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NOAH, UN JOVEN ARGENTINO CUYA FAMILIA POSEE UN IMPERIO PETROLERO EN BRASIL, ES OBLIGADO A CASARSE EN UN MES (EN CONTRA DE SU VOLUNTAD) CON SARA, A QUIEN JAMÁS VIO EN PERSONA. NEGÁNDOSE AL COMPROMISO, ELLA DESAPARECE Y ÉL HUYE A ARGENTINA. EN BS. AS., NOAH CONOCE A GIANFRANCO, UN MÚSICO DESEMPLEADO, A QUIEN "RESCATA DE UNA SITUACIÓN DE VIOLENCIA". LO CONTRATA Y LO LLEVA A BRASIL PARA QUE FINJAN TENER UNA RELACIÓN. A PARTIR DE AHÍ, AMBOS ENFRENTARÁN DISPUTAS FAMILIARES Y CONFLICTOS PERSONALES, MORALES Y ÉTICOS, MIENTRAS VA CRECIENDO ENTRE ELLOS ALGO MÁS QUE UNA AMISTAD.
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Seitenzahl: 267
Veröffentlichungsjahr: 2024
Cintia Lorena Delgado
Delgado, Cintia Lorena Canción de escape / Cintia Lorena Delgado. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5168-9
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
1. Tenemos un trato
2. El plan
3. Novios
4. Acercamiento
5. Primer beso
6. No te vayas
7. Serenata
8. El Dios de la música
9. Sara
10. El espantapájaros
11. Nunca dejé de pensar en vos
12. La rana en la guitarra
13. Amarte en secreto
14. El príncipe y el sapo
15. Novios, otra vez
16. Nunca lo olvides
Biografía
No te vayas a la cama sin antes haber escuchado,
por lo menos una vez en el día, tu canción favorita.
Apreté mi trago con fuerza, mientras veía la imagen de Sara en mi celular, y leía su blog Gabiota26, allí subía pasajes de sus sentimientos acompañados de dibujos hermosos que le encantaban hacer. Sí, creo que hasta ahí llegaba mi conocimiento de la que sería, en menos de un mes, mi esposa. Eso pasa cuando nacés en una familia de petroleros con demasiado dinero y costumbres anticuadas. Resulta que estamos comprometidos desde que nacimos, pero vivimos en ciudades alejadísimas de Brasil, y yo prácticamente crecí en Argentina. Nunca la vi, o creo que, a los tres años, cuando le tiré mi helado intencionalmente y comenzamos a pelear en la arena como perros rabiosos. Aunque todo es más complicado cuando se trata de arreglar matrimonios a la fuerza. Mi abuelo y su abuelo eran amigos inseparables. Bien. Acá la que mete presión es Mae Susy, la mamá de Sara, la dueña de una serie de complejos de Hoteles desparramados en Brasil, ella es la hija del amigo de mi abuelo, está como loca organizando el evento con mis padres, una fiesta para casi quinientas personas. Dios, solo pensar en eso, quiero llorar. No culpo a Sara por huir a Argentina, es más, ni siquiera yo sé qué estoy haciendo otra vez en Buenos Aires…
Pedí la cuenta para poder ir al baño a vomitar. Puse los billetes verdes sobre la barra y una discusión en los pasillos, hacia los baños del bar, me llamaron la atención. Guardé mis billetera y me paré cerca; quería ir al baño, pero también quería oír, eran dos de seguridad con un pibe que traía una guitarra en la espalda y la cara quebrantada. Lo observé porque me dio un poco de miedo, todos sabemos que debemos tener precaución en la city porteña, más en la madrugada. El pibe no aparentaba más de 20 años, pero tenía una expresión de furia, un moretón rojo en un pómulo, ojeras, pelo desordenado y ropa rota parecía un pordiosero drogadicto. Ojalá lo saquen rápido.
–Otra vez tarde. ¿Estás drogado, Gianfranco?–reprochó uno de seguridad–Sabés que Tito ya no te quiere acá.
—No estoy drogado–exclamó el pibe, enojado–Estoy furioso, me robaron en la esquina y me rompieron la guitarra, por eso llegué tarde, pero Tito no me atiende el celu.
—Porque no soporta tu impuntualidad. Si el transporte público, o vivir a kilómetros de un lugar civilizado, es un problema; no lo vuelvas nuestro problema. No lo llames más y no aparezcas más por estos bares.
