Camino hacia el Silencio - Esteve Humet - E-Book

Camino hacia el Silencio E-Book

Esteve Humet

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Beschreibung

Partiendo de su experiencia en la práctica terapéutica y de su trabajo con grupos de meditación, Esteve Humet ha decidido poner por escrito este camino hacia el descubrimiento del Silencio interior. El objetivo del texto es ayudar no tanto a quienes ya están iniciados en la meditación o practican asiduamente alguna forma de oración, sino sobre todo a aquellos que oyen hablar del tema y desean entrar vivencialmente en él, pero no encuentran a nadie que les ayude en esta exploración. La meditación se nos presenta aquí no solo como una actividad, como un proceso pedagógico con un amplio abanico de posibilidades, sino también como una actitud vital en que la simplicidad es la base. El autor desea que los ejercicios propuestos sean, más que vínculos, ayudas compatibles con cualquier creencia u opción religiosa. Así pues, todos son relativos y, por tanto, opcionales; es decir, medios y no fines, ya que el único fin es la plenitud del Silencio.

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Cubierta

Esteve Humet

CAMINO HACIA EL SILENCIO

Pedagogía del despertar interior

Herder

www.herdereditorial.com

Portada

Diseño de la cubierta: Collage Comunicació

Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez

© 2005, Esteve Humet

© 2013, Herder Editorial, S.L., Barcelona

© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-2954-5

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Créditos

Índice

Prólogo, de Javier Melloni

Introducción

  1. Preparándonos

  2. Primeros pasos: conciencia del cuerpo

  3. Respirando

  4. Descubriendo el Yo

  5. En el presente

  6. Jugando con la energía

  7. Jugando con la luz

  8. Luz que procede de lo alto

  9. Llama de fuego

10. Identificándonos con la Creación

11. Fantasía del árbol

12. Río que desemboca en el mar

13. Repitiendo una palabra o frase: el mantra

14. Meditando con om

15. Meditando con música

16. Escuchar el silencio de la naturaleza

17. Respirar amor

18. Abriéndonos desde cada chacra

19. Abriéndonos desde todo el ser

20. Descansar en el Absoluto

21. Yo soy tú

22. Expansión – Contracción de Conciencia

23. Ser – Conciencia de Ser – Felicidad de Ser (Saccidananda)

24. Aceptación total de todo

25. Agradecimiento

26. Intercesión

27. Perdón

28. Alabanza

Reflexiones que pueden ayudar

29. Las mediaciones

30. Los rituales

31. Las experiencias

32. La «Noche»

33. La guarda del pensamiento

34. El deseo y el miedo

35. Meditación y vida

36. Maduración psicológica y meditación

37. Meditación en grupo

Epílogo. Mi decálogo

Prólogo

Para ir al silencio hay que venir del silencio. Para desearlo, hay que haber estado largamente en él. Solo quien lo ha saboreado, padecido y se ha dejado transformar durante años puede hablar de él sin profanarlo.

Esteve Humet puede indicar el camino del silencio porque lo ha transitado previamente. Esto se percibe en cada página, en cada línea, en cada letra de este libro. No profana el Misterio, tan solo lo indica. Todos somos capaces de discernir entre palabras vacías y palabras llenas. Las palabras aquí contenidas nos llegan plenas de sentido.

Necesitamos de los místicos y de los exploradores. Tras su apariencia de seres solitarios, son profundamente comunitarios, pero su comunidad no pasa por la inmediación de la proximidad física, sino que requiere una distancia que es condición para la profundidad y la lucidez. Saben que para poder iniciar a otros en el camino interior hay que haberlo recorrido previamente.

A su vez, todo maestro ha sido antes discípulo. Y así lo reconoce el autor. En estas páginas resuena la herencia de dos grandes maestros que Esteve ha tenido el don de conocer: el padre Estanislau, monje ermitaño al que trató en Montserrat, y Tony de Mello, con el que convivió durante seis meses en el curso de Sadhana que impartía en la India.

