Bejita - Andrey Padilla - E-Book

Bejita E-Book

Andrey Padilla

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Beschreibung

Atrapada en la corte de la selva, Bejita lucha por su vida. ¿Cuál será su destino? Una pequeña oveja salvaje, llamada Bejita, se pierde en la selva y es perseguida por animales depredadores que riñen entre sí para comérsela. El caso llega a la Corte Real de la Selva, donde Leonard, el rey león, deberá decidir qué animal se comerá a Bejita.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Andrey Padilla

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

Imagen de la cubierta: Pixabay

Imágenes interiores: Pixabay y Pexels.

ISBN: 978-84-1386-520-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

A Yadeli, mi hermanita menor

y mi fiel lectora.

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco,

y me siguen, y yo les doy vida eterna;

y no perecerán jamás, ni nadie

las arrebatará de mi mano”.

Juan 10:27-28

Capítulo 1 ∞Persecución En La Oscuridad

Les contaré la historia de una tierna oveja llamada Abejita Ovej y de qué manera un día se perdió en la temible selva.

Ella era una corderita muy alegre y simpática. Pertenecía al Rebaño de Ovejas Salvajes del Oeste de la pradera y todos le decían Bejita, incluso ella misma se presentaba siempre como Bejita Ovej.

Todos los animales la conocían muy bien porque era la única corderita con lana blanca, esponjosa y suave. Las demás, tanto grandes como pequeñas, tenían lana de un color pardo y grisáceo. Bejita era la más carismática de todas las corderitas y no había ningún miembro del rebaño que no la amara por su nobleza y simpatía, pues tenía un bondadoso corazón.

«Buenos días, señor y señora Ovej, ¿cómo está Bejita?» preguntaban las ovejas vecinas al pasar cerca de los padres de Bejita.

«Anda jugando con su hermanita Lili» respondían ellos con alegría, sintiéndose muy afortunados por ser los padres de una oveja tan linda y tan amada.

Bejita saltaba como un cervatillo pequeño sobre los tiernos pastos. Todos la veían retozar y se contagiaban de su alegría; era la felicidad de sus padres y el corazón que alegraba a todas las demás manadas de la pradera.

La familia Ovej era una de las familias más conocidas y prestigiosas del Rebaño de Ovejas Salvajes del Oeste, que eran las últimas ovejas salvajes del bioma, pues todas las demás ya habían sido domesticadas por los humanos.

También formaban parte del rebaño la familia Balar, los Maná, la familia Lana ―que era la más rica de todas―, entre otras.

La comunidad de animales que convivía en armonía y pastaba en la extensa y rica pradera estaba conformada por otras manadas como antílopes, búfalos, ñus, gacelas, cebras, entre muchas otras.

Bejita se perdió en la selva una tarde cuando el disco rojo del sol estaba a punto de ocultarse y todos los animales estaban terminando de pastar. El numeroso grupo de criaturas herbívoras emprendía el camino de regreso a sus hogares ubicados en los terrenos más altos del valle cercano, lejos de depredadores nocturnos. Las ovejas iban unas tras otras, haciendo una larga fila, en dirección al oeste.

Bejita y su hermana Lili se quedaron atrás, alejándose lentamente de todo el rebaño de ovejas y de las grandes manadas de distintos animales.

Lili habló en voz baja:

―Ei, Bejita, acompáñame a hacer pis, porfis. No aguanto más, ándale, ve conmigo.

―Pero puede ser peligroso ―respondió Bejita.

―Ya sé, pero no aguanto más. Será rápido, te lo prometo ―Lili hablaba apretando los dientes.

―Está bien, vamos ―dijo Bejita como buena hermana menor.

Se apartaron de las gruesas filas y se internaron entre unos arbustos tupidos a la orilla del camino, a bastante distancia de los demás animales.

Bejita miró que Lili se ocultó detrás de unos matorrales y se internó en un espeso follaje verde de altos árboles. Mientras tanto ella esperó a la orilla del camino, junto a los arbustos.

De pronto oyó a lo lejos que Lili gritaba muy asustada:

―¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Ayuda!

