Cartas a Lucilio - Séneca - E-Book

Cartas a Lucilio E-Book

Seneca

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Beschreibung

"Las Cartas a Lucilio" forman un conjunto de 124 piezas publicadas en veinte libros. Séneca fraguó en estas cartas su obra cumbre, el testamento vital del filósofo, en el que están innumerables preocupaciones, vivencias y lecturas del autor. Son el único ejemplar que se conserva de una correspondencia filosófica en la Antigüedad y constituyen una pedagogía en acción, mostrando las técnicas que usa un maestro para hacer progresar al discípulo. Se detecta en ellas cierto método y un avanzar a pequeños pasos, como van desvelando poco a poco las complicaciones y riqueza de la doctrina.

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Seitenzahl: 1248

Veröffentlichungsjahr: 2018

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SÉNECA

Cartas a Lucilio

Edición de Francisco Socas

Traducción de Francisco Socas

 

Índice

INTRODUCCIÓN

Acercándonos a Séneca

El rostro

Los orígenes

La familia

Los años de formación

La estancia en Egipto

Séneca y Calígula

Séneca y Claudio

En el destierro

La liaison con Agripina

Política y vida cortesana

Un quinquenio de buena política

Asesinato de Agripina

El retiro imposible

Los días finales

La conjura

El momento decisivo

Un balance

Las riquezas

Un prosista que también era poeta

La filosofía

¿Quién fue Lucilio?

Teoría de la carta

¿Cartas reales o fingidas?

Construcción de un epistolario

Los temas

La cuestión del estilo

Los detractores

Fortuna y pervivencia de las cartas

Petrarca: un imitador a pesar suyo

Séneca y el cristianismo

Sabiduría mundana

Adversarios modernos

Breve historia del texto

Las ediciones impresas

ESTA EDICIÓN

CRONOLOGÍA

BIBLIOGRAFÍA

ABREVIATURAS

CARTAS A LUCILIO

Cartas

Pasajes del perdido libro XXII de las Cartas recogidos por Aulo Gelio en sus Noches áticas (XII 2.2-13)

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

A Marisa

quid enim iucundius quam uxori tam carumesse ut propter hoc tibi carior fias?

 

ACERCÁNDONOS A SÉNECA

TENEMOS que ocuparnos de la biografía de Lucio Anneo Séneca1 para conocer lo que hay antes y detrás de sus Cartas a Lucilio. Su autor fue una personalidad de muchas facetas: político, gran propietario, hombre de negocios, practicante y difusor de la filosofía, orador, poeta. Cualquiera de estas actividades, llevada en la forma en que él las llevó, con una búsqueda casi ansiosa de incremento y perfección, puede llenar la vida de muchos hombres. Él las abordó todas con relativo éxito y comprobado entusiasmo. Alguien podría decir que por intentar ser grande en tantas cosas no lo fue de verdad en ninguna. En política no fue un Pericles, en filosofía ni siquiera remedó a Platón y como poeta trágico está lejos de Esquilo. Pero ¿quién en su época se acerca ya a esas figuras? Había pasado el tiempo de los grandes iniciadores. ¿Qué espacio le quedaba a un gobernante que no era más que el educador, interventor y luego valido impotente de un autócrata? Séneca no construye una filosofía, es simplemente un usuario y al mismo tiempo un mediador que la transmite a otros. Como poeta no es un sacerdote de las liturgias trágicas, sino más bien un compositor de piezas verbales de hermosa factura con reverberaciones ante todo políticas y psicológicas. Sintió y siguió impulsos heterogéneos y los integró en una forma única.

Nos han llegado solo dos textos extensos sobre su vida, redactado uno en latín y otro en griego. Ambos se inscriben en los informes históricos de Tácito y de Dión Casio sobre el reino de Nerón, en el que Séneca ocupa un lugar destacado. Hay que tener en cuenta además que los dos relatos abarcan solo una docena de años de la larga vida de nuestro personaje. Para todo lo que está fuera del tiempo en que Séneca se movió en la corte imperial, casi no tenemos otra fuente de información que sus propios escritos, que se muestran parcos en noticias trascendentales, aunque amablemente ricos en detalles de su quehacer diario.

A la hora de adentrarnos en la vida y la obra de nuestro personaje podemos tener presente este dictamen inicial: el autor de las Cartas morales se nos aparece con fallos palmarios en un maestro de moral, pero esta desconcertante escisión entre sus propuestas doctrinales y su vivir, que ha atraído y monopolizado en exceso la atención de muchos, no debe oscurecer la complejidad de su carácter y el mensaje que podemos extraer de su obra. Exigir una paridad completa entre los enunciados formales de su moral y las realidades concretas de una vida, no siempre ejemplar, conduce a una condena redundante o una estéril descalificación sin examen. Podemos acordar de entrada que

hay más en Séneca que su moralidad; él se adaptó a sus principios demasiado tarde para salvar su reputación, pero eso no puede oscurecer la sutileza del político, la perspicacia artística y psicológica del escritor, y la humanidad del individuo2.

EL ROSTRO

Empecemos por su cara, que, contra el refrán, no siempre es espejo del alma. Hay un malentendido sobre el aspecto físico de nuestro hombre que, para empezar, vamos a deshacer. Todo parte de un busto antiguo descubierto por Orsini en el siglo XVI e identificado precipitadamente como retrato de Séneca. Representa a un individuo barbudo, anciano y enteco, de gesto algo atormentado. Le cuadra tanto a la imagen ideal del filósofo que el error duró siglos (y perdura hoy en monedas, sellos de correos, cubiertas de libros y enciclopedias). El retrato auténtico nos lo restituyó un feliz hallazgo ocurrido en Roma el año 18133. Se trata de un herma doble que junta por la nuca la cabeza de Sócrates y la de un desconocido al que identifica sin ambages un rótulo grabado en la piedra: SENECA.

Esa imagen es un regalo que nos ha hecho el azar. El busto nos pone delante un tipo corriente, como hay muchos en cualquier orilla del Mediterráneo. Pero esa es una primera impresión. Se trata de un personaje recio, sí, pero que de frente hace un gesto como de melancolía exquisita que luego de perfil se hace más adusto y solemne. El lector de las Cartas a Lucilio debe hacer la experiencia de leerlas y, alguna que otra vez, echar una ojeada al retrato de quien dejó esas palabras en el tiempo.

Doble herma de Sócrates y Séneca (ca. 200-250 d.C.), Antikensammlung Berlin.

LOS ORÍGENES

Séneca (ca. 4 a.C.-65 d.C.) nació en el seno de la familia de los Annaei, perteneciente a la clase de los caballeros (equites), la burguesía intermedia entre los patricios y los plebeyos. Su Corduba natal era una ciudad rica y engrandecida por una inmigración continua. En la guerra civil que enfrentó a César y Pompeyo (49-44 a.C.) fue más pompeyana que cesariana, pero, tras la derrota, los Anneos, como tantos, aceptaron plenamente el régimen ya establecido por la dinastía Julio-Claudia.

Haber nacido en Hispania suponía ser y seguir siendo romano por más tiempo. Los ciudadanos de provincia, menos cosmopolitas, conservaban mejor el viejo espíritu y la vieja moral. Se delataban por un deje al hablar. Cicerón menciona a unos poetas nacidos en Córdoba, «que tenían un cierto acento espeso y raro»4. Pero Séneca vino a Roma muy pequeño, se asentó en la urbe sin dificultades y en sus obras habla de Hispania como pudiera hacerlo de cualquier otra tierra. Probablemente perdió el acento y se hizo como aquellos de los que habló en una ocasión: «Reúne tú a todos esos y pregúntales de qué sitio es cada uno: verás que la mayor parte ha dejado su patria para acudir a la ciudad más grande y hermosa, pero nunca suya»5.

