Bullshit: contra la charlatanería - Carl T. Bergstrom - E-Book

Bullshit: contra la charlatanería E-Book

Carl T. Bergstrom

0,0

Beschreibung

Dos profesores de ciencias nos brindan herramientas para desmantelar la desinformación y pensar con claridad en un mundo de noticias falsas y datos erróneos. Abunda la mala información y cada vez es más difícil saber qué es verdad. Los políticos no están limitados por los hechos y nuestro entorno mediático se ha vuelto hiperpartidista. La ciencia se lleva a cabo mediante comunicados de prensa, la cultura de las startups ha disparado el arte de crear bulos y la mayor parte de la actividad administrativa, pública o privada, parece ser poco más que un ejercicio sofisticado de reensamblaje combinatorio de disparates. Estamos bastante bien equipados para detectar el tipo de mentiras de la vieja escuela que se basan en una retórica elegante y eufemismos, pero la mayoría de nosotros no nos sentimos preparados para desafiar la avalancha de bulos modernos presentes en el lenguaje de las matemáticas, la ciencia o las estadísticas. Basándose en una profunda experiencia en estadística y biología computacional, Bergstrom y West desentrañan abundantes ejemplos de sesgo de selección y visualización confusa de datos, distinguen entre correlación y causalidad y examinan la susceptibilidad de la ciencia a los bulos modernos. Ahora que esas mentiras han evolucionado, necesitamos volver a aprender el arte del escepticismo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 621

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Nota a la

edición/traducción

La palabra bullshit no es unívoca en inglés, y no solo eso, sino que además su significado abarca un campo semántico muy amplio. Por ello, es difícil encontrar en español un solo término paralelo que recoja todos esos sentidos. Así lo explican los propios autores en su prefacio y a lo largo del libro. Además, la expresión que da título a la versión inglesa del libro, «calling bullshit» —que nace de un curso que Carl T. Bergstrom y Jevin D. West dirigen en la Universidad de Washington— funciona como un todo, con el significado de «detectar o denunciar el bullshit».

Bullshit podría sustituirse, según los casos, por chorradas, bobadas, bulos, tonterías, patrañas y otros muchos vocablos que implican «engañar de forma disimulada», pero no «mentir de forma deliberada». Por tanto, aunque hay una relación muy estrecha entre fake news, «noticias falsas», y bullshit, se trata de dos conceptos distintos, sobre todo respecto a la intención del hablante en cuanto a la verdad de lo que dice. El que hace bullshit es ajeno a la veracidad o falsedad de sus enunciados.

Igual que ha pasado con otros neologismos, proponemos aquí incorporar a nuestro día a día la palabra inglesa bullshit —igual que hemos hecho con otros términos—, ya que es la única forma de recoger todo su significado y empezar a utilizarla en el paradigma actual de la información y de la desinformación.

01

Bullshit

por todas partes

Este es un libro sobre el bullshit. Un libro sobre cómo estamos sumergidos en él, sobre cómo podemos aprender a ver a través de él y sobre cómo podemos luchar contra él. Pero lo primero es lo primero. Nos gustaría entender qué es el bullshit, de dónde viene y por qué se produce en tales cantidades. Para responder a estas preguntas, es útil mirar hacia atrás, hacia el tiempo remoto en el que yacen los orígenes de este fenómeno.

El bullshit no es un invento moderno. En uno de los diálogos socráticos, Eutidemo, Platón se queja de que a los filósofos llamados sofistas les es indiferente si algo es realmente cierto o no, pues lo único que les interesa es salir vencedores en los debates gracias a sus argumentos. En otras palabras, son artistas del bullshit. Pero si queremos rastrear el bullshit hasta sus orígenes, debemos ir mucho más atrás, hasta mucho antes de la aparición de la civilización. El bullshit es el engaño en el amplio sentido de la palabra, y esto podemos verlo en el comportamiento de muchas especies de seres vivos —no solo los humanos—, que han estado engatusándose unos a otros durante cientos de millones de años.

Crustáceos tramposos y cuervos taimados

Los océanos están llenos de criaturas feroces y maravillosas, pero pocas son tan agresivas como un crustáceo marino conocido como langosta mantis, cuyo nombre técnico es estomatópodo. Esta especie es experta en atrapar caracoles marinos para alimentarse, aunque estos estén protegidos por una concha dura y gruesa. Para romper esas defensas de calcita, la langosta mantis ha desarrollado un mecanismo en sus extremidades delanteras que le permite realizar un ataque con una fuerza enorme que perfora el escudo de su presa. Sus garras tipo martillo viajan a ochenta kilómetros por hora en el momento de asestar el golpe al caparazón de su presa. El impacto es tan poderoso que crea un fenómeno submarino conocido como «burbujas de cavitación», una especie de mazazo al estilo Batman que genera un fuerte sonido, acompañado de un destello de luz. En cautiverio, estos crustáceos llegan incluso a perforar las paredes de cristal de sus acuarios.

Esta fuerza que desarrollan en el golpe sirve para otro fin. La langosta mantis vive en arrecifes poco profundos, donde puede ser presa de las morenas, los pulpos, los tiburones u otros depredadores. Para mantenerse a salvo, los ejemplares de esta especie pasan gran parte del tiempo escondidos en las cavidades de las rocas, desde donde solo asoman sus poderosas garras delanteras. Pero las madrigueras adecuadas para esconderse son escasas, y ello puede llevar a que dos individuos se enzarcen en una pelea para ocuparlas. Cuando un intruso se acerca a un residente más pequeño, normalmente este huye asustado, pero si el ocupante es lo suficientemente grande, la langosta agita sus garras en una exhibición feroz, para demostrar su tamaño y desafiar a su oponente.

