Breve historia de Satanás - Gabriel Andrade - E-Book

Breve historia de Satanás E-Book

Gabriel Andrade

0,0

Beschreibung

Sectas satánicas, cacería de brujas, íncubos, satanismo filosófico, aquelarres, profecías y exorcismos. Las leyendas y mitos de Satanás, Lucifer, Belzebú. Una apasionante historia cultural del príncipe de las tinieblas y su huella en el arte, literatura, música, movimientos ocultistas, crímenes y conspiraciones. El diablo, el demonio, Satanás, Lucifer, Belzebú, Mefistófeles... Tiene muchos nombres, pero todos sabemos de quién se trata. Gabriel Andrade hace un recorrido por la historia cultural de este apasionante personaje, desde sus oscuros orígenes en las civilizaciones antiguas (Egipto, Israel, Persia, Grecia) hasta la reciente histeria colectiva en torno a los supuestos casos de abuso ritual satánico en EE. UU. durante la década de los ochenta del siglo XX, pasando por las tentaciones de Jesús en el desierto, las cacerías de brujas y El paraíso perdido de Milton, entre muchas otras manifestaciones culturales. Este título de la colección Breve Historia tiene alusiones tanto a la cultura pop contemporánea, como a la cultura clásica (tradicionalmente, los biógrafos del diablo suelen reseñar el desarrollo de esta figura hasta el siglo XIX, sin tener presente los acontecimientos de la música rock, y las investigaciones policiales sobre supuestos crímenes satánicos). Ante un tema que tradicionalmente ha estado reservado a eruditos, Breve historia de Satanás es lectura indispensable para todo aquel lector, creyente o escéptico, que quiera introducirse de forma amena en la historia del príncipe de las tinieblas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 350

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



BREVE HISTORIA DE SATANÁS

BREVE HISTORIA DE SATANÁS

Gabriel Andrade

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título:Breve historia de SatanásAutor: © Gabriel Andrade

Copyright de la presente edición: © 2014 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Elaboración de textos: Santos RodríguezRevisión y Adaptación literaria: Teresa Escarpenter

Responsable editorial: Isabel López-Ayllón MartínezConversión a e-book: Paula García ArizcunDiseño y realización de cubierta: Onoff Imagen y comunicaciónImagen de portada:Satana davanti al Signore, GIAQUINTO, Corrado 1703-1765, Museos Vaticanos, Roma, Italia.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición impresa: 978-84-9967-641-8ISBN impresión bajo demanda: 978-84-9967-642-5ISBN edición digital: 978-84-9967-643-2Fecha de edición: Octubre 2014

Depósito legal: M-24446-2014

A mis padres, siempre escépticos del diablo…

Mi convicción es que resulta profundamente satánico creer en el diablo.

Gerald Messadié

Índice

Introducción. Un personaje con una historia
Capítulo 1. Los precursores en el mundo antiguo
Precursores mesopotámicos
Precursores cananeos
Precursores egipcios
Precursores griegos
Precursores zoroastrianos
Capítulo 2. El antiguo Israel
Yahvé hace el bien y el mal
Etimología de Satanás
Satanás en el libro de Job
Satanás en los textos más tardíos de la Biblia hebrea
Capítulo 3. El judaísmo apocalíptico
Orígenes y naturaleza de la literatura apocalíptica
Satanás en el Libro de los vigilantes
Satanás en otros textos del Período Intertestamentario
Capítulo 4. El Nuevo Testamento
Satanás vs. Cristo en los evangelios
La batalla final: Satanás en el libro del Apocalipsis
Capítulo 5. Los inicios del cristianismo
Satanás y los gnósticos
Ortodoxos y herejes se acusan mutuamente
La caída de los ángeles
Satanás es burlado
Satanás y el ascetismo
Capítulo 6. La Edad Media
Surgimiento de la imagen pictórica de Satanás
Leyendas medievales populares
El uso político de Satanás en la Edad Media
Satanás y los templarios
La cruzada contra los albigenses
Gilles de Rais, satanista
Satanás en la Divina comedia
Satanás en el islam
Capítulo 7. Las brujas
Sabbats: reuniones satánicas
Las fantasías de Margaret Murray
Las cacerías de brujas
Satanás y las brujas de Salem
La Voisin
Los diablos de Loudun
Capítulo 8. El Renacimiento, la Reforma, la Ilustración y el Romanticismo
Satanás en la pintura renacentista
Satanás y la Reforma protestante
Los pactos demoniacos
Milton: un antes y un después en la historia cultural de Satanás
La Ilustración y Satanás
Satanás en el Romanticismo
Lord Byron y Goethe
Los románticos franceses y Satanás
Capítulo 9. La conexión con el ocultismo
Magia y satanismo
Eliphas Lévi y Bafomet
Aleister Crowley: el hombre más perverso del mundo
El satanismo laveyano
Capítulo 10. Los crímenes satánicos
Crímenes satánicos en el siglo XIX
Huysmans y el retrato novelístico del satanismo
Los masones y la broma de Taxil
Crímenes aislados
Supuestos abusos rituales satánicos
Heavy metal y satanismo
Bibliografía

Introducción

Un personaje con una historia

Satanás tiene una singular cualidad en nuestro tiempo: es probablemente uno de los personajes más flexibles de cuantos existen en el folclore contemporáneo. Hay varias versiones de Superman, Asterix, Batman, el hombre del saco o los vampiros; pero al menos, todas ellas mantienen cierta unidad respecto al personaje que retratan. No así Satanás. Hay representaciones terroríficas del diablo, y representaciones sumamente simpáticas y divertidas.

