Balada marina y otras historias - Fernando Pineda Ochoa - E-Book

Balada marina y otras historias E-Book

Fernando Pineda Ochoa

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Beschreibung

Fernando Pineda Ochoa construye una vida fincada en el compromiso político. Su relato se inicia con los recuerdos de su niñez, adolescencia y juventud. Se trata de una historia teñida de experiencias que nos muestran los pormenores y los conflictos de la provincia mexicana. Van esclareciéndose así los problemas de una sociedad que se confronta consigo misma en el afán de encontrar soluciones a problemas ancestrales en medio de u orden político autoritario, lo que se expresa particularmente en los años cincuenta y sesenta. En las dos últimas partes el testimonio se vuelve una memora histórica indisociable de la realidad social del país. De allí la exigencia de volver a ese periodo en que la lucha política reconocía su razón de ser y sus demandas en contraposición al régimen de la revolución burocratizada y de nulas realizaciones para afrontar los retos del desarrollo de México. Esta convicción conduce al autor hasta una cañada cerca de Pyongyang en cuya base militar habría de llevarse a cabo la preparación político-militar que juzgaba indispensable para alcanzar sus objetivos. Un relato que se entrelaza con experiencias guerrilleras semejantes que se produjeron durante esos años y que dan testimonio de las abiertas contradicciones sociales y políticas que han dado lugar a nuestra realidad actual.

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Balada Marina y Otras Historias

(Testimonio)

Balada Marina y Otras Historias

FERNANDO PINEDA OCHOA

CoNtRaStE

Primera edición electrónica, 2014Reservados todos los derechos conforme a la ley© Fernando Pineda Ochoa© Contraste Editorial S. A. de C. [email protected] Ramírez 4, Chilpancingo, Guerrero, CP 39000Diseño de portada: Arq. Juan Carlos Rendón AlarcóneISBN 9786079612047Hecho en México

A la memoria de mi madre Berta Ochoa Pineda,mujer doblemente bella: espiritual y físicamente. Con amor e inteligencia bregó para formarme en los avatares del porvenirA la memoria de mi padre Felipe Pineda Altamirano, Hombre sencillo, de buen corazón, que supo trasmitirme con su ejemplo el sentido ético de la vidaA mis raíces, crisol de virtudes y defectos

In Memoriam:Manuel Arreóla Téllez, Pablo Alvarado Barrera, Raúl Ramos Zavala, Paulino Peña Peña, Horacio Arroyo Souza, Ana Luz Mendoza Sosa, Sara Mendoza Sosa, Javier Gaytán Saldívar, Miguel Domínguez Rodríguez, Igmacio Ramos Zavala, Wenceslao García José, Familia Guzmán Cruz, Roque Reyes García, Rafael Ramírez Duarte, Juan Manuel Ramírez Duarte, Ramón Cardona Medel, Hortensia García Zavala, Felipe Peñaloza García, Candelario Pacheco Gómez, Ana María Parra, Artemisa, Violeta y Adolfo Tecla Parra, Antonio García González (El Campesino), Jerónimo Martínez Díaz, Estanislao Hernández García, José Luis Martínez Pérez, Elin Santiago Muñoz, Jesús Torres Castrejón, Raymundo Ibarra Valenzuela, Ángel Bravo Cisneros, Francisco Paredes Ruiz, Marta Maldonado Zepeda, Eréndira Orozco Vega, Miguel Topete Díaz, Octaviano Santiago Dionisio.

También para:Roberto, Toño (César), Gustavo, Cristina, Carolina, Arturo (El Marshall), Ricardo (Salgado), Cruz (Jacinto), Cornelio, Ariel, Artemio, Rita, Catalina, Hilda, Laura, Pablo, Óscar, Jorge, Ramiro (Romeo), Salomón, Braulio, Fidel, Carlos, Ricardo (Robles), Lorenzo, Arturo (Ramón), Jaime, Simón, Alfredo, Juanotas, Alma, Minerva, Berta, Laura (G. S.), Macrina, Chuy, Aurora, Gladys, Lula, Yolanda, Lulú, Margarita, Cuevas, África, Miguel, Abel, Emilio, Raúl, Felipe (Castellanos) Garibay, Navarrete, Panchoven, Chema (V.M. Velazco), Jesús y Elías.

Y a la memoria de Carlos Montemayor.

Índice

Agradecimientos

Prefacio

Introducción

I. Zirándaro (lugar de sirandas)

II. El Jardín de la Nueva España

III. AK–47

IV. Expediente 100/71

Epílogo. El valor del paradigma marxista

Apéndice fotográfico

Fuentes

Agradecimientos

Varios factores fueron cardinales en la elaboración del presente libro: la disposición del Dr. Ascencio Villegas Arrizón, Rector de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), por facilitar la investigación de esta obra. La intervención oportuna en la misma dirección del maestro José María Hernández Navarrete, miembro del grupo de asesores de la rectoría. El apoyo incondicional del Mtro. Justino García Téllez, director de la Unidad Académica de Filosofía y Letras (donde me desempeño como Profesor e Investigador de tiempo completo). Y la solidaridad de mis compañeros que integran la Academia de la Licenciatura en Historia. Sin su anuencia este libro difícilmente hubiera sido concluido.

Toda obra escrita es producto de una amplia variedad de participantes y muchas voluntades que aportan, y se solidarizan, conformando al lado del autor un binomio sólido e incuestionable. En estas líneas, las opiniones de aquellos con quienes compartí ideales y vicisitudes fueron fundamentales. Al no ser factible mencionar a todos los colaboradores, me tomé la libertad de nombrar tan sólo a algunos de ellos.

El Dr. Raúl Galván Leonardo, quien dispuso amablemente de su tiempo, y tuvimos una larga charla en Morelia (donde reside) referida al movimiento estudiantil popular de 1966 (aquí expuesta en “El jardín de la Nueva España”). Siendo él presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Michoacán (FEUM), tuvo una participación protagónica antes y durante el movimiento referido. Le agradezco infinitamente su aportación.

El Ing. Javier Lachino Cortés, maestro de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH) y, además, militante de izquierda de toda la vida. Abusando de su espíritu solidario le pedí que leyera la segunda parte del texto y, como buen lector, hizo precisiones importantes. Para él mi reconocimiento por su colaboración desinteresada.

Virgilio Bermúdez Núñez, paisano, amigo, pariente, hizo la primera revisión del manuscrito, una tarea ardua que realizó de manera meticulosa y eficaz. Contribuyó además haciendo sugerencias importantes, primordialmente en lo que se refiere a la primera parte del libro. Mis respetos para Virgilio. Es para mí un orgullo contar con su afecto.

Mi amiga Violeta Pino Girón quien, a pesar de lo apretado de su agenda laboral, aceptó auxiliarme revisando, corrigiendo y mecanografiando las correcciones en la totalidad del pliego. Quiero reiterarle que me honra su amistad.

El Dr. Jorge Rendón Alarcón y la Dra. Suzanne Islas Azaïs, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), de manera generosa acordaron inaugurar la empresa Contraste Editorial con Balada marina y otras historias. Reconozco a ambos su gentileza. Tengo la convicción de que este esfuerzo editorial cumplirá con éxito el propósito de contribuir en la edición de obras para proponer, debatir y difundir iniciativas favorables a la evolución política, social y cultural que México, su gente, reclama y necesita.

