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José G. Parada

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Beschreibung

¿A qué tiempos debemos remontarnos para encontrar los orígenes de la violencia humana?¿Cuáles fueron los acontecimientos más sangrientos contra las masas? ¿Qué sucede hoy con las muertes salvajes que golpean al mundo?   José G. Parada, licenciado en Letras con más de veinte libros publicados, realiza un recorrido a través de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, genocidios, masacres, pogromos y actos terroristas más atroces de la historia.

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INTRODUCCIÓN

EL PROPÓSITO

En tiempos de cambios significativos para la humanidad se han tomado, tras bastidores, grandes decisiones tristemente desacertadas la mayoría de las veces. La violencia, justificada para el que la ejerce, si bien valiéndose de las más absurdas razones, ha servido paradójicamente de medio para que el agresor consiga sus fines, aunque el precio que pague la víctima sea el más elevado: su dignidad o su propia vida. Si hemos usado el adjetivo «grande» para referirnos a decisiones desacertadas es porque, en este libro, nos proponemos hablar de las dimensiones colosales de muchas de esas decisiones que, a lo largo de la historia de la humanidad, han infligido terror y mucho dolor a las masas a través de la violencia más hórrida y enfermiza, que ha llevado al mundo a conocer los genocidios más atroces y otros actos de barbarie en masa que han golpeado y marcado profundamente al género humano.

Con esta investigación se busca esencialmente informar y generar a la vez profundas reflexiones en el lector; limpiar los abrojos que puedan entorpecer una visión nítida de los hitos históricos más oscuros que han marcado el paso del hombre a través del tiempo; sensibilizar la fibra humana del lector o sacudir sus criterios para que no permanezca, en caso de que lo sea, indiferente ante el flagelo de la violencia contra las masas.

Nos proponemos hacer una revisión histórica de los actos de barbarie contra las masas más representativos, para lo cual remontaremos el curso de la historia hasta los días en que, guarecido en las cavernas, el hombre primitivo, por razones que poco han variado en decenas de miles de años, era presa de impulsos violentos que lo llevaban a cometer asesinatos. De esos primeros homicidios ligados tal vez a la supervivencia se dio un salto a los complejos encuentros bélicos entre pueblos que obligaron a la conformación de ejércitos cada vez más sofisticados, cuyos miembros terminarían diseminados en campos de batalla, tragados por el olvido en la desenfrenada fiebre de la dominación. La violencia se hizo más compleja y, en muchos casos, se sistematizó para ponerse al servicio de la dominación. Hubo luego pueblos que por sentirse superiores esclavizaron o, peor aún, intentaron exterminar a otros adelantando razones étnicas, religiosas o de otra naturaleza. Estos hechos han sido tan recurrentes que causan estupor, un estremecimiento incontrolable en quienes consideran que la violencia es tal vez el estadio más perverso y bajo de todos cuantos puede pisar el hombre, a las antípodas de la razón, en donde reina el sentido común y las más profundas reflexiones que aparejan al hombre con el término que de manera genérica lo caracteriza de «humano». Reflexionaremos, pues, sobre las causas, contextos, implicaciones y consecuencias de tan deplorables actos que dieron al traste con la vida de millones de personas en las circunstancias más insospechadas, sorprendentes, aterradoras. No se tratará entonces de una mera lista de actos de horror de grandes proporciones, sino de un llamado permanente a la reflexión para intentar sensibilizar al lector presente y a las generaciones futuras, para elevar nuestros niveles de conciencia a fin de que la fraternidad sea la bandera que aniquile y destierre, con sus suaves maneras, la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, especialmente la extrema en contra de las masas.

EL CONTENIDO

Esta investigación constituye un acercamiento a los grandes eventos trágicos para la humanidad provocados directamente por la mano del hombre. En este sentido será necesario puntualizar la diferencia entre los siguientes conceptos: crímenes de masa, de guerra y de lesa humanidad, genocidio, matanza, holocausto, masacre y pogromo. Algunos de ellos son de uso específico, están ligados a eventos en particular y se deben exclusivamente a contextos y momentos puntuales de la historia. Otros conceptos que sirven de marco referencial son los de violencia, guerra, poder, barbarie, civilización y progreso.

Esta investigación constituye una revisión histórica de los procesos más traumáticos para la humanidad, pero no será en sí una lista escueta de hitos, sino una profunda reflexión especialmente sobre las nefastas consecuencias acarreadas por tales procesos. Todo esto sin ánimos de ser exhaustivos ni de brindar descripciones detalladas del abundante número de eventos de los que aquí hacemos referencia. Tampoco es un catálogo de guerras; se intenta, en lo posible, huir de las listas de estos eventos. Al tratarse de sucesos significativos, se incluyen datos sorprendentes y actualizados, estadísticas y números que inducen a la reflexión. En la medida de lo posible se presentan los hechos de una manera cronológica, pero algunos eventos aparecen amalgamados por su similitud o por su naturaleza. Muy importante es considerar y poner a flote las razones de fondo que motivaron tales acontecimientos para dejar por sentado que, en la mayor parte de los casos, el basamento teórico obedece a las más descabelladas y perversas ideas de líderes desequilibrados; a las improvisadas razones para deshacerse de grupos minoritarios que fungen de chivos expiatorios de sociedades en crisis; a proyectos expansionistas y de dominación; al control de territorios; al sometimiento y la aniquilación de pueblos enteros por motivos religiosos y étnicos… Esta arista de cuestionamientos aportará suficientes pistas al lector para que se forje o complete una idea global de lo que ha significado la violencia extrema contra las masas a lo largo de la historia.

Seguimos insistiendo en que nuestro propósito es proporcionar suficientes elementos al lector para que logre formarse una idea sustentada que le permita generar reflexiones y discusiones sobre el tema de la violencia contra las masas. Subrayamos la preposición para definir de una vez por todas que no se trata de la violencia en la que las masas son victimarias, como ocurre en las manifestaciones que provocan destrozos a los bienes públicos. Eso es, a nuestro criterio, «violencia de masas». Sin embargo, ya se ha generalizado esta expresión para englobar aquellos actos donde las masas sufren el atropello brutal por parte de individuos, grupos y gobiernos. Recapitulando, en nuestro trabajo, hacemos un recuento de aquellos hechos en los que las masas son el blanco de atropelladores y victimarios que las someten, las ultrajan, les quitan su dignidad y su vida.

No fue fácil definir el derrotero por el cual se definiría la estructura del proyecto. No obstante, en líneas generales, en este trabajo se sigue en la medida de lo posible un orden cronológico pero, al mismo tiempo, se emparentan los eventos por la analogía de su naturaleza con el fin de evitar reincidencias en explicaciones. A fin de cuentas, la violencia también ha sufrido una «evolución» propia de los tiempos. Podemos citar un par de ejemplos: los campos de concentración, si bien no forman parte exclusivamente del repertorio nazi, se ubican en la casilla del siglo XX. Aunque no son la única forma de violencia contra las masas en el siglo XXI, los atentados ocupan el primer lugar en cuanto al número de incidencias, lo cual permite juntar tales hechos en tiempos recientes y verlos, en cierto modo, como un conjunto. En este sentido importa más la calidad y concisión que la cantidad y la dispersión. Fue esta la vía que decidimos tomar en aras de desarrollar un discurso más dinámico a lo largo del texto.

