Carnaval Negros y Blancos - Javier Mojica Madera - E-Book

Carnaval Negros y Blancos E-Book

Javier Mojica Madera

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Beschreibung

Este proyecto de indagación se realiza en las costas del Pacífico colombiano, en una de las regiones más bellas y recónditas a lo largo de su litoral costero y tierras bajas del Cauca: el valle del Patía. En este valle interandino se salvaguarda una tradición cultural de más de 200 años: los Carnavales de Negros y Blancos de San Juan de Pasto, declarado por la Unesco como Patrimonio Oral e Immaterial de la Humanidad en el 2009. La investigación procura exaltar la presencia de las comunidades negras del valle del Patía al sur del país, su cultura y su folclor como proceso identitario de transformación de la población afrodescendiente en Colombia evidenciando el reconocimiento, presencia e incursión de estos grupos minoritarios en un espacio transgresor que promueve y representa la memoria viva del Pacífico colombiano, donde se reconstruyen nuevas prácticas discursivas diversas y análogas. El Carnaval, manifestación ancestral que promueve la tradición y el legado familiar de negros e indígenas de los departamentos del Cauca y Nariño, enaltece la sabiduría de los pueblos y eleva su reconocimiento como baluarte en esta celebración. Es punto de partida de saberes milenarios incas, africanos y españoles en territorios del sur de Colombia; enmarca lo ritual y ancestral en los andes nariñenses, rescatando los testimonios de prácticas orales heredadas de generación en generación, y hace manifiesto el espíritu alegre de los pueblos del Patía y del Pacífico de Nariño.

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JAVIER MOJICA MADERA

Estudió Artes Plásticas, en el Instituto Departamental de Bellas Artes de Cali (1992). Realizó una Maestría en Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México, Academia de San Carlos (1997). Se doctoró en la Universidad Politécnica de Valencia (2009). Concluyó un posdoctorado en la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador (2022). Es Profesor nombrado del Departamento de Artes Visuales y Estética de la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle. En su producción artística ha establecido una metáfora visual entre las tradiciones rituales e identidades afroamericanas, como artista preocupado por la relación entre su cuerpo o persona con memorias primigenias. Inicialmente con la producción de autorretratos donde integra elementos que evocan rituales a través del grito, la voz y la intervención en su cuerpo. De este trabajo se derivan las exposiciones Memorias Marcadas, CEIM, Bancaja, Valencia (2005); Fotografias, ARCO, Madrid (2003); Contrastes y Coincidencias, Universidad Politécnica de Valencia (2001); Desapariciones, Enigmas e Identidad, Universidad Politécnica (2001); X Bienal Vilanova de Cervéira Portugal (1999); Viaje sin Mapa, muestra itinerante de áreas culturales del Banco de la República de Colombia (2006); ¡Mandinga sea! África en Antioquia, Museo de Antioquia (2013).

Desde el 2010 se involucra con la investigación estética y antropológica del Carnaval de Barran- quilla, y de Negros y Blancos de San Juan de Pasto. De ahí surge la exposición fotográfica Miradas de Carnaval, que exhibe en el Museo Institucional Centro Cultural Comfamiliar Barranquilla (2011), así como en la Universidad Autónoma de Occidente (2012), en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero (2014) y en la Biblioteca Mario Carvajal, Universidad del Valle (2017), en Cali. En el 2019 presenta la exposición fotográfica Los Negros Azules de Carreto en el Centro Colombo Americano de Cali. En el 2021 participa en la exposición colectiva Travestiario Tropical, curaduría de Danny Gonzales Cueto, en el Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico.

Mojica Madera, Javier

Carnaval Negros y Blancos.

Cimarrones del valle del Patía y el Pacífico nariñense en el Carnaval de Negros y Blancos de San Juan de Pasto / Javier Mojica Madera.

Cali : Universidad del Valle - Programa Editorial, 2022.

