Breve historia de la Ruta de la Seda - Rainer Feldbacher - E-Book

Breve historia de la Ruta de la Seda E-Book

Rainer Feldbacher

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Beschreibung

Breve historia de la Ruta de la Seda, pretende mostrar toda la historia de la Ruta de la Seda, desde sus orígenes hasta prácticamente la actualidad. De esta forma, cronológicamente, se une la Edad del Bronce con la Antigüedad (donde surgen las primeras fuentes escritas) y la Edad Media (uno de los periodos más activos y conocidos de la ruta). Durante la Edad Moderna, la Ruta de la Seda quedó convertida en un producto vinculado a la búsqueda de "valiosos tesoros", por lo que comenzó su declive hasta el momento actual. Se realiza un esbozo de la investigación y desarrollo de la Ruta de la Seda, que permite al lector adentrarse en la historia de este interesante itinerario comercial. La Ruta de la Seda ha sido y es una red comercial que conecta poblaciones a través de desiertos y oasis, montañas y arroyos. Para atravesarla, cualquier viajero curioso podría utilizar desde camellos, caballos o yaks, hasta modernos autobuses y camiones, descansando en lugares tan pintorescos y dispares como caravasares u hoteles. De esta forma, se pueden visitar ciudades de arcilla, campamentos mongoles, edificios con maravillosas cúpulas turquesas adornadas con arabescos, hasta calles con bazares abovedados, grandes plazas con madrazas y mezquitas, y enormes ciudadelas. Por ello, hoy más que nunca, la Ruta de la Seda está en boca de todos los apasionados de las aventuras y los viajes, suscitando esperanzas y desconfianzas, por lo que Breve historia de la Ruta de la Seda intentará acercar a todos aquellos curiosos una visión global de su desarrollo.

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BREVE HISTORIA DE LARUTA DE LASEDA

BREVE HISTORIA DE LARUTA DE LASEDA

Rainer Feldbacher

Colección:Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título:Breve historia de la Ruta de la Seda.

Autor:© Rainer Feldbacher

Copyright de la presente edición:© 2024 Ediciones Nowtilus, S. L.

Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos:Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: ExGaudia, Asociación Cultural

Imagen de portada:Carpet Bazaar, Cairo, 1887. Pintura de Charles Robertson (1844-1891). Ejemplo de arte orientalista e impresionismo

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjasea CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición impresa:978-84-1305-392-9

Fecha de edición:enero 2024

Impreso en España

Imprime:Podiprint

Depósito legal:M-33341-2023

Índice
Prólogo
Introducción
1. Geografía de Eurasia
Regiones, países y estados
Montañas, estepas, desiertos y ríos como barreras y conexiones (del Himalaya al Cáucaso, de la estepa mongola al Istmo de Kra)
Influencia de la topografía en la evolución posterior
Carreteras y medios de intercambio, redes de este a oeste, de norte a sur
2. Historia «breve» de la Ruta de la Seda. Acontecimientos con consecuencias políticas mundiales: desde el principio hasta hoy
Civilizaciones avanzadas del Creciente Fértil en interacción con las regiones oriental y meridional
Pueblos del Mediterráneo septentrional y oriental
La región del mar Negro y Europa como extremo occidental de Asia
Entre los Grandes Lagos. Imperios amenazados a lo largo de las rutas comerciales
Paisajes fluviales y estepas orientales de Europa
Globalización helenística y resurgimiento de las grandes potencias persas
Roma y Bizancio, las grandes potencias occidentales de la Antigüedad
Nómadas de la estepa septentrional
Habitantes de oasis en medio de los desiertos
Población sedentaria y (semi)nómada en las montañas
Imperio medio: China y su esfera de influencia hacia Occidente
El centro oficial de la Ruta de la Seda. Tarim y Taklamakán
Japón y Corea
La caída de los antiguos imperios y la globalización musulmana (árabes, persas, turcos)
El viejo mundo se globaliza: pueblos túrquicos, mongoles y timúridas
India y el mundo del Sudeste Asiático
Un repaso a la historia de la Ruta de la Seda: enfrentamientos y absorción
3. Condiciones previas y razones del surgimiento y desarrollo de la Ruta de la Seda
Obstáculos infraestructurales
Tecnología, descubrimientos e inventos
4. Las religiones, sus fundadores y el desarrollo respectivo de estas corrientes
Budismo
Zoroastrismo
Judaísmo
Cristianismo
Maniqueísmo
Islam
Confucianismo y taoísmo
Otras confesiones
5. Perspectivas e investigación científicas. Arqueología, etnología y lingüística
Pueblos de la antigua Ruta de la Seda
Fuentes orales-espirituales: escritura y lenguaje
6. Historia de la investigación a lo largo de la Ruta de la Seda. Poetas y viajeros, peregrinos y comerciantes, soldados y exploradores
Autopercepción y percepción externa de las condiciones geográficas en la Antigüedad y la Edad Media
Con tus propios ojos... nómadas, comerciantes, peregrinos y mediadores
Marco Polo
Preludio: padre y tío allanan el camino
Reprise: el largo camino hacia Kan
Al servicio del Kan
Glorioso retorno
Llegada a Venecia e informes
En resumen, la fama póstuma de Marco Polo
Ibn Battūta
Origen e inicio de los viajes
De Oriente Próximo a Extremo Oriente
Devolución
Lo que quedaba de él...
Investigación moderna a lo largo de la Ruta de la Seda
7. Retos antiguos y actuales y camino a seguir
Antiguas rutas continentales desde China hasta el mar Negro y el Mediterráneo
La nueva ruta de la seda: entre dos mundos (Europa-Asia, Islam-Socialismo, Tradición-Modernidad, Vida cotidiana ayer y hoy)
Epílogo
Cronología
Cronología de China a Asia Central (una selección no demasiado modesta dado el marco geográfico y temporal)
Bibliografía
Texto y fotografías
Mapas

Prólogo

Escribir un libro es siempre un reto. No sólo hay que llenar las páginas con la mayor cantidad de información posible que, además, debe presentarse de forma interesante y emocionante. Sin embargo, precisamente este punto siempre resulta más complejo de lo que a uno le gustaría pensar: ¿qué se debe incluir, qué se puede omitir, cómo se conectan entre sí los distintos hilos? A menudo uno mismo alcanza los límites de su propia sabiduría y, al hacerlo, agradece a las personas que le conducen nuevamente al terreno de otras realidades existentes. Esto significa recibir consejos, y a veces experimentar agradables distracciones, en la puesta en práctica y en el hecho de contar con la ayuda de personas cuya cooperación no debe subestimarse. Así pues, doy las gracias a mis padres, Elisabeth y Rupert Feldbacher, por su fe en mí y por las diversas distracciones, a Manuela Gewessler por sus consejos y su paciencia, a Lucía Avial-Chicharro por ponerse en contacto con la editorial y colaborar en lo que concierne a palabras clave, a Wu Zhi Yun por la elaboración de mapas y planos y, en última instancia, a muchos amigos y colegas anónimos que contribuyeron de diversas formas. Asimismo, me gustaría dar las gracias a la Capital Normal University de Pekín por financiar mi investigación y contribuir a centrarme en este trabajo a través de mi nombramiento en la Facultad de Historia. Además, quiero agradecer a todos los que actuaron como «pioneros», ya sea como compañeros, informadores o anfitriones. No sólo me ayudaron, sino que hicieron que este viaje de investigación fuera aún más emocionante.