Sin embargo, como cualquier superhéroe, la langosta mantis tiene su propio talón de Aquiles. Cuando su interior crece, necesita regenerar la capa exterior que le protege, y, como podemos imaginar, ello le lleva a ser más débil durante este proceso y a convertirse ella misma durante un tiempo en una posible presa. Durante los dos o tres días que este animal emplea para mudar su exoesqueleto por una nueva de mayor tamaño, resulta enormemente vulnerable. No puede atacar, y carece del duro armazón que normalmente la defiende de los depredadores. La ley que impera en los arrecifes es que todos sus habitantes se alimentan de las otras especies con las que conviven, y estas mantis marinas son en esencia colas gigantes de langosta con pinzas en la parte delantera.

Por tanto, si eres una langosta mantis en muda y estás escondida en una discreta grieta, lo último que quieres hacer es salir de tu refugio y exponerte a los peligros que te acechan. Aquí es donde aparece el arte del engaño. Normalmente, la gran langosta mantis agita sus pinzas —una amenaza real—, y la mantis marina pequeña huye. Pero durante la muda, la mantis marina de cualquier tamaño realiza una exhibición engañosa de su poder de amenaza, pues en su estado transitorio de debilidad no puede golpear más fuerte que un osito de goma enfadado. La intimidación carece de todo respaldo real, pero el peligro de dejar la madriguera es incluso mayor que el riesgo de enzarzarse en una pelea. Los intrusos, conscientes de que se enfrentan al feroz golpe de la langosta mantis, prefieren no comprobar si la amenaza va en serio y renuncian a enfrentarse a ella.

Los estomatópodos pueden ser unos grandes fanfarrones, y su forma de farolear se parece mucho al bullshit, pero digamos que no es un bullshit demasiado sofisticado. Para empezar, este comportamiento no es algo que estas criaturas piensen y luego decidan llevar a cabo. Es simplemente una respuesta que son capaces de realizar evolucionada, una especie de instinto o reflejo.

Un sofisticado bullshitter ha de tener una teoría de la mente:[2] ha de poder ponerse en el lugar del otro. Necesita ser capaz de pensar en lo que los que están a su alrededor van a hacer o dejar de hacer. Necesita ser capaz de imaginar qué impresión quiere causar y cómo conseguirlo, y, para ello, debe elegir qué tipo de bullshit va a utilizar.

Esta pauta de cognición avanzada es poco frecuente en el mundo animal. Los humanos la tenemos. Los primates más cercanos a nosotros, los chimpancés y los gorilas, también. Otro tipo de simios y de monos no parecen tener esa capacidad. En cambio, existe una especie muy diferente que sí la tiene: los Corvidae.

Sabemos que los córvidos —cuervos, cornejas y arrendajos— son pájaros extraordinariamente inteligentes. Entre todas las especies no humanas, solo los córvidos saben fabricar herramientas sofisticadas. Manipulan objetos de su entorno para resolver todo tipo de retos y puzles. Así nos lo cuenta la antigua fábula de Esopo sobre el cuervo, que probablemente se basa en una observación real: el cuervo, al no poder introducir la cabeza en la jarra, fue echando guijarros en ella para elevar el nivel del agua y así poder beber. Se ha observado a cuervos en cautividad que pueden averiguar cómo idear este tipo de estrategias. Estos inteligentes pájaros pueden planificar el futuro seleccionando ciertos objetos que saben que les serán de utilidad en algún momento. Además, los cuervos reconocen los rostros humanos, y pueden guardar rencor contra aquellos que los han amenazado o los han maltratado. Incluso pueden pasar esta información a otros individuos de su propia especie.

No sabemos exactamente por qué los córvidos poseen estas capacidades, pero está claro que su inteligencia aporta grandes beneficios a su existencia. Son longevos y muy sociables, y exploran de forma creativa su entorno en busca de cualquier cosa que pueda ser comestible. Los cuervos, en particular, pueden haber evolucionado a la par que algunos mamíferos cazadores como los lobos o nosotros mismos, y son excelentes a la hora de apartar a los mamíferos de su comida gracias a su capacidad para engañarlos.

Debido a que la comida es a veces abundante y otras veces escasa, la mayoría de las especies de córvidos esconden alimentos, guardándolos en un lugar seguro donde puedan recuperarlos más adelante. Sin embargo, el almacenamiento de comida es una estrategia perdedora si en el momento de esconderla hay otros animales observando. Si un pájaro ve a otro ocultar un trozo de comida, a menudo acabará robándoselo. Por ello, los córvidos son muy cautelosos a la hora de almacenar su alimento y no lo hacen a la vista de otros pájaros. Si son observados, se esconden rápidamente, o se apartan de las miradas de los posibles ladrones antes de esconder su comida. También utilizan el «truco» de simular que guardan un alimento en un lugar, pero lo mantienen seguro en su pico y lo almacenan posteriormente en otro sitio más seguro.

Así que cuando un cuervo simula esconder un bocado pero en realidad solo está fingiendo, ¿puede calificarse ese comportamiento como bullshit? En nuestra opinión, ello depende de por qué esté fingiendo el cuervo y de si piensa en la impresión que su engaño creará en la mente de un posible espectador. La falsificación tiene la intención de distraer, confundir o engañar, lo que significa que el que engaña necesita tener una idea del tipo de efecto que sus propias acciones generarán en la mente del observador. ¿Tienen los córvidos una teoría de la mente? ¿Comprenden que otros pájaros pueden verlos cuando esconden algo, y que es probable que se lo roben cuando les sea posible? ¿O simplemente siguen una simple regla empírica —«solo se almacena el alimento cuando no hay otros cuervos alrededor»— sin saber por qué lo hacen? A los investigadores que estudian el comportamiento animal les resulta difícil demostrar que alguna especie animal no humana pueda tener una teoría de la mente. Pero estudios recientes sugieren que los cuervos podrían ser una excepción. Cuando esconden algún manjar sí que piensan en lo que otros cuervos saben. Y no actúan para engañar solo a las aves que les están observando, también saben que, aunque ellos no los vean, podría haber otros pájaros ahí fuera a los que engañar.[3] Eso es bastante parecido a lo que hacemos cuando soltamos bullshit en las redes. No vemos a nadie a nuestro alrededor, pero esperamos y deseamos que nuestras palabras lleguen a un público.