LA FAMILIA

Se nos presenta en primer lugar la figura del paterfamilias. Séneca alude al distinto trato que en su educación recibió por parte de su progenitor, algo severo, y de la madre, que se mostraría más amable y comprensiva6. El padre7 fue hombre muy interesado por las letras y erudito, autor de un libro de historia, que quedó inédito, y de unos recuerdos escolares que encierran disertaciones modélicas, recogidas para que sirvieran a la formación de sus hijos, llamados Anneo Novato, Lucio Anneo Séneca y Marco Anneo Mela. Esta cultura, eminentemente oratoria, que él quería para ellos no era más que instrumento de ambición y gracias a ella logró en efecto que todos llegaran a lo más alto. Fue un hombre verdaderamente sagaz cuando en escritos de los años 30 anuncia que dos de sus hijos (Lucio entre ellos) «se disponen ya para ocupar cargos, en los que eso mismo que esperan lograr puede ser temible»8. Sabía que cada posición conquistada por ellos era un nuevo flanco abierto al descalabro. Alcanzó a vivir más de noventa años. Vino a morir en Córdoba hacia el año 39 d.C. y, así, asistió al ascenso social y económico de sus hijos, pero no a sus desastres.

La madre, que se llamaba Helvia Albina, quedó huérfana y tenía unos dieciséis años cuando se casó con Séneca padre, de cincuenta y seis. El marido no quiso que estudiara mucho: «Por culpa de esas que no utilizan las letras para la sapiencia sino que se instruyen para la ostentación —le escribiría el hijo desde su destierro en Córcega—, no consintió que te entregaras a los estudios demasiado»9. Perdió tres nietos. Uno de ellos era un hijito del propio Séneca que murió veinte días antes de partir el padre para el destierro10. Al enviudar, regresó definitivamente a Córdoba donde vivió hasta el año 42.

Una hermana mayor de Helvia es muy importante en la vida de Séneca. Muy niño, lo acompaña en el primer y definitivo viaje a Roma. Luego le asiste en su delicada salud, lo lleva con ella a Egipto y lo apoya en los inicios de su carrera política11.

Séneca, lo hemos visto, es el segundo de tres hermanos. El mayor, Anneo Novato, fue adoptado en su edad juvenil y pasó a llamarse como su padre adoptivo Lucio Junio Galión. Irrumpe en la gran historia porque ante él, cuando era procónsul de Acaya (nombre que dio la administración romana a Grecia), compareció un tal Paulo de Tarso, un judío acusado de discordante por otros miembros de su comunidad12. El hermano menor, Marco Anneo Mela, rehuyó la vida pública13 y es el padre del poeta Lucano. Los Anneos forman un clan muy unido. Prosperan y sucumben todos juntos.

En las cartas verá el lector que Séneca lleva vida de casado14. Ama tiernamente a su esposa Pompeya Paulina15. Provenía esta matrona de la rica e influyente aristocracia municipal gala, que, como la hispana, contaba también con un gran número de familias emigradas en Roma. No fue la única mujer en la vida de Séneca (y no se entienda esta frase en su acepción galante). Varias mujeres jugaron otros papeles. Unas lo ayudaron y otras lo hundieron16. Ya hemos visto a su tía. Una sobrina, Novatila, le acompañaba en casa como una hija en los años anteriores al destierro17. Una mujer anónima pero sin duda poderosa intercederá ante Calígula para que le perdone la vida. Por intrigas de Mesalina, la esposa de Claudio, será acusado y marchará desterrado a Córcega. Séneca establecerá luego una alianza política duradera y profunda con la figura, terrible y poderosa, de Agripina, la otra hija de Germánico y madre de Nerón.

LOS AÑOS DE FORMACIÓN

El niño Séneca llega a Roma, donde pululan filósofos y rétores venidos de todas partes. La enseñanza era bilingüe, en griego y latín, y los hijos de buena familia solían tener preceptores helenos. El régimen escolar era muy duro y coac-tivo. Séneca tiene malos recuerdos de la estancia junto al maestro de segundas letras, el grammaticus18. Fue seguramente un alumno disciplinado. Pero en su obra hay mucho que no se aprendía en la escuela. Por propia cuenta, se aficionó a la filosofía y penetró lejos en sus territorios a fuerza de oír a declamadores y frecuentar las obras de los filósofos griegos y sus seguidores latinos. Como tantos jóvenes, sintió fascinación por la filosofía. Se arrimó a tres maestros, los tres pertenecientes al círculo de los Sextios que representaba en Roma una escuela defensora de un eclecticismo moral de inspiración estoica.

A Quinto Sextio Nigro, padre, filósofo transido de doctrinas platónicas y pitagóricas, lo conoce por lecturas sobre todo y a través de su maestro Fabiano, del que hablaremos seguidamente. Séneca lo lee en veladas con sus amigos y lo considera enérgico y viril19. Sextio defiende algo que compartirá Séneca: la filosofía debe mostrar el camino hacia la vida feliz cuidando de no presentarlo como demasiado arduo e impracticable.

Al pitagórico Soción de Alejandría lo oyó siendo todavía puer (esto es, antes de los diecisiete años). En sus últimos años Séneca evoca la asistencia a aquella escuela como un hito clavado en su memoria20. Aunque Soción aparezca como defensor del pitagorismo, la mixtura de ideas propia de la época hace que sus enseñanzas estén llenas de elementos estoicos. Sin embargo, fue más hostil que el común de los estoicos a la participación del sabio en la acción política21.

También siguió Séneca a Papirio Fabiano, discípulo de los Sextios y que se inclinaba por ciertos dogmas y prácticas radicales de pitagóricos y de cínicos. Hombre tímido y retraído22, fue pese a ello un orador atractivo de estilo sencillo aunque algo remilgado23.

Si Soción hizo que Séneca se enamorara de la filosofía en un primer encuentro y Fabiano le mostró la afinidad de la sabiduría con la elegancia oratoria, Átalo, un griego austero y con mayor doctrina que los anteriores, fue sin duda su verdadero maestro. Veremos que en las Cartas lo nombra muchas veces24. Recoge allí sus doctrinas y actitudes no mediante citas librescas sino en vívidas evocaciones. Átalo transmitió a Séneca una idea muy querida: la cultura no es acumulación de saberes sino un intenso e íntimo perfeccionamiento; le entrenó también en la libertad intelectual para acoger lo aprovechable de otras sectas y rechazar lo inservible de la propia.

La filosofía implicaba también una actitud política. Hay una difusa oposición dentro del régimen imperial encabezada frecuentemente por filósofos. No pudo Séneca dejar de conocer, es claro, al competente Bárea Sorano, condenado por falsas acusaciones; o a Trásea Peto, azote y futura víctima del poder25. Frente a ellos, Séneca es un moderado y un colaboracionista del régimen. Su tratado De clementia es una racionalización y justificación de la monarquía, al tiempo que en otras obras considera el régimen inevitable y denuncia el tiranicidio como un acto de civismo inútil26.

LA ESTANCIA EN EGIPTO

En torno al año 26 d.C. Séneca marcha a Egipto. El país de las arenas y el Nilo ofrecía un clima seco para sus pulmones enfermos y una vasta geografía de monumentos y paisajes donde alimentar una mente curiosa.

Séneca regresa a Roma tras algunos años de andar desconectado de la vida pública y tiene entonces que reanudar el camino de sus ambiciones. Cuenta ya treinta años o algo más y debe recuperar el tiempo perdido. Es probable que en alguna ocasión visitara Atenas27.

SÉNECA Y CALÍGULA

En Roma el ambicioso joven se mantiene activo y cercano a la corte. En este momento parece que fue decisivo el apoyo de su tía materna, una mujer que con fuerza y eficacia actuaba como protectora del clan entero de los Anneos28. El año 39 Calígula desata una persecución en la que, a la vez que muchos senadores y patricios, caen sus propias hermanas —Agripina, Julia y Drusila— desterradas y desposeídas de sus bienes. Séneca queda bajo sospecha. Calígula lo tenía ya todo decidido y habría ahorrado un crimen a Nerón, si no es porque una ignorada mujer —importante e influyente sin duda— intercede en su favor y el joven cortesano pudo sortear aquellos años de zozobra y al final quedar a salvo y con buena conciencia, después de haberse jugado la cabeza por algún amigo29. Calígula sumió a la corte y el senado en un clima de crimen y locura tan terrible que Séneca en sus escritos, por dos veces30, aprueba su muerte violenta (acaecida el año 41 d.C.).

