Cantar de los cantares de Salomón - Luis de León - E-Book

Cantar de los cantares de Salomón E-Book

Luis de León

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Una de las fuentes de inspiración de la poesía española ha sido el Cantar de los cantares. Fray Luis de León escribió en sus años jóvenes este comentario, obra maestra de la literatura española que –junto a Los nombres de Cristo y La perfecta casada– consagró a este agustino como uno de los principales representantes del Siglo de Oro español. «Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor». Así comienza fray Luis su exposición, que expresa con todo detalle los efectos del amor humano entre Salomón y la bella Sulamita. Ávido de conocimientos filológicos, humanísticos, exegéticos y literarios, fray Luis se adentra con rigor en el texto bíblico, que traduce del original, e interpreta y expone su contenido como un orfebre literario y un avezado del lenguaje teológico.

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Estudio introductorio

Rafael Lazcano

1. Presentación

El panorama cultural español del siglo XVI manifiesta entre 1560 y 1572 un entusiasmo por el estudio de las Sagradas Escrituras. El llamado «movimiento biblista», con claro empuje hacia la filología, se configura de modo paulatino y magistral en cuatro grandes figuras: Gaspar de Grajal (1530-1575), Martínez de Cantalapiedra (1519-1579), Benito Arias Montano (1527-1598) y fray Luis de León, célebre poeta, escritor y personaje destacado del Siglo de Oro español, quien mostró un singular interés por la lingüística, la erudición y la lectura directa de la Sagrada Escritura.

La exposición literal del Cantar de los cantares, su primera obra castellana, realizada bajo el amparo del dominio de la literatura clásica, las lenguas orientales y la castellana, convierte la insuperable historia de amor, apasionada y realista, entre dos enamorados, salpicada a veces de tintes eróticos y ambiente bucólico, en una égloga amorosa-pastoril con trasfondo de amor divino, de ascenso de las criaturas hacia la belleza y la perfección. Los enardecidos protagonistas aspiran a fundirse con la belleza suprema, que puede alcanzarse a través del amor, aspiración, deseo y reflejo del amor divino. La lectura del Cantar de los cantares, abierta a múltiples sentidos, pone de manifiesto la fuerza simbólica del amor judeocristiano, en el que fray Luis inscribe una amplia y profunda comunicación subjetiva, verbal y no verbal –acciones, movimientos, gestos[1]–, de los personajes, en la que se transmiten múltiples e insospechadas vivencias y sabias enseñanzas.

«Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor». Así comienza fray Luis su exposición del Cantar. Con todo detalle expresa los efectos del amor humano entre Salomón y la bella Sulamita [algunos escriben Sunamita], al poco disfrazados de pastores: «Debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos; ruega y llora, y pide celos; se va como desesperado, y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que la ausencia y el temor en ellos causan, juntamente con los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó» (CC, Prólogo).

El maestro León, «enamorado del amor, del hebreo, y de la cultura bíblica» [Nahson, 1998: 1103], ávido de conocimientos filológicos, humanísticos, exegéticos y literarios, consiguió sobrepasar los límites de la glosa medieval acerca del Cantar de los cantares. Con rigor –lógica y razón– se adentra fray Luis en el texto bíblico como lo haría un autor moderno, que traduce del original, interpreta y expone su contenido, a modo de orfebre literario y teólogo del lenguaje.

2. Vida

En Belmonte (Cuenca) nació Luis de León el año 1527 [Herrera, 1652: 393]. Sus padres fueron Lope de León, formado en derecho, abogado en la Corte y oidor (juez) en la Chancillería de Granada, e Inés Varela de Alarcón, hija de Juan de Varela, oficial superior de la guardia real. Por las venas de Luis, el mayor de seis hermanos, corría sangre judía, aunque en escasa medida, proveniente de su bisabuela paterna, la judía conversa o cristiana nueva llamada Leonor Rodríguez de Villanueva, procesada y reconciliada en 1512, lo mismo que el abuelo de Leonor, judío y convertido, que fue juzgado por prácticas judaizantes y condenado en 1492 [Carrete, 1979: 31-36; Id, 2018: 981-987]. En su patria chica aprendió las primeras letras, luego acompañó a sus padres a la Corte, primero a Madrid (1533) y tres años más tarde a la ciudad de Valladolid, donde estudió latín, griego e inició su formación en hebreo. Con 14 años de edad llegó a Salamanca con intención de cursar la carrera de Cánones en la Universidad, tutelado por su tío Francisco de León, a la sazón profesor en la Facultad de Leyes. Ese mismo año, 1541, su padre fue destinado a la Chancillería de Granada en calidad de juez.

