Cartas 1917-1941 - José Ortega y Gasset - E-Book

Cartas 1917-1941 E-Book

Jose Ortega Y. Gasset

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La correspondencia de José Ortega y Gasset con Victoria Ocampo, entre 1917 y 1941, ofrece una riquísima vertiente histórica y emocional en que fluyen afinidades, encuentros, disensos y transferencias personales que abarcan un extenso horizonte cultural y generacional a disposición del lector aficionado al género biográfico y de interés para investigadores y estudiosos del hispanismo internacional. Son cartas que expresan una maravillosa dimensión intimista, no siempre pacífica pero sí profundamente afectiva y sincera. Forman parte de un largo diálogo entre un filósofo y una debutante, y que se inicia con una joven Victoria a quien Ortega, fundador de El Espectador y Revista de Occidente, introdujo en el mundo de las letras hispanas traduciendo del francés De Francesca a Beatrice, el comentario de Ocampo sobre la Divina Comedia de Dante.    A partir de los años treinta Victoria, como fundadora de la revista Sur y la editorial homónima, realizó un esfuerzo, para una mujer, sin precedentes. Mantuvo una densa y nutrida correspondencia con numerosos intelectuales de la época, que revela una generosa y asombrosa personalidad de mente universal y amplitud de miras. Asimismo, las cartas del filósofo español conforman un fragmento del complejo epistolario de don José con profesionales, científicos y celebridades del entorno europeo. Es interesante destacar que ambos epistolarios, el de Ortega y el de Victoria, reúnen en conjunto una inusual circunstancia o perspectiva que transcurre entre el viejo continente en declive y una nación joven in statu nascendi y con un porvenir promisorio. Es a este público sudamericano entusiasta y ávido de cultura al que Ortega durante años incorporó a su razón vital e histórica en constante evolución filosófica.    Confiamos en que el lector pueda saborear la trama de tantas vidas, pasiones, matices sentimentales y tiempos históricos que se entrecruzan en estas cartas. Ellas constituyen un verdadero patrimonio literario para varias generaciones de españoles, argentinos y latinoamericanos, como también de todos aquellos que gozan de las grandes tradiciones hispanas que pertenecen al pensamiento de la cultura occidental.

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CARTAS 1917-1941

La correspondencia de José Ortega y Gasset con Victoria Ocampo, entre 1917 y 1941, ofrece una riquísima vertiente histórica y emocional en que fluyen afinidades, encuentros, disensos y transferencias personales que abarcan un extenso horizonte cultural y generacional a disposición del lector aficionado al género biográfico y de interés para investigadores y estudiosos del hispanismo internacional. Son cartas que expresan una maravillosa dimensión intimista, no siempre pacífica pero sí profundamente afectiva y sincera. Forman parte de un largo diálogo entre un filósofo y una debutante, y que se inicia con una joven Victoria a quien Ortega, fundador de El Espectador y Revista de Occidente, introdujo en el mundo de las letras hispanas traduciendo del francés De Francesca a Beatrice, el comentario de Ocampo sobre la Divina Comedia de Dante.

A partir de los años 30 Victoria, como fundadora de la revista Sur y la editorial homónima, realizó un esfuerzo, para una mujer, sin precedentes. Mantuvo una densa y nutrida correspondencia con numerosos intelectuales de la época, que revela una generosa y asombrosa personalidad de mente universal y amplitud de miras. Asimismo, las cartas del filósofo español conforman un fragmento del complejo epistolario de don José con profesionales, científicos y celebridades del entorno europeo. Es interesante destacar que ambos epistolarios, el de Ortega y el de Victoria, reúnen en conjunto una inusual circunstancia o perspectiva que transcurre entre el viejo continente en declive y una nación joven in statu nascendi y con un porvenir promisorio. Es a este público sudamericano entusiasta y ávido de cultura al que Ortega durante años incorporó a su razón vital e histórica en constante evolución filosófica.

Confiamos en que el lector pueda saborear la trama de tantas vidas, pasiones, matices sentimentales y tiempos históricos que se entrecruzan en estas cartas. Ellas constituyen un verdadero patrimonio literario para varias generaciones de españoles, argentinos y latinoamericanos, como también de todos aquellos que gozan de las grandes tradiciones hispanas que pertenecen al pensamiento de la cultura occidental.

 

 

 

Marta Campomar. Licenciada y doctora en Literatura inglesa y española de la Universidad de Leeds de Inglaterra con una tesis sobre Marcelino Menéndez Pelayo. Es vicepresidente de la Fundación Ortega y Gasset Argentina.

Ha dedicado muchos años a la investigación sobre Ortega y Gasset, en especial en relación a sus vínculos con la Argentina y América. En este campo ha publicado los libros Ortega y Gasset en La Nación (El Elefante Blanco, 2003), Ortega y Gasset en la curva histórica de la Institución Cultural Española, (Biblioteca Nueva, 2009), y Ortega y Gasset: luces y sombras del exilio argentino (Biblioteca Nueva, 2016).

Ha publicado numerosos artículos sobre estos temas en Revista de Occidente y Revista de Estudios Orteguianos.

Fundación Ortega y Gasset Argentina

Presidente

Roberto Aras

Vicepresidente

Marta Campomar

Secretario

Carlos Newland

Tesorero

Enrique Aguilar

Vocales

Klaus Gallo

Alejandro Poli Gonzalvo

José Varela Ortega

Directora Ejecutiva

Inés Viñuales

 

 

JOSÉ ORTEGA Y GASSET - VICTORIA OCAMPO

CARTAS

1917-1941

 

Entre el corazón y la razón

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaPalabras preliminares de la editora, Marta CampomarPresentación, Roberto ArasPrólogo, Juan Javier NegriReflexiones, Jaime de Salas OrtuetaNota de la traductora, Cecilia VerdiNota editorialEpistolario19171921192319281929193019311932193419351936193719381939194019411950Créditos

Palabras preliminares de la editora

 

Marta Campomar

 

 

 

 

 

 

La publicación del epistolario entre Victoria Ocampo y José Ortega y Gasset cumple con un deseo de la propia Victoria y de los hijos de Ortega de dar a conocer públicamente una relación que tuvo como eje fundamental el redescubrimiento de la élite argentina, de los valores culturales y científicos provenientes de España y de su inserción en la cultura europea.

Al apagarse la voz de Ortega en 1955, Victoria tomará la iniciativa de anticipar en la Revista Sur algunos fragmentos de la correspondencia con el filósofo español, cartas que también aparecerán más tarde en su Autobiografía y en otros artículos de su autoría. En 1965, desde las páginas de la Revista Sur, Victoria sostenía que los hijos de Ortega debían hacerse cargo de su publicación completa: “A ellos les dejo ese cuidado”. Habria que recordar también que ya desde 1956 Victoria llevaba varios años de amistad y asidua correspondencia con Soledad Ortega Spottorno, la “archivista” de la familia.

Desaparecida Victoria, Soledad quedaba con la responsabilidad de la publicación de las cartas, tarea que comenzó hace veinticinco años, en 1997, siendo María René (Mine) Cura directora de Sur. Soledad era en aquel entonces presidenta de la Fundación Ortega y Gasset de España y fundadora de otra sede en la Argentina. En esta encrucijada me vi yo misma involucrada en dicho intercambio epistolar motivo por el cual Soledad transfiere el proyecto de la publicación del epistolario de Victoria con Ortega a la Fundación de la Argentina.

