Búhos - Desmond Morris - E-Book

Beschreibung

El búho es una contradicción. Es la más conocida y también la menos conocida de las aves. Pidamos a cualquiera que dibuje un búho y lo hará. Preguntémosle cuándo vio uno por última vez y dirá que no lo recuerda. Como ilustración en un libro, sí; como ave en un documental o en jaula de un zoológico, probablemente. Pero ¿cuándo vio por última vez un búho vivo en la naturaleza? El búho es un tímido predador nocturno de vuelo silencioso. A menos que salgamos de nuestro camino para avistarlo o hagamos incursiones nocturnas, no lo encontraremos fácilmente. Sin embargo estamos muy familiarizados con su apariencia por la forma de su cabeza y su mirada, que parecen humanas. Esas cualidades humanas nos hacen atribuirle profundos pensamientos. Este libro nos cuenta cómo a lo largo de la historia los Búhos han sido símbolo de sabiduría, de reflexión y también de maldad; incluso fueron tomados como vehículo divino. En el siglo XXI, cuando por fin comenzamos a apreciar la fauna salvaje del planeta y a preocuparnos por su dramática declinación, también queremos conocer la fascinante biología del búho.

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Morris, Desmond

Búhos / Desmond Morris - 1a ed.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021

Libro digital, EPUB - (naturalezas)

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Mariano García

ISBN 978-987-8388-58-8

1. Literatura Inglesa. 2. Ensayo. 3. Animales Exóticos. I. García, Mariano, trad. II. Título.

CDD 824

naturalezas

Título original: Owl

Traducción: Nicolás Gelormini

Editor: Fabián Lebenglik

Diseño: Gabriela Di Giuseppe

Producción: Mariana Lerner

1ª edición en Argentina

Owl by Desmond Morris was first published in English by Reaktion Books, London, 2009 and 2018, in the Animal series.

Copyright © Desmond Morris 2009, 2018

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2021

www.adrianahidalgo.com

ISBN: 978-987-8388-58-8

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel

Índice
Portadilla
Legales
Introducción
1. Búhos prehistóricos
2. Búhos de la antigüedad
3. Búhos medicinales
4. El búho como símbolo
5. Búhos emblemáticos
6. El búho en la literatura
7. Búhos tribales
8. Búhos y artistas
9. Búhos típicos
10. Búhos inusuales
Apéndice. Clasificación de los búhos
Bibliografía
Asociaciones y páginas de Internet
Acerca de este libro y del autor
Otros títulos

Introducción

El búho es una contradicción. Es la más conocida de las aves y la menos conocida de las aves. Pidamos a cualquiera, incluso a un niño pequeño, que dibuje un búho y lo hará sin dudar. Preguntémosle cuándo vio uno por última vez y se detendrá, hará un esfuerzo mental y luego dirá que no lo recuerda. Como ilustración en un libro, sí; como ave en un documental de televisión, probablemente; como preso en una jaula de zoológico, es posible. Pero ¿cuándo vio por última vez un búho vivo en la naturaleza, en su estado natural? Eso es otro asunto.

¿Cómo pudo surgir esta contradicción? Es bastante fácil comprender por qué nos encontramos tan raramente con un búho vivo, pues es un tímido predador nocturno de vuelo silencioso. A menos que salgamos de nuestro camino para avistarlo o hagamos incursiones nocturnas con equipamiento especial, tendríamos pocas posibilidades de encontrarnos con uno cara a cara. Más difícil es entender por qué estamos tan familiarizados con su apariencia, si lo vemos tan poco. La respuesta reside en la singular forma de su cabeza. Al igual que los seres humanos, el búho tiene una cabeza amplia y redonda, con rostro aplanado y un par de enormes ojos penetrantes apartados entre sí. Esto le confiere una inusual cualidad humana que ninguna otra ave puede superar y en la antigüedad a veces se lo refería como el ave de cabeza humana. Nos denominamos a nosotros mismos Homo sapiens, es decir, “hombre que sabe”, y puesto que el búho tiene una cabeza de aspecto humano nos referimos a él como “viejo pájaro sabio”. En realidad el búho no es tan inteligente como el cuervo o el loro, pero pensamos en él como sabio simplemente por su semejanza superficial con nosotros.