Su vida es una alternancia entre palabra y silencio. Diferentes parajes han contenido su recogimiento, así como son frecuentes sus idas a la India, impregnación que se refleja de diversos modos en las páginas que siguen. Desde hace unos años, vive en Mallorca, lo cual no deja de evocarnos a aquel otro místico, Ramon Llull, que se retiró a la montaña de Randa, en la cual recibió luz para escribir un método contemplativo (un Arte) que ayudara a encontrar a Dios.

De un modo no lejano, el presente libro no es ni teórico ni especulativo, sino iniciático. Por ello, la mayoría de los capítulos están presentados como ejercicios. Esto no lo convierte en un mero manual del caminante. Puede serlo, pero es mucho más, porque para que tenga efectos requiere una implicación personal. Solo si se da tal entrega, conduce a una transformación. Porque los ejercicios crean hábitos y los hábitos, estados.

En su propuesta se pueden distinguir tres partes: del capítulo 1 al 28 propone unos ejercicios que describen un recorrido que va desde la conciencia corporal y la respiración hasta el éxtasis en el Tú de Dios que nos adentra en el Todo. Llegados hasta aquí, incorpora todavía algún ejercicio que retoma ciertos estados psíquicos y devocionales que forman parte de nuestra manera de relacionarnos con Dios en cuanto Ser personal.

A partir del capítulo 29, se suceden otros donde el autor comparte sus propias reflexiones antropológicas, así como los nexos que existen entre la psicología y la espiritualidad. Desde hace años, él mismo trabaja en la integración de estos dos campos en los diversos talleres que imparte dentro y fuera de la isla. En verdad, todo el libro es un camino hacia la integración de las diversas dimensiones de la persona y la vida. Así lo explicita: «La meditación ensancha el ámbito de nuestra implicación ya que despierta un sentido mucho más agudo de comunión y solidaridad».

Por último, llegamos a su decálogo. Así como Moisés en el Sinaí recibió con los diez mandamientos la claridad de un modo de comportarse que conduce a un modo de ser, así también Esteve Humet ofrece la síntesis de su propia sabiduría en diez frases. Si la experiencia bíblica es la consecuencia de ese contacto con Dios como El que es (Ex 3,14), la confesión final del autor es que no hay otra forma de alcanzar a Dios más que siendo, porque Dios es la plenitud del ser que deja ser en plenitud.

No podemos sino sentirnos agradecidos de que tanto él como los editores nos ofrezcan la oportunidad de recorrer estas páginas hacia «los espacios infinitos del corazón», a los cuales se llegará tan hondo como uno se disponga con confianza y constancia a transitarlos.

Javier Melloni

Introducción

Hace 22 años, me visitó un amigo que había pasado tres en la India, y me trajo unas fotocopias que rápidamente captaron mi atención: en solo tres folios había resumidos unos 40 ejercicios para ayudar –individualmente o en grupo– a despertar a la interioridad y acompañar hacia el silencio interior.

El autor era un jesuita indio –a la sazón desconocido para mí–, Tony de Mello, quien años más tarde se convertiría en una de las personas que más influiría en mi vida y que más me ayudaría a través de su testimonio personal, su aprecio y su enseñanza.

Lo curioso del caso es que aquel amigo había guardado aquellas fotocopias más de seis o siete años, desde su vuelta de la India, sin habérmelas mostrado. Y justo al día siguiente de hacerlo, me llegó una propuesta de una editorial pidiéndome que tradujese el original inglés de esos mismos ejercicios, ahora ya más ampliados y configurados en forma de libro.1 Se hizo la traducción y el libro gozó de una notable acogida.

Unos años más tarde, la vida me llevó a conducir sesiones de grupo para ayudar a descubrir el Silencio interior. Y en esto ha consistido, con más o menos intensidad, una parte importante de mi trabajo hasta el día de hoy, compaginado con grupos de crecimiento personal (en que se contemplan por igual la vertiente psicológica y corporal) y la terapia individual.

Precisamente a partir de la práctica terapéutica pensé que el poner por escrito este camino de iniciación a la meditación, tal como lo he ido practicando con grupos, podría ayudar, no tanto a las personas ya iniciadas en el camino de la meditación o que practican asiduamente alguna forma de oración a partir de su creencia religiosa, sino sobre todo a aquellas que oyen hablar del tema y desean entrar vivencialmente en él, pero no encuentran a nadie que les ayude en esta exploración. No son raras las personas que me han manifestado esta inquietud en algún momento de mi práctica profesional como psicólogo.

Si esta decisión ha sido acertada o no, me lo mostrará la misma vida. Los que conocen la obra de Tony de Mello percibirán inmediatamente cómo me he aprovechado de su sabiduría, además de la de otros maestros, entre los cuales ocupa un lugar destacado el padre Estanislau M.ª Llopart, ermitaño benedictino de Montserrat, que me inició en este camino.

En principio, amigo lector, permíteme que te dé alguna pauta para que este libro te resulte de mayor provecho: puedes comenzar haciendo una lectura seguida del libro, a partir de la cual decidir si simplemente aprovechas algún aspecto que pueda servirte de ayuda en tu propio camino de interioridad, o si sigues los ejercicios tal como están presentados. En este caso, te recomendaría que los siguieses en el orden en que los encuentres, y que practiques cada ejercicio unas cuantas veces, por ejemplo durante una semana, antes de pasar al siguiente. Pronto constatarás que algunos te resultan más agradables o fáciles que otros: hay personas que tienen más facilidad para visualizar que para sentir, y otras, porque son más auditivas, se sienten muy cómodas repitiendo interiormente una palabra o frase y, en cambio, les cuesta más ayudarse a través de imágenes internas. Aquí encontrarás una doble opción: o bien seguir los ejercicios que espontáneamente te resulten más fáciles, o bien intentar también los otros, y así ejercitar lo que no te resulta tan fácil y enriquecer tus capacidades interiores. Yo te recomendaría que lo probases todo, sin descartar ningún ejercicio de entrada, y que con el tiempo vayas quedándote con aquellas prácticas que notes que te facilitan más el salto interior al Silencio.

Los ejercicios que propongo quieren ser ayudas más que vínculos. Todos son relativos y, por tanto, opcionales. Todos son medios y no fines: el único fin es la plenitud del Silencio (por decirlo de alguna manera), y «Eso» trasciende cualquier medio. Sé, pues, lo bastante flexible como para compaginar el plan que te propongo con tu propia sabiduría interior, a la cual apelo en última instancia y en la cual confío plenamente.

Si optas por comenzar a practicar los ejercicios sin haberte leído antes el libro completo, te recomendaría que, como mínimo, leyeses los capítulos finales –«Reflexiones que pueden ayudar»–, de género más directamente temático que los ejercicios, porque pueden así serte útiles desde el principio.

La experiencia me ha mostrado la riqueza de practicar el silencio en grupo, pues se crea una atmósfera especial que ayuda intensamente a todos, pero en particular a aquellos que comienzan y que experimentan más dificultad en practicar solos. Quizás lo hayas vivido ya. Si no, te invito a probarlo. De hecho, los ejercicios tal como te los presento reflejan mi propia práctica grupal.

A través de las diferentes tradiciones espirituales, he constatado que si bien existen diferencias en lo que respecta al lenguaje y, en general, a los medios que pretenden conducirnos hacia los últimos niveles de realización de la persona, cuando se refieren a estos medios coinciden en señalar la pobreza de las palabras y se mueven más cómodas en una teología «apofática» o negativa: resulta más fácil hablar de lo que el Absoluto no es que de lo que es. Y cuando hablan de Él en cuanto Ser, lo hacen refiriéndose al Ser de todo, sin que nada quede excluido. Y aún resulta más apropiado ni siquiera mencionarlo porque Él trasciende todo concepto y expresión verbal.

