imaginación bullía entre imágenes y sensaciones. Patricia olía tan bien… Las fantasías a veces pueden ser traicioneras y, en más de una ocasión, me he lamentado por no haber esperado más tiempo antes de pasar a la acción, lo reconozco. Una vehemencia incontrolable se apodera de mí, me agarra la polla con fuerza y lo hace demasiado bien. Las fotos, al igual que las personas, engañan muy a menudo, y puede darse una situación en la que no sintamos la misma atracción que esperábamos. Pero esta vez tenía un pálpito positivo. Además de palpitaciones, claro.

Ella atacó de nuevo.

 

Me haces reír, te estaba medio tomando

en serio hasta ahora…

¿De verdad piensas que te voy a dar mi dirección

para que vengas ahora a mi casa?

Eres un poco iluso, tú, eh.

Y me parece increíble que ese discursito te funcione.

 

Vaya, Patricia sabía jugar. Porque para mí es eso: un juego. Una cuestión de tiempo, no había un desenlace diferente posible. Una vez que tiraba los dados, era sin vuelta atrás. Pero en situaciones como aquella había que proceder con mayor habilidad. Y casi lo agradecía, era un estímulo mayor.

 

Perdona, creo que he malinterpretado esta situación.

Pensaba que hablaba con una mujer decidida,

pero, para sacarme casi diez años, creo que aún

tienes que experimentar un poco más.

Un beso.

 

Esa era siempre la jugada más arriesgada y de la cual surgían tres escenarios posibles: su orgullo se veía atacado y respondía desafiante. No contestaba más, al menos en ese momento, o levantaba por completo sus cartas de un modo sutil. Patricia, por suerte, no llevaba tantos escudos de protección social frente al qué dirán. Y era muy buena…

Alucino. Hagamos una cosa… Esta mañana

no tengo nada que hacer y me estás haciendo

mucha gracia. Sé que en el fondo todo esto

será un rollo de adolescente tardío para hacerte

el hombre duro y que, al llegar aquí,

te vas a quedar callado en una esquina.

Pero te lo tienes merecido, así aprenderás.

Te espero en media hora y te invito a un café.

 

Sonreí. Me sentía como un chacal ante su presa. Respondí de inmediato.

 

En una hora. Pero yo no tomo café. Te beberé a ti.

 

Eres un cerdo…

 

Patricia empezó a darme justo donde más me gustaba.

 

¿Me lo dirás cuando me veas? Por favor, no

me entretengas o no llegaré a tiempo y quiero

reunir todo el valor posible.

Esta para mí es una cita muy importante.

 

Algo me contestó, pero no lo leí. Ahí ya estaba todo dicho. Me fui a duchar y a prepararme. Tampoco me volví loco pensando qué ponerme. Estoy harto de los disfraces, que no dicen realmente nada de nosotros. ¿Cómo hemos podido llegar a pensar una cosa u otra de una persona en función de su vestimenta? Me parece terrible. Elegí un slip de color negro, un vaquero, camiseta blanca y unas deportivas de color blanco. Si todo iba bien, debería durar poco puesto. Cuando estuve listo, salí de camino a la dirección que me había dado. Era un día espléndido, en el que la temperatura calienta pero no achicharra a esas horas. Llegué tras un par de transbordos en el metro. Un buen barrio, tranquilo y residencial. Posiblemente, Patricia estuviese bien posicionada, lo cual podría indicar un puesto profesional de responsabilidad. Muy a menudo, las personas que ejercían poder e influencia en alguna faceta de sus vidas, tanto privadas como profesionales, eran todo lo contrario en su intimidad y viceversa.

Por fin llegué al portal y mi minuto de raciocinio apareció. Era como una pequeña voz de la conciencia, que me susurraba palabras. «¿De verdad quieres hacer esto? ¿Y si no te gusta cuando subas? ¿Y si no hay química entre vosotros?». Pensaba todo aquello, pero lo hacía sin dejar de caminar, porque ese riesgo era parte de la aventura. Si tuviese claro cómo iba a ser, no sería tan mágico. He tenido citas que ni recuerdo y otras que recordaré tras varias reencarnaciones. Y todas, sin excepción, empezaron así: sin saber lo que vendría a continuación. Quizá, en otro momento, hacía mucho tiempo, esa voz no era un susurro y me conseguía frenar algo más. Ahora era un pequeño lamento. La imagen en el retrovisor de alguien que se aleja esperando ver que te detienes y das la vuelta. La moral también es una cuestión de tiempo, me temo. Cincuenta y nueve segundos después, mi mente se llenó de lascivas imágenes. Tactos, olores y sabores colapsaron mis sentidos y ya no había vuelta atrás. Me froté la cara al igual que un soldado se pondría las pinturas de guerra y llamé al telefonillo.