Entre muchísimos otros, aquí abordamos tópicos tales como: el canibalismo, los guetos, los infanticidios culturales, las penas capitales, el terrorismo internacional, los trabajos forzosos y forzados, los suicidios colectivos, la esclavitud, el terror político, el linchamiento, la persecución por homosexualidad, las guerras, los crímenes de guerra y las grandes crisis sociales, las conquistas territoriales, los campos de concentración, los campos de refugiados a raíz de conflictos armados, los abusos de los imperios en sus colonias, las ideologías del exterminio, las grandes hambrunas, la violencia racial, la violencia y los crímenes derivados de creencias religiosas, el prejuicio del otro y la venganza como justificativos de la violencia, las dictaduras y sus métodos de terror…

LO QUE NO CONTEMPLA ESTE TRABAJO

Estuvimos reflexionando sobre esta investigación desde hace varios años. Otros proyectos nos mantuvieron ocupados; sin embargo, no dejamos de investigar, colectar material y hacer lecturas que nos permitieron ir completando el puzzle de lo que debería contener este libro y, en consecuencia, de lo que debería excluir. Ya que la violencia es un tema extremadamente amplio, creímos conveniente puntualizar y definir los límites de la investigación. En tal sentido excluimos las siguientes rúbricas que darían por sí solas espacio para trabajos posteriores densos y bien documentados:

Eventos causados indirectamente por la mano del hombre, como los grandes accidentes aéreos o marítimos o los daños ecológicos de vastas proporciones.Violencia intrafamiliar y doméstica: infanticidio, sororicidio, fratricidio, parricidio, matricidio, femicidio, filicidio, mariticidio, familicidios, crímenes pasionales, violencia de género, maltrato de la pareja, violencia contra los niños y filio-parental, violencia de diverso orden contra el adolescente y el adulto mayor, violencia psicológica…El crimen y todas sus variables como actos individuales de violencia extrema.Los crímenes de lesa majestad (magnicidios).Los crímenes de honor.Asesinatos en serie.La eutanasia.El suicidio.Métodos para la perpetración de crímenes y/o suicidios: envenenamiento, ahorcamiento, duelo, alcohol y droga.La violación sexual en casos individuales.Los sistemas de reclusión individual.La violencia aleatoria o accidental: accidentes viales y aéreos, hundimiento de barcos, accidentes laborales.

CAPÍTULO 1

LA VIOLENCIA

La violencia engendra siempre violencia; quien la utiliza provoca reacciones en cadena que sabemos dónde comienzan, pero no dónde terminan y que pueden acabar incluso con la humanidad.

Eduardo de Guzmán, Nosotros los asesinos

EXORDIO

La violencia ha acompañado al hombre desde el principio de los tiempos. Parece formar parte de sus más primitivos instintos y ser una amiga fiel que sale de su somnolencia cada vez que algún evento imprevisto adereza los humores del lado oscuro de ese ser que llamamos humano.

De considerar la mítica creación relatada en la Biblia, un arrebato de furia del iniciador haría que Adán y Eva fueran expulsados del paraíso y que por lo tanto perdieran su condición de perfección, que sufrieran el dolor de la carne, que murieran y que se gestara el primer fratricidio de la humanidad, el primer acto de violencia del género humano. Pero, de entrada, dejemos de lado estas cuestiones ligadas más a una visión cosmológica o religiosa que a una posición antropológica o científica, según los aportes que pueden brindarnos hoy día la historia y la arqueología. Las evidencias hasta hoy reunidas muestran que el hombre, desde sus inicios, ha vivido tiempos calamitosos que no dejan de sorprender a quienes se cuestionan sobre la capacidad de gestión del impulso natural y el momentáneo abandono que sufre el sentido común en situaciones apremiantes, de extrema euforia, histeria o peligro. Emprenderemos, pues, un viaje de pocas ficciones y de mucho horror al pasado y presente de la humanidad, embutido de eventos trágicos en los que, como hemos de suponer, primaron la ceguera y la fuerza, en lugar de la sensatez. Insistimos: el sentido común parece ser arrebatado, en momentos cruciales, por las fuerzas del mal, de manera tal que el hombre queda desposeído de ese ingrediente que lo mantiene atado a los valores más elementales para convertirse en presa de sus propios impulsos primitivos que lo llevan a exteriorizar sus instintos de fiera indomable y violenta.

El centro de nuestro interés será el hombre, sus actos y sus circunstancias. Veremos cómo con él, en él y, especialmente por él, se han producido suficientes calamidades que dejan entrever el carácter poco racional que podría encabezar la lista de ítems para describir a este animal superior que domina la faz de la tierra desde larga data, un bípedo cuyos instintos siguen sembrando el terror varios milenios después de haber abandonado las cavernas. En este trabajo dejaremos de lado los hechos de violencia individual para centrarnos en esos acontecimientos de gran impacto que causaron un número importante de bajas como consecuencia de actos de barbarie, discriminación y atentados contra las masas.

A este punto cabe preguntarse qué es la violencia. ¿Cómo definir un hecho detestable desde muchos puntos de vista que parece aún enmarcar la condición humana? El término se aplica a las acciones de personas y grupos con un carácter desmedidamente pasional, impetuoso o colérico, que se dejan llevar fácilmente por la ira. El origen de la palabra violencia lo encontramos en el latín. El vocablo vis hace referencia a la fuerza. Para el autor Jean-Claude Chesnais, violencia se refiere a la noción de restricción, «del uso de la superioridad física sobre el otro». El autor observa que, visto así, el término parece neutro, pero que una mirada más profunda nos lleva especialmente a entender que los fines de la violencia están íntimamente ligados a un conflicto de autoridad, a la lucha por el poder y, en consecuencia, ella es aprobada o denunciada, lícita o ilícita, según normas sociales que no están claramente definidas, pero no hay términos medios, aunque haya violencias toleradas y otras aborrecidas, según la arista desde la que se las mire. Pensemos en la violencia criminal, que siempre ha sido intolerable en cuanto a que expone los valores morales fundamentales establecidos y deja a las víctimas desposeídas de todo cuanto les es esencial en su dignidad humana. Una premisa que cobra fuerza en estos días, y con mucha razón, es que la violencia no conoce edad, género, condición social, origen, nacionalidad… simplemente es violencia venga de donde venga. La Unesco ha repetido de manera insistente en el Manifiesto de Sevilla que la violencia no es «innata», sino que se aprende a lo largo de nuestra vida.

Dicho manifiesto ha permitido avanzar en la concepción de la violencia al considerarla un ejercicio de poder, ya que refuta el determinismo biológico que trata de justificar la guerra y de legitimar cualquier tipo de discriminación basada en el sexo, la raza o la clase social. La violencia es, por consiguiente, evitable y debe ser combatida en sus causas sociales (económicas, políticas y culturales).

Por ende, es incorrecto afirmar que el ser humano habría heredado de sus ancestros los animales la propensión a hacer la guerra, ya que es un fenómeno específicamente humano, producto de la cultura. De igual forma, no se puede pretender que haya sido heredado genéticamente, pues la personalidad está determinada por el entorno social y ecológico (ver Jiménez-Bautista, Francisco en la bibliografía).

Jean-Claude Chesnais señala que la violencia, en el sentido más estricto de la palabra, se refiere a la violencia física, pues es la única que se puede cuantificar y medir. Está definida por el uso material de la fuerza e implica rudeza voluntaria y muchas veces crueldad por parte del agresor, siempre en detrimento del otro. Las más de las veces esta violencia física se ve acompañada de violencia verbal. Sea como fuere, la violencia física pone en riesgo la integridad de la víctima, su vida, su salud, su libertad, su integridad corporal. El extremo, fácil de entender, se alcanza cuando el victimario siega la vida, bajo el pretexto que fuera, de la víctima, en muchos casos tras haberle infligido múltiples heridas. Otras veces, la muerte es producida de manera inmediata y sistemática. Para los efectos de este trabajo, hemos puesto especialmente nuestro catalejo sobre estos dos últimos aspectos que llevan irremediablemente a la muerte de importantes números de personas.

