Camino y cuentos - Ruben Quintana - E-Book

Camino y cuentos E-Book

Ruben Quintana

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Beschreibung

Veintitrés son los textos elegidos para conformar este libro de Ruben Quintana Camino y cuentos. Cada uno de los relatos conforman un universo propio que van desde lo fantástico (como Pesadilla) pasando por el policial (Zapatos de charol) y el reflexivo (Papá). Rubén se centra en algunas historias personales, en sueños y angustias que lo han seguido por tiempo, y en la posibilidad de mirar cada uno de esos momentos a través de un prisma que lo deforme y los vuelva atractivos para el lector. "Una transferencia de títulos por más de cinco millones de dólares que no era de nadie" desata una historia de estafas y traiciones, bajo el título Malos Negocios. La frase "Con algunas gotas de alquitrán en la voz y silbando bajito un tango, se acercó hacia el bar en donde solíamos juntarnos", se abre una de las historias más sensibles, El Rey del Río de la Plata. Durante cada momento de este libro de cuentos, Rubén se dedica a pasearnos por historias que nos dejarán pensando, que nos permitirán asomarnos a diferentes universos. Contar exige varias condiciones, una de ellas es la de poder brindar al lector un recorrido en que converjan la tensión y la belleza, la otra es la necesidad total de narrar aquello que nos cuestiona, aquello que necesitamos decir. En Camino y cuentos, Ruben Quintana logra estas condiciones y nos invita a mucho más. Como sentencia el autor: "Todo termina, para que todo vuelva a empezar". Marcelo Rubio.

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RUBEN QUINTANA

Camino y cuentos

Quintana, Ruben Camino y cuentos / Ruben Quintana. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4770-5

1. Cuentos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

TRES PALABRAS

MALOS NEGOCIOS

LA HABITACIÓN SIN NÚMERO

PACTO DE AMIGOS

EL REY DEL RÍO DE LA PLATA

PESADILLAS

OJOS ROJOS

MILAGROS

MIRADAS

FRESIAS

PAPÁ

RELACIONES PELIGROSAS

LUTO ANÓNIMO

UN HOMBRE ALADO

LOS DOS LEONES

TRIÁNGULOS

TRIÁNGULO ESCALENO

TIEMPOS SALVAJES

ZAPATOS DE CHAROL

El GATO DUMAS

MARTA Y ERNESTO

ÉL ES ELLA

UNA HISTORIA

Agradecimientos

A Marisa, por siempre estar cerca, por su mirada y su compañía invalorable.

A mis hijos, por ser los dueños del amor que no se discute.

A Marcelo Rubio, por su ayuda, su nobleza y su grandeza a la hora de la corrección.

A la memoria de Diego (Piraña), porque por un sueño y por él, comencé a escribir…

TRES PALABRAS

Dedicado a Diego (Piraña)

Llegaba tarde, casi como de costumbre, y el revuelo en el lugar era llamativo. En los ojos de su madre, vi lágrimas. Todos, estaban detrás del fino portón de hierro que dividía el mundo exterior del hogar y que tantas veces, con su asombrosa agilidad, había saltado.

Él había vuelto, había estado ahí tan sólo por unos minutos, tiempo suficiente como para encender la llama de la felicidad en cada uno de los que en ese lugar estaban.

—¡Estuvo aquí!, ¡mi hermano estuvo aquí!, si hubieras llegado unos minutos antes, seguro que lo hubieses visto. ¡Está bien!, ¡cómo siempre!... ¿entendés? —comentaba mi mujer, al tiempo que mezclaba risas con llantos.

El alboroto era infernal, y la magia, por definirlo de alguna manera, se hizo presente.

En uno de los muros linderos de la casa, paulatinamente comenzó a tomar forma algo, luminoso, sin definición y creciente. En cuestión de segundos, esa masa de colores dio paso a una imagen. Era él, sin salir de mi estupor y con los ojos desorbitados, no podía creer lo que sucedía. En esa misma pared, con algunos rasgos de humedad, se alzaba la filmación de lo ocurrido unos instantes atrás, antes de mi arribo.

