Breve historia de la generación del 27 - Felipe Díaz Pardo - E-Book

Breve historia de la generación del 27 E-Book

Felipe Díaz Pardo

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Beschreibung

Conozca la generación literaria que representa la modernidad a comienzos del siglo XX. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Jardiel Poncela, las SinSombrero, Alberti, María Zambrano, Salinas, Guillén, Rosa Chacel, Cernuda, Dalí, Buñuel, Falla… Un grupo de artistas, intelectuales, poetas, novelistas y dramaturgos que supuso un nuevo Siglo de Oro para las letras españolas Descubra la generación que representa la modernidad de comienzos del siglo XX, la generación del 27. Valedores de una poesía caracterizada por la mezcla de lo clásico y lo popular o la maestría en el uso de la metáfora, así como del paso de un arte deshumanizado a otro preocupado por los temas sociales y políticos.

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BREVE HISTORIA DE LA GENERACIÓN DEL

BREVE HISTORIA DE LA GENERACIÓN DEL27

Felipe Díaz Pardo

Colección:Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título:Breve historia de la generación del 27

Autor:© Felipe Díaz Pardo

Director de colección:Luis E. Íñigo Fernández

Copyright de la presente edición:© 2018 Ediciones Nowtilus, S.L.

Doña Juana I de Castilla, 44, 3.º C, 28027 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos:Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta:Universo Cultura y Ocio

Imagen de portada: Fotograma del documental Las Sinsombrero.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjasea CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com ;91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición digital:978-84-9967-921-1

Fecha de edición:marzo 2018

Depósito legal:M-3203-2018

«Nuestra generación, como se ve, no era solemne.

Ni hasta los más comedidos, como Salinas,

Guillén, Cernuda o Aleixandre, lo eran».

«¡Fue un gran año aquel 1927!

Variado, fecundo, feliz, divertido, contradictorio!».

La arboleda perdida

Rafael Alberti

Índice
Presentación
1. Tiempos modernos
Una guerra para empezar el siglo
El cambio que vino de la revolución
El verdadero comienzo del siglo xx
La Gran Depresión de 1929 tras los felices años veinte
La era de los totalitarismos y de la modernidad
La Segunda Guerra Mundial y una nueva Europa
Un nuevo régimen para un nuevo siglo
Tiempos modernos también en España
Huelgas, revueltas y reformas sociales
Entre el desequilibrio y el desarrollo
La crisis del 98, las ansias de regeneracionismo y la llegada de un nuevo rey
La llegada de otra dictadura
Los cambios de la República
La ruptura definitiva de la Guerra Civil
El franquismo: tiempo de exilio y posguerra
La transición: de la dictadura a la democracia
2. A la búsqueda de una nueva identidad literaria
La Residencia de Estudiantes, lugar de encuentro de la joven generación
Los antecedentes: modernismo y novecentismo
El aprendizaje de las vanguardias
José Ortega y Gasset, entre la deshumanización del arte y el arte puro
Ramón Gómez de la Serna: un ejemplo de rebeldía
Juan Ramón Jiménez y sus discípulos del 27
Las revistas del 27
3. La gloria que quiso dar el cielo
En busca de una denominación
Generación o grupo
El centenario de Góngora, un homenaje poco lucido
Coincidencias
Temas comunes
Entre la tradición y la vanguardia
La poética del 27
Etapas
4. ¿Son todos los que están?
Nómina (incompleta) de los que son
Pedro Salinas
Jorge Guillén
Gerardo Diego
Federico García Lorca
Dámaso Alonso
Vicente Aleixandre
Emilio Prados
Rafael Alberti
Luis Cernuda
Manuel Altolaguirre
5. Las Sinsombrero
El fenómeno del sinsombrerismo
La época de las Sinsombrero
Las Sinsombrero, fruto de una época
«Femeninas, que no feministas»
Orígenes comunes
Artistas diversas
El amor en las Sinsombrero
La generación del 27: un mundo sin mujeres
6. Sin ningún género de dudas
El ensayo: donde la ficción no interviene
El teatro, una dedicación no tan menor
Lorca y el interés permanente por el teatro
El teatro, una dedicación nada ocasional en Alberti
Alejandro Casona: homenaje a la otra generación del 27
La narrativa de ficción en el 27
7. La pintura y el cine en la generación del 27
El arte nuevo en las artes plásticas y en la poesía
La pasión de dos poetas por la pintura
Luis Buñuel, el cineasta de la generación del 27
Conexiones entre cine y poesía
El cine en la poesía del 27
8. Los toros y el flamenco, las otras aficiones del 27
Ortega y otros aspectos previos sobre el toreo
Fernando Villalón, poeta exaltador del mundo de los toros
Gerardo Diego, intérprete de la fiesta
Rafael Alberti, un canto social a través del toreo
El llanto de Lorca por un torero
La generación del 27 y el flamenco
La música y el flamenco en Lorca
9. Más allá de los límites del tiempo
Miguel Hernández, en el límite generacional
Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y la poesía desarraigada
La influencia de la generación del 27 en la poesía posterior
10. El espacio perdido en los poetas del 27
Los efectos del exilio
La marca del tiempo en la generación del 27
¿Sabías que…?
¿Sabías que Federico García Lorca fue a Madrid para triunfar literariamente y no para estudiar, como quería su padre?
¿Sabías que la fertilidad creativa del arte y la cultura del primer tercio del siglo xx se debe al intento de los jóvenes artistas por romper con el arte anterior?
¿Sabías que la lucha de clases que se produjo en España en los años veinte del siglo pasado tiene que ver, curiosamente, con el auge económico que tuvo lugar en esa época?
¿Sabías que Federico García Lorca y Miguel Hernández no se llevaban demasiado bien?
¿Sabías para qué fueron creadas las Misiones Pedagógicas y La Barraca?
¿Sabías que hubo una versión femenina de la Residencia de Estudiantes?
¿Sabías que los movimientos vanguardistas lanzaban proclamas y manifiestos?
¿Sabías que la etiqueta de «generación del 27» quizás no sea la más acertada para designar a estos poetas?
Bibliografía
Estudios y ensayos:
Antologías y obras:

Presentación

Todo lo que se emplee en presentar este libro irá en detrimento de lo mucho que se quiere contar en él, por tanto, seré breve, aunque deje sin decir en estas primeras páginas mucho de lo que me gustaría explicar sobre lo que este volumen contiene. Para empezar, querría señalar que he pretendido evitar, en la exposición del tema que trata, lo que comúnmente sabemos de este grupo de autores denominado «generación del 27», e intentar conocer algo más y mejor de sus inquietudes, aficiones y capacidades para el arte. Así, además de la semblanza típica e inevitable que de la obra poética de cada uno de ellos se ha hecho en el capítulo 4, fundamentalmente y a grandes rasgos, se dedicará el capítulo 6 a conocer el trabajo de estos escritores en los demás géneros literarios para, a continuación, descubrir las conexiones que, con otros ámbitos artísticos o manifestaciones culturales, estos poetas han mantenido, como con el cine, la pintura, el flamenco o los toros (capítulos 7 y 8). Porque estos artistas eran, ante todo, personas ansiosas de empaparse de todo cuanto les rodeaba.

Pero antes de todo lo anterior era obligatorio —haciéndonos eco, en cierto modo, del título del volumen— situar esta generación en el contexto histórico en el que se movía (capítulo 1), y dar a conocer los antecedentes literarios y culturales necesarios para entender su irrupción en el panorama intelectual de su época (capítulos 2 y 3).

También hemos querido, porque era de justicia, incluir un apartado sobre las mujeres del 27 (capítulo 5), las conocidas como las Sinsombrero, concepto acuñado con motivo de un paseo de Lorca, Dalí, Maruja Mallo y Margarita Manso por el Madrid de aquellos años veinte del siglo pasado. Como veremos, la importancia de estas artistas en la vida cultural de la época no justifica tanto olvido.

Asimismo, y aunque todos encuadramos a los miembros de esta generación entre 1920 y los años anteriores a la Guerra Civil, pues ahí fue donde mostraron su talento creativo con más fuerza, hemos querido igualmente detenernos en su etapa posterior (capítulo 10) y, sobre todo, en el exilio de muchos de ellos, para intentar conocer los sentimientos de nostalgia y desarraigo del poeta alejado de su tierra y silenciado en ella. También, dentro de ese espacio temporal que comienza en la posguerra, hemos aportado un breve repaso a la influencia de estos poetas en la lírica posterior, influencia que llega hasta nuestros días (capítulo 9).

Por último, quería dejar constancia de mi clara intención de no convertir únicamente las páginas que siguen en un cúmulo de datos, una lista de características y un listado de títulos de obras, sino de convertirlas también en una auténtica antología guiada y comentada de textos, la mayoría poéticos, con los que ilustrar y aclarar al lector sobre lo que se va explicando.

Y con el fin de no gastar más tinta en estos primeros renglones introductorios, damos paso al apasionante mundo de unos hombres y mujeres movidos por el afán de modernidad y de búsqueda de lo nuevo sin destruir lo anterior, empujados por unos ideales estéticos y de justicia social que, en muchos casos, les obligaron a abandonar una patria que algunos no volvieron a ver nunca más.

Octubre de 2017

1

Tiempos modernos

El período histórico en que transcurre la vida y obra de los autores de la generación del 27 se puede determinar en función del criterio, más restringido o más amplio, que utilicemos para establecerlo.

Así, si consideramos que dicha época comienza con el nacimiento de Pedro Salinas y termina con la muerte de Dámaso Alonso, estaríamos hablando de una época que transcurriría entre 1891 y 1990, exactamente cien años. Si, en cambio, tenemos en cuenta el espacio de tiempo en el que estos escritores desarrollaron plenamente su labor creativa, y durante la cual se les identifica como un grupo compacto y novedoso dentro de nuestra literatura, habríamos de centrarnos, fundamentalmente, en un lapso temporal mucho más corto que comprendería, aproximadamente, desde los años veinte del siglo pasado hasta el fin de la Guerra Civil, fenómeno que causa la disgregación del grupo que fue silenciado durante la dictadura que siguió a la Guerra Civil.

Ante estos dos posibles enfoques para situar el contexto histórico de nuestros autores, adoptaremos una postura intermedia, ecléctica o conciliadora. Si, por un lado, haremos una exposición más detenida de las primeras décadas del siglo XX, por otra parte no descuidaremos todo el contexto histórico, social y cultural por el que se desarrolló el trabajo de estos escritores. Por tanto, con la intención de describir mediante pinceladas breves y todo lo certeras posible, daremos un repaso por el tiempo tanto convulso como apasionante de los primeros años del mencionado siglo xx. En Europa y América se suceden, entre otros hechos, la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918 y la Depresión de 1929. Surgirá luego el fascismo y otros regímenes totalitarios y será una época de gran efervescencia cultural, cuando los aires de modernidad se dejarán respirar por todas partes.

En España, tendrán lugar los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII, una segunda república y una guerra civil, además de compartir con el resto de Europa esa modernidad a la que nos referimos, aunque de forma atenuada, y a la que aludiremos de nuevo más adelante. Llegarán los medios de comunicación de masas (cine, fotografía, publicidad) o se harán populares deportes como el fútbol o el tenis. En el mundo cultural se producirá el auge de los ateneos culturales, el nacimiento de las universidades populares, el desarrollo del periodismo y las revistas de pensamiento, etc. Por último, y para cerrar esta breve introducción de este capítulo inicial, cabe mencionar el impulso que las artes muestran en estos años: la música, con Manuel de Falla; la pintura, con Miró, Dalí y Picasso; el cine, con Luis Buñuel; o la poesía, con la aparición de los autores aquí estudiados, quienes darán lugar a una segunda Edad de Plata del género lírico.

Después vendrá, cuando el grupo por unas u otras razones se haya dispersado, la posguerra, con el exilio y el franquismo incluidos; y la transición democrática, época al final de la cual desaparecen ya físicamente los últimos representantes de una generación tan innovadora y revitalizadora —al mismo tiempo admiradora de la tradición— de nuestra literatura más cercana.

Dediquemos, pues, este primer capítulo a reseñar los principales acontecimientos que se produjeron, tanto en Europa, América como en nuestro país, en los años en que transcurrió la vida y obra de unos autores que hicieron apasionante un período literario por diversos motivos.

