Buscando a Nick - Janis Reams Hudson - E-Book
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Buscando a Nick E-Book

JANIS REAMS HUDSON

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Beschreibung

Quizá cuando descubriera su pasado conseguiría algo más que una historia… quizá consiguiera al hombre de su vida. Hacía ya tiempo que el bombero neoyorquino Nick Carlucci se había retirado a la tranquilidad de Tribute, Texas, para escapar de sus demonios. No quería volver a recordar… ni a sentir. Pero entonces apareció la bella reportera Shannon Malloy y consiguió que volviera a hacer ambas cosas. Shannon no iba a permitir que Nick la evitara, para lo cual tendría que desvelar sus secretos, unos secretos que lo unirían a ella más de lo que jamás habría imaginado…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Janis Reams Hudson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Buscando a Nick, n.º 1667- enero 2018

Título original: Finding Nick

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-775-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Invierno 2003

Nueva York

 

 

Era el mismo sueño que tenía la mayoría de las noches. Nick Carlucci no podía pasar una semana sin vivir aquel horror. El polvo y las cenizas lo cegaban, lo ahogaban. Los escombros estaban tan calientes que se deshacían las suelas de las botas.

Buscaba desesperadamente a algún superviviente, pero en especial, a su padre y a su hermano, tenía que encontrarlos.

Entonces oyó un gemido y vio una mano moverse.

Excavó desesperado.

«¡Aguanta! Ya te tengo».

Volvía a tener esperanzas. Respiraba con fuerza. ¡Tenía que cavar con más rapidez!

Ahí estaba. El hombre hablaba.

¡Júbilo!

Un minuto después, moría en los brazos de Nick, que mantuvo abrazado su cuerpo sin vida hasta que alguien lo separó de él.

«Fracaso». No había conseguido salvar a aquel hombre.

Tenía que seguir buscando, excavando, gritando. Quizás alguien pudiese oírlo.

De pronto, el haz de luz adquirió una forma grotesca, se balanceó.

«¡Cuidado!»

Nadie lo oyó, los hombres no se apartaban del mortal acero que iba a caer sobre ellos. Él, con los brazos extendidos, avanzó derribándolos para salvarlos.

¡Qué dolor! Oyó gritos y sintió un dolor agudo en la espalda.

Y después… nada.

 

 

Nick se despertó y respiró profundamente, la cama estaba empapada de sudor. Siempre lo atormentaba la misma pesadilla. Se frotó la cadera y el muslo, doloridos, y luchó por apartar de su mente aquellos recuerdos.

Pero los recuerdos no desaparecían, ni tampoco el dolor. Ni el sentimiento de fracaso.

La culpa.

¿Podría haber cavado más rápidamente? ¿Habría pasado al lado de alguien sin darse cuenta?

«Debí quedarme dentro. Debí morir con los demás. Con papá y con Vinnie».

Salió de entre las sábanas mojadas y arrugadas. No podía seguir durmiendo aquella noche. El whisky lo ayudaría a olvidar, durante unas horas, que la vida, tal y como él la había conocido en el pasado, ya nunca volvería a ser igual.

Capítulo 1

 

Otoño 2006

Tribute, Texas

 

 

Lo habían aclamado como a un héroe en las calles de Nueva York, en la televisión de todo el mundo, incluso en su parque de bomberos, la Compañía de Rescate Número Uno, pero Nick Carlucci sabía que no era un héroe. Sólo era un fracasado.

Menudo héroe, pensó Nick resoplando, si algo tan simple como el cielo podía ponerle el pelo de la nuca de punta.

En realidad, no era el cielo. Era aquella pequeña ciudad de Tribute, en Texas. Llevaba viviendo allí más de dos años y todavía no se había acostumbrado a que hubiese tanto espacio. Tanta tranquilidad. Tanto aire fresco. O tan poco tráfico, tan poca gente.

Estaba acostumbrado a los rascacielos, los atascos y el humo. A las multitudes. El metro. Los ascensores. Los taxis.