Bejita, al oír los gritos, tuvo miedo y se petrificó de terror. Le comenzó a latir el corazón muy fuerte. «¡Tum! ¡Tum! ¡Tum!», se escuchaba.

Aunque era una corderita muy valiente, de pronto se sintió desesperada por no saber qué hacer. Lo peor de todo era que la oscuridad acechaba y no podía ver con claridad más allá de cinco metros.

―¡Ayuda, Bejita! ¡Ayuda, hermanita! ―se escuchaba la voz desesperada de su hermana mayor.

Entonces Bejita recobró su valor y entró a lo más espeso del bosquecillo, tratando de tomar el camino que su hermana trazara antes.

Al llegar al otro lado del espeso follaje, Bejita se dio cuenta que Lili ya no estaba; lo más preocupante era que tampoco gritaba. Bejita solo alcanzó a oír cómo que arrastraban algo por el suelo o eso creyó, por el movimiento sutil de las hojas secas.

Fue hacia la dirección del sonido, pero al acercarse al lugar ya no escuchó nada más. Siguió avanzando, diciendo el nombre de su hermana entre susurros:

―Lili. Lili. Beee. Beee.

No sabía qué rumbo llevaba ni qué dirección, pues en lo espeso del bosque ya no podía ver bien.

Entonces, después de caminar buen rato sin rumbo y de pronunciar el nombre de Lili muchas veces, Bejita cayó en cuenta de que se había hecho de noche.

Ella estaba completamente sola en medio de un bosque espeso y tenebroso, con árboles enormes y tupidos que eran negros y altos como sombras espeluznantes. Tenían la forma de monstruos que amenazaban con abalanzarse sobre ella y devorarla de un bocado.

A pesar de eso no tuvo miedo y siguió caminando despacio, sin dejar de pronunciar en voz baja el nombre de su hermana muchas veces más, pero ella no contestaba.

―¡Lili! ¡Lili! ―Y nada―. ¡Lili! ¡Lili!

Bejita se detuvo y lo único que escuchó fue su respiración agitada y cansada. De pronto guardó absoluto silencio, pues sus orejas le anunciaron que un enemigo se acercaba. Sus balidos en medio de la oscuridad habían atraído a los depredadores nocturnos.

Rodeada solo de sombras, pudo reconocer el sonido de una criatura que caminaba en derredor, acechándola; solo se oía el crujido de las hojas secas tronando bajo sus patas.

Bejita observó detenidamente a la redonda. Solo había oscuridad y presintió alarmada que unos ojos la veían desde las sombras inescrutables.

―¡Esa corderita es mía! ―dijo una voz horripilante.

―¡No, es mía! ―aseguró una segunda voz, todavía más espantosa que la primera.

Era una voz ronca, malévola y despiadada.

―¡Que no, que es mía!

―¡Grrr! ¡Grrr!

Dos criaturas oscuras comenzaron a forcejar con furia en la noche profunda. El instinto de Bejita le decía que debía correr de inmediato. El problema era que no sabía hacía dónde, pues todo era oscuro y no podía ver ningún camino conveniente.

«No importa», pensó asustada, «solo debo correr lejos de esos monstruos».

Y así lo hizo. Corrió en sentido opuesto a las criaturas de la oscuridad.

―¡Se va! ―gritó una de las figuras negruzcas.

―¡Por tu culpa, tonto…!

Hubo una agresión fuerte, pues uno de los animales emitió un gruñido y el otro un chillido. Al darse cuenta que Bejita huía, corrieron tras ella a toda prisa.

Bejita apenas podía diferenciar el tronco de un árbol del de otro. Pasaba cerca de ellos lo más rápido que podía, tratando de no chocar, sin detenerse un segundo a saber dónde venían sus depredadores.

Sus papás le habían enseñado que cuando se trata de salvar la vida solo debía correr y correr sin descansar.

«Dónde estará Lili», pensaba mientras corría con la respiración muy agitada. «¿Acaso esas criaturas se la comieron y por eso dejó de gritar?». Esta idea la asustaba mucho. Entonces corría más rápido, temiendo que a ella también se la comieran.

Pero los monstruos ya estaban muy cerca de ella, pues eran mucho más veloces y ligeros. Estos se reían porque ya daban por hecho que alcanzarían a Bejita.

