Carne y hueso - Jonathan Maberry - E-Book

Carne y hueso E-Book

Jonathan Maberry

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Beschreibung

Todavía afectados por la devastación vivida en Polvo y decadencia, Benny Imura y sus amigos se sumergen en la profundidad de los páramos infestados de zombis de Ruina y Putrefacción. Benny, Nix, Lilah y Chong viajan a través del feroz desierto que una vez fuera su hogar en busca del avión que vieron en los cielos hace meses. Si ese avión existe realmente, entonces la humanidad debe haber sobrevivido… en algún lugar. Encontrarlo es su mayor esperanza de tener un futuro y una vida que valga la pena vivir. Pero el territorio de Ruina y Putrefacción es mucho más peligroso de lo que cualquiera de ellos pueda imaginar. Son perseguidos por animales feroces. Se enfrentan cara a cara a una secta mortal. Y además están los zombis: auténticas hordas provenientes del este que lo devoran todo a su paso. Y estos zombis son diferentes. Más rápidos, más inteligentes e infinitamente más peligrosos. ¿Es posible que la plaga haya mutado o se esconde algo mucho más siniestro detrás de esta nueva invasión de muertos vivientes? Sea como sea, hay una cosa que Benny y sus compañeros no se pueden permitir olvidar: todo lo que existe (vivo o muerto) en Ruina y Putrefacción intentará acabar con sus vidas. «Los zombis son tendencia en la literatura juvenil, pero la serie abanderada sigue siendo la espectacular y trepidante tetralogía de Maberry que comenzó con Ruina y putrefacción y Polvo y decadencia. Esperar la completa conclusión en el cuarto volumen no será tarea fácil». Booklist «Jonathan Maberry nos demuestra que a la tercera vez va la vencida y nos trae aún más aventura y terror, mientras continúa la serie Ruina y putrefacción». Kirkus Reviews

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Ésta es para todos los bibliotecarios(Ya sé, ya sé; iré a sentarme a leer en silencio.)

Y, como siempre, para Sara Jo

NOTA DEL AUTOR

Esta novela lidia, en parte, con el fenómeno del duelo. Benny, Nix, Lilah, Chong, todos tienen una razón para estar de duelo; todos perdieron algo muy importante. La gente que dejaron en Mountainside estaba traumatizada, como lo está la gente con la que se encuentran en Ruina. El duelo, en sus muchas formas, es uno de los temas que une los cuatro libros de esta tetralogía.

Mientras yo escribía este libro, falleció una gran y querida amiga mía. Leslie Esdale Banks (conocida como L.A. Banks), una prolífica autora de novelas de amor, criminales, paranormales y thrillers, perdió la batalla contra una rara forma de cáncer. Conocí a Leslie desde la escuela secundaria y fuimos colegas en el Club de los Mentirosos, un grupo de escritores dedicados a promover la literatura y el amor por la lectura. Leslie era muy humanitaria, un fiero intelecto y una de las personas más alegres que haya tenido la enorme buena fortuna de conocer.

Más o menos al mismo tiempo también falleció mi cuñado, Logan Howe. Era un hombre bueno y decente.

Luego de que ellos murieran, me parecía doloroso y difícil aceptar que el sol seguía brillando, que los pájaros cantaban en los árboles y el mundo giraba sin ellos. Así es el duelo. Resistirse o negarlo no hace ningún bien. Duele fingir que no duele. Parece extraño, pero es verdad.

Sé que muchos de los lectores de este libro han experimentado el duelo, o lo harán. Es humano que duela, pero todos los dolores sanan con el tiempo. La mejor manera para vivir el duelo es celebrar todas esas cosas que hacía la persona fallecida cuando vivía. Ésa es la luz a seguir. Eso es lo que hicimos mis amigos y yo cuando Leslie murió. Lloramos, pero también organizamos una fiesta y contamos historias fantásticas y reímos. Sé —claro que lo sé— que Leslie también reía con nosotros.

Y… hablar al respecto. Como Benny, Nix, Lilah y Chong hablan sobre su duelo en estas páginas. Encontrar alguien que escuche. Siempre hay gente dispuesta a escuchar. Siempre.

Si estás teniendo problemas para lidiar con el duelo, por favor pide ayuda. A tus padres, parientes, amigos, maestros, entrenadores, o a alguien en tu centro de culto. La gente va a escuchar, y el sufrimiento es algo que todos compartimos. No permitas quedarte a solas con él.

1

Benny Imura pensó: Voy a morir.

Los cien zombis que lo perseguían parecían estar de acuerdo con él.

2

Quince minutos antes, nada ni nadie trataba de matar a Benny Imura.

Benny había estado sentado en una roca plana afilando taciturno una espada. Era consciente de que lo estaba. Incluso tenía una expresión sombría cuando había otras personas a su alrededor. Ahora, sin embargo, estaba solo, y había dejado que la máscara cayera. Estando sólo, las cavilaciones melancólicas eran más profundas, más útiles, pero también menos divertidas. Cuando estás solo, no puedes contar una broma para aligerar el momento.

Benny tenía muy pocos momentos agradables. Pero ya no. No desde que se fueron de casa.

Estaba a kilómetro y medio de donde él y sus amigos habían acampado, a mitad de un bosque de acacias del desierto, en el sur de Nevada. A cada paso que Benny daba para encontrar el avión que él y Nix habían visto, a cada centímetro que avanzaba, se encontraba más lejos de casa de lo que jamás había estado.

Solía molestarle la idea de abandonar su hogar. Su hogar era Mountainside, en lo alto de las montañas de Sierra Nevada en el centro de California. Su hogar era una cama mullida y agua corriente y tarta de manzana caliente en el porche. Pero eso había sido su hogar con su hermano, Tom. Había sido todo un pueblo, con Nix y su madre.

Ahora la madre de Nix había muerto, y Tom también.

Su hogar ya no lo era.

Conforme el camino se abría frente a Benny, Nix, Chong y Lilah, y lo que iban dejando atrás se fundía en la memoria, el vasto mundo exterior había dejado de ser algo horrendo, algo a lo que se debía temer. Ahora se estaba convirtiendo en casa.

Benny no estaba seguro de que le gustara, pero de alguna extraña manera sentía que era lo que necesitaba, y tal vez también lo que merecía. Sin comodidades. Sin puertos seguros. El mundo era un lugar hostil y este desierto era brutal; y Benny sabía que, si quería sobrevivir en él, debía endurecerse mucho más.

Incluso más que Tom, porque Tom había muerto.

Meditaba en ello sentado en la roca mientras afilaba cuidadosamente la kami katana que alguna vez había pertenecido a su hermano.

Afilar una espada era una tarea apropiada para meditar. Había que tener cuidado con la hoja y eso requería concentración, y una mente concentrada era más ágil cuando trepaba por la pista de obstáculos de los pensamientos y los recuerdos. A pesar de que Benny estaba triste —en lo más hondo de su ser— encontraba cierta satisfacción en las dificultades del camino y en la habilidad requerida para afilar esta espada mortal.

Ocasionalmente miraba a su alrededor mientras trabajaba. Hasta entonces, Benny nunca había visto el desierto, y apreciaba su simplicidad. Era enorme y vacío e increíblemente hermoso. Tantos árboles y tantas aves de las que solamente había leído en libros. Y… sin gente.

Eso era malo… y bueno. La parte mala era que no había nadie a quien pudieran preguntarle sobre el avión. La buena era que nadie había intentado dispararles, torturarlos, secuestrarlos o devorarlos en casi un mes. Decididamente, Benny colocó eso en la categoría de “ventaja”.

Esa mañana él había dejado el campamento para ir solo al bosque, en parte para practicar las muchas habilidades que Tom le había enseñado. Rastrear, moverse con sigilo, observar. Y en parte para estar a solas con sus pensamientos.