154 páginas ; 24 cm -- (Colección: Artes y Humanidades)

1. Carnaval de Negros y Blancos (Nariño) - 2. Cimarrones - 3. Patía (Cauca – Colombia) - 4. Identidad cultural

394.25 CDD. 22 ed.

M715

Universidad del Valle - Biblioteca Mario Carvajal

Universidad del Valle

Programa Editorial

Titulo: Carnaval Negros y Blancos. Cimarrones del valle del Patía y el Pacífico nariñense en el Carnaval de Negros y Blancos de San Juan de Pasto

Autor: Javier Mojica Madera

ISBN-EPUB: 978-628-7683-84-6 (2023)

ISBN: 978-628-7523-49-4

ISBN-PDF: 978-628-7523-50-0

DOI: 10.25100/PEU.7523494

Colección Artes y Humanidades

Primera edición

© Universidad del Valle

© Javier Mojica Madera

Diseño y diagramación: Sara Isabel Solarte, David Gutiérrez Medina Fotografía de carátula: Colectivo Coreográfico Indoamericanto, Plaza del Carnaval, Carnaval de Negros y Blancos 2020. Javier Mojica Madera

Fotografías: Javier Mojica Madera

______

Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita por la Universidad del Valle.

El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es responsable del respeto a los derechos de autor del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Los más sinceros agradecimientos a todas las poblaciones negras del valle del Patía, en especial al corregimiento El Pilón en el municipio de Mercaderes (Cauca), a indígenas, colectivos coreográficos, artesanos, población afrodescendiente, raizales y palenqueras que hacen posible la realización del Carnaval de Negros y Blancos de San Juan de Pasto.

Este libro es el resultado de la investigación de los estudios posdoctorales realizados en el marco del programa académico “América Latina en el orden global 2020-2021” de la Universidad Andina Simón Bolívar. Quito, Ecuador.

A Jaime Olivares

Javier Mojica Madera | Plaza del Carnaval, San Juan de Pasto, 2019

Contenido

RESUMEN

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

PREFACIO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I

RUTA Y TRATA DE ESCLAVOS SIGLOS XVII Y XVIII EN EL PACÍFICO COLOMBIANO: ESCLAVOS EN EL PALENQUE DEL VALLE DEL PATÍA

CAPÍTULO II

CIMARRONAJE EN EL PALENQUE EL CASTIGO DEL VALLE DEL PATÍA: RASTROS DE LA AFRICANÍA EN LOS NEGROS ESCLAVOS

CAPÍTULO III

PRESENCIA DE NEGROS EN EL CARNAVAL DE NEGROS Y BLANCOS DE SAN JUAN DE PASTO: CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LOS NEGROS

CAPÍTULO IV

EL CARNAVAL DE NEGROS Y BLANCOS DE SAN JUAN DE PASTO: RITOS SACROS DE NEGROS E INDÍGENAS

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS AL PIE

Javier Mojica Madera | Plaza del Carnaval, San Juan de Pasto, 2020

Resumen

Este proyecto de indagación se realiza en las costas del Pacífico colombiano, en una de las regiones más bellas y recónditas a lo largo de su litoral costero y tierras bajas del Cauca: el valle del Patía. En este valle interandino se salvaguarda una tradición cultural de más de 200 años. En su artículo, José Rafael Rosero Morales esboza: “El palenque El Castigo (Patía, Cauca, Colombia) va a constituirse desde finales del siglo XVII hasta mediados del XVIII, en el reducto de rebeldía de los negros patianos, hasta su progresiva disolución, para dar paso a la conformación de la sociedad patiana”1. La investigación procura exaltar las comunidades negras del sur del país, su folclor y cultura, como proceso identitario de transformación de la población afrodescendiente en Colombia; el reconocimiento, presencia e incursión de este grupo minoritario, en un espacio transgresor que promueve y representa la memoria viva del sur del país: “los Carnavales de Negros y Blancos de San Juan de Pasto”, fenómeno cultural de la construcción de nuevas prácticas discursivas diversas e identitarias. El Carnaval, en su manifestación cultural, promueve la herencia ancestral de los pueblos negros e indígenas de los departamentos del Cauca y Nariño. La presencia de los negros esclavos cimarrones del valle del Patía en el Carnaval de Negros y Blancos de San Juan de Pasto enaltece uno de los pueblos negros más emblemáticos del Pacífico colombiano y eleva su reconocimiento como baluarte del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Según el autor Carlos Arturo Erazo:

El valle del Patía es el único río del mundo en cortar una cordillera. Corta majestuosamente la Cordillera Occidental, en el sitio llamado la hoz de Minamá. La población negra llega al Patía desde el norte para extraer sal de las minas. La sal la traían por allá del “Salado de Capellanías, era un salado, aquí el salado de Méndez […] allí hay unos ojos de sal, y esa era la sal que comía uno y comía el ganado” […]. Posteriormente, “un grupo de esclavos se tornan cimarrones y generan el palenque Patía”2.