Hay actos de violencia que son justificados según la óptica de quien controle el poder. La violencia entonces es empleada como método coercitivo y uno de los más frecuentes es la tortura con el propósito de conseguir confesiones de enemigos del Estado, de delincuentes, etc. Un peldaño superior lo ocupa la ejecución de la víctima. El detentor del poder se concede, muchas veces por vías extraoficiales, el derecho de eliminar al que considera su enemigo de causa. Claro que en pleno siglo XXI esta práctica sigue tristemente acaeciendo cada vez que afuera el estado de derecho está en vilo, el autoritarismo cobra terreno, la democracia está en peligro o el poder olvida su sustento primario, que es la razón.

Se acusará seguramente a este trabajo de superficial, de haber excluido tal o cual masacre, de dar prioridad a unos eventos en detrimento de otros, en fin. No se puede ser exhaustivo en este tema. Las estadísticas de la Global Terrorism Database (GTD) de la Universidad de Maryland reúnen una lista de 125.000 atentados en todo el mundo perpetrados entre 1970 y 2013. Nuestra investigación no solo rebasa las fronteras del terrorismo como forma de violencia, sino que se extiende a lo largo de la historia de la humanidad hasta el presente, razón por la cual fue necesaria una selección de eventos significativos y, en otros casos, de otros que sirvieran de ilustración y referencia de alguna manifestación de violencia particular. Otra acotación necesaria está ligada a las cifras. En cuestiones de violencia contra las masas el denominador común es, sin duda alguna y matemáticamente hablando, la enorme dificultad de cuantificar el número de víctimas (muertos, heridos y desplazados). Las estimaciones son solo un reflejo aproximado de la verdad; ellas dependen de muchas variables, especialmente de quién sea la fuente de información y de la relación de esta con los hechos. Las cifras en su punto inferior suelen reflejar la versión del lado agresor, por ejemplo, las derivadas del terrorismo de Estado. Las crestas o puntos altos muestran por lo general el punto de vista de las víctimas a través de los relatos de los supervivientes, de los familiares o de las relaciones y cotejos del número de desaparecidos que teóricamente podrían también estar en la lista de víctimas mortales. Finalmente, hay cifras oficiales que son emanadas por los gobiernos o los organismos de seguridad, defensa, rescate o ayuda. Ellas sirven de referencia, pero suelen ser, en algunos casos, refutadas como las primeras según la arista desde la que se miren. Nos entristece enormemente que, a fin de cuentas, en estos eventos los seres humanos, con nuestras vivencias y sueños, nos convirtamos en simples números. Es inevitable.

CONCEPTOS DE BASE

Antes de lanzarnos a las turbulentas aguas de la violencia es necesario delimitar de la manera más sencilla posible varios conceptos íntimamente ligados a esta investigación. Estas definiciones pueden resultar limitadas según los puntos de vista, pero permitirán al lector tener una idea más clara de los enunciados más recurrentes cuando se habla de violencia contra las masas.

Un crimen de lesa humanidad es un acto cometido con la intención de causar sufrimiento como parte de un ataque sistematizado o generalizado contra la población civil. Para la ONU y la comunidad internacional se trata de uno de los cuatro crímenes de mayor trascendencia, junto al genocidio, los crímenes de guerra y la agresión, y lo juzga por lo general la Corte Penal Internacional (CPI). Puede cometerse en tiempos de guerra o de paz y no existe un límite de tiempo para denunciarlo o perseguirlo (Mencía Montoya Barreiros, El Orden Mundial).

El término se fue forjando con el paso del tiempo y gracias a la experiencia ganada en conflictos mundiales de gran magnitud. El mismo se acuñó por primera vez en los tribunales de Núremberg y Tokio tras la Segunda Guerra Mundial. En 1998, con la creación de la Corte Penal Internacional y la firma del Estatuto de Roma, se definió la lista de los crímenes de lesa humanidad: «asesinato, exterminio, esclavitud, deportación o traslado forzoso, privación de libertad fuera del derecho internacional, tortura, violación u otros crímenes sexuales, persecución por motivos discriminatorios, desaparición forzada, apartheid y otros actos considerados inhumanos». Desde entonces las resoluciones del Estatuto de Roma cobraron formalidad en el derecho internacional.

Hay tres elementos básicos que caracterizan un crimen de lesa humanidad. En primera instancia, se refiere a actos físicos graves que transgreden los derechos fundamentales de la persona. En segundo término, estos actos ocurren en el marco de un ataque sistemático o generalizado contra la población civil. De igual modo puede hablarse de crímenes de lesa humanidad si se considera la suma de casos individuales. En último lugar, es menester que el agresor sea consciente de su ataque contra la población civil y del rol que tiene en el acto. Tales hechos son el producto del cumplimiento de una política de Estado, o de una organización paralela. «A diferencia del genocidio, el crimen de lesa humanidad no requiere la intención de erradicar a un grupo. La intención de cometer los actos contra la sociedad civil es suficiente» (ibid).

Es menester señalar que los crímenes de lesa humanidad no prescriben y pueden ser denunciados y perseguidos en cualquier país.

El genocidio, según el Estatuto de Roma de 1998, consiste en cometer actos orientados a destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Es uno de los crímenes más graves según el derecho internacional. Los actos que pueden constituir genocidio son lesiones graves a la integridad física o mental, matanzas, sometimiento de las víctimas a unas condiciones que puedan destruirlas físicamente, por ejemplo, obligándolas a abandonar sus casas o negándoles el alimento. También impedir el nacimiento de miembros del grupo a través de prácticas como la esterilización forzosa o el traslado de niños a otro grupo (Isabel Sebastiá, El Orden Mundial).

El término genocidio fue acuñado por el judío polaco Raphael Lemkin en 1943 y luego empleado en uno de sus considerandos por la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948). El diccionario de la Real Academia Española señala que el genocidio es «el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política». El concepto de genocidio (y también el de masacre) incluye la idea del desdén o desprecio por el otro. En todo caso, si hay una diferencia entre genocidio y masacre es el hecho de que una masacre no forzosamente significa un acto de genocidio y que en un genocidio puede haber varias matanzas. Es tan grande el repudio hacia ese tipo de acto que el Tribunal de Núremberg sentó un precedente para castigar a los responsables del Holocausto. Hoy por hoy, el genocidio ocupa el primer lugar entre los delitos contra el género humano, aunque tristemente los responsables generalmente terminan sus días en la tranquilidad de sus mansiones, en medio de juicios y debates que toman años y que dan tiempo a que una muerte natural los sorprenda antes de recibir un castigo ejemplar.

Se entiende por masacre un asesinato masivo de personas inocentes en un corto espacio de tiempo, como consecuencia de una acción brutal y contundente cuya naturaleza puede ser espontánea o premeditada y se caracteriza por la indefensión de las víctimas.

Un asesinato masivo, asesinato en masa o matanza es el acto de asesinar a un número elevado de víctimas de manera simultánea o en un periodo corto de tiempo.

Los mayores asesinatos masivos de la historia han correspondido a intentos de exterminio, basados frecuentemente en conceptos o preceptos étnicos o religiosos, de grupos completos o comunidades de personas. En la actualidad, dichos actos suelen describirse como genocidios. Aunque algunos consideran que el genocidio puede existir donde hay una intención o plan para exterminar a un grupo en particular y que asesinar no es una condición necesaria, en contraste, un «asesinato masivo» consiste efectivamente en el asesinato de un elevado número de personas. El término «asesinato masivo» está emparentado, pues, con expresiones como genocidio y masacre y puede ser cometido por individuos aislados, grupos con ideales religiosos, políticos u otros, o incluso por el Estado en una política de terror contra sus propios ciudadanos.