Estaba feliz, como siempre, con el infaltable cigarrillo en la mano, testigo y compañero desde su adolescencia, de sus travesuras de hombre-pibe. Sólo pedía que no lo tocaran, dado que su estado era “luminoso”, algo que “Por esta vida no podrán comprender”. Según sus palabras.

—¡No puede ser! —exclamé con furia.

Pero mi negación no se debía lo ocurrido, sino a que una vez más, no pude despedirme. En la oportunidad anterior, teníamos una asignatura pendiente, una charla, como hermanos, como tantas veces las tuvimos. En esta oportunidad era distinto, el destino había echado sus cartas y los acontecimientos se sucedieron. Sólo quería decirle tres palabras, pero, esto no quedaría así.

Las variables del tiempo son infinitas y los océanos de la vida más aún. La morgue era ahora, el escenario. El protagonista, el cuerpo de mi mujer.

El médico, enigma central de todo, me pidió con mucha amabilidad que le ayudase a despojarla de sus ropas. Una coraza que lo repelía todo colmó mi ser. No sentía nada extraño. Y pensar que era el cuerpo de lo que más amaba en la vida. ¿Yo?, inmutable.

—No se preocupe doctor —acoté al médico—, ella volverá, le juro que volverá.

—¡Por favor hombre!, si está muerta —irrumpió enérgico, mientras me clavaba la mirada.

Desnuda, la contemplé a solas una vez más. Estaba como dormida, esperando que la zamarrease como era mi costumbre. Sólo algo me llamó la atención, no tenía la mano derecha, pero lo que había ocurrido, no me interesaba.

Luego de observarle el cuerpo, levanté despacio la vista hacia el rostro. Ese fue el preciso instante que sus ojos comenzaban a llamar a la luz. La vida, místico elixir ajeno a los mortales, comenzaba a invadirle el cuerpo.

Hicimos el amor como la primera vez, como adolescentes. Estaba algo distinta, rara. No era ni mejor ni peor y me gustaba.

—¡Dejala, dejala, alejate de ella!...

Una voz que no sabía de dónde provenía, me ordenaba retirarme de ahí. Al volver para mirarla, mi mujer ya no estaba. En su lugar, yacía un ser con rasgos parecidos a los de una bestia, queriendo robar mi vida para alimentar la suya. Presioné su cuello con violencia, furia y rabia, hasta dejarlo sin ninguna posibilidad. Luego de esa agobiante lucha, había logrado mi objetivo. El tan deseado trofeo, la vida, aún estaba en mí.

De nuevo el médico entró en escena.

—Vení —asintiendo con su cabeza y posando la mano en mi hombro—, yo te voy a mostrar la verdad.

Abrió una de las puertas laterales de la morgue y nos encontramos en un parque, un bellísimo lugar en donde la naturaleza, había diseminado todas sus bondades.

Por la cantidad de gente que había, casi no podíamos caminar. Pero algo que me extrañaba de ellos, sus miradas, sus rostros, estaban invadidos de expresiones de júbilo y actuaban de una manera bastante infantil.

—Doctor... ¿dónde me lleva?

—Vení tranquilo, pero te advierto —y mirándome a los ojos, me ordenó—, tratá de estar calmo y como —haciendo ademanes con sus manos— feliz, si no se darán cuenta que no sos de acá y te tendrás que ir, ¿comprendido?

Asentí en silencio. Todos corrían, se caían, jugaban y no existía recriminación alguna. En sus rostros sólo se podía percibir, una absoluta e infinita sensación de felicidad.

Ahí estaba mi mujer, mucho más parecida a la adolescente que conocí unos cuantos años atrás. Al verme no se alarmó en lo más mínimo. Su rostro, fresco como una lluvia de verano, irradiaba luz igual que una estrella.

—Mi hermano no está, lo siento... aquí ya se hizo de un montón de amigos y ahora está en la casa de uno de ellos, qué lástima. Le voy a dejar tus saludos. Pero... Disculpame, tengo que ir a buscar a Dany, él no se ha terminado de adaptar y me necesita. Bueno, chau.

Con una sonrisa se despidió de mí y partió. Me sentí vacío, sorprendido y desconsolado, siendo sólo yo, la contracara de toda la felicidad que reinaba en ese lugar.