Benny no estaba feliz con lo que ocurría dentro de su cabeza. Aceptar la muerte de Tom tenía que haber sido fácil. Bueno, si no fácil, natural. Después de todo, en la vida de Benny todo el mundo había muerto. Más de siete mil millones de personas habían fallecido desde la Primera Noche. Algunos por culpa de los zombis, los muertos que se levantaban para atacar y alimentarse de los vivos. Otros presas del pánico y la brutalidad salvaje en los que la humanidad había caído durante el colapso del gobierno, la milicia y la civilidad. Otros más perecieron en batalla, convertidos en polvo radioactivo cuando las bombas nucleares estallaron en un intento desesperado por detener a las legiones de muertos vivientes. Y el resto sucumbió en los días posteriores ante las infecciones ordinarias, las heridas, el hambre y la propagación incontrolable de enfermedades que surgían de la muerte y la podredumbre que supuraba por todos lados. Cólera, infecciones por estafilococos e influenza, tuberculosis, VIH y tantas otras, todas ellas diseminándose libremente ante el colapso de la infraestructura médica.

Después de todo eso, después de que cada persona que Benny había conocido había sido tocada de un modo u otro por la muerte, tendría que haber sido fácil para él aceptar la muerte de Tom.

Tendría que.

Pero…

A pesar de que Tom había fallecido durante la Batalla de Gameland, él no se había levantado como uno de los muertos vivientes. Eso era increíblemente extraño. Tendría que haber sido maravilloso, una bendición por la que Benny sabía que tendría que sentirse agradecido… pero no era así. Se sentía confundido. Y asustado, porque no tenía idea de lo que significaba.

No tenía sentido. No, de acuerdo con todo lo que Benny había aprendido en sus casi dieciséis años. Desde la Primera Noche, todo aquel que moría, sin importar cómo, se reanimaba convertido en zom. Todos. Sin excepción. Así era como funcionaban las cosas.

Hasta que algo cambió.

Tom no había regresado de la muerte a esa horrorosa burla de la vida llamada “muerte viviente”. Tampoco lo había hecho un hombre asesinado que encontraron en los bosques el día que salieron del pueblo. Lo mismo pasó con algunos de los cazarrecompensas asesinados en la Batalla de Gameland. Benny ignoraba por qué. Nadie sabía la razón. Era un misterio que asustaba y daba esperanza en partes iguales. El mundo, ya de sí misterioso y terrible, se había vuelto aún más extraño.

Un movimiento arrancó a Benny de sus cavilaciones, una figura que salía del bosque en la cima de una loma, a unos veinticinco metros de distancia. El chico se quedó completamente inmóvil, tratando de ver si el zom reparaba en su presencia.

Excepto que éste no era un zom.

La figura era delgada, alta, definitivamente femenina, y casi con total certeza viviente. Vestía ropa negra —una camisa holgada de manga larga y pantalones— y llevaba docenas de pedazos de fina tela roja atados a su cuerpo. Tobillo, piernas, torso, brazos, garganta. Las cintas eran de un rojo brillante y ondeaban al viento, de modo que por un instante pareció como si estuviera mal herida y la sangre le brotara en chorros irregulares. Pero cuando ella pasó de la sombra a la luz del sol, Benny vio que las cintas eran de tela.

Tenía bordado algo con hilo blanco en el frente de su camisa, pero Benny no pudo identificar el diseño.

Él y sus amigos no habían encontrado una persona viva en semanas, y ahí en las tierras baldías era más probable que se toparan con un ermitaño violento y hostil que con un forastero amigable. Esperó a ver si la mujer lo había detectado.

Ella avanzó unos pasos y miró pendiente abajo hacia una línea de altos pinos Bristlecone. Aun a la distancia, Benny pudo ver que la mujer era hermosa. Majestuosa como las imágenes de las reinas que había visto en viejos libros. Piel aceitunada, con mechones de brillante cabello negro que revoloteaban en la misma brisa que agitaba los listones carmesí.

La luz del sol arrancó un fuego plateado de un objeto que ella levantó de donde colgaba en una cadena alrededor de su cuello. Benny estaba demasiado lejos para ver lo que era, aunque le pareció un silbato. Sin embargo, cuando la mujer se lo llevó a los labios y sopló, no se escuchó ningún sonido, pero de pronto las aves y los monos comenzaron a gorjear y a chillar en los árboles con gran agitación.

Entonces, algo más sucedió, algo que hizo que a Benny lo recorriera una oleada de miedo y que ahuyentó todos los demás pensamientos de su mente. Tres hombres surgieron del bosque, detrás de la mujer. Sus ropas también se agitaban al viento, pero en su caso era porque las prendas que usaban habían sido desgarradas por la violencia, por el clima y por las inexorables garras del tiempo.

Zoms.

Benny se incorporó muy lentamente. Los movimientos rápidos atraían a los muertos. Los zoms estaban a unos cuatro metros detrás de la mujer y avanzaban pesadamente en su dirección. Ella parecía totalmente ignorante de su presencia mientras seguía intentando sacar un sonido de su silbato.

Varias figuras más salieron de entre las sombras bajo los árboles. Más muertos. Siguieron saliendo a la luz como si hubieran sido conjurados desde sus pesadillas por su miedo, que era cada vez mayor. No había elección. Tenía que advertirle. Los muertos casi la habían alcanzado.

—¡Señora! —gritó—. ¡Corra!

La mujer levantó bruscamente la cabeza y dirigió la mirada por encima de la hierba hacia donde él estaba parado. Por un momento, todos los zoms quedaron inmóviles en su lugar, buscando la fuente del grito.

—¡Corra! —gritó nuevamente Benny.

La mujer volteó y miró a los zoms. Había cuando menos cuarenta, y otros más se materializaban desde la oscuridad bajo los árboles. Los zoms se movían con una torpeza espasmódica que a Benny siempre le había parecido espantosa. Como marionetas mal manipuladas. Levantaron las manos para alcanzar la carne fresca.

Sin embargo, la mujer les dio lentamente la espalda y volvió a encarar a Benny. Los zoms la alcanzaron.

—No… —resolló Benny, incapaz de soportar el espectáculo de otra muerte.

Y los zombis la pasaron de largo. Ella se quedó allí parada mientras la marea de zoms se abría para moverse a su alrededor. No la sujetaron, no trataron de morderla. La ignoraron por completo, excepto para modificar su trayectoria y evitarla para seguir su camino cuesta abajo.

En dirección a Benny.

Ni uno solo tocó a la mujer o siquiera volteó a verla.

La confusión paralizó al chico. La espada colgaba de su mano, casi olvidada.

¿Se había equivocado con respecto a ella? ¿Acaso la mujer era uno de los muertos y no una persona viva? ¿Estaba usando cadaverina? ¿O había algo más en ella que hacía que los muertos renunciaran al banquete que tenían a la mano para ir por el que los observaba boquiabierto loma abajo?

¡Corre!

La palabra estalló dentro de su mente, y por un momento absurdo Benny pensó que era la voz de Tom la que le gritaba.

Trastabilló como si lo hubieran golpeado, y entonces se dio la media vuelta y corrió.

3

Y corrió como alma que lleva el diablo.

No era momento para reflexionar sobre los misterios. Se lanzó cuesta abajo más rápido que una liebre mientras la multitud de muertos emitía un gemido hambriento y lo seguía.

Un zom se levantó entre la hierba alta directamente en su camino. No había manera de evitarlo, no con toda la inercia de la carrera pendiente abajo, así que agachó la cabeza y lo golpeó con el hombro, como si intentara atravesar una línea defensiva en el campo de futbol americano de la escuela. El zom salió volando hacia atrás y Benny saltó por encima de la criatura.