Es su mirada humanoide la que nos hace sentir que conocemos al búho. Y es la amplia cabeza y los grandes ojos frontales lo que vuelve imposible para nosotros mirar a un búho sin sentir que estamos en presencia de un familiar aviar de profundos pensamientos. Esto al mismo tiempo nos pone un poco sentimentales con los búhos y nos asusta. Si son tan sabios y, no obstante, salen al morir la noche, es posible que no anden en nada bueno. Al igual que los ladrones acechan a su presa cuando sus víctimas se encuentran más vulnerables. Al igual que los vampiros sólo beben sangre cuando el sol se ha puesto. Quizá, en lugar de sabiduría, sólo haya maldad en el búho.

Si examinamos la historia de nuestra relación con los búhos encontramos que de hecho ha sido con frecuencia tanto símbolo de sabiduría como de maldad. Sabio o malvado, malvado o sabio, la imagen del búho no deja de cambiar. Por varios miles de años estos dos valores icónicos siguieron alternándose y modificándose. Otra de las contradictorias cualidades del muy malinterpretado búho.

En este libro quisiera examinar estos dos aspectos, y también otros. Pues el búho malévolo puede transformarse en búho protector si su violencia imaginada es aprovechada y dirigida contra nuestros enemigos. En la India también fue considerado como vehículo para una diosa, precipitándose desde el cielo, y en Europa hay quienes lo vieron como símbolo de obstinación y quienes lo vieron como emblema de calma frente a una provocación extrema. En el siglo XXI, cuando por fin comenzamos a apreciar la fauna salvaje de nuestro planeta y a preocuparnos por su dramática declinación, también estamos ansiosos por comprender la fascinante biología del búho.

De modo que hay muchos búhos para ser examinados aquí: el búho sabio, el búho malvado, el búho protector, el búho transportador, el búho obstinado, el búho tranquilo y el búho natural. Y han sido muy distintas las épocas y las culturas en las que nuestro interés por los búhos nos llevó a una fascinante colección de mitos, leyendas y objetos, dominados todos por la hipnótica mirada del búho.

Como nota personal, en mis días como conservador de zoológico conocí muchos búhos en cautiverio, y durante esos días en los que viajaba y hacía programas de televisión sobre vida animal conocí muchos más. Pero para ser honesto, supongo que, como usted, me crucé con muy pocos búhos en la naturaleza, en su hábitat natural. Hubo, sin embargo, un encuentro memorable que todavía recuerdo vívidamente en cada uno de sus detalles, aun cuando tuvo lugar hace más de sesenta años, cuando estaba internado en un colegio. Había paseado por el campo cercano al colegio una tarde de verano, y vi algo extraño en un lugar del campo. Me acerqué despacio y en silencio porque podía ver que se trataba de alguna clase de ave, de pie e inmóvil en tierra. A medida que me acercaba seguía sin moverse. Luego, cuando estaba a unos tres metros de distancia, me di cuenta con un repentino sobresalto de reconocimiento que era un búho gravemente herido, cubierto de sangre. Debía haber sido disparado, atrapado en una trampa, enredado en alguna clase de alambre de púas o golpeado por un automóvil en la noche. Sus heridas eran horribles y estaba muriendo lentamente y con gran dolor. No me encontraba al alcance de ayuda veterinaria. ¿Qué debía hacer?

Como no había esperanza de salvarlo, mi decisión fue profundamente desagradable. La opción más fácil era dejarlo solo, pero esto habría significado condenarlo a morir en agonía. Por otro lado, si lo mataba, le estaría acortando su miseria, pero eso requeriría de mí un acto violento contra una víctima indefensa y destruir un ave magnífica. Como pequeño escolar me resultó difícil elegir. Observé al búho y el búho me observó, con sus enormes ojos negros, sin registrar emoción. Debía estar allí hacía horas, esperando morir, y mientras nos mirábamos uno al otro sentí un tremendo apego emocional hacia él y una furia ardiente contra los humanos que, directa o indirectamente, habían causado sus heridas. El año era 1942 y la Segunda Guerra Mundial devastaba Europa. En cierto modo, este búho cubierto de sangre de pie en el rincón de un campo soleado de Wiltshire parecía simbolizar los incontables seres humanos que inevitablemente serían heridos aquel día a lo largo de todo el continente. Cómo odié a la especie humana en ese momento. Decidí que no podía elegir la opción fácil. Busqué una piedra grande, golpeé al búho en la cabeza con ella y lo maté. Terminé con su sufrimiento pero me sentí horrible. Y al día de hoy sigo sintiéndome fatal cada vez que pienso en ese momento. De manera irracional, creo que no me habría sentido tan mal si el ave hubiese sido un faisán herido. Y en eso reside el poder del búho. Sabemos que no es humano, pero su cabeza de forma humana envía señales a nuestro cerebro que nos hacen identificarlo más estrechamente con ella que con aves de rostro agudo. Como bebés respondemos intensamente a un par de ojos maternales que nos miran desde arriba. Estamos genéticamente programados para responder de este modo y no podemos evitarlo. Por eso el búho desencadena una reacción especial en nosotros cada vez que lo miramos y esto nos da una sensación de cercanía con él, si bien, en verdad, no es más que un perfecto extraño.

