Cada uno con su cuento - Maria Eugenia Rojas Arana - E-Book

Cada uno con su cuento E-Book

María Eugenia Rojas Arana

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Beschreibung

Estamos al frente de un libro que es a la vez una antología del cuento, una reflexión de carácter ensayístico sobre el género y un reportaje a la cuentística contemporánea, representada por autores y autoras de innegable trascendencia en el panorama literario colombiano. Cada uno con su cuento es una novedosa antología crítica de gran alcance en el contexto de los estudios literarios. El cuento como relato es una forma ficcional que recorre la historia de la humanidad, testimoniando sus diversas culturas, sueños y temores. Este género literario toma sus temas de mitos, parábolas, leyendas, noticias, anécdotas y crónicas que hablan de la sensibilidad de una época determinada y de los escritores que trabajan con rigurosidad el lenguaje verbal, para inventar narradores, personajes y sucesos en espacios y tiempos de mundos paralelos construidos con la libertad semejante a la de los sueños o a la de las fantasías diurnas.

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Rojas Arana, María Eugenia

Cada uno con su cuento : antología comentada / María Eugenia Rojas Arana.-- 2a. edición.-- Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2017.

344 páginas : il ; 23 cm.-- (Colección Artes y Humanidades)

Incluye bibliografía.

1. Cuentos colombianos - Colecciones 2. Urbanismo - Cuentos 3. Ciudades y pueblos - Cuentos 4. Libertad- Cuentos 5. Azar- Cuentos 6. Muerte- Cuentos I. Tít. II. Serie.

Co863.08 cd 21 ed.

A1564117

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Universidad del Valle

Programa Editorial

Título: Cada uno con su cuento. Antología comentada. Volumen I

Autor: Maria Eugenia Rojas Arana

ISBN: 978-958-765-327-4

ISBN-PDF: 978-958-765-328-1

ISBN-EPUB: 978-628-7683-82-2 (2023)

Colección: Artes y Humanidades - Literatura

Primera Edición: Marzo de 2010

Segunda Edición

© Universidad del Valle

© María Eugenia Rojas Arana

Diseño de carátula: Sara Isabel Solarte a partir de ilustraciones de Ever Astudillo

Ilustraciones: Serie Historieta Urbana, Ever Astudillo

Diagramación: Alaidy Salguero Sabogal

Impreso en: Velásquez Digital S.A.S.

Universidad del Valle

Ciudad Universitaria, Meléndez

A.A. 025360

Cali, Colombia

Teléfonos: (57)(2) 321 2227 - (57)(2) 339 2470

[email protected]

Este libro, o parte de él, no puede ser reproducido por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad del Valle y los propietarios de los derechos de autor.

El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión de los autores y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación (ilustraciones y textos compilados), razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, marzo 2017

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

RECONOCIMIENTOS

AL RECUERDO DE UN ESCRITOR - JUAN GUSTAVO COBO BORDA

PALABRAS DE UN LECTOR-CRISTO - RAFAEL FIGUEROA SÁNCHEZ

INTRODUCCIÓN

ALEJANDRO JOSÉ LÓPEZ CÁCERES

DIVERSOS ESCENARIOS PARA LA PROFESIÓN DEL ESCRITOR

LA PASIÓNPOR CONTAR

DALÍ VIOLETA

EL TESTIMONIO DE LA CULPA

FABIO MARTÍNEZ

LOS MITOS DE LO URBANO Y LA LITERATURA DE VIAJE

LA ESCRITURA: ESE LARGO DESTINO ÍNTIMO

LA JOVEN

EL AMOR COMO LUGAR DE LA ESPERANZA

GERMÁN CUERVO

LA CIUDAD IMAGINADA

ESA FASCINACIÓN POR LA ESCRITURA

EL HOMBRE QUE DESEABA SALUDAR

LA METÁFORA DE UN MUNDO QUE SE DESTRUYE

SONIA NADHEZDA TRUQUE

EL MARAVILLOSO ENTRAMADO DE LA ESCRITURA

VOZ DE MUJER QUE SE BUSCA EN LAS PALABRAS

ALGO DEL VERANO PASADO

EL NARRADOR, UN NUEVO ULISES

JUAN DIEGO MEJÍA

UN PRETEXTO POÉTICO PARA IMPEDIR EL OLVIDO

LOS SIGNOS DEL NIHILISMO Y LA MELANCOLÍA

CAMILA TODOSLOSFUEGOS

UN DIÁLOGO NECESARIO ENTRE EROS Y TÁNATOS

GABRIEL JAIME ALZATE OCHOA

HISTORIAS PARA SALVARNOS DEL HASTÍO

LA TRASCENDENCIA BUSCADA

DESDE EL BALCÓN

EL DRAMATISMO DE LA SOLEDAD

HAROLD KREMER

EL CAMINO RECORRIDO EN LA ESCRITURA

OTRAS PUBLICACIONES

EL COMPROMISO LITERARIO COMO SENTIDO DE LA EXISTENCIA

EL PRISIONERO DE PAPÁ

UNA TRAMA MAESTRA

HERNÁN TORO

RECORRIENDO LOS LABERINTOS DE LA CONDICIÓN HUMANA

UNA RELACIÓN PRIVADA Y CASI SECRETA CON LA LITERATURA

EL LUTO DEL VECINDARIO

LO VEROSÍMIL COMO ILUSIÓN DE LO REAL

CARLOS PATIÑO MILLÁN

LA CELEBRACIÓN DEL HALLAZGO DE LO INCIERTO

ÚLTIMO DÍA DE ENERO: SONIA ESTÁ MUERTA, YO ESTOY EN PROBLEMAS

LA FICCIÓN COMO EFECTO DE LA REALIDAD

JAVIER TAFUR GONZÁLEZ

TEXTOS PARA RECORDAR

RECUPERANDO LAS MEMORIAS DEL ALMA

ESOS OTROS MUNDOS QUE DE ALGUNA MANERA EXISTEN

DÍA DE REGRESO

LA RESPONSABILIDAD DEL NARRADOR

EL SAMÁN

COMO EN UN SUEÑO

LA BESTIA

LA LIBERTAD DEL MITO

LA VISITA

EL DOBLE

EN LA EXPOSICIÓN

ESA OTRA FICCIÓN

JULIO CÉSAR LONDOÑO

TEXTOS PARA UN LECTOR QUE LEA DESPACIO Y SONRÍA RÁPIDO

LA ESCRITURA, UN DIVERTIMENTO

LA LÁMPARA

CONTAR PARA NO MORIR

TIM KEPPEL

TESTIMONIOS DE UN MUNDO QUE LO CAUTIVA

BUSCANDO EL DESTINO EN LAS REVELACIONES DEL AZAR

LA BALADA DE LAS BALLENAS JOROBADAS

LA EXPERIENCIA DE LO INEFABLE

CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA

EL RELATO, ESE LUGAR DE LA LIBERTAD Y EL JUEGO

EL EXILIO COMO TOMA DE DISTANCIA DE SÍ

LA MUÑECA

AQUELLO QUE LA REALIDAD SE ATREVE A IMAGINAR

EDUARDO GARCÍA AGUILAR

EL TESTIMONIO DE LA ERRANCIA

LA ESCRITURA, UNA ELECCIÓN NECESARIA

REMEMBER CHAPINERO

LOS AZARES DE UNA NATURALEZA CAMBIANTE

EDUARDO DELGADO ORTIZ

FABULAR PARA DAR CUENTA DE LO INSOSPECHADO

LA EXISTENCIA COMO METÁFORA DE LA FICCIÓN

PARECÍA UN GALÁN DE CINE, ERA MOREIRA

LA FASCINACIÓN POR EL CRIMEN

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS AL PIE

A la memoria de mis padres: Luis Ernesto Rojas Vélez, quien me enseño a vivir la vida en el ejercicio de la libertad y a disfrutar de las ficciones literarias, y Ana J. Arana, interlocutora y crítica amorosa de mi escritura con quien compartí tantas tardes de lectura.