En este sentido, he intentado que estos ejercicios fuesen básicamente existenciales, de tal manera que cada persona pueda hacerlos compatibles con sus propias creencias y opciones religiosas, siendo respecto a ellas más un complemento que un sustituto. Si en algún momento lees alguna afirmación que no te resulte cómoda, preferiría que no perdieras tiempo discutiéndola interiormente, sino que te quedaras tranquilamente con tu punto de vista y continuaras tu propia búsqueda interior, aprovechando de los ejercicios lo que te resulte asumible desde tus creencias. Permíteme, no obstante, remarcar que el último despertar siempre trasciende los conceptos mentales y que no en vano los místicos hablan de las noches interiores para referirse a las fases del camino en que ya no es posible aferrarse a ninguna experiencia sensible ni a ningún concepto o creencia, para encontrar seguridad en ellos, y uno se ve impelido a saltar hacia un gran Vacío liberador en el que los límites entre el yo del individuo y el Tú del Absoluto se difuminan en una no-dualidad que lo abraza todo, a la vez que respeta la identidad de cada individuo y criatura. Con esto quiero decirte que si te implicas a la hora de seguir estos ejercicios, creo que te aprovechará más si lo haces desde un corazón sencillo y abierto y no desde una mente excesivamente analítica que pretenda objetivarlo todo.

1

Preparándonos

Antes de referirme propiamente a los ejercicios de meditación, permíteme hacer algunas consideraciones generales que quizás te ayuden.

Meditar es aprender a vivir en profundidad, no solo durante la meditación,2 sino todo el día. El rato que dedicamos más específicamente a ello es un tiempo intenso de aprendizaje y atención que va despertando un trasfondo de conciencia que se mantiene más o menos despierto a lo largo del día y que va configurando una determinada manera de relacionarnos con nosotros mismos, los demás y el mundo. A este trasfondo es al que me refiero cuando hablo de silencio a lo largo de este libro. Silencio, pues, querría decir algo más que un puro tener la mente en blanco. Estaría más bien relacionado con el Ser –el trasfondo–, más allá de pensamientos, sensaciones o sentimientos, pero no necesariamente incompatible con ellos. En cuanto estado de conciencia podemos, pues, estar en profundo silencio aunque pensemos, hablemos o hagamos cualquier otra actividad. Este será el objetivo de nuestro aprendizaje.

En este sentido, pronto constatarás la estrecha correlación que existe entre el cuerpo, la mente, los sentimientos o las emociones y ese trasfondo de que hablaba. Por eso, aunque existe siempre, dicho trasfondo se hace más consciente cuanto más armónica sea la relación entre el cuerpo, el pensamiento y las emociones, es decir, lo que llamaríamos nuestro ser individual. Y al mismo tiempo, esta armonía dependerá también de las relaciones de nuestro ser individual con el exterior, como el trabajo, las relaciones humanas, las actividades en general, la información, etc.

Y a la inversa, cuanto más despertemos el trasfondo, más armonía iremos provocando en todos los otros niveles de la existencia.

De ahí que todos los maestros espirituales den, de una manera u otra, un doble consejo: dedicar tiempo a la meditación o el silencio interior y mantener despierta la atención en todas las actividades de la jornada a fin de que, presente a presente, vayamos armonizando cada vez más la vida corporal con la mental, la emocional y la espiritual. Y al mismo tiempo, vayamos armonizándonos cada vez más con el mundo que nos rodea.

Esta será, quizás, la primera dificultad con que nos toparemos en el camino que deseamos emprender y que suele citarse en los comienzos: la falta de tiempo. Ciertamente, quien más quien menos, todos estamos bastante atareados, pero también es cierto que, en gran parte, vivimos el ritmo de vida que hemos escogido. Sin embargo, si vemos la necesidad de ello, descubriremos maravillados cómo vamos encontrando momentos, quizás al principio no demasiado largos, para dedicarnos a la exploración interior. Con el tiempo, constatamos que esos ratos lo último que son es tiempo perdido, porque dan una determinada calidad de conciencia a todo lo que hacemos, de tal manera que vivimos mucho menos estresados y con la intensa sensación de armonía que hemos mencionado.

