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Este libro lleva al lector a través de los orígenes institucionales de la orden a su establecimiento en Cuba, y al análisis del sistema de relaciones que establece con la sociedad colonial, su maduración y crisis. Enriquece y complejiza de modo sustancial nuestra visión de la diversidad de las modalidades de inserción de las comunidades conventuales en el entramado socioeconómico y cultural habanero del siglo XVIII, así como del paulatino debilitamiento de su influencia durante la decimonovena centuria. Su lectura refuerza la percepción de la deuda que aún tenemos con los espacios espirituales, las expresiones de la religiosidad, las devociones, las fiestas, la imaginería y las construcciones simbólicas y representaciones, entre otros muchos resquicios de la vida social. No es un texto solo para "iniciados". Su ordenamiento, lógica y fluidez expositiva lo hacen accesible a cualquier interesado.
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Seitenzahl: 319
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Primera edición impresa, 2018
Primera edición digital, 2020
Edición: Norma Suárez Suárez
Revisión para versión digital: Reinaldo Medina Hernández
Diseño de cubierta: Seidel(6del)González Vázquez
Diseño interior: Oneida L. Hernández Guerra
Diagramación: Irina Borrero Kindelán
Correción: Carlos Andino Rodríguez Conversión a ebook: Belkis Alfonso García
© Adriam Camacho Domínguez, 2018
© Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2020
ISBN: 9789590622700
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INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, [email protected]
A mi hija Ana Luna y mi esposa Yulianela,
mis dos grandes tesoros.
A mis padres Ángel y Clara, por tantas razones.
A toda mi familia,
fiel testigo de mis vicisitudes y alegrías.
Agradecimientos
La génesis de esta investigación, aún sin pensar el tiempo que me llevaría desentrañar sus disimiles aristas, surgió cuando cursaba el segundo año de la Licenciatura en Historia. Ya ha pasado más de una década y el responsable intelectual desde aquel momento fue quien sería con posterioridad mi tutor en la tesis de doctorado, el doctor Edelberto Leiva Lajara. En este largo trayecto de maduración, en el sentido más abarcador de la palabra, durante un dilatado bregar no exento de momentos difíciles y de inmenso placer, siempre anhelé que algún día fuera publicada la investigación para regocijo y premio de tanto esfuerzo.
En la actualidad es ya una realidad el rescate del olvido de un tema necesario para la historiografía eclesiástica de nuestra nación, y quisiera expresar mi inmensa gratitud a todas las personas e instituciones cuya complicidad me permitieron llegar hasta aquí.
En primer lugar, quiero agradecer a mi esposa Yulianela, por el amor y la incondicionalidad sin límites que han sedimentado nuestras aspiraciones comunes teniendo a la Historia como pasión que nos une, de cuyo fruto nació, en medio de estos desvelos investigativos, nuestra hija Ana Luna, el mayor regalo que la vida nos permite disfrutar.
A mis padres y mi familia, por su dedicación, sacrificios y la guía oportuna para ayudarme a no perder el rumbo, donde se han combinado armoniosamente la instrucción y la educación. Agradezco además a los padres y familia de mi esposa que desde hace mucho dejaron de serlo solo para ella.
A mi tutor, Edelberto Leiva Lajara, por la confianza que siempre me ha brindado en el largo camino que hemos transitado. Su ejemplo, comentarios y sugerencias, más que a esta tesis, han contribuido a mi formación académica y humana.
A todos mis compañeros de trabajo del Departamento de Historia de Cuba, que con su labor diaria han contribuido a formarme para saber sobrellevar las responsabilidades combinadas del magisterio y la investigación científica.
A las profesoras María del Carmen Barcia y Leonor Amaro Cano, por confiar siempre en los jóvenes y abrirnos las puertas del doctorado curricular que bajo sus coordinaciones y preocupaciones le dio sentido a nuestras vidas.
A las profesoras Mercedes García Rodríguez y María Victoria Guevara, por su invaluable apoyo. Igualmente a Arturo Sorhegui D’Mares y Yoana Hernández por sus sugerencias oportunas.
A los miembros de la Iglesia católica en Cuba, que me han dado el doble privilegio de acceder a sus fuentes y contar con su amistad. Al canciller del Arzobispado de La Habana, monseñor Ramón Suárez Polcari,a su antigua bibliotecaria Mirta Ortega González y a Miguel Sabater. Igualmente a todos los que me ayudaron en la biblioteca del originario Seminario de San Carlos y San Ambrosio, un retiro espiritual desde mis tiempos de estudiante.
A los trabajadores del Archivo Nacional de Cuba y la Biblioteca Nacional José Martí, que siempre me han brindado su apoyo y guía.