SÉNECA Y CLAUDIO

Tras la proclamación de Claudio, al punto encontramos a Séneca de nuevo en el centro del poder jugando algún juego. Manipulador y manipulado entre mujeres de alcurnia. Se arrima a Julia Livila, hermana del emperador asesinado, y despierta recelos en Mesalina, la intrigante emperatriz, y en algunos libertos de su partido (sobre todo Narciso), que llevan a cabo una maniobra para apartarlo de la vida política. El senado lo condena a muerte y luego, en una pantomima montada para hacer patente la clementia principis, Claudio conmuta la pena capital por el destierro. Séneca tiene que partir sin demora para la isla de Córcega31. Como el poeta Ovidio, conocerá la experiencia del destierro, pero su lugar de residencia está más cerca de Roma y reúne condiciones mejores que la lejana y semibárbara Tomos.

EN EL DESTIERRO

En esa isla un tanto inculta y primitiva permanecerá ocho años (del 41 al 49). En su lejana soledad compone epigramas32 y escritos de consolación33 que reflejan su estado de ánimo abatido y triste. Pero no todo son rigores y, así, entretiene sus aburrimientos asistiendo a espectáculos de gladiadores34. Al cabo los sucesos de Roma vinieron en ayuda del ausente. Claudio ejecuta a la casquivana Mesalina (agosto del 47) y un tiempo después se casa con Agripina, la hija de su hermano Germánico. Desde su privilegiada posición Agripina trabaja para disponer el acceso al poder del pequeño Domicio, el hijo habido en un matrimonio anterior.

LA «LIAISON» CON AGRIPINA

La afanosa emperatriz hace regresar a Séneca de su destierro y le restituye sus propiedades y su estatus35, probablemente porque Séneca le permite conectar con el partido senatorial, tan maltratado por Mesalina y el clan de sus libertos. Al mismo tiempo lo emplea en la tarea de educar a su hijo Domicio36, la gran baza política. En el año 49 concierta el matrimonio de Domicio con Octavia, la hija de Claudio y Mesalina, y en el 50 lo hace adoptar por Claudio. En adelante el hijo de Agripina y Gneo Domicio Aenobarbo será conocido por uno de los nombres que le llegan a través de su padre adoptivo: Nerón. En el 51 Agripina convence a su esposo para que ponga la guardia pretoriana a las órdenes de Sexto Afranio Burro, amigo de Séneca. El 13 de octubre del 54, cuando muere Claudio, Burro con su cuerpo de guardia proclama a Nerón. Empieza un reinado que parece más el de Agripina que el de su hijo.

En el funeral de Claudio el casi niño Nerón pronunció la loa protocolaria (laudatio funebris); días después tuvo que arengar a los soldados y, finalmente, exponer el programa de su reinado ante los senadores. Séneca estaba detrás de todos estos discursos, intentando convertir una revolución palaciega en una revolución política37. El joven César parece contagiado de la contención y mesura de su maestro. Pero la tarea más ardua es de momento contrarrestar la influencia de Agripina, que interviene en todos los asuntos de Estado. Su suspicacia y sed de venganza, nos dice el historiador Tácito, habrían provocado una matanza general, «si no le hubieran salido al paso Afranio Burro y Anneo Séneca»38. Séneca además vive preocupado por hacer que el pequeño príncipe aprenda a controlar sus propios impulsos. Lo vemos especialmente en el tratado que le dedica, de título diáfano: Sobre la ira.

POLÍTICA Y VIDA CORTESANA

En toda la clase ilustrada de la Roma antigua late una ideología republicana, un amor a la libertas una y otra vez proclamado por muchos senadores y caballeros. Ese republicanismo era elegante y tenía unos fundamentos morales recios, pero pertenecía al mundo ideal y poético; en el mundo de las cosas cercanas y reales se aceptaba el régimen monárquico y se vivía en él con todas las consecuencias39. El tiranicidio se había vuelto un artefacto político inútil. Los hombres ya no luchaban por su libertad sino por el amo que mejor pagara40.

Séneca era un hombre flexible y diplomático, que en política cultivó una «honrosa cortesía» (honesta comitas). Sabía muy bien que «la terquedad no sirve para la vida de la corte» (contumacia non facit ad aulam)41. Para él la política será «una servidumbre prestigiosa» (nobilis servitus)42, pero ejercerla en el régimen imperial era muy difícil y problemático. Propone no aburrirse ni cejar ante los embates de ese poder que no deja resquicio; su lema es actuar siempre, aunque sea sobre uno mismo.

El Séneca de las Cartas es el Séneca que ya ha fracasado con Nerón, tal como antes Platón había fracasado en sus repetidos intentos de dirigir la política en la corte de Dionisio de Siracusa43, como había fracasado Aristóteles, un colaborador fiel y eficaz del naciente poder ecuménico de Macedonia, con Alejandro. Pero la pareja de Séneca y Nerón es singular por muchas cosas y encierra y supera a todas las anteriores, porque tiene una historicidad y un respaldo documental mucho mayor y porque ni Séneca es el sabio neto, ni Nerón el poderoso hecho a sí mismo44. Séneca llega a ser el gran patronus de Roma, alguien sin igual en su momento por la cantidad de poder acumulado. Nerón, en su juvenil arbitrariedad, es asimismo un hombre de cultura, uno que se sentía artista y poeta. Las últimas palabras —novissima verba— que el folclore popular y la leyenda urbana imaginó en boca de Nerón —qualis artifex pereo!—resultan tan poco probables como definitorias45.

UN QUINQUENIO DE BUENA POLÍTICA

Una vez asegurada su parcela de poder, Séneca se dedicó con esmerado esfuerzo a la tarea de gobernar, intervino en los nombramientos, moduló la legislación imperial, controló al senado e incluso estableció unas líneas en política exterior. Nada de radicalismos ni movimientos arriesgados. La juventud y la indolencia de Nerón, atraído por amores, francachelas, deportes y espectáculos, permiten que Séneca y Burro administren su pereza. Logran éxitos mediante la guerra y la diplomacia entre los pueblos fronterizos, hay buen gobierno en las provincias, la urbe está bien abastecida. La situación de equilibrio y bienestar social vino a durar unos cinco años, que habrán de recordarse largo tiempo como prósperos y pacíficos46.

Pero Nerón deja de ser un adolescente perezoso, madura y toma sus propias iniciativas. Paradójicamente, ahora la presencia de Agripina, contrarrestando los impulsos del hijo con los suyos, favorece a Séneca y Burro. Equilibrio momentáneo. Agripina amenaza entonces con apoyar a Británico, el hijo de Claudio, postergado por obra suya47. La posibilidad de que alguien —Agripina o cualquier otro ambicioso— empujara a Británico, cuando le llegara la mayoría de edad, a reclamar sus derechos dinásticos era algo tan desestabilizador como posible. Corre febrero del año 55. En esa espesa atmósfera, durante un banquete oficial al que asistía el propio Nerón, el joven Británico se derrumba entre estertores y vómitos. Sea una mala casualidad o un crimen mediante el veneno el trono queda asegurado para Nerón y sus posibles descendientes. Burro y Séneca se mantienen a la defensiva48.

Agripina no puede ya como antes presionar a Nerón, pero no está quieta: contacta con centuriones y tribunos, acumula por todas partes dinero para sus manejos. Nerón le quita la guardia personal y procura aislarla49, pero, pese a todo, le llegan denuncias de que su madre intriga a favor de Rubelio Plauto, personaje linajudo y riquísimo. Séneca interviene con medidas de prudencia. Una doble entrevista, primero de Séneca y Burro con Agripina y luego del hijo con la madre hace que acabe sin demasiada sangre el primer acto de la imperfecta tragedia50.