Como han pasado muchos años y generaciones, para corroborar este mandato, cito una carta de Soledad del 22 de Octubre de 1997 a Mine Cura: “En cuanto al trabajo de publicación de las cartas de Ortega y Victoria Ocampo, como estamos tan lejos, he decidido confiarlo a nuestra querida Marta Campomar. Ella es, como sabes, miembro del patronato de la Fundación Ortega en Buenos Aires; tiene todo nuestro apoyo para cuantas gestiones hayan de hacerse en la Argentina y estoy segura de que su colaboración hará mucho más ágil el desarrollo de este proyecto. Además, Marta está en permanente contacto con nosotros y me mantendrá al corriente en todo vuestro trabajo”. Le sigue a esta carta otra dirigida a mi persona del 23 de octubre en que Soledad, con sentido pragmático, me entrega oficialmente la tarea de reunir estos epistolarios “puesto que ya tienes los datos y así será más fácil y más rápido hacer las cosas”. Debo admitir que no fue ni tan fácil ni tan rápido llegar a buen puerto con un proyecto que durante el transcurso de los años ha visto desparecer vidas y presupuestos para financiarlo. Entre otras dificultades se han sucedido cambios institucionales, recambio de autoridades, cierre momentáneo de archivos, e incluso en su etapa final se ha retrasado por la pandemia del COVID-19.

En el transcurso de los años y esfuerzos para reunir en un primer volumen la publicación de las cartas del filósofo con su Gioconda austral, se nos dio la oportunidad de reconstruir la amistad heredada entre Victoria y Soledad Ortega Spottorno, amistad que transcurre en otros tiempos históricos y que se extiende a nuevas generaciones de la familia Ortega. El epistolario de Victoria con los Ortega es una prolongación de la misma espontaneidad intimista que comenzó en 1916 en un coup de foudre entre Ortega y la señora de Estrada, amistad que se profundiza con el correr de los años y que abarca un arco muy amplio de acontecimientos históricos que se inician con la Primera Guerra Mundial, e incluyen la llamada belle époque, la crisis financiera y política de Europa en los años 30, la Segunda Guerra Mundial y las sucesivas guerras frías internacionales. En cuanto a España, se registra el colapso del liberalismo del XIX, la llegada y caída de dictaduras, el fracaso de la monarquía, proceso que derivó en una segunda república que a su vez desembocó en la guerra civil española. Le siguieron cuarenta años de franquismo y el desembarco de una transición democrática para los españoles en los años 70, años promisorios para Soledad, traumáticos para la vejez de Victoria Ocampo en el cierre de su vida acosada por populismos, violencia cívica y golpes militares.

En medio de este convulsionado panorama, la Revista Sur logra sobrevivir a los avatares de la política nacional hasta la muerte de su fundadora en 1979. Por su lado, los Ortega experimentan en 1963 el retorno de la proscripta Revista de Occidente. Luego vino la incorporación de la editorial Alianza y el diario El País para ampliar el negocio editorial familiar, expansión que con el tiempo económicamente entró en crisis para llegar a una solución final con la creación por parte de Soledad y de sectores de la sociedad española de una fundación que garantizara la permanencia del legado intelectual de Ortega a nivel nacional e internacional.

En dos volúmenes hemos recogido este extenso y apasionante recorrido familiar para ponerlo al alcance de investigadores, lectores y amantes del género biográfico. Victoria era cultora devota del género epistolar. Convendría aclarar que este diálogo entre ella y los Ortega ocupa solo un espacio en el frondoso intercambio de cartas de Victoria con varias celebridades de su época. Asimismo, sus cartas con el filósofo español constituyen un fragmento del complejo epistolario de don José con profesionales y científicos del mundo intelectual hispano y europeo. Es interesante destacar que ambos epistolarios reúnen la inusual expresión de una tensa relación que transcurre entre el viejo mundo europeo en declive y una nación joven in status nascendi, y ante un público americano entusiasta, ávido de cultura, a quien Ortega incorporó a su razón vital y razón histórica en constante evolución. Con su continuidad y rupturas, la correspondencia de los Ortega con Victoria permite conocer en mayor profundidad los ánimos cambiantes e itinerarios vitales de sus corresponsales, como también el cruce de personalidades y vidas que intervienen en sus propuestas editoriales, revelando facetas humanas desconocidas en el quehacer literario, periodístico o académico de la época. Desde su inicio en 1916, el epistolario manifiesta el vínculo profundo que une al fundador de El Espectador y luego de Revista de Occidente con un auditorio culto, europeo o americano, siempre atento a nuevas tendencias del ambiente intelectual de entreguerras. En los años 30 Victoria, como fundadora de la Revista Sur, en diálogo consigo misma y con todo un continente sudamericano que pujaba literariamente por posicionarse con acento propio dentro de la cultura occidental, con su iniciativa editorial logró establecer un fluido puente intelectual entre Europa, el norte y el sur de América en tiempos de conflictos internacionales, en momentos precisamente en que desde su exilio Ortega perdía el sustento de sus propios proyectos editoriales.

En el contexto de su exilio argentino, debemos aclarar que, desde un punto de vista de estricta precisión histórica, el epistolario de Ortega con Victoria concluye con la dramática y frustrante experiencia del filósofo en octubre de 1941. La última carta de Victoria de 1950 no fue correspondida ni se reanudó entre ellos el diálogo intimista que se inició en 1917. Luego de la carta de 1941, Ortega mantuvo un largo y autoimpuesto silencio con la sociedad porteña. Desde su partida de Argentina, en febrero de 1942, solo mantuvo correspondencia con aquellos que se ocuparon de sus asuntos editoriales.

La crisis de los años 40 y 50 en Europa, los efectos de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el franquismo en España y el período peronista en Argentina, hechos históricos cruciales para el lector o investigador contemporáneo, no existen en el vacío epistolar entre Ortega y Victoria cuando ella le envía su cariñoso mensaje de 1950. El diálogo afectivo se reanuda por iniciativa de Soledad Ortega Spottorno en 1956, ya fallecido Ortega, como se podrá apreciar en el volumen II de la extensa correspondencia entre Victoria y la familia Ortega. Allí aparecen aspectos de algunos de los períodos mencionados, hasta la desaparición de Victoria Ocampo en enero de 1979. Ella no llegó a ver la anhelada restitución de la democracia en su país con el gobierno del doctor Raúl Alfonsín.

No obstante, las cartas que recorrerá el lector en dos volúmenes contienen una riquísima vertiente emocional nutrida de afinidades, encuentros, disensos y transferencias personales que luego se irán incorporando a textos filosóficos de mayor envergadura por parte de Ortega y transformados en Testimonios, género subjetivo biográfico, por parte de Victoria. En este sentido más amplio, la correspondencia deja de ser un simple intercambio de correos para convertirse en un extenso horizonte cultural a disposición del lector y de interés para el hispanismo internacional.

Como editora y vicepresidenta de la Fundación Ortega de la Argentina, quisiera agradecer la colaboración y el apoyo de la Fundación Ortega de España bajo la presidencia de Soledad Ortega, quien a lo largo de tantos viajes, exploración de archivos y entrevistas personales me ayudó a persistir en la compaginación de este primer volumen, de tanta relevancia afectiva para ella. Lamento que no esté entre nosotros para disfrutar de su publicación, habiendo sido ella inicialmente la compiladora de estas cartas de Victoria con su padre.

