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Todos adoran la Librería Teresa, una pequeña y acogedora tienda en el este de Tennessee.
A Garnet Stone le encanta trabajar allí tanto como leer libros. Trabaja duro para evitar que la gata entrometida de la tienda se meta en problemas mientras limpia el piso de ventas. Pero cuando la dueña de la librería, Teresa, fallece inesperadamente, Garnet se entera de que le heredó todo a su sobrina, Jane.
Dejando a un lado su amargura, Garnet limpia el desorden de la tienda para impresionar a su nueva jefa. Después de que Jane llega para anunciar el cierre de la tienda, las cosas empeoran y se encuentra otro cadáver en la librería.
El nuevo sheriff cree que Jane es la asesina, pero Garnet sabe que su nueva jefa es inocente. Como proviene de una familia de agentes tiene confianza en que podrá resolver el asesinato, pero pronto descubre que no será un caso tan fácil como esperaba.
Las extrañas pistas apuntan a varias personas, pero los sospechosos tienen coartadas concretas. Si Garnet no puede resolver el crimen perfecto, la Librería Teresa cerrará para siempre.
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Veröffentlichungsjahr: 2022
LOS MISTERIOS DE LA LIBRERÍA DESORDENADA
LIBRO UNO
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Sobre la Autora
Derechos de autor (C) 2022 Jessica Brimer
Diseño de maquetación y Copyright (C) 2022 por Next Chapter
Publicado en 2022 por Next Chapter
Edición: Megan Gaudino
Arte de portada: CoverMint
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas es pura coincidencia.
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso de la autora.
Para mi maravilloso esposo, Josh Brimer. Tu apoyo es lo más importante para mí.
Tengo tantas personas a las que quiero agradecer. Primero, a mi primer grupo de escritores, Deadline for Writers. Sin ellos, especialmente Becky Crookham, crítica de mis cuentos, sé que mi trayecto como escritora no habría llegado tan lejos. A Cheryl Gilmore por entender las luchas de una escritora y por ser mi amiga. Ellie Alexander, ayudaste a mejorar mi manuscrito y me enseñaste lo que significa ser una escritora cozy. Gracias Megan Gaudino por editar mi historia. La mejoraste mucho. Y un gran saludo a mi esposo. Leíste casi todo lo que había escrito. Corregiste mis errores elementales y más. Aprecio tu honestidad porque a veces mis ideas sonaban mejor en mi cabeza que lo que escribía. Otro agradecimiento a mis dos increíbles hijos. Ellos me recuerdan que necesito descansar y eso es divertido. Por último, gracias a Next Chapter por darme la oportunidad.
Jane Jackson, mi nueva jefa, estaba ante mí. En cuanto entró en la librería Teresa, supe que traería problemas. Llevaba un traje gris demasiado caluroso para un verano de Tennessee con una camisa blanca, ceñida al escote. Jane llevaba el pelo castaño recogido en un moño apretado, lo que me hizo preguntarme si le daba dolores de cabeza. Aquellos tacones de aguja altos eran más apropiados para mujeres que se pasaban el día sentadas en sillas de oficina y asistían a almuerzos ostentosos, en lugar de pasarse el día abriendo cajas pesadas o reponiendo estanterías. Mi nueva jefa parecía salida de la revista Vogue.
—¿Despedida? —le pregunté.
—Despedida es una palabra muy fuerte. Pero sí, Garnet —dijo Jane con indiferencia—. Después de hoy, la librería de mi tía cerrará permanentemente.
Sus ojos marrones y anodinos estudiaron la sala de ventas. Sabía que Jane se había fijado en la torre de libros que necesitaban un lugar en la estantería en lugar de ser empujados contra la pared para ocuparse de ellos más tarde. Cuanto más absorbía el desorden de la tienda, peor era su mueca.
Quería decirle algo. Cualquier cosa que la hiciera cambiar de opinión, pero la conmoción del cierre de la tienda me quitó la voz.
Finalmente, volvió su atención hacia mí.
—Como dije en mi correo, te pagaré por el trabajo que has hecho. —Hizo una pausa, para juzgar mi reacción—. Es sólo una librería de segunda mano. Nada personal.
—¿Nada personal? —espeté—. La librería lo es todo para mí. He trabajado aquí nueve años y he llevado la tienda yo sola durante un mes entero.
Jane me miró fijamente. Parecía la directora del colegio escuchando una queja trivial de un alumno. Mientras Jane creía que cerrar la librería era estrictamente por negocios, mi corazón se hizo añicos. La librería Teresa era mi vida y mi pasión.
Mi carrera.
Princesa, una gata blanca y negra que vivía aquí, saltó sobre el mostrador junto al ordenador cuadrado que la tienda utilizaba como caja registradora. Jane retrocedió como si el felino de esmoquin fuera una pantera feroz. Princesa se sentó erguida, esperando a que la reconocieran.
Jane jadeó.
—No sabía que la tía Teresa tuviera animales dentro de su tienda.
Acaricié a Princesa desde la cabeza hasta la espalda. Se volvió hacia mí, ronroneando. Admiré la línea negra punteada a lo largo del escote de Princesa, que le daba derecho a la realeza de su nombre.
«¿Cómo se atreve Jane a llamar a Princesa un simple animal? Su Alteza habría sido más apropiado».
—A tu tía le encantaban los gatos.
Debatí si debía advertirle sobre la otra gata, Melosa, pero rápidamente deseché la idea. Se enteraría pronto.
Jane miró con desprecio a Princesa y volvió su atención a los alrededores.