Corría el mes de enero de 1543 cuando interrumpió los estudios de Derecho canónico para vestir el hábito agustiniano e iniciar el año de noviciado en el convento de San Agustín, donde profesó la vida consagrada el 29 de enero de 1544. En ese mismo convento salmantino cursó los estudios de Artes (1544-1546) y en la Universidad los de Teología (1546-1551), siendo sus maestros los destacados teólogos Juan de Guevara, Diego de Covarrubias y Melchor Cano, entre otros. Los cuatro años siguientes, 1551-1555, compaginó la docencia en los conventos de Toledo, Soria, Alcalá y Salamanca, con la formación teológica en la Universidad de Salamanca. Después profundizó en el estudio de la Sagrada Escritura y lenguas semitas en la Universidad de Alcalá, años 1556 y 1557, con los maestros Cipriano de la Huerga, catedrático de Biblia y hebraísta, y Mancio de Corpus Christi, prestigioso teólogo. Entre sus compañeros de estudios se encontraba Benito Arias Montano, destacado exégeta, humanista, traductor, poeta y editor de la famosa Biblia regia o políglota de Amberes (1568-1572).

De regreso a Salamanca se ocupa de la enseñanza de la Teología en el convento de San Agustín y el estudio de lenguas clásicas y modernas, puesta la mirada en la graduación universitaria. En efecto, una vez superadas las pruebas y ejercicios estipulados, alcanzó los grados de licenciado y maestro en Teología por la Universidad de Salamanca el 7 de mayo y el 30 de junio de 1560, respectivamente. En los años sucesivos enseñará en diferentes cátedras: 1ª) Cátedra de Santo Tomás (1561-1565), tiempo en que traduce al castellano el original hebreo del Cantar de los cantares (1561-1562); 2ª) cátedra de Teología Nominal, luego llamada de Durando (1565-1572), 1572 es el año de su detención (24 de marzo) y prisión en la cárcel inquisitorial de Valladolid, en la que permanecerá hasta el 11 de diciembre de 1576, tras ser declarado inocente y libre de todo cargo por el Tribunal Supremo de la Inquisición; 3ª) cátedra extraordinaria de Teología, creada para él por la Universidad (1577-1578); 4ª) cátedra de Filosofía Moral (1578-1579; maestro en Artes, 1578), y 5ª) cátedra de Biblia (1579-1591), donde impartió importantes lecciones acerca del Eclesiastés, el evangelio de san Lucas, la segunda Carta de san Pablo a los tesalonicenses, el tratado De sensibus Sacrae Scripturae, el profeta Abdías, el Salmo 67 y otros salmos, el Cántico de Moisés (Dt 32), la epístola a los gálatas, el Cantar de los cantares (19 de octubre de 1585 hasta el 18 de junio de 1586) [Díaz Martín, 2020: 469-478], los dos primeros capítulos del Génesis, etc.

Durante la década de 1580, además de las labores propias de la cátedra, desempeñó para la Universidad labores administrativas, principalmente en pleitos que la misma Universidad tenía ante la corte de Madrid, dada su pericia en asuntos jurídicos. Este fue el pretexto adecuado para alejarse de la ciudad de Salamanca, suspender la actividad docente, que tanta fatiga, hartura y desazón le producía desde hacía un tiempo, y así entregarse de lleno a su vocación de humanista, poeta, traductor, teólogo, biblista y escritor. Obras: In Cantica Canticorum (Salamanca 1580); reimpresa en 1582, y nueva edición, a modo de complemento de las anteriores, bajo el título In Canticum Canticorum Triplex explanatio. Psalmum XXVI. Abdiam. Epistol. ab Galatas, (Salamanca 1589); In Psalmum vigesimum sextum explanatio (Salamanca 1580), De los nombres de Cristo y La perfecta casada (Salamanca 1583), y Exposición del libro de Job (1591), edición póstuma (Madrid 1779), y también sus Poesías, edición que incluía las traducciones latinas, griegas e italianas, dadas a la imprenta por Francisco Quevedo (Madrid 1631). Editó Los libros de la Madre Teresa de Jesús (Salamanca 1588), y actuó en varios escenarios como impulsor de la reforma agustiniana.

Doce lecciones leyó solamente el curso 1590-1591 en la Universidad de Salamanca, entre el 16 de julio de 1590 y los primeros días de agosto de 1591, cuando se desplazó al convento de San Agustín, de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), con el fin de participar en el capítulo provincial de su provincia de Castilla. En ella había desempeñado los cargos de prior, consejero provincial (1563) y vicario provincial desde enero de 1591, tras el nombramiento del entonces provincial, Pedro de Rojas Enríquez, obispo de Astorga. Los capitulares reunidos en Madrigal eligieron el 14 de agosto a fray Luis para el cargo de provincial de Castilla, oficio que no llegó a ejercer porque nueve días después acabó su vida en el mismo convento madrigaleño. Sus restos mortales fueron llevados a Salamanca, primero al convento de San Agustín y, finalmente, el 28 de marzo de 1856 a la capilla de San Jerónimo, en las Escuelas Mayores, edificio principal de la Universidad de Salamanca.