―¡Qué rico banquete vamos a tener! ―decían con sus voces roncas.

De pronto Bejita miró que un animal pequeño, un poco más bajito que ella, le salió al camino y se le emparejó, corriendo a su lado.

―Ven, sígueme ―le dijo el animal desconocido.

Bejita confió en su voz, que era amable y dulce, como la de un animal tan pequeño como ella. Por eso confió y lo siguió.

Salieron de los árboles espesos y pasaron por un claro donde se veía la luna alta y clara, rodeada de relucientes estrellas. Ahí Bejita notó que el animal que seguía tenía pelaje gris y orejas triangulares: era un cachorro de lobo, pero ella no había visto antes un lobo.

Cruzaron el claro y, luego de correr un largo trecho, el lobito llevó a Bejita a un escondite, logrando así que las dos criaturas que los perseguían les perdieran el rastro.

El escondite era un tronco hueco y viejo de lo que alguna vez había sido un árbol grande y frondoso. El pequeño lobo entró por un agujero pequeño y Bejita lo siguió.

En la penumbra, con la tenue luz de la luna que entraba por la abertura alta del tronco hueco, apenas si podían distinguirse uno del otro.

―Hola, me llamo Rafita, ¿y tú? ―preguntó el lobito.

―Me llamo Bejita Ovej. Gracias por ayudarme a escapar, Rafita. ¿Qué eran esas cosas que nos perseguían a toda prisa? ―preguntó ella con la respiración agitada todavía.

―Unos animales feos y sangrones ―contestó Rafita―. Pero no perdamos nuestro tiempo hablando de ellos, mejor dime, ¿eres una oveja de verdad? ―Al hacer esta pregunta, Rafita comenzó a rodear a Bejita, olfateándola con su húmedo hocico.

―Sí, soy una corderita ―dijo ella con orgullo y sacó el pecho―. De las corderitas del Rebaño de Ovejas Salvajes del Oeste de la pradera ―dio este dato porque sus padres le habían enseñado que si se perdía, entonces debía decir su nombre completo y el rebaño al que pertenecía―. ¿Tú qué tipo de animal eres? ¿Eres lo que llaman un chacal?

―No ―dijo de inmediato el lobito, como si no le gustara aquella idea―, claro que no. Pero no importa qué tipo de animal soy, lo que importa es que soy tu amigo ―contestó. Y en voz baja, para sí mismo, dijo: «Mi mamá dice que no debo hablar con las presas».

―¿Cómo? ―interrumpió Bejita―. ¿Qué es una presa? ¿Por qué tu mamá te dice que no debes hablar con las presas?

―No, no es nada ―respondió Rafita nervioso por sentirse descubierto―, no me hagas caso. Aunque, bueno, dicen que una presa es un lugar donde se reúne mucha agua.

―¿Y por qué no debes hablar con una presa? ―preguntó de nuevo Bejita, insistiendo.

―¿Eh? ―Rafita hacía como que no entendía.

Buscaba qué respuesta inventar para salir de aquella situación, pues no imaginó que la corderita tuviera tan buen oído. Debía dejar de andar hablando en voz baja sus pensamientos secretos.

―En realidad no quise decir eso ―aclaró, mintiendo―. Solo dije que no se puede hablar con las presas porque ya sabes, están llenas de agua y no pueden hablar. Es una locura solo imaginarlo ―y se rio como tonto, pero Bejita no se rio.

Rafita cambió de tema.

―Mira, puedes dormir aquí, estamos a salvo. Mañana buscaremos a tu familia en el rebaño salvaje… del oeste de… las ovejas.

Bejita notó que el lobito había dicho mal el nombre de su comunidad, pero no le refirió nada al respecto.

―Gracias, Rafita, por cuidarme y ayudarme. Y por ser tan bueno conmigo.

―No hay nada que agradecer, rica cena, digo, querida ovejita.

Bejita ya no respondió y se echó sobre el lecho de hierba seca que Rafita le había indicado y cerró de inmediato los ojos, pues se sentía agotada.