Los cuervos son criaturas listas, pero nosotros, los humanos, podemos llevar el bullshit al siguiente nivel. Igual que los cuervos, nosotros tenemos una teoría de la mente. Podemos pensar de antemano cómo los demás interpretarán nuestras acciones, y usamos esta habilidad a nuestro favor. A diferencia de los cuervos, también disponemos de un elaborado sistema de lenguaje. El lenguaje humano es inmensamente expresivo, en el sentido de que podemos combinar palabras —y unidades más pequeñas de significado— en una enorme cantidad de formas para transmitir ideas diferentes. Juntos, el lenguaje y la teoría de la mente nos permiten transmitir una amplia gama de mensajes y crear un modelo en nuestra propia mente de los efectos que nuestros mensajes tendrán en los que nos oyen. Esta es una excelente habilidad que resulta muy útil cuando intentamos comunicarnos de forma eficiente, y es igualmente útil cuando queremos utilizar la comunicación para manipular o influir en las creencias y en las acciones de los demás.

Eso es lo que ocurre con la comunicación: es una navaja de doble filo. Al comunicarnos, podemos trabajar juntos de forma eficiente; pero al prestar atención a la comunicación, estamos dando al otro un asidero al que agarrarse que puede utilizar para manipular nuestro comportamiento. Los animales con sistemas de comunicación limitados —unos escasos signos de alarma distintos, por ejemplo— tienen solo unos pocos elementos con los que ser manipulados. Los monos capuchinos, por ejemplo, se avisan unos a otros con gritos de alarma. En términos generales, esta llamada salva muchas vidas de individuos de la especie. Pero, a su vez, permite a los monos de menor rango asustar a los individuos dominantes y apartarlos de una comida preciada: todo lo que tienen que hacer es enviar una llamada de alarma engañosa pese a que no exista peligro real alguno. Sin embargo, no hay muchas cosas que los capuchinos puedan comunicar, por lo que disponen de pocas maneras de engañarse unos a otros. Un mono capuchino puede decirme que huya porque hay peligro, a pesar de que huir no sea lo mejor para mí. Pero lo que no puede hacer es convencerme de que tiene una novia en Canadá; nunca la he visto. Ni tampoco puede hacer que transfiera diez mil dólares a una cuenta bancaria de la viuda de un magnate de la minería, que casualmente me ha pedido de improviso que la ayudara a blanquear su fortuna en moneda legal.

Entonces, ¿por qué hay bullshit por todas partes? En primer lugar porque todos los seres del mundo, ya sean crustáceos, cuervos o seres humanos, están tratando de vendernos algo. En segundo lugar porque los humanos poseemos las herramientas cognitivas necesarias para averiguar qué tipo de bullshit será efectivo. Y en tercer lugar porque nuestro complejo sistema lingüístico nos permite producir una infinita variedad de bullshit.

Palabras de comadreja[4] y lenguaje jurídico

Imponemos fuertes sanciones sociales a los mentirosos. Si te pillan en una mentira gorda puedes perder a un amigo. Pueden propinarte un puñetazo en la nariz. Quizá te demanden ante un tribunal. Y tal vez lo peor de todo: tu doblez puede llegar a convertirse en objeto de cotilleo entre tus amigos y conocidos. Ya no serás fiable ni en la amistad, ni en el amor, ni en los negocios.

Con todos estos posibles castigos, a menudo la mejor estrategia es engañar sin mentir abiertamente. A eso se le llama paltering.[5] Si deliberadamente te llevo a sacar conclusiones erróneas diciendo cosas que no son técnicamente falsas, estoy haciendo paltering, es decir, estoy mintiendo utilizando la verdad. Tal vez el ejemplo clásico en la historia reciente sea la famosa afirmación que hizo Bill Clinton a Jim Lehrer en Newshour: «No hay relación sexual alguna [con Monica Lewinsky]». Cuando salieron a la luz más detalles sobre el affaire, la defensa que utilizó Clinton fue que su declaración era cierta porque había utilizado el verbo en tiempo presente —«hay»—,[6] lo que indicaba que la relación no continuaba. Ciertamente había habido una relación, pero su afirmación original no había abordado para nada esa cuestión.

El paltering ofrece un cierto nivel de negación. Que te pillen haciendo paltering puede dañar tu reputación, pero la mayoría de la gente considera que esa actitud es una ofensa menos grave que mentir abiertamente. Normalmente, cuando nos pillan haciendo paltering, no estamos obligados a justificarnos de una forma tan absurdamente legalista como hizo Clinton cuando dijo: «Depende del significado del tiempo del verbo haber».

El paltering es posible gracias a la forma en que usamos el lenguaje. Una gran parte de las veces, lo que decimos de forma literal no es exactamente lo que intentamos comunicar. Supongamos que alguien me pregunta qué pienso sobre el remake de Twin Peaks de David Lynch, ahora que se cumple el vigesimoquinto aniversario de su estreno, y yo digo: «No era horrible». Naturalmente interpretarías mi respuesta como «tampoco era muy buena», aunque yo no haya dicho eso. O supongamos que cuando hablo del uso recreativo de las drogas que hace un colega digo: «John no se chuta cuando está trabajando». Si lo interpretamos literalmente, esto solo significa que John no se pincha heroína cuando está trabajando, y no tenemos ninguna razón para sospechar que John se drogue fuera de las horas de trabajo. Sin embargo, lo que esta frase implica es muy diferente. Implica que John es un consumidor de heroína que mantiene cierto control en su consumo.