Hago extensivo mi agradecimiento a las actuales autoridades de la Fundación Ortega y Gasset-Marañón de España, a los herederos y familiares del legado de Ortega, a los bibliotecarios, investigadores y equipo de Estudios Orteguianos de Madrid, a Revista de Occidente, a la Residencia de Estudiantes y a todos aquellos que por su activa colaboración con nuestro equipo de investigadores hicieron posible la realización de este proyecto. En nuestro propio entorno porteño, contamos con el generoso y constructivo apoyo institucional del presidente de la Fundación Sur, Juan Javier Negri, y con la ayuda de los expertos de Villa Ocampo, todos ellos profundos conocedores de la obra y personalidad de Victoria en su contexto histórico-cultural. Agradecemos a la Academia Argentina de Letras por responder consultas técnicas, al Consejo de la Fundación Ortega y Gasset Argentina, y ante todo a la consistente gestión de nuestra directora ejecutiva Inés Viñuales. Nuestro agradecimiento a la Fundación Bunge y Born por su sólido apoyo institucional. Destaco especialmente la labor y el profesionalismo de mi propio equipo de colaboradoras: Alejandra López Goñi, por la transcripción de los textos, y Cecilia Verdi, nuestra eficiente traductora y autora de las notas que enriquecen y complementan el complejo contenido de las cartas. Entre todos hemos conseguido reorganizar el complicado intercambio de conocimientos, documentos e información desperdigados en esta voluminosa correspondencia, logrando reunir en un corpus coherente la desordenada trayectoria vital de los protagonistas. Con empeño nos propusimos conservar estas cartas escritas en puño y letra de sus autores, previendo que en tiempos histórico-tecnocráticos pudiera desparecer su contenido y, sobre todo, en palabras de Ortega, “la raíz misma de nuestra persona”.

A Ortega y Gasset le gustaba dialogar con su auditorio “en voz baja”, derramando pensamientos, sentimientos, humores, en un continuo volcar su alma sobre el alma ajena. Estas cartas con Victoria fluyen en esa maravillosa dimensión intimista, no siempre pacífica pero sí profundamente afectiva, en un tono “en que cada instrumento”, comentaba Ortega, “toca su tema personal confiando en que un dios oculto haya entre todos asegurado, preestablecido la armonía”.

Confiamos en que el lector sabrá saborear la trama de tantas vidas, las pasiones, los matices y tiempos históricos que se entrecruzan en estas cartas que son a su vez un verdadero patrimonio cultural compartido entre España y Argentina. Agradecemos a la Editorial Biblos por haberse hecho cargo de esta primera edición, patrimonio que queda a disposición del gran público y de nuevas generaciones españolas e hispanoamericanas interesadas en las rutas creativas de nuestra literatura con sus variantes idiomáticas y emocionales de origen latino.

Presentación

 

Roberto Aras

Presidente de la Fundación Ortega y Gasset Argentina

 

 

 

 

En un artículo de la propia Victoria titulado “Mi deuda con Ortega”, publicado en la Revista Sur en 1956 y dedicado a evocar al filósofo desaparecido, ella aludía a los tiempos difíciles “que cada uno de nosotros ha sufrido a su modo”, época dislocada en que cada cual a su manera era prisionero de su visión del mundo. Luego, a diez años de su fallecimiento, en 1965, y en ocasión de publicar en Sur “Algunas cartas de Ortega y Gasset”, Victoria, para quien los géneros de las memorias, los epistolarios y los testimonios eran su expresión literaria predilecta, describía su relación con el filósofo español en las siguientes palabras:

 

Conocí a Ortega y Gasset al final de su primera estadía en Buenos Aires (1916). No fui a ninguna de sus conferencias. Oía continuamente ponderaciones de él como orador, como pensador; pero la verdad es que nada de esto me inspiró curiosidad. Estaba en otra cosa (o suponía estarlo). Por lo pronto, no sentía particular afición por la literatura española. Lo francés y lo inglés me acaparaban.

Mi encuentro con Ortega tuvo las dimensiones de una revelación. En él, descubrí a España. Una España deslumbradora. Ya era tarde para escuchar sus conferencias. El ciclo había terminado. No me conformaba de haberlo perdido. En cambio, tuve ocasión de conversar con Ortega o, más bien dicho, de oírlo conversar. No he vuelto a oír algo semejante. Yo estaba medusée (medusada, pero el término no existe en español) por su talento. Lo percibí inmediatamente (aunque él parece no creerlo). En lo que se titula primera jornada, en una de sus cartas, señala mi timidez, mi falta de curiosidad “por el que llega”. Dice que le parecí más bien niña que mujer hasta que me oyó recitar. Dios sabe en qué facha me presenté yo en casa de Julia del Carril de Vergara en esa ocasión. El invitado no me interesaba y no me importaba la impresión que podía producirle. A lo mejor llegaba desgreñada de un partido de golf. “Replegada la persona sobre sí misma”, escribe Ortega. ¡Claro, hombre! Si después de un rato hubiera querido desaparecer. Yo estaba inhibida por la sorpresa de encontrarme con un ser semejante. Hubiera deseado meterme en un rincón como una cenicienta, y desde el rincón escucharlo.

Ortega estaba entonces “nel mezzo del cammin de la sua vita”. La inteligencia de aquellos ojos si bien no tenía el poder de transformar en piedra a lo que miraba podía desde luego paralizar momentáneamente. Ese fue el efecto que me produjo y lo que él interpretó como síntoma de in-curiosidad.

Se entabló entre nosotros una “buena amistad”. De mi lado existía y existió siempre el deslumbramiento (ya he escrito sobre esto) causado por esa inteligencia sin par en la expresión verbal. Insisto en lo de la expresión verbal porque, siendo yo incapaz de expresión, fuera de la escrita, la admiraba tanto más en él.

Antes de la partida de Ortega, por razones que juzgo, hoy, pueriles y estúpidas, hubo entre nosotros un malentendu. Eso suele acontecer entre las personas que más se aprecian (tal vez por eso mismo). Él se disgustó y yo me disgusté. Pero por ser yo más joven, más impulsiva e intransigente, me disgusté mucho más. Muy consciente de lo que perdía al perder un amigo de esa categoría, resolví sin embargo demostrar mi estado de ánimo con un total silencio epistolar. A pesar de ese silencio largo, y esto no lo olvidaré nunca, Ortega publicó entre los primerísimos libros de las ediciones de la Revista de Occidente mi muy modesto comentario de la Divina comedia. Este tipo de generosidad hacia una principiante en el mundo de las letras (y en las circunstancias ya mencionadas) es raro en cualquier época.

Además en su ensayo sobre Azorín,1 Ortega, sin nombrarme, citó varios párrafos de una carta mía. Era la primera vez que veía mis escritos en letra de molde. Quien escribe sabe la conmoción que semejante espaldarazo produce.

No volví a encontrarme con Ortega hasta que llegó de nuevo a Buenos Aires en 1928 y entonces empezó realmente entre nosotros una amistad que duró hasta su muerte. Las escaramuzas que pudimos tener, lejos de alterar nuestro mutuo afecto, demostraron su solidez.

Van, a continuación, algunas cartas (la mayoría incompletas) o párrafos de cartas de nuestra correspondencia. Empezó en 1917. Los hijos de Ortega piensan publicarla totalmente, creo, algún día. A ellos les dejo ese cuidado.

Unamuno decía que las cartas o memorias eran su lectura preferida. Coincido con él en esto como en muchas otras cosas.

Hace diez años que murió Ortega. En recuerdo de un amigo tan admirado como querido, publica Sur estas cartas. Es una manera de tenerlo presente. Unamuno hubiera opinado así.

Dedico estas páginas inéditas a los lectores a quienes este género de literatura (que lo es sin serlo) gusta y conmueve. A ellos solamente.

Victoria Ocampo

 

Hoy en día enfrentamos un escenario cultural y literario distinto del de los años 60. En el presente, habitantes ansiosos de una civilización en la que lo inmediato es el atributo primario y esencial de todo cuanto guía el actuar humano, sin tiempo para encontrar en el transcurrir de las horas o de los días un lugar para la expectativa gozosa de lo que todavía no ha sucedido –pero anticipa ya la mente o el corazón–, es posible que el género de los epistolarios nos resulte poco atractivo, a fuerza de ser incapaces, en pleno siglo XXI, de recrear el valor de una carta y sus secretos códigos compartidos. Es difícil, pues, sustraerse de dar a aquellos intercambios un significado casi arqueológico –si se me permite la expresión– y contemplarlos como un ejercicio de escritura que los nuevos medios digitales han sepultado bajo los millones de mensajes que circulan en las redes sociales.

