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Con el paso del tiempo, Sófocles (c. 496-406 a. C.) se ha convertido en el autor paradigmático de la tragedia griega, y sobre su obra descansa en gran medida nuestra comprensión de este género y de sus implicaciones filosóficas y religiosas. Electra es una de las siete tragedias conservadas de Sófocles, cuya fecha de representación nos es desconocida. Dramatiza un episodio mítico de la saga de los Atridas: a su regreso a Micenas de la guerra, Agamenón es asesinado por su mujer, Clitemnestra, y su primo, Egisto. El único hijo varón del matrimonio es Orestes, que siendo un niño es enviado al exilio. En el palacio crecen las hijas, Crisótemis, que se resigna a lo ocurrido, y Electra, que alberga resentimiento contra los asesinos de su padre que la llevarán a vivir en perpetuo lamento anhelando el regreso de su hermano como vengador.
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Seitenzahl: 125
Veröffentlichungsjahr: 2024
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PORTADA
Electra
SÓFOCLES
Electra
prólogo de
isidro molina zorrilla
traducción de
assella alamillo
PORTADILLA
Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 40.
Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.
© del prólogo: Isidro Molina Zorrilla, 2024.
© de la traducción y las notas: Assela Alamillo.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona
www.rbalibros.com
Primera edición en esta colección: junio de 2024.
rba•gredos
ref.: gebo688
isbn: 978-84-2499-834-9
el taller del llibre •realización de la versión digital
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Todos los derechos reservados.
CRÉDITOS
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CONTENIDO
prólogo,
por isidro molina zorrilla, 9
ELECTRA, 35
CONTENIDO
prólogo
por
isidro molina zorrilla
sófocles y electra
La tradición biográfica ha sido especialmente generosa con Só-focles y son muchos los datos y las anécdotas atribuidas a su persona. El autor de Electranace en Colono, aldea próxima a Atenas, en torno al 497-6 a. C. y muere noventa años después en el 406-5 a. C. La historia del siglo de mayor esplendor cultu-ral y político de Atenas (imperio mediante) puede escribirse en paralelo a la biografía del tragediógrafo: desde la anécdota que sincronizaba a los tres grandes trágicos con la decisiva victoria griega en Salamina frente a la invasión persa de Jerjes (480 a. C.) —según la cual un joven Sófocles formaba parte del coro que celebraba la victoria de una batalla en la que Esquilo participó mientras un bebé Eurípides daba sus primeros berridos— hasta el final de sus días, meses antes de la definitiva derrota atenien-se en la Guerra del Peloponeso contra Esparta, en la que llegó a intervenir como estratego. De los muchos datos transmitidos por la tradición, lo que podemos sacar en claro de la biografía de Sófocles es que fue un personaje querido por su comunidad, tanto por su activa vida política al servicio de la ciudad como, por supuesto, su labor como poeta trágico. Se cuenta que de todas las veces en las que participó en el concurso de tragedias celebrado durante la festividad de las Grandes Dionisias, siem-pre quedó en primera o segunda posición. Demostración del
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PRÓLOGO PORISIDRO MOLINA ZORRILLA
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aprecio de la ciudadanía a su figura es la comedia Ranasde Aris-tófanes, cuyo argumento es el siguiente: tras la muerte de los tres grandes tragediógrafos, los tres se enfrentan en el Hades por ser coronados como el mejor poeta trágico; mientras que Esquilo y Eurípides se enfrascan en una hilarante disputa, Só-focles prefiere mantenerse al margen, por considerar que no puede batir a Esquilo, demostrando ser el vencedor moral de la competición.
Son solo siete las tragedias de Sófocles que se han conser-vado completas, de un corpus atestiguado de unas ciento veinte piezas dramáticas, entre tragedias y dramas de sátiros. Entre estas siete se encuentran algunas de las más valoradas y revisi-tadas a lo largo de los siglos, como Antígonao Edipo rey, a la que sumamos la obra póstuma Edipo en Colono, que completa las tragedias sofocleas conservadas de tema tebano. Traquiniastra-ta la muerte de Heracles, mientras que Áyax, Filoctetesy la trage-dia que nos ocupa, Electra, son de tema troyano.
Electradramatiza un episodio mítico de la saga de los Atri-das o hijos de Atreo: Agamenón y Menelao, que lideraron las tropas helenas en la Guerra de Troya. A su regreso a Micenas de la guerra, Agamenón es asesinado por su mujer, Clitemnes-tra, y su primo, Egisto. El único hijo varón del matrimonio es Orestes, que es enviado al exilio siendo un niño, acompañado de un tutor. En el palacio crecen las hijas, Crisótemis, que se resigna a lo ocurrido, y Electra, que alberga resentimientos con-tra los asesinos de su padre, lo que la llevará a vivir en perpetuo lamento anhelando el regreso de su hermano como vengador.