Prefacio

Se trata del testimonio de quien vivió y protagonizó, en primera persona, hechos políticos fundamentales en la historia del país relativos sobre todo a los años sesenta y setenta. Qué duda cabe, al respecto, de que se trata de dos décadas que incidieron poderosamente en la configuración del México de fin de siglo y de este principio del siglo XXI, sobre todo porque los hechos que tienen lugar en esos años responden a conflictos que viven el país y el mundo. Aprendimos a ver entonces que la injusticia no podía sino tener origen en un orden económico desigual, aquel que se configura en los siglos anteriores y que da lugar a un conjunto de libertades indisociables de los derechos de propiedad, como ocurre en las democracias liberales. México se encontró así en la encrucijada de una situación que parecía responder a la modernidad económica en el mundo y, por otra parte, era resultado también de nuestra propia circunstancia. Ello agravado, además, por una particular historia política y el mestizaje de una cultura en la que sigue presente un México profundo urgido de soluciones a problemas ya ancestrales.

Es bajo las anteriores condiciones que el autor, Fernando Pineda Ochoa, construye una vida fincada en el compromiso político. Su relato se inicia con los imborrables recuerdos de su niñez, de su adolescencia y de su juventud. Se trata en este caso de una historia teñida de experiencias que en efecto nos muestran los pormenores y conflictos de la provincia mexicana de la manera más honda. Van esclareciéndose así los problemas de una sociedad que se confronta consigo misma en el afán de encontrar soluciones a problemas ancestrales en medio de un orden político autoritario por su desapego a la Constitución, lo que se expresa con particular claridad en los años cincuenta y sesenta. Se trata de una sociedad que el autor llega a equiparar con Comala y Macondo, es decir, con aquellas realidades de nuestro ser social que incluso dieron lugar a una literatura única por cuanto se sitúan en lo que aquí se llama un mundo <<bárbaro y fantástico>>. La rigurosa descripción social y política que con ello se consigue no queda exenta, sin embargo, de rememorar también un medio geográfico compuesto por los profundos contrastes de nuestro sur.

En este sentido, Fernando Pineda Ochoa nos habla de la manera más convincente de la “magia zirandarense” para relatarnos así los dones de una tierra que, en la margen de dos ríos, resulta al mismo tiempo generosa y compleja. Sorprende al respecto el recuento pormenorizado que hace de sus encantos y sinsabores, de su cultura y de su folklore, de la sinuosidad de las líneas con que se configura su historia en la que, como él dice, se encuentra uno en laberintos donde fácilmente <<podemos trastabillar y perdernos en superficialidades>>. El autor insiste en haberse convertido en testigo de hechos <<insólitos e inverosímiles>> al situarse, como decimos, en los años cincuenta cuando da inicio la obra de lo que sería la presa La calera. A partir de ahí su experiencia de vida se convierte también en testimonio de un orden social y político arbitrario y discrecional y, por ello, siempre abierto al conflicto. Nos da cuenta entonces de la manera en que la sociedad zirandarense empieza a ser colonizada por el sistema político mexicano y los primeros paros y huelgas de los aprendices de proletarios que <<sorprendió y conmocionó la vida apacible de las familias del terruño>>.

Así, la memoria en la que se sitúa Zirándaro, aunque familiar, se vuelve testimonial por lo que a través de los avatares de la propia familia y de la sociedad zirandarense el autor da cuenta, también, de la historia de México y de la historia regional tanto como de la propia cultura del lugar. El relato está construido con tanta eficacia que uno no puede dejar de pensar, por ejemplo, en Pueblo en Vilo, una obra que toma como pretexto el propio lugar de origen para relatar la historia de nuestro país. De la misma y peculiar manera, la primera parte del presente libro es, además de un recuento familiar, una descripción fascinante de su lugar de origen para enfatizar entonces aquéllos rasgos constitutivos de la historia de México bajo los que se construye la particular estructura social e histórica de la región. Su juicio, al respecto, es agudo y certero para dar cuenta en este caso de las contradicciones de un régimen que -surgido de la revolución- se burocratizaba, no obstante la aquiescencia social y la obra en Tierra Caliente del expresidente Lázaro Cárdenas.

“El jardín de la Nueva España” es el título elegido por el autor para la segunda parte de esta obra. Es un título significativo porque quiere dar cuenta de unos años de juventud inmersos en los recuerdos de la formación escolar, sin duda aleccionadores pero también siempre cercanos al conflicto y al estallido social inherentes a un orden político ya plenamente establecido y para el que toda forma de discrepancia era un reto que sólo podía resolverse con la represión. Allí el autor decide su futuro político, en medio ya de las profundas contradicciones de un régimen cuyas prácticas arbitrarias y bárbaras fueron llevadas al seno mismo de las instituciones educativas, lo que sin duda contribuyó a definir el destino de toda una generación de estudiantes que no creyeron encontrar más alternativa que la insurrección ciudadana o, incluso de manera más abierta, el camino de la confrontación.

En las últimas dos partes el testimonio se vuelve memoria histórica y, como tal, indisociable ya de la realidad social del país. De allí la exigencia de volver a ese periodo en que la lucha política reconocía su razón de ser y sus demandas en abierta contraposición a un régimen de permanente autofestejo de la revolución ya burocratizada y, en consecuencia, de nulas realizaciones para afrontar los retos del desarrollo social y humano de México. Es la convicción –sustentada en lo anterior- lo que conduce a nuestro autor hasta una cañada a treinta minutos de Pyongyang en cuya base militar habría de llevarse a cabo la preparación político-militar que Fernando Pineda Ochoa juzgaba indispensable para alcanzar sus objetivos. Un relato que se entrelaza con experiencias guerrilleras semejantes que se produjeron durante esos años y que dan testimonio de las abiertas contradicciones sociales y políticas que han dado lugar a nuestra realidad actual.

¿Cómo no estar de acuerdo con el autor cuando reconoce como principio mismo de la existencia que la lucha de los oprimidos no puede ser sino una lucha permanente en tanto la libertad no sea una conquista social puesta en práctica en el orden político? Es a partir de ese principio que incluso adquiere razón de ser –como lo entendemos- el propio orden político, pues todo aquello que violente la dignidad y la libertad humanas constituye en realidad un cuestionamiento a la legitimidad del mismo. En este sentido, el orden político no puede ser sino un orden legítimo desde el punto de vista de la propia condición humana por cuanto se ve exigido a salvaguardar la libertad del hombre. Sin embargo, la lucha por la libertad lleva inevitablemente en su seno el permanente conflicto entre los fines y los medios, y el problema de nuestra época se centra fundamentalmente en esto último. Si bien el orden liberal resulta hoy abiertamente contrapuesto a la equidad y a las libertades sociales, el monopolio del poder por cualquier instancia, grupo o fuerza política las hace igualmente infructuosas. De esta manera, la lucha contra la opresión y la injusticia no puede pasar por alto las relaciones de poder y la legitimidad del sistema político. Nuestro autor ha hablado, en otro momento, de que todo ello exige la participación de los propios actores como sujetos y no como objetos de la historia. Se trata, a nuestro parecer, de una demanda profundamente radical de la época moderna, indisociable de la exigencia de un auténtico Estado de derecho como sustento de una democracia ciudadana.