Sin embargo, todavía caminan por este planeta personas hábiles para detectar los ecos distantes de lo verdaderamente humano y es dirigida a ellas que la obra que se presenta reúne cualidades que la convierten en una pieza no solo testimonial sino dramática. Son lectores singulares que saben apreciar con qué persistencia la vocación, las circunstancias y hasta el azar aparecen, en la vida de cada cual, como las fuerzas que modelan los acontecimientos.

Más de un centenar de cartas cruzan las biografías de José Ortega y Gasset y de Victoria Ocampo; entre 1917 y 1950 fueron estas epístolas un canal privilegiado para reunir el pensamiento y los sentimientos de dos seres que, perteneciendo a mundos distintos (varón y mujer, trabajo y riqueza, Europa y América) orientaron sus existencias al cumplimiento de una misión cultural que los trascendía. Para Ortega, ello significaba poner a España a la altura de los tiempos –en política y en el desarrollo de la sociedad–, e inaugurar un camino filosófico que insertara a su patria en las grandes tradiciones del pensar occidental. Para Victoria Ocampo, simbolizaba el despliegue de una personalidad femenina que se anticipaba a su época y la apertura de la Argentina a los debates del mundo a través de sus principales figuras.

Quien lea la secuencia de textos que configura este epistolario podrá entender y, seguramente, sentir, hasta qué punto sorprendió a ambos la armonía de dos destinos paralelos. “¡Pero no hay duda! Esta Gioconda2 me ha comprendido para siempre y hasta la raíz… Nunca me confundirá con nadie ¡Qué raro! Me sabe por completo, de memoria…” (carta JOG 1, 22/5/1917). Y Victoria Ocampo, “lo importante es que siento un gran afecto por ti (esto puede parecer nada… pero es este tipo de cosas las que cuentan, al menos para mí) y estoy feliz por ello. Es decir, estoy feliz por el nacimiento de este sentimiento (que surge de mi nuevo conocimiento)” (carta VO 27, 1928).

Ambos párrafos son elocuentes para retratar una amistad que transitó etapas de mutua admiración, entusiasmo, frialdad, dolor y arrepentimiento. Desde el deslumbramiento inicial que Victoria experimentó por la personalidad y la potencia intelectual de Ortega durante la primera visita del filósofo a Buenos Aires en 1916, hasta la tristeza del forzado exilio, acentuada por el desaliento y la enfermedad –al final de la década de 1930–, se observan en estas cartas las sutiles variaciones que el paso de los años de un siglo convulsionado decantaron en el alma del filósofo y de la escritora.

Así, aparecerán al lector los comentarios –algunos, quizá, irreverentes– sobre personajes de la época, proyectos imaginados pero que nunca tuvieron concreción, confesiones de heridas recibidas y producidas, largos intercambios en torno a las impresiones del arte nuevo y sus artistas; en fin, una prosa no solo meditada sino entregada, dispuesta, también, a modo de espacio lúdico para interminables –y amenas– riñas verbales.

La Fundación Ortega-Marañón de España y la Fundación Ortega y Gasset de Argentina junto con la Fundación Sur han querido impulsar esta cuidada edición inédita del epistolario que la secretaria académica Alejandra López Goñi ha reordenado, revisado y corregido en su totalidad. Dado que el epistolario de Victoria en su mayoría está escrito en francés, para ofrecer al lector de habla española un documento en su idioma contamos con la impecable traducción y las notas realizada por Cecilia Verdi y con las invalorables observaciones de edición de quien, posiblemente, sea la más destacada investigadora americana del pensamiento orteguiano, Marta Campomar.

Espero que esta obra los invite a participar en aquel diálogo vital que, despojado ya del calendario, les descubra el poder de la inspiración de dos temperamentos incapaces de renunciar a la sinceridad.

1. El Espectador, II, 1917.

2. Ortega apodaba a Victoria la “Gioconda en la Pampa” (carta del 22 de mayo de 1917).

Prólogo

 

Juan Javier Negri

Presidente de la Fundación Sur

 

 

 

 

En junio de 2016 una multitud colmaba el salón de actos del Instituto Cervantes en la madrileña calle de Alcalá, para asistir a la presentación de una antología de ensayos y fragmentos autobiográficos de Victoria Ocampo, en un volumen de más de quinientas páginas. Varios de los anfitriones españoles se refirieron entonces a la escritora argentina como una de las más grandes ensayistas y memorialistas en lengua castellana del siglo XX.

Para los argentinos presentes, esos fundados elogios hacia Victoria sonaron desusados. Aunque merecidos por la calidad y cantidad de su obra intelectual, esta ha quedado opacada por su figura de mecenas empeñada en una gigantesca y generosa tarea cultural y también oculta tras los prejuicios y los preconceptos de quienes no estuvieron interesados ni en conocerla ni en leerla.

Victoria no solo trató de insertar a la Argentina en las vanguardias intelectuales del siglo pasado sino que realizó un esfuerzo editorial sin precedentes a través de la ahora mítica Revista Sur y de la editorial homónima. No fueron esos, por supuesto, sus únicos méritos: la difusión de Jorge Luis Borges en el mundo anglosajón, fruto en gran parte de sus esfuerzos; su lucha por la emancipación femenina que abrió canales de discusión hasta entonces clausurados y su prédica antitotalitaria que le mereció la cárcel y el escarnio.

Pero, además de esos magnos esfuerzos, Victoria mantuvo con numerosos intelectuales una correspondencia densa y nutrida. Acceder a su lectura permite completar un mosaico que describe con minucia la actividad cultural del mundo occidental en el siglo XX.

Su nutrida correspondencia con Ernest Ansermet, Pierre Drieu La Rochelle, Rabindranath Tagore, Gabriela Mistral, Thomas Merton (y la incluida en este libro, con José Ortega y Gasset), por nombrar solo a algunos de sus interlocutores, permite descubrir y describir una prodigiosa trayectoria intelectual, en la cual Victoria no se reserva un mero y simple papel de espectadora pasiva o atónita, sino que asume, expone y defiende ideas, personas, conceptos y posiciones nuevos y conflictivos. Con el correr de los años, sus cartas también exhiben una constante evolución de ideas hacia una mayor amplitud de miras, una creciente tolerancia y un significativo acercamiento a la fe.

Para ella su correspondencia era un tesoro verdadero; en particular, la intercambiada con Ortega:

 

Durante estos últimos años [se refiere al gobierno concluido en 1955] habían allanado dos veces mi casa y una vez Sur; aleccionada por tan repugnante experiencia, yo había mandado los paquetes de esas cartas, junto con otras que consideraba importantes como documentos de una época, a casa de un amigo. La valija viajó tres veces de su casa a la mía y viceversa. Llevaba eso: mis únicas alhajas valiosas […] Hasta en la cárcel […] nada me hizo sufrir como la idea de que tantas páginas donde ya apunta la belleza de ciertas obras, y donde no había más secreto que el secreto de la belleza pura, pudieran ser violadas, destruidas o robadas. [Estas cartas] tendrán un valor inapreciable para las gentes che questo tempo chiamerano antico…

 

La correspondencia contenida en este volumen abarca un largo período, entre 1917 y 1950, pero incluye también significativos tramos de silencio. Piénsese que entre las dos últimas cartas cruzadas entre Victoria y Ortega existe un ensordecedor vacío… ¡de casi nueve años! Asomarse a este largo diálogo deja al lector conocer los entretelones de una larga relación, no exenta de tensiones, y a la que la habitual franqueza y contundencia del lenguaje de nuestra escritora presta inesperados condimentos.