Un rato después, Rafita, creyendo que Bejita estaba dormida, se acercó a ella y le comenzó a besar la suave lana. Pero no eran besos amistosos, eran más bien mordidas: ¡se la quería comer!

―¿Qué te pasa, por qué me muerdes? ―reaccionó Bejita, enfadada.

―Lo siento, lo siento —dijo Rafita muy nervioso―. No-no sé qué me pasó. Si-sigue durmiendo ―y se alejó lamentándose.

Bejita no le creyó, pero aun así cerró los ojos.

Se estaba quedando dormida cuando, inesperadamente, sintió unos dientes filosos y pequeños que se enterraban en su piel, justo en el cuello. De un salto se puso de pie y gritó molesta:

―¡Tú me quieres comer! ―enfrentó a Rafita en tono agresivo.

―No, no ―respondió titubeante el lobezno―. Tu-tuve un sueño extraño. Es-estaba sonámbulo, pero mira, ya desperté; perdón, perdón ―dijo Rafita lloriqueando―. Mañana tenemos que ir con tu familia, te prometo que no te haré daño. Vue-vuelve a dormir, po-por favor. Co-confía en mí.

El lobito temía que por sus arrebatos hambrientos Bejita se le fuera a escapar y por eso hablaba cortado.

Ella hizo como que le creyó otra vez y fingió que dormía, pero estuvo alerta. Se quedó haciendo guardia por temor a que su falso adyuvante la atacara nuevamente. Por eso se dio cuenta cuando el pequeño lobo se quedó dormido.

En la madrugada, poco antes de que rayara el alba, escuchó que Rafita hablaba dormido.

«Sí, todos sabrán que soy el mejor lobo cazador de la selva. Ella será mi primera presa. Y la cazaré yo solito. Nos iremos por el lado de las piedras grandes para que ningún otro animal me la quiera quitar. Luego la llevaré hasta el arroyo que se dirige al río Tenebrosucio; enseguida, sin que se dé cuenta, la morderé en el cuello hasta que se desangre completamente; después la llevaré arrastrando hasta la guarida de mamá. Nadie sabrá que no la cacé realmente. ¡Se ve tan deliciosa! Seguramente su carne es muy blandita, como a mí me gusta. Ya me la quiero comer. Ay, yo nunca he comido corderita…»

Luego siguió hablando, pero Bejita ya no pudo entender más, pues lo hacía en forma de cuchicheos y en voz muy baja.

Ella supo que debía planear cómo escapar, pues aquel animalejo que parecía confiable en realidad también se la quería comer, engañándola con mentiras que ni él mismo se creía.

Todavía estaba oscuro y Bejita imaginaba que los monstruos que la habían perseguido durante la noche aún estaban al acecho esperando a que ella saliera de su escondite. Pensaba que a su hermana Lili ya se la habían comido y eso la llenaba de tristeza.

Tenía ante sí una disyuntiva: por un lado, si se quedaba, aquel animal pequeño, que se había dicho su amigo, la traicionaría durante el transcurso de esa mañana; por otro lado, si escapaba en ese momento, era muy seguro que otro animal la atrapara y se la comiera enseguida.

Entonces debía elegir entre arriesgarse a ser devorada huyendo en ese momento o quedarse con el falso amigo para ganar tiempo y elaborar un buen plan para escapar.

Eligió ganar tiempo y ya no pudo dormir más.

Capítulo 2 ∞Una Oveja Entre Lobos

En cuanto el astro rey anunció el alba y hubo claridad, Bejita despertó al lobito que roncaba plácidamente.

―Rafita, Rafita ―le dijo a viva voz―, debemos irnos ya.

Había luz, pero no estaba completamente amanecido.

«No, no escapará…» dijo Rafita y despertó sobresaltado, como si hubiera tenido una pesadilla.

Se puso de pie de inmediato y al ver que Bejita todavía permanecía a su lado, pareció aliviado.

Rafita se acercó a la que imaginaba su futura víctima y su próximo desayuno y le dijo:

―Nos iremos por un lugar seguro. Debemos evitar un río llamado Tenebrosucio, ya que allí los cocodrilos les han quitado la vida a muchos animales.

―De acuerdo, hay que ponernos en marcha entonces ―sugirió Bejita.