Terminaron de decir eso y lo sacaron entre los dos por la puerta de la cocina. Me asomé porque me pareció que fueron violentos. Vi como lo tiraron al piso, y en un intento de pisar su guitarra, entre risas, pisaron su mano.
—¡Ey!–grité, atravesé el pasillo, la cocina y salí hasta ellos.
¿Por qué me perseguían los problemas? Miré al piso de la guardia médica, dos jóvenes firmaban papeles en la recepción, apurados, parecían querer salir detrás de esa linda chica de short que dejó la guardia primero. Los seguí con la vista y no me equivoqué, sonreí al verlos en la vereda, pero fue un alivio verlos compartir el auto. Como ha sido siempre; la madrugada porteña me intimidaba. Miré la hora y pensé hacia adentro, qué me impulsaba a seguir sentado esperando. Nada. Me levanté y la puerta del consultorio se abrió. Ahí venía el pordiosero, como un pollito mojado, le habían puesto vendaje por todos lados: cuello, pómulo, mano derecha. Era una momia. Para su mala suerte había caído sobre una botella rota que lastimó su cuello.
—¿Vos me trajiste…?–preguntó él, ya no hablaba nervioso y parecía que lo habían bañado.
—Si, pensé que te mataban, ¿Los vas a denunciar?
—No–respondió cortante y se fue, volteó a verme–Ah, eh…Gracias. Chau.
Se fue, se borró. Entendí que por su mente pasó un huracán y estaba como momia, procesando toda la mierda. Lo seguí por la vereda sacando las llaves de mi auto alquilado.
—¡Ey, momia!–grité, bromeando. Él se detuvo y giró con cara de asombro, llegué hasta él y le mostré las llaves–Olvidé cuánto me intimida Buenos Aires, y la verdad, me quedé impresionado con lo que te pasó.
—Claro, visitante, de ahí tu generosidad–murmuró y me miró–Hay gente buena acá, pero se esconde bajo las piedras porque hay demasiada mierda dando vuelta.
—Ok, calma...No quiero irme con esta imagen horrible a la cama, todos los días pasan cosas.
—Mirá–enfatizó, enseñándome su mano vendada–No me importa el cuello o la cara, pero soy músico, trabajo con mi mano. Vos no entendés lo difícil que se va a poner todo ahora.
—Te vas a curar. Lamento mucho lo de tu guitarra, la tengo en mi auto, está allá–señalé cerca, él miró desconfiado y luego volvió a mirarme sin decir nada–Soy Noah DaSilva.
—Gianfranco–agregó en seco la momia.
—Un placer, y… ¿vivís cerca?
—No te interesa.
—Te puedo llevar.
—No, gracias.
—¿Me tenés miedo?–pregunté sonriendo, no lo podía creer.
—Mirá flaco, con que me agarren y me muelan a palos dos veces en una noche es suficiente.
—¿Tengo aspecto de matón?–largué una carcajada, él me miró frunciendo el ceño.
—No te conozco, es suficiente para estar alerta.
—Todos nacemos solos y nos vamos conociendo en el camino–afirmé y miré al auto–Si quisiera tus órganos no te habría entregado al doctor, sino a la mafia italiana. Y, hablando de italianos, mi hotel está a dos cuadras. ¿Querés ir a tomar un trago? Creo que tengo un trabajo para ofrecerte.
—¿Un trabajo?–preguntó, desconfiado–Si te estoy diciendo que no puedo tocar por unas semanas.
—Es en un mes.
—No sé ni dónde voy a estar en un mes.
—Yo sí, vas a estar en Brasil, conmigo–dije y se quedó mudo. Seguí–Vas a tocar en mi casamiento.
—No puedo viajar a Brasil, es muy costoso.
—Dejá el escepticismo, creí que los músicos eran aventureros.
—Y también realistas y precavidos.
—Yo voy a pagar todo.
Gianfranco se quedó viéndome raro, su expresión me daba ganas de reír, pero debía dejar de hacerlo, el pobre estaba tan enojado y triste al mismo tiempo que levemente entendí su reacción desconfiada e incrédula.
