Callar sería cobarde - Frédéric Santangelo - E-Book

Callar sería cobarde E-Book

Frédéric Santangelo

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Beschreibung

El 14 de diciembre de 1977, un comando de la Armada Argentina asesina a doce personas arrojándolas al océano Atlántico desde un avión. Entre las víctimas se encuentran Alice Domon y Léonie Duquet, dos monjas francesas. El autor sigue el recorrido de estas dos mujeres que deseaban, simplemente, brindar su apoyo a todos los necesitados. Pero en la Argentina de la década de los setenta, no es bueno cuestionar las decisiones de la Junta Militar. En una ciudad de Buenos Aires turbada por las luchas de poder, las Madres de Plaza de Mayo se manifiestan para tener noticias de sus hijos desaparecidos, apoyadas por las hermanas. Esta simple acción tendrá trágicas consecuencias, esclarecidas tras una minuciosa investigación que permite, finalmente, hacerles justicia. Frédéric Santangelo es un periodista francés. Tiene un gran gusto por las culturas latinas y los viajes, que pudo satisfacer trabajando en Argentina. Quiso contar la dramática historia de estas víctimas de la Junta y de todos los que las rodearon y defendieron.

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Seitenzahl: 805

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Frédéric Santangelo

Callar sería cobarde

Santangelo, Frédéric Callar sería cobarde / Frédéric Santangelo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2308-2

1. Narrativa Francesa. 2. Novelas. I. Título. CDD 843

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

La orden de las Misiones Extranjeras

Dos campesinas francesas en la Argentina

Cada vez más cerca de los pobres

La independencia, hasta las últimas consecuencias

La lucha junto a los familiares de desaparecidos

El secuestro de la Santa Cruz

El descenso a los infiernos

El campo de concentración

El traslado

Impacto internacional y manipulación

Primeras huellas, diplomacia sin escalada real

No hay noticias

Primeras revelaciones

Diplomacia de alto nivel, liberaciones de testigos

Investigaciones, rumores y testimonios

¿La caída de Alfredo Astiz?

Fin de la dictadura

Una primera justicia

Una Justicia amordazada, pero que no olvida

El regreso de la esperanza

El luto

La victoria de la Justicia

Epílogo

Bibliografía - fuentes

Miércoles, 14 de diciembre de 1977. 20:45 horas

La noche acaba de empezar en la ciudad de Buenos Aires.

Un camión verde cubierto con una lona está circulando junto al Río de la Plata. En el interior, doce personas encapuchadas están sentadas. Están a ambos lados de la caja. Tienen las manos esposadas y los pies engrillados. Sus cuerpos están cubiertos de marcas de golpes y manchas violetas. Están todas sucias. Se sienten como si sus brazos y piernas no les respondieran totalmente y los movieran en cámara lenta.

Entre esos cautivos, se encuentran seis mujeres y cuatro hombres argentinos, así como dos monjas francesas.

Alice Domon tiene 40 años. Es delgada y tiene los hombros anchos y huesudos. A veces, la gente dice de ella:

«Mirá vos, una monja, ¡tiene un lindo cuerpo!».

En ese momento, ella tiene los brazos morados y la boca reventada. Viste una blusa celeste de manga corta con un estampado de grandes flores blancas, así como una pollera gris oscuro.

Léonie Duquet tiene 61 años. Es regordeta y se parece a una abuela. Su cara redonda suele transmitir tranquilidad. Pero ahora está demacrada, escondida debajo de su capucha. La monja también tiene moretones, especialmente en el cuello y los brazos. Viste una camisa de manga larga celeste con un estampado de flores pequeñas y botones chiquitos.

Los doce prisioneros están siendo conducidos por alrededor de ocho hombres vestidos de civil, la mayoría de los cuales tienen entre 26 y 32 años.

El camión llega al extremo sur del Aeroparque Jorge Newbery. Se detiene al lado del galpón de la Prefectura Naval Argentina.

Los «acompañantes», oficiales de la Armada, hacen bajar a sus pasajeros encapuchados. Los empujan a caminar en fila india por una pista. Los detenidos que son capaces de hacerlo ponen las manos sobre los hombros de la persona que va adelante. Sus cadenas se arrastran por el suelo. Dan pequeños pasos. Tambalean. Los militares los ayudan. En esa noche de fin de primavera, todavía hace calor.

Alice es conocida como una mujer activa, que camina erguida. Ahora, dos hombres tienen que sostenerla. Léonie suele andar con el paso tranquilo y firme. En el asfalto, está avanzando con mucha dificultad.

Los muertos vivientes se están encaminando a un avión de hélice y de ala alta, de tipo utilitario, que mide 12 metros de largo. Es un Short Skyvan de la Prefectura Naval.

Los marinos empujan a los detenidos a subir la escalera de embarque, situada en la parte trasera de la aeronave. Entran con ellos.

En la cabina, ya se encuentran el piloto y los dos copilotos. Son oficiales de la Prefectura. Dos de ellos tienen 30 años y el tercero 28. El mayor es el comandante de vuelo.

Una cortina metálica separa ese lugar del resto del avión, donde unos pocos asientos están situados en la parte delantera y el resto está vacío. El piso es de metal. En la parte trasera, el mecánico, un suboficial, acciona una manivela, que permite levantar la escalera, la cual es también la puerta principal de acceso al aeroplano.

Los pilotos se ponen en contacto con la torre de control. Los operadores saben que se trata de un plan de vuelo «Cirrus», algo muy secreto. Dan autorización para el despegue.

Ambos motores se ponen a rugir. La aeronave comienza a rodar. Luego se detiene. A las 21:30 horas, despega.

El avión pone rumbo al sureste. Aproximadamente a las 22 h, sobrevuela la base aeronaval Punta Indio, situada a 135 kilómetros del Aeroparque. Sigue en su trayectoria rectilínea y se enfila mar adentro.

Entre los oficiales navales, hay un médico, que aplica a cada cautivo una inyección intravenosa en el brazo. En pocos minutos, las religiosas y sus compañeros quedan totalmente dormidos. Luego el doctor se dirige a la cabina. Desea respetar el juramento hipocrático.

El Skyvan ha llegado a una gran altura. Su velocidad es de unos 310 km/h. Está sobrevolando aguas profundas. De vez en cuando, un piloto releva a uno de sus compañeros.

Los militares les quitan las capuchas, las esposas y los grilletes a los detenidos. Los desnudan totalmente. Dejan los cuerpos apoyados unos contra otros, y luego guardan sus ropas en bolsas.

Cerca de la «popa», el mecánico se pone un arnés de seguridad, que él engancha en la parte de atrás con un cabo atado a un lugar «bien anclado».

Los marinos avisan a los pilotos que están listos.

Estos últimos observan la posición del avión y la cantidad de carburante que queda. Al llegar el Skyvan a aproximadamente 450 km del Aeroparque, fuera de los límites del mar territorial, bajan la velocidad. El comandante de vuelo acciona un interruptor que enciende una luz verde en la parte trasera del avión.

En ese lugar, el mecánico gira la manivela, que hacer mover cables. La gran puerta se desengancha del techo. Empieza a bajar. Ese sistema basculante no tiene posiciones intermedias. El suboficial presiona con uno de sus pies para dejar una abertura de unos 40 centímetros.

Son aproximadamente las 23:00 horas. Algunos marinos llevan a las víctimas a la parte posterior del avión, y luego las empujan una por una al vacío.

Las monjas y sus compañeros caen en picado. La sudestada sopla intensamente sobre sus cuerpos dormidos y desnudos.

Cada uno se estrella en las aguas del océano Atlántico.

Léonie y Alice acaban de morir junto con Patricia Oviedo (de 24 años), Horacio Elbert (28), Ángela Auad (32), Raquel Bulit (33), Eduardo Horane (33), Remo Berardo (42), Azucena Villaflor de De Vincenti (53), María Ponce de Bianco (53), Julio Fondovila (55) y Esther Ballestrino de Careaga (59).