Estos son los antecedentes de la versión del mito que dra-matiza Sófocles. La escena representa la fachada del palacio de Micenas. A uno y otro lado, se abren dos entradas al espacio escénico: por una cruzarán los personajes que salgan en direc-ción a la tumba de Agamenón, por la otra entrarán los persona-jes que llegan a la ciudad desde las afueras. La obra la interpre-ta un coro de quince coreutas —que representan a un grupo de doncellas de palacio— y tres actores que se reparten los dife-
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rentes personajes del drama: el pedagogo, Orestes, Electra, Cri-sótemis, Clitemnestra y Egisto. A los tres actores se suma un figurante sin texto que interpreta a Pílades, primo y amigo de Orestes.
argumento y estructura
La obra comienza al amanecer. Orestes y el pedagogo, el sir-viente que crio a Orestes en su exilio desde niño, acaban de llegar a la llanura de la Argólide. Entran en escena acompaña-dos de Pílades. Interviene primero el pedagogo y pone en con-texto al público: han regresado de un destierro de años a la pa-tria de Orestes para vengar la muerte de su padre, Agamenón, rey de Micenas y caudillo de las huestes helenas en la Guerra de Troya, asesinado por quienes ahora ocupan el trono de la ciu-dad. Y su intención es clara: «No hay ocasión de dudar, sino que es momento de pasar a la acción». Orestes toma la palabra y anuncia el plan para ejecutar su venganza contra los asesinos de su padre, un plan encomendado por Apolo a través del oráculo: tras ofrecer libaciones sobre la tumba de Agamenón, urdirán un engaño por el que el pedagogo comunicará la falsa muerte de Orestes en un accidente. Mediante esta farsa, Orestes consegui-rá entrar en palacio como portador de la urna que recoge sus supuestas cenizas para, una vez dentro, consumar su venganza.
El argumento de la tragedia está planteado y sus agentes prestos para la acción, pero, a continuación, los personajes oyen desde dentro de palacio los lamentos de otro personaje, el que más anhela el regreso de Orestes y la ejecución de la venganza y que, paradójicamente, con su dominante presencia en escena obstaculizará que se lleve a cabo a lo largo de gran parte de la tragedia: la hermana de Orestes, Electra.
Orestes parece reconocer la voz de su hermana, pero, antes de llegar a confirmarlo, salen él y el pedagogo de escena, pues de-ben acudir primero a la tumba de su padre a cumplir con los
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designios de Apolo. Electra sale de palacio en duelo, lamen-tando el crimen pasado que acabó con la muerte de su padre, y señala por primera vez en la obra a los asesinos: su madre y «el que comparte su lecho», Egisto, primo del rey Agamenón. Y Elec-tra asegura que no dejará de dolerse, cual ruiseñor —ave del lamento en la tradición helena—, hasta que las Erinias, las divi-nidades vengadoras de los crímenes impíos, hagan regresar a su hermano y vengue la muerte de su padre.
La acción expuesta hasta ahora corresponde al prólogo de la obra (1-120), antes de la entrada del coro y la sucesión de epi-sodios recitados y cantos corales (estásimos) que configuran la estructura de toda tragedia. Sin ánimo de parafrasear toda la pieza, me parecía importante destacar los motivos que expone Sófocles en estos primeros 120 versos de la obra, pues sientan las bases de muchos de los temas que comentaremos en esta introducción a Electra: a saber, la disposición de los vengadores a cumplir su objetivo, sin titubeos; el carácter doliente de Elec-tra, obstinado en sus ansias de ver vengado el asesinato de su padre, o el hecho de que, aunque señalada como una de las ase-sinas de Agamenón, la madre de Orestes y Electra aún no ha sido nombrada. Es, por supuesto, un mero detalle simbólico que no se pronuncie el nombre de Clitemnestra aquí ni en el próximo millar de versos, pues el personaje intervendrá en la pieza, pero nos sirve para anticipar una de las cuestiones más debatidas de la tragedia: de qué manera Sófocles, aparentemen-te, desvía la atención del conflicto moral que queda planteado cuando son unos hijos los que conspiran para matar a su propia madre.
A este prólogo sigue la párodo, el canto de entrada del coro (121-250), un grupo de doncellas de palacio, al que se une Elec-tra en un extenso diálogo lírico. Esta no deja de lamentar la desdichada vida que dice llevar bajo el mismo techo de los ase-sinos de su padre, al que llora a diario mientras aguarda, deses-perada, el regreso de su hermano. El coro de doncellas com-prende el sentir de Electra, a la que se refieren como «hija de la
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más miserable madre», pero le recomiendan paciencia y mesura, pues no ganará nada sumando desgracia tras desgracia. Electra, sin embargo, no se deja consolar: «No refrenaré esta obstinada actitud mientras tenga vida».