Cuando llegamos al Hotel Gran Central, había mucha policía y varios autos negros estacionados en la entrada. Dejé las llaves en la mano del valet parcking y ambos fuimos a la entrada, pero no nos dejaron pasar fácilmente, y no entendía bien el motivo hasta que un sujeto muy bien vestido se bajó de un auto y se paró junto a mí, parecía uno de los dueños y parecía que hubo mucho movimiento durante la noche en el lugar. Pero claro, ahí recordé que hubo un evento de arte y traerían piezas de muchísimo valor, por ello la alta seguridad. Entramos tras el sujeto elegante, o gracias a él, que nos llevó hasta el mostrador. Gianfranco estaba perdido en el movimiento de gente y solo me seguía de cerca, acomodándose de a ratos las vendas del cuello, y viendo disimuladamente, pero sin parar, al tipo elegante que iba con nosotros
—Sr. DaSilva, le pido disculpas por toda esta demora–dijo el sujeto elegante, con una sonrisa. Lo miré dos veces, porque su cara me era familiar, y si, Dios, si, era el sujeto del hospital, el de hace veinte minutos. ¿O estaba confundido? Podía jurar que era uno de los dos que salieron tras la chica en la guardia del hospital. Él siguió–Espero que esté todo en orden.
—Oh, sí. Sí. Gracias, eh… No sé si el bar está abierto todavía.
—Sr. Zarena, regresó–se oyó la voz de la gerente del Hotel. Luego miró hacia nosotros dos y sonrió–Buenas noches, caballeros.
—Mara, por favor, atendé “de diez” al Sr. DaSilva y a sus invitados, yo volví para ver que todo esté ok y ya me voy a la cama.
—Si, señor, por supuesto–respondió y lo vio irse hacia el ascensor, suspiró con sueño y fue tras el mostrador–El bar está disponible, inmediatamente mando a un camarero, por favor, gusten pasar.
Gianfranco me miraba con más desconfianza que antes, inmóvil, sentado sin apoyar la espalda en el comodísimo sofá de la parte VIP del bar, no había tocado su vaso de jugo ni el analgésico, mientras que yo iba por mi segundo de whisky. Realmente necesitaba alcohol para seguir la conversación, sacar coraje e involucrar al extraño en todo este quilombo que era mi vida ahora.
—Así que...sos el Sr. DaSilva, y si abrieron el bar para vos supongo que debés tener muchísima plata. Se les dice señor a los viejos o a los jóvenes adinerados que se casan en sus 20’s
—No estaría entendiendo.
—Conozco a Mariano Zarena. No personalmente, claro, pero todos saben que en el mundo de restaurantes y hoteles...es como un Dios. Está en la cima con el dueño de este Hotel. Si él te trata así, vos, con tus 20 años, debés estar sobre eso.
—¿Es una manera de pedir disculpas por desconfiar?–bromeé y bebí mi trago.
—Es una manera de preguntar qué carajo querés de mi.
—Ey, ¿En algún momento me vas a hablar bien?–conté con mis dedos frente a su cara–Te rescaté, te llevé al hospital, te invité un juguito… Basta.
—Todo es muy raro. Estoy esperando que me expliques.
—Me voy a casar, estoy de paseo, solo, pensando en un regalo para mi novia. Ella tiene todo, entonces, pensé que una serenata criolla seria original, romántica. Es una guitarra española, entiendo que no cantás reggaetón. De golpe te veo que te pegan, te rompen la mano, la guitarra, te echan del trabajo. Y bueno; quiero ganarme el cielo.
—No deja de ser extraño.
—Aceptá, por favor. No tenés nada que perder. Esa mano necesita dos semanas de reposo. ¿Qué mejor que pasarla en Brasil?–sonreí. La momia tomó el analgésico y bebió casi la mitad del jugo sin dejar de mirarme. Yo seguí–¿Cuánto te pagaba el club ese por cantar?
—Cincuenta mil pesos por sábado.
—Pesos…
—Algo así como sesenta dólares por sábado.
—Sesenta...dólares... doscientos cuarenta dólares al mes–dije murmurando, sin poder creerlo. Nos quedamos callados y él terminó la cerveza, serio. Dios, era una miseria. Había gastado más, solo ese día, entre el almuerzo, la cena y los tragos. Terminé mi whisky y saqué mi billetera–Te voy a pagar cinco mil dólares por todo el mes, más gastos–lo miré. Él me miró y bajó su vaso con la boca abierta. Saqué unos billetes y los puse en la mesa–Dos mil por adelantado, con una condición: mañana a la noche sale el vuelo; te espero en el aeropuerto con el pasaje en mi mano. Se puntual y tratá de no verte como pordiosero.
—¿Perdón?–dijo en voz muy baja pero realmente ofendido. Uy, creo que me pasé con mi comentario. Lo miré apenado y su rostro continuó molesto–Estás loco.