Asistamos un domingo por la mañana a una congregación de pentecostales y apreciaremos que esta gente vive aterrorizada por la amenaza del Maligno. Ese mismo día, vayamos al cine y veremos una enorme cantidad de películas en las que se retratan espeluznantes posesiones demoniacas. Pero no necesitamos ir demasiado lejos para apreciar diablos y diabluras simpáticas. Comeremos jamón endiablado, con un tierno diablillo ofreciéndonos el producto, y oiremos canciones populares que hacen referencia al cómico demonio. Hay, en efecto, una muy dispar representación del diablo: desde el monstruoso archienemigo de Dios, hasta la simpática figurilla de cuernos rojos y cola que invita a vivir una vida más relajada y placentera.

El diablo ha venido a convertirse en algo así como un test de Roschard en el siglo XXI. Esta prueba, de cuestionada validez entre algunos escépticos, consiste en mostrar una serie de imágenes a los sujetos. Estos ofrecen alguna interpretación respecto a lo que ahí aprecian y, a partir de esta interpretación, los psicólogos pretenden elaborar alguna inferencia sobre la personalidad y la estabilidad mental de la persona en cuestión.

Pues bien, Satanás es una prueba de Roschard en pleno siglo XXI, en la medida en que quienes se ríen de él, proyectan un tipo de mentalidad y quienes le temen, otro. Uno de los más elocuentes testimonios de esta realidad lo encontraremos, sorprendentemente, en la serie televisiva norteamericana Jackass.

Esta serie consiste en un grupo de osados actores que deliberadamente hace estupideces en busca de la reacción de las personas que las observan en vivo. En un episodio de la serie, una de esas estupideces consistió en que un actor se colocó un disfraz de diablo (un traje hecho de licra, color rojo chillón, con cuernos, tridente y cola). El actor caminaba por una ciudad californiana con la consigna «Keep God out of California!» (‘Mantengan a Dios fuera de California’, en inglés) y vociferaba un argumento según el cual, él (Satanás) en realidad era una buena persona y Dios lo había difamado. De hecho, gritaba el actor: «Todo lo que se dice en la Biblia sobre mí es falso».

La mayoría de las personas que se encontraban con este bufón se reía. Pero, dramáticamente, un transeúnte se sintió muy ofendido, e inesperadamente destrozó la consigna, y empezó a golpear al actor disfrazado de diablo. Pues bien, no es muy difícil inferir que esta persona es un firme creyente en alguna de las religiones monoteístas (probablemente cristiano) y que para él, Satanás no es ningún chiste.

Hoy, quienes tiemblan al siquiera pensar en la presencia de Satanás parecen tener una visión bastante nítida de su naturaleza: el diablo es una persona que, en un inicio, fue el más hermoso de los ángeles creados por Dios, pero se rebeló. Como consecuencia fue expulsado del cielo y, desde entonces, reside en el infierno. Desde ahí, actúa como adversario acérrimo de Dios y planifica la tentación de los hombres para promover entre ellos el pecado y el alejamiento de Dios. De vez en cuando, inflige males a la humanidad mediante catástrofes naturales. Tiene bajo su comando a una legión de demonios que le obedecen y, en ocasiones, entran en los cuerpos de víctimas poseídas.

Así pues, en este libro, elaboraré un breve recorrido por la evolución histórica del Maligno a lo largo de los últimos veinticinco siglos. En muchas culturas ha habido demonios de todo tipo, a saber, figuras que, según se cree, causan el mal. Pero, para elaborar una genealogía del diablo, debemos concentrarnos en aquellas figuras demoniacas procedentes de culturas que seguramente influyeron sobre la cultura que inventó propiamente a Satanás, a saber, el Antiguo Israel. Las civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, Persia y Grecia concibieron distintos tipos de monstruos y demonios que, a la larga, han sido incorporados al concepto contemporáneo del diablo. De estas figuras demoniacas y monstruosas me ocuparé en el primer capítulo.

Si bien la figura de Satanás se ha nutrido de los elementos procedentes de estas figuras demoniacas, así como de algunos dioses malignos en distintos sistemas mitológicos, el diablo es fundamentalmente una invención del Antiguo Israel. Con todo, sorprenderá saber que el Satanás concebido por los antiguos israelitas no era propiamente el archienemigo de Dios, sino un subordinado con una función encomendada por el mismo Dios. De hecho, casi no hay nada en la Biblia hebrea (aquello que los cristianos llaman el Antiguo Testamento) que haga pensar que Satanás es el enemigo de Dios que gobierna el infierno. Muy probablemente, la concepción de Satanás como personificación absoluta del mal fue obra original de los persas. Cuando los judíos establecieron contacto con los persas durante el siglo VI antes de nuestra era, adoptaron el concepto del mal absoluto personificado, y lo asimilaron a la figura que llamaban «Satanás». De este proceso histórico me ocuparé en el capítulo 2.

El capítulo 3 será una reseña sobre cómo la idea del diablo se modificó y expandió considerablemente entre los judíos, durante la época en que empezó a prosperar la visión apocalíptica del mundo. Como consecuencia de las violentas guerras acaecidas entre los judíos y los gobernantes seléucidas, en el siglo II antes de nuestra era, surgió un tipo de literatura que alentaba la intervención divina de forma abrupta y tremenda, y dirigía su atención a la presencia de fuerzas malignas en el mundo. En esta literatura, el diablo adquirió muchas de las características que hoy se le atribuyen.