A los colegas de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Pablo Riaño San Marful, Darwin A. Arduengo García y Lisette Roura Álvarez, por todas sus orientaciones e informaciones para relacionar la arquitectura y la arqueología en la tesis.
Agradezco infinitamente a los directivos de la Casa de Velázquez, en Madrid, España, por otorgarme una estancia de investigación posdoctoral que sirvió para cumplimentar un fructífero trabajo investigativo en el Archivo Histórico de Madrid. En especial a su antiguo director, el señor Jean-Pierre Étienvre y su director de Estudios Hispánicos e Ibéricos, el señor Stéphane Michonneau.
A mis amigos dondequiera que estén, gracias por el cariño y la fidelidad que nos une.
Prólogo
El libro que tiene el lector en sus manos es una prueba tangible de que, si bien hace solo algunos años hubiera sido legítimo hacer referencia a la evolución histórica de la Iglesia católica en Cuba como uno de los temas poco abordados por nuestra historiografía, ya hoy la afirmación no sería enteramente cierta. Son varios los autores y los títulos que pudieran ilustrar un interés aún no desplegado en el amplio abanico de sus potencialidades para recrear la multiplicidad de escenarios en que la Iglesia y la religiosidad católicas —hegemónicas pese a todos los matices que puedan sugerirse— desempeñaronpapeles importantísimos a lo largo de la historia colonial cubana. Como resultado, desde el punto de vista de la historia institucional, este proceso se ha tornado mucho más inteligible, y se abre con esto la posibilidad de avanzar en otras direcciones metodológicamente más complejas y sutiles.
Sin embargo, no hay que llamarse a engaño. Cualquier renovación sustancial en el ámbito historiográfico —hay excepciones, pero muy pocas— sigue un curso lento y acumulativo, y lo cierto es que un par de décadas atrás casi nada sabíamos de la historia eclesiástica cubana. En la Isla las investigaciones, los libros y los artículos sobre el tema eran escasos; los serios, casi inexistentes. Fuera de Cuba el panorama era muy similar, si exceptuamos los escritos de Manuel Maza Miquel y algún que otro trabajo de Reynerio Lebroc, que ya entonces se ocupaban de esas cuestiones.1Hoy no son aún muy numerosos, pero sin dudas son más serios.
Durante largo tiempo a los historiadores cubanos no les interesó la temática eclesiástica, y los que estimen que la afirmación es demasiado categórica pueden convencerse luego de una sencilla búsqueda en los catálogos de cualquier biblioteca. Un árbol —ni siquiera varios árboles, previendo los casos de búsqueda exhaustiva— no hace monte. Tampoco puede achacarse ese desinterés, historiográficamente hablando, al ateísmo de Estado dominante, básicamente, durante las décadas del setenta y el ochenta del pasado sigloxx. Esta última circunstancia condicionó lecturas estrechas, prejuiciadas y seudocientíficas emparentadas con el marxismo manualista y, al mismo tiempo, enmascaró los nexos de ese silencio con la tradición historiográfica liberal cubana. Es a esta última, y a las circunstancias en que se desarrolla, a la que debe dirigirse de inicio la mirada para explicar las razones, tanto de los silencios como de una actitud hipercrítica que estimó respondidas todas las interrogantes con dos o tres afirmaciones categóricas.
En general, poco podría objetarse a las sentencias lapidarias con que, por ejemplo, un historiador tan respetado por nuestra historiografía como Emilio Roig presentó a la Iglesia católica como aliada incondicional del poder colonial en Cuba y portadora de una esencia antinacional y antipopular. Para él, esa institución fue durantetoda la historia colonial de Cuba una “organización política militante al servicio del régimen colonial español y abierta, desaforada y contumazmente enemiga de la independencia de esta tierra y de sus hijos”, según escribió en un libro publicado en 1958 y que, no casualmente, puso en manos de la Gran Logia de Cuba A.L. y A.M.2
A partir de ahí, y desde el enunciado de cada uno de sus capítulos, indica al lector que toda la tradición patriótica y revolucionaria cubana es laica, librepensadora y anticlerical. Lo más interesante es que tenía razón, pero al mismo tiempo, la absoluta ausencia de maticesdebilita el valor de esa obra. Más aún, comovisión histórica del problema,desde mi punto de vista, la anula. Y eso a pesar —es legítimo hacerlo constar— de que ninguno de los historiadores marxistas cubanos apegados en su momentostrictu sensua la lectura simplista de la religión como “opio de los pueblos”, logró superar a Emilio Roig en la búsqueda acuciosa de pruebas a favor de sus afirmaciones.