—¿Quién es? —Patricia hablaba como deben hacerlo las sirenas en mitad del océano… Una voz dulce, suave y juguetona terminó por encenderme.

—No sé a cuántos esperas, pero ojalá tengan paciencia…

Se escuchó una carcajada y el inconfundible sonido del portero automático. Séptima planta, me encantaban las vistas. Si tenía un buen ventanal, podría apoyarla contra él. Si algo me disgustaba, profundamente, era el camino que separaba el portal de la vivienda y siempre lo recorría casi con prisa, mirando hacia el suelo. Podían pasar muchas cosas en esos metros… Como que se arrepintiera y me escribiese diciendo que mejor lo dejásemos, no sería la primera vez. O cualquier otra situación nueva y desconocida. Pero cuando se abrió la puerta, mis ojos se prendieron como el infierno.

Me pareció que el mundo se movía más lento de lo normal. Llevaba puestos mis auriculares, los cuales mantenía hasta el último momento con la intención de conectar debidamente toda la situación. Este era, por fin, el momento que daba sentido a mi vida. Empecé desde el suelo, ya que estaba descalza. Descubrí que, tal y como había pensado, tenía unos pies muy bellos. Cuidados, finos, con las uñas pintadas de color rojo sangre. Seguí subiendo con mi mirada, de manera lenta y descarada, ya me daba igual lo que ella pensase en ese momento, me temo. Llevaba unos pantalones vaqueros, cortos, casi short, con los bolsillos asomando entre los flecos que formaban las costuras rotas. Y una camiseta blanca era el soporte para su pelo liso. Ella solo rompió su sonrisa para decirme algo que no pude oír. Me quité los auriculares mientras le contestaba.

—¿Perdón? —le dije evidenciando que no la había escuchado.

Ella sonrió, divertida por la situación.

—Te preguntaba si habías terminado, igual quieres que me dé la vuelta o algo. ¿Vas a pasar?

Y entonces sí se dio la vuelta. Esperé y vi cómo se alejaba apenas un metro y se detenía. Aquel culo, sin duda, había merecido el riesgo. Entré, cerré la puerta tras de mí y me aproximé hasta ella.

Me situé justo detrás y posé mis manos en su cintura; ella, sin participar, no se resistía. Sentí cómo suspiraba mientras yo seguía dibujando su figura y bajaba lentamente. Agarré su culo. Perfecto y duro, con firmeza, sin apretar demasiado. Momento que ella aprovechó para zafarse y alejarse mientras me preguntaba en voz alta:

—¿Vas a querer hielo en el café? No te vendría mal, desde luego…

Di un par de pasos rápidos, coloqué una mano nuevamente en su cintura y la otra se sumergió entre el abundante pelo, sujetándolo con fuerza, tirando de su cabeza hacia atrás. Ella se quedó sorprendida por lo inesperado de la situación y yo pude recrearme en esa imagen que tanto me gustaba. Conocía muy bien esa expresión. La mezcla perfecta de sorpresa y entrega que ponía en evidencia su excitación. Sin aflojar lo más mínimo, me aproximé hasta su oído.

—Te he dicho que no me gusta el café… —susurré, mientras iba girando su rostro hasta mí.

La miré y lentamente lamí su labio superior. Ella permaneció inmóvil, respirando cada vez más agitada.

—¿Esto es todo lo que eres capaz de hacer? —jadeaba—. Porque no me gustan los niñatos.

El siguiente tirón de pelo abrió aún más sus ojos y su boca, dibujando una mueca de dolor, la cual aproveché para volver a lamer y morder sus labios. La solté y giré con cierta contundencia hacia la mesa que tenía a un lado, poniendo sus manos sobre ella.

—Parece que no sabes estar callada, tendremos que buscar una solución a eso.

Mientras le decía esas palabras, ya había desabrochado el botón de su pantalón corto. Estiré hacía abajo y apareció mi preciado tesoro. Aquel que había ido a desenterrar aquella mañana como el mejor de los arqueólogos. Un pequeño tanga granate me iluminó el rostro. Mis manos subieron lentamente acariciando sus piernas y cuando llegaron al objeto de mi deseo lo recorrí sin prisa, escuchando su respiración de fondo. Mi mano se perdió y mis dedos encontraron el camino de vuelta, recorriendo la hendidura perfecta que se formaba en su tanga. Estando distraída, como indicó un largo suspiro, no lo vio venir. Mi mano derecha actuó con rapidez y, tras un breve latigazo, el tanga que había arrancado colgaba de ella. Era suave y estaba tibio, muy húmedo. Ella no se movió ni lo más mínimo. Llevé la prenda hasta el rostro de la chica.