Fernando Pineda Ochoa afronta también la experiencia carcelaria con un gran coraje, lo que incluso le permite discurrir sobre el sistema carcelario del país como una prolongación del propio orden político. Experiencia, por lo demás, que conforme a sus propias convicciones no se arredra para animarse en cambio, bajo tan peculiares condiciones, a impulsar su desarrollo personal a partir del acopio de lecturas y de reflexiones colectivas sobre las mismas. Todo ello afrontado con un ánimo tal que le permite encontrar y consolidar relaciones con personajes únicos y que sin duda dejaron también su huella en la cultura y la política del país. Se trata, en suma, de un testimonio que busca enriquecer y ampliar nuestra memoria colectiva. Generosa es su reflexión en este sentido, pues hoy da cuenta de esos hechos para esclarecer y matizar nuestro pasado político con el propósito de pensar el presente y actuar de una manera congruente con la enorme complejidad política del país, misma que parece no encontrar otra respuesta que el compromiso común y colectivo de los mexicanos para transformar el orden político de una manera tal que no siga impidiendo el bienestar colectivo.

Dr. Jorge Rendón Alarcón, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Introducción

Se ve fácilmente que en estos cambios sucesivos de la constitución humana hay que buscar el origen primero de las diferencias que distinguen a los hombres, los cuales, según la opinión de todos, son por naturaleza tan iguales entre sí, como lo eran los animales de cada especie antes de que diversas causas físicas introdujeran en cada una de ellas las variedades que percibimos.

J.J. Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres

Generalizando podríamos decir que las batallas por la democracia efectiva tienen hoy un profundo significado anticapitalista y su contenido alude a la liberación profunda de las colectividades y de las mujeres y hombres que han sido confiscados por mecanismos de explotación y humillación y que niegan la posibilidad de su desarrollo pleno.

Víctor Flores Olea, El debate de las dos campañas

Amigos y conocidos que por diferentes circunstancias habían leído o conocido por referencias el libro En las profundidades del MAR (El oro no llegó de Moscú), dilucidaron que esta nueva entrega sería una prolongación, un alargamiento, del texto mencionado. Recordando a Perogrullo puedo decir que sí pero no. Es cierto que el tema guerrillero sigue siendo el referente nodal, el centro de la temática. Sin embargo, la intención no es alargar el tema sino profundizarlo. Si logré el objetivo es un asunto pendiente que sólo el lector calificará.

Integro asimismo un par de reseñas. En la primera intento trazar algunas características del pueblo donde llegué al mundo, Zirándaro, y la siguiente apertura nos remite a la violencia universitaria, ligada directamente al quehacer político en la ciudad de José María Morelos y Pavón: Morelia. Además, incluyo un apéndice en el que presento una crítica al socialismo real. El contenido de lo escrito se compone en su conjunto de cinco partes.

Inicio con el apartado que lleva el nombre de “Zirándaro” y que, como dije, contiene una pincelada de mi pueblo natal. El siguiente, “El Jardín de la Nueva España”, describe un panorama del contexto universitario que permeaba en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en los años sesenta del siglo pasado. Lo anterior vinculado con lo que podrían considerarse los inicios de mi formación político-ideológica.

“AK-47” es el título de la tercera parte y está estructurada a partir de una gama de sucesos que determinan un periodo histórico tanto nacional, como internacional. Tomando como punto de partida el viaje a la República Popular Democrática de Corea, continúa con el levantamiento de la guerrilla en el México de la segunda mitad del siglo recién concluido a partir de la organización del Grupo Popular Guerrillero comandado por Arturo Gámiz y Pablo Gómez Ramírez. Siguiendo el torrente guerrillero se incluyen pasajes del entrenamiento político-militar en Corea del Norte (arribando a una concepción teórica y política referente a la preparación militar) enlazándose con las semblanzas de ciertos ejes guerrilleros rurales montados en el territorio nacional desde las coordenadas que integran el llamado Cuadrilátero de Oro, al norte del país, pasando por Guerrero y Oaxaca (se hace una referencia breve a la guerrilla hidalguense) hasta llegar a la selva chiapaneca. Sigo con la pretensión de rascar en algunos espacios de la órbita mundial y nativa, en el entendido de adquirir una mayor comprensión del fenómeno social contemporáneo. El apartado finaliza con ciertos señalamientos críticos que espero contribuyan a valorar de mejor manera los episodios aquí narrados.

La cuarta parte del presente libro es “Expediente 100/71”. Y, aquí, de modo implícito presento un tramo, una pequeña rendija de la justicia mexicana: las cárceles clandestinas, la tortura, los ajusticiamientos, la desaparición forzada (también en la sección anterior expongo señalamientos de este tipo, poniendo como ejemplo la represión de que es objeto la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, sus bases de apoyo y referencias relacionadas con otras organizaciones armadas del mismo tipo). Intento ilustrar, lo más fidedigno posible, la vida en los presidios de Lecumberri y el estreno del Reclusorio Norte. Un mes secuestrado y torturado junto con otros compañeros me lleva a detenerme para denunciar y exigir la erradicación definitiva de esta práctica brutal (junto con la de la desaparición forzada) aún aplicada en pleno siglo XXI por los cuerpos policíacos y castrenses con la complicidad de la autoridad civil. La violación de los derechos constitucionales queda exhibida en el proceso del expediente 100/71 abierto para juzgar a los miembros pertenecientes al Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Fuimos absueltos o sentenciados (según el caso) ¡siete años después! de permanecer en el presidio. También aparece un careo, en uno de los juzgados del Reclusorio Norte, con el exjefe de vigilancia del vetusto presidio porfirista, el teniente coronel Edilberto Gil Cárdenas, que muestra la prepotencia del juez hacia mí y el servilismo mostrado al castrense, así como el cinismo del mismo militar acusado de asesinato, entre otros delitos.1

Los personajes y las historias narradas son un esfuerzo para tratar de comprender mejor la vida en el presidio. No obstante, estoy convencido de que lo aquí descrito está lejos de captar vívidamente los secretos, las historias y relatos (ciertos o ficticios), las vejaciones, las arbitrariedades, el mercadeo millonario de la dirección del penal (droga, licor, prostitución etc.), las decenas de muertos (o quizás cientos, contando el transcurso de sus setenta y seis años de existencia como cárcel), personas que no volvieron a caminar por las calles de sus ciudades o poblados, prisioneros convertidos en carne de presidio. El abuso de poder manifestado principalmente en el papel criminal de las autoridades del palacio negro bien podría formar parte de la cronología perteneciente a la novela de ficción o de terror. La crujía O Poniente, donde estuvimos recluidos el grueso “de los marinos” y de la que hablo detenidamente, fue demolida y ahora ocupa su lugar un jardín. Cuando lo visité, obviamente luego de salir del Reclusorio Norte, creí estar en un panteón de recuerdos, fantasmas que me trajeron sentimientos y emociones contradictorios.