Algunas decenas de antiguos militantes montoneros los han bautizado «El grupo de la Santa Cruz».

El Short Skyvan matrícula «PA-51» está de regreso. A las 00:40 h, aterriza en el aeropuerto del que partió.

En el océano, una marea y corrientes fuertes van en dirección a la costa.

Ciudad de Buenos Aires, 21 de julio de 2005

Horacio Méndez Carreras es abogado. Tiene 68 años, pero parece 20 años más joven. Está caminando con el paso firme y rápido por un pasillo del segundo piso de los tribunales de Comodoro Py. Lleva papeles en las manos. Entra al despacho de Horacio Cattani, juez instructor de la Cámara Federal porteña.

El magistrado está sentado detrás de su escritorio. Se para y saluda al abogado cordial y afectuosamente.

—Me tenés que hacer un favor –dice Carreras, mientras se pone a desplegar grandes hojas sobre la mesa de despacho–. Te pido ayuda para poder dragar una laguna en el Delta del Tigre. Pienso que los cuerpos de las monjas están allí. Acá tengo los planos. La laguna no es muy grande ni muy profunda. En más de una oportunidad, me dijiste que ibas a ofrecer todos los medios si yo pedía una medida.

—Sentate, te voy a pedir un café, te voy a dar una noticia, que se puede o no confirmar.

Carreras se sienta. Le sirven un café. ¿Qué podría tener que revelarle el juez?

—Ha sido identificado el cuerpo de Léonie Duquet. No estaba en el lugar donde vos creías, sino en el cementerio de General Lavalle. Había aparecido en la playa de Santa Teresita.

El abogado se pone a llorar.

—¡Qué boludo que soy! Estuve buscándolas 21 años a Léonie y a Caty, siempre en direcciones equivocadas. ¡Las buscaba por todos lados! ¡Y vos me decís que acaban de identificar el cuerpo!

—Sí, lo habían encontrado en aquella playa. Se te cerró el círculo, Horacio. Ya tenías el secuestro probado. Ahora tenés el homicidio.

Carreras defiende a las familias de las monjas desde 1984. Está viviendo el momento más conmovedor de su misión. Ha pasado tanto tiempo analizando obsesivamente cada detalle de sus legajos. Ha realizado tantos trámites, ha sufrido tantas pesadillas.

Ahora, tiene todas las claves para pedir justicia.

Alice Domon y Léonie Duquet nacieron en una zona rural del este de Francia.

Un largo camino las llevó a ese vuelo de la muerte.

Otro largo recorrido permitió hacerles justicia.

En ambos casos, un mismo principio prevaleció: callar sería cobarde.

La orden de las Misiones Extranjeras

En 1663, se fundan las Misiones Extranjeras de París, una sociedad de vida apostólica cuyo objetivo es contribuir a la evangelización de países de Asia. Sus miembros son sacerdotes. A partir de 1840, se aceptan seminaristas.

En 1931, el padre Albert Nassoy vuelve a París luego de una misión en India. Explica que los hombres no se encargan bien de los partos, de los niños, de los cuidados de enfermería y de la educación. Propone crear una congregación de monjas.

En Suiza, Nassoy conoce a María Dolores Salazar de Frazer, una mujer argentina de una familia de ricos terratenientes, que siempre ha querido ser monja, pero que fue empujada a casarse con un gran banquero. Quedó viuda sin hijos. Al enterarse del proyecto del sacerdote, queda entusiasmada. Le propone hacerse cargo de ello.

En 1931, Nassoy y Frazer crean la congregación de las «Hermanas de las Misiones Extranjeras», que establecen en el convento de Notre-Dame de la Motte, ubicado en la localidad de Muret, cerca de Toulouse (Tolosa), en el suroeste de Francia. Frazer invierte toda su herencia en el instituto. En 1932, luego de un año de noviciado, se convierte en la madre superiora general.

Nassoy explica a las monjas que lo más importante es la formación de las personas, que no hay que traer un pensamiento de Occidente y que sólo se debe llevar el Evangelio donde la Iglesia aún no ha llegado. A menudo dice que hay que dar la vida por el otro. Además, pide a las misioneras que sean como los demás, en medio del pueblo.

Además de vivir su fe, las hermanas descubren nuevos países. La mayoría de ellas se marchan a Asia.

Francia es predominantemente católica, especialmente en sus zonas rurales, que representan la mitad de su población. En estas áreas, muchas jóvenes se sienten atraídas por la orden y deciden ingresar en ella.

Dos campesinas francesas en la Argentina

El 9 de abril de 1916, Léonie Henriette Duquet nace en la aldea francesa de Longemaison, situada en la pequeña cadena montañosa del Jura, cerca de la frontera suiza. Es la novena y última de sus hermanos.

Sus padres son agricultores. En 1921, deciden mudarse al pueblo de La Chenalotte, ubicado a 22 kilómetros de Longemaison y a una altitud comparable (unos 900 metros). Ambos pueblos están en el departamento de Doubs, en la región de Franche-Comté.

Durante su adolescencia, Léonie colabora en las tareas agrícolas. En esa zona, los hijos suelen ayudar a sus padres así. La muchacha se muestra fuerte y trabajadora.

Léonie a menudo va a visitar a miembros de su familia. Le gusta pasar buenos momentos con ellos y reírse. Además, le encantan los niños. A veces, cuida a su sobrino Michel, cuando los padres del nene están en el campo. En el verano de 1935, el chico tiene tres años, 16 años menos que la tía. Está contento cuando ella se ocupa de él, porque es juguetona.

Uno de los hermanos de Léonie entra a las Misiones Extranjeras de París. Tres de sus hermanas se convierten en monjas.

En marzo de 1936, poco antes de cumplir 20 años, Léonie ingresa en el convento de Notre-Dame de la Motte como postulante. Un año después, recibe el hábito religioso. En marzo de 1939, pronuncia sus primeros votos. Se le da el nombre religioso de Marie-Léonie.

La joven tiene un fuerte deseo de ir al Extremo Oriente, pero la Segunda Guerra Mundial le impide hacerlo. Se pone a trabajar para su comunidad, como sucede a menudo al principio. Se queda un año en el convento, y luego es enviada a establecimientos de la congregación, ubicados en diferentes partes de Francia.

En 1945, Léonie profesa sus votos perpetuos. Durante el mismo año, muere el padre Nassoy.

Después del final de la guerra, todavía es imposible viajar al Extremo Oriente, debido a la situación internacional. Léonie es enviada a otros establecimientos de la orden, todavía en Francia.

En 1949, la madre Dolores decide crear una casa de la congregación en el Gran Buenos Aires, la megalópolis que rodea la capital argentina, abriendo así la primera delegación de la institución en Sudamérica. En ese marco, Léonie se marcha allí con otras tres hermanas. El viaje en barco comienza el 12 de agosto. Léonie es un poco la animadora del grupo. Aunque quería irse a Asia, es feliz. Se está realizando despacio. Tiene 33 años.

La religiosa llega a la Argentina durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, quien no tiene una buena imagen para ella y sus hermanas, debido a su fama de ultranacionalista y su admiración por Benito Mussolini durante la última guerra.

A las monjas les resulta difícil identificar la orientación política del jefe de Estado, que también es general del Ejército, ya que ha sido elegido en 1946 como candidato de tres partidos muy distintos. Uno era una expresión del movimiento obrero, otro era un desprendimiento de los radicales y el tercero era conservador y dirigido por militares. Esas tres formaciones se fusionaron más tarde para formar el Partido Justicialista.

Léonie empieza a trabajar en una clínica privada en la ciudad de Córdoba, donde se gradúa como enfermera. Pero preferiría ejercer en una leprosería ubicada en la ciudad de Paraná. En diciembre de 1951, escribe a su familia:

«Seguimos en la clínica, esperando ir a la leprosería que parece alejarse de nosotros, muy a nuestro pesar».