UNA GUERRA PARA EMPEZAR EL SIGLO

Por lo que atañe a los acontecimientos que suceden fuera de nuestras fronteras, los primeros pasos de nuestra generación coinciden con la Primera Guerra Mundial, que se desarrolla entre 1914 y 1918. Durante esos años, por ejemplo, Pedro Salinas es nombrado lector de español en La Sorbona (1914), para ser sustituido después por Jorge Guillén (1917); en 1917, Rafael Alberti se instala en Madrid y una Antología de Rubén Darío despierta el interés por la poesía de Vicente Aleixandre; Federico García Lorca publica Impresiones y paisajes en 1918; y en 1919, tanto este último como Gerardo Diego llegan a Madrid.

Estos primeros balbuceos de nuestros poetas se producen, como decimos, mientras tiene lugar esta contienda, conocida también como la Gran Guerra, de dimensiones inauditas y que tuvo como escenario los Estados industrializados de la época. Esta conflagración fue fruto de la desconfianza que se había generado, años antes, entre Rusia, Austria-Hungría, Italia, Francia e Inglaterra, y que se acentuó al desaparecer Otto von Bismarck de la vida política, en 1890. La entente de los tres emperadores europeos (alemán, austríaco y ruso), propiciada por el citado canciller alemán, quedó rota en 1878 cuando Rusia la abandonó por la cuestión de los Balcanes.

La Primera Guerra Mundial duró cuatro años y tuvo su campo de batalla en Europa. En ella se produjo el mayor número de pérdidas de vidas humanas conocido hasta entonces. La contienda trajo consigo graves consecuencias posteriores: secuelas psicológicas, mutilados, crisis de la conciencia europea, fin del dominio europeo, etcétera.

El Imperio austrohúngaro y el alemán renovaron entonces la Dúplice Alianza, que se mantuvo entre 1879 y 1914. A este acuerdo se integró Italia en 1881, cuando los franceses ocuparon Túnez para frenar las pretensiones italianas en el norte de África. Estos pactos dieron lugar a una Europa central germánica, en 1882, y Alemania, Austria-Hungría e Italia firmaron el tratado secreto de la Triple Alianza, que se mantuvo hasta 1914.

En 1888 accedió al trono de Alemania Guillermo II, quien pronto mostró su desacuerdo con su canciller sobre la falta de aspiraciones coloniales de este. Creía el joven káiser que para desplazar a Gran Bretaña en el mar y en la industria era imprescindible contar con colonias. A partir de entonces se suceden los tratados entre Estados. Surge primero la Entente franco-rusa, en 1891, cuando el zar Alejandro III, que necesitaba un aliado en los Balcanes, firmó con Francia este tratado, secreto y defensivo. Años después, en 1904, Eduardo VII de Inglaterra, para romper su aislamiento con Europa, firma también con Francia la Entente cordial, con el fin de establecer un apoyo recíproco en el continente africano. Por otra parte, surge la Triple Entente, en 1907, cuando Gran Bretaña, Rusia y Francia se unen y se convierten en bloque antagónico de la Triple Alianza. Entretanto, Inglaterra y Rusia renunciaron al control del Golfo Pérsico y a la construcción del ferrocarril en Persia y crearon el Estado-tapón de Afganistán, entre el sur de Rusia y la India británica.

De este modo, la Francia que Bismarck quería aislar consiguió dos grandes aliados, y el empeño del canciller por conseguir una paz armada se derrumbó ante el interés de Alemania por la política colonial. Y mientras, Japón emerge como nueva potencia, dada su política imperialista y su rápido desarrollo industrial. En 1895 estalló una guerra entre China y Japón y en 1904 entre Rusia y Japón.

En definitiva, los dos grandes grupos enfrentados, la Triple Entente y la Triple Alianza pusieron en peligro una paz cuyo fin se desencadenó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono austrohúngaro, y de su esposa, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo. El emperador Francisco José de Austria, apoyado por Guillermo II, declaró la guerra a Serbia el 28 de julio de ese año ante la negativa serbia de castigar a los culpables. Rusia acudió en ayuda de su aliada Serbia y Alemania, que se vio amenazada, declaró la guerra a Rusia el 1 de agosto. Pocos días después, el emperador alemán, tras la negativa de Francia a mantenerse neutral, ordenó entrar en Bélgica. Por su parte, Gran Bretaña propuso la celebración de una conferencia de las naciones que no estuvieran interesadas en el conflicto entre Serbia y Austria, pero ante la violación de la neutralidad belga, declaró la guerra a Alemania el 4 de agosto.

La guerra no encontró resistencia entre la opinión pública y muchos jóvenes se presentaron voluntarios en todas partes. Las vanguardias, a las que nos referiremos más adelante y que influirán en la formación de la generación del 27, tienen su origen en el aire belicista de esta época.

El término avant-garde (‘vanguardia’) surgió en Francia en los años de la Primera Guerra Mundial y, en concreto en la literatura, alude a una cierta concepción bélica de determinados movimientos literarios que, en su lucha contra los prejuicios estéticos, los corsés académicos, las normas establecidas y la inercia del gusto, constituyeron algo así como las avanzadillas o fuerzas de choque en el campo de batalla de las literaturas en su lucha por la conquista de una nueva expresividad.

En sentido estricto suele, pues, entenderse por literatura de vanguardia aquella serie de movimientos que florecieron después de la Primera Guerra Mundial y fueron sucediéndose, con mayor o menor fortuna, hasta el desencadenamiento del segundo gran conflicto bélico, en 1939. Los vanguardismos entraron en crisis en la década de 1920-1930 y desaparecieron a lo largo de la siguiente porque, entretanto, los vanguardistas se vieron obligados a tomar partido en el nuevo gran enfrentamiento que se avecinaba y no desde los postulados de su sensibilidad, sino desde los imperativos de una realidad histórica más urgente.

EL CAMBIO QUE VINO DE LA REVOLUCIÓN

El estallido de la Revolución rusa cambió radicalmente el desarrollo de la Gran Guerra y precipitó su final. A consecuencia de los primeros acontecimientos revolucionarios, Rusia firmó el Tratado de Brest-Litovsk, por el que se retiró de la contienda. Veamos con unas breves pinceladas el ambiente en que se desarrolló este acontecimiento.

