Atrapada En Su Lazo - Dill Ferreira - E-Book

Atrapada En Su Lazo E-Book

Dill Ferreira

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Beschreibung

Se suponía que serían solo unos días de descanso en el campo. Lejos de las prisas con las que vivía en la ciudad... Sin embargo, me salió al paso, de hecho fui yo quien entró en sus tierras, un orgulloso y arrogante leñador, que me volvería loca. Por si fuera poco, también era el vaquero más guapo que he visto en mi vida. Mi gran tormento empezaría allí. ¿¡Mi probable retiro amoroso, o quién sabe, liberación!? Solo sé que mi mundo, mi independencia y mis costumbres se verían sacudidas, y probablemente nunca volverían a ser las mismas, después de Víctor.
- ¿Estamos llegando?, - me pregunta pasándose al asiento del copiloto a mi lado y cerrando rápidamente la ventanilla de la puerta. Lo que acabo de hacer en el otro lado.
- Eso es lo que parece, pero un tipo despistado pasó hace un momento y casi me ahoga con el polvo que dejó atrás. - Ruth se ríe de mi mal humor y se queda en silencio a mi lado hasta que llegamos. Cuando nos acercamos a la finca reconozco la camioneta que pasó junto a nosotras. — El maleducado al parecer se detuvo aquí en la finca de tu tío. Ese es el coche que nos pasó - digo señalando el 4x4 negro completamente cubierto de polvo de la carretera.
- Creo que sé de quién es ese coche. - Ruth habla y comienza a sonreír cuando un hombre alto y moreno aparece en la puerta de la casa, usa botas y vaqueros ajustados con una horrible camisa a cuadros. En su cabeza lleva un sombrero de cuero y no se ve casi nada de su rostro.
- Si trata así a los visitantes cuando llegan, me pregunto cómo será el día que nos vayamos. — Mi amiga sonríe con fuerza, cosa que no entiendo, al fin y al cabo, qué divertido es tener la cara y el pelo cubiertos de tierra... Bajo lentamente tras observar el fraternal saludo entre ellos. Pronto soy capturada por dos ojos negros, brillantes y con una expresión enigmática que me miran más de lo debido. Ciertamente me reí de lo que había hecho.

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ATRAPADA

EN SU LAZO

Copyright © 2023 Dill Ferreira

Traducción Española: Samanta Rossiñol

Prohibida la copia o reproducción parcial o total de esta obra sin el consentimiento de la autora.

Todos los personajes son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas es mera coincidencia.

Índice

1

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Epílogo

SINOPSIS DE ATRAPADA EN SU LAZO

1

—¡Maldita sea!, estoy aburrida. Seis meses sin un hombre y dos años esperando las vacaciones que nunca llegan. Necesito respirar algo nuevo o me volveré loca para siempre. —Este es uno de los muchos pozos que he visitado en las últimas semanas. Realmente necesito salir y descubrir cosas nuevas. Ya no soporto los últimos meses tediosos. Mi vida es trabajo y casa, casa y trabajo. Esto es descorazonador para una mujer soltera e independiente.

Abro mi agenda para comprobar las horas que puedo respirar entre un cliente y otro en la clínica y, cuando veo el nombre de mi amiga Ruth, me viene una idea a la cabeza. Aceptar su invitación para pasar dos semanas en la granja de su tío. Aunque no me gusta mucho el ambiente rural, creo que me irá bien, porque no puede ser peor que esto, ayudando a gente estresada con su vida financiera, familiar y emocional todo el tiempo. Agarro el teléfono todavía emocionada y localizo su número.

—¡Hola, Ruth! —hablo con voz cansada. Es ahora o nunca. Si espero un poco más no tendré el valor de concederme algo de tiempo para mí.