El médico me marcaba que el tiempo ya se terminaba.

El destino había echado sus cartas y los acontecimientos se sucedieron. Sólo quería decirle tres palabras: “Te quiero mucho”. Pero tal vez, el mismo destino tendrá preparada para ambos una velada inolvidable. Quizá en una nueva oportunidad. Sólo falta que él decida cuándo.

ENERO DE 1994

MALOS NEGOCIOS1

Terminaba de cerrar la puerta de la oficina del sector de títulos de una de las financieras más importantes del mercado, cuando veo que se vuelve a abrir. Rolando, el empleado del sector que lideraba y uno de los más antiguos de la empresa, otra vez se encontraba frente a mí. Lo miré con fastidio, era usual verlo rondar por mi escritorio con otro de sus problemas sin solución, “a qué comitente mando estos bonos” o “no sé qué hacer con esta operación”. Tanto por su personalidad como por sus temores, tomar decisiones era muy difícil y las responsabilidades lo agobiaban.

Acomodándose los anteojos y titubeante ante la pregunta que iba a formular, no imaginaba que, con ella, estaba dando nacimiento a una historia que tendría un final inesperado.

—Perdón, pero el banco Internegocios volvió a transferirnos los cinco millones de bonos de...

—¡Otra vez Rolando! —lo interrumpí, dejándolo con la palabra en la boca— ¡ya te dije que hablaras con ellos y le dijeras que no transfieran más esos benditos bonos, esa operación no es nuestra!

—Sí, pero… ellos insisten...

—¡Pero nada! —Y levantando la voz— andá con esa operación a la mesa y...

En ese instante pude abstraerme de lo que estaba sucediendo. Una transferencia de títulos por más de cinco millones de dólares que no era de nadie. No lo dudé, estaba frente a una oportunidad. Por los años que llevaba trabajando en el mercado financiero, sabía que muchos operadores de la mesa de dinero realizaban sus “negocios particulares” con operaciones como esta, escondiendo en cuentas de otras financieras valores de esa envergadura o realizando “otras maniobras”. ¿Y por qué no podría hacer lo mismo? Esta debería ser una operación “azul”, —denominadas así, por evadir al fisco —, “si para la DGI no existe, no existe para nadie”, pensé. El Plan Primavera era un recuerdo con sus nefastas consecuencias. La realidad de esta nueva Argentina, con Cavallo abriendo la economía y el Plan Bonex como regalo de su antecesor —Erman González—, habían propiciado el ámbito oportuno para esta clase de operatorias.

Recostándome en el sillón e invitando a Rolando a tomar asiento, le comenté, luego de pedirle disculpas por levantarle la voz, que me haría cargo de solucionar esa operación. Las facciones en la cara de aquel pobre se transformaron. Una vez más, se desligaba de un tema en que había que tomar decisiones.

Subí hasta el piso en donde se encontraba la mesa de dinero e imaginaba qué postura tomaría Nacho al escuchar mi idea. Si aceptaba, además de mi amigo de toda la vida, sería mi socio. Esta era una oportunidad única, como a pedir de boca.

El lugar era un infierno, una jungla humana de fieras adornadas con corbatas italianas y camisas importadas. Sentados en una mesa con 20 posiciones, algo así como centrales telefónicas, estaban situados la misma cantidad de operadores financieros. Uno a uno, teléfono en mano, poseían comunicación directa —punto a punto—, con infinidad de bancos, financieras y casas de cambio. Papeles tirados, computadoras informando cotizaciones y pizarrones con tendencias, eran el marco de todas las jornadas de la semana. Parte de la usurera “patria financiera”, que le chupó la sangre al país durante tanto tiempo, estaba frente a mí y yo, a punto de jugarle una movida de jaque.

—¡Nacho!, ¿me podrás solucionar este tema? —mostrándole la minuta de la operación, el joven salió de su mundo de números y tasas y, mirándome fijo, me contestó.

—¿Podrías venir más tarde? —con una elocuente expresión de fastidio.

—Ok pero… ¿me prestás atención sólo un segundo? —le respondí.