—Este lugar es un desastre. Deberías haberlo limpiado antes de que yo llegara.
Pilas de libros para pedidos en línea llenaban un lado del mostrador en forma de L, mientras que otros se guardaban para los clientes. Las bolsas de plástico permanecían dentro de una caja de cartón en lugar de estar colgadas en un gancho cerca de la caja registradora. Los marcapáginas descansaban en una gran taza de café gratis para quien quisiera uno. Por suerte, Jane no podía ver el desorden en los cubículos bajo el mostrador. Con un pie, empujé el Windex y las toallitas de papel más adentro. No se movieron mucho.
Desde el gran ventanal, la luz matinal se colaba entre las cuatro filas de estanterías. La más pequeña de las cuatro, a la altura de los hombros, contenía cuadernos donados y libres para cualquiera. La mayoría de los papeles habían sido arrancados, pero los lugareños sabían que Teresa no era de las que tiraban las cosas porque faltaban algunas páginas, o la mitad. Eran tesoros perfectos para los niños a los que les encantaba garabatear. Las otras tres estanterías estaban llenas de libros de ficción de varios autores que se habían publicado en los últimos cinco años o mantenían su popularidad. Si hubiera tenido tiempo y un par de manos extra, habría reorganizado las novelas por géneros.
Al final de cada fila se alzaban cajas llenas de ejemplares extra que ya estaban en las estanterías. Quería ponerlas arriba, pero nunca llegué a hacerlo porque había cosas más importantes que hacer antes de la llegada de Jane. En la habitación de mi derecha había libros románticos y de terror. De vez en cuando los clientes colocaban un libro no deseado en el lugar equivocado, una batalla constante a la que me negaba a rendirme. En la sección de ficción general, los libros solían estar apiñados en secciones. Había que espaciar mejor las novelas y ordenarlas alfabéticamente. Cuando reciclara los cuadernos a medio llenar, tendría el espacio necesario.
Me estremecí cuando Jane levantó la vista. Los globos de luz proyectaban un resplandor mágico, aunque algunas bombillas se habían fundido. El tiempo se me había echado encima y no había tenido ocasión de cambiarlas o, mejor aún, de pedir ayuda a alguien que tuviera más de cinco años.
Un solo empleado no podía hacer mucho.
Jane no veía lo que yo había conseguido. Además de llevar el negocio, donaba libros infantiles a iglesias y bibliotecas, organizaba una venta ambulante que duraba todo el fin de semana y era todo un éxito, y una vez me quedé después de hora moviendo la escalera por la tienda con un plumero Swiffer. Mentalmente, me di una palmadita en la espalda por todo mi duro trabajo.
Probablemente tenía que avisar a Jane de lo de arriba. Si creía que la librería necesitaba un poco de cariño, que esperara a ver la oficina. Teresa era conocida por muchas cosas, pero el orden no era una de ellas.
Mientras veía a Jane apartar los pelos de gato, deseé que hubiera visto el lugar antes de limpiar. Si lo hubiera hecho, habría apreciado las incontables horas que había pasado intentando poner la librería en orden. Después de almacenar, reorganizar los libros, llamar a los clientes, contestar al teléfono, trabajar en la oficina y cuidar de dos gatos, algunos días no tenía energía para hacer otra cosa.
—¿Qué son estas manchas en la alfombra? —Jane miró el suelo verde. Se apartó de la mancha como si las manchas fueran a trepar por sus piernas para tragársela entera.
Tenía intención de tirar una alfombra sobre las manchas, pero se me olvidó sacarla del maletero esta mañana.
—Café.
—¿Teresa servía café aquí? —La voz de Jane subió una octava cuando sus ojos se posaron en Princesa.
Princesa ronroneó más fuerte. Le di un buen masaje en la cabeza.
—Solo una vez.
Hice memoria. Una gata curiosa no combinaba bien con las bebidas calientes. Teresa montó un puesto de café una fría mañana de enero, diciéndome. «Esto va a ser genial. Llevo mucho tiempo queriendo hacerlo. Por desgracia, cuando el primer cliente se sirvió una taza, Princesa saltó y casi lo mata del susto. Doce tazas de líquido caliente cayeron al suelo. No importaba cuántas veces laváramos la alfombra, la mancha se negaba a irse. Algunos días Teresa bromeaba con cambiar el nombre de Princesa por el de Entremetida.
Jane se serenó colocando una mano cerca de su escote mientras con la otra se rodeaba la cintura.
—Este lugar es una pocilga. ¿Cómo dejó la tía Teresa que se pusiera tan mal? —Su pregunta era retórica. Como única sobrina de Teresa, Jane debía de haber sido testigo del comportamiento desorganizado de su tía.
—La pocilga está arriba —dije con sarcasmo. Jane enarcó las cejas.
Seguí acariciando a Princesa, disfrutando de su expresión. Era lo menos que podía hacer ya que todo mi duro trabajo había acabado en despido.
—¿Lo dices en serio?
Debatí por un momento antes de decirle que no. Por la expresión de su cara, Jane no apreció mi humor.
Antes de que se dijera nada más, sonaron los cencerros atados a la manilla de la puerta. Princesa saltó del mostrador para saludar a nuestro primer cliente. Puse mi mejor sonrisa, esperando que Jane se diera cuenta de mi ética de trabajo y de que la Librería Teresa estaba lo suficientemente ocupada como para seguir abierta. En ese momento, supe que tenía que convencer a Jane de que mantuviera la tienda.
No había mejor manera que con un cliente.
Jane gritó:
—Hoy hay un treinta por ciento de descuento extra.