—A que debo el honor, Camilla. Has estado más ausente que Madonna —responde ella con la misma alegría de siempre. Ruth es una de esas amigas que nunca niegan consuelo a alguien. Aunque no siempre lo merezca, ya que a menudo me paso de la raya con ella. Principalmente cuando quedamos en un bar y a ella se le ocurre presentarme a un amigo y yo no aparezco, o si me doy cuenta desde lejos de que no va a suceder y simplemente doy media vuelta y me voy sin dar ninguna noticia, dejando a la pobre con cara de zombi delante de su pretendiente. Esta es el único defecto de Ruth, le apasiona encontrarme novios en estos últimos meses. Y lo extraño es que ella a su vez no hace más que divertirse.

—Creo que aceptaré tu invitación —digo, empezando a desanimarme un poco ante la idea de pasar tanto tiempo en el monte. Viendo como se pone el sol, como llega la tranquilidad y sintiendo esas ganas de volver a casa al final de cada nuevo día.

—¡No me lo puedo creer! —dice entusiasmada. Ya puedo imaginarme los muchos planes que están pasando por su cabeza en estos momentos—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? ¡Cuéntamelo! —pregunta riéndose de mí, me doy cuenta, aunque disimula bien.

—Estoy estresada y necesito urgentemente un cambio de aires o me dará un infarto y ya sabes que no es difícil que eso me ocurra —le respondo, molesta por la situación y, por supuesto, por su sarcasmo.

—Sí, lo sé —confirma con cautela, como si estuviera pensando en algo.

—Solo voy a pedirte una cosa. Y no aceptaré una negativa —le digo con la voz aguda que siempre la hace reír. Pero no sé por qué esta vez no ha tenido esa reacción, me deja con la pulga detrás de la oreja—. No quiero que me busques un novio. Estoy perfectamente sola y simplemente quiero un poco de paz y tranquilidad, ¿me entiendes? —pregunto en el mismo tono. No quiero que haya dudas sobre mis palabras.

—Como quieras. En realidad esa era mi intención desde el principio. Yo también estoy muy cansada de la tienda y necesito alejarme de todo, incluidos los hombres. —No me creo mucho lo que dice, pero decido darle una oportunidad.

—De acuerdo. Quedamos el viernes. Ahora tengo que irme, porque aún me queda una semana de trabajo. —Me despido de Ruth y vuelvo a la ardua tarea de la masajista que nunca tiene a nadie dispuesto para aliviar su estrés.

Esta tarde solo tengo dos citas programadas y una de mis clientas más asiduas ha decidido darme largas. Para no caer en la pereza total voy a hacer algunas compras. Sin duda necesito zapatos y ropa más adecuada para una granja. También compro un sombrero para protegerme del reciente sol abrasador. De vuelta a casa intento pedirle a mi buena vecina que cuide de Honey por mí durante mi ausencia. Si mi madre no viviera tan lejos, la dejaría con ella. Sin duda estaría mejor, pero ir a otra ciudad durante los próximos días es impensable. Así que doña Marta es bastante buena. Por no hablar de que también le encantan los gatos y Honey, al ser independiente, estará bien.

Durante la semana me dedico a trabajar y aprovecho el tiempo libre para organizar las cosas y dejarlo todo listo para el gran día. A veces incluso pienso en cancelar el viaje, pero decido que llegaré hasta el final. Si tengo que quedarme otra semana siguiendo esta rutina, no sé como acabaré.

Cuando se acerca el viernes, Ruth me llama emocionada. Pienso que quizá me ha llamado para confirmar que, en efecto, sigo con la misma idea.

—Todo está preparado para nosotras en la granja de mi tío. La primera semana no estarán en la finca, van a visitar a sus hijos que viven en la ciudad. Tú, yo y Víctor nos quedaremos en la casa principal. —Algo ya no huele bien y le pido que deje de parlotear.

—¿Quién es Víctor, señorita? —quiero saberlo por si tengo que cancelar esa aventura a tiempo.

—Mi primo, ¿no te acuerdas? Ya te he hablado de él. —Escudriño mi mente y nada me recuerda a esta persona—. Vive en la granja con mis tíos y cría ganado Nelore. Es el único de los cuatro hermanos que no quiso irse a la ciudad. —Me viene a la mente algo vago sobre el hombre. Pero si es el hijo a cargo, no hay nada que hacer. Es justo que esté allí.