—No, para nada, sos una inversión.
—Ni siquiera oíste cantar al pordiosero–murmuró en tono cortante, seguía herido por ese apodo.
—Bueno, perdón por ofenderte, pero…Te voy a pagar cinco mil y seguís negándote.
—Estas cosas no me pasan todos los días.
—A ver…¿Sos éste?–pregunté y le mostré la pantalla de mi celular. Puse play a un video que subió a su Instagram @gianfranco.torres. Él sonrió y me miró. Yo apagué el video y me serví un poco más de alcohol–Vi tu Instagram mientras te veía el doctor. Tu nombre está grabado en la guitarra.
—Solo lo importante va grabado en mi guitarra. No es vanidad, simplemente no quiero olvidar quién soy.
—Ajá–me quedé observándolo. Lo noté ansioso y nostálgico. ¿Será que todos los músicos están siempre tan rotos? Sonreí para cambiar el tono de la conversación y agregué–Pero sos famoso.
—No lo soy.
—Bueno, doscientos mil seguidores y una insignia verificada de Instagram.
—Da igual, no hay trabajo, o te dan eso, doscientos dólares. Y los seguidores la sufren como yo, estamos todos en la misma. La situación está difícil para los artistas que iniciamos.
—Entonces, cuando llega una oportunidad, el artista debería aprovecharla–dije serio–Vamos a armar un contrato por treinta días para que te quedes tranquilo, lo firmamos y lo cumplimos.
Se acomodó la venda del cuello sin quitarme la vista.Esa misma mirada tenía cuando nos encontramos en el aeropuerto. Le mandé veintitrés mensajes por Instagram, porque no quiso darme su teléfono. Solo contestó “Estoy en camino” a mi mensaje número veintidós. Yo había despachado mi equipaje y cuando llegó a mi lado le di su pasaje para que haga el check in. Seguía vendada la momia, pero magistralmente era otra persona. Se había cortado el pelo en la nuca, y marcado las patillas, continuaba todo desprolijo ahí arriba, aunque no le quedaba mal. Se había afeitado, y la sombra de esa barbilla perezosa había desaparecido. Sip, había una piel de bebé bajo ese bello facial y ahora podía verse mejor. Tuve que mirar dos veces porque se había vestido como un ser normal, traía puesto un pantalón negro, no muy ajustado y sin roturas, una chomba café con leche, también zapatos marrones que brillaban, tal vez serían nuevos. Sentí un rico perfume cuando se paró junto a mí con seriedad. Si quería impresionarme lo había conseguido, no se parecía en nada a la momia pordiosera con aspecto drogadicta de anoche. Quise sonreír, pero ya lo había ofendido suficiente, no iba a arriesgar mi plan alejándolo por hablar demás.
—Dame tu valija que la despacho y andá a hacer el check in–dije.
—Solo tengo mi mochila–respondió y se me acercó–Nunca hice un check in. Ayuda.
—Vamos–agregué y sonreí.
Me acomodé en mi asiento y miré hacia Gianfranco que estaba nervioso y apretaba el apoyabrazos sin darse cuenta. Novato. El primer vuelo siempre es horrible. Golpeé mi rodilla con la suya para romper el hielo y señalé la pantalla frente a él.
—Cuando terminan los anuncios de la aerolínea podés elegir una película del catálogo, eso te va a distraer mucho, te ponés los audífonos y estás en el cine.
—¿En serio?
—Siiii.
—Creí que los asientos de los aviones eran más chicos.
—Oh, es una clase más costosa, quería que viajaras cómodo.
—¿Decís que es primera clase o algo así?
—No, no–sonreí–Pero es buena, se llama Premium–lo miré ojear la revista de su asiento inquieto, abrí un paquete de frutos secos y le ofrecí–Traje tu guitarra rota, veo que no compraste otra.
—Ah, qué bueno. Ayer me fui saturado y creí que la había perdido…bueno, pensaba comprar una allá.
—Bien. Es razonable, pero si tiene un significado especial, la podés arreglar, quizás es la guitarra de la buena suerte, uno nunca sabe–se quedó viéndome serio, y luego quitó la vista, tras hacer una sonrisa forzada al sentir la vibración del vuelo que iniciaba el despegue.
Miré para otro lado y cerré los ojos, ¿Era el momento de decirle cuál era el verdadero plan? Las puertas se habían cerrado y el avión se movía en la pista hacia la cabecera para elevarse. Las azafatas se preparaban para venir a atendernos. Volví mi vista hacia la momia y lo vi ponerse los auriculares para ver la película que eligió. Todavía le temblaban las manos; me dio pena.