Más zoms vinieron hacia él, surgiendo tambaleantes de entre los matorrales y de atrás de las enormes rocas volcadas. Benny aún sostenía la espada de Tom, pero odiaba utilizarla contra los zoms. No lo haría a menos que no tuviera otra opción. Estas criaturas no eran malvadas, estaban muertas. Carecían de voluntad. Si no podía aquietarlas del todo, cortarlas en pedazos parecía… injusto. Sabía que no podían sentir dolor y que no les importaría, pero Benny se sentiría como una especie de bravucón mezquino.

Por otro lado, estaba el asunto de la supervivencia. Cuando tres zoms le cerraron el paso en una línea que no podría atravesar embistiendo, la mano que sostenía la espada se movió casi sin un pensamiento consciente. La hoja se elevó a través de un par de brazos estirados y las manos salieron volando muy alto, sin asir más que el aire. Con un hábil giro del hombro, Benny volteó la hoja hacia un lado y la cabeza de un zom rodó por los arbustos. Otro corte hizo caer de costado al tercer zom, repentinamente desprovisto de una pierna desde la mitad del muslo.

—¡Lo siento! —gritó Benny mientras pasaba corriendo entre la ahora rota línea de zoms.

Pero había más.

Muchos más, y se dirigían hacia él desde todas las direcciones. Dedos fríos le tocaban el rostro tratando de asirle el cabello, pero Benny se agachaba y los esquivaba y se escabullía buscando llegar a terreno despejado.

Su pie tropezó contra una roca y se fue de bruces; la espada voló de su mano y cayó a diez metros cuesta abajo.

—¡No! —gritó mientras la espada desaparecía entre la crecida hierba seca.

Antes de que Benny pudiera reincorporarse, un zom lo agarró por la solapa de uno de los bolsillos del chaleco y otro por el puño de la camisa.

—¡Vete! —gritó Benny mientras se revolcaba y pateaba y luchaba para liberarse. Logró ponerse en pie, pero su equilibrio fue desigual y la pendiente era pronunciada, así que corrió por algunos metros sobre manos y pies, como un perro torpe, hasta que consiguió levantarse nuevamente por completo.

Cada vez más muertos vivientes descendían la loma tambaleándose en su dirección. Benny no tenía idea de dónde provenían, ni por qué había tantos aquí. Incluso antes de Gameland, los zoms habían comenzado a moverse en manada y no solos, como habían hecho hasta entonces. Hacía un mes, Benny, Lilah y Nix habían estado sitiados por miles de ellos en una estación de paso para monjes. Cómo y por qué se estaba produciendo este comportamiento de rebaño, era otro de los misterios para los cuales nadie tenía respuesta.

—Tom —Benny pronunció el nombre de su hermano entre jadeos mientras corría. No sabía por qué lo había hecho. Quizás era una plegaría solicitando guía al mejor cazador de zombis que jamás hubiera rondado Ruina. O quizás era una maldición, porque ahora todo lo que Tom le había enseñado parecía estar en duda. El mundo cambiaba más allá de las lecciones que Tom le había enseñado.

—Tom —gruñó Benny mientras corría, y trató de recordar esas lecciones inmutables. El camino del samurái, el camino del guerrero.

Vio un destello de luz sobre metal, diez pasos adelante cuesta abajo, y saltó hacia la espada tirada, la tomó por la empuñadura con la mano izquierda y después cambió a un agarre a dos manos, mientras sus piernas seguían corriendo a toda velocidad. Los zoms lo alcanzaron y la espada pareció moverse con voluntad propia.

Brazos y piernas y cabezas volaron bajo los calientes rayos del sol.

Soy un guerrero inteligente, pensó Benny mientras corría y peleaba. Soy un Imura. Tengo la espada de Tom.

Soy un cazarrecompensas.

Ajá.

Estás a punto de ser almorzado, imbécil, reviró su voz interior. Por primera vez, Benny no puedo pensar en un argumento convincente.

Adonde quiera que volteara veía otra figura marchita que avanzaba dando tumbos hacia él, desde la sombra de los grandes árboles o entre los altos arbustos. Sabía —lo sabía— que aquello no era una trampa coordinada. Los zoms no podían pensar. No se trataba de eso… Simplemente debió haber tenido la mala suerte de correr hacia una multitud de zoms que se había extendido por la ladera.

¡Corre!, gritó su voz interior. ¡Más rápido!

Quiso replicar a su voz interior que dejara de dar consejos estúpidos y mejor propusiera algún tipo de plan. Algo que no involucrara terminar en el podrido tracto digestivo de un centenar de cadáveres andantes.

Correr.

Ajá, pensó. Buen plan.

Entonces vio que a unos veinte metros cuesta abajo la hierba alta ocultaba la hendidura oscura de un pequeño barranco. Corría a todo lo largo de la ladera, lo cual eran malas noticias, pero tenía menos de tres metros de ancho, lo cual eran buenas noticias.

¿Podría saltarlo? ¿Podría generar el impulso necesario para brincar sobre la abertura?

Su voz interior lo alentó: Vamos… ¡Vamos!

Benny tensó la mandíbula, invocó toda la velocidad de la que era capaz, y se lanzó al aire. Sus pies seguían corriendo en la nada mientras volaba sobre el profundo barranco. Aterrizó pesadamente en la orilla opuesta, doblando las rodillas justo como Tom le había enseñado, dejando que los músculos de sus piernas repartieran la fuerza del impacto.

¡Estaba a salvo!

Benny rio a carcajadas y volteó hacia la ola de zoms que lo seguían arrastrando los pies. Estaban tan concentrados en él que no se percataron —o no comprendieron— el peligro del barranco.

—¡Hey! ¡Cabezas muertas! —gritó, agitando su espada para burlarse de ellos—. Buen intento, pero se metieron con el maldito Benny Imura, asesino de zombis. ¡Ja, ja!

Y entonces el borde del barranco colapsó bajo su peso, y el jodido Benny Imura se desplomó al instante hacia la oscuridad.

DEL DIARIO DE NIX

Ha pasado un mes y un día desde que Tom murió.

Antenoche, mientras estábamos sentados alrededor de la fogata, Chong dijo una broma que hizo reír a Benny. Creo que fue la primera vez que lo escuché reír desde lo de Gameland.

Fue tan agradable. Aunque sigue teniendo la mirada triste. Supongo que yo también.

Pensaba que ninguno de nosotros volvería a reír.

4

Benny descendió de la luz del sol a la oscuridad, y chocó tan fuerte contra el fondo del barranco que sus piernas se doblaron y se fue de bruces, hasta estrellarse de cara contra el suelo. Le llovió encima tierra suelta, raíces de árboles y pequeñas piedras. Dentro de su cabeza detonaron fuegos artificiales, y cada molécula de su cuerpo dolía.

Gimió, rodó hacia un costado, escupió la tierra que le había entrado a la boca y se retiró algunas telarañas de los ojos.

—Ajá, un guerrero inteligente —murmuró.

El fondo del barranco era mucho más ancho que la parte de arriba y estaba lleno de lodo, y Benny comprendió rápidamente que no se trataba de un verdadero barranco sino de una grieta que se había formado por el escurrimiento del agua de las montañas. Durante la época de mayor escurrimiento, el flujo del agua socavaba los bordes de la hendidura, creando la ilusión de suelo firme.

Si hubiera seguido corriendo luego de saltar sobre la abertura, ahora estaría a salvo. En lugar de eso, se había dado la vuelta para alardear. No exactamente como haría un guerrero inteligente.

Guerrero idiota, pensó sombríamente.

Mientras estaba ahí tirado, su mente comenzó a jugarle trucos. O al menos, él pensó que le hacía algo torcido y extraño. Escuchó ruidos. Primero su propia respiración dificultosa y los gemidos de los muertos allá arriba, pero no… había algo más.

Era un rugido distante que sonaba —por imposible que pareciera— como el generador de manivela que suministraba electricidad al hospital allá en casa. Todavía medio enterrado en el lodo, inclinó la cabeza para escuchar. El sonido definitivamente estaba ahí, pero no era exactamente como el del generador del hospital. Éste zumbaba con un tono más agudo, y aumentaba y disminuía, aumentaba y disminuía.

