Bajo las estrellas - Mario Gómez Sarmiento - E-Book

Bajo las estrellas E-Book

Mario Gómez Sarmiento

0,0
9,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Bajo las estrellas es una Antología de cuentos e historias breves con eje en la cultura Latinoamericana. En ella se destaca el pensamiento mágico, la tragedia política y las vivencias ancestrales de algunos pueblos. Sus textos están escritos en un lenguaje accesible a cualquier lector, particularmente adultos. Compone una selección de relatos que buscan despertar algún interés donde se entrelazan la realidad con la ficción y con hechos a veces inverosímiles que pueden llevar a la sorpresa. Algunas de estas historias son el producto y reminiscencias verdaderas que ha vivido el autor en distintas situaciones de la vida. Otras le fueron contadas y hechas ficción para este trabajo. Se espera lograr el entretenimiento y la reflexión acerca de algunas historias de vida que le ocurren al ser humano en momentos y lugares que no son cotidianos y de los cuales no tenemos conocimiento.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 99

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Mario Gómez Sarmiento

Bajo las estrellas

Misterio, drama y pasión

Gómez Sarmiento, MarioBajo las estrellas : misterio, drama y pasión / Mario Gómez Sarmiento. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023. Libro digital, EPUB

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3778-2

1. Narrativa. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Prólogo

Neftalí

El familiar

Los golpes de mortero

Tío Carlos

Anaconda

Domingo. Siesta estática y eterna cuando los adultos duermen

La bicha verde

Ser

Francisco

Dolores

Analía

Vengo Solo

26 de julio

26 de julio de 1952

Bajo las Estrellas

Mapuche Histórico

Mapuche Bravo

Mapuche exiliado

Gerardo

El dinosaurio

En el café

Amanda y el sombrero de copa

El puente del amor

Azul

A mis hijas, María Virginia y Ana Milena,

y a mis nietos.

Agradecimiento

A Valentín Gómez Agudelo quien ha sido protagonista y primer lector de alguno de estos relatos haciendo aportes valiosos.

Prólogo

La noche es el momento propicio para escuchar y contar historias. Bajo las estrellas aparecen personajes del pasado y fantasmas que se hacen escuchar. La oscuridad completa el silencio y la quietud. Empiezan las palabras, se hace presente la memoria.

Los cuentos e historias de Bajo las estrellas parten de una sutil relación entre ficción y realidad, vivencias y recuerdos. En la antología de Mario, su autor, el misterio se hace presente en los gritos que se escuchaban en un pueblo por las noches, o en los hechos fantásticos que interrumpen la vida de una familia aristocrática. También, en las visitas de animales salvajes, o en los encuentros nocturnos acompañados por creencias y unos buenos vinos.

Las historias viajan a lo largo de distintos espacios, en su mayoría rurales, para resonar en las voces de los personajes que cuentan sus andanzas o experiencias, como “Francisco”, “Gerardo” y “El dinosaurio”. Un grupo de cuentos, entre los cuales resuenan “Dolores”, “Analía” y “Vengo solo”, recuperan episodios trágicos de la historia desde una perspectiva focalizada en lo micro de la vida familiar y situaciones concretas. Con imágenes vívidas, estas historias nos invitan a escuchar voces silenciadas por la violencia, pero no por eso olvidadas. Junto con “26 de julio”, la propuesta de su narración es la de un entramado entre historia y ficción en la cual la tensión sostiene el desarrollo de los hechos a partir de detalles que son huellas de una época.

Ya desde el índice es posible notar la centralidad de la narración en los personajes que son muy variados, e invitan a diferentes aventuras, entre las que se encuentran las de los más jóvenes, como “Anaconda” o “La bicha verde”, o historias de amores, como “Amanda y el sombrero de copa” y “El puente del amor”. El misterio colma las vivencias de los pobladores en “El familiar”, “Neftalí” y “Los golpes de mortero” como una actualización de creencias ancestrales y una manera de encontrar a la comunidad desde los relatos. Por otro lado, en el estilo de Mario Gómez se vislumbra una narración de ritmo pausado que se sostiene en un entramado entre realidad y magia, historias y ficciones que, en conjunto, funcionan como maneras de decir sutilezas respecto de experiencias propias y ajenas.