Un crimen de guerra es una violación de las leyes respectivas por parte de individuos durante un conflicto bélico. Son acciones reguladas por los Convenios de Ginebra de 1949 que constituyen el pilar del derecho internacional humanitario. El Primer Convenio incluye el homicidio intencional, las torturas, la toma de rehenes, las deportaciones ilegales o la privación del derecho a un juicio justo. También se consideran crímenes de guerra la violencia sexual, la destrucción innecesaria de bienes civiles, el saqueo y el reclutamiento de menores. A diferencia del genocidio y los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra pueden ser cometidos contra combatientes o víctimas civiles. Asimismo, sus autores pueden ser tanto dirigentes estatales como actores no estatales (David Gómez, El Orden Mundial).

Aunque hubo antecedentes, en 1864 se aprobó el Primer Convenio de Ginebra, un tratado internacional pionero en la protección de las víctimas de guerra. Las primeras Conferencias de La Haya propiciaron incipientes mecanismos para que los Estados solucionaran sus diferencias de manera pacífica y prohibieron o limitaron el uso de determinados medios para la guerra. Con los Convenios de Ginebra, en 1949, se produjo un gran avance en el derecho internacional humanitario para garantizar la protección de personas que no participaban en los conflictos bélicos.

Los juicios por crímenes de guerra más célebres se llevaron a cabo después de la Segunda Guerra Mundial, en Núremberg y Tokio, contra exlíderes de la Alemania nazi y del Japón imperial. Tales juicios supusieron el nacimiento del derecho penal internacional y la tipificación de nuevos delitos, como el genocidio, y establecieron la creación de tribunales ad hoc para juzgar estos crímenes, como los de las guerras de Yugoslavia y el genocidio en Ruanda en los años noventa (David Gómez, El Orden Mundial).

El término pogromo viene del ruso погром, pogrom, y significa devastación, destrucción. No es otra cosa que el linchamiento multitudinario, premeditado o espontáneo, de un grupo particular que sea étnico, religioso o de otra naturaleza, acompañado de la destrucción de sus bienes materiales. Muy usualmente ha sido empleado para referirse a actos de violencia contra la población judía, aunque también ha sido usado en otros casos donde los judíos no han sido el blanco. El término sería acuñado por la prensa inglesa en 1882 tras la muerte del zar Alejandro II un año antes, acto que pondría en marcha la persecución de judíos en ese país, pues se los señalaría de culpables, una persecución realizada bajo la mirada indiferente de las autoridades.

La desaparición forzada es la privación de libertad (aprehensión, detención o secuestro) de una persona, seguida de la negativa a informar sobre su paradero o su situación. No se trata de una «desaparición» cualquiera, ni de un simple delito de detención ilegal o de secuestro (mediante rescate), ni tampoco hay que confundirla con el derecho de cualquier persona de marcharse de un lugar sin dar explicaciones. Los desaparecidos por este medio son privados de la libertad en contra de su voluntad, por lo general mediante el uso de la fuerza. Cabe destacar que en estos actos, de manera activa o pasiva, intervienen las autoridades públicas que ostentan una posición de garante de la seguridad de la persona detenida, postura contradictoria con su rol, pues dicha autoridad niega la detención y toda información relativa a la suerte de la persona detenida-desaparecida (Margalida Capellà i Roig, «Las “desapariciones forzadas” en España durante la guerra civil: crímenes y violaciones del derecho internacional sin castigo ni reparación», en Conflictos y protección de derechos humanos en el orden internacional, Universidad del País Vasco, Servicio Editorial, 2006.).

CAPÍTULO 2

LA VIOLENCIA EN LOS ALBORES DE LA HUMANIDAD

La violencia es el último refugio del incompetente.

Isaac Asimov

EL HOMBRE DE LAS CAVERNAS

El diario trajinar del hombre de las cavernas era un sorteo de mil obstáculos para procurarse el sustento y luchar a su vez contra sus depredadores. Nuestro ancestro corría para protegerse de las fieras que lo rodeaban y muchas veces, desprevenido en la espesura de un bosque, era devorado por bestias salvajes. Ese primitivo bípedo aprendía lentamente de sus propios errores y descubría que organizarse y trabajar en equipo era la única solución para enfrentar la superioridad de la fuerza que representaban los animales salvajes. Domesticó el fuego y elaboró los primeros utensilios para la caza y la pesca y algunas armas con las que enfrentaría de manera más efectiva al medio agreste que tenía como escenario. Su dura vida de constante sobrevivencia lo llevaba a estar casi siempre en peligro de muerte. No conocía los mecanismos que podían salvarlo de las infecciones y terminaba muriendo a temprana edad. Del mismo modo, aunque hubiera aprendido a refugiarse en las cavernas, no contaba con elementos suficientes para sortear un peligro sobre el que no tenía ni podía tener ningún control: el cambio climático. La última glaciación comenzó hace unos 115.000 años y se extendió por poco más de 100.000 años. Esa capa de hielo que cubrió buena parte del hemisferio norte permitió el paso del hombre por el estrecho de Bering hacia el continente americano. Cuando el ascenso de las temperaturas fue socavando tan imponente manto de más de 3000 metros de espesor, sobre la faz de la tierra empezaron a producirse cambios que favorecieron progresivamente la expansión y el dominio del hombre sobre el medio ambiente. Fueron siglos de dura sobrevivencia ante una naturaleza hostil. El hombre de Neandertal se esfumó, sin embargo, muy rápidamente del escenario sin que conozcamos bien las razones, para entonces dejar campo abierto a un nuevo actor: el hombre de Cromañón, reminiscencia de ese primer hombre salido del continente africano hace varios millones de años. Ambos aprendieron a lidiar con las difíciles condiciones reinantes. Cuando los hielos finalmente se desvanecieron, con su retirada cedieron paso a este mamífero que emergió casi triunfante por encima de las demás especies que pueblan el planeta.

Así empezó nuestra historia.

LA VIOLENCIA DE LOS PRIMEROS TIEMPOS

Ya desde el siglo XIX, el doctor Barthélemy Prunières y el barón Joseph de Baye pudieron, a partir de sus descubrimientos, determinar las causas de muerte de muchos individuos prehistóricos y coincidir en que la violencia fue la razón que llevó a estos hombres a perder la vida. Las observaciones realizadas en esqueletos extraídos de tumbas colectivas neolíticas permitieron constatar huellas de golpes e incisiones en puntos neurálgicos del cuerpo, especialmente causadas por flechas. El sílex, debidamente trabajado, se convirtió, pues, en la primera arma usada por el hombre. De ir más atrás en el tiempo, hacia el Paleolítico y el Mesolítico, los ejemplos de muertos por causas similares son menos frecuentes y obedecen a razones individuales y a casos bastante aislados de violencia.

No solo en la actual Francia sino en territorios que corresponden hoy día a Alemania y a Austria se han realizado hallazgos fabulosos de necrópolis —muchas de ellas parecidas a las fosas comunes de los tiempos modernos— en las que abundan restos humanos enterrados, las más de las veces, en el desorden propio de la improvisación, luego, muy seguramente, de incursiones sorpresivas de grupos violentos armados o de enfrentamientos bélicos.

6000 A. C. MASACRE DE TALHEIM

En los territorios del actual poblado de Talheim en Heilbronn (Baden-Wurtemberg), Alemania, hace ya 8000 años, a finales del período de la cultura de cerámica de bandas, 34 personas encontraron la muerte de manera violenta y fueron enterradas precaria y desordenadamente en una fosa común de medidas bastante limitadas. El descubrimiento de este sitio arqueológico fue realizado en 1983. Un viticultor de la zona, al encontrar en sus terrenos las osamentas, dio parte a las autoridades. Los expertos dedujeron que los restos encontrados correspondían a 16 niños y adolescentes, 9 hombres, 7 mujeres y 2 adultos cuyo sexo fue imposible establecer. Al menos la mitad compartía una característica en común: tenían traumas craneales abiertos y otras marcas de profundos traumatismos en el esqueleto. Los golpes, infligidos por hachas —azuelas de piedra pulida— y flechazos, resultaron mortales y arrastraron al más allá a los miembros de una pequeña comunidad, tal vez de un mismo clan familiar, sin que se hiciera distinción de sexo ni se tuviera piedad de las mujeres o de los niños (ver Beyneix, Alain en la bibliografía). Los expertos concluyen que, debido al tipo de enterramiento y al hecho de que las fracturas craneales se encuentran en la parte posterior, la masacre debió ocurrir por sorpresa mientras las víctimas dormían, en consecuencia, sin que tuvieran tiempo de defenderse. De igual forma, los que tal vez pudieron emprender la huida terminaron abatidos por la espalda a punta de flechazos certeros. El autor del artículo califica esta masacre de «ejecución metódica» y agrega que los cadáveres fueron lanzados sin orden en la fosa. Esta práctica genocida tan común en los milenios que siguieron muestra una precoz pero malsana intención de actuar con ensañamiento en contra de grupos indefensos y con el agravante del irrespeto de la vida de los más vulnerables.

Esta masacre no es sino el comienzo de una larga lista de eventos macabros que mancharon el ritmo de los pasos del hombre desde sus inicios como ser social en el seno de las primeras comunidades agrícolas, especialmente del Neolítico.

5000 A. C. HERXHEIM: VESTIGIOS DE UNA CARNICERÍA

Más de 75 sitios arqueológicos han sido identificados en el área de Herxheim, al suroeste de Alemania, donde tuvo lugar una masacre de proporciones mucho mayores hacia el año 5000 a. C. Aunque este hallazgo arqueológico realizado en 1996 difiera del citado previamente, no deja de sorprendernos especialmente por el número de víctimas implicadas. Se trata de una necrópolis en la que se encontró gran cantidad (varios centenares) de restos humanos de diferentes edades. Todo hace suponer que se trató de una carnicería humana que se extendió a lo largo de 50 años. Muchos de los esqueletos presentaban huesos fracturados por herramientas de piedra. Estudios más profundos revelaron marcas de cortes, impactos y mordidas, desmembramientos y huellas de fileteado, lo que sugiere a los expertos posibles prácticas caníbales. Los cortes sagitales y coronales del cráneo sugieren que la masa encefálica pudo ser parte del botín culinario de los atacantes. Otra evidencia que apoya esta tesis es el hecho de que numerosos huesos aparecen aplastados y masticados para extraer de ellos la médula. En el interior, en la cavidad de la médula, hay marcas de raspado. Los pobladores de Herxheim recurrían a la llamada ceremonia del segundo entierro, es decir, el emplazamiento, tiempo después de un primer entierro, de los restos o de una parte de ellos en otro lugar. En la necrópolis de Herxheim esto se pone en evidencia por la carencia de algunos huesos en la reconstitución de los esqueletos, a menos que los huesos faltantes hayan sido llevados por animales carroñeros. Estadísticamente hay una subrepresentación de algunos huesos llamados «esponjosos», como el esternón, el ilion, la rótula o la columna vertebral, lo que supone una preferencia marcada por estas zonas «blandas» por parte de los atacantes.

Las explicaciones arrojadas por una investigación francoalemana revelan que la masacre y los actos de canibalismo en Herxheim no están ligados a hechos de sobrevivencia sino a rituales bien definidos.

Tampoco se descarta la idea de sacrificios humanos. Este tipo de ritual es similar a otros encontrados en territorio francés y austríaco, y fue sucedido por un colapso de la cultura de cerámica de bandas y por ende de su sistema simbólico e ideológico. Todo conduce a pensar en una crisis general que determinó el fin estrepitoso de tal período. Hay quienes creen que Herxheim fue en su tiempo un centro religioso y político importante a donde habrían asistido, a lo largo de muchos años, individuos de comunidades distantes para celebrar rituales en los que no se descartan escenas de canibalismo con fines religiosos.

MASACRE. 13 NIÑOS TORTURADOS

Una tumba de hace 7000 años ubicada en Schöneck-Kilianstädten, en las cercanías de Fráncfort, ha desvelado que, en la Edad de Piedra, una tribu raptó a 26 personas y las sometió a todo tipo de tropelías antes de asesinarlas. El hallazgo fue realizado durante la construcción de una serie de carreteras.

Se desconocen las razones que llevaron a los perpetradores a hacer uso de la extrema violencia contra sus víctimas de la aldea.

Raptaron a individuos, entre hombres, mujeres y niños, y los sometieron a todo tipo de torturas. Los 13 pequeños que fueron secuestrados tuvieron que soportar y ver cómo los atacantes les destrozaban la cabeza a golpes, les disparaban con flechas e, incluso, les astillaban las canillas para evitar que huyeran.

Se cree que la escasez de alimentos podría haber sido la causa de masacres de esta naturaleza.

5000 A. C. SCHLETZ: ESCENARIO DE OTRA MASACRE PREHISTÓRICA

En Baja Austria, en Schletz, al norte de Viena, un evento similar se produjo durante el mismo período. Estudios llevados a cabo por científicos austríacos y alemanes reunidos en «Neolithic massacres: local skirmishes or general warfare europe?», de Eva Maria Wild y otros, determinan que «todos los individuos con evidencias de traumas fueron probablemente víctimas de un evento único: una masacre al final del período de la cultura de la cerámica de bandas lineales». Este período coincide con el paso de las actividades cinegéticas y de recolecta a la agricultura. Aunque muchos expertos concuerdan en que fue una época de relativa paz, ha logrado probarse que, al final del período, una ola de violencia cundió por todas partes, como aquí se puede evidenciar.

MASACRE EN CROACIA OCURRIDA HACE 6200 AÑOS

En 2007, en el pueblo croata de Potočani, durante la construcción de un garaje, se consiguió una fosa de 2 metros de ancho y 1 de profundidad que contenía los restos óseos de al menos 41 personas. Aunque inicialmente los arqueólogos de la Universidad de Zagreb creyeron que se trataba de restos dejados por conflictos modernos, muy pronto las evidencias los llevaron a entender que eran restos prehistóricos, no solo por los fragmentos de cerámica antigua conseguidos en el lugar, sino por la datación mediante carbono-14 que se hizo de 3 huesos humanos. Concluyeron que las víctimas pertenecían a la cultura Lasinja. Los estudios de ADN revelaron que las víctimas no tenían parentesco. Una pregunta que quedará sin resolverse será la razón por la cual estas 41 personas resultaron todas víctimas de la violencia.

A raíz de las excavaciones llevadas a cabo en el conjunto arqueológico, de acuerdo con el número de restos craneales y poscraneales, se cree que aproximadamente 200 individuos fueron depositados en una zanja, todos en posiciones extrañas, algunos boca abajo, incluso varios esqueletos estaban incompletos. Después de observarse las condiciones en las que fueron hallados los restos, tras largos estudios y comparaciones en un grupo de 67 individuos, pudo deducirse que todos habían sufrido fracturas letales en el cráneo. Una cantidad importante de huesos tenía marcas de masticación de carnívoros. El número poco significativo de mujeres en este grupo hace pensar que las lesiones traumáticas se produjeron por actos agresivos interhumanos, de acuerdo con el artículo citado anteriormente. Algunos expertos creen que las osamentas estuvieron expuestas al aire libre durante un tiempo y que luego fueron dispuestas en los fosos hasta que estos se llenaron, por lo que muchas incisiones podrían pertenecer a mordeduras animales.

3300-3000 A. C. LA SEPULTURA COLECTIVA DE SAN JUAN

Entre 1985 y 1991 se llevaron a cabo varias excavaciones en el sitio de San Juan (Laguardia, en Álava, País Vasco). En el lugar fue hallada una sepultura contentiva de al menos 289 individuos y varios objetos de piedra, armas, huesos y adornos. La constante a la que aquí hacemos referencia es que de nuevo hay varios signos de violencia causados especialmente por flechas. El sitio data de 3300-3000 a. C. La distribución por sexos nos revela que dos tercios corresponden a individuos de sexo masculino y una tercera parte a individuos femeninos. Las hipótesis no son muy concluyentes en cuanto al hecho de que estos individuos fueran o no enterrados al mismo tiempo; parece, no obstante, según estudios recientes, que se trató más bien de un «depósito acumulativo». De lo que no hay duda es que varios grupos fueron inhumados de manera simultánea, «como se desprende del estrecho contacto entre sus huesos, su entrelazamiento y, en alguna ocasión, la disposición ordenada y paralela de esqueletos contiguos», tal como sugieren los autores del artículo «La sepultura colectiva de San Juan ante Portam Latinam» (ver Vega, José Ignacio en la bibliografía). Las 58 puntas de flechas halladas en el interior de la tumba estaban, de manera casual, incrustadas en las osamentas allí depositadas. En los análisis de las osamentas con signos de violencia puede apreciarse que la mayoría de los impactos tuvo lugar en la parte posterior de las víctimas. En el artículo mencionado se indica:

Sin embargo, no se han encontrado mujeres o niños que presenten lesiones de este tipo, como cabría esperar si se tratara de una masacre más que de un enfrentamiento bélico. Algunos de los individuos debieron fallecer a consecuencia de las heridas, pero otros presentan indudables signos de regeneración ósea y, por tanto, períodos más o menos amplios de supervivencia.

Se supone que un número apreciable de víctimas recibió heridas en sus partes blandas, por lo cual no se pueden registrar huellas en los huesos. Hay casos de fracturas de cúbito producidas por golpes directos con estacas u objetos contundentes sobre la cara dorsal del antebrazo que luego cicatrizaron de manera natural. Finalmente, los expertos hallaron tres trepanaciones cuya finalidad puede emparentarse con la curación o el mundo mágico.

2150 A. C. ROAIX: UNA DE LAS PRIMERAS MASACRES EN SUELO FRANCÉS

Antes del nacimiento de la guerra y de la invención de las castas militares, por razones diversas, el hombre recurrió a la violencia individual o grupal. Durante el Neolítico, habría de ocurrir un evento casi inédito que pondría al descubierto una de las primeras masacres de la humanidad.

En los años 60 del siglo pasado se llevaron a cabo algunas exploraciones que dejaron al descubierto una fosa funeraria en el sitio llamado Crottes, en la comuna de Roaix (Vaucluse, Francia), que data del Calcolítico o tal vez de antes. En esa fosa artificial se consiguieron 35 individuos entre hombres, mujeres y niños, todos superpuestos en pilas; unos reposando sus cabezas en los pies de los otros. Algunas puntas de flechas fueron halladas en diversas partes del cuerpo, en el interior de la caja toráxica o en el sitio de las partes blandas desaparecidas (ver Beyneix, Alain). El manto en el que se han encontrado estos vestigios hace suponer a los expertos una «capa de guerra» por las condiciones en que las osamentas fueron encontradas (ver Bruno Bizot y Aurore Schmitt en la bibliografía). Una vez que los huesos fueron dispuestos se prendió sobre ellos un fuego de tal magnitud que algunos sufrieron fracturas violentas.

Roaix no es un caso aislado ni el más antiguo, como hemos visto. Hay evidencias de naturaleza similar en otros sitios arqueológicos, especialmente europeos, en los que la violencia sobre grupos es más que manifiesta. Otros descubrimientos parecidos siguen revelándonos indicios del comportamiento violento del hombre.

1300 D. C. CROW CREEK: UNA DE LAS PRIMERAS MASACRES EN AMÉRICA

En tiempos bastante recientes, hacia el año 1300 d. C., ocurrió a lo largo del río Misuri, en Dakota del Sur, un hecho bastante conmovedor por el ensañamiento con que fueron asesinados varios cientos de personas. Dos pueblos que habían sostenido algunos intercambios terminaron enfrentados, aunque no en un encuentro bélico sino en un asalto sorpresivo por parte de uno de ellos que dio al traste con la vida de todos los aldeanos del otro pueblo. Los habitantes de las llanuras centrales habían construido obras defensivas, pero en plena renovación de un foso seco alrededor de la aldea ocurrió el ataque. Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Dakota del Sur halló restos de casi medio millar de individuos muertos durante la embestida. Lo espeluznante del hecho fueron las circunstancias en que estos individuos encontraron la muerte. Salvando las distancias cronológicas y los espacios geográficos, estas víctimas mostraban también signos de mutilación ritual, en particular en el cuero cabelludo. La gama de prácticas de violencia fue extensa: extracción de lenguas, rotura de dientes, despellejamiento del cuero cabelludo, decapitación, corte de manos y pies, otras formas de desmembramiento, calcinación y extirpación de miembros. Este cuadro patético de un pueblo arrasado se completa al conocer otros detalles sobre las difíciles condiciones de vida de estos aldeanos. Estudios de osamentas revelaron signos de desnutrición, episodios truncados de crecimiento y marcas de enfrentamientos bélicos anteriores que prueban un elevado estrés por su necesidad primaria de alimentarse y una lucha constante por conseguir tierras para sus cultivos. La superpoblación del lugar habría llevado a los atacantes a «airear» los espacios para hacerlos menos competitivos para la sobrevivencia. Sin lugar a dudas, vivían una gran hambruna que obligó a la lucha intestina por el control de las tierras. Se cree que las osamentas estuvieron al aire libre durante un tiempo, pues hay marcas, además de las infligidas por armas, de animales carroñeros. No ha sido establecido quién hizo el enterramiento de estas ingentes cantidades de esqueletos humanos, huesos de caninos y otros animales confundidos entre aquellos, lo que hace pensar que los perros habrían servido de alimento a los aldeanos en esos días difíciles para procurarse alimentos.

CUANDO EL HOMBRE DECIDIÓ INVENTAR LA GUERRA

El antropólogo norteamericano Raymond C. Kelly cree que la baja densidad de población permitió al hombre en sus comienzos evitar los conflictos armados. Había necesidad de mantener un control de natalidad para privilegiar la subsistencia y evitar así la competencia por los recursos. En la medida en que se desarrollaron las técnicas y tecnologías para las actividades cinegéticas, como el propulsor, aumentaron también las probabilidades de ocurrencia de eventos violentos interhumanos. La hipótesis de Kelly explicaría la emigración del Homo erectus desde el continente africano hacia otros espacios en busca de nuevas tierras ricas en recursos para su subsistencia. Este extenso período de «paz» al que Kelly denomina «Paleolithic warlessness» y que podría traducirse como «ausencia de guerra paleolítica» abarca todo el Paleolítico y persiste hasta la llegada del Homo sapiens y sus primeras fundaciones sedentarias. Hasta el presente no se han descubierto evidencias, en cuanto al Paleolítico se refiere, de confrontaciones violentas entre grupos armados, sino casos aislados de individuos que por diversas razones encontraron la muerte de manera violenta y súbita. Ya del Epipaleolítico se tiene noticia de un hecho que podría catalogarse como la primera masacre de la historia, evento ocurrido en los espacios que hoy comparten Sudán y Egipto, en el sitio de Jebel Sahaba, descubierto en 1964 tras las acciones emprendidas para preservar los sitios arqueológicos debido a los trabajos de construcción de la represa de Asuán. De este cementerio, uno de los más antiguos del mundo, se rescataron 61 esqueletos de 13.000 años de antigüedad, de los cuales la mitad tenía evidencias de muerte por heridas violentas. En un tercio de las osamentas se encontraron proyectiles de piedra muy seguramente pertenecientes a flechas o lanzas. Los otros individuos tenían marcas de cortes en sus huesos. Razones climáticas, según los expertos, habrían sido la causa de fondo de estos actos de violencia, dado que la ola de frío de la última glaciación habría convertido a Egipto y Sudán en una tierra fría y árida. Las tierras aledañas al Nilo eran el único sitio idóneo para estar, por lo que las luchas para apoderarse de estos espacios y procurarse alimentos debieron ser cruentas. En otros cementerios se consiguieron osamentas que no muestran evidencia de violencia, de lo que pueden desprenderse dos hipótesis básicas: por un lado, los individuos de Jebel Sahaba tuvieron la mala suerte de enfrentarse a grupos violentos o, por el otro, allí solo se enterraban individuos muertos de manera violenta (ver The British Museum Blog en la bibliografía).