En lo que concierne al tiempo que dedicamos a meditar, es muy relativo: si no has meditado antes, vale más empezar por sesiones no demasiado largas, como de 15 minutos, para que no te resulte muy pesado o aburrido en los inicios, y abandones la práctica. Poco a poco, constatarás que te sientes bien alargando las sesiones a 40 minutos o a una hora. Aun siendo flexibles en este punto (como en todos, por otra parte), vale la pena tener en cuenta que muchas veces meditar resulta árido y hasta aburrido, pero que a menudo es entonces cuando estamos realmente yendo más allá de nuestro pequeño yo y sus deseos, para ir abriéndonos a un Yo que nos trasciende y expande. Por eso creo que es beneficiosa la práctica de asignarse un tiempo determinado para meditar y, en principio, respetarlo, tanto si estamos muy atentos y concentrados como si nos sentimos más bien distraídos o incómodos.

Lo ideal sería dedicar a la meditación más de un rato al día, por ejemplo, por la mañana y al atardecer. Eso ayuda mucho a crear cierto estado «meditativo» o de despertar de conciencia que se va volviendo más y más permanente a lo largo de nuestra jornada, con sus actividades varias.

Si me preguntas qué tiempos del día son los más adecuados para la meditación (suponiendo que tengas la posibilidad de elegirlos), parece que hay un común acuerdo en señalar el alba y el atardecer como los más recomendables, probablemente porque es cuando las energías del día y la noche están más equilibradas y facilitan mejor la quietud de la mente y el bienestar del cuerpo.

Respecto a la actitud con que hemos de enfrentarnos a los tiempos de meditación, creo importante que sea muy libre de expectativas, es decir, que no vayamos a vivir nada ya predeterminado de antemano, porque el presente siempre es inédito; ni que queramos repetir «experiencias» pasadas, vividas en otros momentos de meditación, sino que vayamos realmente a «perder el tiempo», a «no hacer nada»: actitud que no nos resulta fácil por lo acostumbrados que estamos a buscar utilidad a todo lo que hacemos. Hemos de ir a la meditación con la actitud de quien va a hacer lo más inútil –al menos en apariencia– de su vida. Precisamente porque meditar no consiste en hacer nada, sino simplemente en ser.

Es también bastante comprensible que un cuerpo que está digiriendo una comida copiosa no pueda tener la claridad mental de otro que come con mayor frugalidad. De ahí que también se recomiende meditar con el estómago vacío o casi vacío, para facilitar una atención despierta. Y más en general, en lo que concierne a la dieta, se recomienda comer alimentos que no creen pesadez o «intoxiquen» el estado general del cuerpo, sino que más bien sean saludables y energéticos.

Otra cuestión que suele abordarse cuando se empieza a meditar es la de la postura corporal: ¿se ha de meditar sentado en el suelo sobre un cojín, o en una silla, o tumbado, etc.?

Una vez más –como en todo lo dicho con anterioridad–, la respuesta correcta sería que da igual, porque la meditación es un estado de conciencia que no puede depender directamente de eso, aunque la experiencia enseña que mientras no hayamos llegado a vivir en ese estado de una manera constante y plena, y querramos dedicarle ratos a hacerlo más consciente, la posición que ayuda más es con la espalda recta –que no quiere decir rígida–, en una actitud a la vez activa y relajada. Si te es posible mantenerte así, sentado y con las piernas cruzadas, como hacen con facilidad los orientales, mejor que mejor. Pero antes de forzar dolorosamente las rodillas y estar durante la meditación más pendiente de las incomodidades del cuerpo que del silencio interior, es preferible que adoptes la postura que te resulte más cómoda, sea cual sea, para poder pasar un rato sin tener que moverte ni sufrir. Siempre que, como te decía, mantengas la columna vertebral recta. De entrada, te desaconsejaría la posición horizontal, es decir, acostado, porque constatarás que no resulta difícil dormirse. Aunque personas que han adquirido un grado de conciencia espiritual notable pueden utilizar también esta posición para abandonarse al silencio consciente.