La obstinación de Electra en esta pieza guarda paralelismo con el resto de la producción trágica de Sófocles. En Edipo rey, Edipo no cejaba en su empeño por descubrir la verdad tras el asesinato del anterior rey de Tebas; en Antígona, el personaje ti-tular se oponía vehementemente a los decretos, inamovibles, de Creonte, por los que había que dejar insepultos los cadáveres de los enemigos que intentaron asaltar la ciudad, incluyendo el de Polinices, hermano de Antígona. Electra, por su parte, no dejará de lamentarse por su padre, muerto en un crimen que considera impío, y de reclamar venganza. En este punto de la tragedia, no escapa al espectador la ironía de que Electra no deje de anhelar el retorno de su hermano, e incluso llegue a reprochar su tardanza, cuando ya ha sido testigo de su regreso y conoce su plan. Sófo-cles, al poner el sufrimiento de Electra en el centro de la pieza, retrasa conscientemente la acción, que no tendrá lugar hasta el último tercio del drama.
El primer episodio (251-471) de la obra sigue explorando el carácter pertinaz y doliente de Electra. En una primera escena mantiene un diálogo con el corifeo, miembro principal del coro, y en una segunda con su hermana Crisótemis, que entra en esce-na. La inclusión de Crisótemis y su mesura aportarán, por oposi-ción, aún más información sobre el carácter de Electra. Siguiendo un esquema parecido al que presentaba Sófocles para las herma-nas Antígona e Ismene en su Antígona, Electra tacha la transigen-cia de su hermana de poco menos que colaboracionismo. Crisóte-mis dice odiar también a los asesinos de su padre, pero, al contrario que Electra, no se deja consumir por la cólera. Electra, sin embar-go, reprueba la actitud de su hermana y la acusa de cobardía.
Crisótemis ha salido de palacio porque se dirige a ofrecer libaciones sobre la tumba de su padre. Lo ha ordenado su ma-dre, que ha tenido una turbadora pesadilla: el fantasma de Aga-
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menón se le aparecía, recuperaba su cetro real de las manos de Egisto y lo clavaba en el hogar de palacio para seguidamente crecer y florecer como un árbol cuyas ramas ensombrecen toda Micenas. Para Electra, que sea Clitemnestra la que ordene ritos funerarios sobre la tumba de Agamenón es una ofensa, pues se trata de la misma persona que, tras asesinarlo, mutiló su cadá-ver y limpió la sangre del arma en el pelo del rey. La caracteri-zación de Clitemnestra, que sigue sin ser nombrada, en boca de los otros personajes, es la de un ser cruel, monstruoso e impío al que se le despoja de nombre y, con ello, de humanidad. Has-ta aquí, el espectador de la tragedia no puede sino sentir como propio el dolor de Electra.
Sigue el primer estásimo de la obra (472-515), el primer canto coral entre episodios, en el que el coro se acoge a la espe-ranza de que pronto se hará justicia, será vengado el crimen y llegarán las Erinias. A continuación se inicia el segundo episo-dio de la tragedia, muy extenso (516-1057), con la entrada en escena del monstruo sin nombre que empezará a poner a prueba la empatía del espectador: Clitemnestra. En su primera inter-vención, recrimina la actitud de Electra y se defiende diciendo que, si tiene malas palabras para ella, solo es en respuesta a las suyas. Reconoce la veracidad de las acusaciones de Electra: sí, mató a Agamenón, pero, dice, la acompañó Justicia. Por prime-ra vez en el drama, la asesina tiene ocasión de explicar qué la llevó a cometer el crimen: vengar el sacrificio de su hija primo-génita, Ifigenia. Este sacrificio fue exigido a Agamenón por la diosa Ártemis en retribución de una ofensa, y su ejecución per-mitió a las naves de los griegos —varadas en Áulide por volun-tad de la diosa— navegar con vientos favorables hacia Troya. Pero Electra no atiende a razones: le indigna que se atreva a reconocer que cometió tal crimen; cuestiona que lo hiciera mo-vida por vengar a Ifigenia y no por favorecer a Egisto; justifica a su padre diciendo que, si tuvo que sacrificar a su hija, lo hizo coaccionado por la divinidad y el ejército heleno, y, por último, le recrimina que conviva con el asesino de su padre, llegando a
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preguntarle, jactanciosa, si con ello también está vengando a su hija. El recurso mediante el que Sófocles libera la tensión palpa-ble de la escena es la ironía: Clitemnestra implora a Apolo, el dios cuyo oráculo ha dictaminado ajusticiarla, que la proteja de aquellos que la quieren muerta.
Es justo en este momento de irreconciliable oposición cuan-do Sófocles da comienzo a la intriga. Entra en escena el peda-gogo, caracterizado como extranjero para no ser reconocido, y anuncia a madre e hija la muerte de Orestes. Electra sucumbe a la pena, Clitemnestra exige saber más y el pedagogo refiere un detallado relato de la muerte —ficticia— de Orestes en un aparatoso accidente durante una carrera de carros. El espec-tador conoce la farsa, pero cede ante la vívida narración del pe-dagogo y la apasionada reacción de los otros personajes en escena: para Clitemnestra es una noticia agridulce, pues, aun-que la salva de su perdición, es su propio hijo quien ha muer-to; para Electra supone la muerte en vida, pues la noticia no solo suma a su sufrimiento el duelo por el hermano, sino que su muerte aleja la posibilidad de ver cumplida la venganza y la obligará a