En lingüística, esta noción de significado implícito está contemplada por la pragmática. El filósofo del lenguaje H. P. Grice acuñó el término implicatura[7] para describir cómo se usa una cierta frase para que tenga un significado concreto, en lugar del que tiene literalmente. La implicatura nos permite comunicarnos de forma eficiente. Si uno pregunta dónde puede conseguir una taza de café y le responden que «hay un bar en la esquina», podemos interpretar eso como una contestación a la pregunta. Asumimos que el bar está abierto, que sirven café, etc. No necesitamos dar esa información de forma explícita.

Pero la implicatura es también lo que nos permite paltear. La implicatura de la afirmación de que «John no se droga cuando está trabajando» es que sí lo hace en otros momentos del día. De otra forma, podríamos haber dicho simplemente que John no consume droga y punto.

La implicatura nos da un gran margen de maniobra para decir cosas engañosas y luego abogar por nuestra inocencia. Imaginemos que John intenta llevarme a los tribunales por difamarlo porque dije que no se drogaba en el trabajo. ¿Cómo podría ganar? Mi frase es verdadera, y él no tiene interés en afirmar lo contrario. Para hacer bullshit, la gente utiliza muy a menudo la brecha que hay entre el sentido literal de una oración y lo que ella implica. Si yo digo: «No es el padre más responsable que conozco», la afirmación es cierta, pues conozco a un padre que es mucho más responsable, pero el oyente puede pensar que lo que estoy diciendo es que es un padre horrible. Si digo: «Pagará sus deudas si le pides que lo haga», estoy diciendo que es un hombre íntegro que salda rápidamente sus deudas sin que se lo tengan que recordar, pero el oyente puede pensar que lo que quiero decir es que es un tacaño. Si digo que «tengo una beca en la universidad y que juego a fútbol», es cierto, aunque mi beca provenga de la National Merit Society[8] y juegue a fútbol con mis colegas los domingos por la mañana. Sin embargo, es probable que el oyente dé por hecho que soy una estrella del deporte universitario.

Un importante género de bullshit conocido como palabra de comadreja utiliza la brecha que hay entre el significado literal de una expresión y su implicatura con el fin de evitar asumir responsabilidades sobre las cosas. Al parecer, constituye una habilidad importante en muchas áreas profesionales. Los publicistas usan palabras de comadreja para sugerir beneficios sin tener que cumplir sus promesas. Si afirmas que tu pasta de dientes reduce la placa dental «hasta un 50 %», la única manera de que eso sea falso es si la pasta de dientes funciona demasiado bien y proporciona una reducción de más del 50 %. Un político puede evitar un litigio por calumnias si se cubre las espaldas con una expresión como «La gente dice que mi oponente tiene conexiones con el crimen organizado». Con la clásica utilización de la forma impersonal «se han cometido errores», un gerente rehúye responsabilidades sin adjudicar la culpa a nadie.

Homer Simpson lo tenía muy claro. Para defender a su hijo Bart, no dudó en afirmar: «Marge, no desanimes al chico. Es importante aprender a escaquearse de las cosas. Eso es lo que nos distingue de los animales…, excepto de la comadreja».

Bromas de los Simpson aparte, el discurso corporativo de comadreja diluye la responsabilidad detrás de una cortina de humo de eufemismos y formas verbales impersonales. Un informe de la NBC News de 2019 reveló que era probable que muchas empresas estuvieran utilizando materiales fabricados gracias al uso del trabajo infantil en Madagascar. El portavoz de Fiat Chrysler dijo lo siguiente: «Nuestra compañía participa en una acción colaborativa con accionistas globales de distintas industrias y, gracias a esta cadena de valores, promovemos y desarrollamos nuestro sistema de abastecimiento de materias primas». ¿Acción colaborativa? ¿Accionistas globales? ¿Cadena de valor? Estamos hablando de niños de cuatro años que procesan mica extraída de las minas; de familias enteras que trabajan bajo un sol abrasador y duermen a la intemperie por cuarenta centavos al día. Eso es un bullshit que esconde un horrible peaje humano detrás de la verborrea de la jerga corporativa.

Algunos bullshitters buscan de forma activa el engaño para alejar al oyente de la verdad. Otros son esencialmente indiferentes a la verdad. Para explicar esto, dejemos a las comadrejas y volvamos a las señales animales con que hemos comenzado este capítulo. Cuando los animales se comunican entre sí, normalmente envían señales de autoexpresión. Este tipo de señales se dirigen al propio emisor, y en ellas predomina la función expresiva más que la apelativa, que está dirigida al mundo exterior. Por ejemplo, «tengo hambre», «estoy enfadado», «soy sexi», «soy venenoso» o «soy un miembro del grupo» son señales de autoexpresión porque transmiten algo sobre el emisor.

También hay otro tipo de señales que se refieren a elementos del mundo más allá del propio emisor. Tales señales son poco comunes en la comunicación entre animales, con la notable excepción de las llamadas de alarma. La mayoría de las señales no humanas simplemente no son capaces de referirse a realidades externas. En este sentido, los humanos somos diferentes. Una de las características más novedosas —o casi novedosas— del lenguaje humano es que nos proporciona un vocabulario y una gramática para que podamos hablar no solo de nosotros mismos, sino también para referirnos a los demás y al mundo que nos rodea.

Pero incluso cuando los humanos se comunican claramente sobre elementos del mundo exterior pueden estar diciendo más sobre sí mismos de lo que en principio parece. Pensemos, por ejemplo, en cuando conocemos a alguien en una fiesta o en cualquier evento social y entablamos una conversación. ¿Por qué contamos las cosas que contamos? ¿De qué estamos hablando en realidad? Y ¿por qué hablamos? Y, en cualquier caso, ¿por qué empezamos a hablar? Lo que decimos no solo informa a la otra persona acerca de aspectos de la realidad, también transmite cosas sobre quiénes somos, o al menos sobre quién queremos ser. Tal vez estamos tratando de parecer valientes e intrépidos, o tal vez queramos aparentar ser sensibles o estar afligidos. Tal vez seamos unos iconoclastas. Tal vez seamos maestros del humor autocrítico. Contamos cosas para crear una u otra impresión de nosotros mismos ante los ojos de los demás.

