Boda fugaz - Jeanne Allan - E-Book

Boda fugaz E-Book

JEANNE ALLAN

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Beschreibung

J.J. O'Brien era una importante abogada que ejercía en Denver. Luke Remington era un ganadero, un hombre del campo. Cuando se conocieron saltaron chispas, y casi no pudieron esperar a casarse. Sin embargo, su matrimonio estaba destinado a ser tan breve como su noviazgo. Solo llevaban casados una semana y J.J ya quería el divorcio. Luke estaba dispuesto a aceptarlo con una condición: que ella fuera a pasar tres semanas en su rancho. Tres semanas de vestir con vaqueros y caminar por la nieve. Pero la joven creía que ya había hecho todo lo posible por entenderse con él, y además, ¿no sería demasiado peligroso?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Jeanne Allan

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Boda fugaz, n.º 1406 - diciembre 2021

Título original: Do You Take this Cowboy?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-185-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JACQUELINE nunca había visto una mujer más hermosa. La envidia, no menos intensa por irracional, se le agarró al estómago. El cuadro, titulado simplemente Su Vida, retrataba a la mujer pionera colgando la colada de unas cuerdas. Cerca de la mujer, dos niños pequeños jugaban en el jardín, un bebé dormía en su cuna, una tarta se enfriaba en la ventana y se veía una escopeta apoyada contra la fachada de la casa junto a la puerta. J.J. se preguntó si el pintor había pegado la acuarela a una madera vieja, en vez de enmarcarla, para enfatizar la sensación que los pioneros debían tener de praderas y cielo interminables.

La monocromática acuarela presentaba un elocuente retrato de vida dura, soledad y desesperación… hasta el momento en que se notaban las pequeñas salpicaduras de color, como el pañuelo rojo atado al cuello que llevaba el hombre que estaba arando y la rosa en flor al lado de la casa. El pintor había utilizado astutamente estos dos focos de color para guiar al espectador al vahído azul del sombrero de la mujer que le caía por la espalda tras haber levantado el rostro para mirar al cielo. El semblante de la mujer brillaba de fuerza, valor y esperanza.

Un grupo de personas se acercó a J.J. charlando pomposamente sobre la técnica minimalista del pintor y su sentido del color. Como no quería que la opinión de los «expertos» influenciase la instintiva reacción que la acuarela había provocado en ella, J.J. se alejó para pasearse por la galería. Mientras pensaba en aquella acuarela, apenas se fijó en los otros cuadros de la exposición.

De repente, tuvo la sensación de que la observaban. De la misma forma que un animal salvaje reconoce a su pareja, ella le sintió antes de oírle decir:

—Hola, O’Brien.

J.J. se dio la vuelta despacio. Lo primero que vio fue una corbata roja con cráneos de vaca de color blanco. Parpadeó. Según alzaba los ojos, se encontró con el hoyuelo de una barbilla, mandíbula ensombrecida por incipiente barba de cinco de la tarde y, fascinada, se detuvo en los labios. Eran unos labios normales; desde luego, no había motivo para derretirse.

Los labios se movieron.

—La corbata es un regalo —la profunda voz contenía cierto tono de sorna—. Tienes buen aspecto, O’Brien… a pesar del saco de patatas que llevas puesto.

Se obligó a sí misma a mirar a Luke Remington a los ojos. Ojos ámbar en los que se combinaban tonos grises, marrones y azules de mil formas dependiendo del humor del que estuviera. J.J. le había dicho en una ocasión que tenía los ojos del mismo color que la canica favorita de su hermano.

—Hola, vaquero. Cuánto tiempo sin verte —contestó ella en tono casual.

Jamás le permitiría ver que el pulso amenazaba con salírsele del cuerpo.

Había cambiado muy poco desde la última vez que lo vio un año atrás. Por aquel entonces, estúpidamente, le parecía el hombre más guapo del mundo. Pero no era guapo, era la virilidad en persona.

J.J. apretó con fuerza el asa del portafolios de cuero mientras reprimía brutalmente imágenes traicioneras antes de que él pudiera leerlas en sus ojos. Sonrió, una sonrisa profesional.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Eso —la bronceada piel que rodeaba sus ojos se arrugó, y Luke asintió en dirección a la pared que había a espaldas de ella—. Supongo que el parecido no es extraordinario, no me has reconocido.

J.J. se volvió de cara al óleo que había estado viendo ausentemente. ¿Por qué no se había parado delante de otro cuadro? Ladeando la cabeza, miró con ojos críticos a la pintura en busca de un comentario negativo.

Un trabajador de rancho con su caballo. J.J. se fijó detenidamente en el rostro del hombre. El rostro de Luke. La satisfacción se sobreponía al cansancio después de un trabajo bien hecho. La misma sensación que ella tenía tras ganar un caso difícil, una satisfacción que sólo se podía ganar tras un gran esfuerzo.

Sin intención, preguntó bruscamente:

—¿Por qué se te ve tan contento contigo mismo? —entonces, vio el pequeño ternero encima del lomo del caballo y sonrió—. Lo has salvado.

Se dio media vuelta. La mirada de Luke le acarició el rostro. El recuerdo del placer confirió brillo a su piel.

—Te has cortado el pelo. Me gusta. Estás más… sensual.

J.J. arqueó una ceja con gesto altanero. Su estilista le había dejado el pelo castaño en una melena a la altura de la barbilla, un corte severo y profesional.

—Es práctico.

Él esbozó una media sonrisa.

—Y muy sexy —paseó la mirada por todo su cuerpo—. Apuesto a que debajo de ese saco de patatas llevas ropa interior de seda.

—No es un saco de patatas.

—Vaya, por fin te encuentro, J.J. Bueno, ¿lista para ir a cenar? —Burton le tocó el brazo ligeramente.

Encantada con que hubiera aparecido, J.J. le sonrió.

—Sí, vamos.

—Dime, ¿me has perdonado por haberte hecho venir a la apertura de la exposición? —bromeó Burton. Luego, su mirada tocó el cuadro y después a Luke—. Me parece que no nos conocemos, ¿verdad? Soy Burton Alexander. Usted es la persona que aparece en el cuadro, ¿no?

—Sí, soy yo —respondió Luke.

Los dos hombres no podían presentar un mayor contraste. Burton, con un traje negro de corte clásico y una corbata italiana de seda roja daba la imagen perfecta del abogado de éxito que era. Si envidiaba los diez centímetros que Luke le sacaba, además del bronceado, los anchos hombros y las estrechas caderas envueltos en una americana y unos pantalones vaqueros, no dio muestras de ello. Probablemente, Burton no hubiera notado el atractivo de Luke, que tenía a todas las mujeres que podían verlo deseando ser el centro de atención de toda esa virilidad.

—¿Es usted un modelo? —preguntó Burton.

Luke se echó a reír.

—No. Harve quería pintar unas escenas de la vida de rancho, por eso pasó con nosotros dos semanas el año pasado —extendió la mano para saludar—. Luke Remington.

Burton estrechó la mano que el otro hombre le ofreció.

—Remington… ¿Es usted…?

—Sí, lo es —J.J. confirmó la suposición de Burton—. Una sorpresa de cumpleaños, ¿no te parece? Conocerse así mi marido y el hombre con el que me voy a casar… Sí, qué coincidencia.

 

 

En el restaurante llamado LoDo en el centro de Denver, Burton miró a su alrededor.

—Debería haber cancelado la reserva. Estoy seguro de que usted habría preferido cenar chuletón o algo así.

—La comida italiana no está mal —le aseguró Luke—. Siempre puedo pedir espagueti; al menos, eso sí sé lo que es.

—No debería haber pedido vino —continuó Burton—; con toda seguridad, usted debe preferir cerveza.

—Sí, a los vaqueros nos gusta la cerveza, no tenemos paladar para las exquisiteces —contestó Luke.

El sarcasmo cumplió su objetivo, el rostro de Burton enrojeció. La aparición del camarero para apuntar el menú le dio la oportunidad a Burton de reconsiderar sus palabras.

—Le pido disculpas por los estúpidos comentarios. La verdad es que esta situación es un poco extraña, ¿no le parece?