—Creo que sí —digo sin entusiasmo.

—Pues ya está. Y en cuanto a que coche cogeremos, prefiero el mío, ya que es más nuevo y conduzco mejor que tú.

—Gran mentira, pero si crees que eres mejor, vale. —Ruth sabe que no me gusta conducir por caminos de tierra. Me incomodan y me hormiguean mucho las piernas. Según ella, tendremos que recorrer más de diez kilómetros por caminos sin asfaltar. Así que ni siquiera me propuse discutir con ella.

—Te recogeré temprano el viernes. No me gusta estar en la carretera con el sol en la cara —dice ella. “A mí tampoco”, pienso, entendiendo lo que quiere decir.

—De acuerdo. Te espero antes de que amanezca. —Después de los últimos arreglos me fui a cuidar de mi amor felino que dejaría al cuidado de mi vecina durante dos largas semanas.

2

Como no me gusta madrugar, había programado mi despertador para que sonara a las cinco, una hora antes de que Ruth viniera a recogerme. El estridente ruido casi me deja sorda, pero es eso, o no estaría levantada cuando ella tocara a la puerta. Honey ya está en casa de la vecina atrapada en un gran espacio con otros gatos. Así que solo me queda ocuparme de mis preparativos. Maletas hechas y ya estoy esperando unos 20 minutos antes, creo que he batido mi récord. De nuevo algo frío recorre mi estómago y unas extrañas ganas de abandonar se apoderan de mí.

—Dios quiera que no sea una de esas granjas sin luz eléctrica o que está a orillas de un río y por lo tanto trae un montón de ranas, ranas arborícolas y serpientes a casa. —Después de hacer mi encargo, oigo el claxon del coche de Ruth. Cojo las dos maletas que llevo y voy a su encuentro.

—Vaya, parece que te vas un mes. ¿No llevas cosas innecesarias, Camilla? —Una pregunta tonta merece una respuesta, pero como no estoy en mi derecho, me limito a hacerle una mueca, y ella abre el maletero.

—No recuerdo haberlo preguntado, pero, ¿cuántos kilómetros hay de aquí a allí? —pregunto alegremente.

—Doscientos kilómetros, amiga mía. —La miro, esperando que sea una broma. Pero por la expresión de su cara no lo es.

—Si me lo hubieras dicho antes, no habría aceptado la invitación —digo enfadada.

—No tardaremos más de tres horas, mantén la calma y llegaremos pronto. —Me reclino en el asiento, desanimada tras ajustarme el cinturón, y miro fijamente la ciudad que pronto quedará a mis espaldas.

Durante el trayecto, Ruth me habla de la granja, dividida en ganadería y plantación de soja. Dos sectores tradicionales en nuestra región. Parece entusiasmada, pero a medida que avanza el viaje noto cierto cansancio en ella.

—Quieres que conduzca un poco, amiga. —Somos como el perro y el gato, pero solo nosotras sabemos cuanto nos queremos. He decidido que es hora de dejarla descansar un rato.

—Creo que voy a aceptar Camilla. No he dormido bien lo poco que he dormido esta noche y tengo muchas ganas de descansar un poco.

—Pues dame el volante y duerme un poco —concluyo, pidiéndole que se detenga en el arcén.

—Sigue recto. En unos setenta kilómetros verá una señal que dice “Granja Morro Dorado”. Gira a la izquierda y sigue por la carretera de grava durante unos treinta kilómetros.

—¿No eran solo diez kilómetros? —Hago una mueca inconformista.

—Contando el camino de grava y tierra serán treinta kilómetros. —Ella me sonríe victoriosa y va al asiento trasero a tumbarse y en pocos minutos se queda profundamente dormida.