Las iniciativas espectaculares y alegres de Nerón prosiguen por su lado. Halaga al pueblo, sostén pasivo del imperio. El emperador empieza a actuar en escena y a humillar a la clase de los caballeros, obligando a algunos de ellos a desempeñar el oficio de comediantes, lo que según los valores tradicionales implicaba deshonra. La dignitas de toda una clase quedó insoportablemente mancillada. Nerón sembraba a voleo semillas de rebelión.

ASESINATO DE AGRIPINA

Al oprobio impuesto a una clase entera vino a agregarse un crimen que podemos considerar de Estado, pero que por su propia esencia es crimen contra naturaleza (nefas, en lenguaje romano). Se trata de la muerte de la madre Agripina, intentada primero con disimulo y cumplida finalmente a las claras. La noche del 20 de marzo del año 59, Nerón manda que a la mayor urgencia comparezcan Séneca y Burro. Les cuenta el fracaso del asesinato aparentemente accidental de Agripina y cómo la mujer aguarda refugiada en una villa de la costa napolitana, dispuesta acaso a disimular aquel crimen palmario. Séneca y Burro tienen que deliberar con prontitud y decidir, siempre según los deseos y con la aprobación del César. Burro dice que los pretorianos por lealtad del recuerdo nunca acabarán con la hija de Germánico. Séneca aconseja que sea el prefecto de la flota quien intervenga. Y así se hace. El asesinato de Agripina, dispuesto para que pasara desapercibido, al final acabó en una pura matanza a palos y estocadas. Nerón manda un informe al senado. La pieza que, recitada en la curia, evitó la comparecencia del matricida, era muy sofística y poco creíble. Muchos percibieron en ella, otra vez, las maneras de Séneca51. Tras la lectura, el senado felicita a Nerón y se deshace en adulaciones. Solo un senador, el estoico Trásea Peto, abandona la sesión a la vista de todos. Desaparecida Agripina, Nerón no se detendrá ante nada ni nadie. Surgen personajes influyentes que culminan la emancipación del princeps y lo alejan de la influencia de Séneca y Burro.

El año 61 se produjo un levantamiento de los indígenas en Britania. La causa de la sublevación fueron los fuertes tributos y los préstamos usurarios, interferidos a veces por donaciones de la casa imperial e inversiones de particulares, entre los que se encontraba el propio Séneca52.

A la muerte de Burro, ocurrida el año 62, asciende poderosa en la corte la estrella de Ofonio Tigelino, un eficaz gestor de pasiones ajenas. Su entrada en escena no pudo ser más ominosa53. Tigelino sucede como jefe de los bomberos-policías de Roma (praefectus vigilum) a Anneo Sereno, protegido de Séneca54 y muerto con otros oficiales en un banquete en que, al parecer, se sirvieron los habituales champiñones envenenados55. Las camarillas en torno a Nerón, y Nerón mismo con ellas, no perdonaban a nadie. El propio Séneca recibe un primer zarpazo. Un tal Romano lo acusa secretamente como cómplice de una conjura, pero «Séneca tuvo más fuerza y lo abatió acusándolo de lo mismo»56.

EL RETIRO IMPOSIBLE

Pronto, en ese mismo año 62, Ofonio Tigelino y Fenio Rufo, el advenedizo ambicioso y el ambiguo oportunista, son nombrados prefectos del pretorio. En los afectos del César también sobrevienen cambios desastrosos. Nerón se enamora de Sabina Popea, mujer de uno de sus generales. Nada lo detiene ya. Destierra primero y luego asesina a su legítima esposa Octavia, la hija de Claudio y hermana de Británico.

La pérdida de los apoyos y acaso la progresiva inclinación del príncipe a las soluciones expeditivas y crueles movieron a Séneca para intentar, por dos veces, apartarse de la corte. Para fijar las circunstancias del primer intento, tenemos la versión de su entrevista privada con Nerón que ofrece Tácito. Habla primero Séneca57 y pasa revista a sus catorce años de servicios. El príncipe ha acumulado sobre él demasiadas riquezas y honores. Se siente ya viejo y no puede administrar esos bienes de modo que sean provechosos para todos; así que se los devuelve. Nerón responde reconociendo ante su antiguo maestro que si puede ahora improvisar un discurso es porque él le enseñó a hacerlo58. Luego rebate punto por punto su solicitud. Asegura que no lo ve tan envejecido e incapaz como dice. Además, si aceptara su retirada la gente tacharía a su príncipe de cruel y avariento59.

El primer intento de marcar distancia había fracasado. Su amo ni le permitió alejarse ni tampoco reforzó su posición política. Séneca quedó en una insegura tierra de nadie, expuesto a todas las miradas. «Mal se vive entre sospechas» (inter suspecta male vivitur)60, sentenciará en los días de su trato epistolar con Lucilio y tal vez por eso publicará esas cartas desinfectándolas a conciencia de toda alusión concreta a la corte. Nerón seguía ejerciendo su papel espectacular de emperador artista y poeta. Actúa en el teatro de Nápoles con una representación de la Toma de Troya (Troiae halosis). En esas diversiones andaba cuando el 18 de julio61 del 64 se desata el gran incendio de Roma, que dura varios días y arrasa barriadas enteras. Regresa y contempla el grandioso desastre. Toma medidas para proteger a la población. En las largas horas de espera, acaso bromea y canta algo otra vez sobre el más famoso incendio de las leyendas, el incendio de Ilión, que con obligado éxito había representado en Nápoles. El cuadro quedará para la historia universal de la infamia.

Tras el desastre, Nerón ve la oportunidad de compensar todo con las grandes obras públicas que permiten aquellos nuevos espacios vacíos de la urbe arrasada por el fuego. Y es en estos momentos cuando, apurado por la mengua del fisco, el César acepta la devolución del inmenso patrimonio de Séneca que un día rechazó. Sin embargo, no admite su retiro. Séneca cambia los hábitos de su antiguo poder no apareciendo en la calle y simula estar enfermo o dedicado a estudios filosóficos.

Del 63 al 65 fueron, pues, tres años, si no de odios y recelos, al menos de indiferencia de Nerón en medio de una corte dominada por Popea y Tigelino. Probablemente a Séneca se le acecha y vigila. Hay quien dice que se sobornó a un liberto para que lo envenenara62. El personaje está cada vez más solo y aislado, se aparta y espera. Si gozaba de algún renombre en Roma, esta fue su forma solapada de hacer política como un testimonio de callada protesta. También es este, como el de Cicerón tras la derrota de los pompeyanos, un periodo de ocio forzado pero fecundo. Séneca redacta en estos años el De otio, De providentia, Quaestiones naturales, nuestras Epistulae y la perdida Moralis philosophia.

LOS DÍAS FINALES

Se ve que, en estas jornadas postreras, el cansancio y el desengaño de la vida cortesana le conduce a un mayor deseo de filosofar y escribir. El cotidiano ajetreo de su vejez primera, como en vislumbres, se nos ha revelado por suerte en numerosos pasajes de las cartas.

Séneca vivía en la región de Roma llamada de la Velia. Los ruidos de aquellas calles tan concurridas logran en ocasiones alterar la concentración del estudioso63. Las incomodidades de la urbe lo echan al campo y a los viajes, lleno de cierto hastío impotente. En la primavera del año 64 merodea por la Campania, acaso desempeñando algunas misiones civiles y con la intención de acabar en el teatro de Nápoles y asistir allí a las representaciones de Nerón. Le sobreviene un cierto recrudecimiento de sus achaques y enfermedades, pero se queja sobre todo de la falta de tiempo. No se entrega al tráfago de negocios y obligaciones, tan solo se acomodaba a ellos (en sus propias palabras: rebus me non trado, sed commodo)64. Necesita concentrarse en la tarea filosófica (que es vivir por cuenta propia y mejorarse) y no enfrascarse en negocios para, de paso, evitar la incómoda tarea de pensar y observarse a sí mismo.