En el nuevo penal intimamos un poco más (por lo menos en lo que toca a los hacinados en la O Poniente) con el resto de los internos, lo que permitió conocer mejor a la población. Convivimos con hombres de diferente naturaleza: criminales, rateros (en todas las modalidades), drogadictos. Una verdadera fauna. La inmensa mayoría pertenecía a la esfera de los degradados, aunque no faltaban quienes pertenecían a la clase media. Personalidades heterogéneas, como un gusano cubano, ex policías corruptos, capos de las drogas (lejos de lo que ahora significa este negocio del crimen organizado) y un líder provocador de dudoso plumaje: Miguel Castro Bustos, conocido en el ámbito universitario de la UNAM. La sorpresa fue encontrarnos con un intelecto como el de Guillermo Rousset Banda (amigo y compañero de José Revueltas, Enrique González Rojo, Félix Lugo, Eduardo Lizalde, Juan José Arreola, y Rubén Bonifaz Nuño, todos intelectuales de primer orden en el México de entonces).

El contraste entre Lecumberri y el Reclusorio Norte: dos intenciones correctivas distintas, la primera terminó cancelada y la segunda abortada. El equipo de especialistas que enarbolaba la posición alternativa, encabezado por Sergio García Ramírez, Antonio Sánchez Galindo, Fernando García Cordero, Alfonso Quiroz Cuarón, maestras de educación especial, trabajadoras sociales y psicólogos, perdió la batalla. Las inercias, la corrupción, la impunidad, el desprecio a las normas jurídicas resistieron el intento de renovación y terminaron imponiéndose. Hábitos que hoy se han potenciado en todos los centros penitenciarios del país. Abandoné el último presidio junto con cinco compañeros y una compañera (interna en la cárcel de mujeres) el 8 de agosto de 1977, luego de haber transcurrido veinticuatro horas de ser indultados de los delitos políticos atribuidos y absueltos del delito de robo con violencia. El resto de nuestros compañeros salieron de Santa Marta Acatitla días después.

Respecto al “Epílogo” hay varios aspectos que es necesario precisar. La intención es presentar, ante los lectores, siete temas que desde mi criterio los militantes y simpatizantes de la izquierda del tercer milenio debemos indagar y debatir para tomar una posición política acorde con la nueva realidad que vivimos. Sin embargo, por lo “titánico” del contenido de cada uno de los siete tópicos apuntados y acosado por la premura de no seguir posponiendo la publicación del libro que estoy presentando, me vi obligado a dejar pendientes seis de los contenidos, cuyos títulos menciono en el esquema programado. De tal modo, como puede deducirse sólo expongo en estas líneas un punto: “Significado de la caída del llamado socialismo real”. Espero que en un tiempo perentorio pueda editarse el esbozo completo.

Chilpancingo, Guerrero, febrero de 2013

1 Ver, de mi autoría, En las profundidades del MAR (El oro no llegó de Moscú), Plaza y Valdés Editores, México, 2003.

I. Zirándaro, (lugar de sirandas).*

Para Almedna

Cuando el mundo era medio milenio más joven, tenían todos los sucesos formas externas mucho más pronunciadas que ahora entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distinción mayor de lo que nos parece a nosotros. Todas las experiencias de la vida conservaban ese grado de espontaneidad y ese carácter absoluto que la alegría y el dolor tienen aún hoy en el espíritu del niño. Todo conocimiento, todo acto, estaba rodeado de precisas y expresivas formas, estaba inserto en un estilo vital rígido, pero elevado. Las grandes contingencias de la vida –el nacimiento, el matrimonio, la muerte- tomaban con el sacramento respectivo el brillo de un misterio divino. Pero también los pequeños sucesos -un viaje, un trabajo, una visita- iban acompañados de mil bendiciones, ceremonias, penitencias y formalidades.

Johan Huizinga, El Otoño de la Edad Media

1.

Decir hoy en día que Zirándaro es el culo del mundo, además de tomar prestada la famosa frase de Pito Pérez quien caracterizó de esta manera a su pueblo natal Santa Clara del Cobre, Michoacán, sería una ficción y no porque filosóficamente el mundo no pueda tener culo, sino porque la globalidad hace del universo una aldea general, única. Lo cierto es que Zirándaro también es parte de esta burbuja universal y dibuja su estampa en la margen de dos ríos: el Balsas, el río grande, y el del Oro, el río chiquito. Al fondo, eterno vigía, el mítico cerro de Barrabás (igualmente conocido como cerro de la Mesa o del Campo) donde, según narran los historiadores, el general Vicente Guerrero Saldaña se atrincheró para resistir los feroces embates del ejército virreinal. Si tomamos como punto de referencia a Chilpancingo, Zirándaro es el poblado más distante de la cuenca calentana, y tomando como referencia el criterio alfabético es el noveno municipio de los que integran la región de la Tierra Caliente del estado de Guerrero. Su cultura y su historia son, no obstante, michoacanas.

En Zirándaro nací una noche del 15 de agosto después de las tormentas secas, con relámpagos y rayos donde las ceibas gimen acompañando el croar de los sapos, la estridencia de los grillos y el suspiro de los enamorados. Llegué al mundo junto con aguaceros que hacen chorrear las canalejas y cambiar el yermo paisaje de las nopaleras, espinos y mezquites de cerros y llanos (que contrastan con las fértiles huertas de sandías a orillas de los dos ríos conocidas como bajiales), por un campo verde y esperanzador donde el lomerío desparrama un olor a hierba y flores de san Nicolás. El verano, estación que hace crecer maíz, ajonjolí, sembrados por manos campesinas, también permite que brote el zacate y la incontenible charamasca, así como la majestuosa e imponente creciente de los ríos que templan el carácter de quienes habitan la ribera. Suele citarse en provincia un dicho popular: todo mundo habla bien del terruño donde nació. Puede ser un acto reflejo o una herencia cultural adherida a la conciencia reflexiva. En mi caso, se trata de ambas cosas porque conscientemente amo y valoro el lugar de las sirandas, asentado en la región de Hurio.2

Teniendo como marco el corredor adornado de macetas, una hamaca tejida con hilos de colores que invita al descanso, la quietud del naranjo envuelto entre chicozapotes y camelinas que dan sombra al patio de la amplia casa paterna (compartida con la familia de papá Manuel, hermano de mi padre, y su esposa la querida tía Lancho3) escuché consejos, observé el comportamiento de mis progenitores (¡cómo olvidar los bellos ojos verdes de mi madre recriminándome o alentándome!) y aprendí a amar y respetar a mis semejantes. Al lado de mis primos hermanos Rogelio y Queta (Rosely y Víctor Manuel nacieron ya siendo nosotros adolescentes),4 la infancia corrió ligada al calor de los días, a la tibieza de las noches estrelladas. Aquí padecí los primeros sinsabores amorosos. Las guachas5 zirandarenses son hermosas, altivas, perturbadoras, inquietantes y más…

El devenir hizo posible conocer a la maravillosa gente de Zirándaro, sus tristezas, sus festejos religiosos y mundanos. El noveno mes del año es el símbolo de esta simbiosis festiva. Procesiones del 1 al 10 de septiembre donde cada peregrino lleva una planta de maíz, cargada de tupidos elotes, que deposita devotamente en el altar de la iglesia como un acto de agradecimiento por la abundante cosecha. Lo anterior sin faltar las imprescindibles mañanitas y las peregrinaciones entre repiques de campanas, cohetes, música, cánticos, rezos y demás cultos dedicados a san Nicolás Tolentino, santo patrono del pueblo. Iniciando la segunda decena arrancan las corridas de toros (las fiestas del 10), anunciadas por moscones azulados6 que aletean y zumban como rehiletes en los patios de las casas y en las calles del pueblo bajo el centellante fulgor solar. ¡Uno que tenga novia! es el grito del caporal que desde su montura invita a algún valiente que tenga compromisos amorosos a quedar bien con la guacha “jineteando” al toro que yace derribado en medio del corral.