Este impulso implica una gran cantidad de producción de bullshit. Cuando contamos una loca aventura que nos ocurrió cuando íbamos de mochileros por Asia, nuestra historia no tiene por qué ser cierta al cien por cien para crear en nuestra audiencia la impresión que estamos buscando. En el fondo no nos importa que sea verdadera o no. Solo necesitamos que el rollo que estamos soltando sea interesante, que impresione o enganche a nuestros oyentes. Basta sentarnos con los colegas y compartir unas cervezas para comprobarlo por nosotros mismos. Este tipo de bullshit se ha convertido en una forma de arte en la llamada economía de la atención. Pensemos en las historias que se vuelven virales en las redes sociales: cosas divertidas que dicen o hacen los niños, primeras citas que van fatal, problemas en los que se meten nuestras mascotas… Todo ello puede o no ser cierto, y a la mayoría de la gente eso le trae sin cuidado, lo comparten y punto.

Pero el hecho de que la gente pueda soltar bullshit no significa que lo tenga que hacer, ni tampoco que ese bullshit no pueda ser rápidamente erradicado mediante la fuerza de la verdad. Entonces, ¿por qué el bullshit es omnipresente?

La falsedad vuela y la verdad

viene cojeando tras ella

Tal vez uno de los principios más importantes y acertados a la hora de analizar el bullshit sea el principio de asimetría de Brandolini, acuñado por el ingeniero de software italiano Alberto Brandolini en 2014. Según este principio, «la cantidad de energía necesaria para refutar el bullshit es un orden de magnitud[9] mayor del que es necesario para producirlo».

Producir bullshit cuesta mucho menos trabajo que erradicarlo; también es mucho más simple y más barato. Unos años antes de que Brandolini formulara su principio, el bloguero italiano Uriel Fanelli ya había señalado algo que dice más o menos lo mismo: «Un idiota puede crear más bullshit del que uno podría esperar refutar durante toda su vida». El presentador de radio y teórico de la conspiración Alex Jones no necesita ser un genio malvado para difundir bullshit emponzoñado, como hizo, por ejemplo, cuando negó lo ocurrido en Sandy Hook[10] o cuando difundió las historias del Pizzagate; le basta con ser un idiota malvado o simplemente un idiota mal informado.

En el campo de la medicina, el principio de Brandolini tiene un ejemplo clarísimo en la creencia equivocada y perniciosa de que las vacunas causan autismo. Después de veinte años de investigaciones, no hay evidencia alguna de que las vacunas sean la causa del trastorno del espectro autista: incluso hay una evidencia arrolladora de que esa idea es totalmente falsa. Sin embargo, esta información incorrecta acerca de los efectos de las vacunas todavía persiste, debido en gran parte a un estudio escandalosamente defectuoso —por su falta de pruebas— publicado en la revista The Lancet en 1998 y firmado por un grupo de médicos liderado por Andrew Wakefield. En dicho artículo, y en otras muchas conferencias de prensa, el equipo de investigación de Wakefield planteó la posibilidad de que un síndrome del espectro autista emparejado con una enfermedad inflamatoria intestinal pudiera estar asociado con la vacuna triple vírica o triple viral (SPR),[11] que inmuniza contra el sarampión, la parotiditis y la rubéola.

El artículo de Wakefield insufló vida al movimiento antivacunas, creó un miedo notablemente duradero a la vacunación y contribuyó al resurgimiento del sarampión en todo el mundo. Sin embargo, rara vez en la historia de la ciencia se ha desacreditado tanto un estudio. Se dedicaron millones de dólares e incontables horas de investigación a demostrar una y otra vez la falsedad de este estudio antes de poder refutarlo de forma absoluta e incontrovertida.[12]

A medida que se acumulaban las pruebas contra la hipótesis de la triple vírica (SPR) y los conflictos de intereses de Wakefield iban saliendo a la luz, la mayoría de los coautores del estudio empezaron a perder la fe en su hipótesis. En 2004, diez de ellos se retractaron de las «interpretaciones» del artículo de 1998. Wakefield, sin embargo, no firmó la retractación. En 2010, la propia revista The Lancet, que lo había publicado, se retractó del artículo en su totalidad.

Ese mismo año, Wakefield fue declarado culpable de mala conducta profesional por el General Medical Council. Fue amonestado por sus transgresiones en relación con el artículo de 1998, por haber sometido a sus pacientes a procedimientos médicos invasivos e innecesarios, como colonoscopias y punciones lumbares, y por no haber revelado la existencia de conflictos de intereses en la financiación.[13] Como resultado de este juicio se revocó a Wakefield la licencia para ejercer la profesión de médico en el Reino Unido. En 2011, la editora en jefe del British Medical Journal, Fiona Godlee, declaró que el estudio original era un fraude y arguyó que había existido un intento de engaño: la pura incompetencia no podía explicar los enormes efectos colaterales que tuvo el artículo.

Estas transgresiones éticas no constituyen la prueba más contundente en contra de las afirmaciones de Wakefield sobre la relación de las vacunas con el autismo. Las pruebas que aportaba Wakefield podían ser insuficientes para justificar sus conclusiones. Su forma de manejar los datos podía haber sido descuidada o peor aún. Su fracaso a la hora de seguir las normas éticas de la profesión podía haber sido flagrante. Todo el supuesto trabajo de investigación podía haber sido de hecho un «fraude elaborado», plagado de conflictos de intereses y hallazgos prefabricados. Sin embargo, en teoría, sus afirmaciones podrían haber sido correctas. Pero no lo eran. Lo sabemos gracias a los subsiguientes estudios científicos que se han llevado a cabo cuidadosamente y a gran escala. No es la debilidad del artículo de Wakefield lo que demuestra que no hay ninguna relación entre el autismo y las vacunas: es el peso abrumador de la evidencia que aportan las pruebas científicas subsiguientes.