En 1953, es enviada a la sede de su congregación en la Argentina, situada en un barrio elegante del partido de Hurlingham, en el oeste del Gran Buenos Aires. La madre Dolores queda cercana a la clase alta. Quiere que este sea el caso de las hermanas también. Dice que no hay problemas sociales en su país.

Pero Léonie decide recorrer el barrio pobre de San Carlos. Es una de las primeras religiosas en ir a una «villa de emergencia». Ahí da catequesis y cuida a enfermos. Anda en bicicleta para visitarlos. Su actividad parece extraña para una monja.

En 1954, la relación entre el gobierno argentino y la Iglesia de este país se va deteriorando. Se prohíbe la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Se aprueba la ley de divorcio1.

En junio de 1955, en el marco de una rebelión cívico-militar, unos aviones bombardean la plaza de Mayo en la ciudad de Buenos Aires. Llevan pintadas del símbolo «Cristo vence», utilizado por corrientes cristianas desde el comienzo del conflicto con Perón. Como represalia, el Gobierno deja a grupos peronistas saquear e incendiar iglesias del centro de la Capital. Algunos sacerdotes son encarcelados.

Léonie escribe a su familia:

«Tuvimos momentos terribles, asistimos a los incendios y a las profanaciones de las iglesias. [...] Sacerdotes y religiosos son la pesadilla de los peronistas, quienes naturalmente se han aliado con los comunistas para luchar contra la Iglesia».

En septiembre de 1955, tiene lugar un golpe de Estado, que da inicio a una dictadura autodeterminada la «Revolución Libertadora». Perón se exilia. Los militares, que ya tomaron el poder varias veces desde 1930, están aumentando cada vez más su gravitación en las esferas políticas y civiles, con el apoyo de los sectores conservadores y oligárquicos.

Pero Léonie está satisfecha con el golpe. En diciembre del mismo año, escribe:

«Afortunadamente el régimen ha cambiado, y parece que todavía hay peleas de uno u otro lado: especialmente los obreros que quieren hacer huelga; los cañones y las ametralladoras apuntan a las fábricas, cuando hay movimiento; parece que poco a poco todo se va poniendo en orden».

A pesar de todo, está empezando la «Resistencia peronista». Varias organizaciones sindicales y estudiantiles de izquierda buscan el regreso del expresidente. Sus miembros creen que con él y con Eva Duarte, su difunta esposa, se favoreció a las clases populares, ya que por ejemplo se construyeron escuelas y hospitales, se adoptaron convenios colectivos favorables a los trabajadores y se crearon obras sociales eficaces.

En Hurlingham, las hermanas de las Misiones Extranjeras conocen a numerosos militares, entre ellos a Jorge Rafael Videla, un oficial de 30 años. Su familia es muy creyente y frecuenta a la madre Dolores.

* * *

En 1962, Léonie es enviada a Roma por la superiora general para asistir al Concilio Vaticano II.

Allí el papa Juan XXIII está proponiendo una reforma. La monja se apasiona por la apertura y la voluntad de cambio que observa. De hecho, se subraya que la Iglesia tiene que estar al servicio de los pobres y que los religiosos deben vivir sencillamente, al igual que el pueblo.

La estancia de Léonie en Roma dura unos nueve meses. La monja también pasa un mes junto a su familia en Franche-Comté. En particular, ve a su sobrina Geneviève, de 19 años. Para la joven, la tía es agradable y optimista. Pero otra cosa le llama más la atención: está llena de sol. En su mirada, ve mucha bondad y una gran acogida. Le parece que ella lleva otra presencia dentro de ella. Eso la fascina.

Además, Geneviève observa que Léonie quiere mucho la Argentina y la ha adoptado.

En enero de 1963, Léonie comienza su viaje de regreso en barco. Piensa que todo va a cambiar y tiene muchas ganas de compartir esta buena noticia.

La monja vuelve a Hurlingham. Más tarde, se dirige a Morón, una ciudad cercana, donde las Misiones Extranjeras han establecido una Casa de la Caridad y una Casa de la Catequesis. Léonie trabaja en la segunda. Escribe a su familia:

«De las nueve horas a las doce y media y de las dos y media a las ocho o nueve de la noche [...], mis ocupaciones son múltiples: catequesis de adultos –de niños– reuniones de madres de familia, en varios centros, para ayudar a las mamás a encontrar su primera vocación como primera catequista de sus hijos. Promoción de la Asociación de la Doctrina Cristiana en las parroquias [...]. Además de esto, secretaria de la Junta Diocesana y administración de la Casa de la Catequesis, ¡lo que a fin de mes me da buenos dolores de cabeza!».

Las hermanas de Léonie observan que es una organizadora eficiente, atenta a las necesidades de la gente, dispuesta a ofrecer sus conocimientos y muy sonriente.

En junio de 1963, muere Juan XXIII. Pablo VI, otro papa reformista, lo sucede. Decide seguir con el Concilio Vaticano II.

En enero de 1964, durante las vacaciones, Léonie finalmente acude a la leprosería de Paraná.

En Morón, siguiendo la idea de la hermana francesa Gaby Etchebarne, la congregación de las Misiones Extranjeras crea una catequesis adaptada a los niños y adolescentes con síndrome de Down o mentalmente retrasados. Ésta es una actividad nueva para la Iglesia. Léonie decide participar. También es el caso del sacerdote Ismael Calcagno, responsable de la Casa de la Catequesis. La monja es su secretaria auxiliar.

Calcagno también es primo de Jorge R. Videla. Es su capellán privado, así como el de su familia.

En 1965, Dolores Salazar, enferma, renuncia a dirigir la orden. Thérèse Logerot, quien es francesa y ejerce en la Argentina, es elegida para reemplazarla.

El vaivén entre la democracia y el poder militar continúa. En junio de 1966, un golpe de Estado derroca al presidente constitucional Arturo Illia. Empieza una nueva dictadura autodenominada la «Revolución Argentina».

1 Más precisamente, la ley 14.394 del Régimen Legal de Familia y Minoridad, que permite el divorcio vincular. Esta ley será derogada menos de un año después.

El 23 de septiembre de 1937, Alice Anne Marie Jeanne Domon nace en el pueblo de Charquemont, a 17 kilómetros de donde creció Léonie. Ambos lugares están en el «Haut-Doubs», la parte montañosa del departamento de Doubs.

En la familia, la llaman «Lisette». Sus padres también son agricultores.

La niña vive en la primera planta de una gran casa de dos pisos que comparten las familias de su padre y el hermano de él. Un día, como sucede a menudo, ella está jugando y corriendo con un primo, que reside en la planta baja y tiene más o menos la misma edad que ella. Ambos están descalzos.

—¿Para qué se han sacado ustedes estos zapatos? –pregunta la madre de Alice.

—¡Porque hay que hacerlo! Cuando seamos misioneros, ¡quizás no tendremos más zapatos! –contesta la niña.

Su padre asiste a la escena. Se queda boquiabierto.

Desde su adolescencia, Alice participa en el trabajo de la granja, como el resto de su familia. Es la cuarta de siete hermanos y hermanas. Tiene un fondo un poquito rebelde. A los 16 años, decide trabajar como operaria en una pequeña fábrica de relojes.

En 1956, Renée Duquet, una monja de las Misiones Extranjeras, viene a visitar a Hermandine, una tía de Alice, que es su madrina y reside en la misma casa que ella. Renée cuenta la vida de las religiosas en la India y en la Argentina. Dice que su prima Léonie está en este último país. Alice escucha, apasionada.

Más tarde, la chica acude a la casa del hermano de Renée. Le pide la dirección del convento de las Misiones Extranjeras. El hombre le pregunta si quiere ser misionera. Alice responde:

—No, es para mi tía Mandine, que quiere escribirle a Renée.

En octubre de 1957, a la edad de 20 años, Alice entra en el convento de Notre-Dame de la Motte. Luego de dos años de noviciado, pronuncia sus primeros votos. Se le da el nombre religioso de Marie-Catherine. Sus compañeras la llaman por el diminutivo Caty.

Para la madre Dolores, la vida religiosa consiste en la meditación, la oración y el estudio silencioso. A veces, Alice obedece con un poco de mal humor. Está impaciente por vivir con los más pobres de la India.

En 1961, es ordenada misionera. Luego la envían a Pau, en el suroeste de Francia. Ella aprende a servir y hacer la limpieza de manera distinguida en un castillo de la congregación donde viven señoras jubiladas y adineradas, quienes ayudan a financiar los gastos de la mansión.

Alice explica a sus padres que no ha entrado en la orden para hacer eso y que quiere marcharse para hacer una misión. Lo pide regularmente. Finalmente, logra acercarse a un grupo de la Acción Católica y ocuparse de la catequesis de niños gitanos en Pau. Va a visitar a sus familias. Se muestra dinámica y alegre.

Además, reza mucho. Por la mañana, llega a la capilla media hora antes que los demás.

* * *

En las grandes ciudades argentinas y sus suburbios, cada vez más gente vive en villas de emergencia (o villas miseria). El partido de Morón tiene varias de ellas. Siguiendo las directivas del Concilio Vaticano II, el obispo de la diócesis pide a los religiosos que vayan allí para ayudar a los habitantes.

La madre Thérèse desarrolla la actividad de las Misiones Extranjeras en esos barrios. Cree que la situación de los pobres le enseña por qué la orden está en la Argentina y que este lugar le permite entender todo. Está convencida de que Alice estaría bien allí.

A finales de 1966, se le pregunta a la joven, de 29 años, si quiere ir a este país. Alice acepta. A punto de dejar a su familia durante 10 años, les escribe:

«El único dolor que tengo es adivinar el suyo, porque realmente lo comparto, pero soy muy feliz, como lo habría sido en cualquier lado».

Durante los días previos a su partida, Alice escucha con alegría música argentina en su habitación para familiarizarse con la cultura de ese país.

Su viaje en barco empieza el 14 de enero de 1967 y termina tres semanas después, el 5 de febrero. A su llegada, ella se dirige a la Casa de las Hermanas de Morón, donde empieza con la catequesis y la preparación de jóvenes retrasados mentales para la primera comunión.

Alice escribe a su familia:

«Las hermanas hablan 50% francés, 50% español. Hablan muy mal los dos idiomas».

Se ríe con los chicos que la abrazan, aunque no entiende todo lo que le dicen. Pero su habilidad para comunicarse atrae la atención de los padres. Poco a poco se las arregla para aprender el idioma y adaptarse.

Además, ella conoce a Léonie. Las dos monjas se hacen amigas.

Cada vez más cerca de los pobres

En agosto de 1967, en la Argentina, nace el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente de la Iglesia católica que sigue las orientaciones del Concilio Vaticano II. Una gran parte de sus miembros son curas que actúan en villas miseria o barrios obreros. Buscan encarnar el Evangelio en las luchas cotidianas. Muchos se identifican con el peronismo.

Durante el mismo año, Jaime de Nevares, obispo de la diócesis de Neuquén, propone un proyecto nuevo a la congregación de las Misiones Extranjeras, que consistiría en vivir con una tribu de indios mapuches en el pueblo de Malleo, ubicado en la precordillera de los Andes. Léonie se ofrece como voluntaria. Otras tres hermanas la acompañan.

Las monjas se alojan en una pequeña casa, cuyas paredes están hechas de ladrillos de barro y el techo de ramas de árboles recubiertas de barro. El suelo es de tierra aplanada. No hay agua corriente ni electricidad. Las hermanas sufren de grandes fríos y falta de comida. Quieren vivir de la misma manera que los indios.

El propósito de su misión es enseñar catequesis y proporcionar servicios de salud y educación. El primer eje es el mayor objetivo de Léonie. La religiosa estudia las costumbres y los ritos de los mapuches, que la apasionan.

Ella escribe a su familia:

«Son personas que desconfían mucho de los blancos, pero que tienen cierta nobleza, educación, cortesía innata. [...] No quieren contarnos todo, es poco a poco que entramos en sus costumbres. Se necesita paciencia con ellos. Son grandes niños. [...] Tienen hijos entre hermano y hermana –padre e hija– pero bueno hay de todo en la viña del Señor».

Léonie se inspira en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, cuyos documentos estudia. Se esfuerza por transmitir el Evangelio de forma adaptada y estructurada. Quiere ayudar a los mapuches a liberarse, especialmente de sus supersticiones.

En una pequeña escuela, la religiosa da clases de tejido y costura a mujeres, que venden sus productos una o dos veces al año en la ciudad de Junín de los Andes, situada a 20 kilómetros de Malleo. Con sus hermanas, ella las ayuda a organizar sus ventas y a defenderse, ya que las empresas tienden a comprar a precios muy bajos.

A fines de agosto y principios de septiembre de 1968, los obispos de América Latina y el Caribe se reúnen en una conferencia general en Medellín, en Colombia. Hablan del papel de la Iglesia en la transformación de América Latina y se pronuncian a favor de la liberación de los pueblos oprimidos.

La vida de Léonie está en sintonía con eso. Le gusta mucho. La monja explica a su familia que las hermanas vinieron a enseñar y que, al final, son ellas las que están aprendiendo.

Los mapuches sufren maltratos de los terratenientes, quienes a veces les pegan. Eso afecta mucho a Léonie, que inicia un profundo cuestionamiento interior.

A veces, ella pregunta a los estancieros cómo pueden vivir en sus casas y convidar a personas allí si los mapuches son los verdaderos dueños de esta tierra. Invita a los terratenientes a almorzar. Pero estos últimos se niegan. Deciden echar a las monjas.

Monseñor Nevares convoca a la madre Thérèse a Neuquén. Simplemente le dice que la manera de trabajar de las religiosas no es conveniente y le pide cerrar la misión. Una semana después, las hermanas dejan el lugar.

* * *

Alrededor de octubre de 1968, Léonie regresa a Morón, donde vuelve a encontrarse con Alice, quien sigue dando catequesis a jóvenes retrasados mentales.

Unos meses antes, Alice escribió en una carta a sus padres:

«Me alegro porque he podido hacer muchas visitas a las familias de nuestros niños. Es más interesante cuando conoces a la gente en su casa y ellos sobre todo parecen tan felices. [...] Me gusta correr por los barrios pobres. Aquí, la gente está delante de la puerta de su casa y siempre está dispuesta a charlar un rato».

Provista de su bolsa de dormir roja, Alice acompaña a los alumnos de catequesis en colonias, donde duermen en carpas. Participan algunos hijos de Jorge R. Videla, incluido Alejandro, de 17 años y con discapacidad mental (es oligofrénico).

Videla es miembro del Movimiento Familiar Cristiano del obispado de Morón. Después de haber estado en contacto con las Misiones Extranjeras en Hurlingham, las conoce bien y les tiene confianza.

Durante un tiempo, Alice trabaja como secretaria auxiliar del padre Calcagno.

La religiosa observa que sus compañeras están bien organizadas y que la catequesis funciona bien. Quiere acercarse a personas más necesitadas.

Joana Bertrán Coll, de 43 años, es una monja española de la orden. Su nombre religioso es Marie-Montserrat. Propone mudarse a la Villa 20 de Lugano. Alice decide ir allí con ella.

* * *

En la ciudad de Buenos Aires, alrededor de un millón de personas viven en villas miseria. Hay cinco grandes y varias pequeñas. La Villa 20 de Lugano es una de las más importantes. Ahí hay bolivianos, paraguayos y gente que viene del interior del país. Los hombres son generalmente trabajadores, especialmente en la construcción. La mayoría de las mujeres son empleadas domésticas.

A veces, algunos hombres se emborrachan y pelean. Pero los habitantes son solidarios. Se puede ver la ropa tendida afuera y nadie se la quita a los demás.

Los caminos son de tierra. No hay agua corriente, ni alcantarillado y poca electricidad. La mayoría de las casas están hechas de tablas y chapa ondulada.

En 1969, mientras la gran mayoría de las monjas permanecen en su comunidad, Alice y Montserrat se mudan a una casa de 2, 7 por 3 metros, con lo mínimo indispensable, pero bien ubicada para relacionarse con los vecinos. En efecto, está al lado de la pequeña cancha de fútbol y cerca de la casa de primeros auxilios.

Este «rancho» también se encuentra cerca de la capilla, donde oficia Héctor Botán, miembro fundador del Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo. Él no viste el hábito de cura, se aloja en la villa, vive con su salario de obrero y no acepta dinero de la Iglesia.

Al dejar la Casa de las Monjas, Alice y Montserrat también han decidido ser autónomas. Alice trabaja como empleada doméstica por la mañana. Su hermana lo hace por la tarde. El resto del tiempo, ambas se dedican a la villa.

En la capilla, un lugar es como la oficina de Alice. Allí ella recibe a la gente. También se ocupa del «botiquín», que contiene medicinas que ella entrega a quienes los necesitan.

Botán organiza grupos de reflexión. Es intelectual y filósofo. Por su parte, Alice siempre está haciendo algo: distribuir ropa, llevar cajas llenas de cosas, traer nuevos fármacos… Al mismo tiempo, es tranquila y da paz a la gente.

La religiosa da catequesis a chicos y los prepara para la comunión. Además, comparte las misas con la comunidad, realiza bautismos colectivos, bendice casamientos y acompaña a familias en velorios. Cuando los participantes en estos últimos actos son bolivianos, ella mastica hojas de coca, como los demás. Pero no hay drogas en la villa.

Montserrat observa que su compañera está profundamente interesada en los demás y por eso ellos la aman de inmediato.

En el barrio, se necesitan muchas acciones prácticas. Alice ayuda, adaptándose y sin tener un plan predefinido. Duerme poco.

Cuando una familia no tiene suficiente comida, ella encuentra algo para ellos y se lo trae. Arma un primer comedor comunitario, un merendero.

A veces, cuando habitantes llegan a casa después del trabajo, encuentran todo limpio y la comida preparada. Algunos dicen:

—Pasó Caty, es un ángel.

La llaman así especialmente porque interviene sin ser notada. Todos la dejan entrar a sus hogares.

Alice los acompaña a sacar documentos y a hacer otros trámites administrativos, ya que la mayoría son analfabetos. Para los bolivianos y paraguayos, es muy difícil conseguir la ciudadanía argentina.

Por otra parte, la monja se ocupa de enfermos. También cuida a niños cuando sus padres no están. A menudo lo hace en la guardería situada detrás de la capilla.

Los habitantes de la villa a menudo van al basurero a recoger comida que tiran los supermercados. A veces, Alice la comparte con ellos. Luego, le dice a Montserrat que estaba tan bien cocinada que nunca se podría haber adivinado de dónde venía.

Alice a menudo acude a fiestas organizadas en ranchos para cumpleaños, bodas o bautismos. Baila el chamamé2. Le gusta tomar una copa y se muestra divertida. En estos momentos y en la vida en general, fuma cigarrillos, de la marca Particulares negros, cuyas cajetillas son blancas con rayas verdes. Lo hace porque le gusta y no por estrés.

Los habitantes quedan impresionados por sus manos grandes, con dedos largos, que parecen manos de hombre. Su cuerpo también les llama la atención. Notan que ella es delgada, que tiene los hombros huesudos y que es alta. Alice mide 1, 67 metros, lo que es bastante elevado para una mujer.

Pero nunca es elegante y no se pinta. Se da un aspecto rústico y no hace nada para que la miren. Además, a menudo dice que está casada con Jesús, hablando de él como si estuviera enamorada. Tiene una alianza. Los hombres la respetan mucho. La llaman «la hermana Caty» o «la hermanita».

Cada noche, antes de irse a dormir, Alice medita con «Montse» (diminutivo de Montserrat) sobre lo que ha pasado durante el día. Las dos mujeres comparten numerosas actividades. Se quieren y se complementan. Montse se enciende cuando se emociona. Es perseverante. Pero a menudo se angustia y cae en problemas. Por su parte, Alice siempre está de buen humor y fuerte.

* * *

En 1969, las monjas de las Misiones Extranjeras dejan de vestir el hábito religioso. Quieren ser más cercanas a la gente y no mostrar privilegios. En la Argentina, las hermanas de las congregaciones del Sagrado Corazón y de la Inmaculada Concepción de Castres toman la misma decisión.

Todavía en este país, se lleva a cabo una asamblea de obispos cuyo objetivo es traducir localmente las conclusiones de la conferencia de Medellín. Participa Enrique Angelelli, obispo de La Rioja. Se publica el Documento de San Miguel.

Alice vive de acuerdo a estos principios. Escribe a su familia:

«Me siento muy feliz entre mis nuevos amigos, aunque sean pobres, sabes bien que la comodidad material no me atrae en absoluto, siempre me parece que cuantos menos tengamos paquetes, dinero, más felices somos, porque somos libres, despejados, podemos vagabundear».

En la Villa 20 de Lugano, la monja asiste a las reuniones de la comisión de vecinos, en las que se habla, entre otras cosas, de construir veredas, mejorar caminos, instalar canillas de agua o hacer trabajos eléctricos. Ella ayuda a los participantes a organizarse. Pero no le importa figurar. Prefiere dejar que los demás hablen y crezcan.

Además, anima a las mujeres a participar, ya que generalmente sólo los hombres asisten a estas asambleas. A veces limpia sus casas y cuida a sus chicos para que ellas puedan asistir.

La Policía a menudo entra a la villa. Vigilan, hacen rondas y provocan. Llevan a inmigrantes indocumentados a la comisaría, los detienen por unos días y luego los largan.

Alice escribe:

«Nosotros, los “buenos” católicos, los practicantes, olvidamos estas cosas, nos acostumbramos a ver la injusticia hacia los pequeños, los pobres, no reaccionamos porque eso requeriría comprometernos frente a las otras personas, por lo que nos contentamos con ir a misa para limpiar nuestra consciencia [...].

Es una suerte que las monjas abran los ojos al mundo que las rodea y sepan que hay pobres en dinero, en inteligencia, en cultura, y que los más ricos deben compartir los suyos porque todo se da por el bien de todos. Es una cuestión de justicia y no de caridad [...]».

* * *

A finales de marzo de 1970, Léonie viaja a Francia. Está a punto de cumplir 54 años.

Visita a su familia. En particular, ve a Michel, el primero de sus 30 sobrinos, con quien ella jugaba cuando él era pequeño. El hombre, ahora de 38 años, nota que ella ha cambiado mucho desde la última vez que la vio, en 1962. De hecho, ella se ve claramente mayor, muestra más experiencia de vida y da muestras de una mente aún más analítica. Aun así, se relaja un poco de vez en cuando.

Léonie le confía que siente que va a haber problemas sociales y políticos muy grandes en la Argentina. Añade que a lo largo de los años, se ha dado cuenta de que el episcopado de este país no estaba siguiendo la línea del Concilio Vaticano II e incluso estaba retrocediendo poco a poco.

En julio de 1970, ella escribe en una carta dirigida a enfermos:

«Buenos Aires, la Capital, como cualquier otra capital de América con sus edificios grandes – cines – supermercados, etc. Pero si ustedes se marchan del centro, encontrarán la miseria [...], ahí están amontonados los “ranchos”, villas miseria [...]. Esa gente, ¿quiénes son? Los verdaderos argentinos, no los “inmigrantes”. Son los que vienen del interior del país [...].