Escaleras de Odessa. Escena de la película El acorazado Potemkin, película muda de 1925, del director ruso Sergei Eisenstein, que reproduce una instantánea de la famosa secuencia de las escaleras de Odessa. Basada en hechos reales, narra los sucesos acaecidos en el puerto de Odessa en junio de 1905, cuando los tripulantes del referido acorazado se sublevan por los malos tratos y alimentos recibidos. La imagen muestra el momento en que los cosacos masacran a la multitud desarmada.

El crecimiento demográfico en Rusia en el siglo XIX, en donde cien de los ciento veinte millones de habitantes eran campesinos, provocó una miseria enorme que repercutió en la falta de poder adquisitivo y, por tanto, en el descenso de la producción industrial. En este contexto social nació el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (SD), en donde convivían una línea más moderada (los mencheviques o mayoritarios) y otra más revolucionaria (los bolcheviques o minoritarios), estos últimos dirigidos por Lenin. Este confió en los campesinos como agentes del cambio y formó a unos líderes profesionales que fueron los encargados de instaurar la dictadura del proletariado, entre los que se encontraban León Trotsky (Davidovich Bronstein) y Iósif Stalin (Vissarionovich Dzhugashvili). También quiso organizar el Estado de manera federal mediante los sóviets. Los bolcheviques pasaron a denominarse «comunistas» en 1912.

Por otro lado, a partir de 1901 se formó una élite cultural que denunciaba la corrupción administrativa a la que pertenecían escritores como Aleksandr Pushkin o León Tolstói, o músicos como Aleksandr Borodín o Nicolái Rimski-Kórsakov, partidarios de implantar el capitalismo y la monarquía parlamentaria y que formaron el Partido Democrático Constitucional (KD).

En este ambiente político se desarrollaron las revoluciones que surgieron en 1905 y en 1917. La primera, de carácter a la vez popular y militar, surgió tras la derrota ruso-japonesa en 1904. Los obreros de San Petersburgo y sus familias se manifestaron el 27 de enero de 1905 (el Domingo Sangriento) ante el palacio del zar, en busca de justicia y protección. Los obreros demandaban derechos políticos, civiles y sociales y que el zar sustituyera el Gobierno autoritario por otro de base constitucional. El ejército zarista cargó contra los manifestantes, lo que provocó centenares de muertos. El suceso suscitó protestas como la de los marinos del acorazado Potemkin, que se amotinaron en la base de Odesa, en el mar Negro.

En 1917 confluyeron en Rusia varias revoluciones de nuevo: una burguesa en el campo, otra socialista en las ciudades industriales y una tercera entre las nacionalidades no rusas que integraban el Imperio. La sublevación popular y la militar comenzaron el 23 de febrero en San Petersburgo y obligaron al zar a abdicar. La burguesía liberal asumió el poder el 27 de febrero para instaurar la república. Por su parte, los socialdemócratas constituyeron los sóviets. De este modo se formó un doble gobierno. Los soldados no obedecían al gobierno burgués sin la conformidad de los sóviets, que respondían a cada ley reformista de carácter burgués con otra diferente. El 4 de abril, Lenin regresó a Petrogrado desde su exilio de Suiza y proclamó la unidad de los obreros y campesinos, con lo que dejó claras las intenciones políticas de la Revolución bolchevique que instauraría la futura república de los sóviets, cuyos presupuestos principales eran no pactar con el Gobierno burgués, rechazar la guerra imperialista y repartir tierra a los campesinos. De esta forma, Lenin posponía la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, que era uno de los principios básicos del marxismo, para ampliar las bases sociales del nuevo régimen. Mientras, León Trotski creó un cuerpo militar, la Guardia Roja, que el 3 de julio dio un fallido golpe de Estado.

Los intelectuales, por su parte, pusieron su talento al servicio de la revolución y se adhirieron a algunos de los movimientos vanguardistas más interesantes del momento, como el constructivismo, el cubismo, el surrealismo (Marc Chagall, Kazimir Malévich, etc.). No obstante, el régimen prefirió un realismo socialista que hiciera fácilmente comprensible a todos los ciudadanos los objetivos de la revolución y encontró en los carteles el soporte más adecuado para ello.

EL VERDADERO COMIENZO DEL SIGLO XX

El siglo XX comenzó realmente después de la Gran Guerra, que marcó la transición del orden liberal burgués al nuevo socialdemócrata, dominante en nuestro mundo actual.

En dicho momento, la población europea conoció altas cotas de miseria que los Gobiernos no solucionaron al mantener el liberalismo político y económico frente a las doctrinas del marxismo-leninismo soviético. Los tratados de París tampoco resolvieron los conflictos de las minorías étnicas. Las naciones pretendieron solucionar la frustración generada por los desajustes económicos mediante un orden político, a veces utópico, que no fuera ni liberal ni socialista.

En este sentido, en julio de 1918 queda aprobada en Rusia la Constitución que definía al país como República Federal Socialista Soviética Rusa bajo el régimen de dictadura del proletariado y, a pesar de que el término Rusia aparecía en la denominación del nuevo Estado, se reconocía a todos los habitantes idéntica condición de ciudadanía, se afirmaba la igualdad de todas las naciones y etnias que las integraban y se les concedía el derecho a la autodeterminación. El Partido Comunista quedó como único y la capital del nuevo Estado se fijó en Moscú, desde donde se puso en práctica un Gobierno centralista democrático, a pesar de que la estructura federal hubiera debido dar a la república la capacidad de autogobierno. Lenin terminó por identificar la dictadura del proletariado con la del partido comunista.

Más adelante, el encumbramiento de Benito Mussolini en Italia, la crisis económica de 1929, el ensimismamiento de los Estados dentro de sus fronteras nacionales, el totalitarismo de Adolf Hitler en Alemania y, finalmente, el estallido de la Segunda Guerra Mundial sumieron a Europa en un período convulso que, una vez superado, fue reemplazado por el orden socialdemócrata.