Mi cara de felicidad desapareció al ver a Sasha Whitlock. En lugar de su habitual pelo de cama, los mechones rubios eran ondulados. Llevaba una camiseta de videojuegos con la que sabía que a menudo dormía. Al menos sus vaqueros no tenían agujeros ni rasgaduras, y sus zapatillas de tenis estaban impecables.
—¿Eres la sobrina de Teresa? ¿Jane Jackson? —preguntó Sasha después de acariciar la cabeza de Princesa. Jane asintió y comenzó a responder cuando Sasha la cortó.
—En realidad, estoy aquí para recuperar mi trabajo. Hubo un malentendido y quiero redimirme. —Sasha esbozó una sonrisa.
—¿Recuperar el trabajo? —Jane me miró antes de volver a mirar a una sonriente Sasha.
«Qué tonta», pensé. Esa sonrisa cursi nunca funcionó con Teresa. Ni conmigo.
—La tienda va a cerrar definitivamente —explicó Jane como si nada.
Sasha se entristeció:
—Oh. ¿Por qué?
—En realidad —dije antes de que Jane tuviera la oportunidad de hablar, —no hemos confirmado que la tienda está cerrando. Jane no conoce a… —Me maldije por no haber pensado bien las cosas y dije el primer nombre que me vino a la mente—… Peggy Sue. Jane aún no la conoce.
—¿El chucho al que le leen los niños los sábados? —Sasha parecía confusa.
Quizá debería haber elegido a un cliente habitual que gasta dinero en lugar de a Willie, que trae a su perro para que los niños practiquen la lectura.
—Todo el mundo adora a Peggy Sue. —Me volví hacia Jane, esperando que el evento la impresionara.
En cambio, mi jefa, o nueva propietaria, parecía tan confundida como Sasha. Se recompuso.
—Heredé la tienda tras el fallecimiento de mi tía. Le di muchas vueltas y decidí cerrar sus puertas.
Necesitaba esforzarme más, pero esperaría hasta que Sasha se fuera. Esto era entre Jane y yo.
—Es una pena. —Sasha se encogió de hombros—. Oh, bueno. Valía la pena intentarlo.
Negué con la cabeza a sus espaldas. ¿De verdad esperaba conseguir su trabajo sin ningún esfuerzo? Típico de la perezosa Sasha.
Jane y yo vimos como se dirigía a la puerta principal. Una mujer bajita y de cabello oscuro pasó por delante del ventanal. Me estremecí. ¿Por qué tenía que venir hoy Doris Hackett? Había estado aquí hacía dos días y había comprado tres libros de bolsillo. ¿Los había leído ya?
Troté alrededor del mostrador para susurrarle a Jane una advertencia, pero llegué demasiado tarde. Entró al mismo tiempo que Sasha ponía la mano en la puerta batiente. Los cencerros sonaron con tensión instantánea. Doris entrecerró los ojos mientras Sasha se ponía rígida. Doris rompió el silencio.
—¿Has venido a suplicar que te devuelvan el trabajo? —se burló, con una sonrisa.
—Eso no es asunto tuyo, ni de nadie en Sevier Oak.
El temperamento de Sasha me tomó por sorpresa. Había sido insolente a espaldas de la gente, pero nunca a la cara.
—Teresa te despidió por una razón. Holgazana. Jugabas a videojuegos todo el día y llegabas tarde al trabajo demasiadas veces.
—Los estudios demuestran que las personas que juegan a videojuegos son más inteligentes que las que no lo hacen. —Sasha guiñó un ojo.
Doris soltó una risita, pero sonó forzada.
—¿Te lo ha dicho Google o una bruja?
—Un brujo —replicó Sasha.
Me dieron ganas de golpearme la cabeza contra una estantería.
Doris parecía desconcertada.
—¿Un qué?
Mientras Sasha describía un personaje de un videojuego de fantasía, Jane se adelantó. Negué con la cabeza, esperando que entendiera que no debía interferir. Había aprendido que es mejor dejar que las mujeres, como Sasha y Doris, digan lo que piensan. Una vez que tienen suficiente, siguen con su día. Por desgracia, Jane no se dio cuenta de mi indirecta.
—Creo que Sasha se refiere a la serie de televisión con Henry Cavill —dijo Jane—. Pero, señoras…
—El videojuego salió antes de que fuera una serie —contraatacó Sasha.
Puse los ojos en blanco. Como verdadero ratón de biblioteca del grupo, decidí hablar en nombre de los libros.
—En realidad, es una serie de libros de fantasía escritos por Andrzej Sapkowski.
Las tres me miraron. Sasha suspiró, molesta. Doris gruñó como si oliera algo malo mientras Jane me hacía una señal con la mano para que dejara de hablar.
—Dato curioso —continué—, nuestra gata se llama en realidad Princesa Ciri, como un personaje del libro.
Era mentira. Princesa era simplemente Princesa, pero Teresa no estaba aquí para discutir.
—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó Sasha.
Reprimí otra mirada. Aparte de presumir de mis conocimientos sobre libros y defender al autor polaco, supongo que no significaba nada.
Jane repitió el especial de hoy:
—Los libros tienen un treinta por ciento más de descuento.
A diferencia de Sasha, Doris parecía a punto de echarse a llorar. El día se ponía cada vez más curioso.
—Parece que vas a tener que gastar tus brillantes peniques en la otra librería de la ciudad. —Sasha soltó una risita.
Miré con odio a mi antigua compañera de trabajo. Lo último de lo que quería oír hablar era de la rival de nuestra librería.