3. Traductor del Cantar de los cantares

La faceta de traductor de fray Luis, hombre serio y sereno, amante de la soledad y la paz, audaz, paciente en las tribulaciones y siempre activo (estudio, cátedras, disputas, libros, viajes, capítulos, etc.), ocupa una parte importante de su vida intelectual, literaria y religiosa. Influido por un ambiente bíblico, el joven profesor universitario, todo un experto conocedor de la lengua hebrea y pertrechado de nobilísimos conocimientos gramaticales, lexicográficos y sintácticos, comienza su labor de traductor bíblico con el Cantar de los cantares.

Por exigencias vocacionales, tanto bíblicas y filológicas como espirituales y literarias, a lo largo de su vida, fray Luis acometió varias traducciones. Además del Cantar, traduce al castellano el libro de Job, numerosas poesías clásicas y modernas, salmos (24) y los últimos 22 versículos del capítulo final del libro de los Proverbios. De todos los títulos, seguramente la exposición romance del Cantar de los cantares ocupe el puesto de honor en cuanto a su condición de filólogo renacentista y creador del lenguaje.

El pretexto para emprender la versión directa del hebreo en lengua vernácula del Cantar de los cantares, uno de los libros más difíciles de traducir y glosar de la Sagrada Escritura, lo encuentra fray Luis en una monja del convento Sancti-Spiritus, de Salamanca, su prima Isabel Osorio, que ignoraba el latín y deseaba conocer en su lengua castellana el texto bíblico y los significados literal y alegórico del Cantar[2]. En principio, el uso de la traducción iba a ser estrictamente conventual, privado y familiar[3], sin el propósito de que pasase por la aprobación para su publicación en forma de libro, por dos motivos: el concilio de Trento imponía la Vulgata como única versión autorizada (sesión 4ª del 8 de abril de 1546) [Denzinger, 1999: 483], y porque estaba en vigor la prohibición de la «Biblia en romance castellano o en otra cualquier vulgar lengua», norma dictada en el Índice de libros prohibidos de Valdés (1551, n. 59; recogida también en el Índice de 1559) [Bleznick, 1968: 195-205].

Fray Luis, hombre atrevido e intelectual valiente, proyecta la «versión capitular» y la «traducción versicular»[4] del Cantar con la misma libertad de expresión y exigencia académica que caracteriza la enseñanza en el aula universitaria. Fray Luis manifiesta al final del Prólogo del Cantar que disfruta en «el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es, y nosotros usamos de él después de puesto cada capítulo en la declaración que se sigue». Pero además de precisiones filológicas, fray Luis ofrece numerosos conocimientos históricos, psicológicos, arqueológicos, etc. Fray Luis nos dice que el conocimiento no admite vetos idiomáticos: libros libres, sin trabas ni cortapisas, en romance.

El gusto por la poesía, el conocimiento de la lengua hebrea y el impulso de su ingenio, familiarizado con la traducción exegética judía, le motivaron lo suficiente como para comenzar en 1561 la traducción y el comentario castellano a partir del original hebreo, no por la traducción latina de san Jerónimo, ni de la versión griega de los LXX, preparada por –70 o 72– judíos de Alejandría, traducción comenzada al inicio del siglo IIIa.C. y acabada hacia finales del siglo II a.C. Además, fray Luis se interesó por una exposición en romance del Cantar de los cantares de Salomón, acompañado de la traducción en verso, de Arias Montano, que había preparado en 1554, y a la que tuvo acceso en la primavera de 1561 por mediación, probablemente, del agustino Sebastián Toscano, a condición de que vertiera el texto resultante, traducción y comentario del Cantar, al idioma de Cicerón, escritor y orador romano[5].