Cuando en sus traslados por aquellas tierras de Campania llega a la vista de Pompeya, siente una punzada de nostalgia y recuerda los días juveniles, días —confiesa— que se han ido ocultando como la tierra se achica en la distancia y se pierde a los ojos del navegante65. Parece que fue ayer... El hombre de edad se siente transportado a la juventud. Esta regresión no ocurre solo en su ánimo, sino que hasta intenta, como puede, ser joven de nuevo y asiste a la escuela de un filósofo llamado Metronacte66.

Le rondan pensamientos de muerte. No comparte ese afán tan vulgar y romano de preparar al detalle las propias exequias: «A nadie le hago ruegos sobre sus deberes últimos hacia mí, a ninguno le encomiendo mis restos»67. Ahora espera zafarse del bocado de las obligaciones sociales y cortesanas que le sorbe la sangre.

Habla una y otra vez de la muerte voluntaria. El tema del suicidio pertenece de lleno al repertorio de la filosofía estoica, pero Séneca empieza ya a aplicárselo y a encajarlo como una posibilidad cercana. Por este tiempo él mismo o alguno de su parentela acoge y patrocina a un hispano con aspiraciones poéticas llamado Marcial. Este joven oriundo de la pequeña ciudad de Bílbilis, en las estribaciones del Moncayo, cultiva ante todo el leve, alegre y cortesano género del epigrama, y en la primera colección (libellus) de ellos que edite aludirá más de una vez a los temas estoicos del suicidio y la pobreza, que sin duda impregnaban la atmósfera de aquellos días.

Pero incluso en estos años finales la vida de Séneca se nos aparece como una vida de esfuerzo. El hombre disfruta como puede de la existencia y está lleno de curiosidad intelectual. Pronto el último servicio que rendirá a la humanidad, por la que un día, siendo un jovenzuelo, sintió como una inmensa lástima, será morir como un filósofo.

En el trance de su muerte Séneca «se añadió al número de los que con su inmensa desgracia demostraron lo caro que les salen a los amigos de los reyes los buenos consejos»68. Condenado por Nerón, iba a pagar juntamente un estéril magisterio y una larga y desigual amistad. La muerte de Séneca es una tesela en un amplio mosaico de eutanasias grecorromanas. La práctica imperial de permitir que los acusados de clase alta se ajusticien por su cuenta —el liberum arbitrium mortis— no es más que un caso particular de la aceptación general de la buena muerte69.

LA CONJURA

Alrededor de Nerón se había ido formando poco a poco un ambiente hostil y una parte de la clase dirigente se arremolinaba para una conjura. Su preparación dejó mucho que desear y el complot fracasó porque presentaba numerosos puntos débiles. El principal fue acaso que se organizó en torno a una figura nada convincente y de poco empuje: Gayo Calpurnio Pisón, un hombre linajudo, no demasiado austero, de buena planta, aficionado al teatro y tañedor de cítara70. Otro Nerón.

Las fuentes sugieren que Séneca no estaba desde un principio plenamente comprometido con la conjura71. Uno de los conjurados, Antonio Natal, medió entre Pisón y un Séneca viejo, cansado, poco amigo de tiranicidios que a veces desembocan en guerras civiles. Séneca por otra parte era un hombre de Nerón y como tal lo vería siempre la nueva corte naciente. Así que cerró las puertas a una colaboración directa con Pisón, dejando solo un ambiguo saludo a los nuevos amos con la esperanza tal vez de que no le hicieran demasiado daño.

La conjura fracasa y Nerón pone Roma y sus alrededores en estado de sitio. Luego de ejecutar o encarcelar a los más directamente implicados, le llega el turno de Séneca.

EL MOMENTO DECISIVO

¿En qué estado de ánimo se hallaba este Séneca obligado a morir? Pocos meses antes había escrito: «He vivido, querido Lucilio, cuanto era suficiente; aguardo la muerte atiborrado»72. No va a aguardar mucho.

Desde Campania regresa a una villa campestre situada a cuatro millas de Roma justo el gran día de la conjura. Con el fracaso de la misma, una vez que sale a relucir el nombre de Séneca, se inicia un diálogo a distancia entre el antiguo ministro y su amo. Las sospechas sobre Séneca estriban enteramente en unas palabras que le dirigió al conjurado Natal el día en que se entrevistaron: «mi resguardo depende de la seguridad de Pisón». Nerón le pregunta a través de un oficial qué había querido decir con aquello. Séneca negó haberlo dicho. Nerón le envió la orden de morir. El maestro de la palabra quedó prendido en una frase convencional.

Llegan los soldados a la villa y se dispone la escena. Séneca es a la vez autor, regidor y primer actor del forzoso drama. Abrazó a su mujer y le exigió que rebajara su duelo y no lo alargara eternamente. Ella quiere morir con él y él pretende en vano disuadirla73. Ambos se abren las venas. Pero el cuerpo del filósofo, viejo y reseco acaso por la austeridad, dejaba salir la sangre demasiado lentamente. Entonces se hizo reventar las venas de las piernas. La agonía se prolongaba acompañada de dolores. Temiendo que ello afectara a su esposa y a él mismo, la despacha a otra habitación. Todavía en ese espacio de tiempo que estuvo sin ella llamó a unos amanuenses y les fue dictando palabras que luego habrían de editarse y difundirse tanto que se descuidaron y perdieron. Como no acababa de morir, pidió un veneno, que tampoco le hizo efecto. De manera que decidió entrar en un baño de agua caliente.

Expira Séneca en el baño y su mujer en la alcoba vecina prosigue la tarea de quitarse también la vida. En este punto intervienen los soldados, pues traen instrucciones de Nerón de impedir que se exagere el castigo. Los esclavos y libertos de Paulina le vendan los brazos y acotan la sangre. En adelante se la verá, reseña Tácito74, con la cara y las carnes tan blancas y pálidas, que parecía como si una parte de su vida hubiera ya escapado de ella.

El cuerpo de Séneca se quemó a escondidas y sin la menor ceremonia de entierro, como correspondía a un proscrito.

El suicidio de Séneca, no podemos fijar el día, precedió ciertamente en pocas jornadas al de su sobrino el poeta Lucano, el 30 de abril. Con su escenografía y su efectismo, la muerte de Séneca fue un acto político y jurídico. Se trató de una ejecución dulcificada, no de una muerte voluntaria. Años después, Juvenal, el gran descontento, enfrenta políticamente al juez y al reo: «Si al pueblo se le permitiera votar libremente (libera suffragia), ¿quién sería tan malvado y a no dudarlo preferiría Séneca a Nerón?»75. Esta es una pregunta retórica para los doctos lectores del satírico, pero para algunos plebeyos tenía respuesta: «nosotros lo seríamos». Nerón, no se olvide, fue un César enormemente popular en el que las clases bajas se sentían redimidas76.

UNBALANCE

Así fue la vida pública de Séneca. Su línea de conducta fue siempre acrecentar su poder e influencia. Comenzó a participar en el juego durante el reinado de Calígula, aceleró sus movimientos durante el de Claudio. Entonces, en el destierro, pareció haberlo perdido todo, pero la llamada de Agripina lo sitúa otra vez en donde quiso estar. A partir de ahí es un ganador. Solo que al final el mismo capricho imperial que lo encumbró lo abate. Un balance de su vida pública podría ser este: fue generoso como patrón, animó la liberalidad y mesura del príncipe, frenó cualquier política de represión y excesos, hizo intentos de apartarse de una corte corrupta y criminal, aceptó la muerte sin promover ninguna violencia estéril, tuvo un funeral sencillo77.