Doris compartía mi pasión.
—Entonces ve tú allí, holgazana. A lo mejor Voss recicla basura.
—Tú eres de las que llaman, vaga.
Sasha lanzó a Doris una mirada que no pude entender. Algo debió pasar entre ellas cuando Sasha aún trabajaba aquí.
—Un día alguien te va a machacar con una sota de picas, y ese día, me voy a reír de ello.
Una expresión cruzó la cara de Doris. Una que nunca había visto en los años que compró aquí. Miedo. Jane parecía querer decir algo.
Era hora de que yo interviniera.
—Si tenéis algo que deciros, hacedlo en otro sitio. No aquí. —Utilicé el tono autoritario que me enseñó mi familia.
Sasha separó los labios para decir algo, pero luego se lo pensó mejor y los cerró. Doris se puso sumisa.
Algunos días me encantaba que mi apellido fuera Stone.
—Bueno, elige.
Sasha empujó a Doris a un lado, haciendo que la cuarentona tropezara de nuevo con la puerta. Doris abrió la boca. Esperaba un comentario sarcástico de su parte, pero guardó silencio. Se limitó a mirar cómo Sasha caminaba por la acera.
Se comportaban de forma extraña. De la naturaleza relajada de Sasha a ser insolente, y el espíritu frío de Doris callándose. Hoy parecía más un raro viernes que un lunes. Definitivamente algo había pasado entre ellas dos.
—No necesito el descuento, pero lo aceptaré de todos modos.
Doris se dirigió a la sala de ofertas en la parte trasera como si nada hubiera pasado. Sus mejillas enrojecidas decían lo contrario.
Jane esperó a hablar hasta que sus pasos se desvanecieron en el interior de la tienda.
—¿Dónde está la oficina?
La pregunta me devolvió a mis problemas. Su tono me recordó por qué me desagradaba la gente que vestía de traje. Todos ellos eran personas ávidas de dinero, que ignoraban los sentimientos de los demás. Me di la vuelta y señalé la sala de romance/horror. Desde nuestro ángulo, no podíamos ver las escaleras que llevaban al despacho. Sin mediar palabra, Jane rodeó las estanterías en dirección a la escalera principal. Cuando los tacones de Jane se alejaron, mi desilusión aumentó.
Miré alrededor de la Librería Teresa admirándola por última vez. Algunas personas, como Jane, veían desorden y montones de trastos, pero yo veía belleza y personalidad. Aquí podía respirar la pesada humedad que se encuentra al pasear por los pasillos de novelas. Este era un lugar donde los amantes de los libros, como yo, pasaban horas con los dedos, rozando los lomos mientras su cesta de la compra se hacía más pesada.
Hace veinte años, Teresa Jackson abrió la librería. Trabajaba tanto como leía. Todos sus «tesoros» tenían una historia. Teresa sabía cuándo y dónde había comprado cada objeto y los colocaba encima de las estanterías a modo de decoración. Encima había un puñado de tazas de té. Temía romperlas, pero se negaba a regalarlas. La mayoría de sus tesoros eran cascos de fútbol en miniatura de los Voluntarios de Tennessee, una de las principales universidades del estado. Peyton Manning firmó uno durante su estancia en la Universidad de Tennessee. Lo reconocí al instante porque era el único casco en una caja de plástico. Teresa lo admiraba tan a menudo que creo que estaba secretamente enamorada del ex quarterback.
Teresa también tenía una mente aguda. Recordaba todos los libros que entraban y salían de la tienda. Si un cliente le pedía un determinado título, Teresa iba directamente a buscarlo sin consultar la base de datos del ordenador. A pesar del desorden, Teresa lo encontraba. Después de trabajar aquí seis años, yo también.
Teníamos planes para remodelar la tienda, hacerla más grande y menos desordenada. Ahora, de pie entre los libros, me sentía sola mientras los recuerdos más preciados empezaban a desvanecerse.
Un grito interrumpió el silencio. Puse los ojos en blanco al oír de dónde procedía.
De arriba. Jane debía de haber encontrado al segundo gato en el despacho. O mejor aún, Melosa encontró a Jane.
—¡Oye! —gritó Jane—. Garnet.
Me apresuré a subir las escaleras sabiendo lo que había pasado. En el estrecho pasillo, Jane estaba pegada a la pared, mirando fijamente al despacho de Teresa. Contuve una carcajada.
—¿Ocurre algo? —pregunté, acercándome a ella.
Jane me fulminó con la mirada.
—No has mencionado al búho.
Entré en el despacho, riendo. Melosa estaba sentada en el escritorio con cara de mal humor. Su tupida cola se movía de un lado a otro. Sus profundos ojos amarillos se clavaron en Jane.
Cogí al segundo gato.
—¿Has visto alguna vez un búho de cuatro patas? —Me reí—. Se llama Melosa. La hermana de Princesa.
Jane no se movió.
—Pensé que era una estatua hasta que me senté en la silla.
—Sí, Melosa es buena quedándose quieta y mirando.
Probablemente su mejor rasgo. No podía contar cuántas veces Melosa me había asustado cuando sentía que algo me observaba. Me daba la vuelta y encontraba esos grandes ojos amarillos observándome desde lo alto del archivador. Desde lejos, Melosa podía parecer un búho por sus manchas marrones de pelaje entretejidas con el negro.
—Melosa odia a todo el mundo —añadí.
Cuando dejé a Melosa en otra habitación del piso de arriba, Jane se alzó sobre mí, más enfadada que antes. Quizá debería haberle advertido sobre Melosa.