Entonces, ¿qué deben hacer? ¿Callarse? ¿Siempre callarse? No, quieren liberarse del yugo que recae tanto en sus hombros. Quieren vivir como hombres y no como esclavos, como animales. Es por ellos que habla Mons. Helder Camara. Ese gran profeta de Brasil, él habla por toda Sudamérica [...], lucha contra la injusticia. Con él, algunos sacerdotes argentinos también están luchando, pero inmediatamente se los llama “comunistas”, lo cual es absolutamente falso».

En un momento dado, Léonie ve a su sobrina Geneviève durante una semana. Al enterarse de que ha entrado en la comunidad de las Hermanitas de Jesús, se muestra muy contenta.

En París, unos días antes de volverse a la Argentina, Léonie se encuentra con Michel y Héribert, su hermano misionero, que ha pasado mucho tiempo en Asia. Han pasado 24 años desde que ella lo vio.

Los tres comen juntos. Hablan del Extremo Oriente y bromean mucho. Están contentos de encontrarse de nuevo, sabiendo que van a estar separados por al menos 10 años.

* * *

A finales de enero de 1971, Léonie comienza su viaje de regreso en barco.

Poco después de su llegada, se presenta en el colegio del Sagrado Corazón de Castelar, una ciudad de la zona oeste del Gran Buenos Aires, situada en el partido de Morón. Allí se reúne con Mercedes Lessa, la representante legal del establecimiento, quien coordina la gestión del personal.

Léonie explica que es una monja francesa, que vive en la Argentina y que quisiera saber si puede ejercer en la escuela. Agrega que necesita un sueldo para vivir, que ha buscado otros trabajos y ha encontrado algunos, pero no en un colegio. Mercedes le pregunta si le gustaría dar catequesis. La religiosa contesta que sí y precisa que le interesaría dar clases en secundaria. Es contratada.

Léonie se muestra muy contenta de trabajar en un colegio católico. Le pregunta a Mercedes si puede venir unas cuantas veces antes de empezar, para aprender sobre los programas y cómo se enseñan. Su gran interés llama la atención de la representante legal.

Entre las profesoras y los directivos del colegio, hay monjas. Mercedes es una de ellas. Las hermanas del Sagrado Corazón están vinculadas a las de las Misiones Extranjeras. Léonie se adhiere a sus principios y ha elegido esta escuela a propósito.

El colegio está considerado como el mejor establecimiento escolar para chicas de la ciudad. Tiene alrededor de 500 alumnas. Muchas de ellas son hijas de militares que viven cerca.

Léonie vive a unos seis kilómetros, en la ciudad de Ramos Mejía. Su barrio es común y está formado por casas bajas y descampados. Al igual que Alice, la monja no quiere ser alojada por su orden y desea ser financieramente independiente. Su casa es pequeña, despojada y tiene lo indispensable.

Además, está situada junto a la capilla San Pablo, un tinglado pequeño y precario, que no tiene estatus de parroquia y pertenece a la diócesis de Morón. Entre este oratorio y la casita, hay un pequeño terreno con pasto.

Léonie va a su colegio dos o tres veces a la semana, por la mañana. Vuelve a su casa con los elementos necesarios para corregir las tareas de sus alumnas y prepararse para las clases o reuniones. El resto del tiempo, se dedica a su barrio. Está muy ocupada.

Ella gestiona la capilla, la ordena y la prepara. Por ejemplo, acomoda los bancos y pone flores.

De lunes a viernes, ejerce el papel de sacerdote, ya que no hay ninguno en ese lugar. Entre otras cosas, se ocupa de los bautismos (que a menudo conciernen a adultos), de las charlas prenupciales y de las celebraciones, que se asemejan a misas, pero sin comunión ni eucaristía.

Como las otras monjas, ella no puede oficiar la misa propiamente dicha. El padre Miguel Ángel Basan, de una parroquia cercana, lo hace los sábados y domingos. Léonie lo ayuda. La capilla a menudo está llena de fieles. Una mesa móvil sirve de altar. Las paredes no están pintadas. El techo es de zinc, con vigas de madera.

La monja también se ocupa de la catequesis. Da clases, forma a las profesoras y coordina las actividades en su barrio.

Además, ayuda a familias. Cada tanto, da comida a chicos. Visita a enfermos y los cuida. Asimismo, enseña a mujeres a coser y a tejer. Tiene varias máquinas en su casa.

Léonie vive sencillamente, en medio de los habitantes de su barrio. Explica en una carta:

«Sus sufrimientos son mis sufrimientos y sus alegrías, mis alegrías. Hay un gran vínculo comunitario que nos une».

Dentro de la Iglesia de América Latina, un movimiento continúa desarrollándose en la línea del Concilio Vaticano II. Durante 1971, el filósofo y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez presenta en un libro la Teología de la liberación.

En la provincia argentina del Chaco, el obispo Ítalo Di Stéfano la aplica alentando la creación de ligas agrarias, que surgen de movimientos cristianos y cuyo objetivo es proteger a los trabajadores que cultivan el algodón. Estas organizaciones son pacíficas y legales. No son reprimidas. Los terratenientes creen que, a través de ellas, la Iglesia los ayudará a controlar a sus campesinos.

Todavía en 1971, en el convento de Notre-Dame de la Motte, se celebra un capítulo de la orden de las Misiones Extranjeras. La línea elegida por la congregación consiste en seguir a Cristo con los pobres, en medio de los pobres. Alice y Léonie están satisfechas con ello.

* * *

La dictadura autodenominada la «Revolución Argentina» continúa. El presidente de facto es el teniente general Alejandro Agustín Lanusse.

En enero de 1972, Léonie escribe en una carta a su familia:

«1972 se presenta muy mal. En el ámbito político, muy mal; en lo económico, un aumento del 30 al 35% e incluso del 40%; los sueldos alrededor del 5% y se pagarán en unos dos meses. Pero lo estupendo es este espíritu de lucha, de esperanza en días mejores, de esta liberación prometida a todos los hombres de buena voluntad.

[...] Hay que denunciar las injusticias, despertar la consciencia de los jóvenes que son la gran fuerza de la joven Iglesia que se perfila por todas las partes del mundo. [...] Nos desilusionó mucho el Sínodo3. Los obispos de Argentina que fueron allá eran los más tradicionalistas que existen (pagados por el Gobierno), eso les conviene».

En sus conversaciones cotidianas con la gente de su barrio, Léonie toma partido y se muestra muy directa. Dice que la sociedad tiene que ser más comunitaria y que se necesitan cambios.

Algunos habitantes la quieren mucho, especialmente las catequistas. Otros la odian. Vienen de Europa Oriental. Cualquier cosa que se parezca al comunismo les parece «el diablo». Una parte de los que viven enfrente de la casita de Léonie no hablan con ella y nunca entran a la capilla.

En enero de 1972, la monja escribe:

«Pero aquí también tengo una lucha contra los tradicionalistas. Yo tengo fama de tercermundista, de comunista, etc. Pero callarse hoy sería cobarde y sería la muerte: los jóvenes esperan tanto de nosotros. [...] Siempre existe la gran alegría de darse y sacrificarse por los demás».

* * *

A nivel mundial, sigue la guerra fría, entre el bloque «capitalista», en cuyo frente están los Estados Unidos; y el bloque «marxista», liderado por la URSS4.

En varios países de América Latina, este enfrentamiento se materializa en una fuerte violencia política, con dictaduras fomentadas por los EE. UU. y organizaciones guerrilleras inspiradas por la revolución cubana.

Éste es el caso de la Argentina, donde hay varios grupos marxistas de este tipo. El principal es el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). También están las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias).

Pero ese país tiene una especificidad debido al peronismo, cuya resistencia sigue desarrollándose. Una corriente de esta última empieza a denominarse «Tendencia Revolucionaria Peronista» o «Tendencia». Está compuesta especialmente por la organización político-militar Montoneros y la Juventud Peronista (JP), que engloba las distintas entidades de jóvenes que militan en colegios, universidades o gremios.