De este modo comenzó fray Luis la traducción del original hebreo del Cantar, con espíritu crítico y distanciado de la Vulgata, tratando de comprender el texto original, comparándolo con la traducción griega de los LXX, e incluso con el manuscrito del comentario del Cantar de Arias Montano. Es consciente de los graves riesgos que acarrea tal empresa, también de los serios problemas que podría levantar entre los intelectuales de su tiempo, los peligros que seguramente ocasionaría a las personas no formadas en las letras divinas, los misterios de la fe, el amor humano y el amor divino, tras la lectura de su obra, e incluso entre los lectores formados, puesto que su lectura podría inducir a cambios de conciencia, voluntad, sentimientos y actitudes, independientemente de su origen, cristiano o judío. Téngase presente que durante siglos la Vulgata había servido de fuente para la teología y el derecho, la fijación de las normas morales y el quehacer de las comunidades. Para fray Luis, lo inmediato, no obstante, era cómo solventar las arduas dificultades textuales del Cantar. De este modo lo declara en el Prólogo:

«Porque se ha de entender que este libro en su primer origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente, y aun eso que se puede, no lo dice todo sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el principio. Que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por lo demás entendido; y la pasión con su fuerza y con su increíble presteza le arrebata la lengua y el corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice; la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas, como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan, el que, viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes».

A su vez, fray Luis reconoce el esfuerzo filológico y exegético que exige una versión en lengua romance del original hebreo, lengua densa y difusa en sus significados, cuando lo que se propone es ofrecer pureza del lenguaje, sentido interno y variada significación de las peculiares comparaciones que colman la retórica amorosa del Cantar. Dice así:

«Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición, lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos. Y juntamente con esto, por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica ahora; de donde nace parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lenguaje y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que ahora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso, nos desagrada, era todo el bien hablar y toda la cortesana de aquel tiempo entre aquella gente».

Porque las dificultades abundan y los campos de trabajo resultan numerosos, fija con precisión y realismo el objetivo que persigue, la fijación del texto, el sentido literal propio de la filología, dejando para otra ocasión el sentido espiritual. Dice fray Luis: «Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así, llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa, que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no carece de grandes dificultades, como luego veremos» (CC, Prólogo).

El procedimiento metodológico empleado, además de meticuloso y amplio, nos parece ambicioso y preciso. No incluye críticas directas, ni palabras de menosprecio hacia la versión oficial de la Vulgata, simplemente se aparta de ella, y también de la traducción griega septuaginta [Habib Arkin, 1966: 37-64]. Este es un signo más de su carácter intelectual y su nivel de creatividad, su coherencia metodológica y su madurez científica. Con firmeza declara fray Luis: «Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin de que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después, su declaración. Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que de él hay, que son muchas; y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no solo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas» (CC, Prólogo).

Con nobles palabras traza las características de su estilo de traducción cuando vierte o traslada, traduce y explica lo traducido, oficio meticuloso, vasto, exigente y creativo, frecuente entre humanistas y biblistas de elevado prestigio. «El que traslada –escribe fray Luis– ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitarlas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere» (CC, Prólogo). Es decir, el traductor ha de ceñirse a las palabras, al contexto y significado originales de ellas, sin atemperar el poder de las metáforas y comparaciones, ni acotar la pluralidad de posibles interpretaciones, y en el supuesto de que añadiera algo de cosecha propia debería quedar indicado convenientemente para información del lector.

«El Cantar proporcionó a nuestro autor –dice José María Becerra– los mayores disgustos y sinsabores con la Inquisición, pero fue el libro sagrado que más deleites y consuelos le produjo, y el que más hondamente modeló su espíritu» [Becerra Hiraldo, 2003: 14]. Estoy de acuerdo con la primera parte de la expresión, no así con la segunda, puesto que, desde mi modesto criterio, el libro de Job ocupa, no solo la mayor parte de vida intelectual de fray Luis, como traductor, exégeta y escritor, sino que la figura del santo Job, al que estuvo ligado toda su vida, le proporcionó lo más importante, las «razones para vivir, la ratio vivendi» y la fortaleza necesaria a la hora de afrontar las turbulencias de la vida (emocionales, académicas, religiosas y espirituales) llevado de la mano de Dios[6].

Al poco tiempo de terminar la traducción y el comentario del Cantar (1562), con introducción, capítulos bien organizados sin excesiva erudición, y breve epílogo, a semejanza de un libro piadoso en lengua vulgar de la época, comenzó una inesperada divulgación del manuscrito, debido a la curiosidad, atrevimiento e indiscreción del agustino fray Diego de León, a la sazón estudiante en Salamanca y encargado del aseo de la habitación de fray Luis. Del manuscrito original, dispuesto en el escritorio de fray Luis, una vez repuesto tras su lectura por Isabel de Osorio (1563), hizo una primera copia, y a partir de entonces se sucedieron nuevas reproducciones, pasando de mano en mano el Cantar de los cantares de fray Luis de León[7]. Una transmisión encubierta del Cantar, con múltiples variantes textuales y de contenido, comenzó a realizarse por Europa (Alemania: Colonia, Portugal y España: Salamanca, Granada, Valladolid, etc.)[8], llegando a circular alguna copia incluso por el Nuevo Mundo[9]. Estos «otros lectores» de primera hora, previstos por fray Luis[10], aficionados a la lectura de obras espirituales en lengua romance, eran cristianos que no dominaban por completo el latín y aquellos otros que, entendiéndolo, no acaban de penetrar en el significado del Cantar desde el texto de la Vulgata. Es consciente de que «algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correa el hilo del decir, pudiéndolo hacer fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras» (CC, Prólogo).