LAS RIQUEZAS

Antes de pasar a ocuparnos de la obra literaria de nuestro autor vamos a traer aquí la inevitable cuestión de las riquezas, de la que tan a menudo habla en las cartas. Séneca no solo fue rico de nacimiento, sino que a lo largo de su vida procuró y logró ser mucho más rico todavía. Hay pocas figuras históricas que lleven el título de filósofos y que hayan sido al mismo tiempo hombres de negocio, agricultores y políticos. Todo eso a la vez lo fue Séneca. Ya su familia, típicamente romana, manejaba fincas y dineros. Y Séneca no se mostró meramente pasivo en la posesión de estas riquezas; trabajó por ellas, las buscó y acrecentó. Nerón, que premiaba espléndidamente a sus colaboradores, le había regalado villas y tierras (algunas seguramente situadas en el lejano pero muy rentable Egipto). El historiador Dión Casio menciona también su inmensa fortuna dineraria y la posesión de quinientas mesas de lujo78. Decenas de años después de su muerte, resuena todavía el prestigio de sus posesiones en un verso de Juvenal que se refiere al extenso parque romano que un día fue propiedad del sabio como «los grandes jardines del riquísimo Séneca»79. Hay que tener en cuenta, para comprender en su dimensión histórica la cuestión de la riqueza en Séneca, que la riqueza para el patricio romano es un signo que le enaltece y le permite hacer el bien como un dios. Séneca escribe para hombres como estos y habla su lenguaje. Cuando lo hallamos escribiendo las cartas a Lucilio, Séneca —más por viejo que por filósofo— está harto, no tiene ambiciones y reconoce que le quedan «más provisiones que camino»80.

En este punto de las riquezas Séneca encaja con desparpajo todas las censuras que se le hacen y está muy dispuesto a añadir por su cuenta otras y a declararse pecador sin asomos de fariseísmo81. A veces desliza la idea de que, como somos malos y no nos gustamos, podemos empezar a ser buenos y a gustarnos al menos aconsejando la virtud. Algo es algo. Nunca tampoco se consideró un modelo y siempre dio los consejos que él mismo reconoce necesitar. Estamos ante un hombre de conciencia, que se conoce y se reconoce.

UN PROSISTA QUE TAMBIÉN ERA POETA

Séneca logra algo que antes nadie en la ya larga historia de la literatura latina había logrado: componer obras teatrales en el obligado verso a la vez que copiosos escritos de prosa doctrinal. Su poesía, dejando aparte unos pocos epigramas de autoría dudosa, se acoge exclusivamente al género de la tragedia. Sus prosas encajan en cuatro categorías: la monografía científica, la misiva consolatoria, el tratado moral y la carta didáctica. Nada ha quedado de los muchos discursos que como político y cortesano debió de pronunciar. Una parte considerable de su obra en prosa se ha perdido, sin que sepamos si el juicio del tiempo manejó como filtro algún criterio de excelencia o todo fue trabajo ciego del azar. Poco conocemos de la biografía de su padre (De vita patris), de una descripción del país y los rituales de los egipcios (De situ et sacris Aegyptorum) y otro opúsculo semejante sobre los hindúes (De situ Indiae)82. Hemos perdido sus trabajos sobre gemas (De lapidum natura) y sobre peces (De piscium natura). Sabemos que escribió sobre los terremotos (De motu terrarum), así como sobre geografía o cosmología (De forma mundi). Siguiendo una tradición estoica redactó un tratado sobre el matrimonio (De matrimonio), otro sobre la amistad (De amicitia) y un tercero sobre los deberes (De officiis). Quizá formaron un tratado en regla sus libros de filosofía moral (Moralis philosophiae libri), que vemos que estaba redactando a la vez que las cartas. Más leves y pedagógicos debieron ser sus invitaciones a la filosofía (Exhortationes). En un tratadito sobre la muerte prematura (De immatura morte) es casi seguro que hallaríamos muchos motivos y expresiones que aparecen en los mensajes consolatorios (consolationes) que dirigió a Marcia y Polibio. La excelencia de lo que nos queda nos basta para añorar lo que nos falta83.

LA FILOSOFÍA

Séneca, como se ve, fue hombre de amplios intereses y los meros títulos de las obras revelan que sus lecturas abarcaban campos muy alejados a veces de lo que hoy es para nosotros la filosofía. En el terreno propiamente filosófico Séneca es, como tantas veces se ha dicho, un mero usuario del estoicismo84, alguien que transmite y da una depurada y exquisita forma latina a las doctrinas del Pórtico. Nunca elaboró una cosmología ni una antropología. Sus Quaestiones naturales o Indagaciones sobre la naturaleza, como la obra más técnica del filósofo de Córdoba, no resiste la comparación con el poema de Lucrecio, que expone el sistema cerrado y perfecto de la física atomista de Leucipo y Demócrito adoptada por Epicuro. Séneca es como un viajero que ha estado en las tierras difíciles de la gran filosofía y, con buen estilo y mucha retórica, cuenta algunas cosas a sus paisanos asombrados y algo perezosos. Porque en las Cartas, a pesar de las protestas de modestia que hace constantemente, se nota que se regodea en la superioridad que le confieren la edad y la experiencia frente a la bisoñez encantadora y receptiva de su amigo Lucilio, un típico representante de lo que podríamos llamar el vulgo de los nobles aficionados a la filosofía.

¿QUIÉN FUE LUCILIO?

Al enfrentarnos con un epistolario es forzoso tomar en cuenta al receptor de las cartas85. Él es el lector principal y directo, los demás son algo así como gente indiscreta que lee por encima del hombro. Bien es cierto que hay cartas (probablemente estas) que se escribieron pensando a la vez en su receptor explícito y en otros posibles lectores que podrían sacar provechos de ellas, pero la presencia del destinatario se torna decisiva. Lucilio es ubicuo. Es a él a quien habla en primer término el autor. La apelación es constante y no solo en los encabezamientos menudean los vocativos sino también en lugares diversos (y en cuatro formas: Lucili, mi Lucili, carissime Lucili, Lucili virorum optime).

Los escritos de Séneca constituyen los documentos casi únicos para saber de Lucilio86. Fuera de ellos, un enorme vacío rodea un depósito de escasísimos datos. Lucilio debía tener una relación estrecha y duradera con Séneca, ya que este, además de formarlo e indirectamente inmortalizarlo en las Epistulae, le había dedicado el tratado De providentia y las Quaestiones naturales. En las páginas de estas no lo trata de un modo diferente que en las cartas (IV praef. 20):

Aunque estemos separados por el mar, en tu favor intentaré echarte mano y llevarte a mejores cosas y, para que no te sientas solo, desde aquí entablaremos conversación: estaremos unidos en nuestra parte más noble; nos daremos consejos sin tener en cuenta la cara que pone el otro al oírlos (non ex vultu audientis pendentia).

En otras ocasiones vemos cómo ciertos paisajes familiares, en una asociación casi proustiana, le evocan a Séneca momentos vividos junto al amigo87. Lucilio había nacido probablemente en Pompeya o sus alrededores88, dentro de una familia modesta89. Era sin duda más joven que Séneca90, pero no mucho91. Se fue abriendo camino y ascendiendo gracias a su talento, a su elegante estilo literario y a sus grandes y nobles amigos92. Sus propios esfuerzos lo habían convertido en eques93. Fue leal con la memoria de su amigo Léntulo Getúlico, ejecutado por Calígula, y con las víctimas de Mesalina o Narciso bajo Claudio, y hasta se jugó el tipo por ellos94. Desempeñó cargos sin dejarse sobornar95. En razón de sus empleos, efectúa estancias y viajes por Macedonia, Cirenaica y la provincia de los Alpes e Iliria96 y, en los días del epistolario, es procurador en Sicilia97. Séneca le aconseja calma en ciertos peligrosos procesos que le entablan98.

Aficionado a la literatura99, Lucilio es autor de un prolijo libro y poeta100. Pasajes de las cartas han dado pie a que se le atribuya la autoría del poema didáctico Aetna101. Es poco probable que sea él el Lucillius que compuso en torno a un centenar de epigramas incluidos en la Antología Griega bajo ese nombre, aunque se tiene casi la certeza de que es el autor de uno transmitido en una inscripción102.