—Aquí arriba hay más desorden —se quejó, agitando los brazos.
—No tuve tiempo de limpiar aquí. Teresa planeaba remodelar e iba a deshacerse de muchas de estas cosas.
Ni por un segundo había creído las palabras de Teresa. La remodelación sólo habría acumulado cosas nuevas. Pero no se lo dije a Jane.
Ella se tomó un momento para apretarse el puente de la nariz entre el pulgar y el índice, antes de decir:
—¿Dónde guardaba Teresa las cosas importantes? ¿Los impuestos? ¿El alquiler?
—En el archivador. Está en el despacho donde duerme Melosa —dije, y luego me escabullí rápidamente por el pasillo hacia el segundo tramo de escaleras que conducía a la sala de gangas.
Doris caminaba por un estrecho sendero detrás de una estantería. Como no quería hablar con ella, me escabullí. Cuando llegué a la zona principal, sentí aire fresco. Princesa estaba tumbada encima de una estantería hasta que me vio y bajó de un salto. Se acercó trotando y me pidió que la acariciara. La cogí en brazos. Se acurrucó bajo mi barbilla. Su pelaje olía a libros.
—¿Qué voy a hacer? —susurré. Princesa maulló y me dio un cabezazo. «Tiene que haber una manera de mantener la tienda abierta».
Entonces se oyó un segundo chillido seguido de algo que golpeaba el suelo. Miré hacia la sala de gangas. Desde aquí no podía ver la entrada. ¿Qué estaba haciendo Doris? ¿O Melosa había vuelto a asustar a la jefa? «No», decidí. El sonido procedía sin duda de la sala de gangas.
Justo cuando daba un paso en esa dirección, otro estruendo resonó en la tienda. Aceleré el paso. Me pregunté si Doris estaría pateando la estantería. Princesa saltó de mis brazos, clavándome sus garras traseras mientras huía.
—Ay —grité. Las patadas continuaron—. ¿Doris? —grité mientras me dirigía a la parte trasera de la tienda. El sonido se hizo más fuerte—. ¿Doris? ¿Qué haces?
—¿Garnet? —La voz de Jane bajó por la escalera seguida del sonido de sus pies pisando fuerte. ¿O era otra persona la que pisaba fuerte?
La ignoré. Cuando entré en la parte de atrás, Jane chocó contra mí. Las dos caímos al suelo. La cabeza me daba vueltas mientras más sonidos resonaban en mis oídos. No podía entender lo que estaba pasando. ¿Había alguien gritando?
Intenté levantarme, pero Jane rodó y me empujó hacia abajo.
—Oye —le dije a Jane—. ¡Ay! Estás sobre mí.
—Me has dado un codazo —gritó mientras nos retorcíamos para salir del enredo.
—¿Por qué gritaste? —preguntó Jane una vez que estuvimos libres.
—No he sido yo —dije antes de vagar por los pasillos hasta encontrar a Doris Hackett.
Jane siguió detrás de mí, hablando sin parar hasta que vio a Doris también. Nos quedamos inmóviles. Los ojos de Doris miraban al techo, sin vida. Un pequeño reguero de sangre manaba de su frente. Los libros de la última estantería estaban esparcidos alrededor de sus pies, junto con una tetera.
Solté un grito de horror cuando vi un cuchillo cerca de la mano de Doris y una pequeña almohada con un enorme agujero en el centro.
Jane susurró:
—¿Está muerta?
Me apoyé en el edificio de ladrillo de Old Treasures, mirando desde debajo de la cubierta del toldo mientras jugaba con el colgante de mi collar. Un ligero viento y la sombra me ayudaron a refrescarme del calor del este de Tennessee. La actividad en la calle Copper se había detenido. Hombres y mujeres con uniformes azules aseguraron la escena con sus vehículos y conos naranjas. Los conductores se desviaban por las calles laterales para evitar el atasco mientras los empleados de las tiendas y los compradores habituales salpicaban la acera, mirando con incredulidad.
Sevier Oak era una ciudad sencilla enclavada en un valle de las Montañas Humeantes y llamada así por su hábitat densamente arbolado. La gente solía pasar por alto la pequeña ciudad debido a su falta de atracciones y a su minúscula población. Los pueblos vecinos a menudo describían a Sevier Oak como «un lugar en medio de la nada». Independientemente de nuestro tamaño, eso nunca impedía a la gente comer algo rápido antes de continuar hacia la ciudad más cercana, Bristol.
Mi ciudad natal tenía un aire histórico, especialmente la calle Copper y las carreteras que salían de ella. Los edificios de ladrillo que rodean la calle principal se construyeron a principios del siglo XX. Este solía ser el corazón de Sevier Oak. Antes había una farmacia, una ferretería, una tienda de ultramarinos, un almacén general y un hotel donde la gente se alojaba por dos dólares la noche. Lo supe porque los propietarios originales habían pintado el precio en el ladrillo, que se mantuvo a lo largo de los años. Esas tiendas se trasladaron a otro lugar de Sevier Oak y otras ocuparon su lugar, pero la oficina de correos y el juzgado permanecieron en la misma estructura. El interior cambió para adaptarse a las necesidades de hoy en día, pero no el armazón. Desde donde estaba, veía el palacio de justicia. Las altas columnas blancas, la cúpula y los mástiles de las banderas eran preciosos entre la vegetación de los alrededores.
Los olmos americanos salpicaban la calle Copper entre los postes de la luz. Las fachadas de las tiendas tenían grandes ventanales, mientras que el piso superior poseía de tres a cinco ventanas rectangulares. A pesar del calor, el paisaje tenía un aspecto impresionante. Siempre he pensado que el verde brillante y el rojo descolorido quedaban bien juntos.