En vista de la acogida de las copias manuscritas del Cantar, fray Luis tuvo la intención de publicar una edición que fijase el texto y aprovechase su contenido a nuevos lectores, como así manifestó al decano de la Facultad de Teología y Comisario del Santo Oficio en Salamanca, Francisco Sancho, quien le respondió desde Madrid el 16 de julio de 1571, «que sería más acertado que V. P., como dice en su carta, escribiera la obra en latín, y la perfeccionase en lo que pareciere convenir para sabios y doctores, y tener mejor contentar a los tales que no a la turbamulta»[11].

Una decena de años transcurrieron desde la divulgación del Cantar[12] hasta que los competidores y adversarios de las aulas universitarias de fray Luis entraron en escena, apoyados en los principios de escuela (escolástica) y en sistemas teológicos que habían aparcado los estudios bíblicos. La figura atrabiliaria de León de Castro, perseguidor iletrado de heterodoxias y antisemita, y el dominico Bartolomé Medina levantaron sospechas, más si cabe a raíz de las juntas de teólogos salmantinos ocupados de la revisión de la Biblia de Vatablo (1569-1571). Varios focos despertaron la atención sobre fray Luis y sus enseñanzas: a) las pautas de traducción al castellano del Cantar, principalmente la interpretación literal; b) el menosprecio de la Vulgata, y c) la atención prestada a los comentarios de los rabinos en detrimento de los padres de la Iglesia. Todo ello, sumado al ambiente tenso, rencoroso e intrigante entre órdenes religiosas y grupos encontrados de intelectuales por el control del quehacer teológico, las cátedras y los puestos académicos, consiguieron que fray Luis fuese encausado y encarcelado por la Inquisición. Ciertamente, el Cantar motivó una nueva acusación contra fray Luis, pero no fue la principal del proceso inquisitorial, en el que afloraron otras temáticas de calado dogmático, según se desprende de las listas de proposiciones formuladas contra fray Luis[13]. En el fondo de la cuestión, aunque algunos estudiosos quieran quitarle importancia, se ventilaban asuntos relevantes: ¿Puede mejorarse la versión Vulgata de san Jerónimo desde la investigación filológica del texto hebreo?[14], ¿qué autoridad posee la Vulgata?, ¿alguna de sus ediciones impresas puede alcanzar los calificativos de auténtica, inspirada e infalible?, ¿existen diferencias hermenéuticas entre el quehacer del traductor y del exégeta, del filólogo y del teólogo?, ¿el conocimiento del sentido original de la Sagrada Escritura puede mejorarse mediante el estudio científico de los libros sagrados?, ¿la investigación bíblica puede tener límites infranqueables? A este respeto fray Luis se muestra clarividente cuando señala: a) la diferencia entre traducción/filología y exégesis/interpretación; b) el original hebreo y griego, según los diversos códices, admite varias lecciones con diferente significado y sentido, lo que propicia variados matices y distintas traducciones, y c) la edición Vulgata o la de los LXXadmiten mejoras acordes con la escritura original hebrea de la Biblia[15].

Los casi cinco años pasados en la cárcel inquisitorial, desde su detención el 24 de marzo de 1572 hasta su puesta en libertad el 11 de diciembre de 1576, le proporcionaron, ciertamente, graves disgustos e injustos sufrimientos. Durante ese tiempo, encerrado en una celda, que a veces compartió con un morisco que ignoraba el castellano, moldeó la grandeza de su personalidad y desplegó su talento en el campo jurídico. Sin cargo alguno, ni imposición de retractarse de cuanto decía en el Cantar, salió de la cárcel por decisión del Tribunal General de la Inquisición, al tiempo que comenzaba una nueva etapa en la vida de fray Luis, expresada años más tarde de modo admirable en el emblema ab ipso ferro. Con este símbolo transmite a sus pocos amigos y muchos émulos un mensaje, que la obra del Cantar de los cantares contenía verdad (ortodoxia), profundidad expositiva y riqueza de contenido. Más aún, que el Cantar estaba llamado a convertirse con el paso del tiempo, ante cualquier instancia y época histórica en: a) modelo de traducción e interpretación en romance; b) obra clásica de sabiduría y belleza literaria, y c) libro de lectura destinado al crecimiento, renovación y madurez espiritual.