Autillo bigotudo (Scops trichopsis)

Acaso la razón por la que decidí escribir este libro haya sido intentar reparar el daño infligido a aquel búho herido. Quiero expiarlo haciendo algo por los búhos en general, explicando lo fascinantes que son biológicamente, y lo rico y variado que es su simbolismo y su mitología. En las páginas que siguen haré lo mejor que pueda por ellos.

1

Búhos prehistóricos

Sabemos por restos fósiles que los búhos han existido como una raza aparte por al menos sesenta millones de años. Esto los convierte en uno de los más antiguos grupos de aves conocidos y les dio tiempo suficiente para refinar su modo de vida altamente especializado como rapaces nocturnas.

Es sólo durante la última parte de su largo reinado que deben haberse encontrado con esa especie irritantemente intrusiva, el ser humano. Felizmente para ellos, este encuentro habrá sido bastante menos dañino que para muchas otras clases de aves. Raras veces han sido encerrados en diminutas jaulas como tantos pájaros canoros o perseguidos para terminar en la mesa como incontables aves de caza. Pero como toda ave salvaje, han sufrido la humillación de ver sus hábitats destruidos a lo largo de vastos territorios, sus bosques y arboledas diezmados y sus presas envenenadas por pesticidas. A pesar de esos estragos, todavía prosperan a lo largo del mundo y, fuera de los desiertos polares, son pocas las regiones en las que están ausentes.

La primera prueba de la existencia de los búhos conocida por el hombre puede calcularse unos treinta mil años atrás. El descubrimiento de estos indicios es muy reciente. El 18 de diciembre de 1994 tres espeleólogos encontraron una entrada oculta en una caverna subterránea en el sudeste de Francia. Arrastrando fuera los escombros que bloqueaban esta entrada desenterraron un pasaje estrecho. Avanzando apretujados terminaron encontrándose en una vasta caverna, con sus paredes cubiertas por hermosas pinturas prehistóricas. Eran todos los animales que tan bien conocemos del arte rupestre: bisontes, venados, caballos, rinocerontes, mamuts y otros mamíferos de gran tamaño, pero lo más sorprendente de esta caverna recién descubierta fue que, bien al fondo, también se cruzaron con la imagen burilada de un búho.

Es la representación más antigua de un búho que conozcamos hasta ahora. Describe a un ave de cabeza grande, amplia y redondeada de la que se asoman dos erguidos penachos a modo de orejas. Los ojos están presentes aunque algo borroneados y tiene un fuerte pico. Debajo de la cabeza, las alas se muestran claramente con cerca de una docena de líneas verticales que sugieren el plumaje. La altura de esta figura es de unos 33 cm y sus detalles aparecen como líneas blancas grabadas en el ocre amarillo de la pared de la cueva. Las incisiones pueden haber sido hechas por una uña fuerte, aunque con mucha más probabilidad por un simple palito o herramienta similar.

Búho americano (Bubo virginianus)

Por un feliz azar la antigüedad de esta imagen ha sido demostrada por su posición en la cueva. En el centro de la sala en la que se encuentra, llamada sala Hillaire,

hay un enorme cráter, un gran agujero en la tierra que se hundió en la antigüedad. La imagen del búho fue labrada en un saliente por encima de este agujero, en un punto que ahora es imposible de alcanzar para una mano humana. El agujero es de 4,5 m de profundidad y el cráter tiene un diámetro de 6 m. El colapso del suelo de la cueva dejó al búho convenientemente alto y seco, demostrando por sobre toda duda que no se trata de una falsificación moderna.