Las guananchas7 que acompañan a la reina de las festividades bajan de la galería para adornar al astado, dispuestas a bailar sones y gustos frente al bravo animal, acompañándolas como pareja el propio montador (aunque nunca falta un espontáneo que alterna con la agraciada dama). Dándole vuelta al ruedo, ya repartieron fruta y sonrisas prometedoras ante la algarabía de la gente que llena el tablado. Acalorados, tomando cerveza tras cerveza, observan atentos en el centro del redil al picador que, garrocha en mano, espera a que los peones de a pie pongan pretal al toro y truenen frente al babeante hocico del Tarzán, que brama retador, media docena de cohetes. Dos o tres toreros con los pantalones arrollados y las pichas8 en la mano están listos para evitar que el jinete sea alcanzado por los pitones de la bestia al levantarse. En ese momento preciso, antes del primer reparo y al unísono de la gritería, la banda de Chito entona El toro de 11.9 Luego de exhibir su destreza echando piales y manganas para tirar al toro, la gente de a caballo, en los intervalos de cada jugada (monta), florea la reata de lazar, raya jubiloso a la mitad del redondel su potro de rienda, para de inmediato lucirlo bailando y regalando a la paisanada toda una demostración de buenos montadores. Volando no muy alto, surgidas de la nada, parvadas de güilotas10 tiñen de plomo el límpido cielo robándose la tarde.

Llegado el crepúsculo, los acordes musicales emanados del saxofón de don Albino Macedo, quien dirige la orquesta, apremian a las muchachas que divertidas arriban al baile acompañadas de los padres, abuela, tías, hermanos, primos, toda la parentela a la vez, luciendo belleza y elegantes vestidos como sólo las muchachas de Zirándaro suelen hacerlo y con la consigna de no dejar pasar ninguna pieza sin bailar. En el transcurso del bullicio, parejas de bailadores de zapateado encienden el ánimo de participantes y mirones que al escuchar el redoble de la tambora de La Chira11 tocando El gusto federal gritan entusiasmados: ¡voy polla guache! (Un paisano observaba que, cuando zapateaban las guachas, sus pechos erguidos y firmes al moverse armoniosamente, de arriba abajo, parecían decir con timidez -mal disimulada agregaría yo-, ¡qué dirá la gente!, ¡qué dirá la gente!, y, cuando bailaba una señora, sus pechos al agitarse en todas direcciones gritaban ¡qué digan lo que quieran!, ¡qué digan lo que quieran!). Cercano el amanecer, un par de conocidos medio alegres van cantando el corrido de David Suazo (acompañados de Taide Damián alias El Mariachi y su inseparable tambora): mira cómo te agarraron como si fueras cualquiera, te ha puesto reata el gobierno, toro de cascalotera…

A las once de la mañana ya se hallan listos los potros y el escenario. Juan Díaz montando al brioso Tereso, propiedad de Pablo Pineda, espera impaciente la voz de arranque. Hay carreras de caballos, de las llamadas parejeras y de cintas, donde guapas madrinas premian a los triunfadores y con la emanación de su frescura innovan un medio día menos sofocante. Tres meses después, en diciembre, llega la feria de San Agustín (comunidad a kilómetro y medio de Zirándaro). Luce el anillo del palenque que presagia re- ñidas peleas de gallos, juegos de azar12 (la famosa partida de José Bermúdez, el célebre y popular Pepe La Bamba) y la pausada voz pregonera del corredor de lotería: el que le cantó a san Pedro (el gallo), el pleito de las mujeres (el pájaro), la cobija de los pobres (el sol), el que goza de dos cueros (el tambor), el que pica por el anca se le llama… el alacrán, el mundo se va acabar ¡vámonos a confesar! (el mundo), el que por su boca muere…el pescado. Todo augura una variedad de espectáculos (toritos de fuego, palo encebado…), música, bailes, canciones, borracheras y borrachos, alegatos y altercados (estas festividades no se celebraban en honor de san Agustín, los habitantes del poblado son fieles devotos de la Virgen de la Concepción y anualmente, en el último mes del año, en su honor convenían tales remembranzas). El calendario litúrgico programa una serie de festividades: las posadas (destacando las voces inconfundibles de María Mendoza, Mariquita Gaona y María García entonando villancicos), el nacimiento del niño Dios (Navidad), el Año Nuevo (en estas dos celebraciones, luego del festejo familiar y de ir al templo las familias se hacían presentes en la cancha de básquet de la escuela Riva Palacio donde se organizaba un baile popular), las pastoras, los santos reyes, el 2 de febrero y la cambiante Semana Santa (tampoco pasaba inadvertido el “día de los inocentes”, los niños pueblerinos de ese entonces en verdad que éramos candorosos, inocente palomita te dejaste engañar…).

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Todos los domingos, la cantina “Guty Bar” de Agustín Molina está a reventar y se esparcen en el aire con toda nitidez los gritos de júbilo de Mario Pineda Altamirano al escuchar el corrido de Benito Canales. Calle abajo, zigzagueante, con la camisa al hombro, Nato Bruno camina gritando: ¡ayayay, por Dios que la tierra tiembla por lo pesado que estoy, y no es porque esté pesado, sino por lo cabrón que soy! Pleitos sin consecuencias como cuando dos paisanos empezaban a alegar por cualquier cosa y no faltaba algún bromista que les gritaba: ¡al arreglo de Chaquetas cabrones! Chaquetas era el apodo de un conocido lugareño y autor del susodicho arreglo que sólo tenía un código: resolver el problema a chingadazos hasta llegar a reyertas sangrientas interminables que dejaron viudas, huérfanos, amargura, un luto perpetuo en los hogares haciendo de este drama algo terriblemente familiar. En Zirándaro quedaron registrados dos acontecimientos que dejaron huellas profundas e ilustran cabalmente las discordias y los odios entre personas de la misma sangre. En 1925 los Nava y los Pineda se enfrentaron a balazos. El resultado fue de tres jóvenes muertos: Servando Nava, por un lado, y Garibaldi y Virgilio Pineda Borja, por el otro. Luego en las fiestas de septiembre de 1962 otra balacera dejó un saldo de seis muertos; Servando García y Francisco Pineda (muerto en la riña) fueron los principales protagonistas del zafarrancho. Como una braza que quema la memoria se recuerdan las hombradas de quienes controlan el poder trasmitido por generaciones y consolidado a través del dinero, las relaciones políticas y la bendición de los curas. Muchos son mis familiares cercanos pero, ¿quiénes no son de la familia en Zirándaro? Basta observar el árbol genealógico que inició Fernando Pineda Bravo, continuó Marcelo Pineda y actualizó el arquitecto Walter Pineda para darnos cuenta de las múltiples ramas que integran la cronología familiar.13

El jolgorio, el carácter alegre de los calentanos no interrumpe las abrumadoras labores del campo. Bajo un sol severo, ante la quietud del aire y el fiero ataque de moscos y cipimos se prolongan las faenas pecuarias y agrícolas: ordeñadores y becerreros, caporales y vaqueros, peones, medieros, aparceros, comuneros, ejidatarios y pequeños propietarios realizan barbecho, siembra y cosecha, auxiliados por el arado (que arrastra una yunta de bueyes), tarecuas y demás instrumentos rústicos propios de la época. Poco tiempo después llegarán los primeros tractores. Estas jornadas simbolizan viñetas que enmarcan la reminiscencia perpetua del municipio.