4. El Cantar de los cantares

El canto por excelencia de la Sagrada Escritura no es otro que el Cantar de los cantares. Observa fray Luis de León al principio de esta obra: «Propiedad es de la lengua hebrea doblar así una palabra cuando quiere encarecer alguna cosa o en bien o en mal; así que decir Cantar de cantares es lo mismo que decir en castellano Cantar entre cantares; es hombre entre hombres; esto es, señalado inminente entre todos, y más excelente que otros muchos».

Las interpretaciones al Cantar de los cantares han sido numerosas, tanto en la época rabínica y patrística [Urbach, 1971: 247-275], como en los siglos posteriores, bien en la tradición judía como en la cristiana. La obra singularmente representativa del Renacimiento español no es otra que la traducción y comentario al Cantar de fray Luis de León [Sáenz-Badillos, 1995: 159-176], labor primeriza realizada en el convento de San Agustín, de Salamanca. Alegoría del amor apasionado, preñado de besos, halagos, suspiros, amores, caricias, arrullos, ternezas, y de las nupcias de Salomón y la hija del Rey de Egipto. Por el Cantar también desfilan otros personajes secundarios, pastoras y pastores amigos. La acción se desarrolla en dos escenarios diferentes, el campo, «que es lugar para el amor mejor que otro» (CC, 2, n. 13), y la ciudad de Jerusalén, «la principal ciudad y la más hermosa que había en toda Palestina» (CC, 6, n. 3), con clara predilección por la naturaleza, fuente de significados para las concepciones grecolatinas y judeocristianas del amor [Galindo, 2017: 411-469]. En el campo de la soledad o en la soledad del campo afloran los sentimientos de identidad, además de ser lugar de sosiego, donde se posibilita el encuentro con la persona amada desde la más profunda intimidad, a la par que de revelación amorosa y vivencia espiritual (CC, 1, n. 7). Los amantes huyen del bullicio y de las pasiones que genera la ciudad (CC, 8, n. 2), se alejan en compañía para «gozar a solas y sin estorbos de gentes, que para los que se aman es estorbo a par de muerte. Y, por eso, dice: Allí te daré mis amores» (CC, 7, n. 11).

El Cantar de los cantares de fray Luis posee una «belleza única y una sorprendente prosa por su intensidad, ritmo y sonoridad, esplendor y gracia, perfección y frescura» [Lazcano, Tesauro Agustiniano, XI, 27], sin que ello signifique una sobreexposición de exquisiteces retóricas y alardes eruditos. El Cantar puede entenderse bien como una composición poética, del género bucólico o pastoril (égloga), con los elementos amorosos que conlleva la vivencia del amor humano (viveza descriptiva, efusión amorosa, expresiones próximas al impudor); o como un poema nupcial de amor profano, de una novia bella como la naturaleza, el alma, la luna y el sol[16] que va al matrimonio ardiente de amor, donde el amado se asemeja a la rosa y la amada al lirio[17].

Los poemas del Cantar son canciones de amor de un Amado y una Amada, que se juntan y se pierden, que se alejan y se encuentran. Se presentan en un contexto, con un lenguaje y una vida pastoriles, donde los personajes de ese género literario, un pastor y una pastora, «perdida de amores por su pastor» (CC, 3, n. 1), ensalzan, a fin de cuentas, la bondad y dignidad del amor mutuo, fiel y apasionado que sella el contrato del matrimonio, bendecido por Dios en cuanto unión afectiva y estable del hombre y de la mujer. El origen e inspiración del Cantar puede encontrarse en la poesía amorosa de Israel, pero también en los rituales, ceremonias y cantos que acompañaban a la celebración del matrimonio de Siria y Palestina, unidos por un mismo tema: el amor.

Con el transcurrir del tiempo comenzó a aplicarse al Cantar de los cantares una interpretación alegórico-espiritual, donde un pastor y una pastora representan las nupcias de Yahvé con Israel, su pueblo elegido, cuya alegoría se amplió en la era cristiana a la unión de Cristo, el Esposo, con la Iglesia, su Esposa; y la unión íntima, espiritual y amorosa del Señor con cada alma, hombre o mujer bautizado, como expresaron los grandes místicos, entre ellos, san Juan de la Cruz, y escritores bíblicos y espirituales, como fray Luis de León:

«Cosa sabida y confesada por todos es que, en estos Cantares, como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, como otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricas del mismo Espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo [...]. Porque se ha de entender que este libro en su primer origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, donde con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea» (CC, Prólogo).