Entonces, desapareció.

Se esforzó por escucharlo, tratando de decidir si en verdad era el sonido de un motor o era otra cosa. Ahí afuera había toda clase de aves y animales, cosas raras que habían escapado de los zoológicos y los circos, y Benny había leído sobre los sonidos de los animales exóticos. ¿Era eso lo que había escuchado?

No, dijo su voz interior, era un motor.

De repente se escuchó un sonido suave que provenía de arriba, y un enorme montón de tierra suelta cayó como cascada sobre Benny, y lo enterró casi hasta el cuello. Él comenzó a luchar para salir de ahí, pero entonces oyó otro sonido y volteó, esperando ver más de la pared colapsando sobre él, pero lo que encontró era mucho, mucho peor. Los zoms que lo perseguían habían llegado al borde del barranco, y el suelo se desmoronó bajo su peso combinado. Cuatro zombis cayeron hacia la oscuridad con estremecedores crujidos. El más cercano aterrizó a sólo dos metros de distancia.

Entonces otro zombi —una chica adolescente vestida con los harapos de una porrista— cayó justo frente a Benny, chocando contra el suelo con el quebradizo crujido de los huesos al romperse. Los ojos grises y polvosos de la porrista estaban abiertos, y su boca lanzaba dentelladas al aire.

Los huesos rotos no detenían a un zom. Benny sabía eso demasiado bien, y cavó en la tierra suelta buscando la empuñadura de su espada.

El zombi levantó una mano pálida hacia él. Sus fríos dedos le rozaron la cara, pero de pronto un segundo cuerpo —un tipo enorme en overol— cayó pesadamente encima de ella. El impacto fue enorme, y quebró más huesos todavía.

Benny gritó de horror y repugnancia, y comenzó a cavar como un topo enloquecido, arañando la tierra y pateando para liberar sus pies.

Otro zom cayó cerca. Sus costillas y huesos de los brazos tronaron con un sonido de petardos. Los ruidos eran horribles, y Benny temió que aquellos cadáveres fétidos y blandos cayeran sobre él antes de que pudiera liberarse. Arriba más muertos vivientes llegaron al borde y se desplomaron cerca de él. Un soldado cayó a su derecha, un estudiante a su izquierda. Sus gemidos los seguían al caer, sólo para ser interrumpidos por un gruñido seco cuando chocaban con un crujido sobre sus compañeros. Granjeros y turistas, un hombre en traje de baño cubierto por estrellas de mar, una anciana con un suéter rosa y un hombre barbado con camisa hawaiana, todos se estrellaban sin piedad. El sonido del impacto de esos cuerpos resecos llenaba el aire con una espantosa sinfonía de destrucción.

Otro zom cayó. Y otro.

La porrista, ahora torcida por los impactos, seguía gruñéndole a Benny, y lo agarró de ambos tobillos con sus dedos nudosos.

Benny gritó y trató de liberar las piernas, pero el agarre era demasiado fuerte. Inmediatamente dejó de retorcerse y se sentó.

—¡Suéltame! —le gritó a la zom mientras le estrellaba un puñetazo en pleno rostro.

El golpe rompió la nariz de la zombi y le lanzó la cabeza hacia atrás, pero fue todo lo que consiguió. Benny la golpeó otra vez, y otra. Con pedazos de dientes rotos saliéndole de entre los pálidos labios, la porrista usó el agarre para jalarse hacia delante y trepó por las piernas de Benny; todo el tiempo su boca se abría y cerraba como si ensayara el festín que ya tenía a la mano. El hedor a carne podrida de la criatura resultaba horroroso en ese espacio cerrado.

La zom se arrojó y mordió la pernera del pantalón de Benny con los raigones de sus dientes, pellizcando también algo de piel. Al instante sintió un intenso dolor. Benny soltó un alarido. Otros zoms torcidos se arrastraron por el suelo en dirección a él, trepando unos sobre otros como gusanos en un pedazo de carne descompuesta.

Mientras peleaba, Benny casi pudo escuchar a Tom susurrándole un consejo.

Sé un guerrero inteligente.

—¡Lárgate! —gritó Benny, en parte a la zom y en parte al fantasma de su hermano.

Benny… la mayoría de las personas no son derrotadas, ¡se rinden!

Era algo que Tom le había dicho una docena de veces durante el entrenamiento, pero Benny apenas había puesto atención, porque sonaba como uno de los fastidiosos acertijos lógicos de su hermano. Ahora le urgía comprender lo que Tom había querido decir.

—Guerrero inteligente —rugió Benny en voz alta, con la esperanza de que pronunciarlo le inspirara entendimiento y lo impulsara a la acción. Pero no fue así. Lo gritó una vez más, seguido de todas las palabras obscenas que conocía.

No pelees una contienda imposible. Pelea una que puedas ganar.

Ah.

Aquella lección sí fue comprendida, y Benny se dio cuenta de que estaba reaccionando, más que actuando. Un error de principiantes, como diría Tom.

Odiaba cuando su hermano tenía razón. Era incluso más irritante ahora que Tom estaba muerto.

Cuando la zombi continuó trepando hacia él, Benny dejó de golpearla y la sujetó del asqueroso cabello apelmazado y la rota barbilla. Entonces, con un grito de rabia, torció bruscamente la cabeza de la porrista.

¡Crack!

La zom dejó de moverse de inmediato; su boca se quedó laxa, sus dedos fríos perdieron la fuerza, y la criatura que antes luchara ahora se derrumbó con la verdadera pesadez de los muertos.

Benny sabía que siempre pasaba así cuando moría un zom. Ya sea que se le rompiera el cuello o se le cortara el tronco encefálico con una astilla de acero, el efecto era instantáneo. Toda la vida, todo el movimiento, toda la agresión desaparecía. El zom estaba activo al principio de un breve segundo, y efectivamente muerto en cuanto ese segundo había pasado.

Fue una pequeña victoria, considerando las circunstancias, pero devolvió algo de vigor a los músculos de Benny. Finalmente, con otro gruñido, se abrió paso a patadas fuera del montón de tierra y se arrastró tan rápido como pudo. Un poco de tierra cayó frente a él, y ésa fue la única advertencia que recibió antes de que media docena de zoms se desplomara en diferentes secciones del barranco. Benny se arrojó hacia un lado justo a tiempo.

Volteó hacia atrás y vio que al menos una docena de zoms había conseguido incorporarse. Era cuestión de segundos para que lo alcanzaran. Él también se levantó y sujetó la espada con ambas manos.

—Vengan —gruñó, mostrando los dientes mientras el valor aumentaba en su interior.

El primero de los zoms llegó hasta él, y Benny lo embistió blandiendo la espada. El extremadamente afilado acero cortó los tendones secos y los huesos viejos con facilidad. Las manos del zom volaron por encima del hombro de Benny, quien se agachó bajo los muñones y volvió a erguirse al instante para cortarle el cuello desde atrás del hombro al monstruo. Encontró el ángulo preciso y casi no sintió resistencia cuando la katana atravesó los huesos del cuello. La cabeza del zombi rodó por el suelo a dos metros de distancia, y su cuerpo colapsó en su lugar.

Dos más se aproximaban, avanzando hacia él hombro con hombro. Benny intentó cortar las dos cabezas con un solo golpe lateral, pero erró el ángulo por un par de centímetros, y aunque sí logró cortar la primera cabeza, la espada chocó contra la mejilla del segundo zom, sin causarle ningún daño real. Benny corrigió, y con un nuevo golpe decapitó al zom.

Retrocedió mientras jalaba grandes bocanadas de aire. Luego de la carrera, la caída, y ahora la pelea, ya se encontraba exhausto. Sacudió la cabeza para quitarse el sudor de los ojos.