El verdadero problema es que ni Roig ni el resto de los representantes de la tradición historiográfica liberal y anticlerical cubana —como tampoco,valga decir, aquellos que hicieron los primeros guiños de nuestra historiografía marxista— se plantearon con seriedad la necesidad deestudiarla evolución histórica de la Iglesia en Cuba, que significaba al mismo tiempocomprenderla complejidad de sus vínculos con la sociedad colonialy los posicionamientos y matices que fueron marcando cada etapa de esa evolución.
En otras palabras,cómo y por quéla Iglesia —como institución, y sinnegar actitudes individuales divergentes entre la clerecía— adoptó una actitudreaccionaria ante el problema nacional cubano en la segunda mitad del sigloxixy, consecuentemente, de abierta oposición a la independencia. Estas preguntas carecerían de sentido solo si se consideraa priorique la Iglesia fue una e igual a sí misma durante toda su trayectoria en la Isla, pero se trata de un apriorismo que ha generado respuestas falsas, total o parcialmente, incluso en autores serios como Roig, sin hablar de apologistas y denostadores.
Una de las cosas que ya sabemos —aunque aún queden largos trechos del camino que desandamos en penumbras— es que la Iglesia de los primeros siglos coloniales, e incluso de la primera mitad del sigloxix, era en Cuba significativamente diferente a la que en la segunda mitad de esa última centuria enfrentó el dilema de la independencia.
Las aristas desde las que pudiera visualizarse esa diferencia son múltiples y abarcan prácticamente todos los espacios de acción de la Iglesia, pero la clave—como ya ha intentado demostrar más de un autor, incluyendo a quien escribe estas líneas— está en la diferencia cualitativa entre la Iglesiacriolla,cuyo origen puede rastrearse desde las décadas finales del sigloxviiy que subsiste al menos hasta inicios delxix, y la Iglesiare-españolizadaque tomó forma como resultado del desajuste estructural causado por la secularización y la desamortizaciónde bienes eclesiásticos de la década del cuarenta yla reformadesde elEstado emprendida a partir de losaños cincuenta. La primera estuvo articulada a los distintos niveles de estructuración de una sociedad de la que era dependiente y cuyos intereses compartía, así fuera conflictivamente; la segunda pendía, en medio de múltiples contradicciones con el propio estado colonial, en una sociedad que no entendía y defendiendo un colonialismo de raíz liberal hispana, el mismo que la atacó con fuerza durante toda la centuria.
La escritura de la historia reflejó ese cambio de naturaleza. Las primeras expresiones del pensamiento histórico criollo del sigloxviiidedicaban unespacio significativo a la Iglesia, en consonancia con su estatus en una sociedad en la cual la religión —su expresión institucional tanto como la mucho menos racionalizadareligiosidad—penetraba todos los ámbitos de la vida social. El obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, el regidor habanero José Martín Félix de Arrate y el historiador y periodista Antonio José Valdés, a pesar de sus inexactitudes y hasta de errores garrafales, nos trasmitieron con diafanidad la idea de una sola historia común e inseparable, la de la sociedad criolla colonial y la de la Iglesia que ella misma —básicamente sus élites, se entiende— construyó.
La historiografía cubana del sigloxix, sin embargo, parece borrar, con un acto de prestidigitación, el tema eclesiástico. No hay continuidad, pero tampoco hay realmente de qué sorprenderse. El tránsito vertiginoso hacia la plantación a gran escala y la explotación intensiva del trabajo esclavo —que reafirmó la dinámica diferencial de la economía del occidente de la Isla—, unido a los procesos vinculados al desarrollo de un laicismo de matriz burguesa y el esbozo de la nacionalidad, colocaron desde inicios de esa centuria las prioridades en otros núcleos de problemas. Con el avance del siglo, esos problemas se hicieron más complejos y profundos, arrastrando con estos a una Iglesia que sufría embate tras embate, internos y desde la Península, con la resultante de un significativo debilitamiento de sus espacios de influencia.
Saco, Bachiller y Morales y otros desentierran hechos, personajes, fragmentos de procesos, pero no les interesan los escenarios puramente de historia eclesiástica. La economía, el comercio, las “luces”, la modernidad —a veces con otros nombres—, conforman un universo que por definición se opone, si no a la fe, sí a la tradición institucional e intelectual de la Iglesia. Desde mediados de siglo hay que sumar a esto la recreación de una Iglesia ajena, deotra Iglesia,y después la actitud de esa institución ante el proceso independentista.
Resulta incluso lógico que haya sido un español, Jacobo de la Pezuela quien, en sus obras de carácter general sobre Cuba, incorporara de modo sistemático información y valoraciones sobre la historia eclesiástica de la Isla. En la visión integrista de Pezuela, la Iglesia y su labor constituyen uno de los baluartes de su defensa del colonialismo hispano, aunque las implicaciones apologéticas no impiden la mirada crítica del liberal sobre personalidades y hechos.
Con esta herencia, y con los conflictos que marcaron la relación Iglesia-Estado-sociedad en el tránsito hacia la república de 1902, la institución abandonó los tiempos coloniales aferrada a valores que era muy difícil no identificar como antinacionales. El ambiente de laicismo liberal —conservador, pero liberal— de las primeras décadas republicanas no podía ser propicio a un resurgir del interés por su historia. Hubo esfuerzos aislados—como los interesantes trabajos de Francisco González del Valle acerca del clero en la Guerra de Independencia—, pero en general poco significativos.
No es hasta la década del treinta, con los importantes cambios en el modelo republicano y cierta recuperación en las posiciones de la institución, que aparece el primer intento generalizador de cierta importancia en la obra de Juan Martín Leiseca, de carácter apologético. Y hubo que esperar hasta 1958 para que una obra positivistastrictu sensu,laHistoria del hospital de San Francisco de Paula,de Jorge Le Roy y Cassá, nos sacara parcialmente de la ignorancia, al menos en estrechos —aunque sustanciosos— márgenes hechológicos y descontextualizados con frecuencia del complejo proceso histórico insular.
En los acercamientos al tema eclesiástico posteriores a 1959 se observa, de un lado, cierta continuidad con los intentos anteriores, representada en los estudios desarrollados desde el interior de la Iglesia, sea por clérigos o por laicos como Manuel Cuadrado Melo, acucioso compilador de documentación nunca publicada. Del otro, ciertamente con lentitud, tuvo que abrirse paso la tendencia a una interpretación en estrecho vínculo con las realidades socioeconómicas, políticas y culturales del país a lo largo de su historia. En todos los casos hay que tener presente la influencia de la contraposición ideológica que marcó ciertos resultados, limitando su alcance científico, pero no fue hasta la frontera de las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo —al final, hay que tener calma…— que se constató el inicio de un saludable alejamiento de las posiciones extremas y un intento por aprehender, realmente y en la medida de lo posible lospor quéy loscómo.
La relación de autores interesados en el tema —más bienlos temas—de la Iglesia no ha cesado de crecer desde entonces, aunque es necesario mantener el optimismo en márgenes adecuados. Como parte del proceso de renovación que experimenta la práctica historiográfica cubana desde inicios de los años noventa, la que aborda los problemas eclesiásticos tiene entre sus características, bien la relativa inconstancia de los investigadores, que suelen transitar a otros terrenos de indagación, bien la incursión ocasional sin pretensiones de seguir ampliando y profundizando temática, metodológica y conceptualmente la prospección de esa parcela de nuestro pasado.
Se ha avanzado significativamente en materia de historia de la institución y no tanto en la historia, digamos, social de la Iglesia y la religiosidad católicas. Con independencia de la línea particular de investigación y dela asiduidad en la visita a temáticas de historia eclesiástica, entre los historiadores del patio con aportes de interés en las últimas —y algo más— dos décadas, puede mencionarse a Eduardo Torres-Cuevas —en cierto sentido un pionero en el interés actual por el tema—,Rigoberto Segreo Ricardo —con una trilogía de imprescindible consulta—, Pedro M. Pruna, Mercedes García, Olga Portuondo Zúñiga, Pedro Herrera —al menos con su libro sobre el convento de las clarisas en La Habana— y, si se me permite, al autor de este “Prólogo”. La relación es incompleta, y además se ha investigado mucho más, pero lamentablemente poco llega aún a la imprenta. No debe obviarse, desde una perspectiva de filiación mucho más comprometida con la propia Iglesia, la obra de monseñor Ramón Suárez Polcari y Salvador Larrúa Guedes. Y tampoco, por cierto, la producción allende las fronteras de la Isla, que incluiría autores como Juan B. Amores Carredano, Ana Irisarri Aguirre y John J. Clune Jr., entre otros.
A la anterior relación sumaria ya es necesario agregar a Adriam CamachoDomínguez, en particular por sus investigaciones en torno a la orden de Nuestra Señora de Belén en Cuba. Hasta ahora los resultados habían visto la luz en forma de artículos en varias revistas, pero conBetlemitas en La Habana. Economía, redes y vida conventual: 1704-1842—concebido originalmente como tesis doctoral, ya defendida con todo éxito—, élse inserta en el universo de las órdenes religiosas, en torno a las cuales solo un número todavía muy limitado de investigaciones ha mostrado la riqueza de enfoques y variables susceptibles de análisis.
Solo los jesuitas, dominicos y, en cierto sentido, los franciscanos y su rama femenina, las clarisas, han sido objeto de esfuerzos de investigación serios. Casi siempre la actividad de las órdenes, en la historiografía cubana, es “insertada” en historias particulares de la educación y la salud pública. Este estudio sobre los betlemitas, si no tuviera otro mérito, ya sería notable por demostrar una vez más —y hacerlo con solidez y profesionalidad— que, del monopolio de la espiritualidad a los grandes patrimonios económicos, a través de la educación, la beneficencia y la atención hospitalaria, las órdenes religiosas constituyen tal vez el más interesante de los componentes institucionales de la estructura eclesiástica creada en Cuba durante la época colonial.
El objeto de estudio en este caso es una de las órdenes más interesantes, activas y económicamente más poderosas entre las establecidas en la Isla. Referida una y otra vez en los textos sobre historia de la educación y la salud pública, subsumida en valoraciones generales del patrimonio eclesiástico en la Isla en la valiosa investigación de Rigoberto Segreo sobre conventos y secularización en Cuba y abordada en nuestras historias de la Iglesia católica —incluyendo aquella cuya coautoría comparte quien esto escribe— con las limitaciones que arrastra toda síntesis, la Orden de Nuestra Señora de Belén era en muchos sentidos un enigma.
A diferencia del resto de las órdenes establecidas en Cuba en la época colonial, la de los betlemitas nació y se desarrolló en América, lo cual, como demuestra Camacho Domínguez, no es un dato carente de valor en la interpretación de sus maneras peculiares de insertarse en variados espacios del continente.
Con un asentamiento tardío en Cuba, a comienzos del sigloxviii—de las órdenes masculinas, dominicos y franciscanos se hallaban aquí desde el sigloxvi, mientras agustinos, juaninos y mercedarios se establecieron en elxvii—, los betlemitas, como los jesuitas, resultaron a todas luces portadores de una coherente estrategia de proyección económica y social que les permitió, en relativamente poco tiempo, insertarse con éxito en una sociedad, algunos de cuyos requerimientos perentorios no hallaban solución por otras vías.
Ambas órdenes representan en este sentido, en Cuba, casos excepcionales de adaptación a un contexto socioeconómico y cultural concreto, lo que explica que poco tiempo después de su fundación, ya la convalecencia y el colegio que establecieron los betlemitas en La Habana constituyeran referencias ineludibles cuando se trataban cuestiones de educación y asistencia hospitalaria. Igual valoración amerita la rápida formación de un patrimonio económico considerable, cuyo rasgo diferenciador más importante con respecto al resto de las órdenes fue la inserción directa en el ámbito de la producción azucarera y una implementación novedosa en la época, por su magnitud y organización, del empleo de fuerza de trabajo esclava.
El libro lleva al lector a través de los orígenes institucionales de la orden asu establecimiento en Cuba, para introducir después el análisis del sistemade relaciones que establece con la sociedad colonial, su maduración y posterior crisis. Se trata de un camino muy similar al transitado en trabajos precedentes sobre dominicos y jesuitas, pero lo cierto es que cada vez que un investigador emprende el estudio de una orden religiosa —de hecho, prácticamente de cualquier componente de la estructura institucional de la Iglesia en Cuba— se ve obligado a reconstruir, en primer lugar, los procesos de establecimiento y formación de los sistemas de relaciones que le permitieron ser viable y funcional en el contexto de la sociedad colonial y desempeñar sus funciones. Es simple: no ha sido hecho antes.
Lo importante es que todas estas cuestiones requieren además, como lo ha demostrado la experiencia acumulada, un análisis específico en cada orden, porque no obstante los rasgos comunes cada caso es diferente. En el de la Orden de Nuestra Señora de Belén la tarea resultaba en extremo compleja, sobre todo porque implicaba la necesidad de rearmar —cuando hace ya mucho que desapareció— un escenario patrimonial y de actividad económica y social muy diferente al del resto de las órdenes en la Cuba colonial —solo similar, grosso modo, al de los jesuitas—, no tanto por su estructura como por su funcionamiento. En el “modelo” betlemita se redujo de modo significativo el peso de la mentalidad económica de tipo rentista característica del universo conventual, a favor de una proyección inversionista y productiva relativamente agresiva, mucho más cercana a la que ya entonces practicaban los sectores más audaces de las élites criollas insulares.
El llamado “carisma” de la orden, su concreción en la actividad educativay hospitalaria, se alimentaba de ese espíritu “empresarial”, por lo que la tradicional dependencia de los religiosos con respecto a las donaciones, legados, censos, imposiciones, capellanías, servicios a pie de altar y otras modalidades de ingreso se debilitaba mucho en este caso. El estudio de Camacho Domínguez, por lo mismo, enriquece y complejiza de modo sustancial nuestra visión de la diversidad de las modalidades de inserciónde las comunidades conventuales en el entramado socioeconómico y cultural habanero del sigloxviii, así como del paulatino debilitamiento de suinfluencia a lo largo de la decimonovena centuria.
Para decirlo todo, aunque sea brevemente, habría que reconocer que la lectura de este libro refuerza la percepción de la deuda que aún tenemos con los espacios espirituales, las expresiones de la religiosidad, las devociones, las fiestas, la imaginería y las construcciones simbólicas y representaciones, entre otros muchos resquicios de la vida social. Pero no todo puede hacerse al mismo tiempo. Por ahora ya conocemos mucho mejor lo que fue la Orden de Nuestra Señora de Belén en la Cuba colonial, y lo mismo puede hacer cualquier lector, porque Betlemitas en La Habana. Economía, redes y vida conventual: 1704-1842, aunque es resultado de una investigación relativamente compleja, no es un libro solo para “iniciados”. Su ordenamiento, lógica y fluidez expositiva lo hacen accesible a cualquier interesado en esta arista de nuestra historia.
Edelberto Leiva Lajara,
septiembre de 2014.
1Lasreferencias bibliográficas generales a las obras de estos y otros autores que puedan aparecer en estas líneas serán obviadas, pues no creo que se acomoden a la intención de un prólogo. Como norma, además, el lector podrá hallarlas en el listado que aparece al final de este libro. No obstante, las escasas citas textuales que sea indispensable incluir serán referidas como manda el gremio.
2Emilio Roig de Leuchsenring:La Iglesia Católica y la independencia de Cuba,Gran Logia de Cuba A.L. y A.M., La Habana, 1958, p. 14.
Palabras introductorias
El presente libro es una necesaria aproximación a una de las órdenes que llegó a ostentar una importante posición económica y social en La Habana colonial: la de Nuestra Señora de Belén. Esta temática se desprende del eje institucional de la Iglesia católica en Cuba, uno de los temas aún poco explorados por la historiografía cubana. Durante elperíodo colonial, la Iglesia se convirtió en una institución medular por su alcance social y cultural; tuvo en sus manos el monopolio de la educación, las labores benéficas y fue el principal sostén ideológico del dominio español. Por estas razones, los estudios sobre la institución católica son imprescindibles para alcanzar una visión más profunda del acontecer histórico colonial, sobre todo si se examina la diversidad de sus interacciones con la sociedad.
Las investigaciones precedentes sobre el tema de la Iglesia católica en Cuba la abordan desde diferentes perspectivas. Una buena parte de estos trabajos ha sido resultado del interés promovido por miembros de la Iglesia, que han brindado valiosos aportes gracias a las fuentes, documentación y libros puestos a su disposición. Sin embargo, sus resultados han estado disminuidos por una clara visión apologética y porla carencia de una metodología científica. En general, esta historiografía se ha concentrado en la recopilación de documentos y la descripción de los acontecimientos más visibles relacionados con el tema. Desde el ámbito académico, en los últimos años se han realizado algunos intentos historiográficos valiosos sobre la historia eclesiásticacubana, caracterizados por el uso del análisis marxista y un instrumental teórico más adecuado, el manejo de abundantes fuentes primarias y la profundización en aspectos específicos.
En la actualidad, aunque se puede tener una idea más acabada de los procesos formativos de la Iglesia católica en Cuba, algunas aristas, como la del análisis de las órdenes religiosas, esperan por una mayor profundización en aspectos tales como su composición, patrimonio, sus complejos vínculos con la sociedad criolla, su incidencia en el universo cultural y espiritual de la Isla, o sus relaciones con la jerarquía secular y con las autoridades coloniales.
A pesar de esto, el estudio de las órdenes religiosas que empezaron a asentarse en la Isla desde el sigloxvipresenta algunos obstáculos. La información bibliográfica acerca de estos temas está dispersa en su mayoría entre obras de historia educacional, en la beneficencia y textos de la historiografía colonial. Estas temáticas requieren una búsqueda acuciosa de información documental, disponible pero fragmentada entre varias instituciones archivísticas, lo que dificulta los estudios acerca de las relaciones del clero con la sociedad colonial en Cuba.
La importancia de las órdenes en la vida sociocultural de entonces se reflejó en el control de diversas esferas como la salud y la educación, asumiendo actividades que demandaban una sólida base económica que suministrara los ingresos necesarios para financiarlas. Las relaciones surgidas de la propia dinámica de la vida colonial les permitieron crear disímiles vínculos económicos con la sociedad criolla que las acogía, creándose una madeja de intereses comunes de gran significación con diversos sectores sociales.