A medida que crecía una multitud en la calle Copper, me recordaba el rasgo más famoso de la ciudad. El cotilleo. Yo, en cambio, sabía mantener el equilibrio. Crecer en una familia de agentes de la ley me enseñó a cuidar de mis amigos y vecinos. Pero también sabía que los cotilleos se extienden con facilidad. En mi ciudad, no miramos de reojo, fingiendo que no estamos mirando. En el sur nos detenemos y miramos. Algunas personas grababan la escena con sus teléfonos móviles en alto, mientras que otras poseían la habilidad de mirar y enviar mensajes de texto al mismo tiempo.
Megan, mi mejor amiga, probablemente se enteró de la noticia antes de que yo tuviera la oportunidad de decírselo.
Me froté la cara, sintiendo cómo se me formaba sudor en la espalda. Afortunadamente, mi pelo platino no se aferraba al calor, como solía hacerlo mi pelo negro natural. De momento, me aguanté y seguí esperando. Sabía muy bien que los procedimientos policiales llevaban su tiempo. Papá, Onyx Stone, fue policía aquí antes de trasladarse a Nashville como detective y mi abuelo fue el jefe de policía de la ciudad.
En cualquier momento esperaba ver a Stone, mi abuelo, saliendo de entre la multitud. Su calvicie hacía juego con su comportamiento serio. El verano pasado se jubiló como jefe de policía y pasó a llamarse Sterling Stone. Desde pequeña, mi familia me enseñó a respetar a las fuerzas del orden y a llamar a mi abuelo jefe Stone o simplemente Stone. Incluso papá llamaba Stone a su padre. Después de veintidós años, no podía llamarle de otra manera.
Mientras lo buscaba, escudriñé la calle, ignorando a los mirones. Por el rabillo del ojo, vi a Jane Jackson. Se paseaba mientras se abanicaba. Mirar su traje gris me hizo sudar más. A pesar de la brisa y la nubosidad, el sudor me corría por el cuello. Todavía estaba resentida por el cierre de la tienda, pero tampoco quería que se desmayara. Cuando un policía mirara en mi dirección, llamaría su atención por el bien de Jane.
Mientras observaba a los agentes, mis pensamientos se detenían en lo que había ocurrido. Doris Hackett estaba muerta. Me vino a la mente su cuerpo sin vida en el pasillo. Mientras pedía ayuda, había estudiado la sangre de su frente. No me habría sorprendido que la causa de la muerte hubiera sido un golpe en la cabeza. Había oído muchas historias de papá y Stone para saber que la muerte de Doris no fue un accidente. Alguien la golpeó. Pero ¿quién? Mis ojos se dirigieron a la única otra persona en la librería.
Jane Jackson.
¿Pero cómo? Ella había estado arriba cuando Doris fue asesinada. Jane no podía bajar corriendo las escaleras con tacones de aguja, matar a Doris y volver corriendo para chocar conmigo momentos después.
¿Podía?
¿O había pasado más tiempo cuando oí el grito de Doris y corrí a la sala de gangas?
«Dejemos que la policía se ocupe de esto», me dije mientras agarraba mi collar.
Para evitar que mi mente se acelerara, miré a lo lejos. Divisé la cima de cierto edificio. La alta estructura de hormigón chocaba contra los ladrillos. Lo miré fijamente, temiendo lo que pensaría la librería rival. Una celebración sería mi suposición.
Drake Voss era el dueño de ExclusiVoss. Para mí, el nombre sonaba cursi en lugar de ser un ingenioso juego de palabras con el apellido del fundador. ExclusiVoss era una cadena de librerías sureñas que crecía rápidamente, sobre todo en Georgia y las Carolinas. Cuando Drake decidió abrir una en Sevier Oak hace dos años, Teresa le recibió con los brazos abiertos. Creía que al dueño le gustaban las historias tanto como a ella. Tras su primer encuentro, quedó claro que Drake Voss solo amaba el dinero. No me sorprendió su avaricia porque vestía trajes entallados. Drake había ofrecido comprar la Librería Teresa en varias ocasiones. Por suerte, mi querida jefa nunca se rindió.
Me moví para evitar ver el tejado del edificio. Mis ojos se posaron en Jane. ¿Podría ser este día más estresante?
Clara Hackett, la hermana de Doris, surgió de entre la multitud. Debió enterarse de la desgracia. Gemí. Se dirigió furiosa hacia la librería. Tenía la cara roja, ya fuera por el calor del verano o por la devastadora noticia. Tenía la sensación de que era lo segundo. Un agente se encontró con ella a medio camino. Con las manos firmemente apoyadas en las caderas, Clara escuchó cómo el agente le explicaba lo sucedido. De repente, hundió la cara entre las manos. Sentí pena por ella. No creía que las hermanas Hackett se apreciaran, sin embargo, la muerte no era una ocasión alegre.
Entonces Clara marchó alrededor del oficial antes de que un segundo le bloqueara el paso.
—Deme las llaves de mi hermana —exigió, tendiendo la mano—. Ahora todas sus cosas me pertenecen. Busca el bolso de Doris. Sus llaves están dentro.
Apareció un tercer agente. Los otros dos agentes se hicieron a un lado, dejándole tratar con la señorita Hackett. Si no hubiera conocido al ayudante Idris Underwood como uno de los mejores amigos de papá, también estaría nerviosa por él. Solo la voz grave de Underwood podía acabar con las peleas de bar, según las historias de papá.