—A ver, tonto —se dijo—, es hora de ser un guerrero inteligente.

Lo dijo esperando que su voz sonara con toda la fuerza y la confianza que necesitaba. No fue así, pero tendría que bastar.

Los muertos lo alcanzaron. Benny giró y se abrió paso cortando por la parte más vulnerable del círculo de zoms. Saltó sobre los cuerpos que caían y corrió adentrándose más en el barranco. Mientras lo hacía, envainó nuevamente la espada en su funda. La mayor parte de su equipo estaba en su mochila, en el campamento, pero tenía algunas cosas útiles con él. Metió la mano en uno de los abultados bolsillos de su chaleco de lona y sacó un carrete de cuerda de seda. Era delgada pero muy resistente, y Tom la había utilizado para sujetar a los zoms antes de aquietarlos.

Trabajando muy rápido, Benny tomó una rama gruesa, la rompió contra su rodilla y clavó una mitad en la pared más cercana, ligeramente por debajo de la altura de la cintura. Dio la media vuelta y repitió la acción con la otra mitad de la rama en la pared opuesta. Entonces ató la cuerda de seda a uno de los palos, la estiró hacia el otro palo y la jaló para tensarla, luego la amarró tan firmemente como pudo.

Los zoms llegaron a la cuerda y eso los detuvo por un momento, haciéndolos rebotar y entrechocar. Algunos levantaron las manos hacia él con alguna inteligencia residual, tratando de asirlo por la ropa.

La mayoría de los zoms seguían a unos cuatro metros de distancia. Avanzaban lentamente por lo irregular de la superficie y por los cuerpos maltrechos de sus compañeros sobre los que tenían que andar.

Benny tuvo que quitarse a golpes las manos que se estiraban hacia él, pero consiguió evitar que lo sujetaran. Se alejó tambaleante por el barranco y corrió algunos metros en busca de más ramas. No había ninguna lo suficientemente gruesa. Maldijo en voz baja, pero entonces encontró un pedazo de roca del doble de una pelota de beisbol. La tomó y volteó hacia sus enemigos.

Benny se lanzó contra uno de ellos y con un movimiento descendiente lo golpeó con la roca.

—¡Lo siento! —gritó mientras la piedra le hacía pedazos el cráneo y le aplastaba el cerebro. El zombi murió de inmediato, sin mayor conmoción. Benny giró cuando un segundo zom cayó por encima de la cuerda, y un tercero. Se dirigió veloz hacia ellos y golpeó con la roca una y otra vez.

—Lo siento —gritaba cada vez que le daba la muerte final a uno de los monstruos.

El pasaje ya estaba saturado de zoms. Dos más cayeron y Benny los mató, pero el esfuerzo de aplastar cráneos era difícil y estaba acabando rápidamente con su fuerza.

La línea de seda crujió cuando una multitud de muertos vivientes empujó contra ella.

Benny sabía que la cuerda no iba a resistir. Eran demasiados, y las paredes de tierra no estaban lo suficientemente apretadas para sostener los palos. Volvió a desenvainar su espada y comenzó a cortar a los muertos detrás de la línea, cercenando manos y brazos, agachándose para rebanar tobillos, irguiéndose para desprender cabezas. Trataba de construir una barrera de cuerpos que al menos obstaculizara el avance del resto de la horda.

Entonces, con un crujido de madera astillada, el hilo cedió y la masa completa avanzó en una aglomeración que colapsaba. Los zoms que Benny había mutilado e inmovilizado se derrumbaron, y los otros tropezaron y cayeron sobre ellos. Él seguía cortando, en un intento por enterrar a los zoms activos bajo el peso de tantos aquietados como fuera posible.

La espada estaba increíblemente afilada y Benny era un buen espadachín, pero esto era una labor más propia de un cuchillo de carnicero. Una y otra vez la hoja rebotaba en algún hueso o se enredaba en la ropa suelta.

Benny comenzó a sentir un ligero dolor en los brazos, que después se volvió realmente intenso. Respiraba jadeando dificultosamente, pero los muertos seguían llegando.

Eran tantos. Tantos que Benny se quedó sin aliento para disculparse con ellos. Necesitaba hasta la menor porción de aire sólo para sobrevivir. Retrocedió tambaleante, derrotado por la mera imposibilidad de la tarea de vencer a tantos zoms en un espacio tan reducido. Correr parecía ser la única opción que le quedaba. Con algo de suerte, el barranco se angostaría en algún punto hasta cerrarse y una esquina estrecha le permitiría tener asideros para trepar.

Dio unos pasos atrás, luego dio la media vuelta y corrió.

Y derrapó para detenerse en seco.

El barranco frente a él no estaba vacío. A través de la polvosa oscuridad se aproximaba un bamboleante y gimiente grupo de muertos vivientes.

Benny estaba atrapado.

5

—No puede ser —dijo Benny, mientras los muertos avanzaban hacia él, pero ni siquiera para sus propios oídos había pasión en su tono. Ni un verdadero desafío. Ni vida.

Y tampoco había escapatoria.

Las paredes inclinadas del barranco eran demasiado altas y la tierra demasiado suave; y el angosto y serpenteante pasaje estaba bloqueado a ambos lados por los muertos. Todo lo que le quedaba eran los pocos segundos que tardarían en trepar sobre los cuerpos mutilados y los montones de tierra para alcanzarlo.

Esto es el fin.

Esas palabras estallaron en su cabeza como petardos, fuertes y brillantes y terriblemente reales.

Los zoms eran demasiados y no había manera de abrirse camino peleando, e incluso si así fuera, ¿luego qué? Seguía atrapado ahí abajo en la oscuridad. Ya había inmovilizado a diez y había lisiado a otra docena, y creía que podía cortar al menos a otros cinco o seis en el tiempo que le quedaba. Tal vez hasta diez, si pudiera de algún modo seguir avanzando.

Sonaba genial, sonaba heroico, pero Benny conocía la irrefutable verdad, que blandir una espada requiere de esfuerzo, y que cada vez que asestaba un golpe mortal gastaba algo de los limitados recursos que poseía.

Los zoms nunca se cansaban.

Incluso si derribaba treinta, el treinta y uno o treinta y dos lo alcanzaría. Ellos tenían la paciencia de la eternidad, y él era carne viva. El agotamiento y la fatiga muscular eran tan mortales para él como los dientes infectos de los muertos.

El saber eso, la estremecedora conciencia de ello, no lo impulsó a la acción. Hizo exactamente lo opuesto. Lo desanimó por completo, y todo el vigor de sus músculos menguó. Benny se dejó caer de espaldas contra la pared de lodo. Sus piernas amenazaban con ceder.

Miró los rostros de los zoms mientras los muertos andantes se acercaban arrastrando los pies. En esos últimos momentos vio más allá de la piel blanqueada por el sol y la carne reseca; a través de la descomposición de la muerte y los ojos lechosos. Sólo por un instante, vio a las personas que habían sido. No monstruos. Personas reales. Personas perdidas. Personas que habían enfermado, o que habían sido mordidas, y que habían muerto únicamente para renacer en una especie de infierno peor que cualquier cosa que nadie debiera sufrir.

¡Comen gente!, le había dicho una vez a su hermano, gritando las palabras durante una discusión en su primer viaje a Ruina.

Tom respondió con las cuatro palabras más dañinas que Benny hubiera escuchado.

Una vez fueron gente.

Dios.

—Nix —dijo, sintiendo una ola de miserable culpa porque sabía cuánto le dolería a ella su muerte. Y cuánto habría de decepcionarla; pero no parecía que hubiera algo que pudiera hacer al respecto.

Los zoms ya estaban más cerca. Un nudo de rostros pálidos como la muerte a cinco metros de distancia. Monstruos que venían por él en la oscuridad, y aun así los rostros no eran malvados. Simplemente estaban hambrientos. Las bocas trabajaban, pero los ojos estaban tan vacíos como las ventanas de las casas abandonadas.