A mis hermanos: Luis Ernesto, Hugo Fernando, Francisco José y Axel Gustavo Adolfo, compañeros entrañables de las aventuras que nutrieron los imaginarios que tanto amo.

A mi hijo Eduardo Serrano Rojas por creer en mis proyectos, por cuidarme siempre y por compartir conmigo la alegría, los sueños y nuestra mutua pasión por el arte y por la vida.

RECONOCIMIENTOS

Debo agradecer a la Escuela de Estudios Literarios, de la Facultad de Humanidades, por el tiempo concedido para esta investigación y sobre todo a los escritores y escritoras elegidos por la excelente acogida a esta convocatoria y a Ever Astudillo, pintor y amigo, quien puso su talento estético al servicio de esta libro con las ilustraciones que preparó para acompañar cada cuento seleccionado.

AL RECUERDO DE UN ESCRITOR

¿Cómo acumular el saber,

Ordenarlo y hacerlo diáfano

Ahora que no existe centro ni sentido?

¿Cómo hacer que las palabras sirvan

En países insuficientes

Atiborrados de piadosas mentiras?

Sin embargo la pasión

Que asoma en medio de líneas contenidas.

El involuntario esfuerzo de morir y renacer,

Tantas veces,

Viviendo la vicaria vida de sus protagonistas

le otorgaban la suficiente alegría.

el resto es ya sabido:

después de su muerte

un joven, en una librería de segunda,

rescatará su volumen

y al abrir por primera vez

páginas amarillas

disfrutará, en una tarde de lluvia y frío

su inolvidable arte inútil.

Juan Gustavo Cobo Borda

PALABRAS DE UN LECTOR

Desde la última década del siglo XX, y sobre todo durante la primera del siglo XXI, los estudios literarios colombianos han insistido en la necesidad de construir de manera colectiva las bases y criterios de una nueva historia literaria del país que no sólo tenga en cuenta la totalidad del circuito literario, sino las complejidades de los lugares de enunciación, los conflictos discursivos inherentes a las textualizaciones y, por supuesto, el lugar desde donde se producen los discursos críticos. De una parte es necesario estudiar nuestras clásicas historias de la literatura con el objeto de replantear los fundamentos que han regido y aún rigen la cuestión del canon literario nacional, y de otra, es indispensable articular en estructuras englobantes trabajos histórico-literarios de literaturas regionales, intentos cartográficos de determinados trayectos, compilaciones críticas y sistematizaciones de fuentes, todo lo cual puede evidenciar resistencias, miradas o estéticas que deben resituarse en el complejo entramado de manifestaciones literarias del país; en este sentido, las antologías comentadas o críticas son fundamentales en dicho proceso, pues ordenan y reagrupan producciones en distintas direcciones espacio-temporales y de acuerdo con determinados criterios estéticos, sociales y culturales. En este contexto se ubica el libro Cada uno con su cuento. Antología comentada de relatos de escritores colombianos contemporáneos (2010) de María Eugenia Rojas Arana, publicado en la Colección Trabajos de investigación de la Escuela de estudios literarios de la Universidad del Valle.

El trabajo de la maestra Rojas Arana no sólo está animado por el deseo legítimo de seleccionar autores y textos desde una postura personal y autónoma que se siente apelada por razones de índole estética, de gustos y preferencias literarias o de vinculación con referentes culturales, sino y sobre todo, por el afán de construir una mirada crítica sobre la producción y los posibles efectos de recepción de un grupo de quince cuentos de autores colombianos o radicados en el país, procedentes del centro (Bogotá, Medellín y Manizales) y sur del mismo (Cali, Palmira, Tuluá, Buga, Buenaventura y Pasto); son 13 hombres y dos mujeres, que no sólo poseen sólidas formaciones académicas, sino experiencias acumuladas como editores, profesores, ensayistas, traductores e investigadores o en cargos de educación superior e instituciones culturales; tienen novelas y libros de cuentos publicados, han obtenido premios y reconocimientos nacionales e internacionales, algunos muy referenciados en el panorama de las letras nacionales, otros en camino de visibilizar más sus procesos creativos.

La agrupación de las quince formalizaciones cuentísticas obedece sin duda a un criterio estético-cultural, según el cual la elaboración ficcional genera espacios literarios, gracias a la insistencia en las potencialidades de la función poética del lenguaje en relación con discursos cruzados y con contextos cercanos, más o menos conocidos o desconocidos. Dichos espacios literarios establecen nuevas percepciones, visibilizan referentes culturales, problematizan estructuras mentales heredadas, relativizan identidades o crean realidades alternativas; la autora afirma al respecto que la escritura del libro “busca dar cuenta de la polifonía de voces que nos llaman y provocan, para acercarnos a esos otros seres que nos habitan (…) busco rastrear el pensamiento de aquellos que con el artificio de la palabra escrita, imponen en sus relatos, sus maneras de ver, explorando juegos de ficción, construyendo otros estados de alma para soportar lo inexplicable y denunciar en acto, las diversas realidades de nuestra tragedia nacional”.1

En los ámbitos académicos y culturales del Valle del Cauca y del país, la maestra Rojas Arana es reconocida por poseer una fina sensibilidad estética, un conocimiento selectivo de tradiciones literarias y un saber acumulado, visibles en un amplia experiencia que cruza disciplinas lingüísticas, semióticas, comunicativas y literarias en estricto sentido. Todo ello la ha convertido en una investigadora capaz de armonizar creación, saber y pedagogía, trenzado privilegiado desde el cual ubica y problematiza textos narrativos, particulariza los lugares de enunciación de los mismos y establece posibles rutas de lectura sin que ello signifique imposiciones interpretativas o fijación inamovible de significados.

En efecto, la estructura conceptual de Cada uno con su cuento no constituye un orden cerrado y autosuficiente; por el contrario, en primera instancia, la autora combina datos bibliográficos de autores y autoras seleccionados con la labor de reseñista crítica de los procesos de escritura y de los niveles de recepción de la producción literaria e intelectual de los mismos, lo cual ubica y contextualiza el lugar de cada texto seleccionado. Por su parte, la entrevista/reportaje a cada uno de los autores y autoras pretende, con matices diferenciales, dar a conocer las motivaciones literarias que activan sus procesos creativos, establecer relaciones de ellos y ellas con genealogías y tradiciones literarias y culturales, determinar en qué trayectos de la producción de cada autor o autora se ubica cada uno de los quince cuentos seleccionados; incluso, la entrevista permite conocer las concepciones de literatura, los secretos del proceso creativo y especialmente la noción de cuento o de relato que autoras y autores suelen seguir en sus creaciones. Todo ello configura un espacio que ilumina los cuentos antologizados, y sobre todo, contextualiza el comentario analítico a través del cual la autora particulariza la propuesta de lectura para cada uno de los cuentos. En efecto, dicho comentario, titulado sugestivamente con el objeto de sugerir horizontes de lectura, se constituye en un condensado ensayo literario, donde la autora lanza hipótesis y aventura caminos de interpretación. En este aspecto se destaca la asimilación creativa de fundamentos de la semiótica discursiva (Chatman, Greimás, Bueno, Serrano), plataforma desde la cual se construye un modelo de lectura interpretativa que permite escudriñar los entramados textuales, destacar la construcción de espacios simbólicos, valorar las focalizaciones y los matices de los programas narrativos, percibir las relaciones narradores-narratarios y las mayores o menores distancias entre historia y discurso. Igualmente, el trabajo interpretativo percibe filiaciones intertextuales, guiños y quiebres de determinadas tradiciones literarias, relaciones de los relatos con otras artes, especialmente música y cine. Sobresale la aguda mirada de la autora sobre conexiones de tópicos y motivos de estirpe literaria con el contexto socio-cultural donde se generan los relatos, los cuales por medio de su proceso enunciativo logran reconfigurarlo, problematizarlo y en varios casos, trascenderlo.

