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En este libro, Anselm Grün, uno de los referentes en espiritualidad de hoy, propone algunas claves para manejar la depresión desde la esencia de las enseñanzas cristianas. Este enfoque espiritual de la depresión puede ayudarnos a aceptarla, comprenderla y reconocerla como una oportunidad en nuestro camino espiritual. Convencido de que la depresión supone un desafío espiritual, Grün afirma que la depresión nos conduce siempre las cuestiones básicas de la vida: ¿Por qué quiero vivir? ¿Cuáles son los principos y el objetivo de mi vida? La depresión es una invitación a despedirnos de todas las pautas que contradicen nuestra esencia, a desprendernos de las ilusiones con las que hemos construido una imagen grandiosa de nuestro yo. Pero también nos desafía para que dejemos de culpabilizarnos y de fijarnos en las interpretaciones negativas, para seguir siendo lo que somos en esencia y aproximarnos cada vez más a la imagen única y genuina que Dios se ha hecho de nosotros.
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Seitenzahl: 225
Veröffentlichungsjahr: 2015
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ANSELM GRÜN
CAMINOS A TRAVÉS DE LA DEPRESIÓN
Impulsos espirituales
Traducción: Malena Barro
Herder
Título original: Wege durch die Depression. Spirituelle Impulse
Traducción: Malena Barro
Diseño de la cubierta: Arianne Faber
Edición digital: José Toribio Barba
© 2008, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau
© 2008, Herder Editorial, S.L., Barcelona
1.ª edición digital, 2015
ISBN: 978-84-254-3173-9
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
Introducción
1. No soportarse a sí mismo
2. Bloqueo psíquico y físico
3. Ciego ante el mundo que nos rodea
4. Huida del duelo
5. Insatisfacción con uno mismo
6. Agotamiento por las penas
7. Depresión por las aflicciones
8. Demasiado sensible para este mundo
9. Asco ante la vida
10. Afortunado y, sin embargo, depresivo
11. Empantanado en el diálogo interior negativo
12. No se encuentra la salida de los viejos esquemas
13. Búsqueda en uno mismo de la culpa de todo
14. Incapacidad para encarar la vida
15. Dependencia de los deseos insatisfechos
16. Paralización interior por la pérdida sufrida
17. No se encuentra la paz
18. Desilusión porque la depresión reaparece
19. Anhelo de intimidad y profundidad
20. Caminando a través de la «noche oscura del alma»
Epílogo
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
La depresión adquiere cada vez más las características de una pandemia. Se ha convertido ya en la segunda causa más frecuente de absentismo laboral. Por ejemplo se estima que, en Alemania, unos cuatro millones de personas sufren una enfermedad depresiva que requiere tratamiento y que hasta un 20 por ciento de los habitantes sufrirá depresión al menos una vez en su vida. Resulta difícil explicar por qué las depresiones aumentan en nuestra sociedad. Seguramente existe más de una causa. En nuestra sociedad muchas personas sienten que se les exige demasiado en el puesto de trabajo, en la familia y en la educación de los hijos, así como en la superación de los problemas de la vida. En un mundo en el que casi todo parece factible, el alma reacciona con una depresión, porque percibe que no todo depende de nuestro deseo. Seguramente otra causa importante es la desmesura, no sólo en el consumo, sino también en lo que a la imagen que tenemos de nosotros mismos se refiere. No siempre podemos ser el mejor, el más bello, el más inteligente. Tenemos que reconciliarnos con nuestra mediocridad. Otra causa del aumento de las depresiones es la patologización del sufrimiento humano. Si la pena y la tristeza no pueden formar ya parte de la vida, entonces reaccionaremos con una depresión. Así lo ha hecho constar la psicóloga y periodista Ursula Nuber: «Si el sufrimiento no puede existir en una sociedad tan enamorada del buen resultado y el éxito, entonces existirá un alto riesgo de que pronto vivamos en una sociedad depresiva. Una sociedad en la que cada persona que sufra será calificada de depresiva o “rota psíquicamente”» (Nuber, pág. 14). La actitud básica de evitación de las penas, que se aprecia hoy día, pero también el incremento del desgaste profesional, el sufrimiento por el aislamiento y la incapacidad para entendérselas con la libertad desmedida, así como la competencia que nos rodea, conducen a una actitud básica depresiva de nuestra sociedad. Paul Kielholz, psiquiatra oriundo de Basilea, ve en la decadencia de las tradiciones una de las causas del aumento de las depresiones: «La decadencia de la familia es una causa esencial de las depresiones, al igual que la pérdida de los vínculos religiosos» (citado en Nuber, pág. 20). Para el psiquiatra y psicoterapeuta Daniel Hell, es el aumento cada vez más significativo de la movilidad el que exige demasiado del ser humano y cercena sus raíces del pasado. Con frecuencia, la depresión es un grito de auxilio que da el alma contra el desarraigo y las pretensiones exageradas resultantes de cambios que se suceden cada vez más rápido.