Interesado por la filosofía, el corresponsal de Séneca da la impresión de ser un estoico que ha abandonado o quiere abandonar el epicureísmo; alguien que, de simpatizante de una doctrina, evoluciona hacia la otra, según el proceso descrito en las Epistulae. Por eso puede decir su maestro: «eres mi obra» (meum opus es, Ep. 34.2). Pero tenemos que precisar que Lucilio es un seguidor de las cosas de Séneca, más que un discípulo (solo por cierta convención escolar lo seguiremos llamando así). En las cartas hallamos la situación natural de que el más viejo sabe más y, casi como si no tuviera más remedio, lo arrastra a su terreno. Pero Séneca, además de instruirle, puede también debatir con su interlocutor y hasta aprender de él, ya que Lucilio tiene ideas propias. Solamente si tuviéramos la otra parte de la correspondencia podríamos aseverar algo a ciencia cierta sobre sus convicciones.

TEORÍADELACARTA

De la Antigüedad nos han llegado cartas sueltas de algunos filósofos como Platón103 y Epicuro104, cartas poéticas agrupadas en libros como las de Horacio (sobre moral y, como no podía ser menos al estar escritas en verso, literatura), cartas doctrinales como las de Pablo de Tarso (donde se emprende el camino de la deificación del profeta galileo105 y se asientan las bases de la teología cristiana). Sin embargo, en el mundo latino, solamente dos epistolarios se podrían comparar con el de Séneca, el de Cicerón (agrupado en subconjuntos con receptores definidos: su hermano Quinto, su amigo Ático, los allegados) y el de Plinio el Joven (dirigidas a corresponsales heterogéneos). Ahora bien, la colección de Séneca no se parece del todo a ninguna de estas o, si se quiere, posee un estatuto intermedio entre ambas. Las de Cicerón son cartas crudas, en el sentido de que solo sufren un leve proceso de selección y arreglo por parte del autor106, por más que algunas tomen empaque y estilo oratorios; las de Plinio son abiertas al público general, fueron editadas por el autor, tienen una índole mayormente literaria, no filosófica, y se ocupan de una variedad muy libre de temas y relatos107. Séneca asume para sus cartas el modelo incitador de Platón y Epicuro, pero les añade la inmediatez de Cicerón y la variedad alusiva de Plinio (dicho sea en un plano intemporal, pues estas últimas nunca las leyó).

¿Qué forma debía adquirir según los antiguos ese discurso humilde y cercano que es la carta? La lengua aprovecha muchas veces los sinónimos para diferenciar matices108, pero creo que no es pertinente la distinción entre litterae y epistulae como si las primeras fueran privadas y las segundas oficiales y públicas109. Otros géneros interfieren sin duda en el epistolar. En la filosofía helenística se usaban dos formas de discurso, la diatriba y la diálexis, que sin duda tienen algún tipo de incidencia en la forma y estilo de las cartas, sobre todo la segunda, emparentada con el diálogo. El diálogo, después de Platón, está tan identificado con la transmisión escrita de la filosofía que incluso a las obras de Séneca, que nunca tienen forma dialogada, las rotula la tradición como Dialogi. Por el tratadista de retórica Demetrio (De eloc. frg. 223 Roberts) sabemos que Artemón, editor de las cartas de Aristóteles, defendía que el diálogo y las cartas deben escribirse del mismo modo, pues una carta es algo así como «la otra parte de un diálogo» (τὸ ἔτερον μέρος τοῦ διαλόγου). La charla real y verdadera (que se refleja en el escrito) disfruta de la viva voz y la interacción fecunda de los interlocutores. Pero Séneca ve ventajas también en ese «diálogo partido» (como quería Artemón) que son las cartas. Y, para él, ya no se trata tanto de escapar al desorden e improvisación de la charla como de eliminar los reparos y censuras, ya que «la presencia nos hace susceptibles» (Ep. 55.9: praesentia nos delicatos facit). Aunque la carta sea una consoladora imagen del amigo ausente (Ep. 40.1), en ocasiones es mejor no tener que decir algo a alguien a la cara.

A pesar de estos remilgos la carta participa de lo conversacional y admite por eso retazos del sermofamiliaris, bruscos cambios de tema, el paso de lo trivial a lo sublime si se quiere; es campo de libertad para que el alma exprese lo más peculiar y suyo. Mientras la épica es un género anónimo (podemos conocer o no a su autor, pero este se ausentará por fuerza de sus versos), la carta, junto con el diario, es el género autorial por excelencia, donde la presencia del escritor es absoluta. Esa ilusión de cercanía, evocada por Cicerón110 cuando habla de la carta como «charla de amigos alejados», es tan antigua como las más antiguas cartas conocidas:

Bulattal me trajo tus nuevas —dice una misiva escrita nada menos que hacia el año 1700 a.C. en las montañas de Asiria y enviada a un destacamento lejano111— y estoy encantado: sentí como si nos hubiéramos encontrado y te hubiera abrazado.

¿CARTAS REALES O FINGIDAS?

En las cartas de Séneca hay cierto número de rasgos irrealistas: la larga exposición de una doctrina que podría leerse mejor en un libro, la ausencia de puntos oscuros (inevitables cuando desconocemos el contexto del mensaje, como ocurre tantas veces en las cartas de Cicerón), la presencia de asuntos triviales que no tienen otra finalidad que dar paso a un comentario filosófico. Pero estos momentos se compensan con otros de absoluto realismo: la sucesión de años y estaciones, las anécdotas y escenas de costumbres que salen al paso con total naturalidad, las referencias a misivas de Lucilio. El epistolario senecano creemos, con una mayoría de estudiosos, que está formado por cartas remitidas de verdad en su momento, pero que a su vez han sufrido algún proceso de edición (eliminando toda la ganga y acaso algún pasaje comprometidos sobre política). Nada delata a primera vista que se trate de una correspondencia fingida o literaria112. El mismo tamaño de las cartas que oscila entre un par de párrafos (Ep. 38) y siete decenas (Ep. 94) causa una impresión de verosimilitud. En muchos pasajes un scribis nos hace ver que ha habido cartas de Lucilio. Algunas misivas comunican acuse de recibo. Por ejemplo, la carta 46 responde, como hemos dicho, al envío de un extenso libro escrito por Lucilio, que Séneca alaba sin decir siquiera de qué trata (en una correspondencia ficticia se cedería a la tentación de aclarar el dato a quien lo ignora); la carta 93 corrobora que Lucilio ya le ha escrito lamentando la muerte del filósofo Metronacte. Séneca muy bien pudo escribir para el momento y para un destinatario tan solo, pero con la vista puesta ya en la posteridad a través de una futura publicación, como se ve clarísimamente en las promesas de fama que en cierto momento hace al amigo, cosa que estaría fuera de lugar si emisario y receptor hubieran acordado una correspondencia estrictamente privada113.

Para un Séneca en puertas de la vejez, que ha querido siempre ser el educador del género humano (generis humani paedagogus), la carta (da igual que sea real o fingida) es el útil instrumento y la ocasión mejor para decir todo lo que le queda por decir, para insistir en lo que todavía no ha prendido en el ánimo de tantos y tantos, para dar caza a algún que otro despistado que jamás iba a acercarse a un libro de filosofía que se proclamara como tal desde el título.

CONSTRUCCIÓN DE UN EPISTOLARIO

Como hemos insinuado antes, desde el verano del año 63 hasta bien entrado el invierno Séneca merodea por el territorio de la Campania. Va con él la esposa Paulina y un séquito reducido. En Nápoles está la corte —arrastrada por las aficiones helenizantes de Nerón— y el consejero y ministro en trance de retiro tiene todavía con ella ciertas obligaciones. Acudía por las tardes a oír en su escuela las conferencias del filósofo Metronacte (76.1-4), porque es que a su edad continuaba queriendo aprender, sin consentir que ni sus canas ni su aureola estorben para que algo nuevo y valioso entre en su cabeza. Séneca, pues, se revela viviendo en estado de progreso continuo. De vez en cuando se aísla para leer y estudiar, para escribir a su joven amigo. Estas cartas van formando una colección, junto con otras que ya había empezado a componer en Roma a fines del año anterior114. Bajo el probable título115 de Epistulae morales ad Lucilium (Cartas morales a Lucilio) forman un conjunto de ciento veinticuatro piezas publicadas en veinte libros, correspondientes a rollos o volumina. Con ellas llegamos, dentro de su obra prosística, a un cambio de género decisivo116. Séneca dice adiós al tratado formal, al discurso redondo y estructurado en partes, a un registro de lenguaje que admite pocas concesiones o descuidos. Busca libertad.