—Abre… Y muerde.

Obedientemente, hizo lo que le ordené, más que pedir. Y yo volví a mi tarea anterior, pero sin obstáculo esta vez. Mi mano se posó de nuevo en su piel. Yo no conocía de nada a Patricia. No sabía prácticamente nada de ella, y, sin embargo, toda mi vida giraba en torno a esa mujer. La necesitaba y deseaba. La amaba. Allí había un cuerpo que rozaba la perfección a mi entera disposición y ese era de los pocos momentos que me hacían sentir realmente vivo. Quería hacer tantas cosas, que solo la acariciaba, esperando que se ordenasen mis ideas. Mi lengua recorrió la suave piel hasta perderse entre sus glúteos, donde el paraíso parecía un lugar accesible a todos los mortales. Apretaba, mordía, lamía, chupaba… Cualquier impulso que sentía lo llevaba a cabo. Y no volví a la realidad hasta que un angustioso gemido me sacó de mi universo privado.

—¡Fóllame ya! ¿Eres gay o qué? Solo sabes chupar como un ni… —Pero su voz se cortó en seco tras el sonoro y doloroso azote que recibió en su glúteo derecho. La piel se enrojeció al instante y al tocarla noté que ardía. Me miró con gesto de rabia.

Me levanté hasta quedar junto a ella.

—Te he dicho que abras y muerdas. Procura que no se te caiga más…

Recogí el tanga de la mesa y volví a metérselo entre los dientes, que se cerraron con más violencia de lo previsto, queriendo atrapar algo más que la delicada tela. Por suerte, mi otra mano la torturaba de placer entre sus piernas. Mis dedos se resbalaban donde el cuerpo de Patricia era más tierno y jugoso. Lo hacían rápido, lento, entrando hasta el límite y saliendo mínimamente. Aquello estaba terminando por volverla loca. El sexo no es machista ni feminista, eso lo son las personas. El sexo es libre, indómito, y solo entiende de reacciones y sensaciones. Allí había millones por segundo. Sus jadeos aumentaban y el primer orgasmo llegó acompañado del segundo azote. Sintió que explotaba, como si le devolviese el aliento igual que un bebé al nacer. Y gritó. Gritó tanto y con tanta rabia que tuvo que acompañarlo con golpes sobre la mesa. Se revolvió hasta quedar frente a mí.

—Eres un niñato y te vas a enterar. Un niñato y un cerdo… —Esto último lo dijo cogiendo mi mano y lamiendo uno a uno mis dedos.

Como si de un gesto premonitorio se tratase, los esponjosos labios de Patricia rodearon mi falange por completo mientras que una suave lengua la envolvió en el interior de su boca. Acto seguido, terminó de quitarse toda la ropa ante mi atenta mirada, cogió el tanga de la mesa y tiró de mi mano hasta el dormitorio. Las ventanas estaban abiertas, pero a nadie le importó. Desde el exterior, además de aisladas ráfagas de viento cálido, llegaban excelentes canciones de los años ochenta y noventa que provenían del parque que había frente al edificio. Around the world de ATC se coló en la habitación como si de un pervertido mirón se tratase. Patricia estaba radiante… La excitación había coloreado sus mejillas y sus pechos se movían rítmicamente acompañando su acelerada respiración. Llevé mis manos hasta ellos y temí que aquellos pezones pudiesen cortarme. Ella esperó hasta que nuestra mirada se encontró de nuevo.

—Que no se te caigan, si puedes. Ya sabes: abre y muerde, guapo…

Y con una pícara y cómplice sonrisa, llevó la maltratada prenda hasta mi boca, que la recibió gustosamente.

Notaba el olor y el sabor en la tela, que sujeté bien con mis dientes. Me encantaba haber encontrado una rival como aquella. Primero mi cinturón, luego el botón y, por último, la cremallera de mi pantalón, que fue bajando al tiempo que lo hacía ella, como si el efecto de la gravedad se hubiese multiplicado. Quedó arrodillada frente a mí. La última prenda cayó como lo harían las defensas de una ciudad en guerra y estalló la última gran batalla.