Al sumar datos bibliográficos, contextualizaciones literarias de los autores, saberes procedentes de la entrevista-reportaje, lectura de los cuentos y propuestas de lectura de la antologista, el lector, el profesor o el investigador pueden construir una cartografía de actitudes, temas y formas, desde donde es posible establecer nuevas relaciones entre los textos y autores seleccionados, encontrar trayectos y preocupaciones análogas, percibir sesgos y matices diferenciales y valorar motivos y alusiones recurrentes. Nos encontramos entonces en un terreno abonado para acercamientos y estudios interdisciplinarios o para estudios de comparativismo literario. Desde esta perspectiva es posible profundizar en variables y coincidencias entre los quince cuentos (y entre éstos y otros relatos colombianos antologizados) en relación con un lugar de enunciación donde se cruzan imaginarios locales y nacionales, problemáticas regionales, obsesiones de distinta procedencia, opciones enunciativas y memorias personales y colectivas.

De acuerdo con las rutas de lectura propuestas por la maestra Rojas Arana, el siguiente puede constituirse en un trayecto significativo del cuento colombiano contemporáneo, que sin duda enriquecería los intentos cartográficos que se han hecho sobre el mismo: como resonancia de buena parte de la comunidad nacional desestabilizada y carente de vínculos humanos y sociales, el desconocimiento de los otros que sufre el protagonista de El hombre que deseaba saludar de Germán Cuervo, se transforma en ausencia de sí mismo hasta desembocar en un yo precario que agrede el mundo al cual deseaba pertenecer; a su vez, el personaje de Dalí Violeta de Alejandro José López ratifica el sin sentido de su existencia por medio de un gato embalsamado, metáfora visual de una oscura culpa, cuya dinámica perversa parece postergar cualquier posibilidad de superarla a no ser con la muerte; por su parte, en el cuento Camilatodoslosfuegos de Juan Diego Mejía se crean personajes paradójicamente muertos/vivos, resonancia criolla de la indisoluble pareja Eros/Thánatos, cuya fuerza expresiva deviene en exorcismo de la doble gratuidad vida/muerte, acentuada de manera especial en nuestros tiempos, y ante la cual un sujeto impotente sólo es capaz de afirmar la precariedad de su existencia. De la misma manera, la contraposición espacio privado y espacio público en Desde el balcón de Gabriel Jaime Alzate, traduce poéticamente una lucha agónica con el sentimiento de pérdida –metáfora ampliada del país–, polarizado entre el deseo de vivir que anima la existencia de una anciana y el carácter implacable de la ley que la obliga a una existencia solitaria. Algo análogo sucede en La lámpara de Julio César Londoño, en el cual la reescritura de los viejos tópicos de Aladino y Sherezade evidencia de nuevo la lucha entre el deseo de vida y la fatalidad que se impone implacablemente.

Por otra parte, el país de hoy –marginalidad, maltrato infantil, crueldad y crimen– se asoma por los intersticios discursivos del cuento El prisionero de papá de Harold Kremer, quien a partir de la mirada de un niño, dramatiza una experiencia de horror que metonímicamente señala situaciones vividas en Colombia. Así mismo, en Último día de enero: Sonia está muerta, yo estoy en problemas de Carlos Patiño, Colombia y Rusia se identifican como culturas delincuenciales, donde los fundamentos racionales después de entrar en crisis generan nihilismo y desesperanza: al final la mercancía ilegal se erige como valor de uso aceptado por todos. En El luto del vecindario de Hernán Toro, si bien el relato ocurre en una localidad francesa, su efecto devastador nos enfrenta a realidades cotidianas de Colombia: desarraigo, vejez y muerte como fantasmas que debilitan las búsquedas y las realizaciones vitales. No por casualidad el cuento Parecía un galán de cine, era Moreira de Eduardo Delgado focaliza la fascinación por el crimen en hombres y mujeres marginales, cuya actitud de delinquir con naturalidad y no sentir culpa, hacen de la existencia una mixtura de prostitución, sicariato y sexualidades indiscriminadas.

Así mismo, el desarraigo existencial, el autoexilio y la errancia se constituyen en asunto común de tres de los cuentos seleccionados, cuyas tematizaciones se conectan con trayectos análogos de varios cuentos contemporáneos, objetos de otras antologías:

En Algo del verano pasado de Sonia Truque se espanta la angustia del desarraigo a partir de búsquedas femeninas troqueladas en un narrador, cuyas lógicas masculinas al enunciarse, deslizan el punto de vista contrario; el protagonista cree encontrar en su nueva conquista, la imagen rejuvenecida de su pareja de siempre: movimiento elíptico de regreso a la madre para recuperar un origen y un tiempo perdidos. Este motivo adquiere otro matiz en La muñeca de Consuelo Triviño, quien al darle vida y voz a una muñeca de una tienda de objetos sexuales, no sólo denuncia la opresión de sistemas patriarcales sobre la mujer, sino que afirma la existencia secreta de ésta por medio de un cuerpo erotizado y autónomo. Igualmente, en Remember Chapinero de Eduardo García Aguilar, la tematización de la errancia del protagonista desde el origen –la casona de Chapinero en Bogotá habitada por fantasmas–, hasta Londres –urbe metropolitana por excelencia–, permite saldar deudas existenciales asociadas con identidades invisibilizadas y con pérdidas no asumidas: en el momento en que el personaje asume su homosexualidad travesti –la identificación con Carole King–, recupera “al padre homosexual y el cuerpo perdido de la madre”2, escena ritual que revela el objeto perdido del deseo que en este caso es el encuentro con lo reprimido de sí mismo

No obstante, y retomando otros trayectos de lectura propuestos por la maestra Rojas Arana, el mismo contexto de hastío, violencia e inestabilidad existencial, también genera visiones que celebran vínculos y hallazgos gratificantes: una concentrada poética de la vida y de la posibilidad de redimirse por medio del afecto entre una adolescente y un viejo, es el centro de atención del cuento breve La joven de Fabio Martínez, y una poética de lo inefable formalizada por Tim Keppel, anima La balada de las ballenas jorobadas, cuya prototípica estructura del viaje en búsqueda de revelaciones, desemboca en la posibilidad de engañar la muerte por medio de la vivencia plena del mundo marino, donde la libertad y el deseo de vida se privilegian sobre cualquier dimensión negativa de la existencia. Este tipo de actitudes se conecta sin duda con la fe en las relaciones secretas entre realidad y arte, evidentes en el minicuento En la exposición de Javier Tafur: la primera invade al segundo y desde este espacio de lo posible se busca la salida, quizá para iluminar de nuevo la vida en una experiencia fantástica que abre la posibilidad de mundos paralelos o alternativos.

Como ha podido verse, la confluencia de sensibilidad y saberes –literarios, teóricos, de Historia de la literatura, semióticos, hermenéuticos y pedagógicos– hacen que el libro Cada uno con su cuento se constituya en un punto de referencia obligada cuando de estudiar y valorar el cuento colombiano contemporáneo se trate.