Estaba acostumbrado a Nueva York, su hogar.

En Tribute, Texas, no había ni un solo taxi, ni mucho menos, metro, a no ser que contase los túneles cavados por las ardillas de tierra en el patio de su tía, aquél era el metro de los roedores.

Un atasco en Tribute era tres coches detenidos detrás del único semáforo que había en la calle principal.

Y, en lo que a los rascacielos se refería, la estructura más alta que había era un silo de grano que había al lado de la vía del tren.

¿Cómo era posible que le gustase vivir allí? Sacudió la cabeza. ¿Quién se lo habría dicho? Había querido escapar del desastre en que se había convertido su vida y había acabado allí, en Texas.

El ego de Nick no era tan grande como para pensar que su tío Gil se había muerto dos años antes con el fin de que su tía Bev lo necesitase en Dallas para que la ayudase a arreglar todo lo relativo a la herencia y a volver a Tribute, donde había vivido unos años antes.

No, Nick no cargaba con aquella culpa. El tío Gil había convivido con la leucemia durante años. Su muerte no había tenido nada que ver con las necesidades de Nick.

Lo que necesitaba Nick en aquellos momentos era a una mujer que volviese a despertar su libido.

Llegó a la calle principal y se detuvo en el bordillo para que pasase un coche. El conductor tocó el claxon y levantó la mano en señal de agradecimiento. En Nueva York le habrían levantado un dedo, pero allí saludaban al sobrino de Bev Watson. El bedel del instituto de Tribute.

Aquello sí que era un cambio. De apagar fuegos, salvar edificios y vidas, había pasado a limpiar suelos. A cualquiera le habría parecido que Nick había ido a menos, pero él no lo veía así. Estaba aprendiendo lo gratificante que podía ser convertir un suelo lleno de polvo y suciedad en una superficie resplandeciente.

Casi rió en voz alta sólo de pensarlo. Se estaba convirtiendo en una ama de casa de los años 50.

Nick devolvió el saludo al conductor, no porque le apeteciese demasiado, sino porque eso era lo que se hacía allí. Además, le había parecido que era el primo del alcalde, que era amigo de su tía Bev. No merecía la pena ser grosero y avergonzar a su tía sólo porque se sintiese amargado. Así era como se sentía últimamente. Y encima, era lunes.

Como no venían más coches, cruzó la calle bajando el bordillo con cuidado, con la pierna buena, para evitar caerse de bruces al suelo.

Menudo héroe.

Tres calles más allá estaba en el instituto y sede de los Tigres de Tribute. Mientras se dirigía a la puerta principal, sacó las llaves y sintió cómo su amargura desaparecía.

Le gustaba el centro. Le gustaban los chavales, la gente que trabajaba allí y su propio trabajo. Se sentía útil, volvía a ser un miembro productivo de la sociedad.

Allí evitaba pasarse el día bebiendo y podía volver a mirarse al espejo sin hacerlo con desdén.

Ya dentro del instituto, recorrió el vestíbulo de entrada, escuchando el sonido de sus pasos en el edificio vacío.

No tardaría mucho en llenarse. Poco tiempo después, cientos de pies golpearían aquel suelo. Era hora de ponerse a trabajar.

 

 

Sentada en su coche de alquiler, Shannon Malloy vio cómo el hombre abría la puerta del instituto y sintió que se le aceleraba el pulso. Era él. No había duda. Nicholas Giovanni Carlucci, en carne y hueso. Y menuda carne… Las fotografías que había visto en los periódicos y las imágenes de la televisión no le habían hecho justicia, pero los pantalones vaqueros que llevaba puestos aquel día sí que se la hacían.

Era alto, tenía los hombros anchos y las caderas, estrechas. Su pelo era negro y brillante y sus ojos, en las fotos eran oscuros, pero tendría que comprobarlo en persona.

Si no hubiese sabido que se había roto la espalda y se le había aplastado la pelvis y la cadera, no se habría dado cuenta de la leve cojera mientras atravesaba las puertas de cristal. Los médicos le habían dicho que nunca volvería a caminar. Pero Nick Carlucci había sobrevivido al acero y su voluntad había sido tan fuerte como éste.

¿Que nunca volvería a caminar? Caminaba muy bien. Shannon se había dado cuenta de la cojera porque había seguido la línea de sus vaqueros hasta llegar a las botas de cowboy. Eso era lo único que podía hacer para evitar salir del coche y correr hacia él.

Aquel impulso la sorprendió. No porque ella no fuese impulsiva por naturaleza, lo era. Sino porque también era una periodista profesional que sabía cuándo tenía que correr y cuándo debía ser paciente.

Llevaba semanas intentando que Carlucci le concediese una entrevista, pero él se había negado a devolverle las llamadas. Por fin había conseguido localizarlo y lo había seguido hasta la otra punta del país. No iba a dejarlo escapar. Quizás aquél fuese el mejor momento para hablar con él, antes de que empezase a llegar gente.

Shannon bajó del coche y cruzó la calle para llegar al instituto.

No sabía con seguridad la razón por la que su corazón latía con tanta fuerza cuando entró en aquel edificio desierto. Era una entrevista más, ya había hecho tantas que había perdido la cuenta. Pero cuando vio a Nick Carlucci acercarse a ella supo que aquella entrevista, aquel tema y aquel hombre, serían diferentes.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó Nick al llegar a su lado.

Shannon extendió la mano e intentó presentarse:

—Señor Carlucci, soy…

No pudo continuar, porque cuando la mano de aquel hombre tocó la suya, se quedó completamente en blanco. No podía hablar, ni tampoco pensar. Sólo podía sentir cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo, de la cabeza a los pies.

Así, con las manos unidas, se miraron a los ojos.

Shannon sintió cómo le subía la temperatura. Se imaginó a aquel hombre en su cama y suspiró. Hizo un tremendo esfuerzo para apartar la mano. La sensación de excitación se atenuó, aunque no desapareció por completo.

—¡Guau! —exclamó él sorprendido y sonriendo.

Aquellos ojos oscuros le confirmaron a Shannon que él había sentido lo mismo que ella.

Shannon seguía muda y, afortunadamente, un portazo la salvó de ponerse a balbucear o tartamudear como una tonta.

Shannon parpadeó. Dio un paso atrás para marcharse, impactada por la reacción de su cuerpo ante aquel hombre cuando él la agarró por el brazo.

—Espere un momento. No sé cómo se llama.

Ella se esforzó por recordar a qué había ido allí.

—Shannon Malloy —respondió.

Nick dejó de sonreír.

—¿Es una broma?

—No.

—¿Me ha seguido hasta aquí por todo el país?

A pesar de que el deseo seguía empañando su cerebro, Shannon se encogió de hombros.

—No respondía a mis llamadas.

—¿Y por eso ha venido a buscarme?

Ella volvió a encogerse de hombros.

—¿No se le ocurrió pensar que si no le devolví las llamadas era porque no quería hablar con usted?

Shannon sintió que no podía obligarlo a darle una entrevista cuando seguía bajo los efectos de aquella atracción que la había pillado por sorpresa.

—Mire —consiguió decir por fin—. Sé que no es el mejor momento. Está trabajando. Volveré a ponerme en contacto con usted para intentar encontrar una ocasión más adecuada.

Y huyó. Por primera vez en su vida, huía de un hombre, de una entrevista. Huía de ella misma.

 

 

Nick se quedó quieto, viéndola marchar. Podía haberla detenido. Parte de él quería que se quedase allí. Pero, afortunadamente, su mente era más fuerte. Se dio media vuelta y sacudió la cabeza.

El destino le había jugado una mala pasada. Sólo unos minutos antes, Nick había deseado que una mujer despertase su libido. Allí la tenía. Era la primera vez que sentía algo así tan sólo con un apretón de manos. Y había tenido que ser con Shannon Malloy.

«Una maldita periodista», pensó asqueado.

Tenía que ser una buena sabuesa, si había conseguido seguirlo hasta allí. A no ser que… no, su tía Bev no… Aunque sabía que algunos periodistas eran capaces de sacar información hasta de una piedra.

Aquella mujer había averiguado su número de teléfono hacía unas semanas y había empezado a dejarle mensajes. Estaba escribiendo un libro acerca de los atentados del 11 de septiembre y quería entrevistarlo.

Nick no sabía quién iba a querer leer un libro cinco años después de aquello, pero Malloy debía de haber convencido a algún editor, porque si no, no habría ido hasta Tribute sólo para verlo a él.

Bueno, pensó mientras se dirigía a buscar un tubo fluorescente al otro lado del vestíbulo, pues Shannon Malloy había perdido tiempo y dinero siguiendo su pista, porque no tenía nada que decirle.

A partir de entonces, antes de darle la mano a una mujer y arriesgarse a sentirse ciego de deseo por ella, comprobaría antes de quién se trataba.

Al fin y al cabo, los médicos le habían dicho cinco años antes que no volvería a caminar, «caminar» había sido un eufemismo de «sentir, hacer o controlar nada por debajo de la cintura». Tenía que ser mala suerte que Shannon Malloy hubiese aparecido por allí precisamente en el momento en que su libido había decidido volver a la vida.

 

 

Cinco minutos más tarde, Shannon estaba en su habitación del motel, el Tribute Inn. Tal y como le latía el corazón, daba gracias por no haber tenido un accidente con el coche de camino hacia allí.

Todavía le temblaba la mano que había tocado Nick Carlucci. Tomó aire y pensó que no volvería a lavarse esa mano.

Entonces se echó a reír y se tiró en la cama. ¡Cómo había podido ser tan tonta! Había tenido a Nick Carlucci delante y había huido de él como un conejo asustado.

¿De qué se reía entonces?

Quizás tuviese que ir al psiquiatra, porque se reía sólo de pensar en volver a ver a Nick Carlucci.

Tenía que volver a verlo, por supuesto. Su libro no estaría acabado hasta que no lo entrevistase. Ella lo sabía, como también lo sabía medio Nueva York, por eso había ido tras él hasta allí.

Shannon no había parado hasta encontrarlo porque las otras personas a las que había entrevistado le habían dicho que el libro no estaría completo si no dedicaba un último capítulo al hombre que había arriesgado su vida para salvar la de otras siete personas.

Varios de los bomberos que le habían dicho aquello también se preguntaban dónde estaría Nick, qué le habría ocurrido. Aparentemente, cuando se había marchado de Nueva York, dos años antes, había roto todos los lazos. Ninguno de sus compañeros sabía adónde había ido. Quizás porque ninguno poseía la tenacidad de Shannon. Tenía que hacer todo lo que estuviese en su mano para terminar aquel libro que quería dedicar a la memoria de su padre. Y si eso implicaba encontrar a Carlucci, lo encontraría.

Buscando en Internet, había descubierto que tenía una tía en Dallas. El marido de la tía había fallecido por la misma época en que él se había marchado de Nueva York. Su instinto le decía que no era una coincidencia.

Aunque no había encontrado rastro de Nick en Dallas, había seguido a su tía hasta Tribute. Y allí había encontrado a Carlucci.

Shannon estaba tan contenta por haberlo encontrado que casi no se dio cuenta de que su teléfono móvil vibraba dentro del bolso.

—Eh, mamá —respondió.

—¿Dónde estás, cariño? Se supone que ibas a llamarme anoche.

—Lo siento. Pasé por Dallas después de medianoche. Pensé que era demasiado tarde para llamarte.

—No sé qué habría sido peor, si esperar tu llamada preocupada o que sonase el teléfono a esas horas.

Shannon se puso en pie y paseó por la habitación mientras hablaba.

—Esperaba que entendieses que soy una adulta y que puedo subirme sola a un avión y conseguir una habitación de hotel sin ayuda de mi mamá.

—Espero que lo que acabas de decir, lo hayas dicho sonriendo, señorita.

—Lo siento —rió Shannon—. Siento no haberte llamado anoche. ¿Me perdonas?

—Claro que sí. ¿Has encontrado al hombre al que querías entrevistar?

—Sí.

—¿No ha querido hablar contigo?

—No, pero todavía no he terminado con él —en varios sentidos, pensó Shannon.

—Eso espero. Sería una pena que no consiguieses que te contase su historia.

—No te preocupes, conseguiré una historia. Nick Carlucci ha encontrado la horma de su zapato.

 

 

El hombre en cuestión pasó el día como pasaba todos los días entre semana, manteniendo el Instituto de Tribute. Había cambiado el tubo que había encontrado fundido antes de que apareciese la tal Malloy.

¿Cómo había conseguido seguirlo hasta allí?

«Wade Harrison», pensó. Si ese hijo de…

No, Wade no le diría a nadie dónde estaba.

Nick sacudió la cabeza. Si fuese tan buena idea escribir una historia acerca de aquello, Wade habría removido cielo y tierra para publicarla en su periódico semanal, el Tribute Banner. Lo cierto era que Harrison era el único, además de su tía y de un par de personas del instituto, que conocía su pasado. Pero no tenía sentido que Wade hubiese dicho dónde estaba después de haberle jurado que no lo haría.

Nick no lo había traicionado a él cuando había llegado a la ciudad el verano anterior y nadie se había dado cuenta de quién era. Nick lo había reconocido, ambos eran de Nueva York. Y en Nueva York, raro era el día en que un periódico no sacaba un artículo acerca de Wade Harrison, el presidente de Harrison Corporation, uno de los principales conglomerados de medios de comunicación del país.

Wade había ido a Tribute por razones personales, y Nick le había guardado el secreto.

Todo el mundo estaba al corriente de la presencia de Wade desde que se había casado con Dixie McCormick, el mes anterior. La población de Tribute se había multiplicado por dos con la plaga de periodistas que la había invadido para la ocasión.

Pero antes de eso, nadie se había dado cuenta de quién era Wade. Salvo Nick, que había mantenido la boca cerrada.

No, Wade no había podido delatarlo. La tal Malloy debía de ser todo un sabueso.

Lo había encontrado. Pero eso no significaba que fuese a hablar con ella. A pesar de que aquella mañana se había librado de ella fácilmente, no pensaba que fuese a darse por vencida después de haber ido a buscarlo hasta allí.

La dejaría que volviese a intentarlo. No tenía nada que decir.

Durante el resto de la mañana, esperó que la periodista volviese a aparecer. En realidad, había imaginado que ella se daría cuenta de que, si no respondía a sus llamadas, era porque no quería hablar con ella.

Pero no, había tenido que seguirlo hasta allí.

¿Por qué tenía que ser ella la primera mujer a la que respondía su cuerpo después de varios años?

Al menos, Nick sabía que todo su cuerpo funcionaba. Bueno, la cadera le fallaba de vez en cuando. Pero sólo era una cadera. Ya no podía apagar fuegos ni salvar vidas, pero podía limpiar suelos y cambiar bombillas para ganarse el sueldo.

A pesar de que sus pensamientos estuviesen cargados de amargura, Nick creyó que tenía derecho a sentirla.

Aunque lo cierto era que le gustaba su trabajo actual. Lo que había tenido que aprender a superar era lo que los demás pensaban de aquel trabajo.

—¿Eres bedel?

—¿Limpias suelos?

En realidad, lo que querían preguntarle era:

—¿Cuándo vas a buscar un trabajo de verdad?