Bajo las estrellas es una antología que nos invita a conocer historias de vida, a sentarnos en ronda y estar cerca de los personajes y compartir, por qué no, unos buenos mates bajo el cielo que tanto incita a los relatos.

Florencia Rossi

“El Tao del cielo

quita donde sobra,

y completa donde falta.

La ley de los hombres

Es, sin embargo, muy distinta:

quita donde no hay suficiente

para dar donde sobra”

­—Del Tao te King (Lao Tse)

Neftalí

Era un otoño del año mil novecientos cuarenta y dos en el pueblo de San Martin, un caserío ubicado en las sierras de San Luis. Detenido en el tiempo. Su población, con no más de dos mil habitantes, se concentraba alrededor de una placita con casas construidas con adobe y algunas pocas con ladrillos. Como cualquier otro pueblito, en frente y alrededor de la placita, estaba la policía, la iglesia y la intendencia. Además, en una esquina se ubicaba el único almacén de ramos generales de Don Jesús que vendía azúcar, yerba, pan y otros alimentos por kilo. También artículos para la casa como pan de jabón, cepillos, ollas, telas, entre otras mercaderías.

No había médico, farmacia ni hospital. Sí escuela con una maestra como único personal que atendía a todos los grados con pocos chicos. Era una construcción con algunas aulas y una habitación donde funcionaba la secretaria y la dirección. Estaba toda pintada de blanco tiza, ventanas de color azul y su techo era de barro, caña y paja.

Había baile los sábados en un galpón improvisado para la ocasión y asistían jóvenes, varones y mujeres, lo mejor vestido posibles. Las jóvenes acudían con las madres que no les perdían pisada, atentas ante cualquier desliz fuera de lugar. Los jóvenes parados en un mostrador improvisado escudriñaban el ambiente y estaban a los cabeceos para invitar a una muchacha a bailar. Como era de rigor, la fiesta comenzaba a las ocho y terminaba a las doce de la noche. Alguna pareja quedaba de acuerdo para asistir a la misa de once del día siguiente donde se prolongaba un nervioso galanteo con risitas cómplices.

La noche se había vuelto cálida y estrellada. Se escuchaba el ladrido de algún perro de vez en cuando y corría un viento que silbaba entre los sauces al lado del arroyo y entre los chañares y algarrobos que estaban por todos lados.

En medio de la pasividad de esta noche que anunciaba ser misteriosa, se escuchó repentinamente un grito. Provenía del cementerio y se confundía con el silbido del viento. Este había sido construido desde hacía muchos años a doscientos metros de las casas que daban al Sur, detrás del arroyo y de una laguna donde los muchachos sacaban ranas.

—¡Neftaliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Sonó otra vez el grito, como en un lamento, con una “i” que se prolongaba por varios segundos en el tiempo y generaba un sorpresivo temor que helaba los huesos.

A los pocos minutos, desde aquel lugar donde había que vadear esta laguna, apareció en medio de las sombras de la noche, un paisano montado en un caballo alazán con montura de bastos, encorvado, borracho y medio desmayado.

¡Era Neftalí! Un gaucho solitario, rengo y de pocas palabras, que trabajaba como peón eventual en las estancias de la zona. Así lo atestiguaron unos muchachos que lo vieron llegar mientras jugaban a las cartas aprovechando la madrugada del domingo a luz de un farol en la plaza. Sorprendidos y asustados, despertaron a sus padres que, según parece, habían escuchado el mismo grito. Estos empezaron a levantarse, medio cansados y sorprendidos con gestos de extrañeza. No sabían qué estaba ocurriendo.

Ese domingo, los vecinos se reunieron y comentaron lo sucedido. Se armó un revuelo teñido de temor y dudas mientras hablaban. El suceso fue tan extraño y misterioso que siguió propiciando la discusión durante todo el día entre los pocos habitantes de este tranquilo pueblo.

La voz que se escuchó, decían los más escépticos, era “solo el viento que soplaba entre los árboles”. Por el contrario, lo que se sintió como un lamento doloroso, afirmaba la mayoría de los habitantes añosos, era la de Doña Adelina, madre de Neftalí, que había sido enterrada en ese campo santo hacía ocho años aproximadamente. Por esta razón, esta posibilidad del origen del grito tomaba fuerza entre la mayor parte de la gente, creyentes todos. Además, sabían de los reclamos que esta mujer en vida hacia a Neftalí por su adicción al alcohol.