Agrega José Rafael Morales:

“Conviene señalar aquí, que el siglo XVIII, — de acuerdo con Mario Diego Romero—, también “significó para los patianos la llegada de otros pobladores afrocolombianos que arribaron como trabajadores de los hacendados, regando ganado cimarrón en el extenso valle y construyendo haciendas y plataneras […]”. Con todo, el nivel de estabilidad alcanzado por el palenque, lo convertirá en escenario, por excelencia, de procesos de resistencia; pues en éste “se dio el brote de rebeldía ante la esclavitud, y en él, se engendraron prácticas de resistencia que tuvieron continuidad y consolidación en la sociedad patiana, como sociedad cimarrona”3.

Finalmente, según Luis Carlos Castillo:

Los movimientos de esclavos a finales del siglo XVIII fueron en aumento, sobre todo en el sur del país, en la provincia del Cauca y en las costas Atlántica y Pacífica. […] La consigna de los esclavos del Cauca era: “muerte a los blancos del Cauca”4 y señalaban que “preferían morir antes que servir a cualquier blanco en las haciendas”5.

La exploración parte desde una exhortación al proceso de la llegada de la cultura africana a América.

Javier Mojica Madera | Colectivo Coreográfico Indoamericanto Plaza del Carnaval, San Juan de Pasto, 2020

Javier Mojica Madera | Plaza del Carnaval, San Juan de Pasto, 2020

Prólogo

A partir de esa puerta al mar, La puerta abierta sin posibilidad de regreso, Se fueron nuestros ancestros mártires Con la mirada fija a la infinidad del sufrimiento6.

JOSEPH NDIAYE

Joseph Ndiaye, escritor, historiador y director durante más de cuatro décadas de la Maison des Esclaves de la Isla de Gorea en Senegal, subrayaba en sus célebres discursos la conexión entre la trata de los esclavos africanos durante tres siglos de la historia de la humanidad y la construcción de las realidades políticas, económicas y sociales de Latinoamérica. Ese doble hilo que conectaba a los dos continentes se ataba al sufrimiento y a la explotación de millones de seres humanos, arrancados de su suelo nativo para cumplir el perverso proyecto colonizador.

El océano era una barrera espacio-temporal inalcanzable: una puerta sin posibilidad de regreso que separaba dramáticamente un pasado compartido con la tierra nativa y un futuro incierto de desarraigo. El sociólogo y profesor universitario Paul Gilroy retoma la metáfora del mar en su obra cumbre de 1993 The Black Atlantic: Modernity and double consciousness para describir una identidad negra intercultural y transnacional que conectaría a las poblaciones afrodescendientes diaspóricas en las Américas y en Europa con sus orígenes7. La mirada de Gilroy es profundamente antiesencialista y promueve más bien el concepto retomado de William Edward Burghardt Du Bois de double consciousness del sujeto diaspórico, en lugar de hibridity o mestizaje, debido a que esos términos implican una forma bastante insatisfactoria de nombrar los procesos de mutación cultural y de (dis)continuidad que exceden el discurso racial8. El discurso sobre la identidad incluye, por lo tanto, a las dinámicas que se generan entre nacionalidad, etnicidad y cultura.

La metáfora del viaje y sobretodo del barco, en relación al traslado forzoso de las poblaciones africanas en la época de la esclavitud, bien se refieren a un sistema microcultural y micropolítico vivo en movimiento, y es especialmente importante por razones históricas y teóricas. Los barcos, declara el estudioso, “centran inmediatamente la atención en el pasaje intermedio, en los diversos proyectos de retorno redentor a una patria africana, […] así como el movimiento de artefactos culturales y políticos clave”9.

De hecho, las poblaciones que fueron víctimas de unos de los mayores genocidios que la humanidad haya conocido, aportaron al continente americano sus costumbres, sus conocimientos y sus religiones que, sometidas a un proceso sincrético con el cristianismo, generaron el complejo sistema religioso afrocaribeño10 y sus expresiones artísticas y culturales que hoy en día siguen enriqueciendo el patrimonio cultural americano. Entre las manifestaciones más interesantes y significativas del legado afro-americano se encuentra el Carnaval de Negros y Blancos de San Juan de Pasto en Colombia, un espacio que, citando al autor de este libro: promueve la herencia ancestral de los pueblos negros e indígenas de Cauca y Nariño.