En 2012 se hizo un descubrimiento asombroso en Nataruk, en las cercanías del lago Turkana, en Kenia: 27 cadáveres de 10.000 años de antigüedad, de los cuales una aplastante mayoría mostraba signos de violencia, varios de ellos con heridas letales en el cráneo. Otros tenían las manos y las rodillas partidas. Se encontraron puntas de piedra y de obsidiana clavadas en los huesos y el tórax. No hubo piedad ni con las mujeres ni con los niños. Solo dos individuos no presentaban marcas de violencia, entre ellos, una mujer que estaba embarazada de 7 meses, tal vez fue amarrada y pereció junto con las otras víctimas. Su postura permite deducir que encontró la muerte con las muñecas y los tobillos atados. En esta zona dominada entonces por grupos nómadas, habrían tenido lugar enfrentamientos por el control de territorios y, como había ocurrido en Jebel Sahaba, por los recursos (ver el artículo «Una masacre hace 10.000 años habla sobre el origen de la guerra», de El País, en la bibliografía). La diferencia con los restos encontrados en Sudán es que los del lago Turkana no parecían haber sido enterrados sino abandonados tras la matanza.

Durante el Mesolítico, en varias pinturas rupestres se hicieron escenas de enfrentamientos bélicos entre grupos de arqueros. Uno de los mejores ejemplos se encuentra en la Cueva del Roure, en Morella (Castellón), cuyas escenas, de las más antiguas que se tienen sobre la guerra, representan una confrontación de arqueros. A diferencia de los mazos, las hondas y los arcos disminuían el riesgo de tener que enfrentar al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo. Elaborados con diferentes materiales, los proyectiles han sido encontrados en cantidades apreciables incrustados en los huesos de las víctimas, en especial 1320 balas de barro. Pero no solo el barro sino también el sílex y el cobre fueron empleados para producir tales proyectiles.

Mientras que en Europa todavía se vivía en las cavernas en los estertores del Neolítico, en Asia florecían civilizaciones avanzadas. Ya para la edad Calcolítica, hacia el quinto milenio antes de Cristo, había fortificaciones militares en Mersin, Anatolia. Para los arqueólogos de la Universidad de Chicago, los hallazgos realizados en sitios de Tell Hamoukar, al noreste de Siria, en las cercanías de la frontera con Irak, constituyen el escenario de la batalla más antigua de la que se tenga noticias. La hipótesis más plausible indica que la ciudad habría sido asediada por un ejército proveniente del sur de la antigua Mesopotamia en un intento por controlar el acceso a materias primas. La caída de los muros de la ciudad, de tal vez 2000 habitantes, y el desplome de los edificios permitieron conservar todo lo que estaba dentro de ellos, lo cual ha facilitado reconstituir la cotidianidad de ese lugar antes del ataque.

«Los hallazgos… apuntan entonces a que ya en esa época había estructuras militares lo suficientemente organizadas como para coordinar una expedición con centenares de hombres, con miles de municiones y con catapultas, desde distancias notables. Uruk, el centro pujante de la civilización de la Mesopotamia del sur, distaba centenares de kilómetros de Tell Hamoukar. Y aunque la expedición fuera organizada desde otro centro más cercano, en todo caso demostraría una sorprendente capacidad logística» (Andrea Rizzi, artículo «El amanecer de la guerra», de El País).

Estudios arqueológicos determinan que, a partir de descubrimientos de sepulturas colectivas neolíticas, durante la Edad de Bronce, cierto número de matanzas tuvo lugar en varias regiones de la actual Francia, especialmente en Provenza y Languedoc. Aunque no muy frecuentes, estos eventos serían el preámbulo de una de las prácticas más macabras que, desde entonces, ha acompañado al hombre: la guerra. Estas prácticas son el resultado del surgimiento de sociedades campesinas, especialmente gracias al desarrollo demográfico que impulsa a la búsqueda de nuevas tierras debido a presiones naturales para satisfacer las necesidades alimenticias, lo que obliga a procurarse nuevas tierras para el desarrollo de la agricultura. Como lo señala Alain Beyneix en su artículo dedicado a los actos de violencia en el Neolítico europeo, pocas son las bases documentales sobre las que se sustenta la supuesta «época de oro», según la cual el hombre del Neolítico habría vivido en una suerte de paraíso terrenal inmerso en una burbuja de paz, ganándose el sustento de sus recién inventadas prácticas agrícolas y de sus tradicionales métodos de colecta de alimentos. Descubrimientos a lo largo del siglo XX muestran que en la mayor parte de las necrópolis francesas de la época algunos individuos sucumbieron por razones violentas, especialmente por flechazos en áreas álgidas de su cuerpo. Es importante también recordar que no todos los caídos recibían el beneficio de un entierro según las costumbres que desarrollaron muchos pueblos primitivos; sus cuerpos permanecían, pues, al aire libre y, en consecuencia, a la merced de fieras salvajes que terminaban devorándolos. Durante este período, con la disminución considerable de la caza, hay una proliferación de flechas y puñales de sílex que no precisamente tendrían como destino las fieras salvajes y los animales de caza. Serían usados para reducir al propio hombre con el afán de confiscar los bienes que las primeras comunidades agrícolas lograban acumular o bien para disputarse el control de tierras fértiles. Para defenderse es necesario que un grupo de hombres se ocupe de las armas, así nacerán las primeras élites de guerreros. Estos grupos aportarán a sus comunidades el fruto de los botines que consiguen en sus conquistas. Con la aparición de los primeros pueblos y las pequeñas ciudades se hará común el uso de fortificaciones donde se guardan armas y se entrenan soldados. El descubrimiento de los metales enriquecerá de igual modo la variedad de armas y los implementos de guerra. La humanidad se preparaba para los grandes conflictos.

Un ejemplo ocurrido en Auvernia, en Francia, en la necrópolis de Pontcharraud, durante la transición del Neolítico antiguo al Neolítico medio, nos permite comprender mejor estos incipientes actos de violencia tal vez después de algún encuentro bélico. Los restos de 5 hombres y 2 adolescentes fueron encontrados, en su mayoría boca abajo, en una fosa común, superpuestos. Con todo, solo 1 sujeto habría sucumbido a una muerte brutal por causa de un flechazo (Alain Beyneix). En tiempos del Neolítico reciente, en Vendée, otros ejemplos de necrópolis contenían restos de individuos, tal vez adolescentes, víctimas de golpes múltiples, especialmente en el cráneo, que muy seguramente les produjeron la muerte. En otra sepultura, se constató que 3 individuos habían recibido heridas mortales con flechas al nivel del tronco.

La frecuencia de muertes violentas aumenta hacia finales del Neolítico (3500-2500 a. C.). En las tumbas colectivas, sea cual fuere su naturaleza, aparecen numerosos ejemplos de individuos que conocieron muertes súbitas ligadas a la violencia, entre las que destacan puñaladas y flechazos, en particular en la zona abdominal, la pelvis y las extremidades, pues es allí donde se ha conseguido la mayor parte de las puntas de flecha, las denticuladas especialmente, o las huellas dejadas por el arma (para ahondar sobre este tema del desarrollo de proyectiles durante el Neolítico, ver Dias-Meirinho, Marie-Hélène en la bibliografía). Los expertos consideran que, en la mayoría de los casos, la muerte se producía de manera bastante rápida, incluso por razones secundarias como daños viscerales que acarreaban complicaciones infecciosas irremediables. En otros casos, la muerte se producía por hachazos en el cráneo u otras partes importantes del cuerpo.

Las disputas entre comunidades, ya lo hemos dicho, se hacen más frecuentes en el Neolítico y, por ende, también las manifestaciones de violencia colectiva, cuyas evidencias se encuentran principalmente en las fosas comunes que dejaron muchos pueblos a lo largo del continente europeo. Tal como lo señala Alain Beyneix, es durante este período que se produce una gran evolución en la panoplia masculina, con especial atención en las armaduras de flechas, considerando especialmente que durante esa época hay una disminución drástica de la caza, lo cual supone un uso preferente del arco con fines bélicos y/o defensivos. El encontrar osamentas acompañadas de carcajes prueba que estos artefactos proliferaban para entonces, pudiéndose presumir el nacimiento de una élite guerrera.

Ya el pensador Rousseau, para quien el hombre es por naturaleza pacífico y temeroso, creía que la guerra había aparecido una vez que el hombre organizó las primeras sociedades. En efecto, ante cualquier peligro, la primera reacción de un hombre solo es huir, no así cuando está organizado y en grupo, según la situación siente legítimo derecho de defenderse o de atacar.

El núcleo de los conflictos entre las primeras comunidades agropastoriles se encuentra en el mismo desarrollo económico que estas generaron a partir de la sedentarización propia de las actividades agrícolas y de la cría de animales domésticos. La subsecuente acumulación de riquezas y la demarcación de territorios generaron un clima de violencia con propósitos bastante definidos: apoderarse de los bienes producidos por otras comunidades y expandir los límites territoriales en zonas ya domesticadas y urbanizadas, donde los nuevos ocupantes encontraran tierras fértiles y nuevos pastizales. Nada de esto hubiera sido posible sin las intervenciones violentas y forzosas. En ambos sentidos, ocupantes y ocupados, por llamar a ambos bandos de la manera más llana posible, necesitaban de una élite de atacantes y de defensores respectivamente. Para Beyneix, estas intervenciones violentas parecen ser más importantes en las sociedades desiguales. En efecto, la jerarquización social aparece en tiempos del Neolítico y concede privilegios a ciertos individuos que detentan el poder o se ocupan de las actividades menos riesgosas, como las de orden religioso o chamánico. El sometimiento de otros pueblos concede prestigio al jefe y poder a la comunidad dominante. Para esto se debe disponer de un grupo numeroso de individuos preparados para el arte de la guerra. En ellos reposan las esperanzas de expansión y dominio de la comunidad y, claro está, las necesidades obvias de defensa en caso de ser blanco de ataques externos. Hablar de la guerra propiamente dicha nos lleva entonces a sobrentender la aparición de una industria para generar el equipamiento necesario a fin de aprovisionar a la élite guerrera: vestimenta y armamento, como las espadas que aparecen en la Edad de Bronce. Con el tiempo se produce una complejización y un desarrollo del arte militar con la incorporación del caballo y de carretas y un sistema de rangos que determina una línea de mando bien precisa. El hombre está listo para las conquistas que promoverán la aparición de los primeros imperios. Egipcios, babilonios, asirios e hititas levantan grandes dominios cuyas conquistas se asientan en la guerra a través del poderío militar que poseen.

EL CANIBALISMO

En la noche de los tiempos se esconde el origen de esta práctica denominada antropofagia y que se encuentra en un segundo nivel, más allá del asesinato. En efecto, el hombre no solo se contentó con matar a sus congéneres, sino que, muy pronto, por tres razones básicas que citaremos más adelante, aprendió a comérselos. El caso de canibalismo más antiguo científicamente estudiado ocurrió en los yacimientos deAtapuerca, en un sitio conocido como la Gran Dolina (provincia de Burgos, España), y data de aproximadamente 850.000 años.

Al lado de la antropofagia que agrega carne y tejidos humanos a la dieta, encontramos la hematofagia, que incluye la sangre. Una variante de la antropofagia se da si el hombre es víctima de fieras salvajes; en este caso se hablaría de depredación. Hay, no obstante, otro tipo de animales que comen carne (humana o animal) luego de que la presa haya muerto. A tales animales se les conoce como carroñeros. En el caso específico de individuos Homo sapiens que devoran a otros humanos se habla de canibalismo. Hoy día no podemos ver esto sino como un tabú, hecho execrable a nuestros ojos por la violencia que implica. Salvo los casos individuales que aún ocurren, las evidencias sobran para demostrarnos que muchos pueblos que nos antecedieron incurrieron en esta práctica.

La primera de las razones para explicar el canibalismo es que se trata de un acto de carácter meramente alimentario, relacionado con situaciones extremas en las que el hambre arrincona y obliga a matar para asegurar la subsistencia. Es frecuente en épocas de hambruna y naufragios. La segunda razón tiene un carácter ritual y en general busca, de algún modo, generar, restablecer o fortificar vínculos entre la víctima y el victimario, sea este un miembro de la familia o un extraño. Para la tercera razón no interviene otra causa sino la simple costumbre gastronómica. Esta última variante de antropofagia ya se practicaba en Europa en tiempos prehistóricos.

Las razones del canibalismo en nuestra especie no se entienden en la sociedad actual. El canibalismo prehistórico, sin embargo, puede entenderse como estrategia que soluciona dos problemas. Por una parte, la muerte de un miembro del grupo supone una atracción indeseada de carroñeros que ponen en peligro al resto. Por otra, la comida que proporciona el cuerpo de un compañero evita arriesgar al grupo en actividades de captación de comida por caza o carroñeo en las que algún miembro del grupo puede quedar malherido al interponerse en la huida de la presa potencial o interponerse en la comida de un carnívoro más poderoso (Yolanda Fernández Jalvo, «Canibalismo: origen y fin»). Esta autora se pregunta si es válido hablar del canibalismo prehistórico como algo indeseable o miserable, o si, por el contrario, habría que considerarlo como una estrategia inteligente para sacar partido del medio agreste en el que vivía el hombre prehistórico.

Restos de prácticas caníbales nos han llegado hoy día en sitios arqueológicos en Krapina (Croacia), durante el Paleolítico medio; Marillac (Francia), Isturirits (País Vasco), Predmost (Moravia) y Placard (Francia), en el Paleolítico superior. Los hallazgos consisten básicamente en tibias y fémures humanos ricos en médula cortados intencionalmente. Otra masacre con fines antropofágicos tuvo lugar en tiempos del Neolítico, en la región del Var, en Baume-de-Fontbrégoua (Francia), en la que una docena de individuos, incluidas varias mujeres y 1 niño, consiguió la muerte antes de ser consumida por sus victimarios. También en América se realizaba esta práctica y, de hecho, el término caníbal es de origen taíno y resultó de la deformación de la palabra caribe