Para ser claro a este respecto: no había nada inapropiado en querer comprobar si existía una conexión entre autismo y vacunación. El problema es que en el mejor de los casos el estudio original fue llevado a cabo de forma irresponsable. Y que cuando sus aterradoras conclusiones fueron definitivamente desmentidas, los antivacunas se sacaron de la manga una historia sobre una conspiración de las grandes farmacéuticas con el propósito de ocultar la verdad. Wakefield acabó dirigiendo un documental titulado Vaxxed (Vacunados), en el que alegaba que los CDC, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, estaban encubriendo problemas de seguridad relacionados con las vacunas. La película recibió una enorme atención mediática y revitalizó el miedo a la vacuna. A pesar de todas las evidencias contra Wakefield y la aplastante avalancha de pruebas que desmentían su hipótesis, Wakefield mantuvo la credibilidad dentro de un segmento determinado de la población, y los temores infundados sobre el vínculo vacuna-autismo persistieron.

Dos décadas más tarde, el fraude de Wakefield ha tenido consecuencias desastrosas para la salud pública. Las tasas de vacunación han aumentado después de que tocaran fondo poco después de que se publicara el artículo de Wakefield, pero siguen peligrosamente más bajas que a principios de 1990. En los primeros seis meses de 2018, Europa informó de un récord de más de 41.000 casos de sarampión. Los Estados Unidos, que casi habían eliminado por completo este virus, en la actualidad sufren brotes cada año. Otras enfermedades, como las paperas o la tosferina (pertussis), están rebrotando. En especial en las ciudades costeras prósperas, muchos ciudadanos estadounidenses son escépticos acerca de la seguridad de las vacunas. Una corriente reciente entre los padres es experimentar con el retraso de los programas de vacunación. Esta estrategia no tiene apoyo científico, y durante un periodo prolongado deja a los niños indefensos ante los estragos de las enfermedades infantiles. Los niños con sistemas inmunitarios más vulnerables son particularmente sensibles; muchos de ellos no pueden ser vacunados, por lo que su seguridad depende de la «inmunidad de rebaño», que surge cuando los que les rodean están vacunados o tienen anticuerpos.

Así pues, tenemos aquí una hipótesis que ha sido totalmente desacreditada por la literatura científica y que, sin embargo, sigue causando graves perjuicios en la salud pública. ¿Y por qué ocurre esto? ¿Por qué está siendo tan difícil desacreditar los rumores de una conexión entre las vacunas y el autismo? Nos encontramos ante un ejemplo perfecto de lo que es el principio de Brandolini y de cómo funciona. Los investigadores han tenido que invertir mucho más tiempo para desacreditar los argumentos de Wakefield de lo que a este le costó crear el bulo.

Este planteamiento erróneo en particular tiene una serie de características que lo hacen más persistente que otras muchas creencias falsas. El síndrome del espectro autista es algo que aterra a los padres, y aún no sabemos con seguridad cuál es su origen. Igual que muchas de las leyendas urbanas más exitosas, su narrativa básica es simple y fascinante: «El vulnerable cuerpo de un niño es perforado con una aguja para inyectarle una sustancia extraña. El niño parece estar perfectamente bien durante unos días o incluso unas semanas, y luego, de repente, empieza a mostrar graves e irreversibles regresiones conductuales». Este relato conecta directamente con algunos de nuestros temores más profundos sobre la sanidad y la contaminación, y aumenta la ansiedad acerca de la salud y la seguridad de nuestros hijos. La historia responde a nuestro deseo de hallar explicaciones, y a nuestra tendencia a atribuir la causa de un acontecimiento a un hecho que lo precede, lo que puede proporcionarnos una pista sobre cómo protegernos a nosotros mismos. Refutar con éxito un razonamiento como este es claramente una ardua batalla.

El bullshit no solo es fácil de crear, también es fácil de difundir. El autor satírico Jonathan Swift escribió en 1710: «La falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella».[14] Este aforismo tiene múltiples variantes, pero nuestra favorita es la del secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt, Cordell Hull: «Una mentira galopará por medio mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse los pantalones». Nos imaginamos a la desgraciada Verdad intentando correr y tropezando por el pasillo, luchando por subirse los pantalones que lleva por los tobillos, en la búsqueda desesperada de una Mentira que hace tiempo que ha partido.

Si consideramos conjuntamente el principio de Brandolini, el principio de Fanelli y la observación de Swift, comprobaremos que nos dicen que 1) el bullshit requiere menos trabajo para crearlo que para erradicarlo, que 2) se requiere menos inteligencia para crear bullshit que para refutarlo y que 3) el bullshit se propaga más rápidamente que los esfuerzos necesarios para expurgarlo. Por supuesto, estas frases que hemos comentado tan solo son aforismos. Suenan bien, y se perciben como «verdaderas», pero también podría tratarse de más bullshit. Para medir hasta qué punto se propaga el bullshit, necesitamos un medio en el que este sea captado, almacenado y empaquetado para su análisis a gran escala. Estos entornos ideales son Facebook, Twitter y otras plataformas de redes sociales. Muchos de los mensajes que circulan por estos medios son rumores que pasan de una persona a otra. Los rumores no son exactamente lo mismo que el bullshit, pero ambos pueden ser producto de un engaño intencionado.

Para rastrear el camino que ha seguido la propagación de un rumor hay que ver quién ha compartido qué con quién y en qué orden, y esa información puede obtenerse fácilmente con un acceso adecuado al sistema. Los tuits sobre las crisis son particularmente significativos en este sentido. La concentración de atención durante un acontecimiento de este tipo crea a la vez tanto el incentivo de generar desinformación como la necesidad vital de refutarla.