Javier Mojica Madera reconstruye de forma clara y participativa la historia de la población negra del Patía que llegó a esa zona del país latinoamericano para ser explotada en las minas de sal, y de sus mecanismos de resiliencia frente a una situación de esclavitud, entre los cuales el fenómeno del cimarronaje representa la máxima expresión de lucha para la libertad. Las rutas de escape hacia los palenques, lugares de resistencia establecidos por negros libres y esclavos, se reproducían en el cuerpo femenino a través de sus peinados. En su Biografía de un cimarrón (1966) el escritor cubano Miguel Barnet afirma que:

Los oprimidos, siempre en desventaja inicial, aprovecharon la naturaleza en su favor durante las contiendas entabladas. Las ásperas serranías, los tupidos bosques y las oscuras grutas fueron aliados de los luchadores contra la opresión. Muchas veces los esclavos se fugaron a los montes viviendo ocultos entre las rocas o protegidos por la espesura de los bosques. Los cimarrones fugitivos que obedecían a impulsos individuales de libertad pronto se convirtieron en grupos organizados para resistir a los amos, así nacieron los palenques, formados por grupos de negros que unas veces vivían en lomerías abruptas o en las cavernas apartadas11.

Paul Gilroy problematiza la relación entre la construcción/reconstrucción de unas raíces identitarias (roots en inglés) y las rutas (routes en inglés), los caminos, la diáspora, las travesías de las poblaciones afrodescendientes. El primer término indica algo estático, firme, inamovible, y el segundo indica los movimientos, las dislocaciones y las dinámicas. En su ensayo, el erudito retoma la vida de muchas personalidades afroamericanas para evidenciar como en el siglo veinte rompieron con la dicotomía entre viajes de placer para los blancos y viajes forzosos para los negros que había regido durante siglos:

El trabajo de Du Bois y Johnson apunta hacia formas más fructíferas de comprensión y la tensión entre raíces y rutas. Su trabajo se puede utilizar para identificar la locura de asignar experiencias de viaje recreativas o sin coacción solo a los blancos mientras se observan las experiencias de desplazamiento y reubicación de las personas negras exclusivamente a través de los muy diferentes tipos de viajes que realizan los refugiados, migrantes y esclavos12. (Traducción propia)

Si bien en la actualidad sigue vigente un mayor acceso a los viajes de recreo, de formación o de trabajo para las poblaciones afrodescendientes y africanas, no se puede pasar por alto la difícil situación migratoria de estas últimas en el continente europeo ni las diferencias que existen entre las clases sociales, los países y el acceso a los recursos económicos. Probablemente en el momento de la publicación de The Black Atlantic no se podía imaginar la realidad que iba a caracterizar los flujos migratorios desde el continente africano, solamente una década después no exenta de discriminación o de formas de (neo)esclavitud promovidas por la criminalidad en los sectores agrícolas, industriales y en la explotación de los cuerpos con la prostitución.

En Colombia la presencia de las poblaciones de origen africano se remonta al siglo XVI (1533-1595) y se ve a Cartagena de Indias como lugar emblemático de principio y fin de la trata de esclavos. Las mujeres y los hombres recién llegados a América representaban, como afirma Mojica en el presente libro:

Un nuevo ser extraño en nuevas tierras, un ser sumergido en otra cultura, otro continente. Un grupo minoritario que se convierte en la otredad el perfil de una cultura ancestral y milenaria que forjó su espacio en los palenques y en espacios intermedios. Constituyendo un saber geocultural, auténtico, con una lengua propia, formas y cosmovisiones particulares desde lo sociológico etnográfico.

Estos conocimientos profundos dieron forma a las estéticas que se encuentran en los diferentes carnavales del continente, a menudo entremezcladas con los componentes indígenas y europeos, como pasa en el caso de la manifestación analizada en este volumen.