—Las pertenencias de Doris son ahora una prueba —atronó Underwood.
Clara dio un paso atrás, probablemente sorprendida por su tono.
—Bueno, yo… —balbuceó. Al cabo de unos instantes, se armó de valor—. Doris era mi hermana, y como su única pariente viva, sus cosas tienen que ser mías ahora.
Levantó la barbilla como si sus palabras tuvieran más autoridad.
Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Una vez que Underwood afirmaba algo no había forma de cambiar su decisión. Las historias de papá no tenían por qué enseñarme su obstinación. Había sido testigo de ello cuando Underwood era árbitro en el instituto. No soportaba a los padres, ni a los aficionados, ni a nadie. En una ocasión, su propia mujer le increpó por un strike con su hijo al bate. A día de hoy, sigue afirmando que tomó la decisión correcta.
Algo se movió a mi lado y me hizo dar un respingo. Miré y vi a Preston Powell a mi lado. Olía a una mezcla de sudor y serrín, un olor nada agradable. Llevaba un trapo sucio y rojizo atado a una mano. Sus botas de trabajo habían visto días mejores. La cinta adhesiva envolvía la parte delantera de una bota, mientras que la otra parecía descolorida. Salpicaduras de pintura decoraban sus vaqueros azules. No pude evitar fijarme en el agujero de uno de sus bolsillos traseros. Rápidamente aparté la mirada. Preston debía de tener más o menos la edad de papá.
Preston me miró.
—¿Qué pasa? —Señaló con el pulgar. Una risita sutil se coló en su voz—. ¿Por qué Clarita está tan enfadada que ha traído a toda la brigada de policía?
Abrí la boca para contestar y la cerré de golpe. Casi había olvidado que Preston era el ex marido de Doris.
Preston ladeó la cabeza, esperando una respuesta. Elegí mis siguientes palabras con cuidado.
—Hubo un accidente. Tuve que llamar a la policía.
Preferí no dar la noticia de la muerte de Doris.
Antes de que Preston pudiera responder, Clara gritando y gesticulando salvajemente a Underwood llamó su atención.
Preston rio con más fuerza.
—Clarita mete las narices donde no le llaman.
Entre que la policía tenía las manos ocupadas y que Preston encontraba humor en la razón de Clara para estar molesta, decidí decirle la verdad.
—Siento decírtelo, pero Doris ha muerto.
Estudié su expresión. Aunque hacía tiempo que estaban divorciados, habría esperado que mostrara algo de remordimiento. En lugar de eso, Preston gruñó antes de sonreír.
—Que le vaya bien. Supongo que me preocupé en vano.
Mientras Preston miraba a Clara discutir con Underwood, conté los años transcurridos desde su divorcio. Cuatro. Lo recordaba porque Teresa me invitó a una fiesta privada de negocios durante su divorcio. Aparte de la típica charla de negocios, casi todas las conversaciones de la fiesta habían girado en torno a los Powell. La mayoría de la gente se puso de parte de Preston, incluida yo. La velada estuvo a punto de arruinarse porque Drake Voss y su nieto se colaron en el evento. Teresa echó a los Voss, provocando más tensión entre los propietarios de la librería. Afortunadamente, la gente se olvidó rápidamente de la disputa porque alguien recibió un mensaje de texto sobre que Doris tenía una aventura. El resto de la velada se convirtió en un interminable juego de adivina quién.
Finalmente, Clara se alejó de Underwood. Sus ojos se posaron en Preston. Tuve un mal presentimiento cuando se dirigió hacia nosotros. Underwood se acercó y se detuvo. Cruzó los brazos sobre el pecho, observando.
—¡Tú la mataste! —acusó Clara a Preston.
Preston parecía tan sorprendido como yo. ¿Matar a Doris? ¿Cómo? Clara debía de haber oído algo mal. Miré a Underwood. Su rostro no delataba nada.
El ex marido de Doris se recompuso rápidamente.
—Solo una loca pensaría eso. No sabía que Doris estaba aquí. Estaba trabajando al lado. —Preston señaló detrás de él con la mano vendada.
—¿Todavía? —murmuré en voz baja. Karl, el propietario de Old Treasures, había contratado a Preston hacía dos meses para reparar el baño del piso de arriba. Por suerte ninguno de los dos se enteró. No quería formar parte de su disputa.
—Siempre es el marido —afirmó Clara.
—Ex-marido —corrigió—. Si tu caso se basa en su último amante, entonces en realidad te refieres a Mateo. El chico-juguete.
Eso hizo callar a Clara. Sus ojos buscaron a su alrededor como si estuviera luchando mentalmente por una respuesta. Preston no estaba equivocado. Mateo era la razón principal por la que los Powell se divorciaron.
—Asesino. ¡No te acerques a mí!
Preston se rio.
Volví a mirar al agente. Underwood negó con la cabeza, viendo claramente el drama que le esperaba.
El agente, que había hablado por primera vez con Clara hacía unos minutos, la escoltó cerca de unos coches patrulla aparcados mientras otro se llevaba a Preston aparte. Los ex cuñados discutieron mientras seguían su camino. Me recordó a un episodio del Show de Jerry Springer. Excepto que a los invitados no les importaba lo más importante. Doris estaba muerta. Clara creía que heredaría todo. Tal vez esa era la verdadera razón por la que a Preston no le importaba. Sabía que ninguno de los dos vería un centavo de la lotería de Doris.
—Garnet, ¿estás bien? —preguntó una voz grave.