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

MARÍA EUGENIA ROJAS ARANA

Licenciada en literatura e Idiomas (Universidad Santiago de Cali), Comunicadora Social y Magíster en literatura Colombiana y Latinoamericana (Universidad del Valle).Como realizadora audiovisual escribió y produjo el cortometraje Isabel y el cometa. Ha publicado artículos en revistas especializadas en literatura y los libros Fabulaciones de Maqroll el Gaviero: Narración y desesperanza en la obra de Álvaro Mutis, la antología de relatos de escritores colombianos contemporáneos Cada uno con su cuento y la compilación del libro Narradores en su tinta. Investiga sobre narrativa Colombiana Contemporánea, el Guión cinematográfico y el libreto televisivo, a partir de la aplicación de modelos de análisis Semióticos-narratológicos. Profesora de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle en las áreas de Literatura, Medios Audiovisuales y Escrituras.

INTRODUCCIÓN

El cuento como relato es una forma ficcional que recorre la historia de la humanidad, testimoniando sus diversas culturas, sueños y temores. Este género literario toma sus temas de mitos, parábolas, leyendas, noticias, anécdotas y crónicas que hablan de la sensibilidad de una época determinada y de los escritores que trabajan con rigurosidad el lenguaje verbal, para inventar narradores, personajes y sucesos en espacios y tiempos de mundos paralelos construidos con la libertad semejante a la de los sueños o a la de las fantasías diurnas.

A finales del siglo pasado y comienzos de este, en nuestro país el relato expresa su relación con el mundo contemporáneo y posibilita otras maneras de leer críticamente, reflejando nuestra lucha por seguir siendo colombianos, en medio de las contradicciones y violencias de la época convulsionada en que nos ha tocado vivir cuando lo más deseable se ve amenazado y se mezcla con transformaciones de vértigo a nivel social y cultural, generando referentes pasionales amados y odiados para sentir la vida cotidiana.

En Colombia no abundan los estudios sobre la cuentística que se ha producido en los últimos años tanto desde nuestras ciudades como desde la multiplicidad de nuestras regiones, impidiendo que el trabajo literario de los autores y autoras se conozca y valore suficientemente. Dialogar con ellos permite evidenciar sus diversos procesos creativos y las reflexiones sobre su escritura solitaria, accediendo a nuevas sensibilidades y temáticas cruciales como el amor o el erotismo, el suspenso o el crimen, universos narrativos variados que hacen parte de nuestro imaginario colectivo.

Los nuevos contextos creados en los relatos constituyen la clave que nos permite acceder a otros mundos posibles, para encontrarnos con personajes que actúan, sueñan y despiertan en un juego de identidades, de afectos y valores que tocan nuestras fibras más íntimas.

La escritura de este libro busca dar cuenta de la polifonía de voces que nos llaman y provocan, para acercarnos a esos otros seres que nos habitan, nos producen miedo en las noches sin sueño y nos permiten recuperar el disfrute por el viejo goce de lo vivido.

En este sentido, busco rastrear el pensamiento de aquellos que con el artificio de la palabra escrita, imponen en sus relatos, sus maneras de ver, explorando juegos de ficción, construyendo otros estados de alma para soportar lo inexplicable y denunciar en acto, las diversas realidades de nuestra tragedia nacional.

Los cuentos y cuentistas seleccionados responden al deseo de disfrutar sus historias, de hacer un reconocimiento a aquellos escritores y escritoras que han demostrado en un trabajo continuo, a través de los años, el valor de su escritura, y ofrecer una lectura reflexiva y documentada de sus relatos, con el propósito de enriquecer la búsqueda analítica de otros investigadores, autores y lectores del género.

Algunos de los elegidos como Fabio Martínez, Harold Krémer, Alejandro José López, Hernán Toro, Carlos Patiño, Javier Tafur, Gabriel Jaime Alzate, Eduardo Delgado y Tim Keppel, viven en Cali, gracias a lo cual he tenido el privilegio de convocarlos y conversar personalmente con ellos. A quienes habitan en otras regiones colombianas, como Germán Cuervo, Sonia Truque, Juan Diego Mejía y Julio Cesar Londoño, he logrado entrevistarlos por correo o en sus visitas a nuestra ciudad. Los que viven fuera del país, como Consuelo Triviño y Eduardo García Aguilar, cuyos libros me han permitido viajar y conocer por su experiencia las costumbres, paisajes, modos de vida y códigos diversos de comportamiento que nutren su escritura, los he contactado a través de la red virtual de la Internet.

Una nota especial merece el escritor Tim Keppel, quien a pesar de ser de origen norteamericano ha sido incluido en esta antología de autores colombianos pues la circunstancia de vivir en nuestra ciudad durante varios años le ha permitido viajar por nuestras regiones, observar aspectos de nuestra cultura y rasgos de nuestra identidad que recoge con una mirada atenta y respetuosa y con el más fino humor en su libro de cuentos, Alerta de terremoto.

El trabajo sobre cada autor está dividido en cinco partes: la primera da cuenta de su formación y recorrido escritural; la segunda reseña sus textos más relevantes; la tercera presenta el resultado final de las entrevistas realizadas, permitiendo por medio del diálogo, un acercamiento a su propia subjetividad y a las reflexiones sobre sus preocupaciones literarias; en la cuarta se presenta el cuento elegido y la quinta ofrece un comentario analítico del mismo.

En mi lectura me apoyo en el campo teórico-metodológico que estudio desde hace varios años y que propone la Semiótica discursiva, con el objetivo de construir un modelo narratológico coherente que permita el comentario analítico de cada uno de los contenidos elegidos, buscando dar cuenta del proceso de enunciación de los mismos, observando la construcción de narradores y personajes, así como los temas que se tejen y sus efectos de lenguaje.

En consecuencia, como elección metodológica he consultado los textos Metodología del análisis semiótico, de Desiderio Blanco y Raúl Bueno; Historia y discurso: la estructura narrativa en la novela y en el cine, de Seymour Chatman; Análisis Semiótico del discurso. Del enunciado a la enunciación, de Joseph Courtés; Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, de A. J. Greimas y J. Courtés; El relato mínimo, La narración literaria y Crítica de la omnisciencia, de Eduardo Serrano Orejuela; El estilo indirecto libre y las maneras de narrar, de Oscar Tacca y Las fabulaciones de Maqroll el Gaviero. Narración y desesperanza en la obra de Alvaro Mutis, libro de mi autoría. Para situar la teoría del cuento, su historia y especificidad, fundamento mis lecturas en Teoría y técnica del cuento, de Enrique Anderson Imbert; En busca del unicornio: Los cuentos de Julio Cortazar, elementos para una poética de lo neofantástico y Algunos aspectos del cuento, de Jaime Alazraki; Como se cuenta un cuento, de Gabriel García Márquez; Así se escribe un cuento, de Mempo Giardinelli y Teorías del cuento I, Teorías de los cuentistas, de Lauro Zavala.

Otras antologías que ubican la contemporaneidad de narradores colombianos han ampliado mi universo cognitivo y me han permitido hacer una revisión crítica de la producción literaria de los escritores elegidos, a saber: Literatura y Cultura. Narrativa colombiana del siglo XX, escrita por Ángela Robledo, María Mercedes Jaramillo y Betty Osorio (Compiladoras); Antología del cuento corto colombiano, de Guillermo Bustamante y Harold Kremer (Compiladores); Colección de cuentos colombianos, de Harold Kremer; Sobre literatura colombiana e hispanoamericana, de Eduardo Camacho Guizado; Historias de amor, salsa y dolor, de Germán Cuervo; Cuentos sin cuenta. Antología de relatos de escritores de la generación del 50, de Fabio Martínez; Cuentos de fin de siglo, de Luz Mery Giraldo, El cuento colombiano, de Eduardo Pachón Padilla y El minicuento fantástico de Javier Tafur.