El recuerdo de la antigua lucha para la libertad y la sobrevivencia, el valor de la identidad afroamericana, la herencia ancestral y el espíritu colectivo se encuentran revitalizados en las expresiones artísticas del carnaval, de forma particular en la música, que tenía un valor fundamental en las culturas de origen, así como en el proceso de independencia y resistencia de las primeras comunidades afrodescendientes en Latinoamérica. Escribe Mojica:

Para los cimarrones el tambor se convirtió en su aliado en los procesos de fuga; desde la espesura de las montañas escondidas en la maleza, de una impenetrable selva, hacían sonar el tambor acompañado con cánticos rituales que determinaban códigos secretos de escape en las noches, con tal fuerza que se convertían en atroces ataques brutales al colono. El ataque cimarrón continúo por muchos años, embistiendo minas, saqueando latifundios, llevándose consigo todo lo que se encontrase, en aras de obtener su libertad. Al finalizar estos combates, celebraban sus victorias con animados festejos al son de los tambores con bailes, gestos, cánticos, rituales y extrañas danzas, donde se cumple el llamado a sus ancestros guerreros, a través de ceremonias enraizadas en su lejana África.

Paul Gilroy reconoce a la música un papel en la construcción de un conjunto más satisfactorio de argumentos antiesencialistas13 y en las luchas políticas de las poblaciones afrodescendientes en el pasado más lejano como en el siglo XX:

La música se vuelve vital en el punto en el que la indeterminación lingüística y semántica la polifonía surge en medio de la prolongada batalla entre maestros, amantes y esclavitudes. Este conflicto decididamente moderno fue producto de circunstancias en las que el lenguaje perdió algo de su referencialidad y su relación privilegiada con los conceptos14. (Traducción propia)

El poder de la música en el desarrollo de las luchas de los negros al comunicar información, Organizar la conciencia y probar o desplegar las formas de subjetividad. que son requeridos por la agencia política, ya sea individual o colectiva, defensiva o transformacional, exige atención a los atributos formales de este expresivo cultura y su base moral distintiva15. (Traducción propia)

La música respondió también a las exigencias vitales de las poblaciones esclavizadas y sus descendientes del Cauca de reconstrucción histórica, de rescate de una memoria compartida y de mensajera de una identidad transnacional fundada en una tradición no tradicional. En este punto coinciden las tesis de Mojica y Gilroy:

Es parte integral, por ejemplo, de las narrativas de pérdida, exilio y viaje que, como elementos particulares de la interpretación musical, cumplen una función nemotécnica: dirigir la conciencia del grupo de regreso a puntos nodales significativos en su historia común historia y su memoria social. El contar y volver a contar estas historias juega un papel especial papel, organizando la conciencia del grupo “racial” socialmente y golpeado, importante equilibrio entre la actividad interior y exterior, las diferentes prácticas, habituales y performativos, que se requieren para inventar, mantener y renovar identidad. Estos han constituido el Atlántico negro, como una tradición un conjunto cultural irreductiblemente moderno excéntrico, inestable y asimétrico que no se puede aprehender a través de la lógica maniquea de la codificación binaria16. (Traducción propia)

La música, así como otros elementos de identidad, marcaron el límite indicado por la premio nobel Toni Morrison entre “ser forastero” o “convertirse en el forastero” dentro de una comunidad precisa, con todos sus procesos de “alterización” del otro que se antoja a un intento desesperado de confirmar el propio yo17.

El patrón del movimiento forzoso al cual aluden la diáspora18 o la ruta de escape de los cimarrones se convierte en fuerza dinámica del goce a través de la música y la danza; y, como señala Mojica, los “cuerpos de los danzantes el Día de los Negros. en la Plaza del Carnaval se convierten en ‘lugar’ de los movimientos del alma arcaica, de la memoria negra del Congo africano”.

El 5 de enero la población afrodescendiente de San Juan de Pasto celebra un “día de libertad” de la opresión, que pasa también por la libre expresión de los cuerpos que se entregan al arte por medio de la danza y de la música, o de la famosa “pintica” que es a la vez expresión artística y simbólica de igualdad.

Javier Mojica define en las páginas del presente texto el Carnaval de Negros y Blancos como “la única celebración en Colombia junto con las fiestas de San Pacho en Quibdó donde los negros somos partícipes visibilizados y homenajeados a manera de orgullo y celebración de sentirse Negro, de llevar unos genes de matrices africanas”. Estas palabras bastarían para confirmar la importancia que tiene esta obra colectiva, Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el 2009, en favorecer la integración entre las diferentes comunidades que componen la sociedad colombiana, en un intento logrado de lucha contra el racismo y la discriminación a través de los lenguajes creativos y de compartir experiencias y formas de ver la vida. Tori Morrison afirma en su libro El origen de los otros: