Áyax - Sófocles - E-Book

Áyax E-Book

Sófocles

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Con el paso del tiempo, Sófocles (c. 496-406 a.C) se ha convertido en el autor paradigmático de la tragedia griega, y sobre su obra descansa en gran medida nuestra comprensión de este género y de sus implicaciones filosóficas y religiosas. De entre su producción conservada, Áyax se considera su tragedia más antigua, deudora del estilo poético de Esquilo y, por lo tanto, un importante nexo de unión entre el teatro primigenio y un estadio posterior de depuración dramática. Durante la guerra, Áyax reclama heredar las armas de Aquiles, pero se le niegan en favor de Odisea. Atenea, protectora del rey de Ítaca y resentida con Áyax, aprovecha la situación para vengarse de él poniéndolo en una situación ridícula. El héroe de esta tragedia, desmesurado en su arrogancia y su demencia, es víctima del pundonor y la pasión, pero afronta con nobleza su destino. "Áyax no es simplemente un drama de culpa y expiación, sino la tragedia de un gran hombre que en su fuerza excesiva atrae sobre sí el rayo y recibe el fuego mortal con dignidad" Albin Lesky.

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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 40.

© del prólogo: Carmen Morenilla, 2021.

© de la traducción: Assela Alamillo.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2021.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: abril de 2021.

RBA · GREDOS

REF.: GEBO608

ISBN: 978-84-249-4091-1

EL TALLER DEL LLIBRE · REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO[1]por CARMENMORENILLA

I

Áyax o Ayante[2] es el título de la tragedia íntegra más antigua de Sófocles (497/6-406/5a.C.), tragediógrafo griego muy prolífico, pues compuso unas 120 obras y entre ellas algunas de tan gran calidad como un Edipo Rey y una Antígona, las obras más valoradas y más veces adaptadas de todos los tiempos. Áyax no tiene una datación segura: se considera la más antigua de las que conservamos del autor y se ubica en una horquilla entre los años 450 y 435a.C.,[3] época de exaltación en Atenas, de prosperidad y expansión de la ciudad, alejada aún del comienzo de la Guerra del Peloponeso, la larga contienda que trajo la muerte a muchos griegos y la destrucción del poder y el prestigio de Atenas. En ese ambiente de euforia y de creencia en el futuro Sófocles representa esta obra, en la que hace una clara llamada a la sophrosyne, a la ‘templanza’, la mayor de las virtudes griegas, y al respeto a las normas que emanan de los dioses.

Las tragedias griegas no muestran, salvo excepciones, una relación directa con sucesos coetáneos, pero en absoluto son ajenas a los problemas de su sociedad; antes bien se proponen que los espectadores reflexionen sobre las cuestiones profundas que afectan a la polis[4] y a cada uno de ellos. Esquilo en su tragedia Persas no canta la victoria de los griegos, sino la derrota de los persas: advierte así a sus conciudadanos del riesgo de la excesiva confianza en uno mismo, del riesgo de incurrir en hybris, en ‘desmesura’; en Áyax no se regodea Sófocles en el poder y el prestigio que un varón puede lograr por sus propios méritos, sino que quiere que sus conciudadanos vean los efectos destructores de la hybris, de la desmesura, y la necesidad ineludible del respeto a la justicia.

Los personajes de esta tragedia son grandes héroes de la Guerra de Troya, la guerra provocada por la partida de la reina de Esparta, Helena, con el príncipe de Troya Paris, abandonando a su esposo, Menelao, que fue cantada por Homero en el poema épico Ilíada. Los antiguos pretendientes de Helena, antes de decidirse el que sería su esposo, fueron obligados a jurar defender al que fuera elegido en caso de que sufriera algún ataque, lo que realmente ha pasado, puesto que se le ha sustraído algo que era suyo: su esposa (y la dote que aportó).[5] Menelao y su hermano, Agamenón, los Atridas, esto es, los hijos de Atreo, obtuvieron como esposas a las dos Tindárides, las hijas de Tindáreo, Helena y Clitemnestra respectivamente.[6] Entre los participantes en esta larga y cruenta guerra por parte de los griegos, también llamados en el poema homérico aqueos, se cuentan Áyax y Odiseo, que en esta tragedia desempeñan los papeles más relevantes, y Aquiles, aunque no fue pretendiente de Helena, que al comienzo de la tragedia ha muerto; las armas que él portaba en su última batalla desempeñan un papel fundamental en la obra. Por parte de los troyanos el mayor de los héroes es Héctor, el heredero del trono de Príamo, de cuya relación con Áyax también se habla en la tragedia.

Áyax, ofendido por no haber recibido las armas de Aquiles, cree haber matado a los reyes, los Atridas, y estar torturando a Odiseo, aunque en realidad ha matado y está torturando reses. Cuando recupera la cordura, no puede resistir la pérdida del honor y ser objeto de burla por lo que, a pesar de los ruegos de sus compañeros y de su concubina Tecmesa, se suicida. Su hermano de padre, Teucro, llega a tiempo de poder evitar, con ayuda de Odiseo, que dejen insepulto el cadáver como pasto para los carroñeros.

La tragedia empieza con la locura del héroe y acaba con el anuncio de sus funerales. El argumento muestra, pues, que es esta una obra llena de patetismo, de discusiones, muy al gusto de los atenienses, y de momentos de tensión.

Del suicidio de Áyax ya se tenía conocimiento desde época arcaica: lo incluyen dos poemas épicos del Ciclo Troyano de los que conservamos míseros fragmentos, pero de cuyo argumento tenemos noticia por Proclo, autor neoplatónico del siglo Vd.C.: la Pequeña Ilíada de Lesques de Pirra (o de Mitelene) y la Etiópida de Arctino de Mileto.[7] En cambio, al parecer, no se incluía la locura de Áyax y sus consecuencias.

En las obras anteriores a la de Sófocles el hecho concreto de quitarse la vida Áyax era una acción de difícil realización: Áyax era casi invulnerable, como Aquiles. La leyenda cuenta que Heracles, de paso por Salamina en el momento de nacer Áyax, cubre al recién nacido con la piel de león con que viste. Solo queda fuera una axila, el único lugar en el que puede ser herido. Por esa razón le cuesta al héroe encontrar el punto exacto en el que clavarse la espada. Esquilo en su tragedia Tracias, que dramatiza esta misma situación, hace que un mensajero relate el suicidio y este indica incluso que la espada se combaba en los intentos fallidos del héroe. De esta leyenda, que también aparece en Hesíodo y en Píndaro, no hay mención en Sófocles, lo que es muy propio de él, por su tendencia a humanizar a los grandes héroes, en este caso eliminando ese detalle mágico.

El teatro griego clásico tiene una estructura relativamente fija, herencia de los géneros de los que procede y que le influyeron en sus inicios. Los autores, como en toda época y cultura, experimentan una constante tensión entre el mantenimiento de las normas literarias tradicionales y la buscada innovación para agradar al público. En el caso del teatro, el público muestra su aprobación o su rechazo de inmediato, en directo, de modo más evidente en el teatro griego, porque las obras se representaban en concursos en el marco de festividades organizadas por la ciudad y dedicadas a Dioniso. Era frecuente, pues, que se ensayaran modificaciones que no se repitieron, a la vez que algunas fueran acogidas por otros autores. Hay que tener siempre presente que hablamos de las escasas obras que conservamos íntegras, pero desconocemos lo que los autores hicieron en las que no conservamos y cuyo conocimiento podría cambiar la opinión que tenemos sobre ellos.

La tragedia tiene unas convenciones dramáticas que influyen de manera decisiva en la composición de las escenas. Una de ellas es el uso del coro, parte esencial del teatro griego.[8] Sófocles aumentó el número de integrantes (llamados «coreutas») de doce a quince, incluso tenemos noticias de que escribió un tratado, Sobre el coro, del que no conservamos nada. Cabe por ello pensar que Sófocles dedicó atención a la configuración de los coros de sus tragedias. Mucho se sigue discutiendo sobre el papel que desempeña el coro en general en la tragedia, pero no nos interesa aquí entrar en estas disquisiciones, lo que nos interesa es ver el papel que desempeña en esta obra.

El teatro griego, escrito en verso,[9] combina el recitado y el canto: recitan los personajes individuales y el jefe del coro, el corifeo, cuando dialoga con ellos; canta el coro y en algunas obras también el personaje en momentos de especial intensidad. Sófocles solo lo hace en dos ocasiones en las obras conservadas: Antígona y Electra interpretan dos breves solos en las obras homónimas; es frecuente, en cambio, en Eurípides.

En las tragedias solo podía utilizarse dos actores con voz en época de Esquilo, al parecer es Sófocles el que introduce el tercero, lo que será aceptado por Esquilo, como podemos ver en sus últimas tragedias;[10] los figurantes, en cambio, podían ser muchos y en ocasiones lo eran, como cuando se hace acompañar a un héroe de su séquito. El autor debe saber combinar las partes recitadas por los actores con las partes interpretadas por el coro; las entradas y las salidas de personajes se han de organizar de modo que permitan que todos los papeles puedan ser representados por los tres actores; en muy pocas obras se necesitan cuatro actores con voz, el cuarto con un papel muy corto.

En Áyax observamos el gran dominio de Sófocles de la técnica dramática ya en los comienzos de su producción; comentaremos los cambios que introduce en el esquema tradicional, intentando mostrar la intención del autor al innovar de ese modo.

II

Esta tragedianos muestra a uno de los más relevantes héroes de la Ilíada en una actitud diferente a la del poema homérico, donde Áyax es presentado como un guerrero descomunal, especialmente valeroso, siempre dispuesto para la batalla y que provoca pavor entre los enemigos. En el canto VII, Áyax se enfrenta a Héctor por decisión de los dioses y el combate queda en tablas también por decisión de los dioses. Este combate es recordado de manera indirecta en la tragedia.

En el poema homérico, Héctor, por decisión de Atenea y Apolo, reta al mejor de los aqueos a un combate individual. Retirado Aquiles de la lucha por su enfrentamiento con Agamenón, los griegos, asustados, no se presentan, de tal modo que Menelao se ve obligado a hacer amago de salir. Agamenón se lo impide, recordándole que es inferior a Héctor, por lo que su muerte es segura. Tras una dura amonestación de Néstor salen nueve guerreros y, a propuesta también de Néstor, se echa a suerte quién será el que acepte el reto, lo que significa en la mentalidad griega que se deja en manos de los dioses la decisión de quién es el mejor guerrero y debe por ello enfrentarse al troyano. Ratifican los dioses lo que los soldados, todos, saben: Áyax es el que ha obtenido en suerte ser el que se enfrente a Héctor. Cuando se describe el modo en que avanza Áyax, incluso el propio Héctor se llena de terror, pero no puede volverse atrás después de haber lanzado el reto (Ilíada VII 216-218): no en vano utiliza Homero el mismo epíteto para designar a Ares y a Áyax, terrible, que provoca espanto. Y se nos dice que ambos luchan como leones o como jabalíes (VII 256-257), animales emblemáticos por su fiereza, hasta que, ya cerca del anochecer, los dioses deciden poner fin al combate. Héctor le propone a Áyax intercambiarse regalos,[11] unos regalos que están en relación con sus respectivas muertes y humillaciones: Áyax le regala a Héctor un cinturón, que será utilizado por Aquiles para atar el cadáver de Héctor al carro que hará correr alrededor de las murallas de Troya; Héctor le regala a Áyax su espada, con la que este se suicidará: de modo claro lo dice Teucro, el hermano de padre de Áyax, en los vv. 1028-1035 de esta tragedia.

Áyax no es una tragedia sobre la Guerra de Troya. La acción se desarrolla durante la tregua pactada entre aqueos y troyanos para que se realicen los funerales de Aquiles, muy cerca ya del final de la guerra. Durante los funerales la madre de Aquiles, Tetis, entrega las armas de su hijo para que se le concedan al mejor de los aqueos. Los aqueos deciden en asamblea que le sean concedidas a Odiseo para sorpresa de algunos, entre ellos Áyax, quien se creía con derecho a ellas por dos razones: la primera, porque este colosal héroe era considerado por todos, él incluido, el mejor de los aqueos después de Aquiles, como en esta misma obra dice Odiseo (v. 1340); pero además Áyax había luchado a brazo partido para rescatar el cadáver de Aquiles, mientras Odiseo organiza la retirada de los hombres. La obra, pues, comienza con las consecuencias de esa entrega a Odiseo de las armas que Áyax considera que le pertenecen.

El comienzo podría parecer extraño por irrespetuoso con la divinidad: muestra a una diosa, la prudente y sabia Atenea, burlándose de la desgracia que ha provocado en el gran guerrero. Pero, si esta crueldad de la diosa fuera inmerecida, sería de todo punto impropio de Sófocles, un autor cuyo respeto a la divinidad quedó plasmado no solo en sus obras, sino también en su vida. En la parte central de la tragedia, cuando Áyax ha salido en solitario hacia la playa, llega un mensajero trayendo instrucciones y dando información sobre el motivo del ensañamiento de la diosa (vv. 748-799). Recuerda entonces el mensajero que, cuando Áyax va a partir de su casa, su padre, Telamón, le dice (vv. 764-765): «¡Hijo! Desea vencer con la lanza, pero vencer siempre con la divinidad». A ello respondió Áyax: «Padre, con los dioses incluso el que no es nada obtiene una victoria; yo, en cambio, incluso sin su ayuda estoy seguro de lograr fama».

Estas palabras muestran un hombre en exceso orgulloso de su valía, como ratificó durante el combate, cuando Atenea se le acercó y él la despidió afirmando que no la necesitaba, que fuera a ayudar a otros (vv. 774-775), afrenta que la diosa no olvidó. Es este un hombre tan desmedido en su comportamiento que, si bien ha sido muy útil durante la guerra, cuando esta acabara, y su final se sabe que ya está muy cerca, no tendría lugar en la nueva sociedad, a no ser que fuera capaz de adaptarse; situación que, por otra parte, es habitual en cualquier lugar y época. En ese nuevo contexto son necesarios hombres como Odiseo, el rico en engaños, el fecundo en tretas, el que sabe convencer en la asamblea.

Eso nos presenta Sófocles en esta tragedia en la que, aunque sea la primera que de él conservamos íntegra, ya muestra su dominio de la dramaturgia tanto en el amplio número de personajes que dramatiza como en la complejidad de las escenas y el uso de la maquinaria escénica. Sófocles dramatiza en esta tragedia la pérdida del prestigio que sufre Áyax y la importancia que está adquiriendo en la nueva situación Odiseo. Áyax considera dañado irremisiblemente su honor porque las armas han sido asignadas a Odiseo. Para un griego de época arcaica la timé, el honor, se ve reflejada en los regalos que se le entregan, en la parte del botín que los soldados consideran que se merece. Por eso, privar a Áyax de esas armas que él cree merecer es privarlo de su honor. Esa es la razón por la que en la Ilíada Aquiles se siente tan profundamente ofendido cuando Agamenón le arrebata a Briseida, la esclava parte de su botín: no hay que ver en ello una causa de tipo amoroso, con independencia de que Aquiles pudiera sentir afecto por la esclava. De un hombre tan desmesurado como Áyax, que ha mostrado tan poco respeto a los dioses, no cabía esperar que respetase la decisión de una asamblea.

El prólogo, nombre que recibe el comienzo de la tragedia hasta la entrada del coro (que se conoce con el nombre de párodos