La Semana Santa nunca pasa desapercibida. Las representaciones bíblicas, dirigidas y actuadas por gente del lugar poniendo a prueba sus cualidades histriónicas, escenifican la aprehensión, proceso y crucifixión de Jesucristo (acompañar el ir y venir del reo de Herodes a Pilatos y el lastimoso recorrido de las tres caídas). Como parte de estas anécdotas místicas, el popular ladrón llamado Barrabás es perseguido por soldados judíos alborotando a la guachada que corretea tras los gendarmes y el facineroso. De punta a punta recorren la vertical que traza la calle real custodiada de portales hasta llegar a la plaza principal cobijada por la sombra solemne de las ceibas, el aleteo matinal y vespertino de los zanates y la boruca de los pericos en vuelo (las presumidas cotorras y guacamayas es raro que bajen de la sierra). Finalmente, el bandido será detenido y encarcelado para pronto recibir la libertad al ser canjeado públicamente por el incomprendido redentor judío Jesús de Nazaret.

La magia zirandarense que es centenaria (mucho antes de que el fraile agustino Juan Bautista de Moya originario de Jaén, España, evangelizara a los naturales de estas hospitalarias tierras)14 hace de sus personajes y costumbres un paralelo del realismo mágico de Pedro Páramo y Cien años de soledad de Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, respectivamente. Viví este mundo a la vez bárbaro y fantástico donde se mezclan el poder celestial y el terrenal (la autoridad que da el dinero y el control político hermanado con la creencia religiosa representada por los curas, haciendo caso omiso del conocido mandato bíblico de dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios) bajo el cuidado amoroso de mis padres y una abundante parentela, quienes entretejieron para los suyos en el acontecer de esos años una niñez sana y feliz.

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Recorrer parte de la geografía de un pueblo, escudriñar sus encantos y sinsabores, los pequeños rincones de su cultura, los amplios corredores del folklore, las distintas líneas de la historia, conduce a laberintos donde fácilmente podemos trastabillar y perdernos en superficialidades. Fui testigo de hechos insólitos e inverosímiles y oí muchos relatos e historias antiguas. La memoria conduce al lente de mis ojos a los años cincuenta cuando se inició la construcción de lo que sería la presa de La Calera. La compañía Díaz Leal contratada para realizar la obra empleó asalariados de muchas localidades de la república quienes vivieron, en Zirándaro, el paraíso terrenal. Los trabajadores fuereños, sobre todo los operadores de las máquinas (claro, los ingenieros y algunos administrativos de primer nivel formaban la burbuja laboral), actuaban como un sector social por encima de los campesinos. Este estatus les permitió alternar y conquistar a las bellas muchachas del pueblo, siendo la hospitalidad calentana su mejor aliada. Los adictos a la bebida (que eran los más), tuvieron la oportunidad de ingerir el mejor mezcal del mundo, el de Zihuaquio. Sin temor a equivocarme, bien puede decirse que jamás pensaron que parte de sus fantasías llegarían a ser realidad en un poblado lejano de la Tierra Caliente.

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El general Lázaro Cárdenas, luego de terminar su mandato presidencial (la fecha exacta de sus incursiones, de manera permanente en la Cuenca del Balsas, navega perdida en el recuerdo), recorrió los polvorientos caminos y veredas convirtiéndose (sin dejar sus numerosas tareas) en benefactor de la Tierra Caliente. Fue él quien gestionó la obra mencionada como vocal ejecutivo de la Comisión del Río Balsas. ¿A qué otro personaje político de tal magnitud le hubiera interesado beneficiar a los moradores de un rincón olvidado de esta región calentana? Antes de iniciar los trabajos personalmente acudió al lugar donde quedaría asentado el perímetro del embalse, preguntó detalles e inspeccionó detenidamente el terreno. Y cuando alguien insinuó que le pondrían su nombre a la futura presa se opuso tajantemente a que así fuera.

Don Lázaro es un recuerdo perenne en la memoria de campesinos y demás capas sociales del terruño. La evocación de varios sucesos así lo atestigua. Cuando anunciaban la fecha de su arribo, las familias por iniciativa propia regaban y barrían el frente de sus casas a la par que adornaban las calles con corredizos (papel de china –de diferentes formas y colores- sujetado por un mecate extendido a la altura de la ceja del tejado y lo ancho de la calle). Asimismo, integraban comités de recepción para recibirlo y organizar fiestas en su honor: comida, mezcal, cerveza, música y zapateado donde mostraban destreza y galanura las parejas de bailadores. Una de estas designaciones (estoy hablando de 1948-1949), estuvo encabezada por Bolívar Gaona Salgado y la señorita Elizabeth Bermúdez Pineda. La gente no olvida que doña Francisca Arellano, Pachita como le decían cariñosamente, cada vez que veía a Cárdenas lo abrazaba y con la voz atiplada que le era característica decía: Guache general, aquí en Zirándaro lo queremos mucho, no nos olvide guache general. En una ocasión en que doña Francisca departía la comida al lado del ilustre huésped (lugar que regularmente ocupaba), ya en la sobremesa don Lázaro le preguntó: ¿Con quién vives Pachita?, y ésta contestó: ¡Ay guache general!, soy una mujer sola y todas las noches me acuesto con el Jesús en la boca pensando que algún ladrón entre a mi casa y robe mis pertenencias. Al instante, sin pensarlo un segundo extrajo de su cintura una pistola calibre .38 y se la regaló a Pachita Arellano. Para qué tengas con qué defenderte, le sugirió.

En otra ocasión, estando don Lázaro presente en una corrida le comentaron: el siguiente toro es muy bueno, ningún jinete hasta ahora se le ha quedado y en este momento lo va a montar Antonio Ortuño, ranchero del lugar que tiene fama bien ganada de ser un magnífico jinete. Don Toño, que ya para entonces era un hombre maduro, le dijo a Cárdenas: le dedico el toro mi general. El expresidente después de la monta lo felicitó y le obsequió un caballo. Era un potro colorado y rayado de la frente. Ortuño lo bautizó como El Recuerdo para tener presente, más que lo que valía el regalo, al personaje que lo distinguió con tan preciado obsequio.

Según estudios realizados, las tierras que pronto iban a ser irrigadas “son castaño o chesnut, chernozem o negro; estos suelos se caracterizan por tener alta proporción de sales de calcio con adecuado grado de nutrientes minerales y nitrógeno, lo cual los hace aptos para la agricultura; los estepa parire o pradera con descalcificación, se caracterizan por variados colores como café grisáceo, café rojizo y amarillo bosque, siendo propicios para la actividad ganadera”.15 El sistema hidrológico cayó como anillo al dedo a los agricultores y ganaderos del municipio.

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Dicen que por esos días Froilán Jiménez estaba sin trabajo. Ya le debía a medio mundo y como buen pueblerino afirmaba que la cosa de la presa eran puros cuentos o al menos iba pa’largo. Por ello prefirió evadir a sus acreedores marchándose del pueblo. Partió de madrugada, un día cualquiera, primero a Pungarabato (Ciudad Altamirano) para de ahí engancharse al corte de caña a Veracruz. Llegó con el sol a la primera ciudad y caminó derecho al mercado a echarse un taco. Acabando de almorzar, hacía ya buches (gárgaras) con el agua cuando escuchó una voz ronca que le preguntaba a la dueña de la fonda: oiga doña, ¿falta mucho para llegar a un chingado pueblo llamado Zirándaro? Al escuchar el nombre Froilán puso atención a la vez que advirtió que se trataba de varios hombres armados. La señora respondió: po’s dipende siñores, si train buenos carros y no se atascan llegarán en unas tres o cuatro horas. Si no, diosito sabe. El de la voz profirió algunas maldiciones diciéndoles a sus compinches: ¿Cómo la ven?, todavía le cuelga y puede ser peligroso, recuerden las denuncias en contra de los sujetos que, según dicen, tienen azorado al pueblo. Hizo una pausa y en ese momento intervino Jiménez. Disculpen señores, ¿de qué personas hablan? ¡Y a ti qué te importa cabrón!, ¿quién eres? Usted dispense amigo, soy originario de Zirándaro y conozco a toda la gente del lugar y...bueno, creo que puedo orientarlos. Está bien, ¡hable!, respondió siempre el mismo individuo. Con voz pausada Froilán inició su “delación”.

Allá en Zirándaro existen muchos elementos malos, pero son tres los más jijos de la chingada, de plano tienen azorrillados a todos los vecinos. ¡Nombres!, apremió el judicial. Miren, uno se llama Enrique Navarro, alias La Pompa. A otro le dicen El Perro, su nombre: Edmundo Macedo Rivera. El tercero responde al apelativo de Laurentino González, claro, eso de que responde es un decir porque todos lo conocen como El Caballo Prieto de don Chano, y, remató al tiempo que se santiguaba, ¡qué malos son esos hombres, señor! Les recomiendo que salgan de madrugada para que lleguen cuando apenas quiere salir el sol. A la entrada del pueblo vive La Pompa, la misma carretera los guiará, al llegar hay una curvita y saliendo de ella está la casa, ahí lo encontrarán. ¡Qué Dios los acompañe señores! Gracias amigo, respondieron en coro. Jiménez todavía alcanzó a oír que el jefe preguntaba: ¿Apuntaste todo Teodoro? El aludido movió afirmativamente la cabeza y Froilán avanzó perdiéndose entre las calles polvorientas de Altamirano.

No echaron en saco roto las recomendaciones del desconocido. Sabían que pisaban tierra minada y el temor a lo incierto aconsejaba tomar precauciones. Hicieron tiempo para luego dormir a pierna suelta varias horas y antes de que empezaran a cantar los gallos iban rumbo a Zirándaro. Vieron las primeras casas del poblado cuando el sol rayaba la pizarra de las tejas. Se bajaron del vehículo precisamente pasando la curva indicada frente a una casa de adobe. Rodearon sigilosamente la vivienda y el hombre que dormía en la hamaca abrió los ojos para encontrarse con el hocico de una retrocarga recortada. ¡No te muevas!, le espetaron enérgicamente. Párate Pompa... ¡pero qué, qué... sucede!, balbuceó Enrique y recibió como respuesta un culatazo en la boca del estómago e inmediatamente lo maniataron. ¡Camina hijo de tu puta madre, hasta aquí llegaste! Empezaron a caminar siguiendo la calle que los condujo a la arteria principal del poblado.

Eran cerca de las siete de la mañana cuando los vecinos veían asombrados cómo llevaban a Enrique amarrado con las manos atrás. ¡Dios bendito, es La Pompa!, murmuraban las mujeres que regresaban de comprar su desayuno, ¿pues qué habrá hecho este cristiano? Navarro avanzaba entre golpes e improperios propinados por los policías. La gente empezó a salir de sus casas y el murmullo de extrañeza fue creciendo. Pasaba la corporación con el detenido frente al local de doña Chucha, donde expendían bebidas embriagantes, cuando un hombre en evidente estado de ebriedad, con un vaso de mezcal en la mano, avanzó directamente hacia el grupo y al reconocer al detenido reclamó: ¡Órale, bola de cabrones! ¿Qué traen con mi compadre La Pompa? ¡Y tú quién chingados eres para reclamar, ojete! ¡Yo soy su padre: Mundo Macedo, El Perro, hijos de la chingada! Apenas terminaba de vociferar cuando un cachazo le nubló la vista e hizo que todo girara a su alrededor. Antes de que rodara por el suelo lo inmovilizaron y acto seguido lo ataron al lado del que reclamaba era su compadre. El destacamento siguió caminando por la calle central y luego de entrar al jardín de la plaza la gente, no sin asombro, veía al conjunto, murmuraba y señalaba: ¡Miren, Jesús, María y José, son Mundo y Enrique! Finalmente llegaron al Ayuntamiento (donde se hallaba la cárcel municipal) y los peligrosos reos fueron lanzados con violencia al calabozo.

Estaban cerrando la puerta de la prisión cuando arribó apresuradamente el presidente municipal. ¿Sucede algo comandante?, preguntó al tiempo que se identificaba. Le reporto la detención de dos peligrosos delincuentes y adelanto que si bien es cierto que falta otro malhechor no tardará en caer, lo prometo, dijo el tira con voz engolada, ya lo tenemos identificado, le dicen El Caballo Prieto de don Chano y... válgame Dios, señores, atajó don Albino Macedo meneando la cabeza, este par de... penitentes son Enrique Navarro, La Pompa, músico de la orquesta del pueblo, uno de los hombres más pacíficos que puede haber en la población y, el otro, Mundo Macedo El Perro, mi hermano, agregó el presidente, es borracho e insolente, pero completamente inofensivo, y El Caballo Prieto de don Chano, Laurentino González, es el mozo del ayuntamiento, amigo de todo el mundo. Se hizo un silencio. Asegura la plebe que durante mucho tiempo no se supo quién había sido el personaje que asesoró al jefe policiaco, en una de las fondas del mercado de Ciudad Altamirano, dándole santo y seña sobre aquellos tres temibles maleantes. Por cierto, para el judicial siempre fue un misterio la identidad de aquel fulano cuya información resultó un fiasco que lo llevó a hacer el ridículo y a quedar como pendejo ante los habitantes de Zirándaro.

2.

