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La antología poética que recoge este libro es una biografía lírica de quien atesora la experiencia de distintas geografías y distintas lenguas en una experiencia del mundo asumida como una totalidad, contradictoria y amable a la vez, dotada siempre de las más alta expresión poética.
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Seitenzahl: 131
Veröffentlichungsjahr: 2022
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ediciónauspiciada por
el festival internacional de poesía de la habana
y el movimiento poético mundial
Diseño de cubierta: Elisa Vera Grillo
Diseño interior y diagramación: Onelia Silva Martínez
Coordinación editorial: Yanixa Díaz / Katy D’Alfonso / Marlene Alfonso
© Sobre la selección y traducción, Gaetano Longo, 2020
© Colección Sureditores, 2021
ISBN: 9789593023009
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Centro Cultural CubaPoesía
Casa del Alba Cultural
Línea No. 556 esq. a D
El Vedado, 10400 La Habana, Cuba
colección sur
dirigida por alex pausides
http//www.cubapoesia.cult.cu
http//www.palabradelmundo.cult.cu
http//www.festivaldepoesiadelahabana.com
(2005-2009)
Soy el perfecto viajero imperfecto
por el cual cada promesa es una deuda.
Mis vientos fueron equivocaciones y pasiones
que laceraron a menudo mis velas
pero no la curiosidad.
Ungrande pájaro ruso
puso dulcemente mi maleta vacía sobre Berlín del Este
que olía a carbón y a madera quemada
y a versos tropicales
oídos en la penumbra
del restaurante de un hotel
puro estilo socialista.
En París dí mis primeros aletazos
en una pequeña habitación sucia
en Pigalle
donde me hice un hueco en la oreja
con una pluma
y por primera vez
escondí mis ojos al mundo
con unas gafas oscuras.
Durante una breve pausa
escuché la voz profunda de Ginsberg al teléfono
sin tener el valor de abrir la boca,
llenándome sólo de su sonido
y de mi respiración
y desde aquel día
nunca renegué de laPoesía.
En Salamanca
como adiós recibí
de dos australianas locas
una grande puerta de madera
que todavía intento cerrar
y en Copenhagen
me perdí entre los hippys de Christiania
y salí de ahí lleno de colores y humo.
Como un perfecto viajero imperfecto
robé para comer y leer
y mantuve mis velas remendadas
siempre listas
y hasta me hice el que se venía
con muchachas con ojos de peces congelados.
Con un bus peruano
entre bosques sin árboles
y orillas sin mar
llegué a un jardín
que no era encantado
donde manejé un Cadillac del ‘63
del dictador venezolano Pérez Jiménez
y de Buenos Aires quiero sólo recordar
las noches en libertad
los versos de Mario Trejo
y el cigarro siempre encendido
donde el fondo musical
era el mundo maravilloso de Luis Armstrong.
Siempre me acompañan los Reyes Magos y la Bruja
también en mi trabajo
entre chicos problemáticos
y gitanos sin viajes.
Como un perfecto viajero imperfecto
me divido entre un tabaco y un ron
y entre La Habana y Cartagena
voy al abordaje
busco tesoros
y me lleno de ostras y doblones de oro.
Dentro de poco cumpliré 44 años
que es la madurez para un pirata
—casi de retiro, dirían los corsarios más jóvenes—
y si todo anda como dicen las estrellas
continuaré siendo un perfecto viajero imperfecto
por el cual cada promesa es una deuda
que rueda en sus propios sueños
y que conserva su parte mejor
sólo para sí mismo
de manera que los demás
siempre sepan con quién tienen que hacer.
Aprendí solamente que volver
es siempre una broma de marinero,
pero me quedo fiel a mis empeños
entre una ola ligera y una borrasca.
Soy sólo un perfecto viajero imperfecto
con el ojo lleno de huracanes y defectos,
pero que tire la primera piedra
quien es libre de todo pecado.
Levante la mano
quien nunca meó
sobre la tablilla.
Quisiera retirarme sobre una isla desierta
solamente con el mar, arena y sol,
regalándome otra posibilidad,
sin deseos, besos desentonados,
sin citas y últimas modas,
sin noticias buenas o malas.
Quisiera esconderme en una cabaña
cerca de un río salvaje
y pasar el tiempo pescando
enormes peces brillantes
sin apuro, sin teléfono,
sin pálidas paredes.
Pero la soledad de una isla
me pondría triste,
además pescar siempre me aburrió.
Me aterran las flores marchitas
la mirada de un gato que me mira fijo,
los aviones nocturnos,
los amores que se acaban.
Me deprimen las fotos de mi pelo largo,
las cicatrices que el tiempo deja con su paso seguro,
las caras a las cuales no sé dar un nombre.
Me entristece el tabaco que se apaga entre los dedos,
un poema que espera ser entendido,
la mirada de un viejo que vive de recuerdos.
La habilidad más grande
es llegar a evitar todas estas cosas.
Lo que queda viene por sí mismo
desde el alba hasta el ocaso,
sin apuro.
Estoy acostumbrado a los prodigios.
Todavía estoy aquí
bien vivo
y después de una ausencia de más de veinte años
París es más hermosa y me entristece.
Llegué con una mochila llena de sueños
y vuelvo con todo lo que todavía no llegué a hacer.
Si este no es un prodigio,
¿qué tendría que ser?
Yo todavía estoy aquí
bien vivo
París también
con todas sus Pigalle y Montmartre,
con sus restaurantes turcos y el barrio africano.
Falta sólo mi vieja mochila,
pero cada cosa está siempre en su lugar,
también todo lo que todavía no llegué a hacer.
En el Infierno
la guía de Dante
fue Virgilio.
Yo, que obviamente no soy Dante,
aunque tenga una nariz grande,
en el Paraíso peruano
tuve una guía celeste
que se llamaba Julio.
Bajo sus velas,
entre olas de pisco sour y algarrobina,
atravesé los laberintos de Chiclayo y Lambayeque,
las calles de Trujillo,
el polvo de Chan Chan
y el horizonte infinito de Huanchaco.
Bajo su guía atenta
llegué hasta las cimas que rozan a Dios
de Santiago de Chuco,
donde conservo la memoria
de vertigos andinos, té a la coca,
la casa destruída del gran Vallejo
y una poética diarrea.
Lloran desesperadamente las estatuas
mientras esperan el eterno milagro
de la Primavera.
Sobre los techos romanos duermen las pasiones
al compás sucio de la vida.
Se levantan de noche
bajo la luz de los faroles
y vagan hambrientas
en busca de una presa
y en la luz del día
reposan como gatos bajo el sol.
El Tevere fluye como si nada
pero siempre cuidadoso custodio y heredero
de la memoria de la ciudad
y como un antiguo canto
hace de fondo
al tráfico desfachado
que se mueve sin sentido.
Entre las tumbas antiguas
el hombre se nutre de obsesiones y talismanes
y desde la pupíla corrompida
renace el deseo
de hombres que nadan
en un pentagrama de vagínas excitadas.
La ciudad es un gran acuario
con sus peces exóticos
armados de máquinas fotográficas,
lejos de aquellos barrios marginales
irreales, trágicos y ya desaparecidos.
En Campo de Fiori
pasea el fantasma de Gregory Corso.
Se sienta, toma un trago
de la botella de vino tinto
y recita sus versos callejeros.
Así lo habría visto
si hubiese apuntado mis ojos
hacia aquella dirección.
Así lo hubiera visto
si no hubiese perdido mi tiempo
detrás de faldas ácidas.
Exactamente así habría podido verlo
e imaginar el Poeta mientras pasea
en el aire tibio de la noche romana
rodeado de versos, vino
y la mirada atenta de Giordano Bruno.
El mejor truco de la ciudad
es aquel de creerse eterna.
Para nosotros, siempre.
Había un lugar en la noche tropical
donde la luna acariciaba el agua
donde el malecón se movía lentamente,
donde los grillos cantaban boleros desconocidos.