Victoria reconoce que su vida es un “ardiente desorden” (son sus palabras) aunque no se desvíe nunca de sus objetivos de largo plazo: insertar a la Argentina en los movimientos culturales de vanguardia con los que ella tuvo contacto y en los que hubiera detectado calidades perdurables. Ante ellos no permanece estática ni en el margen de los acontecimientos: los vive. Y a partir de su conocimiento de Ortega, iniciado desde el rincón de una sala de recibo, “Ortega le pasa”, “Ortega le ocurre”, como Victoria dirá muchos años más tarde al reconocer con generosidad su deuda con él. Ortega es, para ella, una de sus circunstancias, y no precisamente de las menores.

A Ortega también “le pasa” Victoria. No puede permanecer indiferente ante esa niña –él ya es un hombre de treinta y cuatro años inserto en el mundo académico; ella una señorita de escasos veintisiete en la jaula de oro de la sociedad argentina de la época–. Desde el inicio de la relación ella lo cautiva, lo seduce intelectualmente y lo envuelve. Ortega llegará a llamarla, en un alarde de galantería, “la Gioconda de la Pampa”, aunque poco o nada de burlón haya en esa definición. La prosa seductora y hasta melosa de Ortega en sus primeras cartas (y que solo obtendrá un silencio desdeñoso como respuesta de una Victoria ofendida por algunas referencias a su vida sentimental) irá convirtiéndose en largas (y a veces depresivas) referencias y confesiones sobre su creciente escepticismo ante un mundo amenazado por la guerra.

Roto el silencio inicial, la prosa admirativa de Victoria hacia un personaje consagrado pasa a otra más intimista, amical, con largas crónicas de su activa vida social. Con Ortega, ella no necesita esconder sus sentimientos, su irritación con quienes pueden convertirse en obstáculos para su cometido (sea un intendente de Buenos Aires, el clero o los directores y propietarios de uno de los principales diarios de la Argentina) ni sus francas opiniones acerca de terceros (como cuando critica a Le Corbusier, a pesar de que siempre se la haya considerado una admiradora ciega de ese arquitecto).

La atmósfera de intimidad y confianza, plena de experiencias intelectuales compartidas, hará que, con el correr de los años, la de Victoria sea una de las muy escasas amistades de Ortega a las que, en momentos de angustias y estrecheces, él podrá recurrir en busca de ayuda, que, por supuesto, no le será negada.

Las anécdotas y los comentarios de Victoria sobre sus actividades en la cultura y en las artes –más allá de lo interesantes y divertidas que puedan resultar como ejemplos de crónica social– no impiden las profundas reflexiones de Ortega, casi siempre amargas, sobre la vida y el hoy, que a él sin duda le complace compartir con Victoria. Así uno “le pasa”, “le ocurre” al otro, lo encarna como circunstancia. Este es el “pasaje” entre ambos –entendido no solo en el concepto orteguiano sino también en el de la acepción común de la expresión– que resulta palpable a lo largo de las ciento veinte cartas cruzadas entre ellos, sobre todo cuando la correspondencia comienza a ceñirse a una consideración que consideramos esencial: la del papel del intelectual en la sociedad. El tema, que aparece inicialmente como algo exclusivo de su diálogo epistolar, va adquiriendo envergadura y espesor a lo largo del cruce de cartas, para convertirse en una cuestión de fondo no solo para ambos, sino en el centro del debate político e ideológico de su época.

Reflexiones

 

Jaime de Salas Ortueta

Director del Centro de Estudios Orteguianos,

Fundación Ortega-Marañón España

 

 

 

 

Estas 122 cartas reflejan una relación que data de 1916, cuando Ortega viene a Argentina por primera vez, hasta 1950, cuando Victoria le pide al filósofo una colaboración para el vigésimo aniversario de Sur. Como ocurre inevitablemente, son un reflejo parcial al que habría que añadir otros escritos de los protagonistas, sobre todo el Epílogo de De Francesca a Beatrice que Ortega redactó al aparecer la obra en la editorial Revista de Occidente en 1924. Y también habría que tener en cuenta la respuesta de la autora a ese Epílogo, el testimonio de su relación inicial que presentan sus memorias, y el escrito de homenaje Mi deuda con Ortega, los dos últimos redactados después de la muerte de Ortega. Y, aun así, con todo ello solo se recoge indirectamente la dimensión central de una relación personal que se apoyó en comunicación oral entre ellos. De lo que se trata es de una amistad que las cartas prolongan, a veces anticipan, aclaran, incluso dan fe en toda su envergadura, pero no pueden sustituirla. La paradoja detrás de toda correspondencia es que está pensada para sustituir la comunicación oral sin que en ningún caso pueda hacerlo.

Desde luego, estas cartas son un documento precioso no solo para el estudio de la trayectoria intelectual de cada uno, sobre todo en el periodo que va desde 1928 hasta 1936, en el que cada uno tiene al otro al tanto de sus lecturas y experiencias intelectuales. En ocasiones, están leyendo los mismos autores y las notas al pie aciertan al indicar cómo estas conversaciones trascendían en lo que cada uno de ellos estaba publicando. Este testimonio de la vida intelectual es importante. Por ejemplo, para conocer la manera en que se valoraba a Keyserling o a Drieu la Rochelle, que, a la sazón era una figura central en las letras francesas del momento, constituyen en su espontaneidad y precisión un documento precioso. Pero, ante todo, las cartas nos recuerdan la amistad que está en la base de ellas, con una dimensión personal, de diálogo de persona a persona que rebasa en muchas ocasiones los intereses teóricos, aun cuando se trate de dos intelectuales. Y así recogen bien los humores, la experiencia vital de cada momento, que se transmiten con perfecta naturalidad. Pero, sobre todo, en el curso de sus vidas cada uno protegió al otro de manera importante. Ortega abrió las puertas de la Revista de Occidente e, incluso, de su propia obra al reconocer a Victoria en la condición de interlocutora intelectual en un momento decisivo en la trayectoria de la escritora; y Victoria apoyó a Ortega con enorme generosidad en los momentos del exilio.

El Epílogo de De Francesca a Beatrice y la respuesta de Victoria, lógicamente no incluidos en esta Correspondencia, merecen, sin embargo, una alusión primero por ser una buena expresión del carácter personal de esta relación y, al mismo tiempo, una contribución importante a cada una de sus obras. Sobre todo, por encima de las distancias de perspectiva, apunta a los que pudiéramos entender como un acuerdo generacional aproximándose a la línea del debate de ese momento en Argentina y que Marta Campomar ha estudiado con precisión en Ortega y Gasset en La Nación. “La cultura del Amor”, por tomar prestado un título de Ortega, es una dimensión importante del proyecto de Ortega de estimativa que el filósofo madrileño está desarrollando en este momento y que la reciente antología de Javier Echeverría ha estudiado. El “amor” al que se alude incluye el amor de enamoramiento, pero se extiende a las relaciones entre hombre y mujer, que puede ser madre, esposa o hija, además de amante. Con respecto a todas esas formas de relación, pesa la tesis de una interacción, donde la influencia entre el uno y el otro es mutua y personal: Ortega piensa más que en principios abstractos, en personas con una capacidad de interlocución que implica la totalidad de su persona. Es en el trasiego y comunicación de la vida real donde aparece el valor no como principio “hierático”, sino como una dimensión de la acción de individuos concretos en la sociedad.