Ciertamente, el propio autor no corrió los riesgos de los peregrinos y exploradores de antaño, aunque sus viajes estuvieron a menudo plagados de obstáculos naturales y burocráticos. Pero, sobre todo, en su escritorio se presentaba la tarea de resumir una historia de varios miles de años contemplando la red de transportes más extensa del planeta. En consecuencia, hubo que abreviar y realizar simplificaciones en ciertos ámbitos, y algunos sólo pudieron tratarse a modo de ejemplo o no tratarse en absoluto. Por ello, algunos puntos centrales se fijaron a discreción del autor, aunque se intentó incluir ciertas zonas periféricas. Este enorme entramado apenas tiene principio o fin y, sin embargo, aparte de la parte oriental de Europa, el resto del continente tuvo que ser tratado como trata una madrastra; menor aún fue el espacio destinado a las áreas temáticas de África occidental y septentrional o, para el caso, al continente en general, a pesar de que este último también estuvo más implicado de lo que a menudo uno estaría dispuesto a pensar. Otro reto fue el salto entre la vinculación espacial y la secuencia cronológica de los acontecimientos. Sin embargo, dado el alcance del libro, se trató de acabar con uno u otro pensamiento, siendo complejo al menos hasta cierto punto. La división geográfica del proceso hace inevitable que las culturas y los acontecimientos se solapen una y otra vez, forzando los saltos temporales. Aunque la historia es lineal, los acontecimientos suelen estar tan entrelazados que muchas cosas suceden de forma circular. Así pues, algunas de las áreas mencionadas tendrán lagunas debido a la complejidad y limitación de un único libro y puede que se echen de menos ciertos puntos en función de los intereses del lector.

También hubo que hacer concesiones en la transcripción de los términos indígenas. En aras de la legibilidad, en la mayoría de los casos se han omitido los términos diacríticos; sobre todo en el caso de los términos chinos, que plantean un reto especial. En este último caso, el autor se ha ceñido a las reglas del sistema pinyin. Se ha añadido un marco histórico con ayuda de un cuadro cronológico al final del volumen para ofrecer una modesta visión de conjunto de este complejo entramado. Pero antes, a los viajeros y a los lectores se les ofrecen algunos puntos de referencia tanto geográficos como temáticos. Aunque existe abundante bibliografía sobre el tema, dada su actualidad y su carácter explosivo, los enfoques y perspectivas de esta obra ofrecen algunos puntos de vista nuevos y nacen de la motivación del autor para poner a consideración de un público más amplio las bellezas y la información de aquellos países que se le presentaron en el transcurso de varios años de viaje. Mucho está fragmentado y, sin embargo, este enorme rompecabezas resulta cada vez más claro...

Introducción

La Ruta de la Seda: ¿por dónde discurrían sus antiguas rutas? Las nuevas, ¿siguen esos mismos caminos o son de nueva creación? ¿Qué medidas se están tomando para reactivar la nueva Ruta de la Seda? ¿Qué está cambiando para las poblaciones? ¿Hasta qué punto se están fusionando los distintos estados de Asia Central y el Cáucaso en un espacio económico concentrado? Se abordan los retos individuales y se plantean cuestiones esenciales: ¿cómo se está configurando el entorno laboral, comercial y vital de la población, y hasta qué punto influye la Ruta de la Seda en nuestra economía, política y sociedad?

Esta obra pretende ofrecer una visión general de la historia de la Ruta de la Seda clásica, así como de algunas de sus rutas esteparias septentrionales, desde los primeros periodos tangibles, el «inicio oficial» bajo el emperador Han Wudi (Hàn Wǔdì, 156-87 a. C.), las distintas corrientes –a veces más intensas, a veces más débiles– de conexiones comerciales a lo largo de los siglos, hasta las investigaciones de la época moderna y su resurgimiento.

En el primer capítulo se expone el marco geográfico y se muestra su influencia en la red comercial más famosa y extensa. El capítulo más largo, con diferencia, está dedicado al desarrollo histórico de cada una de las regiones y de sus pueblos y protagonistas individuales. De Oriente Próximo se pasa al Mediterráneo, a través de la región del Mar Negro, hacia el Cáucaso. Desde allí, se da un salto a las zonas de Europa del Este que resultaban accesibles a través de las estepas, a las que el autor hace referencia más adelante, por considerarlas uno de los mundos típicos que representan la Ruta de la Seda. Pero aquí la atención se centra primero más en los imperios y pueblos que conectaron estos mundos: persas, helenos, romanos, bizantinos y luego los jinetes esteparios, a menudo sin nombre. Hacia el sur, son las regiones desérticas más meridionales, con sus ciudades oasis, las que destacan ante nuestros ojos como otro símbolo de la red de la Ruta de la Seda. Finalmente, llegamos al Imperio medio: China, que fue, como lo es hoy, la iniciadora de esta red comercial. Desde allí, viajamos a su provincia occidental, que fue el principal destino de la Ruta de la Seda durante su «redescubrimiento». La red comercial no terminó en las capitales chinas, como suele suponerse, sino que continuó hacia el Este, hasta Japón y Corea, territorios a los que también se dedican unas palabras. El ámbito se amplía y se muestran los efectos globales de ciertos pueblos, antes de examinar brevemente las regiones de la India y el Sudeste Asiático. Cronológicamente, el libro abarca las fases que van desde la Edad de Bronce a la Antigüedad clásica, de la Antigüedad tardía a la Edad Media, de las que proceden algunas de las tradiciones más conocidas de intercambio entre culturas.

El tercer capítulo principal mostrará las condiciones previas y las razones del intercambio, así como sus consecuencias. No hay que subestimar en este trasvase de ideas el avance triunfal de las religiones, que es objeto de un capítulo 4 más amplio. Las ideas fueron transportadas por los pueblos, y tan diversos como estos eran, también lo eran sus lenguas (capítulo 5). El capítulo 6 trata de la percepción, porque ya en la antigüedad la gente quería saber más sobre lo extranjero y exótico; esto era posible recabando información o viajando y experimentando con sus propios ojos. Y así, la historia de la investigación comienza con la Antigüedad, antes de que dos de los más famosos protagonistas de la Edad Media emprendieran el viaje de Occidente a Oriente, como ejemplo de muchos peregrinos, comerciantes y exploradores, algunos conocidos y otros anónimos. El capítulo concluye con el declive en el transcurso de los tiempos modernos, cuando la Ruta de la Seda sólo desempeñaba un papel circunscrito a la investigación y la búsqueda de tesoros. El libro concluye con una perspectiva de la evolución de la antigua a la nueva Ruta de la Seda y sus retos, así como con el epílogo para volver a centrar la atención en esta famosa red.

