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Reune en sus veinte libros ciento veinticuatro cartas que Lucio Anneo Seneca dirigio a su joven amigo y discipulo Lucilio, que era procurador imperial en la provincia de Sicilia en aquellos años finales de la vida de Seneca en que se escribieron.Las epistolas son de contenido filosofico y filiacion estoica y en gran parte estan presentadas como las respuestas del maestro a problemas de orden teorico o practico (de pensamiento o de conducta) que le habria planteado su joven amigo.En ellas se encierra, de un modo aparentemente asistematico pero en realidad muy coherente, la peculiar version del estoicismo que es la filosofia de Seneca.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Estas «Cartas filosóficas» son una amplia selección de las «Epístolas morales a Lucilio», que reúnen en sus veinte libros ciento veinticuatro cartas que Lucio Anneo Séneca (4 a. C. - 65 d. C.) dirigió a su joven amigo y discípulo Lucilio, que era procurador imperial en la provincia de Sicilia en aquellos años finales de la vida de Séneca en que se escribieron. Las epístolas son de contenido filosófico y filiación estoica y en gran parte están presentadas como las respuestas del maestro a problemas de orden teórico o práctico (de pensamiento o de conducta) que le habría planteado su joven amigo. En ellas se encierra, de un modo aparentemente asistemático pero en realidad muy coherente, la peculiar versión del estoicismo que es la filosofía de Séneca. Estas «Cartas filosóficas» constituyen un texto muy romano, no sólo por la frecuente referencia a aspectos de la vida del autor y del destinatario (viajes, costumbres, personajes, historias, tradiciones, etc.), sino por la seriedad moral y el sentido de la responsabilidad social del sapiens que en ellas se dibuja y por las citas literarias que esmaltan el texto. Séneca reduce a límites exiguos problemas morales, creando así una especie de ensayos y de asedios de temas de importancia excepcional en la historia del pensamiento.
Lucio Anneo Séneca
(Epístolas morales a Lucilio)
Político, filósofo, poeta
Lucio Anneo Séneca —político, filósofo, poeta— es el más antiguo de los autores hispanos de nombre conocido del que se conserva una extensa obra que abarca más de dos mil páginas. Parece seguro que se conocen también los rasgos físicos de su rostro en algún momento de su vida, reflejados en un busto bicípite del siglo II d. C. del Pergamon Museum de Berlín[*].
Nacido en Córdoba hace unos dos mil años, llegó a ser reconocido como el más brillante orador y poeta romano de su tiempo, un escritor de éxito, un destacado político y el más importante de los filósofos de expresión latina hasta San Agustín. Durante más de un lustro, como amicus principis y miembro del consilium, el antiguo preceptor de Nerón gobernó de hecho el Imperio. Algunos historiadores modernos llaman a esos años los del «ministerio Séneca». Tuvo admiradores y amigos, y también enemigos que acabaron con su vida. Casi veinte siglos después de su muerte, en los países de cultura occidental se publica casi todos los años algún libro y varios estudios más sobre su persona o sus escritos.
Por lo que se conoce de Séneca (que no es todo lo que hizo ni todo lo que publicó), el sabio estoico que él era obró bien y discurrió con acierto en muchas oportunidades. En otras no, sino más bien al contrario. Pero fue un varón esforzado (strenuus), un hombre de principios (honestus) y un espíritu abierto a sus semejantes (humanus), para el que todos los hombres tienen derechos y valores, o, como se dice ahora, poseen una dignidad que ha de ser respetada. En una de sus Cartas a Lucilio dejó escrita una de sus más significativas sentencias o frases célebres: «homo, sacra res homini». Entre los antiguos cristianos se pensó que Séneca también de alguna manera había sido uno de ellos o había andado cerca.
Nerón frente a Séneca
Lucio Anneo Séneca se retiró de la actividad política y del ejercicio del poder en el 62 d. C. Pero hasta su muerte, tres años más tarde, continuó siendo un personaje importante con el que en Roma todo el mundo —gobierno y oposición—, para bien o para mal, tenía que contar.
Desde Palacio (Nerón, su esposa o concubina Popea, Tigelino, comandante de los pretorianos y valido del príncipe) se le odiaba. Sin embargo, durante ese último trienio de su vida, no se atrevieron con él, contentándose con tenerlo sometido a una estrecha y mal disimulada vigilancia. Por fin, en la primavera del 65, al descubrirse la conspiración tramada en torno a Pisón para derribar a Nerón y eliminarlo, Séneca fue acusado de participar en ella y tal vez de poder resultar su futuro beneficiario, como eventual candidato de «consenso» para el trono.
En el tramo final del reinado de Nerón se puede decir que había dos «partidos» de oposición, el de los políticos estoicos (Barea Sorano, Trasea Peto) y el de la antigua aristocracia senatorial, que tomaría como cabeza a Pisón, titular de la conjura que acabó en la hecatombe de notables del 65 y del 66. En ambos sectores se respetaba a Séneca y algunos de sus más distinguidos representantes lo cortejaban. Pero él no se implicó en ninguna de las dos facciones. Los primeros eran demasiado republicanos para el pensador monárquico que había escrito el tratado De clementia, y los segundos demasiado aventureros para un político de la experiencia del filósofo.
No obstante, en las primeras investigaciones oficiales sobre la conjura antineroniana, un delator profesional y mentiroso que estaba complicado en ella (un «pentito» se diría hoy) sacó a relucir el nombre de Séneca como uno de los conspiradores, con gran complacencia de Nerón, que esperaba una oportunidad para acabar con quien, por prudente y cautamente que actuara, en cualquier momento podía cantarle una verdad.
Condenado a muerte por el emperador, Séneca se quitó la vida con la ayuda de sus criados y de su médico un día de abril del 65 —entre el 19 y el 30—, mientras pronunciaba una especie de disertación que sus secretarios recogieron por escrito, que se podía leer medio siglo después y de la que no queda más rastro que las líneas que dedica a ella el historiador Tácito. (El suicidio era el modo de ejecución de la sentencia capital que ofrecía a los personajes distinguidos la «clemencia» del príncipe en aquellos años del Imperio).
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