Uno de esos momentos críticos se dio tras el estallido de una bomba terrorista en la maratón de Boston de 2013. Poco después del ataque, una trágica historia comenzó a difundirse en Twitter. Se dijo que una niña de ocho años de edad, con el dorsal número 1035, había muerto. Esta niña había sido alumna de la escuela primaria de Sandy Hook, y participaba en la maratón en memoria de sus compañeros muertos en el horrible tiroteo masivo que ocurrió allí unos meses antes. La terrible ironía de su destino —haber sobrevivido a un ataque terrorista para morir en otro— hizo que la historia se propagara como un incendio en el universo de Twitter. La foto de la chica —con el dorsal 1035 sobre una camiseta fucsia fluorescente y el pelo recogido en una cola de caballo— llevó a miles de usuarios de la plataforma a colgar mensajes de pena y de compasión.

Sin embargo, otros usuarios cuestionaron la historia. Algunos se dieron cuenta de que la maratón de Boston no permitía participar a menores. Otros vieron que el dorsal citado correspondía a otra carrera. El sitio web de rastreo de rumores Snopes.com desacreditó rápidamente el bulo, igual que lo hicieron otras organizaciones de verificación de datos. No era cierto que aquella niña hubiese muerto en el atentado; ni siquiera había participado en la carrera. Los usuarios de Twitter intentaron corregir el tuit falso con más de dos mil tuits que refutaban el rumor. Pero el esfuerzo fue en vano. Más de 92.000 personas ya habían compartido la falsa historia de la niña. Las principales agencias de noticias se hicieron eco de ella. El rumor continuó propagándose a pesar de los muchos intentos de desmentirlo. Brandolini estaba en lo cierto una vez más.

Los que estudian el funcionamiento de Facebook han observado fenómenos similares en su plataforma. Al rastrear los rumores investigados por Snopes, se dieron cuenta de que los contenidos que son engañosos tienen más cobertura que los que no lo son, incluso después de que una afirmación falsa haya sido desacreditada. Las entradas que difunden falsos rumores tienen mayor probabilidad de ser eliminadas una vez Snopes las ha desmentido, pero rara vez se eliminan lo suficientemente rápido como para detener la propagación de información falsa.

Otros investigadores han estudiado qué es lo que dispara estas cascadas de rumores. Al comparar entradas sobre teorías conspiratorias con otras sobre otros temas, se comprueba que el alcance de las primeras es mucho mayor que el de las segundas. Esto hace que sea especialmente difícil corregir una afirmación falsa. La intuición de Jonathan Swift sobre el bullshit ha sido claramente corroborada. Las personas que se dedican a limpiar el bullshit se encuentran en una desventaja sustancial respecto a aquellos que se dedican a esparcirlo.

Los que dicen la verdad se enfrentan a una desventaja adicional: las formas en las que llegamos a la información y la compartimos están cambiando de manera muy rápida. En setenta y cinco años hemos pasado de los periódicos a los canales de noticias, de Face the Nation a Facebook,[15] de las conversaciones alrededor de la chimenea a incendiar las redes a las cuatro de la mañana. Estos cambios de costumbres proporcionan un abono instantáneo para la rápida proliferación de confusión, desinformación, bullshit y noticias falsas. En el siguiente capítulo, veremos cómo y por qué ha ocurrido esto.

[2]La teoría de la mente es un concepto que hace referencia a la capacidad de un determinado individuo para comprender y predecir el comportamiento propio y el ajeno. (N. de la T.).

[3]El experimento funcionó de la siguiente manera. A un primer cuervo se le daba comida para que la escondiera, mientras un segundo cuervo en una habitación contigua observaba a través de una gran ventana. Sabiendo que estaba siendo observado, el cuervo que tenía la comida se apresuraba a esconderla y evitaba volver a ella para no revelar su ubicación. Si los investigadores colocaban una plancha de madera sobre la ventana para que los cuervos no pudieran verse entre sí, el cuervo que tenía la comida se tomaba su tiempo para almacenarla y volvía a visitarla sin reservas para recolocarla. A continuación, los investigadores añadieron una pequeña mirilla a la plancha de madera que cubría la ventana, y dieron tiempo a los cuervos para que aprendieran que podían verse el uno al otro a través de ella. A continuación, sacaron de la jaula al cuervo que observaba, de modo que no hubiera ningún observador. La pregunta clave era qué haría el primer cuervo cuando la mirilla estuviera abierta pero no pudiera ver directamente si había o no otro cuervo observando desde dentro de la jaula. Si los cuervos utilizaban una simple regla empírica del tipo «cuando puedas ver al otro pájaro, compórtate como si te estuvieran observando», ignorarían la mirilla. Por el contrario, si los cuervos tenían una teoría de la mente, se darían cuenta de que podrían estar bajo observación a través de la mirilla aunque no vieran al otro pájaro, y por tanto se comportarían como si estuvieran siendo observados. Y esto último es exactamente lo que hicieron. Los investigadores concluyeron que los cuervos generalizaban a partir de su propia experiencia de observación a través de la mirilla, y consideraban que, cuando la mirilla estaba abierta, un pájaro que ellos no podían ver podría estar observándolos.

[4]Se denominan palabras de comadreja (weasel words, en inglés) a aquellas palabras y frases que, bajo la apariencia de algo concreto y significativo, esconden una afirmación vaga, ambigua e imposible de confirmar. Expresiones del tipo «como todo el mundo sabe» o «según afirman los científicos» son un buen ejemplo de ello. Por su propia idiosincrasia, permiten al orador tergiversar la información y escurrir el bulto (como una comadreja) ante cualquier demanda de concreción. (N. de la T.).

[5]No existe una traducción exacta para esta palabra. Lo más parecido sería «engatusar». Y es que paltering se define como el uso activo de declaraciones veraces para influir en las creencias de alguien dando una impresión falsa o distorsionada. Sería el arte de mentir diciendo la verdad, con lo que el límite entre la sinceridad y el engaño se vuelve difuso. (N. de la T.).