La JP tiene lazos con los Montoneros. El trabajo «de superficie» de los primeros complementa la actividad clandestina de los segundos. Algunos militantes de la JP se convierten en montoneros.

Los miembros de estas dos organizaciones son en su mayoría católicos que están a favor de las orientaciones del Concilio Vaticano II. Piensan que el peronismo es una forma de socialismo cristiano. Además, algunos de ellos, especialmente los montoneros, quieren que la transformación de la sociedad se haga incluso por la fuerza.

El Partido Justicialista todavía está proscrito en la Argentina. Juan Domingo Perón, aún en el exilio, está alentando la Tendencia, especialmente para derrocar la dictadura.

Las actividades de los grupos guerrilleros se están intensificando. Éstos atacan cuarteles militares, dependencias policiales o patrulleros, roban armamento, dinero y materiales, hacen explotar bombas, perpetran incendios, cometen secuestros con pedidos de rescate… y matan. Sus blancos principales son los dirigentes del Estado, de las Fuerzas Armadas, de la Policía o de empresas importantes.

Estos movimientos están generando un miedo creciente en una gran parte de la población. El gobierno militar dicta normas para intensificar la actividad jurisdiccional. La Policía y los militares los reprimen. En agosto de 1972, luego de un intento de evasión, 16 militantes de Montoneros, de las FAR y del ERP mueren ametrallados en una unidad de la Armada cerca de la ciudad de Trelew, en la provincia de Chubut.

* * *

En la Villa 20 de Lugano, miembros de la Tendencia están activos. Algunos de ellos viven allí, entre ellos Juan Carlos Martínez, apodado «el Negrito», de 22 años. No participa en la lucha armada. No tiene familia y se ha criado en la capilla. Alice lo quiere mucho.

Estos militantes luchan para que los vecinos no sean desalojados y tengan terrenos, viviendas y acceso a los servicios públicos.

La Policía y el Ejército hacen razias. Llegan temprano en la mañana, rodean el barrio, luego entran, usan camiones, caballos y perros, destruyen casitas y avanzan contra hombres, mujeres y chicos, antes de llevar a habitantes y militantes a lugares desconocidos.

Eso enfurece a Alice. Una vecina observa que ella a veces dice cosas como:

—Vamos, ¡hay que levantarse! ¡No hay que hacerse el vago!

La monja escribe en una carta:

«Los pobres no tienen ningún derecho reconocido. Eso hace reflexionar y da ganas de hacer la revolución. Parece queno son considerados como hombres, ni como animales».

A pesar de todo, ella explica a su tía Mandine en otra misiva:

«[Yo no soy] “revolucionaria”, como tú crees, y esto lo digo con vergüenza, porque cuesta caro cambiar una vida cómoda, un poco burguesa, por una vida como la que pasó el Señor en Palestina con los hombres de su tiempo. Siento la necesidad de hacer más para ser más similar al que es nuestro modelo y no puedo».

Maluca Cirianni es una militante peronista. Es muy amiga de Alice. Tiene 22 años, 13 años menos que la monja. Vive en el barrio porteño de Caballito. Ella y Alice a menudo se ven en la casa de una u otra. Toman mate, conversan y deciden qué van a hacer juntas para ayudar a los habitantes de la Villa 20.

Maluca observa que Alice es espontánea e ingenua, no porque sería tonta, sino en el sentido de que cree en la gente. Pero también ve que ella no se equivoca, gracias a su sensibilidad. Además, nota que es comprometida y firme en sus actos, de los cuales no duda.

Por otro lado, Maluca piensa que Alice no entiende tanto de política, que hace poco sermón y se guía por principios muy simples. Quiere politizarla. Pero la monja le contesta que no pertenece a ningún partido y que su actividad es exclusivamente social.

A pesar de todo, cuando se le pregunta de qué lado está más cerca, Alice responde de esa manera, con su «r» francesa:

—El peronismo, como mi pueblo. Los pobres de la villa son peronistas, por algo será, entonces si piensan de esta manera, tengo que apoyar.

En dos ocasiones, Maluca acompaña a Alice a la casa de Léonie en Ramos Mejía. Observa que mientras a la primera le gusta estar parada y hacer muchas cosas, la segunda prefiere permanecer sentada. Le parece que Léonie es más pausada y más rica en su pensamiento.

Por otra parte, la joven ve que Léonie está muy comprometida. Se pone a hablar de política con ella. Nota que ella hace una lectura analítica de la sociedad y que es muy lúcida. Además, le llama la atención el hecho de que entiende el proceso peronista, que pocos comprenden en Europa.

En noviembre de 1972, Léonie escribe:

«Ustedes saben que estamos esperando el regreso de Perón, el movimiento está pidiendo a los afiliados que vayan a recibirlo en el aeropuerto, aquellos que no tienen armas, con piedras... Nos esperamos una fuerte sacudida. En fin Dios dirá.

[...] Estamos siguiendo los acontecimientos muy de cerca, en paz, pero eso no significa ser impasible o inactivo. Ustedes saben que el movimiento peronista es el movimiento popular, además ha habido un gran cambio [...] de tendencia socialista, pero distinto del europeo.

Aquí son los oprimidos los que reaccionan y quieren liberarse. No podemos quedar insensibles, así que tenemos que comprometernos con el pueblo, lo que no significa violencia, sino un cambio de estructuras en el Gobierno, tanto en lo político como en lo económico y social».

En la Villa 20, algunos laicos se instalan para sentir las necesidades de los habitantes y auxiliarlos. Miembros de corrientes cristianas también ejercen allí. Son parte de la clase media y no viven allí. Se los llama «cristianos de base». Entre estos últimos se encuentran amigos de Alice, incluida Marta Tomé, que es miembro de la Acción Católica y da catequesis con la monja.

Las dos mujeres tienen la misma edad y se parecen. Algunos les preguntan si son hermanas. Ambas tienen manos grandes y el pelo medio corto y morocho. Pero el cabello de Alice es ligeramente enrulado, mientras el de Marta es más bien crespo.

Marta observa que Alice siempre tiene una carta de su madre en el bolsillo y que le gusta esperar días antes de leerla. Además, ve que ella a menudo habla del amor de una madre y que es una de sus seguridades.

La actividad de las monjas y de los curas obreros en la villa está mal vista por las autoridades. A veces, los militares o la Policía les dicen que son comunistas. En una carta, Alice explica:

«Me parece que ésta es la solución cristiana para la Iglesia, ser más pobre, repartir las riquezas entre todo el pueblo de Dios. No tiene nada que ver con el comunismo, es lo que Dios ofrece a los hombres de nuestro tiempo a través del Evangelio».

A pesar de todo, ni Alice, ni Montserrat ni el padre Botán se sienten perseguidos. Nunca son arrestados.

* * *

Principios de marzo de 1973

María Bassa es una hermana del Sagrado Corazón. Tiene 44 años. Está llegando al colegio donde trabaja Léonie. Un grupo de hermanas de las Misiones Extranjeras están reunidas allí en el marco de una sesión de reflexión.

María está buscando a Alice. La encuentra y se pone a conversar con ella.

—Hablé con el padre Botán. Me contó lo que estás haciendo en la villa.

—¿Qué buscás vos?

—Servir a Jesús y a los pobres. Vivir con ellos. Pero no quiero hacerlo sola.

—Es lo mismo que quiero yo. Mirá, allí en el rancho ya no estoy viviendo más. No podemos más con Montse. Ella tiene unos dolores de cabeza extraordinarios y necesita estar sola. Acabo de encontrar una casita. ¿Querés vivir allí conmigo?

—Sí.

—¿Ya está? Bueno, listo.