—Eh...Gianfranco–dije al fin. Él me miró y se quitó los auriculares a prisa. Yo tragué saliva y sonreí, nervioso también. Sus ojos grandes estaban inquietos, sería por todo lo que venía pasando desde anoche; por este viaje, por el avión, por mí. Debía decirle que había un plan B del que no hablamos, pero lo pondría peor. Solo sumaría más estrés. Dios, ¿Qué estaba haciendo? Suspiré para sacar la tensión y finalmente sonreí–Eh, las azafatas nos van a dar unas indicaciones de seguridad extras y después si ya podés disfrutar tu...película.
—Oh, ok...
Me sentí mal, desdibujé mi cara y miré hacia la ventanilla otra vez. Tenía al extraño, ingenuamente, sentado a mi lado, creyendo mis mentiras. Pero, un momento, si iba a pagarle lo prometido, solo que esperaba que me ayudara a que el casamiento no se realizase; así que debía pensar bien la explicación que debía darle, esperar a que acepte y me ayude y, si fuera el caso, incrementar la oferta monetaria una y otra vez hasta que me dé el SÍ. El único SÍ que deseaba oír era el de Gianfranco Torres.
Todo mi plan se desarticuló cuando recogimos las maletas en arribos; mis maletas, Gian solo se acomodó la mochila a la espalda y me ayudó, peleando con el sueño de las 4:50 am. Viajar de noche fue una buena decisión para que el primerizo no sufriera su aterradora experiencia de vuelo, luego de diez minutos de película, un snack y dos gaseosas, se durmió como bebé. Ahora estaba intentando despertarse mientras empujaba mi maleta más grande, caminando a paso lento detrás de mí y mirando a todos lados.
El aeropuerto de Rio siempre intimidaba a los nuevos turistas. Como todo núcleo masivo de gente, era caótico, bullicioso, infernal. Lo esperé y giré la mitad de mi cuerpo con una sonrisa para transmitirle serenidad, pero mi sonrisa desapareció por completo, en un segundo, al oír mi nombre proveniente del sector de cafetería, a pasitos de las puertas de embarque de donde salimos. Una ola de calor y nervios me corrió por el cuerpo; era mamá. ¿Por qué estaba acá? Nunca le dije que llegaría, no di fecha ni mucho menos horario, solo le mencioné que llegaría con un músico aficionado llamado Gian, en una conversación ayer. Sé que las madres tienen un sexto sentido, y Thais, mi madre, por supuesto, no era la excepción. Ahí estaba parada viéndome acercarme y analizando mis pasos, mi rostro, mi mirada. No sabía qué hacer, entré en pánico.
—Bienvindo, filho.
—Hola, mami. Él es Gianfranco, no habla portugués. Gian ella es Thais, mi madre.
—Oh, si, el músico porteño para la boda–agregó mamá en un español claro que no me sorprendió.
—Un placer–saludó Gianfranco, y apretó la mano de mi madre con una sonrisa pequeña.
—Si, es músico, pero… de hecho, él y yo estamos saliendo.
—¿Qué…?–murmuró él, me miró confuso y molesto.
—¿Saliendo? ¿A dónde van?–preguntó mamá y miró la hora.
—Saliendo, mamá. Saliendo, de salir, de pareja, “apaixonados”
Mamá se quedó seria mirándome, esperando el remate, pero en el fondo de su alma, sabía que hice el viaje porque no quería casarme con Sara, y que encontraría cualquier pretexto para evadir esa boda, aunque eso significara salir del clóset. Seguro necesitaba unos minutos para procesar lo que escuchó, pero también Gian. Mamá se movió nerviosa y con torpeza, y habló con la lengua trabada, mezclando el español y el portugués, dijo que tenía que ir a buscar a más parientes y que hablaríamos después. Y así, sin más, desapareció entre la multitud de gente que salía de arribos, había llegado otro vuelo. Miré a Gian que no dejaba de verme con la misma cara de revelación que mi madre. Después se mordió la boca, largó un suspiro de enojo y siguió caminando, con mi maleta, sin esperarme. Lo seguí.
Le expliqué que no me quería casar, pero el músico no me habló en todo el trayecto del aeropuerto a la hostería de Susy, mi futura suegra, allí se quedaría ya que era lo único disponible y cerca de mí. Mentira. Si había hospedaje, solo quería presumir a mi bonito novio falso ante ella. El taxi se detuvo y miré hacia él, avergonzado.