El mundo, y dentro de él la Ruta de la Seda, cuenta con multitud de culturas, pueblos y gentes. Cada uno de estos elementos ofrece una historia que merecería la pena contar. Pero como esta obra forma parte de la serie «Breve Historia», se describirán al menos algunos puntos importantes desde el punto de vista del autor, todo un reto dado lo amplio del campo, tanto temática, como geográfica y temporalmente... Y así, una cronología y una bibliografía darán la posibilidad de que los lectores interesados investiguen más y profundicen en la materia.

Madrasa de Miri Arab en Bujará, Uzbekistán. Esta madrasa (escuela coránica) está situada en el corazón de la ruta de la seda, no lejos de Samarcanda. Sigue en funcionamiento en la actualidad, motivo por lo que al viajero le está prohibido el acceso a su interior. Como todos los sitios históricos de Bujará, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1993.

1

Geografía de Eurasia

La historia y el comercio tienen algo en común: nunca pueden estar solos, sino que siempre están interconectados en su complejidad nativa, por separado para sí mismos y también entre sí, ya que ambos están entretejidos por acción y motivación humanas. Eurasia y la Ruta de la Seda son sinónimos de vínculos que se extienden y alcanzan desde las estepas y las culturas del Lejano Oriente, a través de Asia Central y Oriente Próximo y Medio, hasta las estribaciones occidentales de la vasta masa terrestre: Europa, que a menudo sólo ha desempeñado un papel subordinado en este contexto. Basta echar un vistazo a un mapamundi para comprobarlo. Y la Ruta de la Seda, especialmente como concepto resucitado por parte de la República Popular China, no sólo representa la conexión a través del continente, sino que crea una red aún más densa a través de rutas marítimas que incluyen todos los continentes de este globo. Así pues, todas las condiciones geográficas ofrecían y siguen ofreciendo el flujo necesario para que las personas, las mercancías y las ideas se propaguen a pesar también de los muchos obstáculos existentes, como es el caso de los desiertos y las altas cimas, y el espacio para el intercambio pacífico, pero igualmente para los conflictos bélicos.

Descripción general de la región afro-euroasiática.

REGIONES, PAÍSES Y ESTADOS

Las conexiones entre las zonas del interior de Asia, así como entre China y Europa, han existido desde la antigüedad, al menos desde el comienzo de la Edad de Bronce. Se basaban, entre otras cosas, en el intercambio de conocimientos sobre la extracción y el procesamiento de metales, así como en el intercambio de bienes comerciales, información y, por tanto, también de conocimientos. Sin embargo, estas conexiones no eran en absoluto continuas, se realizaban sobre todo a través de intermediarios y eran interrumpidas en repetidas ocasiones, principalmente por conflictos en los que el comercio y el intercambio diplomático se veían obstaculizados. En el siglo V a. C., el rey persa Darío I trazó los miles de kilómetros de la Ruta Real Persa, cuya parte oriental conformó el trazado de la posterior Ruta de la Seda. Este gran imperio, conquistado y expandido por Alejandro Magno hasta el 323 a. C., unió la zona comprendida entre el Mediterráneo y Bactriana, en la actual región de Afganistán-Pakistán, bajo un solo gobernante y permitió la existencia de una conexión comercial continua entre Oriente y Occidente. Tras la muerte de Alejandro y la desintegración del Gran Imperio, sucesores como el Imperio seléucida y el Reino Greco-Bactriano (ambos entre los siglos III y II a. C.) y el helenismo que floreció durante un tiempo en Asia Central propiciaron, no obstante, el desarrollo de la Ruta de la Seda Occidental.

Un requisito político decisivo para la apertura completa desde el extremo oriental de la Ruta de la Seda fue la expansión china hacia el oeste. Bajo el emperador Han Wudi (141-87 a. C.), el tamaño de su imperio casi se duplicó. Respondió a las amenazas fronterizas conquistando territorios enemigos. Sus ejércitos avanzaron hacia el norte, el sur y el oeste y subyugaron a numerosos estados fronterizos. Entre los años 121 y 119 a. C., la caballería china derrotó a los Xiongnu, a quienes en Occidente se equipara con los hunos, y los empujó hacia el norte. A partir de entonces, China controló el corredor de Hexi y Asia Central. Las tropas de Wudi tomaron posesión de la región del Pamir y Ferganá. Esto abrió las rutas comerciales entre China y Occidente, en las que Asia Central siempre desempeñó el papel más importante como mediadora. Asia Central o Asia Media es un término resumido para referirse a la gran región del centro de Asia, con su zona desértica y esteparia, que incluye también las zonas de alta montaña de Alta Asia. En la Antigüedad y la Edad Media, la región se caracterizaba por sociedades tribales, algunas de las cuales tuvieron mucho éxito formando grandes imperios o invadiendo la zona de las civilizaciones avanzadas china, india, iraní y europea. El lector podrá leer en este libro sobre algunas de ellas, como los ya mencionados Xiongnu, los hunos, los escitas, los escitas/saka, los wusun y los mongoles. En la geopolítica contemporánea, la zona incluye Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, Afganistán, Mongolia, el este de Irán, el norte de Pakistán, Cachemira y Xinjiang y el Tíbet en el oeste de China. Todos estos países no tienen acceso al océano. Pero si se amplía el mundo centroasiático, podrían añadirse los estados periféricos del Cáucaso que, según otra definición, ya se cuentan como parte de Europa: Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Hacia el oeste y el sur, los estados de Oriente Próximo, África y Europa formaban parte de la Ruta de la Seda cuyo núcleo era, sin embargo, Asia Central. Desde este centro, las rutas discurrían hacia el sur hasta el subcontinente indio, hoy ocupado por el territorio nacional del mismo nombre. Los dos ríos Indo y Ganges sirven de fronteras naturales en el norte. Otros estados con cuotas territoriales son Bangladesh, Bután, Nepal, Pakistán y Sri Lanka. Por encima de las montañas, a lo largo de los ríos Irrawaddy y Mekong y, sobre todo, de los océanos, se alcanza las tierras situadas «más allá de la India»: las penínsulas malaya e indochina, así como el archipiélago malayo y el sudeste asiático insular, además de las regiones continentales situadas al sur del Imperio chino y las islas de Japón. A todas ellas se hace referencia a lo largo de los capítulos del libro.

MONTAÑAS, ESTEPAS, DESIERTOS Y RÍOS COMO BARRERAS Y CONEXIONES (DELHIMALAYA ALCÁUCASO, DE LA ESTEPA MONGOLA ALISTMO DEKRA)

Desde el momento en que se realizaron mediciones y definiciones en el siglo XVIII, los montes Urales, junto con el río Ural, forman gran parte de la frontera entre Europa y Asia. Los «dos Urales» dividen así el gran continente de Eurasia en dos continentes de tamaño desigual (superficies de 10,2 y 44,5 millones de km², respectivamente). Eurasia abarca casi todas las zonas de vegetación del norte del globo. Van desde el gélido norte, pasando por las tundras, las estepas y los desiertos, hasta los trópicos de las zonas meridionales. Sin embargo, no son totalmente lineales, como cabría esperar, sino que dependen también de otros factores, como la altitud o, en muchos casos, la inmensa distancia a los océanos, que en general mitigarían las temperaturas extremas. La falta de influencia de estos océanos provoca fluctuaciones extremas, por ejemplo en el este de Asia Central, donde las temperaturas pueden variar entre menos 40-más 50 grados.

Y así, no son sólo las distancias, sino las altas cordilleras producidas por los desplazamientos continentales de esta región en particular que ocupan grandes extensiones de terreno las que influyen en el clima de gran parte de Asia, pero también abastecen de agua a las zonas más secas. En el centro se encuentra el Pamir, del que irradian otras sierras cuyos nombres aceleran el corazón de todo alpinista, no sólo por encontrarse en estas alturas extremas de 4.000 a casi 9.000 metros: al sureste se extienden el Karakorum y el Himalaya, así como el Kunlun Shan; al noreste, el llamado Tianshan (Montañas del Cielo) y el Altai, que separa la estepa kazaja de las tierras altas de Mongolia. Al oeste, la cordillera de Seravshan se adentra en los desiertos de los países de Sitán, mientras que al suroeste el Hindu Kush se extiende hasta las tierras altas de Irán (montes Zagros) donde, a su vez, girando hacia el noroeste a lo largo del mar Caspio, discurren también los montes Alborz/Elburz y las montañas del Cáucaso, y hacia el oeste se funden con las montañas de Anatolia. No hay que subestimarlo, sobre todo porque se trata de algo más que una frontera artificial dentro de un supercontinente, gracias a su llamativo curso norte-sur el mencionado Ural, que separa Asia de Europa. Pero en el camino hay que mencionar las cadenas montañosas de los Cárpatos, al oeste del mar Negro. Todas estas barreras constituían un gran obstáculo que, sin embargo, se podía atravesar si no quedaba más remedio. En el curso de la nueva iniciativa de la Ruta de la Seda, sin embargo, se observa que no sólo se amplían los pasos, sino que en algunos casos se atraviesan montañas enteras para garantizar un curso más rápido de las rutas previstas hacia el oeste).

Otro obstáculo eran los numerosos desiertos, a menudo interconectados y que cubrían grandes extensiones, lo que tampoco impedía a comerciantes, peregrinos y otros aventureros utilizar esta vasta y antiquísima red, que se utilizó a mayor escala desde el siglo II a. C. hasta el siglo XIII d. C. Existía una red de desiertos aparentemente infranqueables entre la región esteparia y las montañas: en primer lugar, el desierto de Gobi, al sur de la estepa mongola, los desiertos de Taklamakán y Lop-noor, en la cuenca del Tarim, entre las tierras altas del Tíbet y la cordillera del Tianshan, y las regiones desérticas centroasiáticas de Kysylkum, Karakum y Munjunkum, entre los montes Pamir y el mar Caspio, así como Dasht-e Lut, en el actual Irán.

El desierto de la provincia de Gansu (China).

Sin embargo, todas las rutas de caravanas pasaban por él, especialmente las que iban desde la antigua capital china, Chang‘an (Xi´an), hacia el oeste a través del corredor de Gansu, que discurre por el borde septentrional de la meseta tibetana. Durante mucho tiempo, este corredor fue la frontera entre el Imperio chino y el Occidente bárbaro. Rara vez la gente se aventuraba directamente a través de los desiertos, pero se pueden encontrar rutas frecuentadas al norte y al sur de estos. Los arroyos de montaña proporcionaban oasis que ofrecían a los viajeros seguridad y descanso. Pero aquí también se hace notar el factor medioambiental: muchos de estos asentamientos ya habían sido abandonados en la Antigüedad cuando no se daban las condiciones para la supervivencia y en esta región eso ocurrió muy rápidamente.

En parte, la gente intentó evitar los obstáculos de las montañas y los desiertos pasándose a las estepas del lado norte de las cumbres y los desiertos, aunque estas exigían rutas monótonas mucho más largas. Curiosamente, esta llanura septentrional se considera la mayor estepa ininterrumpida, que se extiende desde Manchuria y partes de Siberia, en la región más nororiental de Asia, hasta la llanura húngara. Una distancia de 9.000 km (casi una cuarta parte de la extensión del globo). Debido tanto a la distancia como a la inmensidad, esta extensa zona se convirtió en la tierra de los jinetes: hunos, escitas, mongoles, por nombrar sólo algunos de los pueblos más conocidos. Esta tierra esteparia, que se extiende por todo el continente euroasiático, difiere sin embargo en muchos aspectos en lo que concierne a sus condiciones: la zona situada al oeste de los Urales tiene una vegetación más exuberante para las condiciones esteparias debido a las influencias oceánicas del Atlántico, mientras que en la estepa oriental las temperaturas más frías y las menores precipitaciones dan lugar a pastos estériles. Esta circunstancia fue una de las principales motivaciones de todos los nómadas para desplazarse hacia el oeste a lo largo de los milenios. Las estepas ofrecían y siguen ofreciendo al nomadismo, en todas sus formas de condiciones de vida adaptadas, la base de esta cultura, una cultura basada en el modo de vida correspondiente, que en su mayor parte ha sido subestimada hasta tiempos recientes.

En Asia Central, entre finales del cuarto y el tercer milenio a. C., se produjo un cambio en las condiciones climáticas y, por tanto, ecológicas. El frío y la sequedad se extendieron por la estepa de pastizales, las zonas boscosas y los paisajes de llanuras aluviales retrocedieron, lo que significó que la gente no podía sobrevivir como sociedad agrícola y el pastoreo tuvo que desarrollarse aún más. La gente tuvo que desplazarse con sus animales a mayores distancias. Entonces, como ahora, también era una combinación de diferentes estilos de vida. En la región de Asia Central, la llamada cultura Yamnaya o de enterramiento en fosas, se remonta al tercer milenio a. C.. Se ha descubierto que entre el 2500 y el 2000 a. C. las zonas se secaron pero, por otro lado, se construyeron asentamientos fortificados en las respectivas zonas ricas en agua. En cambio, las comunidades del continente europeo, pero también de Oriente Próximo y Oriente Medio, sólo tuvieron que retirarse más al sur en el curso de este deterioro climático global para poder continuar con estilos de vida sedentarios basados en la domesticación de animales y la agricultura. Los habitantes de las estepas se mantuvieron fieles a su modo de vida a lo largo de los milenios, pero en los momentos críticos aprovecharon los asentamientos permanentes y sus infraestructuras. Aquí encontramos el mismo patrón que se ha puesto de manifiesto en Mesopotamia a lo largo de los milenios y que incluso muestra sus huellas en el Antiguo Testamento: el fratricidio entre Caín y Abel, símbolo del perpetuo contacto y conflicto entre las culturas sedentarias y los pastores nómadas. No obstante, dio lugar al intercambio de estas culturas opuestas y sus respectivos productos, que eran demandados y codiciados en el otro bando. La interacción entre los colonos sedentarios y los jinetes nómadas mantuvo su patrón a lo largo de los siguientes milenios. Especialmente en un entorno de desiertos inhabitables a través de zonas intermedias como la estepa y las mesetas, los pueblos tuvieron que desarrollar diferentes estrategias geoestratégicas y socioeconómicas para sobrevivir con las limitadas posibilidades de su hábitat. Sin embargo, las condiciones demográficas o climáticas no se detuvieron ante ninguna sociedad y provocaron catástrofes para ambas esferas y formas de vida y, en su lucha por la supervivencia, generaron también cada vez más conflictos. Así, se produjeron repetidas desestabilizaciones de las sociedades que dieron lugar a movimientos de huida y migraciones, en los que se utilizaron los caminos de la Ruta de la Seda.

Sin embargo, un factor era generalmente indispensable para la supervivencia: el agua. No en vano, hasta el día de hoy se constata continuamente que gran parte de la población mundial vive en las costas de los mares o en los ríos y arroyos. Estos fueron en su día los responsables del desarrollo de las primeras civilizaciones avanzadas, cuyas cuatro primeras culturas oficialmente desarrolladas deben su existencia a estos dadores de vida: Egipto en el Nilo, las culturas mesopotámicas entre el Éufrates y el Tigris, las culturas de Mohenjo-Daro y Harappa en el Indo, y en China el río Amarillo y el río Yangtsé. Sin embargo, tampoco hay que subestimar los ríos menores; especialmente los de la región de Asia Central, que hoy, debido al calentamiento global general y a una política económico-ecológica soviética fracasada, sólo muestran un pequeño hilillo a lo largo de sus antiguos cauces: el Amu Darya y el Syr Darya, conocidos en la antigüedad como el Oxus y el Yaxartes. Ambos fueron portadores de cultura para las grandes civilizaciones de esta región. El Amu Darya desembocaba originalmente en el lago Sarakamysh (hoy desaparecido), que era drenado por otro río, el Uzboy, y dirigía el exceso de agua hacia el oeste, al mar Caspio. El Syr Darya desembocaba en el mar de Aral, pero su cauce principal cambió de curso muchas veces. Los cambios, siempre naturales, crearon dos abanicos deltaicos atravesados por antiguos cauces fluviales que eran fértiles y, comparativamente, estaban bien irrigados. Estas regiones favorecidas, pobladas por los Śakas (saka/escitas), se encontraban situadas en gran parte fuera de los límites del territorio conquistado por los persas a finales del siglo VI. La tierra de los siete ríos del sur de Kazajstán (región de Semirech‘ye) también se beneficia de una topografía variada hasta nuestros días: al sur se encuentran las montañas de Tianshan, a partir de cuyas nieves fundidas fluyen los siete ríos principales hacia el norte para encontrarse con el río Ili/Yili. Las crecidas de primavera desembocan en el lago Balchash. Desde las zonas semiáridas del valle de Ili, salpicadas de pantanos, hasta las montañas hay sólo 60 kilómetros, que se prestan a la agricultura.

Todos los ríos de estas zonas áridas tienen en común que incluso las montañas lejanas atraían el aire húmedo de las zonas marinas. Desde allí, el agua se dirigía a las llanuras, finalmente más bajas, y abastecía a las civilizaciones emergentes. Tomemos el ejemplo de Mesopotamia, cuyos dos ríos principales antes mencionados (el Éufrates y el Tigris) discurren bajo la lluvia por el arco montañoso que va desde los montes Tauro, en el sur de Anatolia, hasta los montes Zagros, en el límite de las tierras altas de Irán, dando lugar a fértiles llanuras. Egipto, que debe su existencia al Nilo, se nutre de las aguas del Nilo Blanco, en África Central, y sobre todo del Nilo Azul, más rico en agua, procedente de las tierras altas de Etiopía, que también suministra cada año a todo el valle del Nilo el importante caudal de agua y el lodo productivo importante para la agricultura gracias a las fuertes lluvias monzónicas. Entre las dos civilizaciones avanzadas, en el extremo oriental del Mediterráneo, se encuentran naciones y pueblos ricos más pequeños que aseguraron su supervivencia gracias al agua del Líbano y del Antilíbano y al posterior suministro de los ríos Orontes y Jordán. Esta zona más amplia, favorecida por dichos factores, se denomina Creciente Fértil, en el que surgieron culturas comúnmente conocidas e influyentes que acabaron por modelar Europa en particular en términos culturales, tecnológicos y religiosos. Además de la cultura de influencia helenística-romana, se nutrió de las religiones abrahámicas, todas ellas originarias de Oriente Próximo.

Todos estos ríos suelen ofrecer mejores condiciones para la vida, entre otras cosas por las condiciones para la agricultura, que favorecen un desarrollo adecuado –se hará referencia a esto de nuevo más adelante. Los ríos más caudalosos además ofrecían rutas de transporte que favorecían el desarrollo de redes sociales y conectaban diversas ciudades y ciudades-estado situadas a lo largo de estos ríos. Como se verá en el transcurso del libro, los centros culturales y políticos de Asia Oriental, Central y Occidental se situaban a menudo a lo largo de los ríos; además del Irrawaddy y el Mekong, los ríos abastecían también a las metrópolis del Imperio medio: China, que en su día y aún hoy se considera el punto de partida de la Ruta de la Seda: el Wei y el Huanghe (río Amarillo) pasaban por las antaño poderosas Chang‘an y Luoyang, mientras que el Yangtsé, el tercer río más largo del mundo, desemboca ahora en el mar cerca de la moderna Shangai. Casi todos ellos tienen en común que los ríos de Asia nacen del mencionado curso de las cordilleras, que parecen un enorme macizo montañoso.

En el extremo oriental, la larga frontera marítima de los dos mares marginales del Pacífico, el llamado mar de China Meridional y el mar de China Oriental, invitaba a aventurarse en el mar, hasta el archipiélago indonesio y el océano Índico. El océano también influyó en el clima terrestre, que puede dividirse a grandes rasgos en dos zonas climáticas: la húmeda del sur, con el río Yangtsé, y la más seca y fría del norte. Hacia el oeste se encuentran el mar Caspio y el (desaparecido) mar de Aral, hasta llegar a las fronteras continentales en el mar Negro y el Mediterráneo, o si se atraviesa Europa, el océano Atlántico, insalvable hasta la época moderna, que muestra el fin geográfico del mundo.

INFLUENCIA DE LA TOPOGRAFÍA EN LA EVOLUCIÓN POSTERIOR

La revolución neolítica, que introdujo la agricultura y la ganadería en la humanidad, se considera con razón un punto de inflexión decisivo en la historia cultural. Pero ¿cómo se extendió esta revolución fuera de Mesopotamia? ¿A través de los inmigrantes o de las ideas que poco a poco fueron calando entre los nativos? Pero muy pronto, en el espíritu de la Ruta de la Seda, fue el intercambio mutuo. Una cosa es cierta: nuestro modo de vida actual se remonta al legado de culturas antiguas. Cuando los cazadores-recolectores empezaron a interesarse por la agricultura y la ganadería hace unos 10.000 años, también cultivaron los precursores de los cereales actuales en sus huertos delanteros, cada vez más numerosos. Además de los cereales silvestres comunes esmeril y cebada silvestre, la dieta muy primitiva incluye bellotas, almendras, pistachos, aceitunas silvestres y numerosas frutas y bayas, así como, en muchas regiones, granos de semilla de bromo. En comparación con el grano de esmeril, este último sólo ofrece una cuarta parte de su volumen, por lo que el esmeril y la cebada silvestre eran los candidatos más convincentes para el cultivo herbáceo y fueron domesticados. De inestimable importancia para el mundo fue el posterior intercambio de productos agrícolas. Hacia el año 2000 a. C. se cultivaba en Europa oriental el mijo pánico chino, que a su vez ya se había probado en la propia China hace 8.000 años. La transición o paso intermedio puede rastrearse hasta la zona de Tianshan, en torno al 2400 a. C. Este cereal contribuyó de forma importante al desarrollo cultural del hemisferio occidental; después de todo, es resistente y crece con rapidez (en 45 días). El mijo de panícula permitía ahora cosechas múltiples, lo que probablemente contribuyó a dar un paso más hacia la jerarquización en ciertas regiones. Sin embargo, en la otra dirección, de oeste a este, el trigo inició su marcha triunfal, que también provocó un cambio social radical. Al fin y al cabo, la agricultura obligó a estacionalizar la actividad y a aumentar el sedentarismo, que comenzó con la revolución neolítica. El trigo o la cebada ofrecían cosechas individuales, y se debía o se podía almacenar la producción para los «años de vacas flacas».

El trigo llegó al curso inferior del río Amarillo hacia el 2600 a. C., sólo alcanzó el curso superior en Gansu y Xinjiang hacia el 1900 a. C., y se encontraba en el curso medio del río Amarillo y en el Tíbet hacia el 1600 a. C. Sin embargo, es interesante señalar que ya en el milenio III se utilizaba el trigo como cereal exótico en los enterramientos de la cultura Shandong-Longshan. Al fin y al cabo, el trigo ya había sido domesticado en Asia Occidental alrededor del 8500 a. C. Los debates giran en torno al momento, las rutas de distribución y el impacto del trigo en las culturas prehistóricas de China. En realidad, China no lo necesitaba, porque ya disponía de una agricultura que funcionaba bien con sus propios cereales: el arroz y dos variedades de mijo, ya que las comunidades del curso bajo del río Amarillo solían estar deseosas de experimentar. Fueron de las primeras en domesticar el mijo, hacia el 7000 a. C., y adoptaron el cultivo del arroz del sur hacia el 6000 a. C.

Pero en toda Eurasia aumentaron los contactos entre los distintos grupos de colonos, la movilidad, el intercambio y la creación de redes. Los intermediarios eran grupos nómadas que, junto con el trigo, también llevaron a China cebada, ovejas, cabras, ganado y metalurgia del bronce. Hay que pensar en las rutas de intercambio más como en los radios de una rueda de carro que como en una autopista que acercó Eurasia y especialmente Asia Central al centro del mundo antiguo. Estos nuevos elementos culturales revolucionaron la economía y dieron lugar a una densidad de población y una complejidad social sin precedentes en el norte de China. La Edad de Bronce supone el inicio de la estatalidad en China. El comercio de la sal, que también se practicó muy pronto, promovió la aparición de ciudades en China como Dinggong, donde se descubrieron los fragmentos de escritura más antiguos de la zona. Hacia mediados del III milenio a. C., habían creado un imperio económica y tecnológicamente superior a sus vecinos del curso medio y superior del río Amarillo, pero estrechamente interconectado con todos ellos.

La agricultura no sólo se extendió en suelo continental en esta época temprana: los hallazgos del norte de Japón demuestran que en la cultura de Okhotsk ya existía una forma especial de agricultura híbrida de subsistencia en el primer milenio de nuestra era. Se caracterizaba por la caza y la recolección. Destacaba, por un lado, por la caza y la recolección y, por otro, por la agricultura con el cultivo de plantas totalmente domesticadas como la cebada. La cultura de la caza estaba especializada en la explotación de las costas marinas, ricas en alimentos. Los habitantes de Okhotsk son conocidos por sus técnicas muy desarrolladas de caza marítima de peces, focas y ballenas, por lo que hace algún tiempo se pensaba que eran cazadores-recolectores clásicos. Sin embargo, los extensos hallazgos de cebada de un periodo de al menos 500 años, junto con las huellas de un importante desbroce y apertura del paisaje densamente boscoso, demuestran que esta comunidad de cazadores de caza altamente especializados también cultivaba a largo plazo. El cultivo del campo era una parte esencial de la economía de subsistencia de las comunidades de Okhotsk en Japón. De momento, queda por saber hasta qué punto influyó en ello el intercambio de grupos nómadas procedentes de Eurasia.

Río Ili, uno de los mayores cursos de agua del País de los Siete Ríos, situado entre China y Kazajstán.

Los cursos de agua proporcionaban un terreno ideal para el cultivo y los asentamientos en todo el mundo. La zona comprendida entre las Montañas Celestiales y el lago Balchash forma parte de la fértil llanura del País de los Siete Ríos. La fertilidad de esta región propició asentamientos más densos, especialmente a lo largo del río Ili. De allí habían sido expulsados los jungar budistas, que a su vez gobernaron posteriormente partes de Kazajstán.

Con el aumento de los asentamientos, el componente más importante e indispensable, el agua, se necesitaba en mayor medida. En cuanto los brazos de los ríos se secaron, se abandonaron caravasares, oasis y ciudades. Los ríos y las montañas representaban tanto conexiones como barreras. Mejor que ninguna otra representación, la imagen de satélite muestra la forma de Asia Central, Asia Interior y Alta Asia, nombres sólo precisos de manera aproximada para denominar el espacio interior transcontinental que abarca el arco político de crisis comprendido entre el mar Caspio y Cachemira, Kandahar y la provincia china de Xinjiang. En esta última, ahora provincia china, se encuentra el corazón de la Ruta de la Seda: la cuenca del Tarim, en forma de elipse. Uno de los mayores obstáculos y al mismo tiempo una especie de puente entre Oriente y Occidente sigue siendo el Nodo del Pamir (Bam-e Dunya), que abarca toda la región montañosa de Asia Central. Bam-e Dunya, «techo del mundo», término que solemos dar a las tierras altas del Tíbet y el Himalaya. En realidad, estas son sólo una porción de esta cadena montañosa que se extiende en todas direcciones, abarcando grandes partes de la masa terrestre euroasiática con otras montañas famosas como el Hindu Kush, el Karakoram, el Kunlun y el Tianshan. Se puede ver en ella el plexo solar de Asia, pues fue aquí donde convergieron las influencias persa-helenística, india y china.

Además, muchos pueblos, a menudo sin nombre, atravesaron las regiones o se asentaron en ellas, ya fuera expulsando a otros o expandiéndose: ávaros y hunos, yuezhi, han y tang, tártaros y turcos, los mongoles, jungar y qing, y finalmente uzbekos y cosacos. Nunca estuvo del todo claro bajo qué control se encontraban los territorios. La región era tierra de invasiones y, por tanto, de disputas; por otro lado, su naturaleza topográfica fomentaba la conexión, el intercambio y la asimilación. La globalización comenzó ya con el deshielo de la estepa de Jungaria, cuando la conexión entre China y Occidente se produjo mucho antes de la apertura de la ruta meridional y la expansión de los Han hacia el mundo greco-iranio. Otras zonas esteparias salvaron las distancias entre los mundos. Al sur del Altai y de la estepa kazaja, las caravanas se desplazaban por los oasis a lo largo de los ríos Murgab, Amu Darya, Syr Darya, Tarim He y Jotán He («He» significa «río» en chino, mientras que Darya tiene su origen en las lenguas túrquicas) hacia los desiertos de Taklamakán, Kizilkum, Karakum y Muyunkum. He aquí los lugares característicos de la Ruta de la Seda en los actuales estados de Uzbekistán y Turkmenistán, típicos para los observadores occidentales.

Las alturas del Pamir con niebla espesa.

Hubo que atravesar otros desiertos hostiles al vagar por Persia (actual Irán) hasta llegar a las tierras altas y alcanzar el Mediterráneo hacia el oeste a través de Mesopotamia. Hacia el norte, se llegaba al Cáucaso, que servía de región de tránsito a pesar de las montañas. Esto se debe a la situación geopolítica entre la estepa euroasiática, abierta al norte y al oeste con sus sociedades tradicionalmente móviles, y las sociedades sedentarias de los paisajes montañosos y de cuenca del Próximo y Medio Oriente al sur. Estas últimas también extendieron su esfera de influencia hacia el norte. El marcado aislacionismo, por un lado, y la influencia de fenómenos suprarregionales de carácter cultural y bélico, por otro, configuraron los grupos de población incluso en el supuestamente aislado Cáucaso. Las observaciones geográficas y los hallazgos arqueológicos revelan lo que le ocurre a una civilización cuando el clima cambia o las guerras, la contaminación ambiental y los cambios sociales influyen en las condiciones de vida. En cuanto al tema de la Ruta de la Seda, se puede ver cómo los centros de gravedad culturales y políticos, independientemente de las condiciones geológicas, se desplazan hacia otras regiones, predominantemente a China, que ahora quiere conectar a todo el mundo.

La pregunta que surge es: ¿se repite la historia? ¿Muestra los altibajos de cada civilización en una curva sinusoidal? Como señaló el filósofo griego Heráclito: Pánta rhei, todo fluye, comparable a las dunas de los desiertos a lo largo de la Ruta de la Seda.

CARRETERAS Y MEDIOS DE INTERCAMBIO, REDES DE ESTE A OESTE, DE NORTE A SUR

La denominación «Ruta de la Seda» no es la más adecuada, ya que se trata de un vasto número de rutas con muchas ramificaciones. Sin embargo, a cierta distancia, se puede reconocer una ruta principal, a veces llamada la Ruta Media de la Seda: se extiende desde la meseta iraní oriental y la ciudad de Merw en el oeste hasta el desierto de Gobi y la ciudad de Dunhuang en el este, además de ramificarse hacia el sur llegando a Cachemira y Peshawar. En el proceso, tres de las áreas culturales asiáticas más importantes quedaron conectadas: Irán, India y China. El país se caracteriza por desiertos con antiguas ciudades oasis, la estepa kazaja al oeste y la mongola al este, y altas montañas.

La ruta principal se divide en diferentes ramales. Desde Merw, era posible cruzar el Oxus (hoy Amu Darya) y llegar a las ciudades de Bujará y Samarcanda (hoy Uzbekistán) en Transoxania. Desde allí, la ruta pasaba por encima del Yaxartes (Syr Darya) a través de la estepa kazaja y la depresión del Caspio hasta Crimea y el Mar Negro. Otra ruta conducía desde Samarcanda por el ramal noreste hasta Tashkent, al norte de los montes Tianshan, y desde allí por Beshbaliq (cerca de Ürümqi) y por Turpan (Turfán) hasta Hami (Kumul). Allí, las rutas se unían al ramal principal en Anxi (actual Guazhou). El ramal principal seguía el curso superior del Yaxartes (Syr Darya) desde Samarcanda a través del valle de Ferganá, regado por el Yaxartes, pasando por Kokand (Qoʻqon) y Andijon, hasta cruzar los montes Tianshan y llegar a Kashgar (Kaxgar) en la cuenca del Tarim.

El desierto de Taklamakán, situado en la cuenca del Tarim, podía rodearse por el norte o por el sur. Por el extremo sur, pasaba por Yarkand, Jotán (Hotan), Yutian, Qarqan, Keriya, Niya, Miran y Qakilik, hasta llegar finalmente a Dunhuang. A partir del siglo II, cuando un cambio climático trajo más agua a la región, esta fue la ruta habitual. Más tarde, los oasis del borde sur volvieron a secarse y, a partir del siglo V, se generalizó la ruta por el borde norte: desde Kashgar (Kaxgar), se pasaba por Tumshuq (Tumxuk), Aksu, Kucha (Kuqa), Karashar, Korla, Loulan y, finalmente, también se llegaba a Dunhuang. Desde Kucha había otro ramal que iba hacia el noreste hasta Turfán y luego seguía como el ramal noreste descrito anteriormente. El País de los Siete Ríos estaba conectado por caminos.

Otra ruta conducía de Merw a la India. Se llegaba al paso de Khyber por el curso superior del Oxus (Amu Darya) vía Baktra (hoy Balch), se cruzaba el Hindu Kush y se entraba en la provincia noroccidental india de Gandhara hasta Begram, Kapisa y Peshawar. A partir del siglo III también se utilizó otra ruta: desde el valle superior del Indo, pasando por Gilgit y el valle de Hunza, se cruzaban los montes Karakorum y se llegaba a la cuenca del Tarim en Kashgar (Kaxgar). Esta ruta corresponde al trazado de la actual autopista del Karakorum.

El subcontinente estaba muy implicado en la red, aunque este hecho suele ignorarse, aparte de la comúnmente conocida misionización del budismo. Desde el valle superior del Indo se podía llegar al puerto de Debal, en el actual Pakistán, en la desembocadura del Indo, o al puerto de Barygaza (Bharuch), más al este, en el golfo de Khambhat. Al fin y al cabo, no se trataba sólo de rutas continentales, sino también de rutas marítimas conectadas. Desde estas estaciones, los barcos llegaban hasta Mesopotamia o rodeaban la península arábiga hasta Egipto.

La Ruta de la Seda Occidental, también llamada la Gran Ruta de Jorasán, iba desde la Ruta de la Seda Media hasta las ciudades portuarias del Mediterráneo. Iba desde Merw pasando por Tūs (Mashhad), Nishapur, Hekatompylos (más tarde Dāmghān), Rhagae (más tarde Shahr-e Rey), Ekbatana (más tarde Hamadān) y Babilonia (más tarde Bagdad) hasta Palmira. Desde allí, se dirigían al noroeste a través de Alepo a Antioquía en el Orontes (hoy Antakya) y Tyros a Constantinopla (hoy Estambul) o al suroeste a través de Damasco y Gaza a El Cairo y Alejandría.

Vista del Corredor de Hexi desde Jiayuguan, la Fortaleza de Control.

La Ruta de la Seda Oriental, a su vez, se unía a la Ruta de la Seda Media por el este y conducía a las ciudades importantes de China. Partía de Dunhuang hacia el este por Anxi (actual Guazhou), a través del corredor de Gansu o Hexi, pasaba por Jiayuguan (hasta aquí se construyó la Gran Muralla para proteger la ruta comercial), Zhangye y Wuwei hasta Lanzhou, y luego por Tianshui y Baoji hasta Chang‘an.

Desde allí, se dirigían al noreste, a Pekín, o al este, a Nanjing. Las ramificaciones no terminaban aquí: las rutas terrestres conectaban las ciudades chinas hacia el este con los imperios de Corea y Japón. Desde las provincias suroccidentales chinas de Sichuan y Yunnan, a su vez, llegaban hasta las ciudades comerciales del delta del Ganges y el Brahmaputra a través del Tíbet o Myanmar hasta Bengala.

Además, los barcos iban desde las ciudades portuarias chinas a lo largo de la costa hasta el Imperio champa, en el actual Vietnam, y Funla o Angkor, en suelo camboyano, a través del estrecho de Malaca, alcanzando las costas del Sudeste Asiático (incluidas las actuales Filipinas e Indonesia) y hasta los puertos de la costa oriental india, rodeando más tarde la península india hasta los puertos de la costa occidental. Desde allí hasta el Golfo Pérsico y Mesopotamia o el Mar Rojo y Egipto o Palestina.

Una infraestructura adecuada era importante para el transporte rápido y eficaz de mercancías e información. Las carreteras bien trazadas eran ya un factor determinante en la China imperial. Incluso a través de las montañas se excavaban tramos en la roca y, en el interior, las zonas estaban aseguradas por murallas y castillos. En la estepa y el desierto, en cambio, se prescindía de las fortificaciones y la ruta sólo era reconocible para los guías entendidos. Los viajeros menos experimentados podían, como dijo el monje Faxian (ca. 330-ca. 417), que cruzó el Taklamakán a principios del siglo V d. C., orientarse en el mejor de los casos «por los huesos secos de los muertos como indicador del camino». Esta puede ser otra de las razones por las que, tras una visita a Sri Lanka, regresó a China por mar en 414, donde escribió su obra Foguo Ji («Informe sobre las tierras budistas»), que constituyó uno de los tratados más detallados sobre la India y los países de Asia Central de la época; además, en Nanjing tradujo al chino los textos budistas que había traído de la India. Sólo en las regiones situadas entre el mar Caspio, el golfo Pérsico y el Mediterráneo, que en su día formaron parte de la ejemplar red de transporte del Imperio persa («Ruta del Rey») y del Imperio romano, existían carreteras desarrolladas. Se utilizaban camellos, caballos, mulas, burros y bueyes como bestias de carga, y yaks para cruzar los pasos altos como los del Pamir y el Karakorum. Sobre todo en condiciones extremas, se optaba por un yak o un Hainag, un cruce entre un yak macho y una vaca.

Carga de yaks para transportar mercancías de Sichuan al Tíbet.

Hasta bien entrado el siglo XX, el camello era la bestia de carga dominante en la Ruta de la Seda. El paso de los camellos era penosamente lento. Era de 4,6 km por hora sin carga y de 4 a 4,8 km por hora cuando iban cargados. En Occidente era el dromedario, en Oriente el camello bactriano de dos jorobas; este último soporta bien el frío y es capaz de recorrer una distancia de unos 30 km al día con una carga de hasta 250 kg. En relación con su peso corporal, los asnos pueden beber grandes cantidades de agua para mantener el equilibrio, al igual que las mulas antes de atravesar zonas secas. Los caballos sólo tenían un uso limitado para estos fines, ya que la resistencia era más importante que la velocidad.

En la India moderna y desde y hacia Asia Central, no resultaban infrecuentes las caravanas de bueyes, cada una de las cuales transportaba entre 100 y 150 kg y contaba con entre 10.000 y 20.000 animales; en algunos casos se conocen caravanas de 40.000 animales. Las caravanas también podían incluir mil o más carros, cada uno tirado por diez o doce bueyes. En el siglo XVII, sólo la comunidad mercantil de Banjaras transportaba una media de 821 millones de toneladas-milla (una tonelada de mercancía calculada sobre una milla transportada) a lo largo de una media de 720 millas al año. En comparación, en 1882, dos siglos después, los ferrocarriles de la India transportaban 2.500 toneladas-milla.