Estábamos nosotros envueltos en la noche,
unidos en la hierba callada y caliente.
El alba llegó sin hacer ruido
y no permitió a nadie despertarnos
porque la luna, el malecón, los grillos
y aquellos boleros desconocidos
estaban ahí sólo para nosotros, como ahora,
también cuando aquel lugar
que no existe más
nos conserva como la primera vez.
Muchachas impertinentes como mosquitos
rodean a los turistas
bajo la mirada amenazante
de chulos poco profesionales.
Los adivinos dicen
que también este año
el viento hará mover sus cuerpos
entre las olas.
El Malecón tambalea sensualmente
al compás de una vieja radio rusa.
Niños multicolores
se tiran entre las olas
mientras dos mulatas
mueven las caderas desfachatadamente
como ángeles irreales.
Un grupo de muchachos
gesticula con una botella de ron
entre sus garras.
La luz
invade el corazón de la ciudad
de ceniza y mármol.
Los tambores empiezan a gritar
desde lugares misteriosos.
Otra vez llegará la noche tropical
entre ejercicios de supervivencia.
Todos reunidos sobre el tablero,
acurrucados al propio destino.
Un guapo en camiseta
orinó sobre la escalera blanca de la iglesia
llenándose de pecados y avemarias.
Sin un centavo
el sombrero de la limosna
se cocina bajo el sol
y las flores se marchitan
en el agua sucia de los portales.
Las almas se salvan
con un poco de ron,
unas charlas
y el paso cojeante.
Música y bulla
no llenan los faroles apagados.
Nada de tabacos,
palmas verdes y pedazos rotos de coco.
Sólo el mar
y su voz
que susurra quién sabe qué
en paz.
En la mañana el olor de café con leche caliente
y aquella insoportable radio
encendida por mi abuelo
que disparaba noticias a todo volumen
y que de verdad quisiera oír otra vez.
Mi vestido de mosquetero
con el sombrero negro con plumas
y los bigotes diseñados con carbón
entre pasillos y gritos de niños.
Aquella tarde perezosa entre las sábanas
mirando el reflejo del sol en la ventana
y aquella luz baja y caliente sobre la mesa
que nunca más pude saborear.
El fondo musical del tranvía número seis
que navegando por las calles de las maravillas
anuncuiaba el mundo.
Hoy mi abuelo es sólo un recuerdo,
el vestido de mosquetero no está de moda,
el sol baja hacia otra dirección
y los asientos consumados del tranvía número seis
descansan en una estación apagada.
Todo desapareció,
todo se fue y queda intacto
sólo en este poema.
Fue exomulgado por haber ofendido el hígado de Dios.
Roque Dalton
Nos habían prometido una vida maravillosa,
una autopista ancha y limpia,
sin trampas,
mucho vino y danzas eróticas.
En cambio, huérfanos, nos jugamos todo en coitos aburridos,
historias descoloridas, muertes accidentales
y redenciones de conveniencia.
¿Donde están aquellas promesas?
¿Donde están los que prometieron?
¿Donde estamos hoy nosotros?
Si el que todo sabe y todo crea
se pasa la vida de un bar celeste a otro
¿por que tenemos que pagar por su divina cirrosis hepática?
Yo era el héroe perfecto y elegante
con mi barbilla bien cuidada
y el pelo sobre los hombros.
Un verdadero señor en los salones más exclusivos
que se sentía bien
también en los burdeles y en los bares
de la frontera salvaje.
Con el tiempo,
los sueños dejan el lugar a los recuerdos
y la memoria también empieza a tambalear.
¿Donde se metieron mi vaso de noche,
mi reloj de chaleco,
las fotos del circo con los niños,
el chaleco y la escupidera,
el sombrero, el bastón para pasear,
mi fusíil para la caza del bisonte
y las plumas indias?
Me quedan sólo los enemigos
y el olor de su sangre
porque aquellos no envejecen
nunca.