—Perdón–rogué con una mueca, pero se bajó sin mirarme. Mierda, ésto está jodido. Suspiré con fastidio y lo ayudé con nuestros bolsos.
—Estás loco–dijo, al fin.–No podés, no. Así no. Mentiste.
—No pensé que me iban a estar esperando en el aeropuerto a las 4:50am, necesitaba tiempo para poder explicarte todo bien.
—Y que estuviéramos en Brasil.
—También.
—Sos una persona poco confiable para mí ahora, y no me gusta trabajar con gente que no se maneja de frente.
—No ibas a aceptar–nos miramos serios.
Mae Susy estaba recibiendo a la gente en la hostería donde se quedaría Gianfranco. Me sorprendí cuando llegamos y la vi, era temprano, además no tenía que estar aquí, todos su hoteles siempre recibían turistas y ella nunca se aparecía personalmente con una gran sonrisa, como ahora. Menos en la hostería ¿No les digo que era el diablo en persona? Me estaba metiendo en una pesadilla, si mamá me leía, pues podría decirse que Mae Susy escribió el libro. Esta encantadora señora de cincuenta y tantos con rulos hermosos y alegría despampanante nunca tenía un mal día, el casamiento la ponía excesivamente hiperactiva y el hecho de que Sara se hubiera tomado el palo hace meses no era impedimento para ello. Ella continuaba los preparativos. Nada iba a impedir su boda. Era suya, no de Sara. Quizás presentarle a Gian como una especie de novio seria la parte más difícil, más que con mi mamá, que sonrió pensando que era un juego. Pues Mae Susy estaba en sintonía con ella, le presenté a Gian como una pareja nueva y simplemente sonrió, lo abrazó, y fingió que eso no sería problema para nadie.
¿Qué? ¿Estas mujeres estaban locas y obsesionadas con este casamiento? No les importaba que haya llegado con un chico, que les confesara una especie de bisexualidad repentina, lo veían como una aventura, una cañita al aire antes de la boda. ¡Nadie pensaba en cancelar la boda!
Y yo no pensaba discutir con nadie sobre mi supuesta relación con Gian. No me tomaban en serio, así que el plan seguiría su curso. Debía demostrarles que no podía casarme con Sara.
Gian estaba desparramado en la cama viendo al techo, oyendo con atención y algo de enfado. Yo le di la foto de Sara y le hablaba del plan, detallando cómo debía tratarme frente a los demás, cómo íbamos a movernos durante este tiempo, también le di nombres de algunas personas que iban a frecuentar nuestro círculo: y eran Mae Susy (mamá de Sara), Thais y Enzo (mis padres) Bianca (mi prima y mejor amiga), tía Rey (media hermana de papá y madrina de Sara) y, por supuesto, una lista interminable de parientes invitados a la boda con los que pretendía tener el más mínimo contacto posible. Me quedé callado esperando que acotara algo, pero solo hubo silencio. Miré hacia la cama y Gian seguía en la misma posición, di dos pasos para verificar si se había dormido por mi monólogo lleno de nombres que olvidaría cuando yo cruzase la puerta, pero estaba bien despierto viendo al techo.
—¿Cuánto tiempo más vas a estar sin hablarme?–pregunté, cruzando mis brazos.
—¿Por qué hablás con acento porteño?–murmuró con curiosidad, sin cambiar de posición.
—¿Eh?–me descolocó. Descrucé mis brazos y me senté a los pies de la cama–Soy brasilero de cuna, pero crecí en San Isidro, viví en Buenos Aires prácticamente toda mi vida, desde los 3 hasta los 19.
—¿Cuántos años tenés?–preguntó reincorporando el cuerpo, viéndome fijo.
—23, cumplo 24 en diciembre.
—Nooooo, Sagitario–gruñó como si fuera lo peor, se rió bajo y miró hacia el piso.
—Si, 12 de diciembre. Dejé la carrera de administración de empresas este año, hablo cuatro idiomas, soy ciclista, me gusta el jugo de ananá, soy alérgico a los mariscos. ¿Algo más que quieras saber?
—Si. ¿Estás seguro de que no querés conocer a esa chica linda de esta foto en persona antes de decir NO?—preguntó devolviendo la foto que le di cuando entramos
—Si algún día me caso con Sara; que sea porque ella y yo queremos. No en un mes, no porque nuestras fortunas deban unirse, no por el capricho de nuestras familias.