Tomé un papel y en letra manuscrita, escribí un mensaje, fue como poner la zanahoria delante del caballo y sólo esperar a que la muerda. Decía: “Descubrí algo muy grande que se le escapó al Inter, llamame al interno...”. Ofuscado tomó el papel, lo leyó con atención y luego de “cerrar” la línea, levantó la vista y me guiñó un ojo. Destrozó el papelucho. Se comunicaría conmigo en el transcurso del día. Intuía que había picado el anzuelo, sólo me quedaba esperar que las horas transcurrieran, todo iba viento en popa.

Sentado en el despacho, rearmé la estrategia. Más de siete años de sacrificios se ponían en juego en esta aventura. Terminé el cigarrillo, puse manos a la obra y comencé con el operativo que me cambiaría la vida. El final de otro atareado día de trabajo estaba llegando y, el esperado llamado, no tardó en concretarse.

—Hola, —reconocí el timbre de su voz— contame de qué se trata.

—¿Tenés tiempo?, mirá que voy a tardar

—Sí, dale, pero... contame de una buena vez.

Al detalle comencé a describir lo ocurrido y el plan. Con un par de interrupciones pude percibir como mi potencial aliado comenzaba a interesarse. Al final del relato, me dio su aprobación. El plan lo había cautivado.

Unas horas después, con la jornada laboral concluida, le dimos idas y vueltas a la idea y llegamos a una conclusión, deberíamos distraer por un tiempo el paradero de esos bonos en una cuenta abierta en una financiera amiga. Ese sería el primer paso, y un lugar seguro para que descanse nuestro “tesoro”. Nacho se ocuparía, una vez escondidos los bonos, de canjearlos por dinero fresco en el mercado informal, más conocido como Blue. Sólo habría que incluir en el negocio a un contacto externo. “Eso queda por cuenta mía, tengo un amigo en Surfinán” me contestó muy confiado y, pidiéndome que esperase diez minutos, retornó a la mesa. La charla continuó. A la media hora, todo estaba cerrado, ya teníamos a nuestro contacto.

Un nuevo día asomaba con ser provechoso. Fui el primero en llegar a la oficina. El lugar relucía como si nadie hubiese estado por días. El trabajo de hormigas realizado por el personal de limpieza es algo que nunca apreciamos. Arrojé el saco al perchero y tomé el teléfono para hablar con mi socio, el llamado no tardó en ser respondido.

—Hola ¿Nacho?

—Sí —con voz baja—, te llamo en unos minutos, estoy terminando de cerrar el tema.

La operación se estaba gestando, tomé la calculadora y comencé a imaginar cuanto me correspondería. Paridades, intereses devengados, valor actual. Más que grata fue la sorpresa cuando llegué a la suma, ¡un millón y medio de dólares! Esta aventura debería tener un final feliz.

Fingí un dolor de cabeza y pospuse el “break” del mediodía, Nacho también. El punto de reunión fue mi oficina. Ahí terminamos de cerrar el plan.

—El contacto en Surfinán está, pero tenemos que abrir una cuenta para dejarlos ahí por un tiempo.

—¡No! —exclamé— yo quiero la guita ahora sino…

—¡Tranquilizate!, ¿total? a medida que pase el tiempo iremos cobrando intereses, que te parecen veinte mil dólares mensuales.

Esta nueva idea me sedujo más aún, no tenía muchas posibilidades, el “piloto técnico” de la operación era Nacho y tenía experiencia en el tema. Yo continuaría pensando en los pasos a seguir.

—Un punto importante —Nacho tomó la palabra—, la cuenta tiene que estar a nombre de alguien de confianza, yo no tengo a nadie.

Pensamos, buscamos y hurgamos largo rato. En ese momento con un “¡eureka, lo tengo!” puse sobre la mesa una posibilidad, tenía un nombre para la apertura de la cuenta y jamás la vincularían con nosotros.

—¡Mi suegra! —exclamé con júbilo— claro, si me quiere como un hijo, además, en la cuenta tiene que poner su apellido de soltera y...

—Pero, pará un poquito —Nacho se reclinó sobre el escritorio— le vas a tener que contar, además tu novia se va a enterar también...