El agente Underwood estaba a mi lado. Mi cabeza llegaba a su cuello. Me sentía como un pingüino al lado de un avestruz robusto.
Me aparté de Clara y Preston.
—Estoy bien.
—¿Segura?
Detrás de sus gafas de sol, sabía que Underwood me estaba mirando. La misma mirada que siempre me echaba papá cuando sospechaba que algo me molestaba. Por un momento, me pregunté si Underwood la había aprendido de papá o si era al revés.
—Solo conmocionada. ¿Qué ha pasado? —Señalé con la cabeza hacia la librería.
Una mujer, que supuse que era la forense, salió de la tienda. Detrás de ella, unos trabajadores uniformados empujaban una camilla. Centré mi atención en Underwood. No quería ver la bolsa para cadáveres.
El agente apretó los labios antes de decir:
—Doris Hackett fue asesinada.
Lo sospechaba.
—¿Cómo?
Bajó la voz.
—¿Estoy en lo cierto al decir que viste bien la escena?
Asentí, deseando ayudar en la investigación.
—Entonces, ¿notaste la extraña manera que rodeó su muerte?
—¿Extraña? —Me sentí menos segura de lo que había visto.
—Creemos que el asesino golpeó a Doris en la nuca con la tetera. Se encontró un cuchillo, pero no hay sangre en él. A pesar de los objetos de la escena, el forense cree que Doris fue asfixiada.
—¿Por la almohada? —pregunté, recordando mentalmente la pequeña almohada junto al cuerpo.
—Correcto.
Asimilé la información. Esto era realmente extraño como Underwood afirmaba. Una tetera, un cuchillo y una almohada. Sonaba como el comienzo de un chiste cuando objetos al azar o personas diferentes entraban en un bar. Pero esto no era gracioso.
Sevier Oak no había tenido un asesinato en años. Drama, sí. Rumores, sí. Pero no un asesinato. La razón por la que papá se trasladó a Nashville fue para ayudar en el departamento de homicidios.
Underwood sacó su móvil, lo pulsó varias veces y me miró. De vuelta a ser ayudante del sheriff. Primero me hizo las preguntas de rigor sobre mi día, empezando por cuando llegué a la librería Teresa. Respondí con sinceridad, incluida la parte del despido.
Luego pasó a preguntas más específicas.
—¿Tenía la librería una tetera?
Me gustó cómo preguntó si la librería tenía, en lugar de decir Teresa.
—Sí. Cuatro. Bueno, cinco si cuentas la que está en el almacén de arriba. Esa tiene el fondo agrietado. Una estaba en la sala de descanso. Teresa la usaba cuando le apetecía un té. Las otras estaban de adorno. Dos estaban en las estanterías de la entrada y la última… —Se me hizo un nudo en la garganta—. Solía estar en la parte delantera de la tienda. A ciertas horas del día, era cegadora. La trasladé a la sala de gangas después de que Teresa falleciera. Ojalá la hubiera tirado en vez de ponerla en una habitación sin ventanas.
—¿Qué aspecto tiene? —repitió la pregunta.
—Amarilla brillante.
Siguieron más preguntas. Confirmé que la almohada era uno de los proyectos de Teresa. Le gustaba arreglar cosas. Sin embargo, la mayoría de las veces que podía, el número de proyectos superaba con creces a las cosas que reparaba. Coser el cojín roto estaba en su lista de cosas por hacer. La había visto por última vez en la sala de recepción, por donde pasan las entregas. Sí, me pareció extraño que la almohada llegara a la sala de ventas, y no, Princesa no llevaba cosas. Teresa nunca tenía armas en su tienda, ni siquiera contra los ladrones. Una vez dijo que si alguien robaba un libro, probablemente lo necesitaba más que nosotros la venta.
—¿Quién es la chica nueva? —Underwood asintió en dirección a Jane.
Miré a nuestra izquierda. Jane estaba en el mismo sitio, mirándonos. Ya no parecía asustada. Parecía enfadada con los ojos entrecerrados.
—Esa es la nueva jefa, la sobrina de Teresa. O mi antigua jefa, debería decir. Se llama Jane Jackson.
Los labios de Underwood se apretaron con más fuerza. Se notaba que no le gustaba Jane.
—Ahí viene —advertí segundos antes de que Jane se uniera a nosotros. Mientras se acercaba, estudié su atuendo en busca de cualquier señal de salpicaduras de sangre. Solo vi un traje perfectamente gris. Pero eso no la descartaba como sospechosa. Podría haber llevado guantes y haberse deshecho de ellos mientras yo pedía ayuda. Sin embargo, dado el marco temporal, eso parecía improbable.
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó—. Fue un accidente. Fuimos testigos. —Su dedo se movió vigorosamente entre ella y yo—. La mujer se golpeó la cabeza. Probablemente por todo el desorden. —Jane me miró como si la muerte de Doris hubiera sido culpa mía.
¿Acaso no vio el cuchillo y la sangre en la tetera?
Underwood se puso el teléfono en el clip del cinturón.
—Las pruebas dicen lo contrario.
—¿Qué está diciendo? ¿Se suicidó?
—Voy a necesitar ver sus manos y brazos.
Los ojos de Jane se abrieron de par en par.
—¿Cómo dice? ¿Crees que esa mujer fue asesinada y que yo lo hice? —dijo, medio sonriendo. Me miró, probablemente pensando que saldría en su defensa. Su humor desapareció cuando se dio cuenta de que no lo hacía. Esos ojos marrones se movieron entre Underwood y yo antes de quedarse en Underwood.
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