La trascendencia del trabajo que se presenta se fundamenta a partir del impacto que tuvo la Orden en la sociedad habanera colonial por su influencia cultural y por los servicios benéficos que le permitieron estrechar vínculos multidireccionales con militares y civiles en todo el sigloxviii. En este sentido, el análisis de estos dos polos constituye un aporte a los estudios acerca de los orígenes de la enseñanza elemental en Cuba, además de contribuir a un mejor conocimiento de los primeros pasos de la beneficencia y sus proyecciones en la sociedad colonial. También desde la esfera económica, el estudio de la conformación y administración de los bienes de la Orden posibilitó develar, con mayor profundidad, los matices que surgieron de la interrelación de sus intereses con los diversos sectores de la sociedad colonial habanera, que provocaron la adaptación de la comunidad religiosa a las alternativas económicas imperantes en la época, en su afán de hacerle frente a sus responsabilidades sociales.
El análisis de la desarticulación de las redes sociales establecidas por la Orden durante la primera mitad del sigloxixpermitió conocer de manera más detallada las consecuencias del impacto en Cuba de la política de secularización proyectada desde España durante este período, así como analizar los conflictos que se produjeron al interior de la Iglesia católica durante el obispado de Juan José Díaz de Espada (1802-1832).
Para analizar en toda su magnitud las relaciones de la Orden con la sociedad habanera colonial, desde su establecimiento hasta su definitiva desaparición, los límites de los marcos cronológicos asumidos en el texto se concentran, esencialmente, entre 1704 y 1842, aunque pueden ser abordados con flexibilidad como resultado lógico de los análisis históricos. Esto se ha precisado teniendo en cuenta el análisis de laetapa de establecimiento, desarrollo y desarticulación de la Orden en La Habana. La primera de estas fechas indica su año de asentamiento y 1842 el año en que se produjo la exclaustración de los últimos religiosos, marcando la extinción de la comunidad.
Desde el punto de vista metodológico, la investigación abarcó un amplio cuerpo teórico-conceptual y diferentes presupuestos que serán analizados y que permitieron reconocer las variadas expresiones del objeto de estudio, en una dinámica que trasciende lo espiritual y religioso. Laadopción de este principio responde al interés de analizar dos tipos de nexos que surgen esencialmente duranteel acontecer histórico y que sintetizan la relación Iglesia-sociedad: los vínculos sociorreligiosos y los vínculos económicos. La objetividad histórica que se desprende en estos casos es sometida a una mirada integradora de los numerosos factores que componen la sociedad para llegar a la comprensión del fenómeno.
Uno de losprincipios metodológicos fundamentales con los que se identifica este libro es con el enfoque de lahistoria social,que en el caso de las investigaciones sobre la Iglesia deben ir más allá del estudio de hechos o personajes trascendentales del ámbito religioso para adentrase en los asuntos cotidianosintra/extraconventual, o en las trayectorias de los individuos comunes que se unieron a diferentes órdenes religiosas yque aparentemente no desempeñaron un rol principal en la sociedad. Estos cuestionamientos estimulan nuevas líneas de investigacióncon la elaboración de nuevos marcos conceptuales, una metodología renovada, la búsqueda de distintas fuentes y documentación, así como al replanteamiento de tesis históricas a partir de otro bagaje teórico y metodológico.
En este sentido, por la diversidad de interacciones que se establecieron entre la Orden y la sociedad, algunos elementos relacionados con las devociones, las festividades religiosas o el imaginario ante la muerte, aproximaron la perspectiva metodológica de la investigación al estudio de las mentalidades colectivas. Desde otro ángulo, en el estudio de la composición económica de los bienes betlemitas,1 así como de sus nexos económicos con diferentes sectores sociales en determinadas coyunturas históricas, se requirió la utilización del análisis cuantitativo, así como otras técnicas de procesamiento de la información obtenida con fichaje bibliográfico y el trabajo directo entrecruzado con las fuentes documentales. Por otra parte, el estudio de las dotaciones de esclavos de la Orden requirió la utilización de métodos y técnicas estadísticos propios de los estudios demográficos, a partir de los registros parroquiales analizados.
Con estos precedentes metodológicos se ha definido la estructura del libro en 4 capítulos. En el primero, se analiza el proceso de surgimiento y expansión de la Orden en territorio americano, así como las condiciones en que se produce su establecimiento institucional en La Habana colonial. En el segundo, se presta atención al desarrollo de sus funciones benéficas, la vida cotidiana al interior del convento y los modos en que fueron conformándose estrechos nexos con diferentes sectores de la sociedad colonial. En el tercero, se estudia la economía betlemita, los modos de administración y el proceso de conformación de sus bienes, se define la composición de cada uno de sus ramos y las dinámicas singulares en que se insertaron en el escenario económico habanero. También, se presta atención a los diferentes vínculos establecidos entre la comunidad y diversos sectores poblacionales. Aunque se analizan algunos síntomas de la decadencia económica betlemita durante el siglo xix, se presta mayor atención a los orígenes y consolidación de sus bienes. En el cuarto, se estudia el proceso de decadencia institucional de estos religiosos en Cuba durante la primera mitad del siglo xix, y para eso el objeto de estudio se somete a un análisis interrelacionado de varios factores que influyen negativamente en la estabilidad económica y social que tenía la Orden en su sede habanera. Se examina el impacto que produjo, en el decurso de la comunidad betlemita, el proceso de laicización de la cambiante sociedad habanera y los procesos independentistas en América, para terminar con la influencia negativa que tuvo sobre las órdenes religiosas el proceso desamortizador proveniente de España.