—Nix —repitió mientras los muertos se acercaban más y más.

Cada rostro que Benny observaba parecía… perdido. Sin expresión, sin dirección y sin esperanza. Granjeros y soldados, ciudadanos ordinarios y un hombre vestido en esmoquin. Detrás de él había una chica con los harapos de un vestido que alguna vez debió ser lindo. Seda color durazno con ribetes de encaje. Ella y el zom en esmoquin parecían más o menos de la misma edad que Benny. Quizás un año o dos mayores. Chicos que iban a un baile de graduación cuando el mundo terminó.

Benny retiró la mirada de ellos y la dirigió hacia la espada que sostenía, y pensó en cómo sería estar muerto. Cuando estos zombis lo mataran y se lo comieran, ¿quedaría lo suficiente de él para reanimarse? ¿Se uniría a su compañía de muertos ambulantes? Miró a su alrededor en el barranco. No había una salida visible de este foso. ¿Quedarían él y todos esos muertos atrapados ahí abajo, parados en silencio mientras los años se consumían allá afuera?

Sí.

Eso era exactamente lo que pasaría, y el corazón de Benny comenzó a romperse. La impotencia era sobrecogedora, y durante un horroroso momento vio cómo bajaba sus propios brazos, dejando que la espada aceptara su derrota antes de que la batalla hubiera siquiera comenzado.

—Nix —dijo una última vez.

Entonces una sola chispa de rabia se encendió como un fulgor en su pecho. Pero no ahuyentó la pena y el dolor de Benny, se alimentó de ellos.

—¡Tom! —gritó—. ¡Me abandonaste! Se suponía que estarías conmigo. Se suponía que mantendrías lejos a los monstruos.

A pesar de su enojo, su voz sonó débil. Más joven que su edad.

—Se suponía que no me dejarías ver esto.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas como mercurio caliente.

Los muertos levantaron las manos para someterlo.

6

Entonces, súbitamente, el aire encima de él se turbó por un agudo grito de absoluto terror.

Benny se giró rápidamente y miró hacia arriba.

Los zoms, cuyos dedos estaban a centímetros de su rostro, también miraron.

Ahí, tambaleándose en la orilla, luchando desesperadamente por mantener el equilibrio al borde de la destrucción… yacía una niña pequeña. De cinco años, tal vez.

No un cadáver ambulante.

Una niña viva.

Y a todo su alrededor estaban los voraces muertos vivientes.

Benny observó a la niña presa del horror.

Cien preguntas intentaron cruzar por una puerta abarrotada en la mente aturdida de Benny. ¿De dónde había salido? ¿Por qué estaba ahí?

La niñita no podía ver a Benny dentro del foso.

—¡Vete de aquí! —le gritó él tan sonoramente como le era posible, y la niña dejó de gritar de inmediato mientras volteaba hacia abajo con ojos desorbitados—. ¡Aléjate del borde!

—¡Auxilio! —aulló ella—. ¡Por favor… no dejes que me atrape la gente gris!

Ella retrocedió de los zombis, que ya se habían cerrado a su alrededor, y Benny gritó una advertencia medio segundo antes de que el pie de la niña pisara en el vacío. Con un alarido tan fuerte que Benny estuvo seguro de que todos los zoms a kilómetros de distancia habían podido escucharlo, la niña cayó dentro del foso. Sus diminutas manos se aferraron a las raíces torcidas que pasaban bajo el borde y ella quedó ahí colgada, pataleando, gritando implacablemente. Los zoms del foso gemían y trataban de alcanzarla.

Los zombis obstruían el estrecho barranco, y Benny sabía que si se quedaba donde estaba, su elevado número terminaría por apretarlo tanto que no podría blandir su katana. Atacar era la única opción, y eso significaba abrirse paso en medio de ellos, por más imposible que pareciera. Era imprudente e insensato, pero también la única opción que le quedaba.

De pronto, Benny comenzó a moverse.

La katana se levantó y salió disparada hacia el frente, la cabeza de un zom cayó al suelo. Benny giró para alejarse del cadáver y cortó una, y otra, y otra vez, cercenando cabezas y brazos resecos. Se agachaba y rebanaba, mutilando piernas, derribando zoms. Si sus fatigados brazos le dolían, él los ignoró por completo. La rabia y la urgencia lo dominaban.

Los no muertos caían frente a él, pero no retrocedían. La retirada era un concepto imposible. Avanzaban amontonándose desde ambos lados, alternando su atención entre la presa de arriba y la presa al alcance de la mano.

—¡Maaaaammiiiiii! —gemía la niña—. ¡La genteee griiiiis!

Benny cortó a diestra y siniestra para hacer algo de espacio y luego empujó al zom más cercano con una patada frontal en el pecho, que lo lanzó trastabillando hacia atrás contra otros dos. Los tres cayeron al piso. Benny corrió directo hacia ellos y pasó por encima de sus cuerpos, pisando inestablemente sobre sus muslos y vientres y troncos. Lanzó un nuevo tajo contra un enorme zom vestido con los harapos quemados del uniforme de un soldado que avanzaba pesadamente hacia él. Benny se agachó y apuntó para abrir un poderoso corte a través de sus piernas. Era un movimiento que había visto hacer a Tom en repetidas ocasiones, un feroz barrido horizontal que literalmente se llevaba de un corte las piernas del atacante. Pero cuando Benny intentó hacerlo apuntó demasiado alto, y su hoja golpeó el pesado hueso del muslo y se atascó.

El impacto arrancó la empuñadura de sus manos y envió dardos de dolor que subieron erizados por sus brazos.

A pesar de tener la espada incrustada en el fémur, el enorme zom siguió avanzando, imparable.

Arriba de Benny la niñita gritaba. Sus dedos se resbalaban de las raíces. Manos frías se estiraban hacia abajo desde la orilla y hacia arriba desde el foso.

—¡No! —Benny clavó su hombro en el vientre del soldado zom y lo empujó hacia atrás contra la masa de cadáveres andantes. Cuando la criatura perdió el equilibrio y cayó, Benny tomó la empuñadura de la katana y trató de liberarla, pero la hoja no se movió.

—¡Auxilio! —el grito tuvo una nota de pánico todavía más aguda, y Benny alzó la mirada para ver cómo los dedos de la niñita se soltaban de la última raíz. Con un alarido penetrante, la pequeña cayó.

—¡Auxiiilioooo!

Una vez más, Benny se movió antes de darse cuenta, lanzándose contra los zoms con los antebrazos cruzados y luego arrojándose debajo del diminuto cuerpo, girando, estirándose, rezando.

Ella era tan pequeña, no más de veinte kilos, pero la caída era de más de seis metros y el impacto golpeó el pecho de Benny como un trueno, aplastándolo contra el suelo y sacándole el aire dolorosamente de los pulmones. Él quedó laxo, con ella encima, y al instante la niña comenzó a patearlo y golpearlo para tratar de escapar.

—Espera… detente, ¡auch! ¡AUCH! ¡Basta! —exclamó Benny con un grito rasposo—. Detente… ¡no soy uno de ellos!

Los ojos de la niña estaban llenos de pánico, pero al sonido de su voz, ella se quedó inmóvil y lo observó con la silenciosa intensidad de un conejo aterrado.

—No soy uno de ellos —repitió Benny. Su pecho se sentía aplastado y un dolor le recorría sus pulmones y la espalda.

La niña lo miró con los ojos más grandes y azules del mundo, ojos que estaban llenos de lágrimas y un destello de incierta esperanza. Ella abrió la boca… y volvió a gritar.

Pero no a causa de él.

Los zoms se estaban acercando por todos los flancos.