Una de las cosas que me gusta hacer cuando viajo es estar en silencio. Así puedo dedicar toda mi atención a observar la naturaleza, por supuesto no tanto como cuando conduzco, pero aún así hago lo que puedo. Nunca he sido de ir a granjas y tal, pero mirar la nada y las montañas siempre me ha gustado. Con mi parlanchina amiga dormida ni siquiera me doy cuenta de que pasa el tiempo hasta que llego a la señal de la que me habló. Doblo la curva y entro en la carretera de grava esperando que no aparezca ningún otro coche por el camino o llegaremos totalmente polvorientas. El aire acondicionado del coche está estropeado, compruebo con gran pesar, aunque el viento es muy generoso y en ningún momento he echado de menos el aire artificial.

Cuando el viaje se hace monótono y el cansancio parece querer llegar, veo a lo lejos un prado lleno de ganado que me da la impresión de que estamos cerca de nuestro destino. Sigo en silencio y cada vez nos adentramos más en el bosque y me siento más alejada de mi hábitat, pero más feliz por las bellezas que veo. Cuando estamos a unos dos kilómetros de nuestro destino, según la previsión de Ruth, que sigue dormida, una camioneta sale de la nada y pasa a gran velocidad a nuestro lado, llenando no solo el coche sino también mis ojos del polvo rojizo de la carretera. Maldigo tanto al maleducado que acabo despertando a la somnolienta Ruth.

—¿Hemos llegado? —pregunta pasando al asiento del copiloto a mi lado y cerrando rápidamente la ventanilla de la puerta. Lo que acabo de hacer en mi lado.

—Eso es lo que parece, pero acaba de pasar un descerebrado y casi me ahoga con el polvo que ha dejado a su paso. —Ruth se ríe de mi mal humor y permanece en silencio a mi lado hasta que llegamos. Cuando nos acercamos a la granja, reconozco la camioneta que ha pasado a nuestro lado.

—Al parecer, el descerebrado se ha parado aquí, en la granja de tu tío. Ese es el coche que pasó junto a nosotras —le digo señalando el todoterreno negro totalmente cubierto por el polvo de la carretera.

—Creo que sé de quien es ese coche —dice Ruth y empieza a sonreír cuando un hombre alto y moreno que lleva botas ajustadas y vaqueros con una fea camisa de cuadros aparece en la puerta de la casa. En la cabeza lleva un sombrero de cuero y no es posible ver casi nada de su cara.

—Si trata así a sus invitados cuando llegan me pregunto como será el día que nos vayamos. —Mi amiga se ríe a carcajadas, cosa que no entiendo, al fin y al cabo, que gracia tiene tener la cara y el pelo cubiertos de tierra.

Cuando paro el coche junto al otro, ella se baja emocionada y va a su encuentro. Sigo molesta por la grosería de aquel tipo con el que mi amiga parece tener gran afinidad.

Me bajo lentamente tras observar el saludo fraternal entre ambos. Pronto soy cautivada por dos ojos negros y brillantes de expresión enigmática que me miran fijamente más de lo debido. Seguramente se ríe por lo que hizo.

—Primo esta es mi amiga Camilla. —Presenta Ruth señalándome.

—Mucho gusto. Soy Víctor. —Saluda levantando la mano hacia mí.

—Hola —hablo levantando la mano sin mucho entusiasmo y mirándole a él y al coche.

—Ah sí, ¡lo siento! No me había dado cuenta de que erais vosotras las que estabais llegando. No pasan muchos coches por aquí, así que aprovecho para correr un poco más. —Aunque se disculpó no pude oír ningún arrepentimiento en su voz, al contrario, creo que vi cierto placer por lo que había hecho. Esto me hace estar aún más segura de que debo mantenerme alejada de esa criatura.

—Son cosas que pasan —digo sin disimular mi enfado.

—¡Vamos! Como sabéis, mis padres no están en la granja, así que yo seré el anfitrión de las señoritas. —Ruth parece una tonta sonriéndole. No tengo ninguna obligación de imitarla, así que prefiero continuar con mi ceño inicial—. ¿Preferís compartir habitación o ya podéis dormir solas? —La broma sin gracia va acompañada de una sonora sonrisa de mi querida amiga.

—Creo que es mejor que cada una tenga la suya —responde ella, aún deslumbrada por el maleducado.