Poco después, las dos monjas se instalan en un rancho situado al borde del basural que marca uno de los límites de la Villa 20 de Lugano. Las paredes y el techo están hechos de chapas de cartón prensado. Alice ha pagado unas monedas –prestadas por hermanas de su orden– a una señora a cambio de esta vivienda.

Alice y María muy a menudo se hacen plateadas de polenta5. María se encarga de conseguir agua filtrada. Observa que su hermana está muy educada en la limpieza y el aseo, al igual que ella. Ambas lavan y cuelgan la ropa. Se visten de la misma manera que la gente de la clase popular.

Por otra parte, Alice a menudo va a visitar a su amiga de Franche-Comté en Ramos Mejía, especialmente para descansar y charlar. Escribe en una carta:

«Me quedé en casa de Léonie, nos contamos todas nuestras aventuras, ella es muy acogedora. Me gusta ir a verla, no sabe qué hacer para recibirme bien, me da muchas cosas y me agradece tanto por ir a verla que me hace reír».

Gaby Etchebarne es nombrada superiora general de la congregación. Sucede a Thérèse Logerot. Delante de ella, Alice a menudo dice que es con Léonie con quien se siente más a gusto.

En su barrio, esta última forma un grupo de oración, cuyos participantes se juntan, rezan y meditan en la capilla San Pablo. Además, charlan en la casita de Léonie.

Se está preparando el retorno a la democracia. Ante el riesgo de una revolución marxista, la oligarquía argentina y los Estados Unidos piensan que el peronismo puede ser una solución temporal. Pero el gobierno militar sigue prohibiendo a Juan Domingo Perón regresar al país.

El 11 de marzo de 1973, Léonie escribe en una carta, en la que se refiere al antiguo jefe de Estado:

«He oído que se queja de que los franceses no le dan importancia. Tienen razón. Sin embargo, hay que reconocer que su partido es el más fuerte y también el más cercano al pueblo. Pero muchos todavía recuerdan su presidencia».

Héctor Cámpora, un peronista de izquierda, es elegido presidente.

* * *

En el colegio del Sagrado Corazón de Castelar, Léonie se encarga de la catequesis de cuatro grupos de 20 alumnas, que tienen entre 13 y 16 años y están cursando el primer o segundo año de secundaria. También es la coordinadora de la catequesis de todo el secundario.

La monja da 18 horas de clases por semana. Explica en una carta:

«Estos encuentros consisten en lo que en otro tiempo eran las clases de religión».

De hecho, ella ha realizado cambios importantes.

Durante esas sesiones, se habla especialmente de temas relacionados con la sociedad y la actualidad. Léonie primero hace una introducción, luego dirige un debate, antes de pasar a una lectura del Evangelio. Al final, ella concluye y le entrega a cada alumna una síntesis redactada sobre un esténcil e impresa con un mimeógrafo. Ésta contiene citas, frases del Evangelio y preguntas, para que las chicas queden reflexionando y eventualmente retomen el tema en el encuentro siguiente.

En abril de 1973, la monja escribe:

«Conseguimos tener reuniones muy provechosas y favorables a la educación liberadora de las jóvenes. Allí, todos los temas que ellas presentan se tratan en profundidad. Son estupendas. Hay que ver lo conscientes que son de la política y todos los problemas del Tercer Mundo, que son el resultado de los países capitalistas como los Estados Unidos y nuestra vieja Europa».

Las clases son vivenciales. Las muchachas se sientan en rueda. Generalmente, son ellas las que proponen los temas.

Si se produce un momento gracioso, Léonie se prende en la situación. Pero nunca hay desorden. Gracias a su actitud y postura, la monja logra imponerse sin gritar. Anda con el paso tranquilo y siempre es sonriente.

Luego del encuentro en el aula, a veces Léonie acude con las alumnas al «Mater» (Mater Dei), una pieza donde se encuentra una imagen de la Virgen Milagrosa, como en todos los colegios del Sagrado Corazón del mundo. La religiosa habla de las virtudes relacionadas con esta figura, especialmente la pureza, el trabajo, la sabiduría y la oración. Transmite una fe que llega a las alumnas. Junto con ella, estas últimas rezan, leen el Evangelio, cantan y hacen celebraciones.

Para las chicas, Léonie es como una abuela. Les impresiona su cabello blanco grisáceo, corto, estirado para atrás, sin un pelo fuera de su lugar. Miran bastante ese tipo de cosas.

La monja también les parece anciana por su porte y su físico. Es grandota y de espalda importante. Tiene el cuerpo gordito arriba y más flaco abajo. Su cara redonda llama la atención de ellas, así como sus ojos grandes y sus anteojos grandes.

Las alumnas también notan su olor a lavanda o alguna flor, que les parece una fragancia suave, como de agua de colonia. Además, aprecian la dulzura de la monja. Cuando están con ella, se sienten como si estuvieran en familia y protegidas.

Léonie también les parece anciana por las historias que cuenta, como sobre la Segunda Guerra Mundial y las situaciones muy difíciles que se vivían en esa época.

Pero las adolescentes no la ven como una religiosa tradicional. Le hablan de todo, incluso de los amores y de temas de sexualidad. Una vez, una de ellas le cuenta que ha quedado embarazada. La monja no se escandaliza para nada.

Aunque es una época de mucha transición, las chicas tienen pocas posibilidades de hablar de esos temas con los adultos. Pero sienten que pueden contar con que Léonie las escuche sin juzgarlas. La ven como un referente.

* * *

En abril de 1973, Léonie escribe:

«Desgraciadamente, el Gobierno no parece estar decidido a devolver el poder a las manos del futuro presidente. Los secuestros, los disturbios, están siendo provocados por el régimen que hemos tenido durante 15 años. [...]

Tenemos mucho miedo de las malas voluntades que no quieren soltar el pedazo de pastel que han defendido a la fuerza durante mucho tiempo. Es una vergüenza cuando se piensa que los militares no han hecho absolutamente nada por el país, excepto vaciarlo de su tesoro, porque todos ellos viven lujosamente con sueldos exorbitantes [...]. Por eso el pueblo votó en masa por “Cámpora”, del partido peronista, que es actualmente el más cercano al pueblo y muestra una gran buena voluntad de trabajar por la reconstrucción del país. [...]

Aquí, les aseguro que el país no está durmiendo, está luchando y pronto serán nuestros países de América del Sur los que darán buenas lecciones a nuestro viejo continente».

En mayo del mismo año, se crea el Movimiento Villero Peronista. Sus miembros son habitantes de villas de emergencia, entre ellos sacerdotes, así como jóvenes de la Capital y del Gran Buenos Aires. Esta organización es parte de la Tendencia Revolucionaria Peronista. No participa en la lucha armada, pero está vinculada a los Montoneros. Actúa dentro de la Villa 20 de Lugano. Uno de sus militantes es «el Negrito» Martínez.

El 25 de mayo, Héctor Cámpora finalmente asume el cargo de presidente. Dos días después, el Congreso promulga una ley de amnistía, con la esperanza en particular de poner fin a las divisiones del país. Numerosos militantes guerrilleros, entre ellos montoneros, son liberados a pesar de haber sido condenados por la Justicia. Los militares más duros ya están pensando en recuperar el poder.

El 20 de junio, Juan Domingo Perón regresa a la Argentina desde España, luego de casi 18 años de exilio. Cerca del aeropuerto de Ezeiza, se organiza una gran movilización popular para su recepción. Alice participa junto con habitantes de la Villa 20. Camina con «cristianos de base». Se encuentra a Marta Tomé.

En el marco de la lucha interna dentro del peronismo, milicianos de derecha provenientes de medios sindicales atacan con armas a militantes de Montoneros y de las FAR, mientras estos últimos intentan acercarse al palco. Alice le dice a Marta:

—Es un día histórico, ¡por la historia nos van a cagar a tiros!

No les pasa nada a la monja y a su grupo. Pero 13 personas mueren y hay al menos 365 heridos durante los enfrentamientos.

* * *