Fray Luis trata de justificar que en su comentario castellano se atiene al plano de la letra, explicitando los detalles del texto, ceñido al sentido literal del original y con escaso margen para la explicación en profundidad de metáforas y comparaciones. En ninguna ocasión niega la interpretación espiritual, sino que la da por supuesta, dado que su objetivo se concentra en ampliar y completar la elucidación literal y filológica de los textos sagrados, propia del traductor bíblico renacentista. En ella dejaba luminosas aportaciones, pero también la influencia de otros hebraístas y autores de comentarios bíblicos, como Arias Montano, Alfonso de Zamora (1476-1544), el agustino Dionisio Vázquez (1479-1539), el cisterciense leonés Cipriano de la Huerga (1509-1560), Martín Martínez de Cantalapiedra, Gaspar de Grajal, etc., o exégetas hebreos de la talla de Rashi, acrónimo de Rabí Shlomo Yitzjaki (1040-1105), Abraham ben ‘Ezra (1092-1167), Mosé ben Nahmán (1194-1270), etc. [Fernández López, 2009].

El Cantar de los cantares de fray Luis, con su traducción y comentario (1562), obra preparada no para su publicación, sino para cumplir los deseos de una religiosa del convento salmantino de Sancti-Spiritus, su prima Isabel de Osorio, y que tantos quebraderos de cabeza propició a fray Luis, salió impresa 226 años después de su composición, de la mano del poeta agustino Diego Tadeo González, familiarizado con la obra y el espíritu del maestro León (Oficina de Francisco de Toxar, Salamanca 1798). Esta primera edición, notablemente mejorable, ofrece un extraordinario grabado de fray Luis de León. Por entonces, finales del siglo XVIII, la figura del agustino belmonteño, filólogo y poeta, combativo y crítico, sabio y docto escritor, exégeta, teólogo y jurista, gozaba de prestigio, presencia y admiración en las letras españolas [Palomares,2016]. Desde entonces, el Cantar de los cantares de fray Luis sigue despertando un abultado atractivo entre el pueblo culto, los especialistas en la Sagrada Escritura y un numeroso grupo de lectores ávidos de sabiduría divina presentada con claridad, expresividad y profundidad, elementos que rezuman en la prosa de fray Luis con sabor culto y popular.

5. Características y particularidades

Si la lengua hebrea posee «propiedad», «condición» y «fuerza», las dificultades a la hora de acometer la traducción del Cantar no podían no ser «grandes», como advierte el mismo fray Luis. A su vez, sostiene que en el plano lingüístico del hebreo, lengua original en que se escribieron los libros sagrados, encontramos la base que determina la exégesis, la fundamentación de la teología y del dogma. La labor del filólogo resulta, pues, determinante para encarar la traducción e interpretación del texto bíblico, con implicaciones en varias cuestiones, algunas de ellas presentes de modo implícito, como el significado último de la religiosidad y el lugar que ocupa el amor en la vida del creyente, cuya última aspiración es la unión con Dios. Con ello queda cifrado de alguna manera un modo de pensar, sentir y experimentar el amor en la cultura hebraica, cuyo legado –ideales, valores, emociones, sentimientos del ser humano, autenticidad de espíritu, y despliegue de fases por las que atraviesa la pareja de enamorados, el Esposo y la Esposa (1ª: implícita confianza y recuerdo previo que de sí tienen ambos [paraíso primordial]; 2ª: ausencias, reclamos y búsquedas de la Esposa para con el Esposo, y viceversa [historia sagrada]; 3ª: cumplimiento, deleite y consumación del amor entre quienes tratan de amar y ser amados por Dios [reino mesiánico]), símbolo de la relación entre Yahvé e Israel, Cristo y la Iglesia–, trasvasa a la literatura española del Siglo de Oro y a los lectores del Cantar de fray Luis de León.

En numerosas ocasiones muestra la propiedad del léxico castellano. Veamos un ejemplo: «En lo que dice tus cabritos, es de advertir el gentil decoro que guarda Salomón, porque ordinariamente a las mujeres, por ser más delicadas, no las ponen en recios trabajos, y si el marido cava, ella quita las piedras; si poda, ella sarmienta; si siega, ella hacina; y así, el marido trae el ganado mayor, ella suele andar con el menudo» (CC, 1, n. 7). Otras veces ensalza fray Luis las gracias de la amada con atrevidas comparaciones al comentar Tus cabellos como manada de cabras que levantan del monte Galaad (4, 1): «Quien habla es pastor, y para haber de hablar como tal no puede ser cosa más a propósito que decir de los cabellos de su amada que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte; mostrando en esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros [...] y relucientes como lo son las cabras que pacen en aquel monte señaladamente» (CC, 4, n. 1).