Con un grito de horror, Benny giró para ponerse de costado, protegió a la niña con su cuerpo y pateó las piernas del zombi más cercano. El hueso tronó, pero el zom no cayó, y Benny vio que era uno de los fornidos granjeros. La cosa había sido enjuta y recia en vida, y mucha de aquella fuerza persistía en la muerte.

Benny volvió a patear y tiró de espaldas al zom que iba al frente. Se puso rápidamente en pie y levantó a la niña, empujándola hacia un pedazo libre de pared, lejos de las manos del ejército de muertos. A sus espaldas, el barranco se prolongaba por unos cuarenta metros y desaparecía entre las sombras formando una curva. Frente a ellos había docenas de zoms; y muy atrás, entre la multitud, estaba el soldado con la katana de Tom enterrada en su fémur. No había forma de que Benny pudiera recuperarla.

—¡Van a comernos! —gritó la niña—. ¡La gente gris va a comernos!

Sí, así es, pensó Benny.

—¡No, por supuesto que no! —rugió en voz alta.

Retrocedió unos pasos, usando su cuerpo para empujar a la niña hacia las profundidades del barranco.

—Ve —susurró con urgencia—. ¡Corre!

Ella vaciló, extraviada y confundida, con un miedo tan sobrecogedor que, en lugar de impulsarla a correr, la obligó a cerrar los ojos y comenzar a llorar.

Los gemidos de los muertos llenaban el aire.

Benny no tenía opción. Se alejó de la espada de Tom y las posibilidades de supervivencia que prometía, cargó a la niñita, la apretó contra su pecho y corrió.

DEL DIARIO DE NIX

La primera vez que salí a Ruina y Putrefacción, después de que escapé de Charlie Ojo Rosa y estaba escondida con Benny, vimos algo imposible. Un avión. Una de las grandes máquinas voladoras del viejo mundo, de antes de la Primera Noche.

Estaba en el cielo, volando hacia el oeste, casi en dirección a casa. Entonces dio la vuelta y se dirigió nuevamente al este.

Sé que si hubiera estado sola cuando lo vi, no lo habría creído. Y nadie me habría creído si les hubiera contado. Pero Benny también lo vio. Y Tom.

Sabíamos que teníamos que ir a buscarlo. Quiero decir, ¿cómo podíamos no hacerlo?

Fue por eso que Tom comenzó el programa de guerrero inteligente. Para estar preparados ante cualquier cosa que pudiéramos encontrar. Hasta ahora nos ha salvado la vida más veces de las que puedo contar.

En este momento… encontrar el avión es lo único que importa.

7

Mientras corría, Benny podía sentir el agitado corazón de la niña latiendo contra su pecho. Eso le trajo a la mente un recuerdo —el más antiguo que poseía, uno nacido del horror de la Primera Noche. Era el recuerdo de estar siendo cargado, exactamente del mismo modo, cuando era un niño de menos de dos años; de estar siendo sostenido fuertemente entre los brazos mientras su hermano huía de la cosa que había sido su padre. Y la figura de su madre, que lloraba y gritaba, y quien había utilizado sus últimos momentos de vida para pasar a Benny por una ventana, entregarlo a Tom y rogarle que corriera.

Sin descanso.

Como Benny lo hacía ahora.

A través de la oscuridad y el horror, con la muerte persiguiéndolo y sin conocer con certeza ningún modo de escapar a ese momento.

Durante la mayor parte de su vida Benny había malinterpretado ese recuerdo. Pensaba que su mamá había sido abandonada por Tom, que su hermano había sido un cobarde que había huido cuando hubiera debido quedarse a rescatarla a ella también. Pero entonces se enteró de la verdad. Su mamá ya estaba muriendo, estaba infectada y se estaba convirtiendo en un muerto viviente. Había sacado a sus dos hijos por la ventana, salvándolos del terror que había dentro. Y Tom había honrado el sacrificio manteniendo a salvo a Benny. Aquella noche y todas las demás noches y años que le siguieron.

Ahora Tom también se había ido.

Había muerto salvando a otros. Se había sacrificado para que la vida del prójimo pudiera continuar, aunque fuera en un mundo gobernado por la muerte.

La niñita que Benny cargaba lloraba y gritaba, pero también se aferraba a su salvador. Y él a ella. A pesar de que era una total extraña, Benny sabía que moriría intentando salvarla.

¿Fue de este mismo modo para ti, Tom?, se preguntó. ¿Fue esto lo que sentiste cuando me cargaste fuera de Sunset Hollow en la Primera Noche? Si tú hubieras sido el cobarde que solía pensar que eras, habrías huido y me habrías abandonado. ¿O no? Te habrías salvado solo, sin tener que cargar conmigo, así habría sido más fácil escapar. Pero no lo hiciste. Me cargaste durante todo el camino.

¿Era un recuerdo? ¿O ahora que Benny estaba parado frente a la frágil puerta de la muerte era más fácil para el fantasma de Tom susurrarle cosas desde la oscuridad del otro lado?

Benny, susurró Tom, yo no morí para salvarte.

—Eso ya lo sé, Einstein —gruñó Benny en respuesta mientras corría.

No, ¡escucha! Yo no morí para salvarte.

Un zom cayó al barranco directamente frente a ellos, y la niñita gritó aún más fuerte. Pero Benny saltó sobre la forma torpe antes de que el zom lograra ponerse de pie.

Yo viví para salvarte, dijo Tom. Yo viví.

—¡Tú moriste, Tom! —rugió Benny.

Benny… en aquel entonces, durante la Primera Noche, yo no morí para salvarte. Hice todo lo que pude para seguir con vida. Por nosotros dos. Tú lo sabes…

—Pero…

No mueras, Benny, murmuró Tom desde las sombras más oscuras de la mente de Benny. El sonido de la voz de Tom era a la vez reconfortante y aterrador. Equivocado y correcto.

—Tom —susurró Benny mientras daba vuelta en una curva cerrada del barranco—. ¿Tom?

Pero la voz de su hermano se había esfumado.

El barranco descendía en pendiente, se hacía más hondo, y pronto Benny comprendió que incluso las nudosas raíces de los árboles que trepaban por el borde de la hendidura estaban demasiado arriba sobre su cabeza. Había esperado que sucediera exactamente lo opuesto, imaginaba que una vez que estuvieran lejos de los zoms podría levantar a la niña para que ésta que se agarrara de las raíces y pudiera salir, y que él subiría después. El plan era imposible ahora.

Dieron vuelta en otra curva y Benny disminuyó la velocidad, de correr pasó a caminar, y después simplemente se quedó ahí parado. A tres metros había una sólida pared de tierra y roca. Todo el barranco había colapsado bajo el peso de un tremendo roble cuyo sistema de raíces había sido socavado por el escurrimiento subterráneo. No había manera de cruzarlo, y los lados estaban demasiado escarpados para escalarlos. Él y la niñita estaban atrapados. No tenía espada, ni abrigo de alfombra. Únicamente un cuchillo, y eso no impediría que la masa de cosas muertas los siguiera.

—¿Ahora qué, Tom? —preguntó, pero sólo había silencio entre las sombras de su mente—. ¿En serio? ¿Ahora vas a callarte?

Nada.

Benny observó a la niña. ¿Podría levantarla lo suficiente para que ella pudiera agarrar una de las raíces y trepar? Sería la única oportunidad para la pequeña, pero eso requeriría utilizar los últimos segundos que le quedaban a él, dejándolo sin ninguna oportunidad de salvación. Aun así, pensó, tenía que tratar. Mejor morir intentando salvar una vida que compartir una espantosa muerte aquí abajo en esta fétida oscuridad. Quiso escuchar algún rastro de la voz de Tom, pero seguía sin recibir nada.

Los primeros zombis dieron vuelta en la última curva. Eran cinco, y atrás venían más. Uno de ellos se separó del grupo y comenzó a correr por el barranco.

Oh no, pensó Benny, uno rápido. ¡Oh, Dios!