Es interesante que, al culminar su Epílogo, Ortega propone a Victoria un proyecto de nueva cultura donde las valoraciones intelectuales se encuentran acompañadas de una dimensión corporal y afectiva. Sigue aquí un principio defendido poco antes en El tema de nuestro tiempo, donde Ortega distingue tres órdenes de valor –cognoscitivos, morales y estéticos−, recalcando su peso cultural y su dimensión vital. Esta última sería la decisiva al implicar que la ideas son asumidas por la persona en su integridad. En ello, Ortega anticipa su posterior crítica a la extensión de la razón físico-matemática a temas estéticos y de las humanidades que requerirían otra metodología diferente. En este punto, los dos están de acuerdo, aunque la posición de Ortega tiene matices que anticipan también su reconocimiento de la importancia de la ciencia y de la técnica en la constitución de la cultura occidental. La respuesta de Victoria es interesante porque se sustenta en sus considerables conocimientos literarios.

Habría una visión general en la lectura de La conquista de la felicidad, de Bertrand Russel, que facilitó a Victoria encontrar su posición. Con el filósofo inglés entiende que la pregunta última es la felicidad, y que ello difícilmente se encuentra en las circunstancias de la humanidad del momento. El discurso de Victoria se apoya en distintos casos extraídos de la literatura: Otelo, de Shakespeare; Lady Chatterlye’s lover, de D. H. Lawrence; L’Arlésienne y Tartarin de Tarascon de Daudet, y La divina comedia, de Dante. En su conjunto muestran una Victoria escéptica, como Russell –y Dante–, sobre la posibilidad de llegar a culminar esa integración de cuerpo y alma. Pero no deja de entender con Ortega que tal unión sería no solo deseable, sino también imprescindible incluso para evitar representaciones falsas. En suma, “veo síntomas de reconciliación entre los inconciliables: agnosticismo y gnosticismo” (Victoria Ocampo, “Contestación al Epílogo de Ortega y Gasset”, 1931).

Para la valoración de esta edición de la correspondencia entre Victoria Ocampo y Ortega hace falta acudir a una visión más general de la recepción académica de la obra del filósofo español. Ortega murió en 1955 con una parte considerable de su obra sin publicar, sobre todo, la realizada a partir de 1932. Ha habido, a lo largo de los casi setenta años desde su muerte, tres ediciones de Obras completas, que lograron hacer accesible su pensamiento para las nuevas generaciones dentro de las exigencias de edición académica. Pero queda la publicación de la edición definitiva de las Notas de trabajo y la Correspondencia, aunque se cuenta con muchas publicaciones de interés. Mientras que en el caso de Obras Completas el problema era la fijación del texto y de las variantes, las Notas de Trabajo y la Correspondencia plantean otros problemas a la hora de llegar a una edición definitiva: para la comprensión del texto es imprescindible aportar datos sobre las personas, obras y lugares que aparecen en ella. En el caso de la Correspondencia, por el momento, hay que valorar sobre todo la edición de Soledad Ortega de Cartas de un joven español, que recoge la correspondencia de Ortega en su primer viaje de estudios a Alemania. De la edad madura de Ortega, junto a esta correspondencia, por el momento solo habría publicada la correspondencia con Curtius, Gregorio Marañón, y Helene Weyl, su traductora al alemán. Aparte del orden y la traducción del francés de Victoria, sobre todo, se ha conseguido una orientación para el lector y para el estudioso en las notas que acompañan las cartas. El trabajo de Alejandra López Goñi y Cecilia Verdi, bajo la dirección de Marta Campomar, es encomiable. Así, esta edición constituye un paso más en la recepción de la obra de Ortega dándole la dimensión académica que permite su plena recuperación.

Nota de la traductora

 

Cecilia Verdi

Fundación Ortega y Gasset Argentina

 

 

 

 

El lector desprevenido se sorprenderá tal vez al advertir que la mayoría de las cartas de Victoria Ocampo a José Ortega y Gasset están escritas en francés siendo ambos de origen hispanohablante. En Palabras francesas, ensayo que oficia de preludio a la primera serie de Testimonios (1935), Victoria explica que escribir en francés no era una elección voluntaria sino el resultado de una educación recibida en el seno familiar en la que las lenguas extranjeras ocupaban un lugar preponderante. Como se podrá observar en estas cartas, Victoria se vale también del inglés, el italiano y el alemán por lo que su escritura se vuelve, por momentos, plurilingüe. Tras conocer a Ortega en 1916 y quedar deslumbrada por su elocuencia, Victoria descubre el potencial expresivo de la lengua española. Consciente de que su público lector estaba esencialmente en Hispanoamérica, poco a poco comienza a escribir en español, sin abandonar nunca el francés, la lengua de su infancia, aquella en la que lograba expresar sus pensamientos y sentimientos con mayor soltura, el lugar donde su alma se había aclimatado.

Dado el eminente carácter documental de las cartas, en la traducción he procurado restituir su contenido con la mayor fidelidad posible respetando el particular modo de expresión de ambos corresponsales. Las cartas de Victoria traducidas buscan estar a tono con aquellas originalmente escritas en español y que ofrecen, por cierto, una clara muestra de los rasgos dialectales de su castellano rioplatense acriollado y de su estilo tan característico. Por otro lado, la traducción intenta conservar los rasgos prosódicos que dan cuenta de la vivacidad de una expresión tan rica en matices como lo es la de Victoria Ocampo. He optado por mantener la complejidad de ciertos pasajes que reflejan, en algunos casos, la conmoción que le produjo el reencuentro con el filósofo en 1928 y, en muchos otros, la premura con la que Victoria escribía para poder comunicar sus impresiones al instante.

La investigación sobre el recorrido vital, el pensamiento y la obra de los corresponsales protagonistas aportó numerosas claves y señales orientativas en la labor de traducción y notas, tarea que realicé a partir de la correspondencia digitalizada de Victoria Ocampo y José Ortega y Gasset depositada en la Fundación Ortega y Gasset Argentina. El corpus de cartas de Victoria Ocampo fue oportunamente cotejado con el que se halla alojado en la Academia Argentina de Letras.

Entre los desafíos que representó la tarea de traducir las cartas de Victoria Ocampo, cabe evocar la multiplicidad de voces que reverberan en su escritura. Los libros eran para Victoria vital nutrimento de modo que, para expresar sus propios pensamientos y sentimientos, en ocasiones se hace eco de otros autores, que no siempre menciona. Así, por ejemplo, cuando desea huir a San Isidro, exclama “À moi l’oxygène!” como el prisionero fugitivo de una obra de teatro de Georges Courteline. El silencio de Ortega la aterra como los espacios infinitos espantaban a Pascal. Al advertir que el mundo marcha al revés, rememora la canción infantil francesa del rey Dagoberto y, para manifestar su disconformidad, recurre a la famosa expresión del general Cambronne: “M”. Las cartas de Victoria Ocampo, como también las de Ortega y Gasset, contienen múltiples referencias y citas literarias, filosóficas provenientes principalmente de la cultura europea.

Por otra parte, en la búsqueda de un modo de expresión que se ajustara a su pensamiento, Victoria Ocampo se aparta a veces del uso habitual de las palabras o reutiliza, con alguna variante, locuciones y frases hechas. En las cartas de fines de los años 20 se expresa mediante un lenguaje híbrido, alternando el francés y el español, cuando no intervienen otros idiomas, en una suerte de crisol de lenguas. Asimismo, juega con los distintos sentidos de las palabras produciendo efectos muy ocurrentes que ponen de manifiesto su perspicacia y, en ciertos casos, su sentido del humor. Su capacidad creativa queda sellada en la invención de vocablos, juegos de palabras incluso en más de un idioma, como cuando llama “Berliner Tas de blagues” al periódico alemán Berliner Tagueblatt, dando lugar a un ingenioso calambur bilingüe. Si Ortega es el “dialéctico gimnasta”, Victoria lo iguala en materia de inventiva y acrobacia verbal, razón por la cual algunos pasajes de sus cartas se resisten a la traducción.