Varios comentarios del Cantar destilan la fina sensibilidad de fray Luis cuando describe el cuerpo humano de la Esposa (capítulo 7), sin soslayar ningún detalle importante e intensidad de erotismo, o cuando contempla las cosas que encuentra en la naturaleza, que el lector aprecia y valora por su delicadeza y finura:

«Tus pechos, como dos cabritos mellizos, que pacen entre las azucenas. No se puede decir cosa más bella ni más a propósito, que comparar los pechos hermosos de la Esposa a dos cabritos mellizos, los cuales, además de la terneza que tienen por ser cabritos y de la igualdad por ser mellizos, y además de ser cosa linda y apacible, llena de regocijo y alegría, tienen consigo un no sé qué de travesura y buen donaire, con que llevan tras sí y roban los ojos de los que los miran, poniéndoles afición de llegarse a ellos y de tratarlos entre las manos; que todas son cosas muy convenientes y que se hallan así en los pechos hermosos a quien se comparan. Dice que pacen entre las azucenas, porque con ser ellos lindos, así lo parecen más; y queda así más encarecida y más loada la belleza de la Esposa en esta parte» (CC, 4, n. 5).

Otros comentarios confirman el fino sentido filológico, estilo literario y profundo conocimiento de las lenguas hebrea y castellana que posee fray Luis de León a la hora de tejer la historia de amor. Dos textos, entre otros muchos, que lo constatan:

«Mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corre [...], la palabra hebrea hober quiere decir corriente, que pasa por buena por todas partes; lo cual, según la propiedad de aquella lengua, quiere decir que es muy buena y perfecta, aprobada de todos los que la ven, conforme a lo que en nuestra lengua solemos decir de la moneda de ley, que es moneda que corre» (CC, 5, n. 6).

«Es ungüento derramado tu nombre. Derramado quiere decir, según la propiedad de la palabra hebrea a quien responde, repartido en vasos o mudado de unas bujetas en otras, porque entonces se esparce más su buen olor. Tu nombre no quiere decir tu fama, como algunos entienden, y se engañan, y como se suele entender en otros lugares de la Sagrada Escritura, porque eso viene fuera de lo que se trata. Quiere decir el nombre con que es llamado cada uno. Así que dice: llamaste olor esparcido, que es decir, es tal y trasciende tanto tu buen olor que podemos justamente llamarte, no oloroso, sino el mismo olor esparcido» (CC, 1, n. 2).

Fray Luis agota, por así decir, los recursos que tiene a su alcance, bien sean de geografía, historia y tradiciones del pueblo hebreo, como lingüísticos, gramaticales y sintácticos, para justificar la interpretación del sentido literal del Cantar. Moderniza o castellaniza expresiones y vocablos arcaizantes, siempre y cuando resulten incomprensibles para aquella época [Fernández López, 2014: 179-180]. En varias ocasiones el Cantar de fray Luis trata de dar explicaciones de plantas, animales o cosas que figuran en el texto original, y que le sirven, por así decir, para la exégesis filológica. También aclara la fluctuación de nombres cuando desconoce la cosa nombrada, como ocurre al comentar:

«Racimo de Copher mi Amado para mí, de las viñas de Engadí. Gran diferencia hay en averiguar qué árbol sea este que aquí se llama copher, el cual unos trasladan cipro, como es san Jerónimo, y entiende por él un árbol llamado así, y no a la isla de Chipre, como algunos incongruentemente declaran. Otros trasladan alcampfor o alheña; otros dicen que es un cierto linaje de palma. Cierto es ser especie aromática y muy preciosa, y entre tanta diversidad, lo más probable es que copher es el árbol de donde se saca el verdadero y finísimo bálsamo, que es a manera de vid; y así como el árbol es extraño a nosotros y que no se da en nuestra tierra, así no tenemos nombre para él, y de aquí nace el llamarle por tantos nombres. Danse estas vides en Palestina, en Engadí, que es ciudad junto al mar Muerto, como se lee en Josué [15, 62], y por esto añade de las viñas de Engadí» (CC, 1, n. 13).

Por lo demás, fray Luis ofrece en su Cantar abundantes noticias de las tradiciones judías, la costumbre de cazar de los jóvenes de Judea, los «buenos y preciosos olores» que usan los jóvenes de Palestina, y un sinfín de curiosidades, como se aprecia en el siguiente texto:

«Canela es lo que los griegos llaman casia. Galeno dice que el cinamomo tiene una suavidad de olor que no se puede explicar; y es cosa cierta que el cinamomo es una cosa más delicada en sabor y olor, y de más precio que la casia,