—Entonces elegid vosotras las habitaciones y yo os ayudaré con el equipaje. —Aunque es un hombre rústico, parece haber en él actitudes de caballero, algo que considero positivo. En cuanto se aleja, me acerco a Ruth.

—No me habías dicho que tu primo es un bromista. ¿No has notado su alegría al vernos sucias? —digo sin disimular mi vergüenza.

—Él no es así, Camilla. Que sepas que aquí nos hará pasar buenos ratos. Aunque es seco y la mayor parte del tiempo se mantiene al margen, Víctor es una persona encantadora y cualquiera con un poco de intuición y carisma puede reconocerlo.

—Así que me acabas de tachar de insensible —le digo en voz baja, muy cerca de ella.

—¡Camilla, Camilla! Cuidado amiga, podrías llevarte una sorpresa. —No me gusta ese comentario que me provoca cierto malestar, pero prefiero ignorar su consejo.

—¡Hum! —Hago un gesto negativo con la cabeza y entro por la puerta que me ha indicado.

Mientras organizo el neceser que llevo en la mano oigo un ruido que se acerca. Seguramente es el primo de Ruth cogiendo su maleta. Sigo separando mis cremas de masaje y mi crema solar cuando aparece en mi puerta. La tengo entreabierta y entra sin pedir permiso.

—Tu maleta —dice llevándola junto a la cama, donde yo había tirado los objetos de mi bolso.

—Gracias. —Le doy las gracias sin mirarle, y él no tarda en salir de la habitación dejando tras de sí un olor masculino que durante unos segundos despierta mis instintos.

Con gran esfuerzo levanto la maleta y la coloco sobre la cama. La abro y empiezo a sacar su contenido. Como había perchas en el armario dejo guardadas las que me traje. Tardo unos 20 minutos en ordenar y cuando echo de menos a Ruth voy a su habitación a buscarla, porque me ha hecho el favor de no tomar la iniciativa. Después de llamar a la puerta, entro y veo que no está. Seguramente había terminado de ordenar y se había ido a dar una vuelta por la casa. Me voy, un poco molesta con ella por haberme dejado sola en aquel ambiente tan extraño. Vuelvo por donde habíamos venido y llego al salón, dirigiéndome al lugar que debería ser la cocina. El olor que sale de allí es delicioso, lo que me hace salivar y entonces recuerdo que no había desayunado esa mañana.

—¿Has terminado Camilla? Pensaba que tardaría más y por eso no quería molestarte. —Miro a Ruth frunciendo el ceño, pero como de costumbre se hace la desentendida.

—Buenos días. —Saluda la señora que está removiendo las alubias en una olla grande, que armoniza con el ambiente moderno de la cocina.

—¡Buenos días! —Le devuelvo el saludo y descubro allí a una persona agradable. “Menos mal”, pienso.

—¿Quieren picar algo antes de comer o prefieren esperar? —nos pregunta la señora, saboreando la pequeña porción de caldo que había depositado en la palma de su mano.

—Creo que podemos esperar —contesta Ruth mirándome, yo confirmo con un movimiento de cabeza, aunque mi estómago dice lo contrario.

—Pues id a dar una vuelta por los alrededores y cuando acabe aquí os llamo a vosotras y al pequeño Víctor. —Esa mujer debería llevar años trabajando para la familia. Llamar pequeño a un hombre tan grande es exagerado. Ruth se levanta y me llama con la mano.

—¡Vamos! —Sigo a mi amiga a regañadientes. Estoy cansada y no me apetece caminar ahora.

—Ruth, aquí no hay animales sueltos, ¿verdad? —pregunto inocentemente.

—Si te refieres a los salvajes, como toros y vacas, no —dice sonriendo.

A diferencia de mí, Ruth nació en la granja y tiene cierta habilidad para lidiar con ella. Yo, sin embargo, soy de ciudad y no me siento ni un poco orgullosa de ello. Me siento fuera de lugar y asustada, algo que en realidad no me gusta sentir.

—De acuerdo —respondo fingiendo más seguridad. La verdad es que desde que puse un pie en este lugar algo empezó a molestarme, y mucho. No es que sea una granja triste y sin vida, al contrario, el paisaje es precioso y de un verde vivo y hermoso.

3

La naturaleza había sido generosa allí, por no hablar de que la propietaria de la granja y las otras mujeres hacen un trabajo aún mejor con sus plantaciones de rosas por todas partes. En cada rincón hay especies de flores, unas más bellas que otras. Varios árboles de Ipé componen el rico y encantador entorno. El camino de piedra que conduce a las casas está rodeado de pequeños árboles en flor, prolijamente alineados. A excepción de la casa principal, todas las casas cercanas son del mismo estilo y están en perfecto estado en cuanto a pintura y suelos. El césped llega hasta donde alcanza la vista y está todo bien podado, con muy pocas hojas caídas al suelo. Sin duda lo cuidan con frecuencia.

A lo lejos se ve una inmensa sierra que rodea la granja. Según Ruth, allí también hay una pequeña cascada, donde podríamos bañarnos cuando quisiéramos. Aquella noticia me alegró mucho cuando la oí. Al mirar a mi alrededor y ver aquel silencio inquietante, algo empezó a sofocarme, a pesar de estar ante un espectáculo deslumbrante. Tal vez sea la constatación de que estaré allí quince días y que pronto llegará la noche y con ella las ranas, las serpientes y todo lo demás. Debo olvidar estos pequeños detalles, o pediré refugio en la habitación de Ruth, lo que me avergonzará por completo.

Seguimos el rastro de piedras que conduce a varios lugares de allí. Ruth elige uno de ellos y yo la sigo. Parece que esa será mi mayor función durante los próximos días, seguir su rastro.

—¿Adónde vamos, Ruth? —le pregunto después de una larga caminata.

—Vamos a casa de Doña Lourdes. Creo que te gustará lo que hay allí. —Siento curiosidad, pero prefiero no preguntar demasiado.

Mientras seguimos, me habla de la granja y de que pasó allí muchas de sus vacaciones. Ella, como yo, es hija única, así que sus momentos aquí fueron de mucha alegría al lado de sus cuatro primos. Ruth habla mucho, sobre todo de Víctor y de su hermana Luiza. Ambos tienen una edad parecida a la de ella, por lo que son más cercanos que los demás. Mientras caminamos siento un escalofrío en la nuca. Miro a los lados, pero no hay nada. Quizá sea el miedo a que algo aparezca de la nada y nos acorrale. Criaturas extrañas, con las que seguramente no sabré lidiar bien.

—¡Mira! Esa es la casa. —Ruth señala la dirección—. Puedo sentir el olor a galletas que viene de allí. —Se apresura y, si no fuera porque mis piernas son mucho más largas que las suyas, sin duda tendría que correr para alcanzarla.

—Supongo que aquí engordaré mucho. En todas partes preparan algo sabroso. —Ella habla rápido y yo refunfuño, siguiendo su desenfrenada agitación.

Cuando llegamos, Ruth sonríe ampliamente y mira en la dirección que ha enfocado, así que comprendo su evidente motivo. Tres chicos guapos hablan animadamente sentados alrededor de la mesa, junto a una señora que está cocinando en el hornillo que hay en una amplia zona cubierta anexa a la casa. Cuando ella mira en nuestra dirección, todos los chicos hacen lo mismo.

—Ruth, hija mía, ¿cómo estás, señorita? —La señora se acerca sonriente y abre los brazos a Ruth, que se lanza a ellos sin pudor.

—¿Cómo está usted, Doña María? —Se abrazan cariñosamente.

—Hacía mucho tiempo que no venías a vernos. Creía que habías olvidado a tus viejos amigos. —La señora habla y luego deja marchar a Ruth—. ¿Quién es esa chica tan guapa? —Me acerco a ella sonriendo también. Las mujeres de allí son realmente únicas, me doy cuenta cuando me rodea con sus brazos regordetes y casi me asfixia.