La primera imagen de un búho ha sido identificada con entusiasmo como la representación de un gran búho cornudo (bubo virginianus). No hay manera de confirmarlo; sólo se puede señalar que en efecto tiene cuernos y que aparece junto a imágenes de mamíferos de la Era del Hielo como mamuts, lo que sugiere que tiene que haber sido un ave muy grande para sobrevivir al frío. Llamarlo entonces “búho cornudo” quizá no sea una sugerencia demasiado caprichosa. Un segundo argumento, sin embargo, se presenta más dudoso. Es el que sostiene que los artistas prehistóricos eran tan buenos observadores que notaron que el búho puede hacer girar su cabeza en un ángulo amplio, y que la imagen pretende captar al ave de espaldas, con su cabeza vuelta para vigilar algo que tiene muy cerca detrás. La razón para este argumento es que se supone que las alas aparecen representadas desde la espalda. Podría ser, pero mucho más plausible es que, como con cualquier niño que dibuja un búho, las alas se muestren así, aun si el ave es observada de frente, como una sencilla manera de enfatizar que se trata de un plumífero.

Más allá de estas nimias objeciones, la única ave en lo que ahora se conoce como Cueva Chauvet, así llamada en honor a uno de sus descubridores, nos ofrece un maravilloso preludio al largo romance que ha existido entre el artista humano y la icónica figura del búho. (1)

Para encontrar las siguientes imágenes de búhos tenemos que movernos al sudoeste de Francia, a las laderas de los Pirineos y a una cueva pintada llamada Trois-Frères. Se llama así por los tres hermanos, hijos del conde Bégouën, que la descubrieron en 1910. Allí, entre pinturas parietales que se remontan a miles de años más tarde que las de la cueva Chauvet, no encontramos uno sino tres búhos. Parece formar un grupo familiar con dos adultos, uno a cada lado del pichón de búho. Han sido identificados como de la familia del búho nival (bubo scandiaca), presumiblemente porque coexisten en las paredes de esta cueva con diversas imágenes de animales de la Edad del Hielo. Si esta identificación es correcta, significa que esta especie vivió mucho más al Sur de donde vive hoy, algo poco sorprendente si consideramos el dramático cambio en el clima. (2)

A unas treinta millas al este de Trois-Frères, también en la falda de los Pirineos, se encuentra la cueva poco conocida de Le Portel. En la primera galería, no lejos de la entrada, está la imagen de un ave que ha sido identificada con un búho, en un sencillo trazo negro, cerca de la de un caballo y un bisonte. Al igual que en la cueva Chauvet, se trata de una imagen solitaria entre numerosos caballos, venados, toros y bisontes. (3)Hay también una supuesta imagen de búho en la pared de una cueva de La Viña en el norte de España y hay tres ejemplos de figuras de búho de la Edad de Piedra completas, dos de Dolní Věstonice en la República Checa, modelada con arcilla y cenizas de hueso, y una de Mas D’Azil en los Pirineos franceses, labrada en el diente de un animal. (4)Y esa es la totalidad de imágenes paleolíticas de búhos.

Lo más frustrante de este puñado de tempranos artefactos es que no tenemos manera de determinar cómo eran vistos por los artistas prehistóricos que los fabricaron. Su misma escasez hace aún más difícil resolver el problema. En comparación, hay literalmente cientos de bisontes, venados, caballos y otros grandes predadores en las paredes de las cuevas de Francia. Parece obvio que estos artistas se sintieran fascinados por aquellos animales. Aportaban la carne que permitía a las pequeñas tribus humanas sobrevivir en el gélido clima de aquel momento. Pero ¿por qué los búhos? ¿Serían un suplemento adicional de la dieta primitiva o habrán poseído un papel simbólico cuya naturaleza nunca conoceremos? Si queremos comprender el simbolismo del búho, tenemos que avanzar hacia representaciones mucho más tardías de estas aves, a épocas en que tenemos una idea más precisa de creencias y supersticiones locales.

1. Jean-Marie Chauve et al., Chauvet Cave: The Discovery of the World’s Oldest Paintings, Londres, 1996, pp. 48-49.

2. Abbé H. Breuil, Four Hundred Centuries of Cave Art, Montignac, Dordogne, 1952, pp. 159 y 162, fig. 123.

3. Ann y Gale Sieveking, The Caves of France and Northern Spain, Londres, 1962, p. 188.

4. Rosemary Powers y Christopher B. Stringer, “Paleolitic Cave Art Fauna”, en Studies in Speleology, II/7-9, noviembre de 1975, pp. 272-273.

Búho nival (Bubo scandiacus)