La pérdida de compostura de Burton enfatizó lo extraño de la situación. Por primera vez desde que J.J. lo conocía, el brillante cerebro de Burton Alexander y su inamovible compostura le habían abandonado. Aunque había que tener en cuenta que era la primera vez que cenaba con el marido de su futura esposa, pero era culpa suya por haberle invitado. J.J. siempre había admirado los modales impecables de Burton.

J.J. lanzó una irritada mirada a su esposo, sentado a la mesa de cara a ella.

—Cualquier caballero mínimamente familiarizado con la etiqueta social habría rechazado la invitación de Burton, meramente retórica.

—Maldita sea, O’Brien, no me líes con palabras tan altisonantes. Si estás hablando de modales, yo también tengo modales: me he quitado el sombrero y estoy decidido a comer con cubiertos, no con los dedos —Luke le lanzó una mirada acusatoria—. Por si se te ha olvidado, señorita abogada, yo no he tenido las ventajas de esa educación tuya.

J.J. abrió la boca para contestar, pero Burton se le adelantó.

—¿Por qué la llama O’Brien?

—J.J. no es nombre para una mujer como O’Brien —Luke ignoró la mirada de J.J. y continuó—. Así que usted y O’Brien van a casarse, ¿eh?

—Sí, cuando J.J. obtenga el divorcio —respondió Burton con cautela.

—Vaya, empezaba a preguntarme si no se le habría olvidado ese pequeño detalle —una maliciosa sonrisa curvó los labios de Luke—. Supongo que por eso es por lo que me ha invitado a cenar, para ablandarme respecto al divorcio.

—Me ha parecido que cenar juntos nos daría la oportunidad de conocernos. Por supuesto, supongo que el divorcio entre usted y J.J. es una mera formalidad.

Luke miró a Burton fría y calculadoramente.

—¿Por qué ha supuesto eso?

—Llevan separados un año.

—¿Los votos no decían… «hasta que la muerte nos separe»? —le preguntó Luke a J.J.

—Recuerdo muy pocos detalles de nuestra boda, incluidos los votos —respondió J.J. con cólera contenida.

Luke volvió a sonreír.

—Sí, tenías mucha prisa por volver a tu casa, mucha prisa por meterte en la cama —aclaró Luke, por si Burton necesitaba hacerse una idea más exacta del momento—. Quise invitarla a una buena comida en un restaurante elegante, pero O’Brien no quería saber nada de eso.

Porque le había preocupado que Luke no hubiera tenido dinero para ello; una sospecha que no mencionó en su momento y que tampoco estaba dispuesta a mencionar ahora… a pesar de los impertinentes comentarios de Luke.

—A Burton le interesa menos nuestra boda que nuestro divorcio.

—A mí también me interesa eso.

—En ese caso, supongo que no tendrás objeción en venir a mi despacho el lunes para discutir los detalles —declaró J.J.

Luke bebió un sorbo de vino despacio.

—No.

—Estupendo —la sensación de vacío en el estómago desapareció. J.J. levantó su copa de vino y miró a Luke—. Por un divorcio amistoso.

Luke dejó su copa en la mesa y se recostó en el respaldo de la silla.

—He querido decir que no voy a ir a tu oficina el lunes a discutir los detalles del divorcio.

Burton dijo:

—Si el lunes es inconveniente para usted, podríamos…

—Lo que es inconveniente para mí es el divorcio —nada en su contestación indicó que estuviera bromeando.

J.J. dejó la copa que tenía en la mano dando un golpe en la mesa.

—Lo que es inconveniente es nuestro matrimonio.

Luke la miró, luego a Burton y a ella de nuevo. Arqueó una insultante ceja.

—A mí no me lo parece.

—J.J. siempre se ha actuado con toda propiedad. Su conducta ha sido del todo honorable durante el tiempo que llevamos saliendo juntos —dijo Burton irónicamente—. Pero, por si he utilizado demasiadas sílabas para usted, señor Remington, se lo diré en términos más sencillos: J.J. no se ha acostado conmigo. Se niega a hacerlo hasta obtener el divorcio.

—¿Por qué, O’Brien?