—Esta es mi amiga Camilla —responde Ruth, y luego mira a los hombres que están todos de pie—. ¿Qué tal, chicos? —pregunta acercándose a ellos. Después del fuerte abrazo, puedo ver mejor a esos hombres y comprender la expresión tonta de la cara de mi querida amiga. Es difícil decir cual de ellos es el más guapo. Todos morenos, bien bronceados por el sol. Altos, con el pelo negro liso y bien cortado. Sus cuerpos son fuertes y bien definidos. Sin duda por el trabajo duro y un poco más de esfuerzo por su parte. Ver esas seis esmeraldas mirándome me produce un ligero temblor. Es mucha belleza junta.

—Buenos días —hablo mirando uno a uno, todos me saludan sonoramente y mientras miro más de cerca a los figurones que tengo delante, aparece otro tan guapo como ellos.

—Chicas, Dolores os espera para comer —habla el primo de Ruth mirándonos con curiosidad después de saludar a los residentes con una leve inclinación de cabeza.

—Pero si estaba a punto de invitar a las chicas a comer aquí con nosotros —responde amablemente la dueña de la casa.

—No creo que sea buena idea, María, conoces bien a Dolores y si no aparecen pronto, ella misma vendrá y creo que las chicas no querrán comer dos veces. —Le da importancia a la palabra chicas y me pregunto por qué será.

—Volvemos pronto Maria y promete venir a comer. Estaremos aquí quince días y no faltará ocasión —responde Ruth sin apartar la mirada de los hombres, que ya están sentados.

—Entonces, ¡vamos! —Víctor abre paso y nosotras le seguimos, una detrás de la otra mirándonos como niñas.

—Como has sido capaz de no contarme todo eso —le digo en voz baja. Ni siquiera recordaba la advertencia que le hice antes del viaje.

—No te puedes imaginar cuanto sufro cuando veo tanta belleza y sé que no he probado ninguno. —Ruth me hace reír y Víctor mira hacia atrás, pareciendo interesado en lo que estábamos hablando.

—¿A qué viene esa risa? —pregunta, dirigiéndose directamente hacia mí. Agacho la cabeza y dejo que mi amiga controle la situación.

—Le estaba contando a Camilla lo buena que fue nuestra infancia aquí. Cuando íbamos a casa de María a robarle las galletas que tan bien hace. —Ruth se ocupa muy bien de la situación.

—Acercaos, yo también quiero oírlo. —Se para y espera un poco.

—¿Cómo ha ido por aquí desde que todos se fueron a la ciudad Víctor? —pregunta Ruth curiosa por saber más de ese extraño hombre, yo permanezco atenta a su conversación aunque observo el hermoso paisaje que me rodea.

—No te puedo decir que sea el mismo prima, pero nos va muy bien. Tomé esa decisión y no me arrepiento —contesta arreglándose su sombrero maravillosamente trabajado.

—Pensé que cuando terminara la universidad haría como los demás y que solo mis tíos se quedarían por aquí, pero tú me has sorprendido —continúa.

—Me gusta mucho esta tierra y me sería muy difícil marcharme. Soy feliz y eso es lo que importa ahora. —Parece más tierno, pero su voz es firme como una roca y oírla a veces me produce escalofríos.

—¿Pero sueles ir a la ciudad de fiesta, de paseo o a una cita? —Lo escucho todo en silencio.

—Sí, a veces lo hago. —Su vaga respuesta no aclara cual fue la última pregunta de mi amiga. Pero eso no cambia nada, al menos para mí.

—Si surge la oportunidad invítanos a ir contigo a la ciudad. Pasamos por delante en la autopista, pero no entramos a verla. —Ruth habla entusiasmada mientras seguimos en fila india.

—Por supuesto, prima —responde.

Mientras seguimos, a veces pasa a nuestro lado un viento agradable y suave y yo, que estoy en medio de los dos, siento con la brisa el olor de aquel hombre. No sé como, pero empieza a gustarme mucho esa fragancia mezclada con su sudor. Parece extremadamente afrodisíaca, todo lo contrario que su dueño.