La vida cotidiana entre los habitantes de San Martin siguió normalmente, aunque tal fue la conmoción del hecho que, al domingo siguiente en la iglesia, el Padre Cattalfamo ofició una misa. En ella, pidió por el alma de doña Adelina. Concurrió todo el pueblo, también paisanos y damas cercanas al lugar.

Se sabe que este hecho quedó como una anécdota en la memoria del lugar a lo largo de los muchos años. En cada aniversario de su muerte y en cada misa se nombraba a esta mujer y rezaba por su alma.

Por su parte, Neftalí, atormentado por el suceso, desapareció del pueblo. Algunos habitantes sostenían que vagabundeaba por los campos buscando conchabo en alguna estancia. Otros, con un comentario más seguro, sostenían que nunca más volvió a probar una gota de alcohol, que se aquerenció con una moza de otro pueblo y formaron una familia con hijos.

El familiar

Según viejos habitantes del pueblo de Piedras Blancas, hace como unos cincuenta años, había un hombre rico y solo al que le llamaban Don Eusebio. Había hecho su fortuna como dueño de campos dorados de trigo y maíz, y de miles de vacas que pastaban en una pradera también suya. En su casa de campo, tenía además un cofre con dinero, oro y piedras preciosas.

No era tacaño, pero cuidaba con mucho celo sus propiedades y valores que guardaba en los bancos. Tenía miedo de que tanto parientes como extraños se apoderaran de su riqueza después de su muerte y contra su voluntad, pues no había aún declarado qué sería de su herencia.

Como solución, le había pedido ayuda al “Familiar” para que cuidara de todos sus bienes, incluso cuando ya no estuviera en este mundo después de su muerte. En el imaginario popular, y según la región y creencias, este ser cobraba vida en forma de un feroz perro negro con ojos rojos, un viborón que podía comerse a un niño, o un gaucho misterioso que aparecía de noche con tremendo facón y degollaba a quien se le atravesaba. Quedaba claro en el pensamiento colectivo de este pequeño pueblo donde no había policía que don Eusebio estaba protegido por el “Familiar”. Por tanto, no había que imaginar robarle o echar mano a sus bienes por el tremendo castigo que se podría padecer.

Don Eusebio solía ir al bar frente a la plaza a jugar a las cartas mientras tomaba un jerez. Allí, frente a los otros parroquianos, siempre advertía y comentaba de la amistad y protección del “Familiar”. Algunos le decían de buena forma.

—Don Eusebio, nadie le va quitar nada. No se preocupe.

Pero otros afirmaban con asombro y temor que sabían de la existencia del Familiar y que, por lo tanto, no había que desafiarlo.

Sin embargo, esta amenaza de miedo proferida cuando se le presentaba la ocasión a Don Eusebio le pareció insuficiente. Por su absurda desconfianza, y como un último recurso, decidió decretar su propia muerte. La noticia creó conmoción y corrió como el viento.

—¡Ha muerto Don Eusebio! – decían los lugareños pasando la información de persona en persona.

—Lo velan en su casa- afirmaban.

Esta era un casco de estancia a dos kilómetros de distancia de Piedras Blancas.

Al supuesto sepelio llegaron los parroquianos en desfile, pues era todo un acontecimiento inédito. Así cuentan los viejos habitantes. Había incertidumbre, además, porque muchos dependían del trabajo que él les daba. A medida que iban arribando, se encontraban con un féretro muy lujoso propio del personaje y custodiado por cuatro hombres fuertes y de negro que no dejaban acercarse a nadie. El cajón, ubicado en la sala principal, estaba semicerrado y tapado con una tela blanca bordada. Una cruz, una corona de flores y mujeres lloronas completaban el escenario fúnebre.

La gente se preguntaba qué le habría pasado, cómo había sido su deceso. Era todo un misterio. Se escuchaban algunos murmullos… “¿Lo mataron?”, “Se quitó la vida”, “¿Tenía una enfermedad?” Así transcurrió el día. A la noche, los hombres de negro desalojaron la estancia y cerraron las puertas. No se dio lugar a que alguien se quedara para velarlo. Las mujeres se fueron a sus casas y los hombres al bar a tomar unos aguardientes de caña y a comentar y tratar de entender el misterio de semejante suceso.