—¿Y cuál es el problema?, ¿me estás jodiendo? —lo interrumpí ofuscado— ¿Te tengo que recordar desde cuándo nos conocemos los tres? ¡Sabés perfectamente qué clase de persona es Laura, sos su amigo desde que eran chicos!

—Sí, pero no te lo tomes así, tranquilo… tenés razón, a Laura le debo muchísimo, no debería dudar de ella ni de su madre…

—Confío en mi suegra y su discreción. Además, el tema de bonos, paridades y toda esa mierda, los tiene más que claro, o te olvidaste en dónde trabajó y qué responsabilidad tenía...

—Está bien… no digo más nada —Nacho no estaba convencido, pero no había alternativas— la idea es tuya, confiemos en eso.

—Ok, vos hacete cargo del contacto en Surfinán que yo me encargo de la apertura de la cuenta con mi suegra.

Pasaron varios meses y las aguas estaban tranquilas. Mi suegra, algo desconfiada, había aceptado llenar todos los datos para la apertura de la cuenta. A esa vieja zorra de las finanzas era muy difícil engañarla respecto de inversiones, títulos valores o ingeniería financiera. Antes de firmar hizo varias preguntas que respondí, dejando algunos temas no muy claros, aun así firmó. Con el tiempo me di cuenta que era más astuta de lo que imaginaba.

En la empresa nadie se había percatado de nada, al menos eso suponíamos con Nacho. Mi nivel de vida había cambiado, pero siempre con la cautela suficiente como para que nadie notase la diferencia, todo era llevado a cabo con un muy bajo perfil. Por esos tiempos sí haría un cambio que era muy difícil que pasara desapercibido, mi casamiento. Luego de entregar las tarjetas de participación a casi todos los miembros de la mesa y algunos directores, el destino se preocuparía por jugarme una mala pasada.

Era un día como cualquier otro, llegué a la oficina a las diez y quince de la mañana y en el escritorio había una nota dirigida a mi persona. La leí apurado, intuía que algo no marchaba bien. Tal como supuse, el papel decía “Se pudrió todo, apretaron a algunas personas de Surfinán y buchonearon, vos quedaste pegado, yo zafé, no me mandes al muere, cuidate”. No podía creer lo que estaba leyendo, por unos instantes perdí el dominio de mí, lo que llamó la atención a algunos de mis empleados. A los pocos segundos, opté por salir del escollo con un chiste y culpé a un simple bajón de presión, por el mal momento.

Solo en el despacho, tomé el teléfono y disqué el interno de Nacho, al instante me respondió.

—¿Cómo estás?, no te preocupes ahora bajo y te comento el precio de la raqueta que me encargaste...

No me dejó pronunciar palabra y cortó. Entendí el tema de la raqueta, era nuestra contraseña respecto del “negocio”, basada en la afinidad común por el “deporte blanco”. Minutos más tarde, estaba sentado frente mío y, algo nervioso, pasó a relatarme lo acontecido.

—Se pudrió todo, pude averiguar que hace un tiempo descubrieron el robo de los títulos y sabían dónde estaban, pero no podían encontrar relación con el nombre del titular de la cuenta, pero al ver tu tarjeta de casamiento...

—¡No te puedo creer! —exclamé con furia— ¡por esa pelotudez caímos!

—¡Claro!, ¡los detalles! Estaban investigando a varios sospechosos, pero al verla —la tarjeta de invitación, en la que figuraban el nombre de los novios y de los padrinos, mi suegra era uno de esos—, les cerró todo el círculo, seguro que te van a llamar para “apretarte”.

—Y vos, ¿cómo quedaste? —le pregunté.

—El pibe de Surfinán y yo, estamos limpios, por favor —acercándose y mirándome fijo a los ojos—no me cagués, lo que seguro ocurrirá es que te rajen, pero no te preocupes, no te voy a dejar solo, confiá en mí.

Dudé unos segundos en contestar. Nacho era como un hermano, no me defraudaría.

—Está bien… andá —recliné la cabeza buscando una explicación, que no encontraba.