El cristianismo fue heredero de esta visión apocalíptica del mundo y, así, le concedió aún más importancia a la figura del diablo. En el capítulo 4 me ocuparé de la abultada presencia de Satanás en el Nuevo Testamento (al menos en comparación con el Antiguo Testamento). Los autores de los primeros cinco siglos del cristianismo no escatimaron en sus preocupaciones respecto a Satanás y empezaron a conceder al demonio un lugar central que ocuparía hasta fechas muy recientes entre los cristianos. Más aún, hasta aproximadamente el siglo V, el diablo era aún meramente un concepto abstracto. Pero, a partir de esa época, el diablo empezó a ser representado pictóricamente y ya no era meramente una preocupación de teólogos. Ahora, mediante el arte, el diablo ocupaba un lugar mucho más prominente en la imaginación del pueblo llano. De esto me ocuparé en el capítulo 5.

En el capítulo 6, exploraré el desarrollo de la figura del diablo en la Edad Media en Europa. Fue durante este período cuando, por así decirlo, empezó la edad dorada del diablo. Probablemente la Edad Media es la etapa cumbre de las mortificaciones y preocupaciones religiosas respecto al diablo, y así, Satanás encuentra una firme presencia en las obras de teología, el arte, el folclore e, incluso, la política. El diablo también tuvo acogida en el islam. Hasta fechas relativamente recientes, los historiadores de la religión dedicaban poca atención a la participación del islam en la conformación de la figura del diablo. Pero, hoy, el influjo musulmán respecto a la mitología satánica es cada vez más influyente. Pues, en buena medida, la preocupación por el diablo yace tras la violencia que en los últimos años se ha desarrollado entre el islam y Occidente. No en vano, los yihadistas contemporáneos consideran a Estados Unidos y Occidente en general, el «Gran Satán». Así pues, de la concepción del diablo en el islam también me ocuparé en el capítulo 6.

La historiografía convencional postula que la Edad Media llegó a su fin a partir del siglo XVI. El Renacimiento, la Reforma Protestante, la consolidación de los Estados-nación, y la formulación del método científico, promovió el fin de la visión medieval del mundo. Pero, irónicamente, la preocupación por el diablo no menguó; más bien al contrario, quizás como nunca antes, se desarrolló un temor por el príncipe de las tinieblas. Eso propició el auge de la imaginación y paranoia respecto a una conspiración de brujas en alianza con Satanás. Y allí donde la Edad Media no tenía demasiadas preocupaciones por las brujas, a partir del siglo XVI, empezó una oleada de persecuciones a brujas que resultó en uno de los episodios más vergonzosos de la historia europea. Fue, además, la época en la que más proliferaron posesiones demoniacas y exorcismos, los cuales, por supuesto, persisten hasta nuestros días. De esto me ocuparé en el capítulo 7.

No obstante, junto a la histeria colectiva propiciada por la cacería de brujas, se sembraron en Europa las semillas del pensamiento racional y crítico. Y, así como hubo inquisidores que creían en las fantasías de mujeres volando sobre escobas, hubo también personajes (entre ellos, incluso algunos inquisidores) que con mucha vehemencia denunciaban estas creencias como absurdas y ridículas. A partir del siglo XVIII, en un creciente sector de la población europea y americana, el diablo ya dejaría de ser objeto de temor, y pasaría a ser objeto de burla. La burla, por supuesto, llevaba implícita la idea de que el diablo es sencillamente producto de la imaginación humana. Con todo, hubo también una corriente de autores que ya no temían al diablo, pero tampoco se burlaban de él. Antes bien, surgieron poetas y artistas que empezaron a enaltecer al diablo como un héroe no comprendido. Esto dio pie al movimiento romántico. De esto, y del diablo en el Renacimiento, la Reforma protestante y la Ilustración, me ocuparé en el capítulo 8.

La tendencia a simpatizar con Satanás prosperó aún más a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, ya no sólo se simpatizaba con el diablo debido al carisma de su carácter, sino que también se simpatizaba con la práctica de la magia por parte de las brujas. La tendencia a reivindicar al diablo, bien sea como héroe trágico, o como amo y señor de lo oculto, eventualmente condujo a Satanás a convertirse para muchos en un símbolo de la contracultura y del antisistema. Así pues, hacia mediados del siglo XX (una época de intensa crisis cultural, sobre todo en Estados Unidos), surgió la adhesión de lo satánico como movimiento filosófico. Antaño, el supuesto culto a Satanás era clandestino. Pero, desde mediados del siglo XX, han surgido varios cultos que a todas luces rinden pleitesía a Satanás, más como símbolo contracultural, que como una persona con existencia real. Del satanismo contemporáneo y del ocultismo, me ocuparé en el capítulo 9.

El auge del satanismo filosófico, no obstante, no impidió que, en las últimas dos décadas, se haya desatado una nueva histeria colectiva en torno a los satanistas. En el siglo xvi se acusaba a las brujas de cosas abominables, como besar el ano de la cabra. En la última década del siglo xx, ya no se hacían estas acusaciones, pero sí se formó una inmensa paranoia respecto a una supuesta conspiración mundial de satanistas que raptan niños para sacrificarlos como ofrenda a Satanás. De esto me ocuparé en el capítulo 10.

No creo en la existencia del diablo como personal real. El elaborar una genealogía respecto a los orígenes y evolución de las creencias sobre el diablo no implica refutar su existencia, pero sí al menos sirve como punto de partida para hacer sospechosa la existencia de una entidad que, durante al menos veinticinco siglos, ha estado sujeta a las transformaciones procedentes de la imaginación humana.

Pero, aunado a eso, creo que en filosofía, la postura materialista es la más satisfactoria de todas, y bajo esta postura, no existen en el mundo entidades inmateriales, sea Dios o el diablo, ángeles o demonios. El materialismo, por supuesto, enfrenta un problema: como todas las posturas metafísicas es indemostrable y, en función de eso, no tengo muchos recursos para persuadir al lector de que asuma una metafísica materialista. Pero, en mi caso, es la postura que más se ajusta a mis intuiciones y, espero que, después de elaborar un recorrido por la historia de la idea de Satanás, el lector sienta que la existencia del diablo es contraintuitiva.

Aquel argumento, repetido por muchos personajes reales y ficticios, según el cual, el mayor truco del diablo ha sido convencernos de que él no existe, es colorido pero filosóficamente pobre. En términos de la filosofía analítica contemporánea, se trata de una hipótesis ad hoc. Todos los argumentos que se esbocen en contra de la existencia del diablo serán asumidos como evidencia a favor de su existencia, pues según esta hipótesis, las pruebas de inexistencia del diablo son en realidad trucos que el Maligno emplea para confundir y, en este sentido, sirven en sí mismas como pruebas de que Satanás es real. No es necesario tomar un curso de razonamiento crítico para darse cuenta de que este tipo de argumento es deficiente.

Con todo, sí creo que el mal absoluto existe, al menos como concepto, y que la diferencia entre lo bueno y lo malo no es meramente subjetiva, ni tampoco relativa a un determinado contexto. De hecho, el creer que no hay nada bueno o malo, sino meras convenciones de la época y el contexto, ha servido como plataforma para la promoción del relativismo moral, una doctrina que preocupantemente cada vez tiene más auge entre los intelectuales de nuestra época. Pero, así como los religiosos de otra época argumentaban que el mayor truco de Satanás ha sido hacerle creer a la gente que él no existe, soy de la opinión de que uno de los grandes males de nuestra época contemporánea es hacer creer que el mal no existe. Si prescindimos de la idea del mal, si no hay una distinción objetiva entre lo bueno y lo malo, todo vale. Bajo este principio, no sólo valdrían los sacrificios humanos de los aztecas o los crímenes de la conquista española, sino también el genocidio perpetrado por Hitler o las torturas de Guantánamo.

Pero, aceptar la existencia del mal absoluto como principio no es lo mismo que aceptar la existencia del diablo. Satanás es una persona y bajo el entendimiento religioso tradicional, existe en autonomía de los seres humanos. Un materialista no acepta que existan personas incorpóreas; más aún, la distinción entre lo bueno y lo malo depende al menos de la existencia de los seres humanos. Así, una persona no religiosa puede aceptar que el mal absoluto existe, pero no como algo separado de los hombres.

Podemos asumir, como suelen hacer algunos teólogos más sofisticados, que Satanás es apenas una metáfora para el mal. Bajo este principio, ya el diablo no sería propiamente una persona con existencia objetiva, sino un recurso del lenguaje; una personificación, metáfora o prosopopeya. Si entendemos «diablo», como aquellas tendencias por las que cada uno de nosotros tiene que cometer actos perjudiciales para los demás, entonces en ese caso, sería insensato (e incluso peligroso) negar la existencia de Satanás. Pero, por motivos que expondré en el epílogo, frente a la figura del diablo, es recomendable la claridad semántica y en este caso conviene prescindir del lenguaje poético figurado.

No tengo muchas simpatías por el pragmatismo. Algunos filósofos eminentes, como William James, eran de la opinión de que si una creencia sirve para algún propósito provechoso, entonces podemos asumirla como verdadera. No me convence esta postura (opino que la distinción entre lo verdadero y lo falso es independiente de nuestra conveniencia). Pero, aun en el caso de que la asumiera, creo que incluso el pragmatismo debería guiarnos a negar la existencia del diablo.

Quizás, en algunas épocas, la idea del diablo ha servido a un propósito, en la medida en que las llamas del infierno y el tenebroso aspecto del Maligno han servido para disuadir a potenciales criminales. Pero, creo que el daño que la idea del diablo ha generado excede sus beneficios. Hoy, fanáticos religiosos y militares satanizan a sus enemigos, y es precisamente la distorsión de los demás como agentes del diablo, o peor aún, como Satanás mismo, lo que en buena medida mueve las masas hacia las atrocidades. Los yihadistas llaman el «Gran Satán» a Estados Unidos, y los fundamentalistas evangélicos norteamericanos llaman al islam una «religión diabólica». Con esos términos, es mucho más sencillo convocar a militantes a una santa cruzada. La creencia en la existencia del diablo, me parece, propicia que la gente haga diabluras.

Hoy, el único propósito loable que encuentro en la idea del diablo está en el entretenimiento. Desde tiempo inmemorial, los seres humanos hemos disfrutado el cosquilleo en la panza generado por una narrativa que se inspira en el terror. Hollywood conoce muy bien esto y estimo que los únicos lugares donde Satanás es rescatable son los estudios cinematográficos, las galerías de museos y las librerías. Después de mortificarnos por dos horas observando exorcismos, violaciones demoniacas y combates escatológicos en las salas de entretenimiento, es prudente regresar a nuestra vida cotidiana y dejar de sentir preocupación por Satanás, aunque no dejar de trataré de demostrar en este libro, esta figura ha ejercido sobre la civilización occidental durante los últimos veinticinco siglos.

1

Los precursores en el mundo antiguo

PRECURSORES MESOPOTÁMICOS

El diablo es fundamentalmente una invención judía, que luego fue desarrollada por la civilización cristiana. Si bien el pueblo de Israel merece distinción por su singularidad en muchas ideas religiosas (entre ellas, por supuesto, el mismísimo Satanás), los judíos fueron apenas uno entre muchos pueblos que se alojaron en la cuenca del Mediterráneo. Y, en este sentido, muchas de las ideas religiosas aparentemente singulares desarrolladas por los judíos, cuentan con una notable influencia por parte de sus vecinos. Israel siempre mantuvo la preocupación casi obsesiva de rechazar lo extranjero y mantener su singularidad (en buena medida esta sutil xenofobia permitió que los judíos mantuvieran su identidad cultural después de tres mil años, a diferencia de los sumerios, acadios, babilonios, persas y otros pueblos circunvecinos), pero con todo, no pudo evitar la incorporación de ideas religiosas foráneas.

Satanás es una de esas ideas foráneas. No existía entre los pueblos vecinos de Israel una figura que nítidamente podamos asimilar al diablo, pero sí hubo varios candidatos que ofrecieron algunas características que, eventualmente, se verían reflejadas en la concepción del diablo y, hasta el día de hoy, mantienen cierta vigencia en la representación popular de Satanás.

La primera gran influencia religiosa a considerar procede de las distintas civilizaciones mesopotámicas. Los estudiosos de las mitologías en distintas culturas han recogido algunos temas que se repiten a lo largo y ancho de las narrativas procedentes de diversas regiones del mundo.

Uno de esos temas es el combate entre un monstruo que representa el caos y un dios que representa el orden. Buena parte de los mitos persiguen un objetivo cosmogónico; a saber, pretenden explicar cuál fue el origen del mundo. Y, tradicionalmente, el modo de hacerlo consiste en señalar que el mundo fue creado como resultado de ese combate. El tema del combate entre el héroe y el monstruo tiene muchas versiones, pero probablemente la más antigua se remonte al documento que hoy llamamos el Enûma Elish.

Este documento es un poema que consta de unas tabletas de arcilla, las cuales probablemente se remontan al siglo XVI antes de nuestra era, en los días de la civilización babilónica antigua, aunque probablemente este mito tenía una versión oral mucho más antigua. El Enûma Elish evoca las hazañas de varios dioses del panteón de los mesopotámicos, y el punto cumbre de su narrativa es la creación del mundo.

Así pues, el poema en cuestión presenta a la figura de Tiamat. Esta es un típico monstruo caótico de aspecto repugnante. Resulta curioso que, por lo general, los monstruos de la mitología sean figuras masculinas, pero Tiamat es una figura femenina. Los babilonios imaginaban a Tiamat como un dragón, o una serpiente marina, y desde entonces, empezaría una continua asociación entre las serpientes y lo monstruoso, la cual, por supuesto, persiste hasta nuestros días en la asociación entre la serpiente y lo demoniaco.

Tiamat también es la representación de las aguas marinas y se casó con Apsu, el dios de las aguas dulces. De esta unión nacieron dos dioses gemelos: Lahmu y Lahamu. A su vez, estos gemelos engendraron otros dioses, entre ellos, Anshar y Kishar, y estos engendraron a Anu y Ea. Cada uno de estos dioses representa elementos de la naturaleza y, según se narra, ocasionaron agitación. La pareja primordial, Tiamat y Apsu, quedaron molestos con el alboroto generado por los nuevos dioses, y bajo la exhortación de Mummu, la diosa de la niebla, planificaron destruir a sus descendientes.

Ea se enteró de los planes de Tiamat y Apsu y, como respuesta, atacó a Apsu y lo mató. Tiamat, en furia, se propuso contraatacar. Así, Tiamat se casó con Kingu, y engendró a una nueva progenie de monstruos y dragones que le prestarían servicio en su campaña en contra de su otra prole. Un hijo de Ea, Marduk, se preparó para enfrentar a Tiamat. Finalmente, se dio el combate. Tiamat trató de tragarse a Marduk, pero este disparó una flecha al estómago de Tiamat y luego la ejecutó. Dividió el cuerpo de Tiamat en dos: con una mitad hizo los cielos, con la otra mitad la tierra. De las lágrimas de sus hijos surgieron los ríos Éufrates y Tigris. Marduk también ejecutó a Kingu, y de su sangre fueron creados los seres humanos.

Tiamat es una de las primeras representaciones de lo monstruoso. Su aspecto es repugnante y personifica el caos. Es un claro antecedente de la figura de Satanás como representación del mal absoluto. Desde la perspectiva de quienes narran estos mitos, no hay nada rescatable en estos personajes y, eventualmente, son vencidos por un dios quien, gracias a su hazaña, logra crear el mundo a partir de los restos del monstruo primordial.

Cuando, hacia el siglo VI antes de nuestra era, los judíos redactaron su versión sobre los inicios del mundo, obviamente tuvieron presente la tradición del Enûma Elish. Y, en efecto, los historiadores advierten varios elementos que permiten suponer una influencia babilónica en la narrativa del Génesis sobre la creación. En el Enûma Elish, pasan seis generaciones de dioses antes de que finalmente se proceda a la creación, en el Génesis, pasan seis días antes de completarse la creación.

Pero, más allá de estas semejanzas, también los historiadores suelen hacer énfasis en una diferencia fundamental: en el relato del Génesis, el mundo no es creado mediante una acción violenta por parte de Dios, sino ex nihilo, de la nada. Así, en el Génesis no hay propiamente un monstruo primordial, como sí lo hay en el Enûma Elish. Y, en este aspecto, es mayor el aporte de los babilonios que de los propios judíos respecto a la configuración de Satanás como figura.

A la par del Enûma Elish, los mesopotámicos nos dejaron otra pieza de literatura religiosa que ha tenido notable influencia en Occidente y que, hasta cierto punto, ha servido como antecedente para la figura de Satanás: La epopeya de Gilgamesh. Este poema es posiblemente la primera pieza de literatura escrita en la historia, y consta de una serie de tabletas de arcillas, probablemente compuestas hacia el siglo XX antes de nuestra era.

La historia narra las hazañas de Gilgamesh, un legendario rey de la ciudad de Uruk. Gilgamesh cultiva una amistad con Enkidu, y juntos tienen algunas aventuras. La diosa Ishtar se enamora de Gilgamesh y le propone matrimonio, pero el héroe la rechaza. Enfurecida, Ishtar envía a Gugalanna, un toro del cielo, a castigar a la ciudad de Uruk. Gilgamesh y Enkidu logran matar al toro, pero como represalia, los dioses deciden castigar a Enkidu y este muere enfermo. A partir de entonces, Gilgamesh adquiere consciencia de su propia mortalidad, y emprende un viaje en busca de la inmortalidad. Luego de varias hazañas, casi la consigue pero, al final, falla en su misión.

Se narra en el poema que Gilgamesh y Endiku se enfrentaron y mataron a Humbaba, un gigante guardián de un bosque tenebroso. Pues bien, este Humwawa tiene una notable presencia en el folclore mesopotámico, y en él residen algunas características que más tarde serán asimiladas a Satanás. Humwawa es quizás la figura más monstruosa concebida por los mesopotámicos, y su presencia espanta a quienes la contemplan. Como Satanás posteriormente, Humwawa es el guardián de un sitio tenebroso y respira fuego. Y, además, tiene cara de león (un animal que, siglos más tarde, será asociado a lo demoniaco) y atributos de otros animales. En efecto, siglos más tarde, Satanás sería habitualmente representado como un híbrido compuesto de partes de distintos animales.

De hecho, como Humwawa, pululan en el folclore mesopotámico seres monstruosos que generan infortunios. Asag, por ejemplo, es tan horripilante que su mera presencia hace que los peces hiervan. Asimismo, Asag es el responsable de las fiebres en los hombres. Otro ser maligno es Lamashtu, un monstruo femenino que acosa a las mujeres parturientas y rapta a los niños mientras son amamantados. En ocasiones los mesopotámicos invocaban a Pazuzu para protegerse frente a Lamashtu, pero Pazuzu es también un ser maligno que trae sequías y hambrunas.

Lilit, un demonio femenino de origen mesopotámico, asociada a la serpiente. Collier, John. Lilith. The Atkinson Art Gallery, Reino Unido.

Quizás la más importante de todas estas figuras mesopotámicas malignas sea Lilit, un monstruo femenino. Tal como la concibieron los mesopotámicos,Lilit está asociada a la serpiente y genera estragos a los hombres. Lilit es especialmente relevante en la genealogía del concepto de Satanás, pues algunos autores bíblicos la asimilaron e incluyeron referencia a ella en algunos pasajes de las escrituras judías. Y, más adelante, el folclore judío se extenderá aún más en leyendas sobre Lilit, asimilándola como la primera esposa de Adán.

PRECURSORES CANANEOS

Así como la religión de Israel estuvo bajo la sombra de las influencias mesopotámicas, también fue inevitable que recibiera cierta influencia religiosa de sus vecinos cananeos. La religión cananea era, como tantas otras en el Mediterráneo, politeísta. El panteón cananeo estaba conformado por distintos dioses, pero el principal de ellos era El. Este dios era padre de muchos otros dioses, entre ellos destacan Baal y Mot.

La aparición del monoteísmo hizo que entre los mismos israelitas surgiera una furibunda oposición especialmente dirigida al culto de Baal. Y, esto es relevante en nuestra genealogía de Satanás. Pues los judíos inauguraron una tendencia que se ha repetido a lo largo de la expansión del monoteísmo por el mundo entero. Los dioses de las religiones que anteceden a la llegada del judaísmo, cristianismo e islam en muchos contextos, han sido frecuentemente satanizados. Y así, desde la perspectiva de los monoteístas, los dioses adorados por los politeístas en realidad son demonios.

Pues bien, Baal es probablemente la deidad que más ha sido satanizada, hasta el punto de que varios demonios en la imaginación judía y cristiana recapitulan su nombre. Peter Binsfield, un demonólogo del siglo XVI, consideró a Baal uno de los siete príncipes del infierno. El demonio de la pereza en la demonología renacentista, Belfegor, tiene obvias resonancias etimológicas con el dios Baal. Belial, posiblemente un demonio mencionado por el apóstol Pablo en Segunda epístola a los Corintios, seguramente es, también, un remanente de la satanización de Baal, y, en siglos sucesivos, se convertiría en un demonio recurrente en la imaginación judía y cristiana. Quizás el más célebre de todos estos demonios inspirados en Baal sea Belzebú, el cual tiene mención en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, y ha excitado la imaginación de muchos demonólogos cristianos.

Irónicamente, en su representación original cananea, hay poco en Baal que permita asociarlo a Satanás o los demonios. La palabra «Baal» eventualmente vino a convertirse en un título (‘señor’) que fue aplicado a varias divinidades. Mucho más afín a Satanás es Mot, otro de los hijos de Él. Mot es otro de los típicos dioses mediterráneos del inframundo y la muerte. Muchas fuentes lo describen como lúgubre, frío y sombrío. En una variante del mito de combate, Mot y Baal se enfrentan en una batalla. Mot mata a Baal, pero luego la hermana de Baal, Anat, jura vengarlo y mata a Mot. No obstante, tanto Baal como Mot resucitan y vuelven a luchar en un conflicto eterno.

Hay también otro dios cananeo que pudo haber servido como inspiración a la figura de Satanás: Habayu. Este dios también está asociado al inframundo, y lleva cuernos. La identificación del Maligno con los cuernos es muy posterior, pero no debemos descartar una posible influencia cananea. Además, Habayu realiza un conjunto de acciones repugnantes que recuerdan al diablo: en rebeldía, sumerge a El en orina y excremento.

Por último, vale mencionar un dios cananeo que, como Baal, ha sido recurrentemente satanizado por el judaísmo y el cristianismo, hasta el punto de ser considerado un demonio propiamente. Se trata del dios Moloch. Originalmente, Moloch era el dios del fuego, y lo mismo que Habuya, era un dios cornudo. Desde muy temprano, los israelitas sintieron animadversión hacia él, pues según el relato de I Reyes 11, Salomón le dedicó culto (en realidad, el texto en cuestión hace mención de Milcom, pero los historiadores están bastante seguros de que se trata de la misma divinidad).

Moloch resultó especialmente repugnante a los israelitas porque, supuestamente, en su honor se hacían sacrificios de niños. Es de sospechar que varios israelitas participaron en estos rituales, pues en varios rincones de la Biblia hebrea, se lanzan advertencias en contra del culto a Moloch y el sacrificio de niños (Lv 18:21; 20:2-5; 2 Rey 23: 10; Jr 32: 35). Resultó inevitable, pues, que una vez que lo demoniaco se apoderara de la imaginación judía y cristiana en los siglos posteriores, Moloch, con sus repugnantes exigencias sacrificiales, fuese satanizado y considerado un demonio en sí mismo. Lo mismo que Baal y sus demonios afines (Belial, Belzebú, etc.), Moloch es uno de los demonios que toman el nombre de antiguas divinidades cananeas.

Más aún, el nombre del lugar donde supuestamente se realizaban los sacrificios infantiles a Moloch, eventualmente vino a servir como nombre para referirse a un concepto afín al infierno en los inicios del cristianismo. Según la tradición, el valle de Hinnom era elsitio donde se realizaban estas prácticas abominables. Pues bien, en tiempos del Nuevo Testamento, «Gehena» era la palabra usada para referirse al lugar de eterno sufrimiento al cual estaban destinados los pecadores (un claro antecedente del infierno, según la concepción contemporánea). Y, Gehena es una variante de Guehinnom, el valle de Hinnom. Así pues, el concepto del «infierno», la morada del diablo, en parte se inspiró en el lugar donde se realizaban los sacrificios a Moloch.

Moloch era un dios cananeo en cuyo honor se ofrecían sacrificios humanos infantiles. Ilustración de Charles Foster

Moloch y los sacrificios realizados en el valle de Hinnom pudieron servir como inspiración a la idea del diablo y el infierno, pero no había en la religión cananea algo que nítidamente podamos considerar un anticipo de la idea cristiana del infierno. De hecho, lo mismo que los mesopotámicos, pero a diferencia de los egipcios, los cananeos tenían un concepto de la ultratumba pobremente desarrollado. A lo sumo, concebían la existencia de un inframundo al cual iban a morar los muertos, pero no había algo remotamente parecido a un Juicio final, mediante el cual se abandonara a los pecadores a ser terriblemente castigados por los demonios.

PRECURSORES EGIPCIOS

Las ideas religiosas egipcias también ejercieron alguna influencia en la conformación de la figura de Satanás. En particular, el mito egipcio de Osiris ha tenido mucha influencia. Osiris es el dios del inframundo, quien recibe a los muertos para someterlos a un juicio, y manifiesta gran misericordia. La creencia generalizada era que las personas virtuosas se encontrarían con Osiris en la ultratumba.

Si bien Osiris es el dios del inframundo y su mito ha podido tener alguna influencia sobre la formación de la idea de Satanás, la figura en la religión egipcia que realmente tiene más paralelismos con el diablo es Set, el cual desempeña un papel protagónico en el mito de Osiris. Según narra el mito, Osiris logró convertirse en el dios de la prosperidad, la fertilidad y la vida eterna, e Isis, su hermana y esposa, era la protectora de los muertos. Según parece, Set, hermano de Osiris, creció en envidia y se propuso un plan para matarlo. Su plan fue el siguiente: preparó un sarcófago y organizó una fiesta. Exhortó a los invitados a que se midieran en el sarcófago, pero ninguno cupo acordemente. Sólo Osiris cupo en el sarcófago; en realidad, Set lo había planificado todo desde un inicio, para asegurarse de que ese sarcófago correspondiera a Osiris. Cuando Osiris entró en el sarcófago, Set y sus colaboradores, lo encerraron y lanzaron el sarcófago al Nilo. El sarcófago vino a aparecer en la ciudad de Biblos y ahí se convirtió en un árbol. Isis rescató el cuerpo de Osiris y lo trajo de vuelta a Egipto, se sentó sobre el cadáver, y de esa unión necrofílica nació Horus. No obstante, Set encontró el cadáver, lo descuartizó en catorce pedazos, y dispersó sus partes por todo Egipto. Isis fue buscando cado uno de los pedazos del cuerpo de Osiris y construyó un santuario en cada una de esas localidades. Horus buscó vengar la muerte de su padre, y se propuso destruir a Set, y así protagonizaron muchas batallas.

Más allá del contenido político del mito de Osiris, Horus y Set (Horus era el dios del reino del sur, Set era el dios del reino del norte, y su conflicto en buena medida representa el conflicto de los dos reinos de Egipto), en la mitología egipcia se repite el tema del enfrentamiento cósmico entre el héroe y la figura que representa el caos. Set es un firme candidato como inspiración de la figura de Satanás. El asesinato de su hermano viene motivado por la envidia y, como veremos en el capítulo 3, algunas versiones judías sobre la caída de Satanás hacen especial énfasis en la envidia que Satanás siente por Dios.

Set es, de hecho, la representación de la destrucción, el caos y la muerte en la antigua religión egipcia. Según los mitos, en su conflicto con Horus, Set quedó relegado al desierto. Probablemente debido a la inclemencia de su clima, el desierto en las religiones mediterráneas no tardó en estar asociado a las figuras malignas, de manera tal que resultó casi natural que Set fuese asociado con el desierto. De hecho, como veremos, el encuentro de Jesús con Satanás, narrado en los evangelios, ocurre en el desierto. Y, la posterior tradición cristiana no tardó en postular que el desierto está poblado por demonios dispuestos a acechar a los ascetas, como en el caso de san Antonio.

PRECURSORES GRIEGOS

En la religión y la mitología griega hay también antecedentes de la figura de Satanás. Como en los otros pueblos mediterráneos, los griegos también concibieron mitos de combate, en los cuales una figura monstruosa es ejecutada. Hay muchos de estos monstruos en la mitología griega; basta mencionar algunos. La Esfinge, por ejemplo, tenía cabeza humana, cuerpo de león y alas; era un monstruo repugnante que se tragaba a quienes no lograban descifrar sus acertijos. El Minotauro tenía cabeza de toro y cuerpo humano, anualmente se comía a siete hombres y siete mujeres que los ciudadanos de Atenas debían enviar al laberinto donde este monstruo residía. Las gorgonas tenían alas de oro y su cabello compuesto de serpiente, lo cual hacía de ellas unos seres sumamente espantosos; la más horrorosa de ellas (y probablemente la más conocida) era Medusa. Las harpías, al menos en la interpretación tardía, eran pájaros con cabeza de mujer que aterrorizaban con su fealdad.

Pan, dios griego, de quien se tomaron muchos elementos pictóricos en la posterior representación de Satanás. Óleo de Francois Boucher. Colección privada

Hay otros monstruos que no son propiamente híbridos, pero su carácter espantoso pudo haber servido de inspiración a la repugnancia por Satanás. Polifemo era un cíclope, un monstruo con un solo ojo, y se alimentaba de seres humanos. Hidra era un monstruo de siete cabezas con forma de serpiente que aterrorizaba a quienes navegaban el lago donde habitaba. El león de Nemea era otro monstruo que azotaba a aquellos con quienes se topaba.

En casi todos estos casos, estos monstruos son vencidos por algún héroe de la mitología. En algunas versiones del mito, Edipo mata a la Esfinge. Teseo mata al Minotauro; Perseo mata a Medusa, Odiseo deja ciego a Polifemo; Heracles mata tanto a Hidra como al león de Nemea. Y así, la mitología griega recapitula el tema del combate que tanto se repite en las tradiciones del Mediterráneo. Si bien no hay en la mitología griega un combate cósmico entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, varios de estos mitos de combate sí sirven como antecesores de las posteriores imágenes cristianas sobre combates entre ángeles y demonios y, al final, entre Dios y el diablo.

Pero, de todos los dioses griegos, Pan fue aquel que la imaginación cristiana asimiló para incorporar muchos elementos que hoy asociamos con Satanás. Pan es una deidad silvestre, dios de los pastores, la caza y la música rústica. Tiene rostro y torso humano, pero patas de chivo, cuernos y barba similar a la de ese animal. Tiene, además, una barbilla puntiaguda, de nuevo, similar al ganado caprino. Además, Pan toca una flauta y su sonido genera espanto: a su música se atribuye la huida temerosa de los titanes en su batalla contra los dioses del Olimpo. De ahí procede nuestra palabra «pánico». Los mitos en torno a Pan son muy variados y no hay una imagen absolutamente clara de él. Pero, tradicionalmente, se asume que es hijo de alguno de estos dioses: Hermes, Dionisio o Zeus; y su madre pudo ser Dríope, una ninfa o, incluso, Penélope, la esposa de Odiseo.

Pan es quizás el más repugnante de los dioses griegos, y tiene un insaciable apetito sexual. Siempre está al acecho de las ninfas, pero estas continuamente lo rechazan por su fealdad. Pan estuvo asociado a los sátiros. Estos personajes también tocaban la flauta y se caracterizaban por ser peligrosos pero cobardes y, lo mismo que Pan, acechaban a las ninfas. De hecho, los sátiros y Pan comparten su indecoro sexual, hasta el punto de que habitualmente se los concebía como personajes que siempre tenían el pene erecto. Cuando los romanos reinterpretaron la mitología griega, asimilaron los sátiros a los faunos y Pan al dios Fauno. Y, allí donde en la mitología griega los sátiros eran personajes indecorosos, pero no propiamente feos, en la mitología romana los faunos sí adquieren un aspecto desagradable.

De hecho, los faunos servirán como base para el desarrollo de los íncubos en la Edad Media: demonios sexuales al servicio de Satanás que violan a las mujeres en la noche, mientras duermen, y les plantan la semilla del diablo. Como Pan y los faunos, son figuras repugnantes y maniacos sexuales. La hipersexualidad de este dios lo hizo un óptimo candidato a convertirse en la personificación del mal absoluto en una civilización cristiana que desarrollaba una moral sexual mucho más rigurosa que en el mundo clásico.

La asociación entre Pan y Satanás en el cristianismo tardó algunos siglos en aparecer. Pero, tenemos algunas pistas de que desde tiempos muy tempranos, los padres de la Iglesia vieron en Pan algunos rasgos que luego atribuirían al Maligno. Pues, así como la teología cristiana ha desarrollado el tema del combate entre Cristo y Satanás, y la eventual derrota del segundo; así también algunos teólogos postularon que Cristo derrotaba a Pan.

Un historiador griego del siglo I, Plutarco, dejó una crónica según la cual, un marinero oyó una voz divina que le anunciaba que el dios Pan había muerto. Esto es significativo, pues bajo las premisas de la mitología griega, los dioses son inmortales, y en ese sentido, Pan habría sido el único dios en morir. Eusebio de Cesárea, autor cristiano del siglo IV