—Te dolió que se fuera…–murmuró y volvió a verme–Todos guardamos un poco de amor propio, no está mal.
—¿Y tu amor propio?–pregunté–¿Hay algún problema en que te pronuncies parte de la comunidad LGBT en público? No lo había pensado.
—No pensaste en muchas cosas–reprochó–Solo tiraste un fangote de dólares sobre la mesa, y con eso pretendés solucionar todo. ¿No es más fácil hablar con tu abuelo y exponerle tus sentimientos?
—500 personas están arribando a la playa para la fiesta, aunque lo hice hace mucho ya. Hablé con todos los que debía.
—Y trayéndome estás diciéndoles que no hay boda.
—Es más fácil que acepten mi bisexualidad. Ya intenté hablar sobre este matrimonio antes de que las invitaciones fueran enviadas, pero mi voz no se hizo oír.
—Yo creo que ibas a hacerlo hasta que Sara desapareció. Estás enojadísimo y herido.
—No. Te dije que no conozco a Sara personalmente, y, además, la entiendo.
—¿Y por qué no le das una oportunidad a la relación? Existen los divorcios.
—Gianfranco, si estuvieras en mi lugar no lo harías, es horrible que alguien te imponga una vida. Creí que lo podías entender, pero sonás como mis padres.
—No va a ser fácil fingir una relación, vas a tener que pretender que te gusto, que te gusta tenerme cerca, que te toque, te sonría… No lo vas a saber manejar.
—Te elegí justamente para que todas esas cosas no signifiquen nada. Una chica lo complicaría todo, vos no. Es decir, nosotros, vos y yo, en algo, será muy fácil, seamos amigos. Por favor, ayudame. Necesito pretender que sos mejor que Sara para mí y me hacés feliz, tenés que ser perfecto.
—Ser perfecto no es real. Con que te trate bien y me ría de tus horribles chistes…Vamos a tener que practicar la cercanía, todavía te veo y te quiero pegar en la cara.
—Voy a dejar que me agarres la mano, solo a veces, y que me pases el brazo por el cuello cada tanto.
—Queda afuera la intimidad, no seré prostituto.
—Mi primo Luan tardó tres meses en darle el primer beso a su esposo. No todas las parejas se besan tan rápidamente, entonces no será raro que no estemos a los chupones. Tranquilo. Estarás en Argentina, y sin mí, en un mes–concluí, pero él seguía mirándome incrédulo. ¿Estaba aceptando? Me subió una pequeña alegría por la panza y agregué–Mirá, hagamos ésto–me levanté de la cama y puse las manos en los bolsillos, alegre–Si querés bañate, relajate un poco, descansá del vuelo, salí a caminar, y tipo ocho de la noche vuelvo y salimos a tomar algo.
—Bueno.
—Excelente–fui hasta la puerta y giré–Si Mae Susy te presiona con preguntas, nos conocimos como nos conocimos, en ese bar, con ese incidente, pero hace como un mes y desde entonces estamos conociéndonos, después lo dejo a tu criterio lo que quieras contar de vos.
—Cuantas menos mentiras, mejor.
Abrí la heladera buscando un refresco, mi favorito era el jugo de ananá, cuenta la leyenda, y confirman el mito mis exnovias; que todos mis flujos se tornan más dulces si lo consumo a diario, o en elevadas cantidades. Je Je. Venga para acá juguito. Pensaba mezclarlo con vodka. Agarré mi bebida con una sonrisa relajada, y cuando cerré la puerta apareció mi prima Bianca, cruzada de brazos, con un gesto de enfado en el rostro y la mirada fija en mis movimientos, mientras yo iba hacia la mesa de la cocina sin quitarle la mirada tampoco. Ya se habría enterado de que volví con “mi novio Gianfranco” de Argentina, porque Bianca era tan confidente mía como de mamá, o digamos, se metía tanto en nuestras vidas que era imposible ignorarla, pero lo compensaba con sus buenos consejos y su ética y moral. Bia era la persona en la que más confiaba, seguro le debía una explicación. Mientras transcurrían los segundos, entre que apoyé mi trasero en la silla y ella se fue aproximando; sin descruzar los brazos ni cambiar su gesto de intriga; pensé si debía decirle acerca de mi plan o no. Cuando estás mintiendo no debe haber cómplices, eso los perjudica, los obliga a mentir, los vuelve vulnerables a fallar y deschabarte, o, en el caso de Bia, hasta podría correr riesgo de chantaje.