Había tomado todo lo que existía en sus tiempos
para poder enloquecer
incluído el sabor del Southern Confort
y la voz negra de Janis Choplin
para dar al todo
un poco de sabor a rock’n roll.
Había dado vuelta a toda Europa
viviendo al día.
Había entrenado grupos de guerrilleros
en los Balcanes
y campesinos indios
en las montañas de Centro América.
Todo lo que quería
era despertarse en la mañana
para poder leer el diario tranquilamente
vivir en paz con todo el mundo
sin muchos problemas.
En fin, soñaba una vida exagerada.
Es reciente el viaje que nunca hice
y es reciente también la vida
que todavía no viví.
He volado sobre la casa destruída
y sin respeto
de Vallejo,
sobre la tumba asesina de Roque Dalton
que no existe,
sobre la estatua invisible de Gastón Baquero,
sobre lugares de desmemorias y vergüenza.
Si me apoyo sobre una flor
no es por romanticismo barato.
Es sólo cansancio
que me acompaña sin una meta.
De repente no me reconozco
porque ahora,
sin alas,
mi vida
es sólo un pasatiempo de los dioses.
Siempre hay un verso que falta
que hace la noche pesada.
Siempre hay un verso barato
que es antídoto para el más allá.
Siempre hay un pedazo de luna que me mira,
pero tal vez es sólo una invención de soñadores y dementes.
Es que a veces no tengo ganas de escribir.
Es que a veces no tengo ganas de pensar.
Es que a veces no tengo ni ganas de resoplar.
No tengo soluciones para proponer
sino el ruído caliente de libros antiguos.
Mejor que un verso
es siempre lo que ahí adentro se puede cantar.
Las palabras nunca son más vulgares
que la muerte y toda su oscuridad,
que el hambre con sus mil lamentaciones
de un niño abandonado a su destino
sin destino,
de quien dice que una palabra es vulgar
y siempre quiere dar a la verdad del dolor del otro
una máscara de colores.
La muerte es más pornográfica
de lo que puede ser indecente.
Pero la esperanza está siempre alerta
y soñar no cuesta nada.
Si la vida fuera de papel
lo que no va
se podría facilmente borrar.
El payaso corre y salta,
hace una mueca
hacia el niño de la primera fila,
pone el culo en el agua
y salpica hacia arriba.
Se pasa la lengua sobre los labios
mirando la muchacha linda y disponible
que acompaña al niño.
Cae y se levanta
empujado por un resorte invisible.
Con una reverencia y cuatro saltos
vuelve atrás del escenario
sudado, triste y un poco encorvado.
Sabe que para ganarse realmente el pan
tendrá que dar de comer
a monos y leones.
Por primera vez
la rosa ponga de lado
su propia vanidad
y piense un poco en las espinas,
tan malvistas y nunca cantadas.
¿Pero que sería aquella flor
sin los pequeños dientecitos afilados,
pequeños y perfectos,
aquellas flechas que defienden su perfume,
que conservan su alma?
Hoy, por un momento,
que la rosa se ponga de lado
porque sin espinas
sería sólo perfume huérfano,
música que agoniza
sin notas y sin aire.
Abandonar el partido
no siempre es signo de cobardía
o de inconsciencia.
No es tampoco un acto inocente
sin consecuencias o dramas.
Abandonar el partido
es encontrarse siempre a la deriva,
es jugar sin barajas y sin adversarios,
es enamorarse de una foto sin colores.
Para abandonar sin riesgo el partido
es siempre mejor
continuar a quedarse en juego.
Cuando el lobo se acercó a la cabaña
al fin del cuento,
se acordó de las palabras de su madre
cuando decía que las hembras
no se tocan ni con una flor.
Entró sin hacer ruído
como sólo un lobo hambriento
sabe hacer.
Vió a Caperucita Roja
envuelta por sus sueños
y por la luz del fuego de la chimenea
y decidió rescribir el final.
En silencio
se quitó su abrigo de piel,
con su lengua lo hizo brillante
y lo apoyó dulcemente