Como podrá observar el lector, las misivas que intercambiaron Victoria Ocampo y José Ortega y Gasset dan cuenta no solo de sus propios periplos vitales y de la amistad personal e intelectual que mantuvieron por décadas, sino también de un amplio entramado de vínculos de uno y otro lado del Atlántico a través de los cuales se forjaron proyectos y emprendimientos culturales y editoriales. Abundan las referencias a figuras de la escena cultural y social de la época como también alusiones a libros, revistas y publicaciones diversas. Por otro lado, tanto Ortega como Ocampo se refieren a su propia obra, a sus proyectos de escritura y a sus actividades –cursos, conferencias, viajes–, además de aportar detalles desconocidos sobre la génesis de algunos de sus escritos.

Las notas a pie de página tienen el propósito de informar al lector sobre las numerosas personalidades mencionadas en las cartas y sobre el origen de las diversas alusiones a obras literarias y filosóficas. Brindan elementos que permiten contextualizar lo referido y descifrar sobreentendidos y códigos de grupo. Se ha dado especial importancia a las referencias a la obra de Victoria Ocampo y de José Ortega y Gasset haciendo hincapié, cuando procedía, a los cruces entre una y otra. Por último, las notas buscan poner de relieve los temas que alimentaron este diálogo transatlántico, entre otros, la cuestión de lo femenino, las preferencias, las valoraciones, corazón y cabeza, la pedagogía del paisaje, la vida como principio ordenador.

La correspondencia entre Victoria Ocampo y José Ortega y Gasset ofrece, sin duda, un inigualable testimonio de la amistad personal y del vínculo intelectual y profesional que unió a dos protagonistas clave de las relaciones culturales entre Europa y América. Pero, más allá de su inestimable valor documental, las cartas no dejan de ser, como sostenía Victoria, “fragmentos de vida”. Espectadores y testigos privilegiados, los autores de estas misivas nos brindan no solo fragmentos de su íntima biografía sino también un vivo retrato de su época, vista y contada –como diría Ortega– desde sus “observatorios singulares” y a través del “prisma sensitivo” de sus respectivas personalidades.

Si el propósito de la traducción es, según entiende Paul Ricœur, recibir lo extranjero –sea el autor, la obra o la lengua– en el corazón de nuestra lengua materna, brindándole “hospitalidad”, traducir al español a Victoria Ocampo ha sido como recibirla en su propia casa o, mejor dicho, en una de sus casas. El placer de habitar su francés no pudo más que verse multiplicado al albergarla en el corazón del español, que es también su idioma.

Mi más profundo agradecimiento a las autoridades de la Fundación Ortega y Gasset Argentina por haberme confiado esta delicada y fascinante tarea. Mi gratitud va especialmente dirigida a Marta Campomar, alma máter del proyecto y guía en este viaje cultural. Quisiera también agradecer a todas las personas e instituciones que tanto en la Argentina como en Europa respondieron a mis consultas, brindándome gentilmente datos sumamente valiosos.

Mi reconocimiento a Isabelle Bleton y a Mónica Nasi, por sus inestimables consejos en lo relativo a la traducción, y a Servanda de Hagen y Sergio Abad, quienes colaboraron respectivamente en la traducción del inglés y del alemán.

Nota editorial

Desde un punto de vista técnico, las cartas son un género que ofrece peculiares dificultades y desafíos, ya sea por una deficiente preservación del material o por la desaparición de documentos debido a guerras, sucesiones o desplazamiento de archivos. En el caso de las cartas de Victoria, que son las más numerosas y en su mayoría escritas en francés para un filósofo español, se agrega a continuación de cada una la correspondiente traducción al castellano, trabajo que en cierta manera modifica el acento original de la escritora y que tomó con responsabilidad y cuidado nuestra traductora para facilitar la lectura de un texto integral auténtico.

La presente edición preserva la versión original de las cartas de ambos corresponsales. Las de Victoria reúnen 79 documentos, las de Ortega, 43. En el texto de la traducción se preservan las palabras o secuencias escritas en otras lenguas (inglés, alemán, italiano) y se ofrece la traducción en nota a pie de página. Con respecto a las citas literarias, cuando son textuales, se han reproducido traducciones consagradas siempre que fue posible.

En las notas, la obra de José Ortega y Gasset se cita en función de la última edición de sus Obras Completas, indicando entre paréntesis, a continuación el título, el año de la primera publicación. En el caso de la obra de Victoria Ocampo, se menciona la fecha de la primera edición y se indican, en ciertos casos, las reediciones.

El trabajo de traducción ha sido realizado a partir de copias digitalizadas de las cartas que obran en el archivo de la Fundación Ortega Marañón de España en cuyos archivos se conservan los documentos completos de este epistolario. En su mayoría, las cartas son manuscritas y varias de ellas habían sido oportunamente dactilografiadas y enumeradas por iniciativa de Soledad Ortega, quien puso especial esmero en completar y reordenar cronológicamente la correspondencia de su padre con Victoria antes de que el epistolario, con sus originales en papel, pasaran al legado de la Universidad de Harvard. En algunos casos, en cartas sin fecha, hubo que rectificar el ordenamiento inicial a la luz de las efemérides de la época y el cruce con otros epistolarios. El trabajo de datar las cartas fue complicado, se ha recurrido a referencias personales que pudieron clarificar la fecha de la correspondencia (viajes, estadías, etc.), incluyendo la serie de cartas de Victoria de 1928 y las misivas del Hotel Plaza donde residía Ortega mientras dictaba cursos en Amigos del Arte en Buenos Aires. Cuando surgieron dudas en el reordenamiento de cartas, ubicamos entre corchetes años y fechas inexistentes en los originales conjeturando una coherente cronología y localización de la correspondencia.

Hemos reemplazados por bastardillas los subrayados en el original y por bastardillas negritas los subrayados dobles. Los títulos de diarios, revistas y libros se transcribieron según los criterios originales de los corresponsales. También hemos respetado los nombres de los días y meses en mayúscula de acuerdo a los usos y costumbres de la época.

Las intervenciones efectuadas en los originales son mínimas respetando el estilo de los autores en la medida de lo posible. Se han dejado sin modificar deslices gramaticales y ligeros errores ortográficos, en corchetes se indica la falta de una parte del texto o secuencia que no se pudo descifrar del original. En cuanto a la disposición gráfica, se aclara también entre corchetes la falta de una parte del texto. Se incluyen también corchetes cuando el texto figura a modo de post data o agregado de los autores en los márgenes. Las notas de los propios autores a sus cartas aparecen precedidas de asteriscos tal como en los originales. Para la enumeración de las notas al pie que acompañan las cartas, se ha decidido ordenarlas por año.

Para uso de investigadores, el epistolario se encuentra digitalizado en la Academia Argentina de Letras, originalmente procedente de la Universidad de Harvard, en la Houghton Library bajo la denominación de Victoria Ocampo Papers. Asimismo, se pueden consultar en el tesoro de la Fundación Sur y en los fondos de la Fundación Ortega Marañón de Madrid. A todos ellos agradecidos por su accesibilidad y apertura de fuentes.

 

EPISTOLARIO

1917

CARTA 1 [JOG 1]

[Sobre] Rep. Argentina

Señora Victoria Ocampo de Estrada

Tucumán 675 - Buenos Aires

[Matasellos] 5 jul. 1917

[Membrete] José Ortega y Gasset

 

Madrid 22 Mayo 19171

 

¡Victoria, ¡Victoria! No está bien… Es demasiado. Los correos van y vienen y la “buena amiga” no quiere usar de ellos. Si en mis cartas o durante nuestro trato en Buenos Aires he cometido algún grave error,2 su alma tan noble –noble es para mí un alma que encierra más afirmaciones que negaciones– ha debido perdonarlo y fijar su mirada en lo que hubiera de estimable en mi comportamiento con usted.