¿Cómo fue el proceso editorial? ¿Hay un esquema organizativo en ellas? Es muy difícil detectar en la colección un plan previo de conjunto, ni tampoco se percibe, por mucho que se busque, la exposición sistemática de una doctrina117. Los prolijos análisis y las sutiles demostraciones de los estudiosos que son partidarios de ver alguna clase de estructura en el epistolario debilitan sin más el núcleo de su presupuesto básico. En algo parece haber un cierto acuerdo. Y es que los tres primeros libros (cartas 1-29) tienen una unidad señalada por Séneca mismo, que al final indica que con ellos acaba la costumbre de rematar cada carta con un aforismo ajeno (Ep. 29.10: ultimam pensionem)118. Estos libros liminares tendrían una función preparatoria para el discípulo y vendrían a ser para el maestro, por valernos de un símil deportivo, una especie de precalentamiento.

En torno a la cronología119 siempre flotarán muchas incertidumbres y alguna que otra certeza. Ciertos pasajes que aluden a los meses de diciembre y junio, a dos primaveras y a horas de luz que menguan en otoño120 sugieren un espacio mínimo de escritura entre otoño del 63 e invierno del 64. Pero la cronología más aceptada extiende su redacción un año más, desde el 62 al 64. El único hito firme en este punto, la alusión (Ep. 91.14) al incendio de la ciudad gala de Lugduno (la actual Lión) como ocurrido cien años después de la fundación de la colonia romana (el 43 a.C), en rigor, no nos obliga a retrotraer la escritura de las cartas al 57 d.C., porque posiblemente se trate de una cifra redondeada por el autor o alterada en la tradición manuscrita. Tenemos, por otra parte, un término ante quem perentorio en abril del 65 con la abrupta muerte de Séneca.

La forma epistolar se adaptaba como ninguna otra al genio movedizo y facundo de nuestro hombre. Y las Cartas vinieron a demostrar que Séneca es tanto mejor escritor cuanto menos lo pretende. En ellas pudo valerse de los recursos de escuela de la manera mejor, esto es, sin que se noten. El espíritu vaga libre de un tema a otro, como se hacía en el género desenfadado de la satura —cultivado por Horacio en clave de sapiencia popular y epicúrea— pero sin tener que atenerse al incómodo y artificioso expediente del verso.

Y así, tal vez sin pretenderlo, Séneca fraguó en las Cartas a Lucilio su obra cumbre, el testamento vital del filósofo. Es obra de postrimerías: el río de la vida llega a su desembocadura con sus aguas hondas y teñidas con el color de todos los suelos que han lamido. En las Cartas están innumerables preocupaciones, vivencias y lecturas del autor. Son ellas el único ejemplar que se conserva de una correspondencia filosófica en la Antigüedad (ya hemos dicho que las cartas de Platón son pocas e inseguras, y que las de Epicuro son tres, no más). No solo encierran muchas ideas palmarias y expresas de pedagogía (Séneca descubre más de una vez su juego), sino que constituyen una pedagogía en acción y muestran a lo vivo las técnicas que usa un maestro para hacer progresar al discípulo. Se detecta en ellas cierto método y un avanzar a pequeños pasos, cómo van desvelando poco a poco las complicaciones y riqueza de la doctrina.

Séneca aborda la conciencia del interlocutor comunicándole los movimientos de la suya propia. Deja que el otro acceda a sus pensamientos, a su vida interior. Constantemente refrena los impulsos elevados y casi heroicos que debe experimentar el sabio. Está atento para cortar todo brote de fariseísmo con la guadaña de la ironía ejercida a costa de sí mismo. Todo mensaje moral, sobre todo si censura sin más a los otros, lleva en sí un malentendido pernicioso para el que lo emite: al decir que los demás son malos, se proclama implícitamente que uno es bueno y está muy contento de serlo. Hasta el Cristo rehusó el timbre de hombre sin tacha, se reconoció pecador y no consintió que nadie le llamara bueno121.

LOSTEMAS

La elección de temas recurrentes al lado de otros diversos e inesperados, la mixtura de teoría y vida cotidiana, explican la lealtad que han mostrado los lectores a las Cartas durante siglos. Hay revelaciones íntimas que conforman una suerte de autorretrato (con insistencia en las enfermedades y flaquezas). Luego tenemos numerosos detalles y escenas de la vida contemporánea, desde la descripción de una villa a un combate de gladiadores. Pero no faltan tampoco las reflexiones sobre literatura, con citas de poetas, a veces, entre los que se cuenta el propio Lucilio. El autor se ocupa de la lengua, de los arcaísmos y neologismos, aunque afirme una y otra vez que a la filosofía le importan las realidades y no las palabras (res, non verba)122.

Una misma carta puede incluir un solo asunto o enlazar unos cuantos123. Ahora bien, no conviene olvidar que toda esta variedad está presidida por la primera frase del epistolario: vindica te tibi. Se trata de tomar posesión de sí mismo, ganar libertad y autonomía. La moral es siempre, por tanto, el principio metodológico y la meta cognitiva de nuestro filósofo. Él mismo reconoce que siempre anda «aplicando todo a la moral (ad mores) y a calmar la furia de las pasiones». «Hay muchas razones para valorar las Cartas... Pero no las leeremos bien si no nos tomamos en serio el tema principal. Con todas las paradojas y exageraciones, esta es la última palabra de Séneca; la manera en que murió le da peso»124.

Poco importa la ausencia de lo real histórico, tan presente en otros epistolarios. Porque los pensamientos son también sucesos, y a veces más interesantes y coloridos que la pura y desnuda acción.

En las despedidas de las primeras cartas, como antes dijimos, Séneca instaura la costumbre de mandarle a su corresponsal una cita con la que ha tropezado en sus lecturas. A esa sentencia de sabiduría ajena, mayormente epicúrea125, la llamará en adelante ‘el impuesto’, ‘el flete’, ‘la paga’, ‘la calderilla’, ‘la moneda’, ‘la propina’, ‘el regalillo’, ‘la pequeña ganancia’126. Con esta ficción monetaria Séneca vuelve del revés el acto consabido en que el discípulo paga su salario al maestro.

La primera misiva, que no es ni un prólogo ni un programa, revela la situación del anciano y, a su pesar, atareado Séneca. Se abre con una invitación al aprovechamiento del tiempo: «gran parte de la vida se nos escapa obrando mal, la mayor parte sin hacer nada, la vida entera haciendo otra cosa» (Ep. 1.1). Fugacidad del tiempo, maldad y enajenación. En estas cartas iniciales se ocupa mayormente de la filosofía como forma de vida. Recomienda a Lucilio huir del contacto con la masa y al mismo tiempo no llevar la vida extravagante y llamativa del filósofo mendigo. Esa pobreza exhibicionista no le agrada en absoluto. Pide civilidad y apertura al mundo. Séneca como escritor se desprende de sus propias cosas y toma sobre sí el interés de la posteridad (posterorum negotium ago): «El camino recto, que he conocido tarde y cansado ya de ir de acá para allá, se lo indico a otros» (8.2-3).

En el suceder de la correspondencia van apareciendo los asuntos más diversos e inesperados. La vida es un revoltillo, no sigue orden ni se atiene a un tema único. El escritor se explaya, habla de lo que quiere y un poco como quiere. Las Cartas a Lucilio guardan cierta correspondencia con la vida: en su variedad caótica se forman remolinos de intermitencias y obsesiones.