A manera de conclusión, quiero expresar que las razones que me movieron a realizar esta antología obedecen a diversas motivaciones de orden subjetivo y objetivo. De un lado, siempre quise conocer personalmente aquellos escritores cuya sensibilidad no me era ajena y que llevaron a hacer volar mi imaginación por ignotos parajes, donde todo es posible; luego objetivamente se impuso el deseo de saber de sus vidas, del origen de sus historias, de la manera como estaban hechas, entonces me acerque a ellos sigilosamente, como quien investiga un crimen; así, el trabajo se hizo más placentero, en la exploración voyerista que permite la nueva mirada. El resultado final es aún más gratificante por el goce sentido al conocerlos mejor y permitir que me cautive alguno de sus personajes que tanto admiro. El sucumbir a su seducción, me hizo decir como Cecilia, la encantadora protagonista interpretada por Mía Farrow en La rosa púrpura del Cairo, al salir de una proyección cinematográfica y referirse a Tom Baxter, galán romántico que se sale de la pantalla para corresponder a su intenso amor: “Acabo de conocer a un hombre maravilloso. Es de ficción, pero bueno, no se puede tener todo”.

María Eugenia Rojas Arana

ALEJANDRO JOSÉ LÓPEZ CÁCERES

(Tuluá, 1969)

Licenciado en Literatura, Especialista en Prácticas Audiovisuales, Magíster en Literaturas Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle (Cali), Doctor en Literatura y Medios Audiovisuales de la Universidad Complutense de Madrid. Finalista en varios concursos nacionales e internacionales, entre ellos, Art Nalon Letras 2003, en cuento corto (Asturias, España). En 1999 obtuvo el primer puesto de la Asociación Iberoamericana de Televisiones Regionales y Afines, en reportaje (Valencia, España). Ha publicado los libros de crónicas y reportajes Tierra posible (1999) y Al pie de la letra (2007); los libros de ensayo Entre la pluma y la pantalla: reflexiones sobre literatura, cine y periodismo (2003) y Pasión Crítica (2010); los libros de cuentos Dalí violeta (2005) y Catalina todos los jueves (2012) y la novela Nadie es eterno (2012). En 2016 ganó el Premio Autores Vallecaucanos Jorge Isaac en la modalidad Ensayo con El arte de la novela en el post-boom latinoamericano. Sus ensayos sobre literatura, cine y periodismo han sido publicados en diversas revistas universitarias e integrante del taller literario Botella y Luna. Es profesor en la Universidad del Valle, donde ha sido director de su Escuela de Estudios Literarios.

DIVERSOS ESCENARIOS PARA LA PROFESIÓN DEL ESCRITOR

Tierra posible, un conjunto de crónicas cuya impresión hizo Nueva Metáfora Ediciones en 1999, en Cali, es el primer libro publicado por Alejandro José López, quien en 1997 hizo un largo viaje con el objetivo de realizar diez documentales para televisión sobre Derechos Humanos. Durante seis meses se desplazó por varias zonas de conflicto, triste escenario de la guerra en nuestro país, testimoniando el horror, la miseria y la muerte provocados por los violentos, como también por las esperanzas, ilusiones y realizaciones de los gestores de paz.

En ocho textos escritos con un lenguaje sencillo y fluido, López Cáceres narra los destinos de seres humanos que se atreven a seguir habitando las tierras que los vieron nacer, buscando hacer de ellas una “tierra posible” y, al enfrentarse a sus circunstancias, se oponen pacíficamente a la violencia política que los circunda. Dicha violencia, ligada a intereses de orden económico, es la que muchas veces determina sus infortunios e incluso la crueldad de sus muertes.

Entre la pluma y la pantalla: Reflexiones sobre literatura, cine y periodismo es un libro que consta de nueve ensayos críticos, los cuales indagan el estado actual de la industria editorial y el periodismo cultural, así como la obra de algunos autores. Fue publicado por el Programa Editorial de la Universidad del Valle (Cali) en 2003. Se divulgan aquí temas contemporáneos, valores y representaciones culturales que circulan en un mundo globalizado que avasalla por su exceso informativo, su velocidad de vértigo y su refinamiento audiovisual. En medio de este escenario, el autor parece tomar partido por la palabra en relación con los nuevos medios (cine, televisión, Internet). En cualquier caso, lo cierto es que estas nuevas circunstancias han hecho que se redefina el oficio estilístico de la escritura en los últimos tiempos, llevando a que los autores oscilen “entre la pluma y la pantalla”.

Dalí violeta, primer libro de cuentos de su autor, fue publicado por la Fundación Literaria Botella y Luna (Cali) en 2005. Con tramas universales que indagan las paradojas de la condición humana, especialmente aquellas que tocan temas como el amor y el odio, la ternura y el crimen, el devenir y la muerte, se cuentan estas historias citadinas. Ellas ejercen su efecto de sorpresa y manipulación del lector, en desenlaces inesperados pero verosímiles, donde incluso el horror es narrado con naturalidad inusitada.

En estos cuentos se vuelve sobre asuntos de la vida de hoy, tales como la publicidad, que convierte el amor en un juego desde el cual se manipulan las sensibilidades y que hace de él una mercancía más, o como el desgaste de las relaciones de pareja, cuya cotidianidad compartida las corroe hasta la incomunicación y el aniquilamiento. Así que el lector contemporáneo se reconocerá fácilmente en estos entramados de un mundo que no le es ajeno.

Al pie de la letra, recopilación de quince trabajos periodísticos, catalogados como entrevistas, artículos y crónicas, fue publicado por la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle (Cali), en el 2007. Este libro busca establecer un diálogo entre la crítica literaria y el periodismo, propiciando el debate, el entretenimiento y la divulgación de diversos temas de actualidad. Para hacerlo apela a géneros como el diálogo Las páginas que le sobran a Capote, el Apólogo del taller literario, el ensayo Diversas maneras de contar, la crónica periodística El rey más difícil de coronar y la entrevista Enrique Vila-Matas o la libertad del escritor. Las entrevistas con los escritores R. H. Moreno-Durán y Arturo Alape, y las crónicas sobre Estanislao Zuleta y Carlos Restrepo rinden un sentido homenaje a reconocidos personajes de las letras que ya no están entre nosotros, pero que, por su carácter de maestros, permanecen en nuestra memoria. En el 2012 publica su novela Nadie es eterno en la editorial Sílaba, cuyo tema es la violencia del narcotráfico y del sicariato en su ciudad natal a la cual convierte en una ciudad literaria.

LA PASIÓN POR CONTAR

Mientras me dirijo a casa de Alejandro José López Cáceres para realizar esta entrevista, pienso en el muchacho que hace algunos años conocí como estudiante en la Universidad del Valle, en mi curso de Cuento Latinoamericano. Lo dibujo en mi memoria y me conmueve la subjetividad que reinventa mi recuerdo. Siempre me sorprendió gratamente su carácter amable, su interés por el otro y el apasionamiento propio del que ama las letras, la música, el cine y el debate. Veo con satisfacción que a través del tiempo y a pesar de haber asumido demasiado joven su trabajo como director en la Escuela de Estudios Literarios, sus compromisos laborales no le impiden escuchar a sus colegas o estudiantes con atención y mantener una actitud franca y generosa en torno a los quehaceres literarios o los azares que lo cotidiano nos plantea.

En su casa del sur de la ciudad logro compartir momentos de su existencia. Me siento cómoda frente a este hombre que se da en cada gesto, que gesticula y se mueve constantemente para traer de su biblioteca el libro que desea mostrarme porque ilustra lo que dice, o que captura mi atención al comentar con entusiasmo y leer apartes de la novela que ahora escribe.

Esta es la síntesis de nuestra conversación sostenida una cálida noche de septiembre de 2008. El escritor viajó a finales de este año a Madrid a realizar sus estudios de Doctorado en Literatura y Medios Audiovisuales en la Universidad Complutense de esta ciudad.

¿De dónde te viene el oficio de escritor y el amor por los libros?

Yo soy hijo de César Tulio López, un profesor de literatura y de Aura María Cáceres, una amorosísima ama de casa. En el hogar donde crecí hubo siempre libros. Recuerdo que veía a mi papá leyendo todo el tiempo, excepto cuando compartía unos tragos con sus amigos –porque le ha gustado la bohemia–; pero incluso en esos momentos hablaba con ellos de literatura y, algunas veces, de política. Entonces yo, que era un niño, lo escuchaba con atención, embelesado; de manera que mientras él tomaba cerveza, yo me bebía sus palabras.

¿Tal parece, entonces, que tu vida infantil determinó tus elecciones literarias?

Tanto así que en mi casa de Tuluá teníamos un cuarto especial. Lo llamábamos La Pieza de los Libros y había allí estanterías repletas. En los anaqueles más bajitos, mi papá ubicaba unos libros bellísimos, versiones infantiles de los clásicos, ilustradas; por ejemplo éste, que yo recuperé porque, con el tiempo, se había desvencijado: es El cantar de Mío Cid. Hermoso, ¿cierto? Sólo ahora que lo pienso, ya de adulto, caigo en la cuenta de que esos libros fueron puestos ahí deliberadamente para que nosotros, sus hijos, nos familiarizáramos con ellos, los ojeáramos y, entre un descuido y otro, mordiéramos su delicado anzuelo.

En el terreno de la escritura, ¿a quiénes consideras tus maestros?

Soy un escritor que viene de la academia; es decir, también he estudiado literatura de manera formal. Por otra parte, siempre he sido profesor, desde muy joven. Esto significa que me he movido en dinámicas fuertes de aprendizaje, así que en el plano vivencial he tenido muchos y muy buenos maestros. Mi padre fue el primero de ellos. Luego llegué, con diecisiete años, a la Universidad de Valle y ustedes, los profesores de la Escuela de Estudios Literarios, me marcaron de modo definitivo.

En el plano de los libros, he vivido lo que normalmente le sucede a una persona de letras: conforme pasan los años, uno va acumulando lecturas. Pero nunca he sido fanático de un solo autor. Más bien diría que me apasionan ciertas épocas; por ejemplo, el siglo XIX europeo –muchas veces he sentido que me habría gustado vivir en ese entonces–, o la primera mitad del siglo XX norteamericano, o los años 60 y 70 latinoamericanos. De cada uno de estos momentos me he regalado un puñado de obras. En el primer caso, la triada mayor de la novela realista francesa me ha dado mucha felicidad: Rojo y negro de Stendhal, Papá Goriot de Balzac y Madame Bovary de Flaubert. En el segundo, novelas como El Sonido y la Furia y Absalón, Absalón de Faulkner, o La perla de Steinbeck, o los cuentos de Hemingway, son verdaderos prodigios literarios. Y en el tercero, me resulta fundamental lo que nos han legado nuestros abuelos del Boom, especialmente los cuentos de Borges, Cortázar, Gabo o Rulfo, y la novelística de Vargas Llosa y García Márquez. Mirá lo que son las cosas, uno se pone a hacer el inventario y no acaba, porque son muchos años y una gran cantidad de páginas memorables.

¿Cómo defines el carácter de un buen cuento?

Uno puede rastrear la concepción y configuración del cuento moderno en la obra de sus tres grandes maestros durante siglo XIX: Poe, Maupassant y Chéjov. En ellos hay una gran capacidad de condensación, tanto de la anécdota como de los ambientes y las caracterizaciones. Dado que el cuento es un universo cerrado, su práctica obliga a un ejercicio de precisión. No caben en su ámbito las digresiones inútiles ni los ornamentos, así que su recorrido necesita imitar lo que hace una flecha cuando se desprende del arco: su razón de ser es dar el blanco. No creo, sin embargo, que ese blanco sea necesariamente un efecto de sorpresa. Aunque Poe y Maupassant usualmente lo practicaban de este modo, Chéjov prefería los finales que se diluyen. Alguien podría entonces preguntarse: ¿qué tienen en común los tres? Me parece que algunas anotaciones en esta dirección, entre otras cosas, podrían ayudar a construir un criterio de valoración. Diríamos: aunque un buen cuento trata un solo asunto, siempre cuenta dos historias –la manera de imbricarlas constituye, justamente, el mayor desafío técnico para su autor–; un buen cuento captura la atención del lector y la mantiene hasta el final, de modo que su escritura y su narración implican una cierta “prestidigitación verbal”; un buen cuento logra operar en el lector una especie de revelación, de allí se deriva que llegue o no a ser inolvidable; un buen cuento se la juega toda por ser inolvidable.

¿Son importantes para tu producción literaria las teorías acerca de la narración o las técnicas de escritura?

Este tipo de libros llega a ser muy útil, pero frecuentarlos demasiado tiene también sus riesgos. Me explico: un narrador necesita conocer muy bien las herramientas de su oficio, del mismo modo en que para un médico es indispensable saber anatomía. Esto le permite al escritor hacer su labor de un modo deliberado, conociendo las particularidades de la materia con la cual trabaja y, así, procurar la construcción de un texto literario. Lo contrario sería escribir de manera ingenua, a tientas, y esperar que la casualidad te lleve a “cometer literatura”. Sin embargo, plegarse demasiado a las diferentes preceptivas literarias puede hacerte suponer que con ellas es suficiente, puede crearte la ilusión de que la escritura es un asunto de fórmulas. Por eso pienso que este tipo de lecturas debe decantarse y, sobre todo, contrastarse con textos literarios propiamente dichos. En este sentido y dado que los buenos narradores suelen ser escépticos, me parecen muy valiosas las conceptualizaciones hechas por ellos mismos. Aplicados al cuento como género, uno se topa con trabajos recientes que son muy lúcidos, como Formas breves de Ricardo Piglia, o Así se escribe un cuento de Mempo Giardinelli. Esto sin contar los ensayos que son ya clásicos y cuyos autores van desde Poe hasta Cortázar; o los famosos decálogos, como el de Quiroga o el de Monterroso; o, incluso, las correspondencias epistolares entre los propios escritores.

¿Cuál es tu mejor cuento?

Esa valoración tendría que venir del lector, porque, al escribir, uno da siempre lo mejor de sí. Recuerdo que Raymond Carver, ese extraordinario maestro norteamericano del cuento, citaba una expresión de Ezra Pound: “El esmero es la única convicción moral del escritor”. Por supuesto, eso no garantiza que las cosas salgan como se espera; pero a uno se le va la vida en ese esmero.

También es cierto –como lo han repetido muchos autores– que escribir es reescribir. Los cuentos recogidos en mi libro Dalí violeta fueron reelaborados durante más de dos décadas. Las primeras versiones obedecieron al mero impulso creativo, a finales de los años ochenta; luego, cuando ya me había graduado en literatura, quise saber si estos relatos tenían algo en común. Al revisarlos, me di cuenta de que había dos grandes temas que los atravesaban de diversos modos: el deseo y la culpa. Entonces los reescribí, pensándolos como un libro; no obstante, como el resultado me dejó insatisfecho, preferí regresarlos al cajón. A mediados de los noventa, después de haber cursado una maestría en literatura y estudiado técnicas narrativas con un ahínco muy parecido al fanatismo, me sentí listo para otra reescritura. Algunos amigos cercanos leyeron esta nueva versión y me animaron a publicar. En esas estábamos, mirando diagramaciones y diseños de carátula en una oficina de la Universidad del Valle, cuando apareció el profesor Julio César Villa con un libro bajo el brazo:

—¿En qué andan? –preguntó de paso–.

—Preparando la edición de este libro de cuentos que escribió Alejo –contestó uno de mis amigos–.

—¿Qué llevás ahí? –le dije–.

—A Julio Ramón Ribeyro, ¿lo has leído?

—No –le respondí–.

—Tené para que veás lo que es un cuentista de verdad –y me lo pasó riéndose–.

Durante los días siguientes devoré aquel libro con felicidad literaria pero con aflicción personal. Al comparar mis cuentos con los de Ribeyro, me di cuenta de que aún estaba yo demasiado lejos de haber escrito algo digno. Me había dedicado en esa última reescritura a desplegar un exhibicionismo técnico que terminó oscureciendo las historias, haciéndolas ilegibles, incomprensibles. No tuve dudas: mis cuentos tenían que volver al cajón. Y allí estuvieron hasta el año 2003. Luego de publicar un libro de crónicas y otro de ensayos, decidí intentarlo una vez más. En esta oportunidad, me sentí más reposado y laboré durante dos años tratando de averiguar cómo necesitaba ser contada cada una de aquellas historias. Bueno, el resultado es el texto que finalmente edité en 2005. No podría decir si estos cuentos funcionan ahora, pero estoy absolutamente seguro de haber cumplido con el mandato del esmero.

¿Cómo te sientes en tu condición de escritor joven y cómo ves tu trabajo en relación con el panorama editorial colombiano?

Uno pasa por muchos estadios y va aprendiendo a apañárselas con lo que la vida le pone enfrente. Y con el tiempo se ha ido haciendo claro para mí que no hay un modo único de ser escritor. En un comienzo, quería ser un autor profesional; es decir, quería derivar mi sustento de la escritura. Sin embargo, en el contexto donde me he desenvuelto, debido a la precariedad de la industria editorial, eso es imposible. Yo he vivido de enseñar literatura y, en algún momento, eso me generó sentimientos de frustración. Hoy se ha desvanecido dentro de mí cualquier desilusión de esta naturaleza y miro las cosas de otra manera. Lo primero es que me doy cuenta de que llevo décadas dedicado de tiempo completo a la literatura; por otra parte, mi trabajo propicia intercambios permanentes de lecturas, de críticas, de opiniones, con estudiantes y colegas, lo cual resulta muy estimulante. Y he podido organizar mi cotidianidad de tal forma que escribo durante cuatro horas diariamente. También hay, por supuesto, desventajas; en especial, la reducida circulación de los libros cuando no se tiene el respaldo comercial de las grandes editoriales. Pero quizás lo más importante de no vivir de lo que escribo es la libertad que esto me otorga en varios sentidos: escribo lo que me interesa, del modo en que me place, y publico sin ninguna presión.

¿Practicas diversos tipos de escritura? ¿Qué te gusta más: hacer ficción literaria, pensar ensayos o escribir para la prensa?

No creo que existan géneros menores. Lo que hay son diferentes actitudes ante la escritura. Alguien puede relacionarse con el lenguaje de un modo esencialmente pragmático y, entonces, darle a su prosa un valor de uso. Ilustrémoslo: hay quienes al escribir privilegian la construcción de conceptos, de allí que elaboren cuidadosamente sus ideas –es el caso de los académicos–; otros juegan su eficacia en la necesidad de comunicarse de un modo expedito –esto le sucede, por ejemplo, a los periodistas–. Ahora bien, en ambos casos, tanto el académico como el periodista se sirven del lenguaje, lo toman como algo que ya está dado; es decir, lo usan. Con el escritor, en cambio, ocurre una cosa por completo diferente: para éste, el lenguaje está por hacerse y en eso consiste, precisamente, la dimensión creativa de su labor. Escribir desde una perspectiva estética significa tener un alto sentido de la forma, lo cual remite al aspecto artesanal del lenguaje; pero también, y sobre todo, significa entender dicha forma como algo que se funda, como una creación. Me estoy refiriendo, por tanto, a una disposición de escritura que no depende del texto, de si se está haciendo un ensayo, un cuento o una crónica. A mí lo que me interesa, en la medida de mis posibilidades, es mantener esa actitud.

Has hecho documentales y también fuiste músico. ¿Qué te han aportado esas otras artes en tu oficio como escritor?

Todavía recuerdo la primera vez que ingresé a una sala de edición, hace una década. Descubrir la posibilidad de mezclar, de recombinar las imágenes y el audio de tantos modos diferentes fue para mí una experiencia muy reveladora. Aquello era fascinante, me parecía como si estuviera participando en una orgía del lenguaje, lo cual modificó profundamente mi manera de escribir. En el entorno audiovisual, la edición es una labor bastante cercana a la escritura; es redactar con sonidos e imágenes. Desde entonces me he sentido un escritor de transición; es decir, tengo el fetiche de los libros porque crecí rodeado de ellos, pero no rechazo las textualidades contemporáneas y pienso que hay allí otras opciones para el hecho literario. Ni el arte ni el relato son privativos de un solo soporte expresivo.

Por otra parte, tuve la fortuna de estudiar música desde niño. En mi casa de Tuluá nos reuníamos a ensayar cada semana con mi papá, mi tío Miguel, mi primo Gustavito y algunos amigos. Nos encantaba el repertorio de la música popular colombiana. Además de haberme regalado recuerdos familiares entrañables, la música me ha ayudado en la comprensión de algunas ideas complejas, como el tono, el ritmo o la armonía. Y es significativo que estas cosas que atraviesan diversas manifestaciones artísticas sean tan difíciles de definir. Quizás ello se deba a que su esencia y su razón de ser están ligadas a la metamorfosis. Lo que quiero decir es que cada uno de estos conceptos se caracteriza por convertirse en un sentido tan pronto como se incorpora al espíritu.

¿Qué puedes adelantar a los lectores sobre la novela que estás escribiendo?

Estoy trabajando en una historia sobre sicarios en el Valle del Cauca y su entorno principal es Tuluá. La he titulado Sortilegio. Su fábula es terrible porque está enmarcada en ese contexto sangriento generado por el narcotráfico. Se nutre, desde luego, de aquellas anécdotas que viví o sobre las cuales oí durante mis años de adolescencia; no obstante, todo está compuesto recurriendo a las dinámicas propias de la ficción.

Me interesa indagar la concepción del mundo que subyace en estos relatos y me seduce la posibilidad de recoger ese lenguaje característico del pueblo donde pasé los primeros años de mi vida, sus anacronismos, sus giros verbales. Uno de los cuatro narradores que incorporo desarrolla su voz precisamente sobre la base de estas retahílas características del chisme y la maledicencia. He laborado durante largo tiempo en borradores dispersos y en muchos casos me sentido desbordado por esta historia. Me gustaría poderla llevar a buen término, pero como bien lo decía Augusto Monterroso: “En esto de la literatura no hay nada escrito”.

DALÍ VIOLETA

Quienes han entrado en su casa coinciden en dos cosas: a todos les horroriza el gato embalsamado que preside la estancia de la sala y ninguno ha logrado superar la tentación de preguntarle qué significa. Seguramente ambos sentimientos son animados por una circunstancia extraña: su color. La mayoría de las veces él inventa una historia para aplacar la curiosidad de sus invitados. Les habla del cariño que le tuvo a Dalí –así se llamaba en vida– y con ello queda explicada su conservación; sin embargo, el viejo Felipe siempre ha guardado silencio sobre la manera en que el felino llegó a tinturarse de violeta. Supondrán que es asunto de su excentricidad o tal vez de algún aditamento preservante. Pero la verdad es más compleja y está sepultada en un sitio recóndito de su memoria. Peor para él. Con el tiempo, las heridas del cuerpo cicatrizan. Las del alma no: se pudren. Y la culpa es una llaga en la conciencia.