—No tiene nada que ver contigo —Luke había sido el primer y único hombre con el que se había acostado—. Burton tiene una hija adolescente. Cuando yo me convierta en su madrastra, no quiero aconsejar a Carrie en contra de las relaciones sexuales fuera del matrimonio habiendo tenido relaciones con su padre, sería muy hipócrita de mi parte.

Podría haber añadido que rechazaba de lleno el adulterio, pero prefirió cambiar de tema de conversación:

—¿Qué has querido decir con eso de que el divorcio es inconveniente? Si no recuerdo mal, estábamos de acuerdo en que éramos absolutamente incompatibles.

El comentario casual que Luke le hizo aquella mañana un año atrás la tomó completamente por sorpresa. J.J. había dado por hecho que iban a vivir en Denver, donde ella trabajaba en un importante despacho de abogados, cobraba un buen sueldo y tenía un brillante futuro profesional. Seis meses antes, se había comprado una casa en la ciudad. Como propietaria, y ganando el sueldo que ganaba, no se le había ocurrido que él esperase de ella que lo dejara todo para seguirle al fin del mundo. Había asumido que Luke se pondría a buscar trabajo en Denver.

Darse cuenta de que él se había hecho otras conjeturas la forzó a enfrentarse a la realidad.

—Estábamos de acuerdo en que lo mejor era reconocer que habíamos hecho una tontería y que habíamos actuado impulsivamente. Estábamos de acuerdo en que acabar con nuestro matrimonio tenía mucho más sentido que engañarnos a nosotros mismos y empeñarnos en que podíamos vivir juntos.

Se habrían engañado de creer que lo que sentían el uno por el otro era amor. Las parejas de enamorados hablaban y hacían planes para el futuro. Lo único que J.J. sabía era que a él le gustaban la mazorcas de maíz con mantequilla y que no le gustaba el café con azúcar. Que cantaba fuera de tono en la ducha, cuando se duchaba solo, y que era un amante imaginativo y satisfactorio. J.J. no tenía idea de cómo había esperado que los dos sobrevivieran si ella dejaba su trabajo.

—Aquella mañana, cuando pasaste una hora en la ducha, me di cuenta de que algo pasaba —dijo Luke—. Saliste del cuarto de baño cubierta de pies a cabeza con un albornoz para anunciar que habías cambiado de idea. Enumeraste una por una las diferencias entre los dos. Dejaste bien claro que yo era un donnadie, un pobre sin educación; al contrario que tú, una educada y bien pagada abogada, y sin duda muy limpia después de la ducha.

J.J. estaba segura de que el rostro se le había puesto del mismo color que el tomate que tenía en el plato.

—Jamás hice esas comparaciones.

—No con estas palabras exactamente, pero incluso un estúpido vaquero podía darse cuenta de lo que estabas pensando.

—Al contrario que yo, que no tenía que pensar mucho para saber lo que tú estabas pensando, ¿verdad? Me lo dijiste con mucha claridad. Querías una esposa que trabajara al lado de su marido, pero que no fuera la que llevara los pantalones en la casa. Querías una mujer que cocinara, que te lavara los calcetines, que te calentase la cama y que criara a tus hijos. No querías una esposa, querías una sirvienta a la que no tuvieras que pagarle un sueldo.

—Quería una mujer que quisiera un hombre —dijo él fríamente—, pero no sé qué querías tú. Lo pasaste bien durante una semana jugando a las casitas con un vaquero grande y malo. Pero, cuando tuviste que enfrentarte a la realidad, te aterró la idea de irte a vivir a North Park.

—No me aterró, lo que pasó es que recuperé la razón. Uno de los dos tenía que ser práctico.

Luke lanzó un gruñido burlón.

—De práctica nada, te acobardaste.

—Estamos saliéndonos del tema —señaló Burton—. ¿Por qué le parece inconveniente el divorcio, señor Remington?

—Llámame Luke. Si vamos a compartir una esposa, deberíamos llamarnos por el nombre de pila.

—No me vais a compartir.

—Quizá fuese mejor que dejáramos a O’Brien fuera de la conversación. Las mujeres tienden a ser muy emocionales, les resulta imposible reducir las cosas al mínimo común denominador.