Haré una digresión contando un trozo de historia relacionada con el clan familiar en el marco del controvertido litigio presidencial de 1940 entre Manuel Ávila Camacho y Juan Andreu Almazán, tan caro a la familia por el desenlace trágico del 1 de junio de ese año, justamente un día antes del sufragio para designar al nuevo gobernador de Michoacán. Un grupo de familiares y amigos zirandarenses se desplazaron a San Juan Huetamo con la finalidad de apoyar al candidato del Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN). Recorridos los dieciocho kilómetros que separan a ambos poblados el contingente tomó en dirección a la plaza principal. Ya instalados en el lugar apareció una brigada armada de ávilacamachistas y partidarios del general Félix Ireta, candidatos a la presidencia y a la gubernatura, respectivamente, por el Partido de la Revolución Mexicana (apuntalada, sin guardar las formas, por miembros de la policía municipal) con la aviesa intención de desarmar y desalojar a los simpatizantes del partido opositor. El intento de desalojo terminó en una balacera que dejó muertos y heridos. Tres fueron las víctimas mortales de Zirándaro: Fernando Ochoa Pineda, mi abuelo materno, Ángel Pineda, primo hermano de mi abuela Modesta (esposa de Fernando) y Ramón Duarte, amigo de la dinastía. Tres lesionados de bala: uno pariente cercano, el tío Pancho Pineda, (hermano del tío Ángel), Fulgencio Bravo y Enrique Lagunas, partidarios del clan. Los contrarios, pertenecientes al municipio de Huetamo, tras la refriega recogieron un número indeterminado de cadáveres.16

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Un cuarto de siglo más tarde, siendo estudiante del Colegio de San Nicolás de Hidalgo y militante comunista, me intrigó saber por qué mis antepasados se habían involucrado en la aventura almazanista de modo tan comprometido. Me di a la tarea de hurgar en el pretérito y así me enteré de que un hermano de la abuela Modesta, Efraín Pineda Borja (papá Yico), fue el candidato a gobernador de Michoacán por parte del frente que lanzó la candidatura de Juan Andreu Almazán a la Presidencia de la República. Platiqué con parientes cercanos implicados en aquellos hechos y éste es el relato.17

A principios de la ya distante segunda década del siglo XX, finalizando el año de 1912, apareció en Zirándaro un coronel maderista preguntando por la familia Pineda Borja. Al presentarse en el domicilio indicado se identificó como Juan Pablo Pineda de la Garza, primo hermano del padre de don Aurelio (el jefe de la casa). Terminadas las presentaciones y aclarado el parentesco, la gallarda presencia, la plática fácil del recién llegado, cautivó a los inquilinos. Conocieron así los pormenores del espectáculo castrense nacional, las disputas e intrigas políticas de los civiles. La personalidad fascinante del recién llegado caló hondo en el ánimo juvenil de Marcelo y Efraín. El par de jóvenes hijos de los anfitriones soñaban con nuevos mundos y escucharon embelesados las narraciones del viejo soldado. Al día siguiente, sin perder tiempo, resolvieron pedirle al inesperado tío que los llevara consigo para encaminarlos en la búsqueda de un porvenir mejor del que podía depararles el destino zirandarense. Luego de meditar la petición, el aludido consideró que sería prudente la anuencia de los padres. Habló con ellos y el matrimonio determinó aceptar lo que pensaron era inevitable. El militar se comprometió a recibirlos en la ciudad de Morelia en un plazo no mayor de tres meses.

Para sellar el compromiso el oficial les confió a los muchachos una misión delicada: la custodia de unas armas (dos docenas de máuseres) que deberían enterrar secretamente en lugar seguro, es decir, deberían de tener a resguardo esos pertrechos (el coronel había comentado que se preveía una asonada en contra del presidente Madero) para echar mano de ellos en el momento preciso. Cercano el adiós, Juan Pablo Pineda de la Garza entregó a la familia un reloj de bolsillo que el presidente Benito Juárez García, en el lejano 1864, había obsequiado a su padre el también coronel Virgilio Pineda por sus méritos al servicio de la patria y su lealtad a la República. Se desprendía de tan valiosa prenda (invaluable por venir del personaje mencionado) porque al carecer de descendencia directa valoraba que le correspondía a don Aurelio poseerla y heredarla, cuando lo creyera oportuno, a alguno de los miembro de su numerosa prole.

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El general Cecilio García llegó a la zona calentana de donde era originario (no hay acuerdo entre los investigadores sobre el lugar preciso de su nacimiento), como edil del gobierno de Francisco I. Madero que acababa de ganar la elección presidencial en lo que serían por muchos años los primeros comicios democráticos de México. Era un hombre formal, cincuentón, viudo y las alas del amor lo llevaron al regazo de una joven zirandarense de nombre Rebeca Pineda Borja (mi tía abuela). Se enamoraron y pronto contrajeron nupcias.

Efectivamente, y como se vaticinaba, vino lo que parecía inevitable: el golpe de Estado. El brazo ejecutor tenía nombre, Victoriano Huerta. Estigmatizado con la sangre del cobarde asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, añadió además un nuevo episodio al explosivo y sorprendente siglo XX. El general calentano Cecilio García se adhirió al Plan de Guadalupe que enarboló Venustiano Carranza. El sufragio del documento político promovió la lucha en contra del usurpador e inicialmente unificó a todas las tendencias revolucionarias. Marcecelo y Efraín, los dos tíos que ya residían en la antigua Valladolid, decidieron incorporarse de inmediato al levantamiento dirigido por el llamado Barón de Cuatro Ciénagas. El par de hermanos ya eran conocidos por méritos propios, dentro del círculo civil y militar maderista, pero sin duda el parentesco político con don Cecilio (otro de los hermanos Pineda Borja, el tío Horacio –papá Racho-, emparentó doblemente al casarse con una hija del militar, producto de su primer matrimonio), consolidó sus aspiraciones políticas y los acercó al círculo del caudillo sonorense, Álvaro Obregón.

La peculiaridad de estos episodios de la revolución mexicana es conocida. Derrotado Huerta, los revolucionarios volvieron a dividirse en distintas fracciones que disputaron ferozmente la toma del poder. A la postre, los constitucionalistas (nombre oficial de la fracción precedida por don Venustiano) fueron los triunfadores al derrotar a villistas y zapatistas (organizadores y partícipes de la Convención de Aguascalientes) y pusieron punto final a la contienda armada al tomar en sus manos el control del territorio nacional. Cuando aparecieron las contradicciones en la agrupación constitucionalista, el grupo conducido por el general Obregón (el Plan de Agua Prieta, 1920) salió victorioso. Don Cecilio García y sus cuñados se la jugaron con el vencedor de Celaya y, obviamente, quedaron bien posicionados.18

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Las luchas domésticas parecen no tener fin. Adolfo de la Huerta rompe con el presidente Obregón y determina levantarse en armas. Corría el año de 1924. El general García vivía dedicado a la administración de sus ranchos (El Recodo y Los Cerritos) situados en el municipio de Zirándaro, cuando recibió la consigna del jefe del ejecutivo de apuntalar la defensa de Morelia asediada por los delahuertistas. Con don Cecilio parten el tío Horacio, mi abuelo Fernando y otros paisanos más. Ya rumbo a su destino, en el poblado de Carácuaro, Michoacán, enterados de la muerte de mi abuela paterna (María Enriqueta Altamirano) el general García envió de inmediato un propio para manifestarle su pésame a mi otro abuelo, Graciano Pineda.19