Solo en la oficina, prendí un cigarrillo y lo pité, con tanta ansiedad como si fuese un principiante. Estaba en medio de una tormenta, solo y sin timón. Comenzaba a arrepentirme de lo que había hecho, era mi vida y mi futuro lo que estaba en juego y ¡quién mierda me había mandado a meterme en todo esto! Pero, las cartas estaban echadas con el juego a punto de concluir. Había perdido.

Por fin el teléfono comenzó a sonar, el llamado que estaba esperando debería ser ese.

—¿Hola? —pregunté con voz tenue.

—Buen día, te habla Mariano, por favor, ¿podés apersonarte en mi despacho?

—Sí, Mariano, en unos minutos voy.

Con seguridad esa era una de las últimas oportunidades que pisaba mi oficina. Siete años de mi vida comenzaban a hundirse, y yo con ellos.

Frente a la puerta del despacho de Mariano, el vicepresidente de la empresa, me pasé ambas manos por la cara, buscando despabilarme, arreglé el nudo de la corbata y golpeé con firmeza. En el interior, había varias personas, muy bien vestidas y, justo detrás del escritorio principal se encontraba la astuta figura de Mariano, esperándome paciente, cual felino que acecha a su presa.

Luego de presentarme a los asistentes, un abogado, un escribano y un funcionario de una empresa amiga —Surfinán—, me invitó a que tomase asiento. El muy cínico me preguntó qué deseaba tomar, ¡hasta me ofreció alguna bebida alcohólica!, tal vez pensaba que yo no estaría al tanto de nada. Frotándose las manos comenzó a caminar en todas direcciones por la amplia oficina, a la vez que comenzaba con el relato de una historia, pero “sin final feliz”, según sus palabras. Cada vez que sus caminatas lo cruzaban conmigo, se preocupaba por clavarme la mirada.

Fue llevando la narración hacia un plano real, hasta darme todos los indicios, hablaba de mí. Con el relato, esperaba que reaccione y me hiciese cargo. A esta altura me encontraba metido hasta el cuello y, tal como pretendía, le presenté batalla, metiéndome en su juego. Ya no me importaba nada.

—Perdón Mariano, ¿estás tratando de insinuar que yo estoy metido en lo que estás contando?, —pregunté.

—Yo no lo estoy insinuando, lo estás haciendo vos, o ¿tenés cola de paja?

—¡No!... es que...

—¡Es que nada! —y dando un fuerte golpe sobre el escritorio— ¡A nosotros nadie nos toca el culo!, ¿quién carajo te creés que sos?, ¡no valés una mierda!, y con esto —posando su dedo pulgar en mi rostro— ¡te puedo aplastar!, ¿¡entendés!?

Las personas que estaban junto al exaltado financista detuvieron lo que sería el comienzo de un combate pugilístico entre Mariano y quien relata estos hechos. Luego de que el abogado le murmurase algo al oído, prefirió la calma. Se acomodó el saco, arregló su lacio cabello castaño, respiró profundo un par de veces y se sentó en el escritorio, justo frente a mí.

—Bueno... —bajó la cabeza, aguardó unos segundos y luego la levantó— tanto vos como los que aquí estamos sabemos lo que hiciste, no sé muy bien cómo, ni tampoco me interesa demasiado, pero lo hiciste. Tengo todas las pruebas para mandarte en cana, pero esa no es mi intención, es más, preferiría verte en un zanjón con un par de tiros en la cabeza, pero no me quiero ir de tema —Mantenía su mirada fija en mí. —Vas a hacer lo que yo te diga, si sabés lo que te conviene, a vos y a las personas que involucraste en esto. Escuchá bien. Primero, vas a renunciar a la empresa y ni sueñes llevarte un mango. Segundo, tu suegra va a firmar esta transferencia de los dos millones de dólares en bonos a una cuenta en el Uruguay...

¡Dos millones de dólares!, mis oídos no se habían equivocado al escuchar la cifra, algo no cerraba, por “tres millones de razones”. Mariano continuaba hablando, pero a esa altura había dejado de prestarle atención, solo lo miraba. Trataba de interpretar una y otra vez lo que había dicho. Faltaban tres millones de dólares, los caminos posibles me conducían hacia una sola persona, Nacho. Por un momento pensé en delatarlo, no sé por qué no lo hice, y agradezco no haberlo hecho.