Se sentó frente a mí, respiró profundo y me miró servir dos vasos con jugo sin alcohol. Sonreí y le extendí el suyo, recordando que podía confiar en ella más que en mí mismo, y ahí solté todo:
—Acá no vamos a hablar–dije en voz baja.
—Vamos a buscar las bicis–agregó enseguida. Bebió el jugo de un solo sorbo y se levantó, metiéndome presión. Era tan impaciente como los chicos.
—¿A dónde vas?–preguntó mamá, cruzándonos en la sala. Ella si me fulminó con la vista, Gian no estaba conmigo, ni tampoco la multitud del aeropuerto, podía matarme y ocultar el cadáver con ayuda de mi prima. Tragué saliva y cerré los ojos para que notara mi fastidio. Se acercó a nosotros–¿Sabés que no me esperaba una noticia así un mes antes de la boda?
—Mamá.
—Es tan conveniente, ¿Te das cuenta de que es muy conveniente? No puede ser verdad. Comprás más tests de embarazo que botellitas de jugos de ananá.
—La cosa está así, mami–dije, decidido, poniendo mi voz más seria de lo normal–Ya estoy cansado de decirles que se detengan con toda esta gran fiesta, pero como todo sigue su curso, yo seguiré el mío. Quiero conocer a Gian, estar con él y descubrirme a mí, si es conveniente o no, no le puse cuidado. Y con Gian no necesitaré test de embarazo, pero si más botellitas de jugo de ananá.
—Tía Thais, dejanos salir a caminar y charlar y… después, más tranquilos, hablan ustedes dos–sugirió Bianca y me arrastró del brazo sin esperar respuesta. Mamá dio dos pasos y nos vio salir, apurados.
Hacía calor, era un agosto invernal, pero de verano, como en Argentina, con temperaturas inusuales para la época. Bia se descalzó y dejó que las olas del mar le mojen los pies y la botamanga del jean roto, yo caminé a su lado de igual manera, con las zapatillas en la mano y en silencio. Habíamos dejado las bicicletas en la arena. Sabía que mamá iba a querer sacarme mentira por verdad, debía sostener mi plan, para ello iba a necesitar del cerebro frio de Bia. Se detuvo con una ola grande, la pateó y giró a verme con una sonrisa, me detuve también. Ella sabía que estaba atravesando un infierno desde que todo este evento de boda inició, hace como año y medio. Yo dormía mal, comía poco, estaba quejándome todo el tiempo, mi humor había cambiado, luego el abuelo comenzó a tener la salud más delicada y me tuve que comer mis palabras y malos humores, y todo fue peor. Pero Bia siempre estaba sonriéndome, haciéndome cosquillas, comprándome tragos con mucho alcohol, y hablando de cosas profundas y bonitas para que nunca olvidara que había cosas más importantes en qué pensar.
—Conozco a Gianfranco Torres–afirmó, su sonrisa creció más y se cubrió el rostro sonrojada y feliz, como si una niña hablara de su ídolo pop internacional. Me descolocó, sonreí confuso ¿Se estaría burlando de mí? Crucé mis brazos. Ella caminó hacia mí con cara de pícara y dio vueltas a mi alrededor, en tono gracioso–Te suplico que me confirmes que ya te acostaste con él, que es un excelente amante en la cama, que le gustan los hombres y las mujeres, porque si no lo querés para siempre y solo lo vas a usar para romper la boda con Sara; lo agarro yo, para mí, para siempre.
—No nos acostamos, no estamos saliendo–dije de prisa, con una urgencia de aclararle, aunque sea a ella, que no tenía interés en él. Seguí–Le estoy pagando para que finja. ¿De dónde lo conocés?
—Instagram.
—Ya no sé qué hacer. Sé que es… todo ésto es una mierda.
—¿Por qué aceptó ese trabajo?–preguntó Bianca, pensativa–Gian tiene la mente muy abierta, no le molesta que lo señalen como alguien de la comunidad LGBT, evidentemente. Por otra parte, vos estás tan desesperado que te tragas el orgullo. Dejame decirte algo, Noah. Te va a salir mal.
—¡Ay, Bia!–gruñí de mala gana.
—Mentir requiere de mucha energía y compromiso, no podés decir que estás con Gian y mirar a cada chica que pasa, como hiciste desde que entramos a la playa.