Era la horrible verdad. Últimamente algunos de los zoms con los que se habían encontrado eran distintos. Más veloces, capaces de correr. Tal vez incluso más inteligentes.

Benny puso a la niña en el suelo y la empujó detrás de él; después sacó su cuchillo. Era inútil, pero tenía que probar. Por la niña, tenía que hacerlo.

El zom corría hacia él casi tan rápido como un humano saludable sería capaz. Mostraba los dientes y llevaba las manos estiradas para sujetarlo. Diez metros. Seis.

Tres.

Benny empuñó el puñal con toda su fuerza.

Tom… te necesito, hombre.

Y entonces una voz gritó:

—¡BENNY!

Todos giraron en la dirección del sonido. Benny, la niña, los zoms; incluso el zombi veloz redujo la velocidad hasta un paso confuso cuando volteó a buscar la fuente de aquel grito.

Súbitamente, algo pálido y flexible cayó al barranco. Hubo un feroz grito de guerra y un destello plateado en el extremo de un largo tubo, y entonces la cabeza del zombi veloz saltó por los aires y rebotó contra la pared.

—¡Lilah! —gritó Benny.

La Chica Perdida lo había encontrado.

Un momento después, otra silueta cayó desde el borde del barranco. Más pequeña, más redonda, con mechones de rizado cabello rojo y manos pecosas que empuñaban con mortal competencia una espada de madera bastante usada. Una larga cicatriz irregular le cruzaba la mejilla, desde el nacimiento del cabello hasta casi la mandíbula, pero eso no arruinaba la belleza de su rostro. Al contrario, la hacía parecer como una princesa guerrera salida de alguna vieja leyenda. La chica miró a los zoms y luego a Benny, y entonces sonrió.

—No puedo dejarte solo por un minuto sin que hagas algo estúpido, ¿verdad? —preguntó Nix Riley.

DEL DIARIO DE NIX

Desde que Tom murió, Benny parece creer que debe de CONVERTIRSE en su hermano.

¿Eso es normal durante el duelo? ¿O tendría que preocuparme?

Le pregunté a Chong, pero por primera vez no tuvo respuesta. Creo que él también está preocupado.

8

—Les tomó bastante tiempo —dijo Benny, limpiándose el sudor de los ojos—. Ya comenzaba a aburrirme aquí abajo.

Trató de sonar relajado y casual. No lo logró.

Nix bufó y comenzó a decir algo más, pero entonces descubrió la diminuta figura que se escondía entre las sombras detrás de Benny.

—¿Qué…? ¡Oh, Dios mío! ¿Dónde… cómo…? —sus palabras se desintegraron en un tartamudeo de perplejidad.

—Es una larga historia —dijo Benny.

Nix se inclinó sobre la niña, que resoplaba al borde del llanto. Tocó la mejilla de la pequeña y le acarició el cabello.

—Hola, cariño. No tengas miedo. Todo va a estar bien ahora.

A unos cuantos metros de distancia, Lilah volteó por encima del hombro para ver lo que ocurría, y sus ojos se abrieron desmesuradamente.

—¿Annie? —murmuró.

Incluso con todo lo demás que sucedía a su alrededor, escuchar a Lilah pronunciar ese nombre estuvo a punto de romperle el corazón a Benny. Annie era el nombre de la hermanita de Lilah. Había muerto años atrás intentando escapar de los fosos zombis en Gameland, y Lilah había tenido que aquietarla cuando se reanimó. Benny sólo podía imaginar lo que sucedía en el interior de la cabeza de Lilah; ver otra niñita de cabello rubio, aquí en un foso lleno de zombis. Era bastante extraño para Benny; para Lilah debía ser totalmente surreal.

Otro zom rápido corrió por el barranco, una mujer gigantesca de revuelto cabello negro y con una hilera de agujeros de bala cruzándole el enorme pecho.

—¡Zom! —gritó Benny, y Lilah parpadeó. La conmoción de su rostro desapareció en un instante y ella se volteó para lidiar con el zom que corría. La lanza de tubo negro que ella portaba se movió como el rayo, y la bayoneta atravesó la carne seca y los músculos correosos. El rostro de Lilah era impasible, pero Benny no se dejaba engañar; su mente tenía que estar dando vueltas a este misterio, y eso se volvió evidente por la renovada fuerza con que golpeaba y cortaba.

Nix miró las manos vacías de Benny por encima de la cabeza de la niñita.

—¿Dónde está tu espada?

—Se quedó atorada en un zom.

—¿Atorada en un…?

Benny señaló al soldado zom que iba atrás en la multitud.

—¡Dios, nunca vamos a recuperarla!

—Tenemos que —replicó Benny.

El muro de zoms presionaba a pesar de que Lilah lo detenía con sus cortes.

—No podemos —rugió Lilah—. Son demasiados.

Nix formó una bocina con las manos alrededor de su boca y gritó hacia arriba.

—¡Chooooong!

En lugar de una respuesta, un rollo de cuerda cayó desde la abertura sobre la cabeza de Benny, que casi lo hace caer de rodillas.

—¡Cuidado abajo! —llegó el grito medio segundo después.

9

Benny se quitó la cuerda de la cabeza y miró hacia arriba para encontrar la cabeza y los hombros de Chong asomándose por la orilla del barranco. Su largo cabello negro colgaba suelto.

—Hola, Benny —gritó—. Lilah dijo que estabas aquí practicando tu melancolía y…

—¡Chong! —espetó Benny—. ¡Cállate y ata esa cuerda a un árbol!

La sonrisa se esfumó de la cara de su amigo.

—Ya lo hice. Pero vamos, hombre, apúrense allí abajo. Se está poniendo extraño acá arriba. Debe haber cincuenta zoms al otro lado del barranco.

—Sí, bueno, aquí abajo también hay uno o dos —refunfuñó Benny.

—Entonces, ¿por qué bajaste? —preguntó Chong.

Benny ignoró el comentario y volteó en dirección a Lilah. La bayoneta en el extremo de su lanza estaba embarrada de una sustancia viscosa y negra.

—Préstame tu lanza y yo los detendré mientras tú y Nix…

El bufido de burla de Lilah fue muy elocuente.

—Vete —dijo en el fantasmal susurro que era su voz.

—Nix —dijo Benny, girándose hacia ella—, dame tu bokken. Yo te cuidaré la espalda mientras tú subes a la niña.

—Oh, por favor. Ella es demasiado pequeña para trepar, y yo no soy lo suficientemente grande para cargarla mientras subo. Hazlo tú, Benny. Lilah y yo te cuidamos la espalda.

—De ninguna manera. Ése es mi trabajo.

—¿Tu trabajo? —Nix puso los ojos en blanco—. ¡Si dejaras de tratar de ser el héroe samurái por un momento, te darías cuenta de que estamos intentando salvarte la vida!

—No, tengo que recuperar mi espada y salvar…

Nix se acercó y lo encaró.

—No te estoy preguntando, Benjamin Imura.

Benny estuvo a punto de ponerse en guardia. Nix nunca lo llamaba Benjamin, excepto cuando estaba muy enojada con él, y jamás usaba nombre y apellido juntos a menos que estuviera a punto de patearle el trasero.

Desvió la mirada hacia la ola de zombis y luego la regresó con Nix, que medía metro y medio con los zapatos puestos y tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para verlo a la cara. Hasta la niñita parecía querer fulminarlo con la mirada, aunque no tenía razón para hacerlo, pues él acababa de salvarle la vida. Tal vez era una cosa de chicas. Él estaba vagamente consciente de que había un importante mensaje sobre el poder femenino que tenía que aprender con todo esto, pero aquél no era momento para filosofar. Incluso las pecas de Nix parecían brillar de ira, y su cicatriz cambió de un blanco pálido a un rojo furioso.

Él quería gritarle, empujarla fuera de su camino, tomar su bokken y volver a la pelea, pero en vez de eso se tragó su frustración y retrocedió.