A pesar de que el número de enfermos depresivos aumenta sin cesar en nuestra sociedad, con frecuencia sigue siendo todavía tabú hablar abiertamente en público de las depresiones. Se consideran como algo sobre lo que es mejor guardar silencio. De lo contrario, se corre el riesgo de que los demás hagan comentarios sobre nosotros. Las personas prefieren hablar de su úlcera o de los eternos dolores de cabeza antes que de las depresiones que padecen. Sí, incluso nos puede parecer más fácil hablar de un cáncer que de la desesperación, el desánimo y el extremo abatimiento que nos afectan inesperadamente. Un ejecutivo me contó sobre un conocido que había conseguido llevar adelante su vida con brío hasta fecha reciente. Durante un viaje en coche hacia una cita importante, sufrió de repente sudores profusos y se sintió incapaz de continuar conduciendo. El diagnóstico del médico al que acudió con posterioridad fue «depresión». Al igual que a sus amigos, esto afectó a este ejecutivo de forma absolutamente sorprendente. Para ellos, resultaba incomprensible que precisamente un hombre tan fuerte y de tanto éxito pudiese sufrir esta enfermedad. Pero la depresión puede afectar a cualquier persona. Por eso es importante hablar con franqueza de ella y buscar las vías para manejarla de manera adecuada.
Hace algún tiempo, sentí la inspiración de escribir un libro sobre el manejo espiritual de las depresiones. Ya tenía algunas ideas concretas sobre cómo podía tratar el tema. Por supuesto que el gran número de libros publicados hasta la fecha sobre el tema de la «depresión» me provocó inseguridad. Sin embargo, lo tenía claro: hasta ahora, no se había prestado atención al manejo espiritual de las depresiones en la misma medida que se había hecho con el aspecto psicológico-psiquiátrico de la enfermedad. Así que me atreví a llevar mi proyecto a la práctica. Para ello, deseaba tomar como punto de partida la Biblia, pero también considerar la tradición de los padres del desierto, aquellos primeros monjes para los cuales, en el siglo IV d. C., el tema de la tristeza y el desánimo fue muy importante. Estos monjes vivían como anacoretas en el desierto, así que observaron sus pensamientos y sentimientos con mucha exactitud. Ya entonces describieron estados de ánimo depresivos, que les impedían vivir y les apartaban de la oración.
Por tanto, este libro no repetirá simplemente lo que ya se ha escrito sobre la depresión. Más bien, lo que ya se sabía hasta ahora ha de crear el trasfondo ante el cual me dedicaré conscientemente a la Biblia y la tradición religiosa. La psiquiatría y la psicoterapia, con sus posibilidades para tratar la depresión, me han incitado a buscar en la Biblia y la tradición religiosa los caminos por los que podemos aproximarnos a ella en otro nivel, es decir, el espiritual. Ambas disciplinas han adquirido conocimientos importantes sobre la depresión, que todo especialista que trabaja con personas deprimidas debe tomar en consideración. En el pasado se establecía una clara división entre las llamadas depresiones «endógenas», por una parte, y las depresiones «exógenas» o «reactivas», por otra. Según esta hipótesis, las depresiones endógenas estaban condicionadas físicamente, en tanto que las reactivas eran una respuesta a experiencias de pérdida, pretensiones exageradas o la negación de etapas importantes de la vida. Como depresiones reactivas típicas se consideran la depresión por agotamiento, la depresión después de un fracaso matrimonial, después de la muerte de un ser querido, la depresión en la mitad de la vida y la depresión de la vejez. Hoy día se tiene más cuidado con esta división entre causas «internas» y «externas» de la enfermedad. Se ha dejado de pensar con categorías de «una de dos alternativas». En realidad, es errónea la cuestión de si una depresión está condicionada física o psíquicamente. La enfermedad tiene siempre dos caras: la física y la espiritual. Por eso, hoy día hablamos más bien de depresión leve, moderada o grave.
En consecuencia, tampoco se piensa ya durante la terapia en alternativas: medicamentos o psicoterapia. En el pasado, los terapeutas rechazaban más bien los antidepresivos. En cambio, los psiquiatras apostaban primero por soluciones farmacológicas. En la actualidad, ambos trabajan codo con codo, lo que es a ciencia cierta un buen adelanto.
Ruedi Josuran, periodista suizo que reconoció públicamente sus depresiones, escribió sobre su propia experiencia con los fármacos: «Durante mucho tiempo, rechacé la ayuda de los medicamentos, porque era algo que trastornaba mi visión del mundo. No me gustaba en absoluto que un par de miligramos de determinada sustancia pudiese recomponer cualquier desequilibrio en el cerebro. Hoy debo decir que los fármacos han aportado verdaderos avances. Significan un enorme alivio para muchas personas y también para sus familiares; para mí, su aparición ha sido totalmente decisiva. Estoy contento de que, sin que importe lo que va a pasar después, pueda recurrir en cualquier momento a fármacos, sabiendo que me estabilizarán y me sacarán de los agujeros» (Josuran, Hoehne y Hell,pág. 70 y sig.). Josuran conoce la objeción de que, con los fármacos, se ocultan los verdaderos problemas y se impide que los enfermos trabajen en ellos. A eso responde: «En cualquier caso, eso sólo pueden pregonarlo sin reparos a son de trompeta las personas que jamás han sido aquejadas por la depresión. Si veo que alguien se está ahogando, correré en el acto a echarle un salvavidas, sin analizar primero por qué se cayó al agua»(ibid., pág. 72).
Seguramente también se requiere tener un buen instinto en esta cuestión. Existen personas que opinan que todos los problemas se solucionan con medicamentos y otras que son demasiado orgullosas como para tomarlos. Creen que son capaces de superarlo todo por su propio esfuerzo. O bien toman un antidepresivo, pero lo dejan enseguida para volver a caer de nuevo en un «agujero negro». Quienes estamos vinculados a personas depresivas en nuestra calidad de padres espirituales o psicoterapeutas debemos tener la humildad de reconocer que no todo se cura sólo mediante conversaciones pastorales o terapéuticas. Tenemos que saber cuándo es necesario enviar al cliente depresivo a un especialista. Si escribo sobre el manejo espiritual de las depresiones es porque estoy convencido de que la depresión implica un desafío espiritual y de que este camino puede ayudar a superar la depresión. La oración tiene una fuerza absolutamente curativa. Sin embargo, algunas personas creen que les bastará orar para librarse de su depresión. Pero, con bastante frecuencia, se desilusionan y se hunden más en la desesperación y en la falta de iniciativa propia. El camino espiritual tiene que contar siempre con la situación psíquica y física de la persona, así como aceptar con agradecimiento las ayudas psiquiátricas y psicológicas. Quienes opinan que pueden superar la enfermedad depresiva sólo con la oración y rechazan toda ayuda terapéutica ignoran lo que los monjes primitivos llamaban «humildad». La humildad es el valor para descender hasta nuestro estado de ánimo depresivo y presentárselo a Dios. Pero la humildad significa también reconocer que nosotros, a pesar de toda la ayuda divina, necesitamos a personas que nos traten profesionalmente.
Más importante y esclarecedora que la clasificación de las depresiones es la descripción de la vivencia depresiva. «Vivencia depresiva es carencia de alegría, carencia de interés y energía, carencia de valor y decisión, carencia de sentimientos y relaciones» (Josuran, Hoehne y Hell,pág. 26). Las personas depresivas describen su experiencia de la depresión con imágenes tales como vacío, ausencia de toda vida, paralización de la vida, inhibición de la existencia, estar muerto en vida, estar congelado, así como parálisis espiritual o noche oscura. Daniel Hell llama la atención sobre dos riesgos respecto al manejo de la depresión. El primer riesgo consiste en reducir toda depresión a una causa remota y pretender reelaborar el pasado. Sin embargo, como las personas depresivas sólo viven su pasado de forma negativa, «debido a una revisión del pasado iniciada demasiado pronto, se eclipsa el camino vital recorrido hasta ese momento, trasladándolo a una perspectiva de culpa y vergüenza»(ibid., pág. 27). El otro riesgo consiste en ver la depresión sólo desde sus síntomas, como el insomnio y los trastornos del apetito, la inhibición del pensamiento y la concentración. Con frecuencia, se materializa de esta forma y se omite su carácter de mensaje. Ante estos dos riesgos, según Hell, se trata de considerar la vivencia depresiva, reconocer su sentido e integrarla en la propia vida. Sobre todo, deseamos librarnos de los síntomas depresivos. Intentamos «sacudirnos la vivencia depresiva del mismo modo que intentamos desprendernos de la suciedad o de los intrusos potenciales»(ibid., pág. 29). Los síntomas depresivos se convierten en un cuerpo extraño que es combatido. Pero, con ello, se pierde la oportunidad de comprender todo lo que se experimenta en un estado de depresión para integrarlo en nuestro concepto vital. La depresión siempre quiere decirnos algo. Tiene un mensaje para nosotros. Quiere invitarnos a cuestionar nuestras normas y ver con otros ojos el secreto de la vida.
Con toda la cautela debida respecto a una clasificación de las depresiones, pueden servir de ayuda algunas aclaraciones terminológicas. En la terminología clínica se habla de «depresión unipolar» y «depresión bipolar». Con esta última expresión se alude a una enfermedad maníaco-depresiva, en la que las etapas depresivas alternan con las maníacas, durante las cuales se desconoce todo límite para las actividades y apenas se necesita dormir. En las depresiones unipolares, se diferencia entre la «depresión inhibida», en la que uno se siente paralizado interiormente y es incapaz de sacar fuerzas para nada; la «depresión agitada», que se presenta con gran intranquilidad y una actividad sin sentido, y la «depresión larvada», que se oculta con frecuencia detrás de síntomas físicos como dolores de cabeza, malestares estomacales, inapetencia y mareos (confróntese Althaus, Hegerl y Reiners 2006, pág. 20 y sig.).
En la tradición religiosa existe el fenómeno de la «noche oscura», a la que fueron a dar personas que habían emprendido su camino espiritual. Por eso, hacia el final del presente libro, me referiré a la relación de la «noche oscura» con la depresión.
A continuación, me gustaría tomar como punto de partida las imágenes acerca de la depresión que he hallado en la Biblia y en la tradición religiosa, sobre todo, entre los padres del desierto. He buscado imágenes que describiesen los estados de ánimo depresivos y los síntomas patológicos. En los distintos capítulos, he pretendido enlazar estas descripciones de estados depresivos con una historia bíblica o con un método espiritual proveniente de la tradición religiosa. En este sentido, ha de destacarse que integramos nuestras enfermedades depresivas en nuestro camino espiritual y no debemos obviarlas en el plano religioso. Deseo fortalecer en los lectores y las lectoras la esperanza de que la oración, la meditación y todas las prácticas espirituales que nos ofrece la tradición religiosa representan un buen camino para aproximarse a la depresión y manejarla.
Esto significa que no me interesa ofrecer una exposición sistemática sobre la esencia y la terapia de las depresiones. Tampoco las imágenes bíblicas pueden asignarse siempre unívocamente a esta o aquella forma de depresión. Y, sobre todo, los pasos terapéuticos que nos muestra la Biblia no pretenden sugerir que no necesitamos ya medicamentos o terapia. Un enfermo depresivo debe hacer uso de las ayudas médicas, psiquiátricas y psicológicas que le hacen bien. Pero, además, la dimensión espiritual puede apoyar el proceso de curación. Las imágenes de depresión y los pasos terapéuticos que encontré en la Biblia muestran caminos sobre cómo podemos reaccionar ante la depresión también en una forma espiritual. El manejo espiritual de la depresión puede ayudarnos a ver la enfermedad bajo otra luz, reconocerla como una oportunidad en medio del camino espiritual e integrarla en nuestro camino religioso. Observada así, la depresión no tiene que ser necesariamente algo que domine la totalidad de nuestra vida.
Para este manejo de la depresión se necesita humildad tanto por parte del terapeuta y el padre espiritual como por parte del enfermo depresivo. En una depresión, la curación puede significar la desaparición de la enfermedad. Pero, con frecuencia, la curación no significa que ya no tendremos que vérnosla con la depresión, sino que la manejaremos de otra forma más humana. Y, en ocasiones, es preciso reconocer que la depresión seguirá siendo una tarea de por vida: el camino hacia Dios no pasa simplemente por su lado, sino que transcurre justo a través de ella. Nos gustaría librarnos de la depresión. Significaría ya mucho si pudiésemos dejarla de lado. Pero sólo es posible abandonar aquello que se ha aceptado. Por eso, el primer paso consiste en familiarizarse con la depresión y reconciliarse con ella. Así perderá su poder. Y quizás se convierta en una acompañante que nos recordará una y otra vez que debemos vivir auténticamente, obtener nuestras fuerzas de raíces más profundas y, en última instancia, entregarnos a ella por amor a Dios.
Quisiera comenzar con algunas historias de sanación, en las que algunos enfermos ruegan ayuda a Jesús. Sus enfermedades podrían ser interpretadas como expresión de una depresión. En las historias de sanación que la Biblia nos ha transmitido nunca se trata expresamente de la curación de depresiones. Sin embargo, si consideramos que las depresiones suelen ocultarse con frecuencia detrás de síntomas físicos, podremos interpretar la forma en la que Jesús trata a los enfermos y la observación de los «métodos terapéuticos» que él aplica teniendo también presente la depresión. Lo hacemos desde determinada perspectiva: las historias de sanación nos invitan a presentarnos ante Jesús con nuestras desazones depresivas para rogarle que sane también nuestra enfermedad y cambie nuestro estado de ánimo. Jesús jamás interviene en las historias de sanación como mago que libera a los enfermos de su mal prácticamente sin dolor. Más bien, él se confronta de manera permanente con su propia verdad. Con frecuencia, contemplar esta verdad es bastante doloroso. La forma en la que Jesús se aproxima a los enfermos, los trata y los cura nos muestra también cuáles son las posibilidades que tenemos de manejar nuestra propia depresión. Los terapeutas y padres espirituales pueden reconocer en ella posibilidades para reaccionar ante clientes depresivos. Los pasos terapéuticos que Jesús da con los enfermos son pasos por el camino de la sanación, también para nosotros mismos.
1NO SOPORTARSE A SÍ MISMO
Con frecuencia, las personas deprimidas se retraen del resto de los humanos, «puesto que el encuentro con congéneres representa para ellas el riesgo de perder su sentimiento de la dignidad propia» (Hell,pág. 56). Temen ser rechazados por los demás y, por ello, tienen miedo de perderse a sí mismos por completo. A las personas depresivas les cuesta mucho aceptarse. En consecuencia, se sienten rechazadas por todos los demás. Tienen una autoestima reducida, opinan en muchas ocasiones que los demás no las valoran ni las toman en serio. A menudo, se produce un círculo vicioso. Quien no es capaz de aceptarse tiene unas expectativas exageradas respecto a la estima que merece por parte de otros. Pero, con su anhelo insaciable de reconocimiento, estas personas ahuyentan a todos los que se esfuerzan por aceptarlas, puesto que temen ser absorbidos o acaparados. Con frecuencia, los familiares de las personas depresivas tienen la impresión de que les roban todas sus fuerzas. O también se retraen. O quisieran comprometerse con un marido depresivo o una esposa depresiva. Pero él o ella se asustan de la proximidad y se retraen. Con el repliegue, la persona depresiva obliga a su pareja a preocuparse constantemente por ella. Sin embargo, cuanto mayor es la preocupación por parte de la pareja, mayor es el retraimiento de la persona depresiva en su depresión. Esto provoca inseguridad en los familiares. Y los hace agresivos o también, en ocasiones, los vuelve depresivos. Podría decirse que los familiares perciben en la depresión del enfermo la agresión reprimida y, entonces, asumen la agresión que el depresivo ha reprimido.
Con frecuencia, la depresión es un mecanismo de protección. Como se tiene miedo de los demás, hay que ocultarse tras el muro protector de la depresión. A menudo, las personas depresivas sienten una profunda alienación respecto a sus familiares. No llegan a los amigos y parientes. Una mujer depresiva lo ha descrito así: «Una choca de cabeza contra un muro para establecer la relación, pero no lo consigue. La visita de los míos es una pesadilla, algo espectral, los hijos tan pálidos... sin deseos por mi parte. El vacío que llena el espacio que existe entre mi marido y yo es tan grande que no lo supero» (Hell, pág. 58 y sig.). Las personas depresivas son incapaces de sentir alegría por algo, por una visita, por una alabanza. Todo les resbala. Durante el acompañamiento, me ocurre que intento a menudo acercarme con especial amabilidad y atención a un cliente depresivo, pero cuando no se produce ninguna reacción, me siento desilusionado. Automáticamente durante la próxima conversación, procuraré más bien cuidarme para no verme obligado a tener el sentimiento de caer en el vacío con mis esfuerzos.
El evangelista Marcos nos relató cómo un leproso acudió a Jesús y le solicitó ayuda. Cayó ante él de rodillas e imploró a Jesús: «Si quieres, puedes dejarme limpio» (Mc 1,40). Este hombre está aislado por ser leproso. Tiene que vivir fuera de la aldea y no puede acercarse a los sanos. Está alienado de la gente. Y podemos imaginarnos cómo son estas moradas de la alienación. Allí no hay esperanza. Todo está impregnado por un estado de ánimo depresivo. El leproso no soporta más esta alienación. Desearía salir de su aislamiento y acude a Jesús. Reconoce su impotencia para escapar del círculo vicioso del autorrechazo y el rechazo ajeno. Pero cree que Jesús puede solucionar sus problemas, que Jesús curará su depresión, sin confrontarlo con su propia realidad. Sin embargo, Jesús no cede ante este deseo. Actúa soberanamente. Considera que el depresivo, que se reconoce como leproso y se siente abandonado, excluido, es capaz de hacer algo y despierta en él su propia fuerza.
El primer paso de la sanación consiste en que Jesús siente compasión por la persona deprimida. Sin embargo, la compasión no debe convertirse en una sobreprotección. De lo contrario, la depresión se consolidará aún más. En los familiares, la conducta depresiva despierta con frecuencia un «efecto compasivo protector, que podría implicar un riesgo para el desarrollo a largo plazo de las personas deprimidas, si la compasión sigue siendo el único beneficio que al deprimido le parece posible alcanzar» (Hell,pág. 214). La compasión es un riesgo también para el terapeuta, ya que él mismo puede deprimirse. Tiene que sentir compasión por el cliente deprimido, compenetrarse con él. Pero también necesita un límite para conservar sus propias fuentes de energía.
Jesús conjuga su compasión con una conducta activa. Así que el segundo paso de su terapia consiste en extender su mano y establecer una relación con la persona deprimida. Intenta llegar a ella. Construye un puente para que se entregue a la relación. En el trato con las personas depresivas, a menudo se necesita mucha paciencia para dar este paso, porque ellas están encerradas en sí mismas y reaccionan con miedo ante la toma de contacto del terapeuta. En cambio, si el padre espiritual o el terapeuta no se asustan ante la reserva del cliente, podrá derretir lentamente el hielo de la frialdad de sentimientos y establecer una relación.
El tercer paso: Jesús toca al leproso. Algunos terapeutas sienten que se contagian de la desesperación de las personas depresivas. Construyen mecanismos de defensa para no ser llevados hacia el fondo y para evitar que se les robe toda la energía. De manera similar ocurre con familiares y amigos. Desearían dedicarse a la persona depresiva, pero, al mismo tiempo, tienen miedo de que el depresivo les robe todas sus fuerzas. O temen atraer como un imán todas las inmundicias de amargura, autocompasión e inculpación, ensuciándose con ellas. Para protegerse, se distancian. Pero cuanto más se distancian, más se aferra el depresivo a ellos. Sus expectativas respecto a ellos son cada vez mayores. Jesús no tiene miedo de tocar al enfermo. Él confía en sí mismo o en Dios. Debido a esta razón, la depresión del enfermo no le afecta. No puede ser arrancado de su centro. La fuente interior que brota en él no resultará afectada, si se dedica al enfermo y lo toca. Los terapeutas que temen infectarse con la desesperación y el vacío interno del depresivo podrían aprender de Jesús cómo proteger su propio corazón. Quien está unido a Dios no teme a los enfermos ni tampoco a su efecto contagioso y patógeno sobre otros. Quien esté en contacto con el espacio interior de paz al que ninguna persona tiene acceso, podrá dedicarse abiertamente al depresivo, pues sabe que en él existe un espacio que está protegido contra la oscuridad y el caos que imperan en el otro ser. En este espacio de paz, el padre espiritual, el terapeuta, se queda solo consigo. Confía en sí mismo y, a la vez, en Dios. Desde esta paz interior será capaz de tocar al deprimido y sentir su desamparo, tal como hizo Jesús.
El cuarto paso se produce cuando Jesús sana al enfermo a través de la palabra: «Quiero, queda limpio» (Mc 1,41). Es posible traducir estas palabras de la siguiente manera: «Te ayudaré. Te acepto. Estás limpio para mí. Pero ahora también es tu tarea estar limpio, ayudarte, aceptarte tal como eres». Jesús ayuda a la persona depresiva. Está junto a ella y sigue con ella su camino. Pero no le quita su depresión. Más bien, la desafía para que haga por su cuenta algo que está en su poder. Si Jesús acepta al depresivo, entonces éste también tendrá que estar dispuesto a aceptarse junto con su depresión. Quien se acepta con su depresión deja de sentirse impuro. La depresión forma parte de la persona. Se la acepta y, de esta manera, pierde poder. Ya no domina al depresivo. La persona depresiva no tiene necesidad de autoexcluirse de la comunidad. Muchos sienten que no pueden permitirse exigir demasiado de los demás. Se reprochan ser tan depresivos y representar una carga para los demás. Pero, al mismo tiempo, quedan empantanados en las lamentaciones sobre sí mismos y rechazan cualquier paso que pudieran dar. La primera acción sería conceder permiso para que la depresión pueda existir y reconocer de una vez por todas que se padece esta enfermedad. La persona que acepte esto e integre la depresión en su vida también confiará en la comunidad humana. Cuando las cosas no le vayan del todo bien, también será capaz de recurrir a los demás.
Jesús sólo ofrece el espacio para que la persona depresiva pueda nutrirse de la esperanza. Pero es ella misma la que debe decidirse en favor de la vida y estar dispuesta a aceptarse con su peligro. Esto no resulta comprensible para muchos depresivos.
El escritor ruso Máximo Gorki, que sufría depresiones, «se prohibió la melancolía y ni siquiera en las peores horas de su enfermedad se permitió la autocompasión» (Cermak, pág. 52). Gorki había intentado suicidarse a los 23 años. «Disparé contra mí, porque descubrí que era insoportable vivir»(citado según Cermak, pág. 51). Durante toda su vida se avergonzó de este intento de suicidio. Desde entonces, negaba su depresión y su enfermedad. Veía un enemigo en Dostoievski, porque entendía que el desamparo que él mismo había experimentado era característico en gran medida de aquéllos «llamados a fines más elevados» y era «reflejo del sacrosanto sufrimiento necesario, que despeja la visión para percibir el sentido más profundo del mundo»(ibid.