Ante este panorama, las vanguardias artísticas se fueron desintegrando: en primer lugar desaparecieron los futuristas rusos, integrados en las filas de las asociaciones de escritores «proletarios»; la mayoría de futuristas italianos dieron pie a la creación de una estética fascista; los surrealistas franceses se enfrentaron entre sí y se dividieron en militantes marxistas y no militantes y entre miembros del partido comunista y no miembros; los componentes de la generación del 27, como luego veremos, vivieron una guerra civil en la que había que tomar partido también y que marcaría ya para siempre su escritura.

LAGRANDEPRESIÓN DE 1929 TRAS LOS FELICES AÑOS VEINTE

Tras la Primera Guerra Mundial, el mundo entró en una época de estabilización. A comienzos de los años veinte, la situación económica de Estados Unidos parecía claramente superior a la del resto del mundo. Tenía un dólar fuerte; el centro bursátil de Wall Street, en Nueva York, que era el más importante del mundo; y unas industrias que habían abastecido a parte de Europa durante la contienda. Esta situación dio lugar a una «época feliz» en la que la clase media norteamericana pudo acceder a un mundo desconocido y atractivo para ellos, hasta entonces destinado solo a los ricos. Gracias a préstamos a bajo interés y concedidos con escasas garantías dicha clase media pudo acceder a los grandes avances técnicos de la modernidad que surgieron por aquellos años. Apareció el teléfono, la lavadora, el automóvil, el avión, la radio, el cine y el fonógrafo. Todo ello afectaría a las mentalidades, costumbres y usos sociales del momento.

En la cultura y en la literatura en concreto, esta nueva cosmovisión hedonista y amante de la novedad se manifestó en el futurismo, corriente vanguardista que luego veremos con más detalles, la cual con su manifiesto de 1909 rompió con los valores vigentes hasta el momento. En relación con lo dicho anteriormente, proclamó la belleza de las nuevas realidades: las máquinas, los rascacielos, las ciudades, la industria, los automóviles, etc. No en vano, de Filipo Tommaso Marinetti (1876-1944), su fundador, es célebre la máxima que afirma que «un automóvil es más bello que la Victoria de Samotracia» —escultura griega—, extraída de la frase completa que decía: «un automóvil rugiente que parece correr como la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia».

La fotografía muestra el bullicio de Times Square, famosa intersección de calles neoyorquina, en 1929, tal vez poco antes de la Gran Depresión. Observamos el tránsito de automóviles y tranvías, las masas de gentes, así como las fachadas con carteles de anuncios publicitarios, cines y teatros.

Mientras tanto, la situación en Europa era de desconfianza, tras los acuerdos y repartos establecidos en Versalles después de la Gran Guerra. La economía europea se recuperaba lentamente hasta que la superproducción motivada por las escasas ventas que se producían dio lugar al cierre de las industrias y, como consecuencia, al paro y a la inflación.

En este contexto, en otoño de 1929, estalló en Estados Unidos una crisis económica y financiera sin precedentes en el sistema capitalista que afectó a todos los sectores de la economía y a todos los países del mundo, excepto a la URSS, donde funcionaba la planificación central.

Desde 1926, los estadounidenses pedían créditos a los bancos, no para comprar bienes de consumo como habían hecho hasta entonces, sino para adquirir acciones en la Bolsa de Nueva York y obtener altos beneficios con inmediata venta. En 1928, ante la elevada demanda de acciones, el precio de los valores bursátiles era resultado de la especulación y no se correspondía con la marcha real de las empresas. En la primavera de 1929 se produjo el pánico, grandes paquetes de acciones se sacaron a la venta y su valor cayó. El 29 de octubre (martes negro) la bolsa de Wall Street se hundió. Los pequeños ahorradores quisieron recuperar el dinero que tenían depositado en los bancos, que, a su vez, habían invertido. Casi 5 100 bancos quebraron. La falta de dinero en circulación hizo que el consumo disminuyera y generara acciones: los industriales reaccionaron bajando los precios, lo que provocó la deflación, y los salarios, lo que redujo de manera general el poder de compra. En un país como Estados Unidos, donde no se conocía el desempleo, en dos años el 32 % de la población se vio en paro. Sin prestación de desempleo, la población vio desvanecerse el bienestar de la década anterior.

Federico García Lorca, uno de los poetas de la generación del 27, dejaría constancia de ese mundo que encontró en Nueva York, ciudad en la que desembarcó el 25 de junio de 1929, meses antes de la catástrofe económica de la que hablamos. En su volumen Poeta en Nueva York denunciará un tipo de sociedad insolidaria, centrada en Wall Street. Así, la Bolsa es un elemento importante en alguno de los poemas del libro, como en el de «Nueva York (Oficina y denuncia)», cuando dice:

Debajo de las multiplicaciones

Hay una gota de sangre de pato;

Debajo de las divisiones

Hay una gota de sangre de marinero;

Debajo de las sumas, un río de sangre tierna.

En este fragmento, García Lorca expresa su denuncia al mundo capitalista, insensible al dolor ajeno, de un tipo de sociedad dominada por «las multiplicaciones, las divisiones» y «las sumas» que, a la vez, ignora «la otra mitad/la mitad irredimible», como dice en otro momento del poema.

LA ERA DE LOS TOTALITARISMOS Y DE LA MODERNIDAD

La crisis económica derivada de la Gran Guerra, primero, y de la Gran Depresión de 1929, después, favoreció el nacimiento de unos movimientos, ideologías y regímenes políticos que se encuadran bajo el término de «totalitarismos». Fueron iniciativas en las que el individuo delegaba su soberanía en el Estado para que este se encargara de organizar su vida y defender sus derechos, siempre supeditados al bien común. Dicho término englobó tanto al comunismo como al fascismo, pues ambos tenían en común los mismos rasgos: implantación como dictaduras de un partido único, uso de una ideología rígida y excluyente, control de los medios de comunicación por el Estado, etcétera.

De acuerdo con esas características, surgió en los países donde estos sistemas políticos triunfan un solo partido fuertemente jerarquizado en tono a un jefe carismático (duce, führer o caudillo) con capacidad para fascinar y atraer a las masas y para ejercer un poder recibido como «don divino» para trabajar por la sociedad.

Estos movimientos, que no reconocían oposición alguna, utilizaron grupos policiacos paramilitares para extender su ideología con métodos violentos. Aspiraban a regenerar al hombre en lo moral y en lo físico y, en el caso de Adolf Hitler, utilizando un componente racial y étnico.