El hecho es que no me escribe: y es difícil que en mi vida actual pueda darse otro hecho más doloroso.3 He procurado y procuraré retener toda expresión superlativa de mi amargura porque pienso con Goethe que es inmoral y antiestético dar el espectáculo del dolor. Por eso el olímpico alemán cuando en sus obras tiene que hacer morir un personaje le obliga a ahogarse –manera de muerte invisible e incruenta. Ahogaré, pues, mi dolor y aún si a usted le place, le haremos morir de risa–.

Su silencio desgraciadamente no tiene más que una explicación, de modo que no deja el menor espacio donde pueda abrir sus alas la esperanza. Su silencio es el lenguaje propio de su olvido.4 ¡Me ha olvidado usted, “buena amiga”, me ha olvidado usted fabulosamente! Y al sentirme desterrado de usted me parece que me empujan fuera de mí mismo, de un “mí mismo” mejor e ilusionario, en vista del cual merecía la pena de que viviese el resto de mí mismo.

No conozco bien a la Gioconda austral5 pero sí lo bastante para sospechar que no es propenso su ánimo a mantenerse en situaciones intermedias. Dentro de su delicioso corazón debe ser siempre o medio día o media noche. Ando muy próximo a creer que ha llegado para mí el momento de la tiniebla. Hubo unas horas vagas en que, sin pretenderlo ni esperarlo, me sentí regalado con su afecto y su alma fina, bella y enérgica se orientaba hacia mí con ilusión. ¿No es cierto? Ahora en cambio temo que mientras le escribo emocionado, con una fiebre en mi pulso que usted no ha querido ver nunca, se rompa mi entusiasmo contra una Victoria de media noche, que remota de aquel afecto siente hacia mí más bien enojo, hastío, impaciencia –tal vez aversión–. Ya ve que no me hago muchas ilusiones. Verdad es que no me las he hecho nunca. Lo divino de los dones femeninos es ser inapelables y venir del fondo insobornable a que es fiel toda mujer superior.6 Nada más absurdo e inelegante que fundar en razones la demanda de cariño –como si este sentimiento radical fuera algo de superficie cual la justicia o la verdad–. El cariño se recibe, paralizando nuestro pecho la gratitud, como se recibe la caricia que el dulce sol de otoño alarga hasta nosotros. En cuanto al enojo y el desdén caen sobre nosotros de la manera que el rayo y un temperamento delicado los acepta, yerto y mudo, por ser lo irremediable.

Deben ser muy pocas las cosas que usted –ex “buena amiga”– no

 

[Falta texto – se interrumpe aquí]

 

con la pluma en la mano para escribirle mi última carta.

¿Sabe usted que es frecuente al morir recordar con increíble precisión la vida entera? ¿Le parecerá excesivo que el “buen amigo” al sentir que se le muere la “buena amistad” rememore sus más lindas jornadas? Piense usted que esto no fue para usted no más que una “buena amistad” de unas semanas –puede ser para mí la mejor esperanza qu’un beau matin on trouve etranglée–.7 Pero ¡dejemos los superlativos!

 

Anuncio: “Vous trouverez là Mme Victoria Ocampo de Estrada, une «beauté» et vraiment elegante”…8 Esto me dice una voz de mujer –ni argentina ni española ni no española, que usted imagina suficientemente–.

 

Jornada primera. Chez Julia9 ¡por la tarde! Una inmensa pamela, unos ojos de enérgica fiebre prisionera, replegada la persona sobre sí misma a fin de parecer menuda, timidez, falta de curiosidad por el que llega. Al Espectador10 no le parece ni muy bella ni muy elegante. Más bien le produce la impresión de una niña. La manera de excusarse cuando es solicitada para recitar confirma esa impresión. Sin embargo, los versos estremecen el aire proyectando en él el estremecimiento de unos labios y la vibración “des narines”. El cambio es súbito: bajo la niña replegada en sí, aparece una fortísima y apasionada feminidad. El pobre Espectador siente no sabe qué emoción pasajera y dice: “Señora, cuando recita no parece usted decir los versos sino aceptarlos”.11 Eran versos de pasión. La ex-“buena amiga” no pararía la atención en lo que “aquel profesor (¡!)” le decía.

 

Jornada segunda. Comida en lo de Bebé.12 Sentado a la mesa alzo una vez los ojos y en el lugar frontero hallo inesperada pero evidente, sin que quepa la menor duda, a “la Gioconda en la Pampa”.13 La jornada primera no había dejado huella alguna ni germen ninguno de posible trayectoria en mi ánimo. Tanto más sorprendente, subitáneo, explosivo fue este descubrimiento: ¡Gioconda en la Pampa! –Quien conociese cuanto para mí significa la Gioconda y cuanto para mí significa la Pampa no vería en mi unión de ambas palabras, por lo pronto, una galantería sino toda una previsión de historia americana… que no es oportuno dibujar aquí. Aquella noche el descubrimiento de la esencial figura fue un capítulo de la historia argentina, no de la historia de mi corazón. Después de la comida no sé cómo desapareció usted del campo de mi atención. Me preocupé de los demás y de otras cosas. Solo al final no recuerdo qué emisario de usted me anunciaba una invitación a comer en su casa. No la esperaba porque no había en ambas jornadas sorprendido en usted el menor movimiento de curiosidad hacia mí. Convivio presso la Gioconda!… Dio, che la vita s’infiora!14

 

Jornada tercera. Tucumán 675.15 Esta noche la Gioconda casi irreal pasa de la historia argentina a la historia de mis emociones particulares.16 Si el traje de la jornada anterior toma en la memoria un color de oro viejo, el de esta es negro y terciopelo. Pero la misma línea desnuda y magnífica de los hombros que da a la cabeza maravillosa, toda la gracia y la dignidad de un breve monumento espiritual. La pamela disminuye excesivamente el volumen de este semblante victorioso. La calotte17 lo destaca y subraya excesivamente, encerrándolo en un no sé qué de actualidad: se piensa en la “mujer lionne”,18 jugadora de tennis y de golf. Sin duda, la cima de lo bien. Pero lo bien no es lo mejor en absoluto. Lo bien es lo mejor de este lugar y de esta hora fugaz. El ancho descote libertando los hombros y la desnudez de la cabeza desdibujan deliciosamente la excesiva precisión de las líneas, disuelven levemente en el aire ambiente el contorno de la fisonomía y esta sospecha de indecisión nos basta para proyectar la egregia realidad fuera del tiempo. Este poder de libertarse del tiempo, de tener sentido en todo tiempo es el atributo de las cosas esenciales. La emoción que un retrato de mi padre pueda causarme no existe, no tiene sentido para otro hombre –es decir, en otro lugar y otro tiempo–. La conmoción mía ante la “otra” Gioconda aspira a ser valedera para todo otro hombre como el sentido de un teorema geométrico. Así en estas dos jornadas inolvidables la señora de Estrada, jugadora de golf, queda transfigurada en Gioconda de la Pampa, teorema sentimental. Cette femme devient un mythe… et c’est mieux que bien.19

Pero en esta noche –Tucumán 675– el mito, sin dejar ya de serlo, va a recobrar una dimensión de actualidad, poniéndose a gravitar sobre mi corazón transitorio, víscera convulsionaria de un meditador vagabundo, Juan Bautista para toda Salomé, “chasseur d’ennui” et, par surcroit20 profesor de tirar piedrecitas en los estanques.