Desde el punto de vista bibliográfico, se deben señalar dos limitaciones: el insuficiente número de fuentes que abordan la Orden y la dispersión de la poca información existente. La bibliografía utilizada fue dividida en cuatro núcleos temáticos que tributan al estudio del tema.
El primero está constituido por algunas obras de nuestra historiografía criolla que constituyen un punto de partida para cualquier investigación que se realice sobre la Iglesia en la época colonial. Autores como José Martín Félix de Arrate,2Pedro Agustín Morell de Santa Cruz3y Jacobo de Pezuela4reflejaron en sus trabajos una panorámica de las institucionescatólicas y de la vida religiosa de La Habana del sigloxviii. Todas coinciden en el reconocimiento que se le hace a la Orden por sus actividades sociales, permiten conocer las interioridades del proceso de establecimiento de los betlemitas en la primera mitad del sigloxviiiy su fortalecimiento institucional. Se debe reconocer que en todas estas obras se encuentran inexactitudes, pero constituyen la base de los estudios eclesiásticos sobre el período.
El segundo núcleo temático está compuesto por los estudios, con un enfoque generalizador, promovidos desde la institución católica. Entre estos se encuentran las obras que encontraron espacio en el seno de una República con una fuerte tendencia laica. En este grupo de estudiosos católicos se destacan Jorge Le-Roy y Cassá5 y Juan Martín Leiseca.6 Sus obras se caracterizan por el enfoque apologético, a partir de la filiación católica de sus autores y abordan de forma escueta el desempeño de la orden betlemita en la sociedad habanera. Otros acercamientos posteriores a 1959 los encontramos en los trabajos de Manuel Cuadrado Melo,7 Ismael Testé8 y recientemente Ramón Suárez Polcari.9 Sus resultados se caracterizan por el carácter positivista y hechológico, que adolecen de una metodología científica.
En el tercer grupo se concentran varios historiadores que han abordado la temática religiosa desde el enfoque marxista como instrumental teórico, definiendo un aparato categorial más ajustado al tema, y utilizando abundantes fuentes primarias. Entre estos historiadores se ubican las obras de Rigoberto Segreo10y Eduardo Torres-Cuevas11que han abordado las tendencias rectoras del desarrollo de la Iglesia entre el sigloxviie inicios delxix, a partir de su vertebración lógica en el contexto histórico cubano y peninsular. También se encuentran las obras de Mercedes García Rodríguez,12 Pedro Pruna13 y Edelberto Leiva Lajara14 que estudian casos particulares de órdenes religiosas donde relacionan la economía conventual, la vida cotidiana, el imaginario y las devociones de la población criolla, así como sus interacciones con la política de la metrópoli.
El cuarto y último núcleo temático agrupa aquellos autores que han estudiado la Orden en territorio americano. Máximo Soto Hall,15Francisco Vázquez de Herrera,16 Joseph García de la Concepción17 y Carlos Alberto Mayo18 nos ofrecen en sus trabajos abundante información acerca del proceso de surgimiento, expansión y desarrollo de la Orden y ponen en nuestras manos un volumen importante de información y transcripción de documentos originales de los siglos xvii y xviii.
La utilización de las fuentes primarias en esta investigación ha sido fundamental para reconstruir buena parte del análisis histórico ante la escasez de estudios bibliográficos del objeto de estudio. En el Archivo Histórico de Madrid (AHN), en laSección Ultramar, se pudieron consultar pocos legajos relacionados con el tema estudiado; no obstante, lainformación recopilada, favoreció el análisis de los distintos posicionamientos del Consejo de Indias y las autoridades metropolitanas respecto a la crisis de subordinación en que quedó la sede habanera ante la participación de sus superiores en el proceso independentista, así como a la intervención de los bienes del convento betlemita durante el período desamortizador.
En el Archivo Nacional de Cuba (ANC) se trabajó con los fondos deEscribaníasy en los Libros deAnotaduría de Hipotecaspara obtener una visión sobre la economía de los betlemitas con relación al carácter mayoritariamente agrario que tuvieron sus bienes. Por otra parte, se debe destacar que la mayoría de la información en otros fondos, comoIntendencia General de Hacienda, Gobierno General y Gobierno SuperiorCivil,