Asimismo, estos regímenes utilizaban la propaganda, a través de medios que proporcionaban los tiempos modernos (radio, cine, banderas, música, desfiles militares), la educación y la tecnología. Además, se inculcó en la población la necesidad de recuperar la grandeza de los imperios de antaño (romano, alemán, zarista, español), lo que suponía practicar la política expansionista de agresión. Los fascismos, en concreto, intentaron crear Estados donde aplicar sus teorías económicas de autarquía y de organización del mundo laboral. Por de pronto, el derecho a la huelga y los sindicatos de clase quedaron prohibidos.

El nazismo alemán y el fascismo italiano fueron dos de los regímenes totalitarios existentes en la Europa de los años 30 y 40 del siglo XX. He aquí una instantánea de los líderes de ambos movimientos políticos, Hitler y Mussolini, de 1940.

Tras la crisis de 1929, a la que aludíamos en el apartado anterior, y después del desorden económico achacable al sistema laboral imperante en la economía de la época, la misma clase obrera en paro, desengañada por las soluciones dadas por los Gobiernos capitalistas, se incorporó y apoyó estos regímenes totalitarios creyendo sus promesas de pleno empleo y prosperidad económica. Por otro lado, el fascismo prendió también en las capas medias y pequeño-burguesas, atemorizadas por la incertidumbre económica, la inseguridad y el peligro de proletarización; de ahí que la crisis económica, como decimos, fuera un elemento necesario en su nacimiento. No se creó un sistema radicalmente nuevo; se trataba de un capitalismo no liberal dinamizado a partir de la supresión de los sindicatos de izquierda y de la difusión del principio de sumisión a la jerarquía en el ámbito laboral, y mediante la conquista militar de mercados. Por tanto, la motivación económica en defensa de los intereses capitalistas alemanes sería el origen del nazismo.

Sin entrar en más detalles sobre los pormenores políticos de la época, nuestra atención se ha de centrar en la relación del contexto de estos años con los aspectos culturales y, en especial, con los literarios que en ellos se desarrollan y que, en concreto, inciden en nuestra generación.

Como llevamos diciendo desde páginas anteriores, en Europa se desarrollaron los -ismos, movimientos artísticos de carácter experimental que se producen en las primeras décadas del siglo XX. La mayor parte de ellos se formaron en torno a un manifiesto, esto es, una especie de programa, preceptiva o declaración de intenciones de dicha corriente. Su espíritu provocador, rasgo consustancial a cada uno de ellos, conllevaba la negación o el desdén del movimiento inmediatamente anterior. La lista es ilimitada, pero nosotros nos centraremos después en cuatro de ellos, de carácter internacional (futurismo, cubismo, dadaísmo y surrealismo) y a dos de origen hispano (ultraísmo y creacionismo) por ser los que, de alguna manera, influyeron en los autores del 27.

Podemos decir que la sensibilidad vanguardista fue la primera en comprender tanto las experiencias impuestas por las nuevas realidades de la sociedad como las transformaciones que se iban produciendo. Así, aunque la inicial efervescencia vanguardista de los primeros años fue desapareciendo, la renovación que aportaron las vanguardias perduró más allá de las aportaciones concretas de cada escuela o grupo de artistas.

Aparte de las manifestaciones literarias, de las que luego nos ocuparemos, otras actividades artísticas o expresivas aportaron cambios importantes. En las artes plásticas destacan los pintores Chagall y De Chirico, considerados precedentes de los surrealistas. En el campo de la abstracción se encuentran las obras de Joan Miró y las del francés André Masson. El surrealismo también influye en otras formas de expresión, como el cine, donde sobresalen el español Luis Buñuel, con obras tan conocidas como Un perro andaluz, de 1930, o el francés Jean Cocteau.

La propaganda era una herramienta muy utilizada por el régimen nazi. Con ella se quería imbuir a la población con la ideología de dicho movimiento. En la ilustración se observan algunas de esas ideas que se querían inculcar: por un lado, aspectos positivos del régimen aludiendo a la infancia y a la juventud; por otro, sentimientos como el antisemitismo y el odio hacia el comunismo.

En esta época cabe reseñar también el despegue que experimentaron los medios de comunicación de masas, como la prensa, el cómic, la fotografía, la radio, el cine, etc., algunos de los cuales, como ya hemos dicho, ayudaron a expandir los totalitarismos. El periodismo alcanzó una difusión y poder inusitados y, asociados a la prensa, aparecieron el cómic, el tebeo y la historieta gráfica. Asimismo, la figura del fotógrafo fue fundamental en los diarios y revistas, pues se convirtieron en testigos del mundo en conflicto de aquellos años, como el húngaro-norteamericano Robert Capa o el francés Henri Cartier-Bresson. La radio también alcanzó un auge extraordinario al convertirse en un importante transmisor de información y en un homogeneizador de los gustos y costumbres de la época (música ligera, publicidad comercial, etc.). La vinculación de la industria fonográfica con la radio posibilitó la difusión de formas musicales como el jazz. El arte cinematográfico también logró una notable madurez estética con directores y artistas cómicos como Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd. La llegada del cine sonoro en 1927 aumentó sus posibilidades expresivas y posibilitó el desarrollo industrial de este medio. En 1939 se produjo el primer éxito comercial del cine en color con Lo que el viento se llevó y en 1940 se estrena Ciudadano Kane, de Orson Welles.

LASEGUNDAGUERRAMUNDIAL Y UNA NUEVAEUROPA

Ante el avance imparable de Hitler y el nazismo, en 1939 estalló otra guerra en Europa que pronto alcanzó dimensiones mundiales. A grandes rasgos, diremos que las llamadas potencias aliadas consiguieron vencer el eje Roma-Berlín-Tokio, pero entre ellas surgieron fuertes diferencias ideológicas por el recelo suscitado por la consolidación del comunismo en la Unión Soviética. Por ello, al finalizar la guerra, la alianza entre aliados se rompió y cambió totalmente el mapa geopolítico con respecto al de 1939. Los Estados Unidos y la Unión Soviética se convirtieron en dos Estados, inmensos, distanciados geográficamente, muy ricos en recursos naturales, avanzados en el estudio de la energía nuclear y con concepciones políticas y económicas opuestas, que asumieron definitivamente el protagonismo político mundial como las dos nuevas superpotencias. Así, desde 1947, Estados Unidos y la URSS lideraron los dos grandes bloques a los que representaban y se repartieron el control del mundo. La desconfianza entre estas dos grandes potencias dio origen a un período de «guerra fría» que se prolongó durante la segunda mitad del siglo XX.