[6]Las palabras de Clinton fueron «There is not». (N. de la T.).

[7]La implicatura es un tipo de implicación pragmática, en oposición a las implicaciones lógicas o semánticas, como la presuposición, por ejemplo. (N. de la T.).

[8]Un programa de becas universitarias de los Estados Unidos que otorga The National Merit Scholarship Corporation (NMSC), una fundación privada sin ánimo de lucro con sede en Illinois.

[9]Se entiende por orden de magnitud de un número x la potencia decimal del valor relativo de su cifra significativa. Por tanto, dos números difieren un orden de magnitud si uno es diez veces mayor que el otro. (N. de la T.).

[10]Se refiere al tiroteo que tuvo lugar el viernes 14 de diciembre de 2012 en la escuela de primaria local Sandy Hook de Newtown (Connecticut, Estados Unidos), a consecuencia del cual murieron al menos veintiocho personas. (N. de la T.).

[11]Uno de los problemas inmediatamente evidentes del estudio de Wakefield fue el reducido tamaño de la muestra. En su estudio se analizaron solamente doce niños, la mayoría de los cuales desarrollaron el supuesto síndrome poco después de haber recibido la vacuna triple vírica. Es muy difícil, si no imposible, sacar conclusiones significativas sobre fenómenos raros a partir de una muestra tan pequeña. Sin embargo, el pequeño tamaño de la muestra de su estudio fue el menor de sus problemas. Una investigación posterior reveló que, para muchos de los doce pacientes, el artículo de The Lancet describía dolencias e historias clínicas que no coincidían con los registros médicos ni con los informes de los padres. En un mordaz artículo publicado en el British Medical Journal, el periodista Brian Deer demostró que tres de los doce pacientes que figuraban como afectados por autismo regresivo no padecían en realidad ningún tipo de autismo. Además, constató que cinco de los niños que habían sido declarados «normales» antes de la vacuna tenían un historial que reflejaba problemas previos de desarrollo.

[12]Las afirmaciones de Wakefield fueron objeto de escrutinio casi inmediatamente después de la publicación de su artículo. Un año después de la publicación de Wakefield, la revista The Lancet publicó otro estudio que investigaba la posible relación entre la vacunación y el autismo. Este estudio utilizó un cuidadoso análisis estadístico en una muestra mucho mayor —498 niños autistas— y no encontró relación alguna. Esto fue solo el principio. En el aspecto mecánico, otros investigadores no pudieron replicar la afirmación original de que el virus del sarampión persiste en el intestino de los pacientes con enfermedad de Crohn. En el aspecto epidemiológico, se llevaron a cabo numerosos estudios y no se encontró ninguna asociación entre la vacuna y el autismo. Por ejemplo, en 2002, Pediatrics publicó un estudio sobre más de medio millón de niños finlandeses, y el New England Journal of Medicine publicó un estudio con una muestra de más de medio millón de niños daneses. Ninguno de los dos encontró ninguna conexión, y la conclusión del estudio danés afirmaba sin rodeos: «Este estudio aporta pruebas contundentes contra la hipótesis de que la vacuna triple vírica causa el autismo». Un experimento natural tuvo lugar en Japón cuando la vacuna triple vírica fue sustituida en 1993 por vacunas monovalentes (para cada una de las enfermedades). Si la hipótesis de Wakefield —que la vacuna triple vírica combinada puede causar autismo, mientras que dar tres vacunas, una para cada enfermedad, debería ser seguro— estuviera en lo cierto, habríamos visto una disminución de las tasas de autismo en Japón. Eso no ocurrió. Más recientemente, un «metaanálisis» que combinaba datos de múltiples estudios examinó a 1,3 millones de niños y, de nuevo, no halló ninguna relación entre la vacunación y el autismo.

[13]El trabajo de investigación del periodista Brian Deer reveló que Wakefield ocultaba enormes conflictos de intereses. En el momento en que estaba trabajando en el documento de 1998, la investigación de Wakefield estaba siendo financiada por un abogado que estaba preparando una demanda contra un fabricante de vacunas. La supuesta relación entre las vacunas y el autismo de Wakefield iba a ser uno de los principales elementos de la demanda. En el transcurso de una década, Wakefield recibió más de cuatrocientas mil libras de la Comisión de Servicios Legales del Reino Unido por su trabajo en esta demanda. La ética profesional exige que un autor revele cualquier interés financiero que tenga en los artículos que publica, pero Wakefield no lo hizo en su informe de The Lancet. Además, sus coautores no sabían que cobraba por este trabajo. Hubo otro conflicto de intereses financieros. Antes de publicar su artículo, Wakefield había presentado al menos dos solicitudes de patente, una para una prueba de diagnóstico de la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa debido a la presencia del virus del sarampión en el intestino, y una segunda para la producción de una vacuna contra el sarampión «más segura». El valor comercial de cada una de ellas dependía de que se demostrara su teoría de que la vacuna triple vírica estaba asociada con el autismo y los trastornos inflamatorios del intestino. Según Deer, Wakefield también ayudó a poner en marcha una serie de empresas de nueva creación relativas a este ámbito, de las cuales obtuvo una importante cantidad de acciones.

[14]La cita completa es «La falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella, de modo que cuando los hombres se dan cuenta del engaño, ya es demasiado tarde; la broma ha terminado y el cuento ha surtido efecto: como el hombre al que se le ocurre una buena réplica cuando ya está en la calle; o como un médico que encuentra una medicina infalible después de que el paciente haya muerto».

[15]Face the Nation es un noticiario semanal matutino de la cadena estadounidense CBS. Creado por Frank Stanton en 1954, es uno de los programas más longevos de la historia de la televisión. Los autores hacen un juego de palabras entre Face the Nation y Facebook. (N. de la T.).