Mariano seguía parloteando y, a la vez, disfrutando de todo lo que decía, fue en ese momento cuando regresé de mis pensamientos.

—Espero que hayas entendido todo, aquí tenés la transferencia que tu suegra debe firmar, ah... y antes de decirle adiós a tu fallido robo mi estimado Robin Hood, ¿no te interesaría saber qué será de tu dinero?

Mi respuesta fue una simple encogida de hombros, pero la sed de omnipotencia de ese idiota hizo que de su boca salieran palabras que nunca tendrían que haber salido, Está dicho, el pez por la boca muere.

—Igualmente te lo voy a contar... —y ante la mirada de reprobación de los demás asistentes, comenzó el relato.

Luego del repertorio de alabanzas a su propia persona, este imbécil me confesó que la operación de transferencia de bonos la habían hecho desaparecer y, como el banco emisor nunca había reclamado nada, los bonos serían para ellos. A esa altura, poco me interesaba lo que ese estúpido decía y, luego de levantarme, acepté la orden de que tenía un par de horas para recoger mis cosas y despedirme. Me levanté muy sereno, miré uno a uno a los buitres que estaban frente a mí y me retiré. Sólo tenía un pensamiento, Nacho.

Subí las escaleras en dirección de la mesa y, en cuestión de segundos, entré bastante exaltado, por suerte nadie sospechaba que buscaba a mi socio. Todos estaban enterados de mi “avivada” y, los muy tontos creyeron que mi estrepitosa entrada, era por mi reciente condición de despedido.

—¡Escuchame bien pedazo de hijo de puta!, —le dije a Nacho al oído, me alejé unos centímetros al tiempo que le clavaba la mirada— en dos minutos estoy en mi oficina, te conviene venir, ¿ok?

Nacho sólo atinó a asentir con la cabeza y a hacerme un ademán con las manos para que me serene, respondiéndome que bajara tranquilo, me llamaría.

Sentado en el despacho y devorándome un cigarrillo, esperaba impaciente que el teléfono sonara. El chillido de las campanillas no tardó en aparecer. Al levantar el tubo, Nacho, nervioso, estaba del otro lado.

—¡Hola, qué mierda te pasa!, ¿te volviste loco?

—Si yo soy un loco, vos sos un garca.

—¡No te entiendo nada, calmate y explicame que no entiendo un carajo!

Tuve que emplear algunas artimañas y poniendo trampas disfrazando el relato, pude comprobar que Nacho ni el “contacto” en Surfinán tenían algo que ver con la desaparición de los tres millones, pero ¿dónde estaría ese dinero? Desmoralizado, comencé a despedirme de los amigos que supe cosechar en estos siete años. Al día siguiente debía regresar y traer la famosa transferencia firmada por mi suegra. Sabía que nunca más volvería a ese lugar. Lo intuía, el futuro estaba a punto de cambiar, pero nunca hacia el lugar donde cambió.

Gestionar residencias “truchas” no es nada difícil en un país como este, si se poseen los dólares suficientes. Las Islas Caimán son fabulosas y más aún si a un banco de George Town se han transferido tres millones de dólares. Hace dos años que mi vida en este paraíso del Caribe, con mi esposa y mi suegra, es un sueño hecho realidad. Las finanzas caminan viento en popa, tal vez porque la cadena de restaurantes de comida rápida que abrí en distintas playas de la zona da excelentes réditos.

Una vez por semana, los domingos, recibo un ejemplar del diario de mayor tirada de Argentina. Más que grata fue la sorpresa cuando en el suplemento de policiales leí que se les dictaba prisión preventiva a los funcionarios de un prestigioso banco de negocios entre los que se encontraba el Lic. Mariano... no vale la pena mencionar su apellido. El tema rondaba en una denuncia anónima que recibió el banco Internegocios contra esta seria entidad bancaria, por una supuesta transferencia de cinco millones de dólares en bonos que habían desaparecido. Investigando, se llegó a descubrir que, el vicepresidente de la compañía imputada, había hecho desaparecer parte del dinero a una cuenta de un testaferro suyo en el Uruguay. Pero la parte más importante del botín había desaparecido, según las palabras del periodista especializado. Los tres millones restantes “alguien” los habría sacado del país y ese “alguien” debía ser especialista en ingeniería financiera, o mejor dicho, “un maestro”, por lo complejo de las operaciones realizadas y por no dejar rastro alguno.