—No estoy seguro de seguir tu razonamiento, Remington.

La mínima de las sonrisas apareció en el rostro de Luke al darse por enterado de la negativa de Burton a llamarlo por el nombre de pila.

—O’Brien quiere ser el hombre de la familia; en ese caso, hablemos del dinero que tendría que pasarme.

J.J. no podía creerlo.

—¡Dinero! No voy a pagarte ni un céntimo —¿cómo podía haber pensado que estaba enamorada de ese hombre?—. Ningún juez en el mundo me obligaría a pasarle una pensión a un hombre perfectamente capacitado para trabajar.

—Respecto a lo de capacitado para trabajar… podría ocurrir que el día que te conocí me torciera un músculo o un nervio…

—¡Esto es increíble!

—¿Y qué hay del abandono del hogar conyugal? —Luke sacudió la cabeza tristemente—. Casi una semana de felicidad y, de repente, nada. Me has hecho mucho daño, tanto física como psicológicamente.

—Felicidad, ya —J.J. apretó los dientes.

—¿Estás diciendo que nuestro matrimonio no fue una sagrada y pura unión de dos mentes? ¿Que nuestros corazones no latían al unísono?

—Lo único que hubo entre tú y yo fue sexo, y lo sabes tan bien como yo —se vio forzada a admitir J.J.

Luke sonrió maliciosamente.

—Vaya, así que te acuerdas de una o dos cosas en nuestro matrimonio, ¿eh?

Antes de que ella pudiera estallar, Burton intervino:

—J.J., quizá fuera mejor que oyéramos lo que tiene que decir. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo satisfactorio para todos. Vamos, Remington, diga qué es lo que quiere.

—No estoy dispuesta a negociar con él —creía que él la había amado, aunque nunca se lo había dicho.

—Empecemos con haberle salvado la vida a O’Brien. Eso debería significar algo para usted, Alexander.

—¿Quieres dinero por eso? —dijo J.J. incrédula—. Es lo más bajo que te he oído decir.

—No sabía que hubiera salvado la vida de J.J. —dijo Burton.

—¿Lo ves, O’Brien? Tu novio sí entiende de estas cosas. ¿Cuánto daría por ella? —le preguntó a Burton.

—J.J. no tiene precio.

—Gracias, Burton.

—Y eso que no se ha acostado contigo. Imagínate lo que subirías de valor.

—Ya he tenido más que suficiente. Esperaba que pudiéramos discutir este asunto como dos personas civilizadas; pero si quieres luchar, vaquero, adelante, lucha. Cuando acabe contigo, vas a sentirte como si te hubieran pasado por encima todas las vacas de North Park.

—Tranquila, J.J., no te precipites. Si dejas que te represente como abogado…

—No necesito un abogado, Burton, yo soy abogada.

—No sabía que O’Brien tuviera tanto genio, ¿y usted, Alexander? Se pone muy guapa cuando se enfada, ¿verdad?

Algo en la voz de Luke hizo que J.J. no le contestara. De repente, nació en ella la sospecha de que Luke estaba tendiéndole una trampa.

—Está bien, ¿qué es lo que quieres? —le preguntó J.J. a Luke con voz calma.

Luke dejó de comer y se la quedó mirando pensativamente.

—¿Qué precio estarías dispuesta a pagar por deshacerte de mí, por conseguir que nuestros caminos no vuelvan a cruzarse nunca?

J.J. sintió dolor en el estómago. Se había casado con ese hombre, se había acostado con él e incluso había llegado a pensar en compartir su vida con él. Había creído conocerlo. No lo conocía en absoluto.

Apareció en su vida como por arte de magia, echándola hacia un lado mientras agarraba a la pequeña que J.J. se había parado a sonreír. Todo ocurrió con tanta rapidez que a J.J. no le dio tiempo ni de gritar. J.J. se había inclinado sobre la pequeña que estaba en el cochecito; cuando quiso darse cuenta, estaba volando por los aires. Oyó la conmoción a su alrededor y supo que iba a caer. Su cuerpo no había tocado el suelo aún cuando un enorme caballo pasó al galope.