El antisemitismo fue uno de los más atroces y crueles sentimientos que se produjeron en la Segunda Guerra Mundial, en especial, por los nazis. La escena, perteneciente a la película La lista de Schindler, muestra una imagen de sus terribles consecuencias.

En una breve descripción de los hechos, el comienzo de la contienda tuvo lugar como sigue. El 30 de agosto de 1939, pocos días después de la firma del pacto germano-soviético, tropas polacas, que en realidad eran soldados alemanes disfrazados, invadieron Alemania. Con esta excusa como justificación, el 1 de septiembre los alemanes invadieron Polonia, lo que dio comienzo a la Segunda Guerra Mundial. La caballería polaca intentó resistir a los tanques alemanes. Inmediatamente Stalin también cruzó las fronteras polacas orientales. En menos de un mes toda Polonia estaba repartida y, unos meses después, Hitler inició su represión contra la población judía, a la que confinó en el gueto de Varsovia. Hitler confiaba en que Francia y Gran Bretaña continuarían aceptando su política de expansión hacia el este y de contención del comunismo, pretensión germana a la que aquellos dos países no estaban dispuestos a ceder. En los días siguientes los aliados (Francia y Gran Bretaña) declararon la guerra al Eje (Alemania e Italia), aunque la lucha no empezó hasta la primavera de 1940. En esta ocasión, como ocurriera en la Primera Guerra Mundial, otros países se fueron uniendo a uno y otro bando hasta dar al conflicto dimensiones mundiales.

Fue esta conflagración una nueva forma de hacer la guerra. La caballería fue sustituida por los carros de combate y la aviación cobró especial importancia. Gracias al invento del radar se controló el espacio aéreo y los aviones ampliaron su autonomía gracias al apoyo de los portaviones. Los vuelos se hicieron más cortos gracias a la propulsión a reacción mientras que las baterías antiaéreas contrarrestaron los efectos de las bombas sobre instalaciones y núcleos urbanos, al tiempo que evitaban el lanzamiento de paracaídas. Por otra parte, en el mar se contó con vehículos anfibios que permitían hacer desembarcos masivos de soldados y los torpedos incrementaron el acierto sobre barcos y submarinos. En la retaguardia, se intentaba minar la moral de la población civil, como se había ensayado ya en la guerra civil española de 1936-1939, mediante bombardeos y amenazas de ataque con gas. Y en cuanto a la mujer, esta adoptó una actuación parecida a la de la guerra anterior, ocupando puestos en fábricas, astilleros y oficinas de las fuerzas armadas y conduciendo ambulancias o asistiendo a los heridos. Otros descubrimientos que se aplicaron en la contienda fueron la bomba de fisión atómica, de alcance destructivo hasta entonces nunca visto; la penicilina, que luego se comercializó; la radio, que permitió mandar mensajes secretos en clave; o el tejido de nailon, que sustituyó a la seda de los paracaídas y que después encontraría múltiples aplicaciones en la industria textil.

La guerra, asimismo, aportó otros aspectos perversos y deleznables, como el antisemitismo y el racismo. Todos conocemos el profundo desprecio de Hitler hacia los judíos. El gueto de Varsovia fue una buena muestra de ello, pues obligaron, en octubre de 1940, a todos los judíos de esa ciudad a concentrarse en un sector de la ciudad donde fueron vigilados por guardias alemanes. El hacinamiento y la falta de trabajo ocasionaron el hambre, las epidemias y la miseria. El caso polaco fue el primero, pero no el último ni el único. A medida que los nazis ocuparon Europa se multiplicaron los campos de concentración y de exterminio para imponer su nuevo orden político y racial.

Tras la guerra los esfuerzos se orientaron a la reordenación de Europa. Al igual que había ocurrido en 1918, en 1945 volvió a imponerse la democracia como sistema político, pero ahora enriquecida con el sufragio femenino y con nuevos derechos económicos, sociales y culturales. En las viejas democracias europeas occidentales los partidos de masas (socialistas, laboristas y demócrata-cristianos) se convirtieron en alternativa real a las elites liberales decimonónicas. Se reconstruyeron las instituciones democráticas sobre nuevos textos constitucionales y se adaptaron a las nuevas necesidades buscando posturas revisionistas.

Dejando de lado esta breve referencia a cuestiones históricas y adentrándonos, escuetamente también, en el panorama de la ciencia y pensamiento de la segunda parte del siglo XX, diremos que, después de la Segunda Guerra Mundial, la relación entre ciencia y tecnología se hizo más estrecha que nunca, hasta el punto de que la interdependencia de ambos tipos de conocimientos era difícil de separar, a veces. Asimismo, se acuñó la expresión «gran ciencia» para caracterizar la parte más importante de la actividad científica desarrollada desde la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, a esto hay que añadir que una importante revolución científico-técnica de los últimos años del siglo pasado se experimentó en el campo de la informática.