―Sí, por supuesto. Pero también hay que evitar otro lugar terrible conocido como el Pozo Negro. Ahí vive un monstruo que devora a todos los animales que pasan cerca ―Rafita hablaba como si se tratara del ser más horrendo del mundo.

Bejita ya no confiaba mucho en el lobito, pero aceptó seguirlo por temor a que pudiera ser verdad lo que decía. Mientras no le atascara los colmillos en el cuello todo iría bien, pero procuraría siempre ir a sus espaldas, jamás adelante. Ya buscaría la oportunidad de escapar en alguna parte del camino.

Se pusieron en marcha y Rafita iba indicando la dirección. Caminaron bastante rato por entre los troncos de los árboles más viejos del bosque. Bejita tenía la sensación y casi la certeza de que aquel pequeño depredador la estaba alejando cada vez más de su hogar.

Rafita iba adelante y corría de un tronco a otro. Luego le hacía una seña a Bejita para que lo imitara. Ella obedecía.

Después de hacer esta acción repetidas veces, llegaron a una zona con menos árboles, donde abundaban piedras muy grandes, algunas gordas y chaparras, otras altas y flacas. Entre ellas había altos matorrales y arbustos, pero el lugar era más bien un espacio al aire libre, por la escasez de árboles.

Antes de entrar a esa zona pedregosa, Bejita y el lobito se estacionaron en una rama caída de encina que los cubría muy bien.

Rafita dijo susurrando:

―Ahora haremos lo mismo que antes, yo iré hasta una piedra y cuando vea que no hay peligro, te haré una seña para que avances hasta donde yo estoy.

―De acuerdo ―decía Bejita moviendo la cabeza afirmativamente.

Aquella estratagema del lobito podría generar la sensación de que estaba protegiendo a Bejita, y así era; sin embargo, lo hacía no porque temiera que otros animales la fueran a descubrir, sino porque quería llevarla sana y salva hasta el arroyuelo cercano a la guarida de su madre y ahí atacarla sin compasión.

Por eso cuidaba a Bejita, no porque realmente la estimara, sino porque la quería cazar y presumir ante los demás lobos.

Rafita estaba a punto de salir de la rama de encina y correr hacia una piedra gorda cuando escuchó unas voces maléficas que provenía de unas piedras no muy lejanas.

Bejita identificó las voces de inmediato: ¡eran las criaturas que la habían perseguido la noche anterior! Pero ya no discutían, sino que conversaban con una tercera voz:

―¿Cuál secreto? ―preguntaba la voz nueva, que era muy aguda y ridícula.

―Un secreto que no podemos decirte, Casimiro ―respondió una de las voces malévolas de la noche anterior.

―¿Por qué no, Roffo? Yo sé guardar secretos. Tú y Ruffo lo saben bien.

De las dos voces, Bejita escuchó que la más espantosa y ronca tomó la palabra y se dirigió al que tenía la voz menos horrible y le dijo en voz baja:

―Ven, hablemos a solas.

Se alejaron del otro animal y conversaron en cuchicheos.

Rafita y Bejita no entendieron lo que dijeron porque lo hicieron entre murmullos. Luego regresaron a donde estaba el que se llamaba Casimiro.

El animal de la voz más ronca y horrenda, que al parecer se llamaba Ruffo, dijo con su acostumbrada voz malhumorada:

―Hemos decidido decirte el secreto, siempre y cuando nos hagas un favor.

Casimiro respondió:

―¿Y yo qué gano haciéndoles ese favor?

―¿Cómo que qué? Pues saber cuál es el secreto, tonto ―dijo Ruffo.

Casimiro parecía considerar.

―Me parece justo ―replicó―. A ver, ¿cuál es el favor que quieren que haga a cambio del secreto?

―Que nos ayudes a hacer algo ―respondió Ruffo.

―¿Qué cosa?

―Si te decimos, sabrás cuál es el secreto.

―Y si no me dicen, no lo sabré ―respondió Casimiro.

―Él tiene razón, Ruffo ―agregó Roffo como si hubiera descubierto una gran verdad.

―Sí, pero tiene que prometer que hará lo que le digamos sin pedirnos nada más a cambio, pues su recompensa será saber cuál es el secreto.