Esta mañana, como de costumbre, se encuentra sentado en la mecedora de su balcón. Bebe el café caliente que le ha traído su doméstica mientras contempla las ceibas y chiminangos de enfrente; pero, a diferencia de otros días, hoy ni siquiera el canto de los cucaracheros logra transmitirle alguna paz interior.

Baja la cabeza para darse otro sorbo y, como ha sucumbido a los caprichos de su tristeza, decide enfrentar de una vez por todas, la historia que nunca se atrevió a contar. En la cumbre de sus años, después de haber escrito tantos libros y ganado lectores innumerables, está de nuevo solo frente a sí mismo. De nada le sirven el reconocimiento ni los abrazos fugaces. La gloria está hecha de juegos pirotécnicos luego de cuya incineración no queda más que el suelo tapizado de cenizas. Así que el viejo Felipe está ahora a merced de sus fantasmas. Y para conjurarlos no tiene otro camino que el de enfrentarse con su pasado.

Comenzar por el principio significa remontarse hasta aquella mañana de abril, hace ya cuarenta años. El viejo Felipe conserva en su mente la instancia del desayuno, cuando fueron interrumpidos por alguien que llamaba a la puerta. Él lo recuerda porque notó el nerviosismo de Antonia, su madre, cuando se levantó a abrir –como en esos días llegaban noticias de todas partes acerca de incendios y masacres, para una mujer sin marido hasta el acto elemental de acudir a la puerta constituía riesgo y entrañaba osadía–. Tras correr el aldabón, ella se encontró de pronto frente a un hombre rubio, harapiento. Desde su lugar en el comedor, Felipe alcanzó a distinguir la silueta del tipo. Incluso hoy, tantos años después, él sigue identificando aquel momento como el inicio de todo. Para Antonia, sin embargo, las cosas habían empezado unas horas antes. Dar cuenta de esto tal vez genere alguna confusión, pero si de lo que se trata es de conocer la verdad no queda más remedio que intentarlo.

Lo primero para ella fueron las serpientes de fuego constriñéndole el cuerpo. La boca se le inundó entonces de un sabor pastoso, como si un líquido espeso –con textura de miel pero gusto vegetal– se le hubiera aposentado justo debajo de la lengua. No obstante, sabía que la detonación de su angustia no provenía de la boca sino de su vientre aprisionado. No podía respirar. Y por más que sus manos lucharon tratando de zafarse, aquel esfuerzo no hizo más que excitar a los reptiles. Antonia desfalleció. No lograba saber cuándo había iniciado todo ni cómo saldría de allí. Fue por eso, por la desesperación, que consideró un último recurso: gritar –pensó que si alguien la escuchaba seguramente acudiría en su auxilio, pero al revisar el entorno sólo halló un retrato de su difunto esposo mirándola con aquel gesto inconmovible, eterno; no había caso–. La derrota se volvió agua en su mirada y muy pronto, en cascada, inundó la estancia. Ahora, físicamente, naufragaba en su propio dolor. El pánico se agigantó y los latidos de su corazón retumbaron tan fuerte que lograron despertarla. Antonia abrió, en un mismo instante, sus pulmones y sus ojos.

Encontró la intimidad de su alcoba poblada de sombras, pero experimentó la felicidad de respirar otra vez. Las serpientes habían desaparecido, el sabor pastoso continuaba en su boca y la agitación comenzó a desvanecerse de a poco. Miró sus pies cubiertos con la cobija; al lado, su gato dormitaba hecho un ovillo de pelo blanco y más allá, en el suelo, una veladora iluminaba su retablo de María Inmaculada. Volvió los ojos hacia el reloj que estaba sobre su nochero y supo que era hora de levantarse. Después vinieron las ocupaciones de rutina. Con los años, la costumbre elimina toda necesidad de pensar y el cuerpo termina obedeciendo a una voluntad maquinal que no parece venir de nuestro interior. Fue así como Antonia, apenas sin darse cuenta, se vio ya sentada a la mesa tomando un desayuno tan repetido como insípido. Al frente suyo, Felipe la miraba sin mirarla –tenía su mente ocupada en una de aquellas cuentas de dinero que nunca lograba cuadrar–. Esa fue la escena que la llegada del hombre harapiento interrumpió. Nada del otro mundo.

Luego de que Antonia abriera la puerta, Dalí se dio a sus maullidos impenitentes. Como no confiaba en sus propios ojos, estropeados por las cataratas y la miopía, ella se alegró al escuchar la bullaranga de su gato: estaba convencida de que un instinto felino podía ofrecerle protección.

— ¿A la orden?

Antonia miró al intruso con hostilidad, a punto de obedecer el impulso que le indicaba azotar la puerta. Parado en el andén, sin pronunciar palabra, él le sostuvo la mirada. Ella juzgó aquello como una insolencia, así que se dispuso a darle un portazo; pero advirtió, en ese momento, que Felipe estaba parado a su lado, de salida:

— ¿Podés darme algo?

—Mi cartera amaneció vacía.

Al escuchar la respuesta, Felipe aventuró una caricia en el rostro de su madre. Lo único que consiguió fue empeorar las cosas porque Antonia sabía perfectamente que la noche anterior él había estado esculcándole; entonces, ella le retiró la mano con brusquedad. El cinismo es como la sonrisa que un verdugo le regala a su víctima en el instante de cumplir la sentencia, de tal manera que sólo puede ser respondido con rencor. El hombre rubio, por su parte, bajó la mirada tratando de parecer discreto; pero ella lo sorprendió atisbando de reojo y supuso que estaría sacando conclusiones. Felipe se despidió de su madre con un beso en la mejilla y se marchó. Antonia decidió encarar al sujeto harapiento:

—No es lo que parece –y aprovechando la algarabía de Dalí, concluyó–: mi gato quiere que se vaya.

El tipo miró hacia abajo y chasqueó los dedos:

—¿Cómo lo sabe?

Antonia sintió que el sabor pastoso volvía a impregnarle la boca, pero esta vez fue la rabia y no el miedo lo que operó como detonante. Le enfurecía la contradicción. Y eso que aún le faltaba escalar un peldaño más en su enojo, lo cual ocurrió seguidamente cuando el forastero, agachándose, llamó a Dalí y éste acudió. Semejante trance le confirmó lo que se había cansado de repetirle a Felipe: un gato negro infunde más respeto. El hombre acarició a Dalí en el lomo y después, cargándolo, se incorporó:

—Le duele una pata, por eso es que se queja –y con tono amable, agregó–: parece una mota de algodón.

El viejo Felipe se queda absorto mirando el revoloteo de los pájaros entre las ramas de un chiminango. Detrás suyo, aplicada a los oficios de la casa, la doméstica sacude un plumero sobre las porcelanas que va tomando de los estantes. Él no se percata del recorrido que la mujer hace por toda la sala –se encuentra demasiado embebido en el alboroto que las aves han armado–. Muy pronto, esa agitación de alas trae a su mente el desconcierto de aquellos días y la ansiedad que lo desbordaba. Antonia le había dicho que el próximo trece de mayo, para el día de la Virgen María, iba a donar todos sus bienes a la comunidad de religiosas que vivían en el barrio. Sólo dejaría lo necesario para la subsistencia de los dos y, claro, la casa. Felipe conocía perfectamente la obstinación de su madre cuando se hacía algún propósito. Y sabía algo más: las posesiones familiares de mayor valor estaban guardadas en el arca de su papá, la misma que había llenado durante tantos años de trabajo y hasta el día de su muerte.