En el ámbito cultural occidental hay que destacar el desarrollo de la filosofía como análisis y réplica de una sociedad que, como hemos visto, se ha visto marcada por acontecimientos de trascendental importancia durante la primera mitad de la centuria pasada. Así, en la Europa de la posguerra cabe destacar la Escuela de Frankfurt, que elaboró una crítica de la sociedad industrializada por las consecuencias que tiene para la sociedad y la cultura. Autores como Theodor Adorno (1903-1969), Erich Fromm (1900-1980) y Herbert Marcuse (1898-1979) son algunos de los principales integrantes de esta escuela, influida por el pensamiento marxista. La hermenéutica se convirtió, gracias a autores como Hans-Georg Gadamer (1900-2002) o Paul Ricoeur (1913-2005), en uno de los métodos más importantes de la filosofía actual. Frente a la pretendida —y cada vez más discutible— objetividad de las ciencias naturales, estos autores se ocuparon de averiguar cómo es posible la comprensión y la interpretación en las ciencias humanas. La corriente existencialista, desarrollada principalmente entre las dos guerras mundiales y que, de la mano de Heidegger, elaboró un duro análisis de la cultura occidental, tuvo en Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Simone de Beauvoir (1908-1986) sus más influyentes representantes desde los años cuarenta. El primero consideraba que el ser humano es una estructura abierta, «un proyecto que se vive subjetivamente» y que tiene como principal característica su radical libertad. Esta idea da cuenta de su existencialismo materialista y, consecuentemente, ateo. Bajo la denominación de estructuralismo se incluye un amplio conjunto de autores que comparten un método más que un corpus ideológico, de ahí que no se les pueda considerar un movimiento o una escuela homogénea. Con el término «estructura» se subraya la interrelación de las partes de un sistema. Ferdinand de Saussure y los lingüistas de la Escuela de Praga utilizaron este enfoque de estudio que pronto fue adoptado por los estudiosos de otras disciplinas. Así, Claude Lévi-Strauss (1908-2009) aplicó este método en antropología, Jacques Lacan (1901-1981) en el psicoanálisis y Michael Foucault (1926-1984) en sus múltiples investigaciones acerca del saber, del poder y sus imposiciones a los individuos o sobre diferentes aspectos de la historia. Por último, algunos filósofos más recientes integran lo que se ha llamado «posmodernidad» para resaltar su actitud crítica respecto a los excesos de la sociedad actual debidos a los procesos de industrialización. Un importante representante de esta corriente filosófica es, actualmente, Gilles Lipovetsky (1944), quien suele analizar en sus obras ciertos aspectos de la sociedad posmoderna como el narcisismo, el consumismo, el hedonismo, la moda y lo efímero, el culto al ocio, la cultura como mercancía, etcétera.

UN NUEVO RÉGIMEN PARA UN NUEVO SIGLO

Una vez repasado el panorama europeo en lo que a nosotros nos interesa, en este primer capítulo, para conocer el contexto en el que van a desarrollar su actividad literaria los escritores a los que dedicamos este volumen, nos retrotraemos en el tiempo y volvemos a los primeros años del siglo XX con el fin de completar el paisaje político, social y cultural en el que estos se moverán y que condicionará y explicará su obra.

Para comenzar nuestro repaso por la España en que vivieron los autores de nuestra generación, echemos la vista atrás y pongamos los ojos todavía en los años de la Restauración, período que transcurre entre 1874 y 1923 y al que Joaquín Costa definió como una época de «oligarquía y caciquismo».

Caricatura de la época sobre la abdicación de Isabel II. Antes de la llegada de la Restauración, en 1874, la abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso XII, en 1870, fue un hecho necesario para dar una nueva imagen a la monarquía, con un príncipe joven y acorde con los nuevos tiempos.

Fracasada la Primera República, tras la abdicación de Amadeo de Saboya, y desbordada aquella por las guerras carlistas y por insurrecciones varias en Andalucía y Levante, el pronunciamiento del general Martínez Campos restauró la monarquía colocando en el trono a Alfonso XII, hijo de Isabel II. Tanto este rey, que reinó entre 1875 y 1885, como su viuda María Cristina, regente entre 1885 y 1902, dieron prestigio a una monarquía que había caído en el descrédito provocado por el reinado de Isabel II, entre 1833 y 1868.

Como hemos dicho, nuestro primer poeta, Pedro Salinas, nació en 1891, un momento en que ya estaba asentado un régimen que, tras el levantamiento antes mencionado de Martínez Campos, fue obra del político liberal-conservador Antonio Cánovas del Castillo. Fue esta una época estable, de concordia y libertad, en la que durante años parecían haberse resuelto los grandes problemas del país, tales como el intervencionismo de la corona, el militarismo, la falta de consenso constitucional o el uso exclusivista del poder.

En 1876 se creó una constitución que estuvo vigente hasta 1931. En este último año, la mayoría de nuestros poetas habían dado muestra ya de su buen hacer. Así, por ejemplo, en 1920, Gerardo Diego publicó El romancero de la novia; en 1924, Rafael Alberti Marinero en tierra, con el que obtuvo en 1925, junto con el mencionado Gerardo Diego, por Versos humanos, el Premio Nacional de Literatura; Federico García Lorca Romancero gitano, en 1928, y Poema del cante jondo, en 1931; y Pedro Salinas Fábula y signo, o Luis Cernuda Los placeres ocultos, en ese mismo año. Digamos, pues, que eran nuestros autores poetas más o menos asentados en el panorama literario de la época.

Pues bien, esta Constitución, si bien de orientación conservadora —pues la soberanía radicaba en las Cortes y en el rey, consideraba la religión católica como la religión del Estado y establecía un sufragio restringido—, fue lo suficientemente flexible como para ir incorporando poco a poco principios democráticos como el del sufragio universal masculino (1890), el juicio por jurado o el culto privado de otras religiones.

TIEMPOS MODERNOS TAMBIÉN ENESPAÑA

La Restauración consiguió, por tanto, a pesar de la alternancia en el Gobierno de conservadores y liberales, crear un proceso de modernización y desarrollo que se prolongó hasta finales de los años veinte. Tal progreso se produjo, principalmente, en zonas como Cataluña, Vizcaya, Guipúzcoa y Asturias, y en sectores como la banca, el ferrocarril, la electricidad, la minería y la agricultura de exportación. Por otra parte, el desarrollo económico, la tímida mejora en las condiciones higiénicas y sanitarias, la ausencia de crisis demográficas importantes y la escasez de guerras civiles y coloniales contribuyeron a que la población entre 1900 y 1930 pudiera mejorar sus condiciones de vida.

Máquina de escribir Underwood. Muy distinto a los poemas de amor de Salinas, el poema Underwood girls hace referencia a una conocida marca de máquinas de escribir de la época. Es un poema que canta a un objeto de la vida moderna y cotidiana, tal y como propugnan movimientos vanguardistas como el futurismo o el creacionismo.

La población creció entre esos años y la estructura demográfica existente al final de este período mostraba una sociedad española muy distinta a la del siglo XIX