―Está bien, lo prometo ―dijo Casimiro, que al parecer era muy curioso y le gustaba enterarse de todo.

―Y si no cumples tu promesa, que te caiga un rayo cuando estés volando en lo alto de los cielos ―sentenció enérgico Ruffo.

―¡Si no cumplo, que me caiga un rayo cuando esté volando en lo alto de los cielos! ―rezó Casimiro en el mismo tono.

―Dicho esto, te diremos el secreto ―anunció Ruffo―. Es este: anoche nosotros dos encontramos una corderita salvaje perdida en la zona del Bosque Espeso, estaba solita en medio de la oscuridad. Cuando nos descubrió por culpa de este tonto… ―Y al decir «tonto» se escuchó el gemido que dio Roffo por el golpe que le asestó Ruffo en alguna parte de su cuerpo.

―¡Ay! ―se quejó Roffo―. También fue culpa tuya, Ruffo, pues te la querías comer tú solo y lo justo…

―Cállate ―interrumpió Ruffo―, yo estoy contando lo que pasó, no tú… Como te decía, Casimiro, si no hubiera sido por este bueno para nada, que además es un tonto ―al parecer le gustaba mucho decir esa palabra―, anoche nos hubiéramos comido a la corderita de la que te hablo. Pero escapó corriendo a toda prisa entre los troncos de los árboles. Después, cuando llegamos a un claro donde se veía la luna plateada le perdimos la pista por completo. La hemos estado buscando por toda la zona, rastreándola con nuestros olfatos, pero no la hemos hallado, aunque estamos seguros de que no debe estar muy lejos. Ese es el secreto. Ahora te diré el favor que nos prometiste hacer por revelártelo.

―A ver, dime qué favor es ―preguntó Casimiro.

―Es muy sencillo: debes ayudarnos a encontrar a la corderita, vigilando con tus ojos desde los altos aires y, cuando la veas y sepas el lugar de su ubicación, nos deberás decir dónde está para ir por ella. Recuerda que si no nos ayudas, entonces te caerá un rayo cuando estés volando en lo alto de los cielos.

Casimiro respondió:

―Yo cumplo mi palabra y haré lo que prometí, aunque no sé si pudiera pedir un poquito de los huesos o la cabeza de la corderita, digo, ya que esté muerta y echada a perder ―dijo como si fuera cualquier cosa, acostumbrado a expresarse de esa manera.

―Luego hablamos de eso. A volar ―ordenó Ruffo, imperativo.

―Nos vemos, muchachos ―contestó Casimiro.

Bejita y Rafita miraron que un buitre negro de buche rojo subía por los aires trazando círculos, mirando con un solo ojo hacia abajo, como si buscara minuciosamente algún animal en movimiento.

Rafita le dijo a Bejita en voz muy baja:

―No te vayas a mover ni un poquito. Esos pajarracos son capaces de mirar hasta una pulga.

Bejita obedeció y se mantuvo quietecita debajo de la rama de encina que ahora les servía de parapeto.

Luego de que el buitre estuviera sobrevolando la zona un buen rato, Rafita y Bejita vieron que bajaba aleteando y aterrizaba sobre unas piedras, hablando al mismo tiempo:

―No hay nada sobre la corderita blanca en estos parajes, iré a la zona del río Tenebrosucio y al Bosque Espeso, tal vez esté por allá.

―Date prisa y habla menos ―ordenó Ruffo.

Bejita y Rafita nuevamente vieron a Casimiro subir y perderse en el aire como un punto negro que se aleja hasta desaparecer.

Los otros dos animales comenzaron a caminar. Bejita y Rafita pudieron verlos claramente: eran dos lobos.

Tenían pelaje grueso y de un color gris oscuro. Sus patas eran largas y peludas. Se veían desnutridos. Ambos estaban flacos porque eran unos lobos fracasados en la caza y vivían de puro milagro, buscando alimentarse sin el menor esfuerzo. Comían insectos, bichos y anfibios, incluso tierra por tal de no cazar. Eran unos haraganes.