Nick se juró que la próxima vez que alguien le preguntase eso, lo invitaría a entrar al instituto y limpiar los vómitos de algún chico en el cuarto de baño.

«Limpia eso y dime si no te parece un trabajo de verdad».

Nick hizo una mueca y miró por encima de su hombro para comprobar que no había nadie observándolo. Afortunadamente, estaba solo en el pasillo que llevaba al laboratorio. En ese momento no había clases allí y Nick fue a comprobar que la serpiente ratonera, que últimamente había aprendido a salir de su urna, estuviese en su sitio.

—¿Alguien lo ha estado ayudando, verdad, señor Rodney? Al menos no tiene detrás a un periodista pesado que quiere sacarte las tripas sólo porque «el público tiene derecho a saber». Es increíble.

Nick echó unas pastillas de proteínas en la urna de cristal de Rodney para que se entretuviese hasta que le llevase la comida.

—Lo único que tienes que hacer es mantener la boca cerrada. Si no hablas, no pueden tergiversar tus palabras. Siempre pueden poner en tu boca cosas que no has dicho, por supuesto, pero en contra de eso no hay nada que hacer.

Ése era el problema con los periodistas, reconoció Nick mientras salía del laboratorio de ciencias, que acababan acorralándole a uno de un modo u otro. Dado que no tenía elección, dejaría que aquella Lois Lane se inventase lo que quisiese, él no pensaba romperse la cabeza por nadie.

De vuelta al vestíbulo de entrada, volvió a mirar por encima de su hombro. Se dijo que no lo hacía buscando a Shannon Malloy, sólo comprobaba que no lo estuviese espiando. Estaba seguro de que volvería a acercarse a él.

Recordó la corriente eléctrica que había sentido al darle la mano aquella mañana y tuvo que admitir que no le importaría volver a darle la mano.

Pero no iba a concederle una entrevista, por mucho que insistiese. Shannon Malloy había encontrado la horma de su zapato.

Capítulo 2

 

El martes, Shannon se preparó para volver a enfrentarse con Nick Carlucci. En esa ocasión esperaría a que saliese del trabajo. Supuso que terminaría a la hora que terminaban las clases, así que durmió hasta las nueve y se sintió ociosa, o como una vaga, algo que no tenía la oportunidad de hacer a menudo.

Se dio una larga ducha y salió del motel para explorar la excitante ciudad de Tribute, en Texas, con una población de 2.793 habitantes. Su primera parada fue en un lugar llamado Dixie’s Diner. El olor a beicon la hizo entrar.

Una vez en el interior, echó un vistazo a la pared y se preguntó si el nombre del local se debía a una persona o al hecho de que estuviese orientado hacia el sur. Obtuvo la respuesta un momento después, cuando la camarera le llevó una jarra con agua y la carta. El nombre de la camarera, de acuerdo con el cartel de plástico rojo y blanco que llevaba en la solapa, era Dixie. Misterio resuelto.

Después de un copioso desayuno, Shannon se dispuso a ver el resto de la ciudad.

No le llevó todo el día, por supuesto. La ciudad no era demasiado grande. Pero ella se lo tomó con calma y entró en la biblioteca y en varias tiendas, entre ellas, varias de recuerdos. En una encontró una acuarela pintada por un autor local; a su madre le encantaría.

En la esquina de aquella tienda Shannon vio las oficinas del Tribute Banner. Le dio un vuelco el corazón. Cualquier periodista sabría que Wade Harrison, el soltero más codiciado del país y anterior presidente de Harrison Corporation, uno de los gigantes mediáticos del país, se había marchado de Nueva York en verano para trabajar en el Tribute Banner en la pequeña ciudad de Tribute.

La industria mediática todavía estaba tambaleándose. Harrison había estado fuera del negocio durante los dos últimos años debido a un transplante de corazón. Pero había reaparecido anunciando no sólo la compra de aquel periódico local, sino también su matrimonio con una mujer de Tribute, una tal McCormick o algo así.

—Dios santo.