J.J. estaba sentada en el suelo sin comprender lo que había pasado cuando la madre de la pequeña abrazó a su niña y, con lágrimas en los ojos, le dio las gracias a Luke. Cuando Luke se volvió a J.J., fue cuando ésta se dio cuenta de lo que había pasado. El caballo se había soltado de quienes lo cuidaban y había escapado a galope. Sin darse cuenta del peligro, J.J. y la pequeña, cuya madre estaba a varios metros acariciando a otro caballo, estaban en medio del camino por el que escapaba el caballo. De no ser porque Luke vio el peligro y actuó inmediatamente, tanto J.J. como la niña podrían haber sufrido un accidente serio o incluso mortal.

Antes de que J.J. pudiera darle a Luke las gracias, él le tendió una mano para ayudarla a levantarse, le sonrió y se disculpó. Cinco días después, un miércoles, se casaron. El lunes siguiente se separaron de mutuo acuerdo.

Y desde entonces, ni una sola vez se le había ocurrido pensar a J.J. que Luke Remington quisiera extorsionarla. Un sobrecogedor sentimiento de pérdida la embargó. Se había entregado a ese hombre. Había creído que lo amaba. No había sido amor, sino atracción física nacida de la gratitud y del encanto de Luke Remington.

Luke la estaba observando y J.J. tragó saliva para reprimir una náusea.

—¿Cuánto?

—Tres semanas.

Sin comprender, J.J. parpadeó.

—¿Tres semanas de qué? ¿De mi sueldo?

—De ti —respondió Luke con voz queda—. Tres semanas contigo.

Burton se atragantó con el vino.

—Eh, un momento, Remington.

—Estás loco —dijo J.J.

Luke la miró con una sonrisa sin humor.

—No estoy loco, sino muy enfadado.

—No tienes motivo para estar enfadado.

—Puede que no me guste que me traten a patadas.

—Llevamos separados un año —dijo ella—, y en todo este tiempo no has intentado ponerte en contacto conmigo.

—¿Acaso esperabas que viniera arrastrándome hasta Denver para suplicarte?

—Por supuesto que no. Y tampoco creo que me quieras otra vez en tu vida.

—¿Quién ha dicho eso?

—Tú —respondió apretando los dientes—. Has dicho que me querías por tres semanas. Olvídalo y date una ducha fría.

—¿Crees que he querido decir…? —Luke se echó a reír burlonamente—. He dicho que estaba enfadado, no desesperado por acostarme con una mujer.

Las mejillas de J.J. se encendieron. Sintió a Burton, que permanecía en silencio, moverse a su lado.

—Déjate de bromas y di qué es lo que quieres exactamente, Luke.

—Hace un año me casé contigo creyendo que íbamos a pasar el resto de la vida juntos. Por extraño que parezca, creía que a ti te pasaba lo mismo. Pero las abogadas no comparten sus vidas con gente de poca monta, ¿verdad?

—Si herí tu orgullo, lo siento, pero no voy a darte ni un céntimo.

Burton se aclaró la garganta.

—No, Burton, no voy a hacerlo. Mañana voy a iniciar el procedimiento para solicitar el divorcio y Luke Remington no podrá hacer nada por impedírmelo.

—Puede que no pueda impedírtelo, pero te aseguro que sí puedo hacer que el proceso sea muy lento —dijo Luke—. Y puedo ir a los periódicos con la historia y hacer que el asunto tenga una publicidad que a ti no te beneficiaría, ¿no te parece, señorita abogada?

—No me cabe duda de que usted puede proponer una alternativa, ¿verdad, Remington? —interpuso Burton.

—Sí, así es —Luke la miró fijamente—. Ven a mi casa a pasar tres semanas conmigo.

—No —respondió ella.

—¿Tienes miedo?

—No…

—Sí, lo tienes —dijo Luke fríamente—. Eres una cobarde que se hace la dura. Puede que engañes a los demás, pero a mí no. Te asusta la gente de verdad porque se puede dar cuenta de lo falsa que eres.

—No vas a conseguir que acepte esta locura —respondió ella.

Luke lanzó una breve carcajada.

—Tres semanas —repitió él—. Después de las tres semanas, firmaré todos los papeles que quieras ponerme delante.