Lo malo de que hubieran comenzado a caminar es que lo hicieron en dirección a la encina caída donde estaban la oveja y el lobito. Bejita notó que los dos animales grises se parecían mucho a Rafita y su confianza disminuyó a cero.

―No te muevas ―le dijo Rafita en voz muy baja, asustado por ver que aquellos dos animales se acercaban a ellos y él no podía evitarlo.

Los dos lobos grandes conversaban:

―¿Hueles lo mismo que yo? ―preguntó Ruffo a Roffo, olisqueando el aire con los ojos cerrados.

―Sí, ese rico olor otra vez, el de anoche: carne fresca y blandita de corderita.

Ambos animales se relamían el hocico húmedo y lo levantaban tanto como podían, como si eso pudiera evitar que el olor escapara.

Las hojas de encina que protegían a Rafita y Bejita eran grandes y tupidas, pero no tenían un olor capaz de apagar el que emanaba de Bejita.

El agudo olfato de los dos lobos negruzcos los conducía hacia la rama caída de encina.

―Es por aquí ―dijo Roffo animado, y caminó hacia el escondite improvisado de la ovejita y el lobito.

―Cuando yo te diga, corres ―le dijo susurrando Rafita a Bejita.

A ella le latía muy fuerte el corazón en ese momento y sentía que se le iba a salir del pecho, como en la noche anterior.

Entonces Rafita salió de su escondite envalentonado, dispuesto a defender a la corderita que consideraba de su propiedad.

Bejita no dejó de verlo mientras él avanzaba hacia los lobos grises. Notó que Rafita, mientras caminaba, se iba orinando. Pensó que el pobre lobito, aunque era un traidor, estaba tan lleno de miedo como ella. Pero Rafita no se había orinado de miedo, sino por otra razón.

―Hola, queridos tíos ―dijo Rafita y Bejita se sorprendió.

El olor a orines del lobito llegó al olfato de los lobos escuálidos y ya no percibieron el aroma de Bejita.

―Rafita, sobrino, qué hacías metido en ese lugar ―preguntó Ruffo, sorprendido y arrugando el hocico.

El pequeño lobo era astuto y respondió:

―¿Cuál lugar? Ah, sí. Bueno, es que acabo de terminar de comerme una sabrosa corderita que cacé esta mañana. Estaba muy rica, pero ya me la terminé y no quedó ningún pedacito siquiera.

―¿Qué estás diciendo? ―reaccionó Ruffo molesto, pero fingiendo sorpresa―. ¿Tú, un lobezno de solo meses, cazador de una corderita? No lo puedo creer ―las palabras de su sobrino despertaron su mal humor.

Roffo también quiso comentar:

―¿Dónde estaba ese manjarsote? ¿Cómo fue que la encontraste? ―preguntó efusivamente, alterado por la noticia de que la corderita que estaban buscando ya había sido comida por otro animal.

Rafita ponía a trabajar su mente tan veloz como podía. Tenía que decir algo que pudiera convencerlos y evitar que se acercaran a la rama de encina. Recurrió a la invención y sus dotes actorales.

―Este, pues… Estaba herida, como que se había caído y tenía la cabeza toda bañada de sangre… Luego… Em… Lue… Me-me di cuenta que era mi mañana de suerte, así que… Solo le atasqué los colmillos en la garganta y se… Se desangró por completo… Em… Luego… Luego la jalé con mis fuertes dientes hacia donde había más monte y… Ahí… Pues ahí me la comí despacito, sin hacer ruidos… Para no llamar la atención y así nadie me la fuera a quitar.

»Ay, era muy pequeñita y ya saben que yo soy muy tragón, así que no me duró mucho el gusto… Allá se quedaron algunos huesos, muy cerca de los árboles tupidos que están entre la selva y el Bosque Espeso… Hace rato miré a Casimiro que iba volando para allá, a lo mejor los va a encontrar y se los va a comer, ya saben que le encantan los animales muertos. Yo puedo llevarlos si quieren, al fin y al cabo, que ya no tengo nadita de hambre y a varios pellejos todavía les quedó carnita.

―Con razón olía tanto a corderita en la dirección que venías ―comentó Roffo―, pero luego el aire se llenó de un olor asqueroso.