La tarde transcurrió serena como de costumbre, pero en esta oportunidad, algo diferente ocurría. Mi suegra estaba de muy buen humor, al leer las noticias de aquel periódico. Luego se recostó en la silla y, mirando hacia el mar, pidió al mozo de la playa, en donde estábamos, un margarita.

30 DE OCTUBRE DE 1995

23: 40 h

1N. del A.: Los personajes de este cuento son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

LA HABITACIÓN SIN NÚMERO

La fría y calculadora personalidad del Doctor Marcos Ferman irrumpió en el recinto, detrás del prestigioso científico, el mayordomo, desmañado personaje que lo condujo hacia el lugar, algo así como una habitación de un hotel de dos estrellas.

—¡Dónde está, dígame de una buena vez dónde está! —exclamó Ferman.

—¿A quién se refiere Doctor? — preguntó el mayordomo.

—¡Por favor, le ruego que no me tome por estúpido! ¡Me refiero al verdugo!

—¿El verdugo? —preguntó sorprendido el delgado sirviente—. No me diga que usted es otro de esos que cree todas esas fábulas de verdugos y...

—¿¡Ahora me va a decir que son todas fábulas!?

—Discúlpeme, pero creo que está confundido doctor… —al tiempo que balanceaba su cabeza como una señal de reprobación.

Ferman giró su cabeza y se puso a contemplar el sitio. Nada era como alguna vez lo imaginó. Aunque quizás, detrás de cualquiera de las tres puertas que lindaban con la sala, se encontraría con ese fatídico lugar que tantas ocasiones le habían contado y que suponía no tan placentero como en el que estaba. Procuró con vehemencia abrir cada una de esas puertas, pero por más que lo intentara una y otra vez, no pudo lograrlo. Al girar la cabeza, para recriminar al mayordomo que las puertas estaban cerradas, contempló con sorpresa, que el sirviente ya no estaba, había desaparecido. Corrió desesperado hacia la puerta principal por dónde habían ingresado y, golpe tras golpe, comenzó a castigarlas buscando salir.

—¡Esto es un error! ¡Exijo que me dejen hablar con las autoridades de este lugar, déjenme salir de aquí, es un error!

Casi sin voz, soltó el nudo de la corbata como para poder relajarse un poco y así, calmar su ira. Lentamente se dirigió hacia unos de los tres espejos situados en la habitación, se contempló por un par de segundos. En ese mismo espejo pudo observar cómo el flagelo más grande que azotaba al mundo, crecía a pasos agigantados. Miles de personalidades desaparecidas por este mal, realizaban un desfile frente a sus ojos, como así también, miles de desconocidos, homosexuales, drogadictos, heterosexuales, deportistas, madres, hijos, ancianos, culpables e inocentes. Sus cuerpos cada vez más débiles, a causa del maligno síndrome, perdían vida paso a paso, pero el desfile era cada vez más concurrido. La cantidad de gente que tomaba parte era mucho mayor a la que caía a sus pies.

Todo había sido calculado con absoluta certeza. Nada librado al azar, pero... ¿Qué error se pudo cometer? Tal vez, un infiltrado robó información o, quizás, algunos de los “conejillos de India” hayan escapado. Algo absurdo, dado que todas las “mascotas” utilizadas en las pruebas eran exterminadas, luego de cada experimento. El doctor giró, dejando a sus espaldas el frío espejo. Sus recuerdos de un pasado tortuoso, no dejaban que su cabeza pensara claro. Tenía que enfocar toda su capacidad en un solo objetivo, demostrar que estaba ahí por error.

En la habitación comenzaba a reinar un silencio sepulcral, combinado con un constante e incómodo ambiente cálido, que daba al lugar un justo toque de “realidad”.

El Doctor Ferman tomó posesión de uno de los cómodos sillones de la sala, sacó su pañuelo blanco y se secó el sudor. El recuerdo del traumático accidente era algo muy latente aún.